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A veces toca… ¡volver a estudiar el Plan Director de Le Corbusier para Bogotá!

Todo parece indicar que llegué tarde a la fiesta. Pero no por eso puedo dejar de participar en una controversia tan importante pues me siento parte de ella. De hecho, tengo que decir que llevo cinco años esperándola. Es bien sabido que hace cinco años, en compañía de muchos otros docentes, asistentes, estudiantes y profesionales de diferentes universidades, logramos hacer al mismo tiempo dos exposiciones, dos libros y un seminario internacional que, precisamente, buscaba discutir el proyecto del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá.[1] En lo personal, era una deuda que tenía con todos aquellos arquitectos locales que, como yo, habían sido educados con la famosa frase que decía que “Le Corbusier vino a Bogotá e hizo un plan que afortunadamente no se hizo, porque tumbaba la ciudad”. Yo no conocía mucho el plan en ese momento. Debo agradecer a todos aquellos que me permitieron tener el tiempo necesario para dedicarme por casi dos años al estudio del proyecto y a organizar los diferentes eventos, entre ellos, al propio Willy Drews quien era entonces decano en Los Andes, donde soy docente desde hace mucho. Desde entonces no he parado de estudiarlo. Muchos artículos se han publicado y muchos, seguramente, seguiré publicando sobre el proyecto de Le Corbusier para Bogotá.[2] Lamentablemente, la discusión no fue posible darla hace cinco años. Nos enredamos en banalidades y olvidamos que la docencia está para permitir que las ideas, que son universales y sin propietario, se discutan, circulen y se estudien para poder aprehender y así poder tomar lo que mejor nos sirva para ayudar a construir el presente, que será el futuro de tantos.

Cientos de personas recorrieron la exposición doble que se presentó en el museo Casa de Moneda y en el Museo de Bogotá entre abril y junio de 2010[3] y luego, unos meses después, en el Museo de Arte Moderno de Medellín, mostrando una avidez por este tipo de producciones de la cual no éramos conscientes al iniciar el proyecto. Pero la experiencia hizo evidente que no siempre mostrar significa que los visitantes vean. En una conversación con un colega que visitó la exposición, tuvimos la siguiente discrepancia de posturas:

MCO: ¿Qué tal le pareció la exposición?
Colega: Muy bonita. ¡Impresionante!
MCO: Bueno, y sobre el proyecto, ¿qué piensa ahora?
Colega: ¡Ah! pues nada… ya sabemos que el plan para Bogotá de Le Corbusier no sirve para nada… ¡Fue un fracaso!
MCO: Bueno, pero tampoco es mejor la ciudad que hemos hecho hasta ahora, ¿no?
Colega: ¡No sea tan exagerada! ¡Usted es muy crítica! Hay lugares maravillosos en Bogotá… de hecho, ¡mire solo las torres del Parque de Salmona!
MCO: Discúlpeme, pero si hay algo en Bogotá que fue hecho a la manera en la que Le Corbusier pensó Bogotá, ¡es precisamente el proyecto que menciona! ¿No?

Cuando nos embarcamos en el estudio del plan, desde el grupo de investigación que dirijo en Los Andes (Proyecto, Arquitectura y Ciudad, PAC), el trabajo realizado tuvo dos objetivos: dar a conocer el material inédito del proyecto y llevar a medios digitales la información que se consideró más relevante del plan. Con uno y otro, se propuso llegar a todos los públicos con un material, presentado de diferentes formatos (videos, animaciones, maquetas digitales, etc.), que diera nuevos elementos para la discusión, análisis y conocimiento del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá. Todos estábamos de acuerdo con la importancia de volver a dar visibilidad a un proyecto del cual se ha escrito también mucho, pero del cual, nos dimos cuenta, se desconoce casi todo.[4] Y, por lo que se ha escrito en esta polémica desatada por Willy Drews en Torre de Babel, todo parecer indicar que poco ha cambiado desde 2010.

Mi aporte en esta discusión lo centraré en recalcar algunos de los asuntos del plan que, una vez conocidos y entendidos, dejan sin mucho peso la famosa sentencia que dice que afortunadamente el plan no se construyó. Pero, más aún, nos permite, espero, reflexionar sobre la situación actual de Bogotá. Para esto, de cada una de las escalas trabajadas en el plan, tomaré uno o dos ejemplos de lo propuesto y su vigencia en la ciudad actual, es decir, que son temas que todavía no hemos resuelto y que mirar de nuevo el plan nos podría ayudar a imaginar escenarios alternativos a la crisis de la ciudad que vivimos cada día.[5]

Empecemos por la región. Para Le Corbusier, lo mejor y más importante que tenía Bogotá era su magnífica geografía. Para la Sabana de Bogotá, propuso un sistema de parques a diferentes escalas, siendo el de escala regional el que acompaña la ronda del río Bogotá, donde soñó la posibilidad de tener centros de encuentro dominicales para recrear el cuerpo y el espíritu de los bogotanos. Me dirán que eso es hoy imposible. Recuerdo que a finales de los años 1970, en Londres, la noticia que salía en los periódicos era terrible: ¡el río Támesis estaba muerto! Hoy en día, tras casi cuarenta años de la noticia, se puede pescar en el Támesis. ¿Por qué no puede ser igual para el caso bogotano? ¿Alguien puede estar en desacuerdo que es una tarea ineludible el recuperar el río que baña toda la Sabana y que en ese proceso sería formidable que se convirtiera en el gran parque lineal que atraviesa la ciudad de norte a sur, sirviendo además de límite para el desarrollo enloquecido de la Sabana de hoy?[6] Las licencias para construcción de vivienda que se dan hoy a lado y lado del río, eliminando humedales y zonas de inundación, deberían ser tema de debate constante. ¿Por qué se sigue haciendo algo que todos sabemos que va en contra de todos?

En la región, Le Corbusier también planteaba, en el apartado de circulación, la necesidad de hacer unos cambios al sistema de trenes que ya tenía la Sabana y los dejaba como una de las tres rutas que deben organizar la forma en que se relacionan los pueblos y la gran ciudad. Las vías siguen hoy silenciadas. Las carreteras y vías están congestionadas casi al nivel del colapso. Hay quienes insisten en que el metro se debe hacer por el lugar más congestionado y servido de la ciudad. Nadie mira las vías que están ahí para dar forma a nuevos polos de desarrollo, descentralizando el centro expandido que, ya veremos, tampoco da para más. Trenes de cercanía unidos a los trenes que circulan llegando a las zonas más congestionadas de la ciudad, pareciera que no es tan buen negocio para los inversionistas como hacer un metro hundido en la carrera 13. Los usuarios de todos los trenes, provenientes de todos los rincones de la Sabana, ya fueran estudiantes, trabajadores, amas de casa y jubilados, tendrían más calidad de vida sin tener que perder largas horas en trancones infinitos por todas las entradas a la ciudad. ¿Si se hubiese hecho hace 60 años, estaríamos peor o mejor que ahora? Si se hace hoy, ¡seguro que no es tarde!

Del plano metropolitano hay un asunto que crea confusión. El principal uso de la ciudad es la vivienda. Bogotá aparece como una gran mancha amarilla con tres zonas (norte, centro y sur). Una mancha que está atravesada por una menor, oriente-occidente donde se localiza el trabajo. Los detractores del urbanismo de Le Corbusier en particular y de los CIAM en general discuten el horror que significó para la ciudad la segregación en actividades, estancas, separadas. Solo invito a los lectores de este texto a volver a recorrer los diferentes planos del plan y el informe que los acompaña, para darse cuenta cuan mal hemos leído y entendido hasta ahora la teoría del zoning. A quienes les de pereza leer y tengan los medios para viajar, los invito a que visiten Chandigarh, en la India. La única ciudad que en efecto construyó Le Corbusier, junto a Maxwell Fry, Jane Drew y Pierre Jeanneret, entre otros muchos que formaron un equipo de más de un centenar de personas. Los habitantes de esta ciudad agradecen, entre otras muchas ventajas que da el vivir en ella, el que tienen todo a mano. Porque los barrios de vivienda, la mancha amarilla, tienen, al igual que en Bogotá, la V4 o vía de barrio con los núcleos donde el comercio pequeño da vida a los sectores que, además, tienen jardines, colegios, zonas deportivas y todo tipo de equipamientos que hacen que la vivienda nunca haya sido pensada, como sí la construimos aquí, sin todo lo que es necesario para la vida de sus habitantes.

Esta mancha está atravesada por una red de vías jerarquizadas, formando lo que Le Corbusier denominará la teoría del Sector: un sector de 800 metros de ancho por 1200 de largo, donde se da cabida a dos barrios con la vivienda y sus actividades complementarias. En esta escala: las V1, 2 y 3, es decir, las vías dedicadas especialmente al auto. Y viene la otra crítica: la ciudad de Le Corbusier es una ciudad para los carros. Pero los que dicen eso olvidan pasar al plano urbano, donde aparecen las V4 y 5 y los parques lineales que acompañan las diferentes quebradas y ríos que bajan desde los cerros a la Sabana (ver plano urbano. Img. 01). En esta escala, el espacio del peatón. Volver a revisar este apartado, seguro nos podría dar luces respecto a cómo resolver parte del caos que vivimos a diario los habitantes de Bogotá. En una y otra escala, también hay siempre una solución implícita de cómo resolver el transporte público de autobuses con paraderos cada 400 metros (ver plano de paraderos de autobuses a escala urbana. Img. 02). Han pasado más de 60 años desde la propuesta y hasta hoy hay un incipiente sistema que busca ordenar lo que no se ha hecho solo por desidia y abandono… y por negocio, seguramente. Aunque nunca he podido entender por qué el negocio no puede ir de la mano de soluciones que hagan al ciudadano de a pie, y en este caso también al que va en carro, la vida más cómoda. ¡Debe ser un negociazo tener a los usuarios felices!

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Imagen 01. Le Corbusier, Plan Director para Bogotá (1950): plan Urbano. Superposición, a manera de collage de varias propuestas parciales de Le Corbusier para Bogotá. © Grupo de investigación Proyecto, Arquitectura y Ciudad, Uniandes, 2010.

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Imagen 02. Le Corbusier, Plan Director para Bogotá (1950): plan Urbano. Montaje digital con la propuesta vial con cinco vías y paraderos de autobuses cada 400 metros. © GI-PAC, Uniandes, 2010.

Del plano urbano debo rescatar además, entre todos los temas que me gustaría mencionar, el de el número de habitantes que se propuso en el plan. Otro talón de Aquiles para muchos. En una parte del plan, aparece la cifra dada por la Oficina del Plan Regulador: la ciudad crecería de los 600.000 habitantes de 1950 a 1’000.000 en el año 2000. Le Corbusier propone un número mayor: en los límites de su propuesta se da cobijo a 1’610.000 habitantes, con densidades diferentes según la localización.[7] Entre la Carrera 30 y la línea del ferrocarril (hoy carrera 50 aprox.), deja una zona de reserva (que hoy llamamos “bancos de tierra”). Debajo de la línea de ferrocarril y hasta el río Bogotá, no lo nombra. ¿Seríamos más condescendientes si Le Corbusier hubiese dibujado todo el territorio que hoy ocupa la ciudad con sectores? ¿Por qué no lo hizo? Ricardo Daza en su respuesta a Willy Drews cita un apartado del texto con el que Le Corbusier comenta, en la primera edición de la Obra completa 1957-65, el fracaso del plan de Bogotá, haciendo responsables a los propietarios de suelo que se apresuraron a edificar cuando corrió la voz de las vías del plan. Y, aunque a Téllez no le guste la traducción de Quetglas, nadie puede negar que quienes han definido y dado forma a la ciudad actual no son ni Le Corbusier ni Wienner y Sert ni los planes posteriores… La historia de planeación de Bogotá se podría titular algo así como: “La historia de una ciudad que hace fracasar los planes”. Son los dueños de la tierra y los políticos de turno los que nos han dejado como herencia la ciudad de hoy. Pero, volvamos a la población propuesta en el plan: la estrategia del sector era suficiente para que, una vez trabajada y adecuada a las necesidades y realidades locales, sirviera de base para ordenar el crecimiento de todo lo que en ese entonces era baldío y que hoy es caos. Alguien me dirá: pero, ¿quién quiere tanto orden? Y yo le diría: vaya nuevamente a Chandigarh y mire, estudie, entienda y luego hablamos. Una pauta de orden no significa la repetición incansable y monótona de un mismo edificio, de una misma casa, donde no hay identidad ni reconocimiento de lo individual. ¡Todo lo contrario!

Y pasamos al punto más álgido: el Centro Cívico. ¡Le Corbusier tumbaba Bogotá! ¡Un desalmado, un insensible frente a la belleza de un lugar con todas las calidades que tenía la ciudad histórica! ¿Seguro que Le Corbusier la vio así? Sabemos de memoria que Le Corbusier fue llamado a ser parte del plan porque, entre otros muchos asuntos, estaba la necesidad de reconstruir el centro tras la destrucción que se sucedió en la asonada del 9 de abril de 1948. Pero, además, como ya lo dijo Daza, ¡el plan no se hizo! Así que, ¿de qué nos quejamos? Para las maquetas de la exposición, una tarea que fue maravillosa fue la de revisar qué, en efecto, se ha tumbado del centro de Bogotá desde 1950 hasta 2010. El resultado fue elocuente: hemos tumbado un área similar a la propuesta por Le Corbusier. Pero lo hemos hecho sin tener una idea de ciudad detrás de las diferentes actuaciones que incluyen a los privados y al estado por igual (ver levantamiento de edificios y áreas demolidas en Bogotá entre 1950 y 2010. Img. 03). En la propuesta de Le Corbusier, sin duda, hay una apuesta porque prime el bien común sobre el bien individual. En la construida, lo contrario. Las dos soluciones, en las antípodas la una de la otra. Podemos decir, incluso, que no se podría tomar partido por ninguna de las dos. La lecorbuseriana por tener exceso de vacío; la realizada, por defecto de vacío (ver 3D de la ciudad actual comparada con la propuesta de Le Corbusier. Img. 04). Pero estamos lejos de poder encontrar un punto medio. Menos, como lo muestra el mismo Drews en su último artículo en Torre de Babel, cuando la manera de resolver la crisis de la ciudad en la administración actual es con un programa de densificación que deja como única alternativa, para el futuro de la ciudad, lo que alguna vez me contaron que decía un conferencista en la Alzate Avendaño: “la única solución que tiene hoy Bogotá ¡es que la evacuemos!”.

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Imagen 03. Levantamiento de los edificios, predios y vías trasformadas desde 1950 a 2010 sobre el plano del centro de Bogotá sobre el cual trabaja Le Corbusier la propuesta para el Centro Cívico, identificando edificios destruidos tras el 9 de abril de 1948, intervenciones estatales (edificios, vías y espacio público) y privadas. © GI-PAC, Uniandes, 2013.

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Imagen 04. Comparación en imágenes 3D entre el centro de Bogotá actual (2009) y la propuesta para Centro Cívico de Le Corbusier de 1950-1951 © Planos realizados Grupo de Investigación PAC, Uniandes y animación en 3D realizada por el laboratorio Imagine: I+D en Computación Visual y COLIVRI: Laboratorio de Visualización, Interacción y Robótica, de la Universidad de Los Andes, 2010.

Continuando con uno de los muchos temas a discutir del plan para el centro cívico, solo subrayo el asunto que también se ha criticado de la falta de sensibilidad de Corbu para con la ciudad existente y de cómo arrasó con ella sin ton ni son. En este caso, solo hago la invitación a ver con cuidado nuevamente: las nueve manzanas arqueológicas, más la plaza de Bolívar con Capitolio y Observatorio incluidos, más todas las iglesias de la Colonia y la República, más la calle Real o Carrera 7ª, con los edificios que se construyen alrededor de la Jiménez durante los años 1930 y 1940, más la biblioteca Nacional, el Panóptico y la plaza de Toros: ¿es la selección desprevenida de alguien que no está interesado en el pasado de la ciudad y que quiere arrasar con la memoria de un pueblo? ¿Será que esta selección tan cuidadosa sirvió para que años más tarde Arbeláez Camacho direccionara su carrera en pro del cuidado y salvaguarda del patrimonio construido? Pero hay más. Volvamos a mirar con cuidado la propuesta de cómo se circula en el centro: la trama de vías peatonales que acompaña la propuesta no es más que, en su mayoría, las mismas calles estrechas de la ciudad tradicional que se convierten en los caminos que están ahora acompañados de grandes parques. Y es entonces cuando hay quienes dicen, como Barney, que prefieren pasear por las Torres del Parque de Salmona que por el CUAN, del ministerio de Obras Públicas. Y es entonces cuando hay que decir que ¡entre gustos no hay disgustos! Pero que entre una y otra versión de la ciudad jardín vertical lo único que hay son sensibilidades diferentes. ¡Yo me quedo con las dos![8] La mayor diferencia entre una y otra es que las Torres del Parque lograron quedar abiertas al público, mientras el CUAN fue cerrado con rejas en la década de los 1980. El día que el CUAN se pueda volver a abrir ¡será un día de júbilo para todos los bogotanos!

Para presentar la teoría del sector en el informe técnico, Le Corbusier presenta primero la información del modelo teórico y luego su aplicación a Bogotá. En el modelo de “Una casa, un árbol”, que va a tener varias alternativas para Bogotá, se puede encontrar la manera en que se resuelve vivienda baja y media con densidades diferentes, resueltas en una trama de calles convencionales, peatonales o vehiculares, con anchos apropiados a cada caso que se suman a plazas, plazoletas, parques y jardines. No hay que ser muy conocedor de la ciudad tradicional para darse cuenta que es la semilla de donde germina esta nueva flor. Una casa que tiene un disponible para que los habitantes puedan desarrollar ahí un comercio, un local, un apartamento… ¿es de donde se inspiró Samper para promover el primer barrio con vivienda productiva en el país? Pero el barrio de Corbu tiene, además, parques con escuelas y deporte, tiene núcleos de barrio con cine, mercado, sitios para reunión y locales varios, sobre una V4 que, como dice Mantilla, es la más tradicional de todas las vías.

Termino con los perfiles viales. Cuando llegó Le Corbusier a Bogotá estaban ya adelantándose las obras de la Carrera 10 y de la Caracas. Al conocer los proyectos sentenció que eran muy pequeñas. Las creció, mucho. La 10ª más que la Caracas. ¿Cómo habría sido la “carrera de la modernidad” si le hubiésemos hecho caso? Con un amplio separador arbolado para atenuar el ruido de los carriles rápidos a la zona occidental donde había vivienda, a la cual se llegaba, como a la zona de trabajo, por carriles con paraderos de autobuses y aceras adecuadas con vegetación y cubiertas para que los peatones entraran a sus trabajos o vivienda por vías de servicio que llevaban a zonas de parqueo adecuadas. Los peatones bajaban en las paradas de bus y caminaban sin temor a ser atropellados, por medio de parques y no acompañados del humo y pitos de las busetas que en las estrechas calles del centro hacen casi imposible salir de él sin haber dañado los pulmones dramáticamente. Me pregunto cuantas veces al año los nostálgicos recorren estas calles que a diario sufren cientos de estudiantes y trabajadores. Uno de ellos, que salía cada noche alrededor de las 8 de su oficina, me decía que era aterrador recorrer estas calles que a esa hora se parecían más al video de Thriller de Michael Jackson. Unas calles que ahora deben acoger los rascacielos que buscan densificar la ciudad sin que se haya realizado ninguna medida para mejorar la movilidad, la infraestructura de servicios y los equipamientos en general. Si, al parecer, ¡tendremos que evacuar!

Para terminar, debo agregar solo un asunto: crecí en una comunidad académica que me enseñó a detestar a Le Corbusier, principalmente como urbanista. Hice mis estudios de posgrado en medio de una comunidad académica que me mostró la otra cara de la moneda. Las dos posturas coexisten hoy en día en las academias del país. Mucho más sano que tener una sola. Pero siguen siendo posturas antagónicas, que no dialogan. En el último artículo publicado en la revista Dearq 15,[9] presento dichas posturas como un rezago de “La guerra fría en arquitectura: racionalismo vs. organicismo”. El debate abierto por Drews me confirma que no hemos superado esta guerra. En tiempos de paz, pareciera interesante poder discutir sin intentar matar al enemigo. Ya sabemos, tras tantos años de conflicto, que en la guerra no hay ganador. Todos pierden. En este caso, el que pierde no es Le Corbusier, somos todos nosotros.

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[1] Toda la información sobre las exposiciones y la posibilidad de bajar en línea los libros que muy pronto se agotaron al haber sido publicados para repartir de forma gratuita entre bibliotecas e investigadores interesados en el tema, se encuentra en: www.lecorbusierenbogota.com. Asimismo, se pueden ver los videos que fueron colocados en las exposiciones, la entrevista con Germán Samper y once videos que presentan la versión que sobre el Plan creí que era necesaria hacer, pues ninguno de los autores invitados había logrado, a mi modo de ver, explicar la totalidad y complejidad de la propuesta. Tienen acceso público para que cualquiera los pueda estudiar, discutir, utilizar, criticar. Lo que se quiera.

[2] “París y Germán Samper: una historia por contar” en: Casa+casa+casa=¿ciudad? Germán Samper. Una investigación en vivienda (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012), pp. 24-41; «35 rue de Sèvres» en: Germán Samper (Bogotá, Diego Samper Editores, 2011), pp. 16-33; «Siete miradas en cinco tiempos – Le Corbusier en Bogotá», en: DPA 24 Bogotá Moderna (Barcelona, Departamento de Proyectos, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2008), pp. 104-106; «Apuntes sobre el Centro Cívico del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá», en: En Blanco Revista de Arquitectura 12. Arquitectura colombiana. (Valencia, 2013); «Bogotá en Chandigarh: el sector y la cuadra española», en: Cuadernos de Vivienda y Urbanismo 5 (10). (Bogotá: Instituto Javeriano de Vivienda y Urbanismo – Injaviu, 2012), pp. 308-329; «Le Corbusier en Bogotá: la ciudad y el plan», en: Habitar: Revista de Arquitectura y Diseño 77, (San José de Costa Rica: Colegio de Arquitectos de Costa Rica 2012), pp. 84-93; «El 60 aniversario del Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá » en: ARQCO no. 9, marzo-abril 2009, Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá , pp.88-93.

[3] El día de la inauguración asistieron más de mil personas y, según los cálculos del museo Casa de Moneda, en los tres meses que duró la exposición, fueron más de 10000 las personas que visitaron la muestra.

[4] Exposición y libro fueron también la manera de conmemorar, en 1987, el centenario del nacimiento de Le Corbusier a nivel local, en un trabajo liderado por Rodrigo Cortés –la exposición– y Hernando Vargas Caicedo –el libro– titulado Le Corbusier en Colombia (Bogotá, Cementos Boyacá 1987).

[5] Esto no significa que de cada una de las escalas no tenga más asuntos que proponer a discusión. Pero no creo que este sea el lugar para incluirlos todos. Solo los más trascendentales o los que primero vienen a mi mente. No se hace todo el trabajo que se ha realizado en los últimos cinco años como mera nostalgia de lo que fue y no pudo ser. Se hace porque puede dar pautas para lo que todavía puede llegar a ser. Y tampoco para tomar literalmente las propuestas de Le Corbusier. La ciudad es otra, tras más de 60 años. Pero hacer lo que hacen constantemente algunos urbanistas locales de negar la importancia de algunas de estas ideas es, como mínimo, miope.

[6] En la Bienal Colombiana de Arquitectura del 2000, se premió en la categoría de “Proyecto Urbano” al programa de parques de Bogotá. En el acta, el jurado establece que uno de los aportes del programa fue: “Es la obra de sucesivas administraciones y múltiples proyectistas, que adquiere un valor de aporte colectivo, originado a partir del proyecto de Le Corbusier de 1950”. En: Cien años de arquitectura en Colombia. XVII Bienal de Arquitectura 2000. (Bogotá, SCA 2000), p. 139.

[7] Marta D’Alessandro, “Plan director de Bogotá: estudio y propuesta de densidades”, en: Dearq 15 (Bogotá, Universidad de los Andes, Dic. 2014), pp. 250-259.

[8] La de Rogelio Salmona no se pone en duda. Pero la calidad espacial del CUAN, de sus jardines y apartamentos, con la austeridad del manejo de recursos, es una respuesta que fue más adecuada a la realidad económica del promotor. Recordemos que, por lo menos en tres ocasiones la solvencia del BCH quedó bastante frágil, tras llevar a cabo proyectos de vivienda de Salmona.

[9] Ver gratis en línea en: http://dearq.uniandes.edu.co/

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La metrópoli moderna: un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales

Fig 1. El modelo urbano de la Regla de las 7V de Le Corbusier (1948)
Fig 2. El modelo urbano de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer (ca.1940)

Por motivo de la conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de Le Corbusier, este año se han programado numerosas actividades en su honor alrededor del mundo. Como no podía faltar, también sus detractores le han agasajado a su modo, con algún tipo de crítica, especialmente con el resurgimiento del consabido pero falso refrán que reza “Le Corbusier fue un buen arquitecto pero un mal urbanista”.

Es más que discutible que el urbanismo de Le Corbusier fuera “sordo a toda idea de armonía de respeto con el pasado” como ha afirmado hace poco Giancarlo Puppo. Tampoco es cierto que en su Plan Piloto para Bogotá, basado en la Regla de las 7V, “desapareciera la calle con su mezcla de funciones y actividad permanente”[1], o que la propuesta los “habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda”, como ha manifestado hace unos días el arquitecto Willy Drews.

Basta examinar brevemente el modelo de la Regla de las 7V para hallar la profunda identidad que mantiene con respecto a la ciudad tradicional; es más, y esto hay que subrayarlo: la estructura formal de la ciudad tradicional es la unidad modular básica con la que se construye el modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Tomemos como ejemplo de ciudad tradicional al París del reinado de Philippe Auguste. Tenemos una ciudad medieval característica: una franja natural alargada (el río Sena); una antigua calle que cruzaba perpendicularmente el río (la Rue Saint-Denis o Grand Rue); una muralla –la muralla de Philippe Auguste– que delimitaba la ciudad y que estaba abierta a lo largo del río y de la calle principal; y una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encontraban en los cuatro cuadrantes que resultaban del cruce entre el río y la calle principal.

Ahora fijémonos en el esquema del sector del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

V7: franja natural alargada, generalmente un parque lineal o un río como en las propuestas de Chandigarh, Meaux y Bogotá;
V4: calle colectora comercial que atraviesa el sector en el sentido perpendicular a la franja verde;
V3 y V2: entramado de vías arteriales y semiexpresas que, debido a la circulación de vehículos a velocidades considerables, delimitan el sector (V3 y V2 equivalen a las murallas de la ciudad tradicional);
V5 y V6: una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encuentran en los cuatro cuadrantes que resultan del cruce del parque lineal -V7- y la calle principal -V4.

Correspondencias entre París del siglo XIII y la regla de las 7V

esquema Paris

 

 

 

 

 

 

Fig 3. Esquema de París en el siglo XIII y del sector de la Regla de las 7V
Fuente: Elaboración propia

Elemento urbano París S. XIII Regla de las 7V
Eje verde longitudinal El río Sena. El río discurre longitudinalmente por la ciudad y se extiende más allá de sus límites hacia el territorio. V7. Franja verde que alimenta en toda su longitud al sector y se extiende más allá de sus límites hacia los sectores vecinos.
Calle principal comercial La Grand Rue / Rue Saint Denis. La más antigua de París. Es la única calle que atraviesa la ciudad y cruza el río Sena. V4. Calle comercial del sector. La “calle viva por excelencia”. Se extiende, perpendicular a la V7, hacia los sectores colindantes.
Límites del sector urbano Murallas de Philippe Auguste. Son los límites de la ciudad. Es posible traspasarlas a lo largo del Sena o de la Grand Rue. V3. Vías arteriales y expresas que delimitan el sector. Únicamente es posible atravesarlas a lo largo de la V7 o la V4.

El sector de la Regla de las 7V es análogo al plano de París en el siglo XIII, pero “mejorado”. La distancia del centro de la ciudad (la Île de la Cité) a las puertas de las murallas, a lo largo de la Rue Saint Denis, era de aproximadamente 1 kilómetro en la ciudad medieval. En su esquema, Le Corbusier reduce la distancia del centro al borde del sector, a lo largo de la V4, a 400 metros, equivalente a la distancia máxima de recorrido peatonal. Las “murallas” del sector, las V3, donde los vehículos circulan a una velocidad considerable, toman la forma de un rectángulo áureo (800 x 1200 metros). Los sectores forman una retícula ortogonal de vías que permiten el desarrollo sucesivo de la ciudad en etapas. En su interior se desarrolla un conglomerado urbano completo, con variedad de formas de uso y de ocupación, con suficientes áreas verdes y equipamientos, donde “el peatón es el amo” y los niños pueden ir a la escuela por vías alejadas de la presencia de los vehículos motorizados.

Construir la metrópoli moderna a partir del teselado regular de pequeñas “ciudades tradicionales” fue otra idea apreciable del maestro de la arquitectura moderna. Y no, en ella no hay nada que temer con respecto a la destrucción de la ciudad, la aniquilación de la calle o la deshumanización del hábitat. ¿Por qué cuesta tanto reconocer que Le Corbusier hizo una gran contribución a la arquitectura y al urbanismo?

Ocurre con frecuencia que se juzga el aporte al urbanismo de Le Corbusier o de Ludwig Hilberseimer –los dos planificadores más importantes del Movimiento Moderno– con base en sus primeros planteamientos y nunca en consideración de sus modelos teóricos definitivos. Quienes sentenciaron y sentencian aún hoy en día el fracaso del proyecto de la ciudad moderna: Jane Jacobs, Lewis Mumford, James Howard Kunstler, entre otros, cometen lo que en psicología cognitiva se conoce como falacia de hechos aislados[2] debido a que sus evidencias se reducen siempre al Plan Voisin, a la Carta de Atenas, al modelo de la Ville Contemporaine, al modelo de la Ville Radieuse, a las imágenes de la Ciudad Vertical o a cualquier otro asunto relacionado con los primeros postulados urbanísticos de la modernidad –aquellos de las décadas de 1920 y 1930– y no consideran nunca las propuestas teóricas posteriores, desarrolladas entre 1940 y finales de la década de 1950. ¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?

Todo gran emprendimiento, especialmente uno de la importancia y complejidad que tuvo el imaginar la manera de hacer mejor nuestras ciudades, exige un gran esfuerzo y se debe esperar mucho tiempo antes de comenzar a ver los primeros resultados concluyentes. Es posible que durante el proceso se obtengan productos parciales en forma de teorías, modelos y planes, incluso de realizaciones a manera de experimentos (Brasilia por ejemplo), sin embargo no se debe confundir estos ensayos con la consumación definitiva del proyecto, peor aun con la posibilidad de su fracaso. Un juicio justo sobre el éxito o el fracaso del proyecto debería incluir el análisis de las únicas realizaciones basadas en los modelo definitivos de la ciudad moderna: Lafayette Park, producto del modelo de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer y realizado junto a Mies van der Rohe y Alfred Caldwell; y la ciudad de Chandigarh, producto de la aplicación del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Que este año se festeje la memoria de Le Corbusier por todos sus aportes: el ingenio detrás del Modulor y del Plan Libre, sus obras maestras como la Capilla de Ronchamp o el Palacio de la Asamblea; y por supuesto, también por sus importantes aunque desestimadas contribuciones al urbanismo.

“¡Arrêtons de diffamer Le Corbusier, icône audacieuse qui mérite notre salut!”

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[1] Le Corbusier no rechaza, no olvida, ni “hace desaparecer” la calle tradicional. Al contrario, él mismo define la V4 de su modelo teórico como la calle donde “tiene lugar la vida familiar y de las personas; aquí la calle viva por excelencia, la calle, la Calle Mayor de las tradiciones (…) Éstas han penetrado casi siempre en el interior de las ciudades. Se las llama ‘Main Street’ o ‘Broadway’ o ‘Grand Rue’ (…) Es su recorrido donde están los servicios de la vida cotidiana: los alimentos (el mercado, el tendero, el carnicero, el panadero, etc.); el entretenimiento (…); las distracciones (el cine, las bibliotecas, las salas de conferencia, los cafés, etcétera”. Le Corbusier. Œuvre complète 1946-1952, p. 92.

[2] La falacia de hechos aislados es un sesgo cognitivo que afecta la formación de creencias y la objetividad de la investigación científica. Un sesgo o prejuicio cognitivo es una alteración del pensamiento difícil de eliminar y que lleva a un juicio impreciso o a una interpretación ilógica del objeto de estudio.

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GS_Nancy

A veces toca… responderle a Willy Drews[1]

Si alguna vez me pierdo, no me busquen en Bogotá.
Josep Quetglas

Le Corbusier tuvo grandes rivales, algunos de los cuales aún nos hacen honor con su presencia; los otros están muertos. Pero nadie mas ha manifestado con tanta fuerza la revolución arquitectónica, ya que nadie más ha sido tan larga y pacientemente insultado.
André Malraux

Willy Drews tiene razón está muy mal visto hablar mal del difunto. Me recuerda a André Bretón, quien propuso ir a las paradas de libreros junto al Sena para vaciar de libros algunos de los cajones, y meter ahí el cadáver de Anatole France y tirarlo al río: “hay que evitar que, muerto, ese cuerpo siga sacando polvo”, titulaba Aragón su escrito: “Ha abofeteado usted alguna vez un cadáver”… Pero Willy Drews no es André Breton (un surrealista), ni Le Corbusier es Anatole France (“un cadáver”, según los propios surrealistas).

Willy Drews, Germán Téllez y muchos otros –el número aumenta entre los arquitectos y profesores colombianos–, de seguro son de los que rezan para que el muerto de Le Corbusier no siga sacando polvo, sobre todo en las universidades bogotanas.[2] Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería, que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo, que siga bien enterradito en Roquebrune – Cap-Martin y que de ahí no se despierte, solo faltaría ir a aliviarse sobre su tumba para que no levante ni pizca de polvo, o como recientemente han hecho algunos descerebrados, ir a Ronchamp a romper los vitrales de la iglesia, para desquitarse de todos los males que ha producido y provocado semejante “diablo de hombre”.[3]

Posiciones como éstas me recuerdan la de aquél profesor –de cuyo nombre no quiero acordarme– que prohibió la lectura de Karl Marx, no fuera a suceder que alguno de sus estudiantes se volviera comunista…. Prohibir a Marx o a Le Corbusier, sería tanto como prohibir a Nietzsche en una facultad de filosofía, aunque –en un país tan retrogrado como el nuestro– ciertas facultades, periodistas y políticos siguen prohibiendo autores,[4] en vez de tratar de comprenderlos en su real dimensión.

Supongo que para algunos profesores locales sí conviene hablar de Louis Kahn, Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto, pues esos sí son los buenos del paseo y de seguro buenos urbanistas. La discusión en Colombia está tan sesgada que aún hoy se sigue dividiendo –vía Zevi– a los arquitectos modernos: Aalto y Wright como los organicistas buenos; y Le Corbusier y Mies van der Rohe como los racionalistas malos; y trasladada al país del Sagrado Corazón: Cuéllar Serrano & Gómez y Obregón & Valenzuela son los malos, y Fernando Martínez y Rogelio Salmona son los buenos. Los que hacen rectas y cubos son racionalistas que hay que condenar y los que se arriesgan con diagonales y curvas sinuosas son organicistas que hay que alabar. Vaya simplificación y lectura miope de la arquitectura. Refleja la misma polarización que vive el país, incapaz de comprender –como dirían los propios surrealistas– que pueden haber prácticas artísticas en donde la razón y el sentimiento actúen simultáneamente.[5] Polarización que no hace más que perpetuar la posición ochocentista que pretendía separar la razón de la imaginación.[6]

Dice Willy Drews en su “perspicaz diatriba”[7] contra Le Corbusier que lo que hizo su propuesta

[…] fue arrasar con las viviendas actuales y remplazarlas por cajetillas de cigarrillos de 15 o más pisos alineadas en riguroso orden militar, y separar funciones como lo exigía el CIAM: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular. Desaparecía la calle —espacio público por excelencia— con su mezcla de funciones y actividad permanente, y —como lo demostraría       posteriormente Jane Jacobs— generadora de cafés que se rebelan y se salen del local para recibir al transeúnte que quiere ver y que lo vean, sería reemplazada por desoladas extensiones de prado separadas por vías que aíslan una actividad de otra. La vivienda en altura se proponía en términos de salud y no como generadora de relaciones sociales […]

Primero, el Plan Regulador nunca se hizo, por tanto no arrasó nada –y menos viviendas actuales–, fue una utopía, se quedo así, en un plan. Eso es tanto como condenar a alguien que no mató a nadie (suele pasar en Colombia: realismo mágico).[8] Segundo, el Centro Histórico de Bogotá ya ha sido en gran parte reemplazado por construcciones modernas, no precisamente hechas por Le Corbusier. Él proponía rescatar nueve manzanas que llamaba arqueológicas. Tercero, es un error la opinión generalizada de apoyarse en los modelos de la Ville Contemporaine y la Ville Radieuse y que desconoce el Plan de las 7V, el modelo de ciudad tradicional, implícito en las propuestas de Bogotá y Chandigarh.

Así que no entiendo la queja ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy?

Si al menos le hubiésemos hecho caso al urbanista suizo en proteger las escorrentías de los ríos y los humedades, en crear parques lineales o proteger al peatón del asecho de los automóviles, bien lo tendríamos. La invivible ciudad que tenemos hoy en día, la hemos hecho nosotros, sin el apoyo de Le Corbusier.[9] Para consuelo de algunos, ahí están las casitas coloniales, pero –como Atila–, la ciudad sí ha pasado por encima de su propia geografía, arrasándola.[10] Pronto ya no veremos los cerros.

Más adelante, Drews continua con su diatriba:

Lo que nadie se ha atrevido a decir es que la pobreza y la falta de voluntad política no permitieron desarrollar el ambicioso plan, y nos salvaron de una verdadera catástrofe que nos habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda.

Se equivoca. Muchos sí se han atrevido, empezando por German Samper, Rogelio Salmona,[11] o Pierre Francastel,[12] y críticas serias a Le Corbusier ha habido numerosas, las de Robin Evans, Colin Rowe y Fred Koetter, Josep Crosas y Françoise Choay y menos rigurosa la de Jane Jacobs,[13] e irónica la de Koolhaas; o Bruno Zevi que fijó una posición paradójica.[14]

Pero está claro que la de Willy Drews no es una crítica, es una simple opinión y como ha dicho el escritor, genio y poeta Fernando Pessoa: “una opinión es una grosería, así sea sincera”. Creo realmente en la sinceridad de Willy Drews.[15] Pero atención, una cosa es una descalificación a un personaje (como la que acabo de hacer –intencionadamente– en la frase anterior), otra una mitificación de Le Corbusier (la hay en nuestro medio), y otra muy distinta, análisis serios y atentos del Plan Regulador (no hay muchos).

¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por su puesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Le Corbusier recibió cientos de críticas e insultos a lo largo de toda su vida y los sigue recibiendo de muerto –ya lo dijo Malraux–; fue el precio que pagó por querer trasformar el mundo y traspasar los limites regionales. De hecho, aquí estamos polemizando con dos expertos locales sobre el tema, que quieren liquidarlo –con sus cuentos– de una vez por todas.[16]

Pero atención, no confundamos el periodismo con la crítica. La crítica al Plan para señalar tanto sus aciertos, sus circunstancias, sus fallos, su actualidad, su repercusión, sus contradicciones, está por hacerse. Paradójicamente y a mi entender, quien mejor ha señalado las intenciones del Plan, no ha sido un colombiano, sino el arquitecto catalán Carlos Martí Arís.[17]

Pero es curiosa la argumentación de Drews, habla de un proyecto que no se llevó a cabo, y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Que ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? ¿Acaso es un augur? ¿Qué tal que le hubiera quedado mejor que la que tenemos? De hecho, Le Corbusier proponía que el Plan se hiciese en un periodo de más de medio siglo, lo cual no hubiera significado la destrucción –de un tacazo– de la ciudad (del pueblo) que existía, sino su transformación ¿Entonces de cuál destrucción habla? ¿la del 9 de abril? Según Drews, los políticos de turno, nos salvaron de la “no-ciudad”. ¿Es que acaso, la ciudad que tenemos es una “sí-ciudad”, que da ejemplo al mundo? ¿Ejemplo de qué? De violencia urbana tal vez…

“Catástrofe” es la que vivimos actualmente. Urbanamente Bogotá no es París, ni Berlín, ni Barcelona, ni Chandigarh, ni tan siquiera Brasilia.[18] De lo que no nos hemos salvado es de la ciudad alienada y segregada que tenemos, moldeada precisamente por todos los políticos de turno desde 1947. Pero para Drews, vamos a tener que darle las gracias a esos políticos (muchos de ellos, los verdaderos saqueadores de los dineros públicos), pues nos salvaron la vida al impedir el Plan.

Pero también puede ser que el párrafo de Drews encierre otro significado. Ese significado probablemente se encuentre en la negación de cualquier forma de utopía, “la no-ciudad, que él llama”.[19]

Probablemente Willy Drews y sus colegas vean con sospecha y desconfianza que un arquitecto-urbanista haya podido imaginar un modelo de ciudad,[20] que no sea literalmente la del tejido urbano preexistente, la manzana consolidada, abierta a la calle, perforada de patios, de calles pintorescas, resultante de la parcelación.[21] ¿Será que Willy Drews aún cree que solo con casas coloniales, calles de siete metros, manzanas de tamaño mediano y andenes de setenta centímetros,[22] se podía solventar la migración y el empuje de la ciudad hacia la metrópolis?

Por lo que sé, y según me contó recientemente Eduardo Samper de su visita a la India, en Chandigarh, a Le Corbusier, la ciudad no le quedó tan mal Según Samper sus habitantes viven tranquilamente y no son atropellados por los automóviles, pues la mayoría de ellos montan en bicicleta rodeados de árboles, libres del tráfico acelerado.[23] Y él mismo Eduardo se preguntaba sorprendido a su regreso, ¿será que nosotros los bogotanos no conocemos, ni vislumbramos otro modelo de ciudad?

En la “Arquitectura de los cognoscentes” de su libro La Gaya ciencia, imaginando un modelo de espacio anticlerical,[24] Nietzsche escribió en el invierno de 1881, “que se necesita de una vez la visión proyectiva de lo que ante todo falta a nuestras grandes ciudades”: “lugares silenciosos, amplios y dilatados para reflexionar”, lugares que den a “entender la elevación de la reflexión y el apartamiento”, lugares abiertos donde el hombre pueda pasear y meditar sobre sí mismo.[25] No dejo de pensar en los proyectos y propuestas urbanas de Le Corbusier cuando leo a Nietzsche.[26] Personalmente prefiero caminar entre prados, que estar encerrado en los conjuntos privados y enrejados que han propiciado ciertos arquitectos y urbanistas en Bogotá.

Es probable que con nostalgia colonial y republicana, algunos de nuestros más prestigiosos historiadores y arquitectos teman ver y entender otra forma espacial. Es decir, la aparición de la trasformación topológica del espacio urbano producto de la arquitectura moderna, como lo vislumbró el agudo Colin Rowe.[27] Pero lo más grave es que, con la misma nostalgia, se le achaque a esa trasformación todos los males –habidos y por haber– de la ciudad actual, como lo insinúa Drews.

Carlos Martí Arís:

Es frecuente encontrar entre las corrientes urbanísticas ligadas al ideario posmoderno un estado de opinión que tiende a atribuir todos los males de la ciudad contemporánea a la supuesta condición anti-urbana de la arquitectura moderna, como si las obras de arquitectura por el simple hecho de responder a criterios de forma característicos de la modernidad contuvieran el germen de un pecado original, que inevitablemente tuviera que acabar destruyendo las cualidades específicas de los urbano […] lo que resulta dudoso es que el cambio impuesto por estas condiciones de forma (edificios como piezas aisladas y espacio libre como vacío continuo) conduzca inevitablemente al deterioro y a la negación de cualidades y de los valores de los propiamente urbano […] En realidad lo que hacen los urbanistas modernos es reconocer el carácter ineluctable de ese proceso; tratar de comprender sus causas y trabajar a partir de datos, del mismo modo que la arquitectura moderna toma como datos que no cabe discutir la existencia de nuevos materiales o el posible empleo de sistemas constructivos alternativos a la construcción muraria. Desde este punto de vista, tiene poco sentido lamentarse por la perdida de hegemonía del sistema murario en la arquitectura moderna como de la perdida de continuidad del tejido edificatorio en la ciudad contemporánea.[28]

Así que los posmodernos no deberían lamentarse tanto por la perdida del tejido urbano existente ante el arribo del espacio vacío del urbanismo moderno,[29] como no nos estamos lamentando cada mañana por la aparición del Barroco frente al Renacimiento, o del Renacimiento frente al Gótico.[30] Lo inevitable, dijo aforísticamente Mies van der Rohe, sucede pese a todo.

De hecho, Germán Samper –quien en su juventud seguía los viajes de su maestro– en una ocasión visitó y dibujó el centro de la ciudad de Nancy y descubrió que allí, a través de una “sucesión magistral de espacios”, los habitantes pasaban cotidianamente de una experiencia medieval, a una barroca y luego a una renacentista, y nadie que yo sepa, se ha lamentado por ello. Todo lo contrario, alegra semejante experiencia episódica, narrativa, del paso –como por una máquina real del tiempo– de un espacio de un época determinada al espacio de otra, caminando en un corto instante hacia el pasado o hacia el futuro ¿No es eso lo que buscan los físicos y los astrónomos? Que vayan a Nancy, y que de paso lleven a algunos arquitectos locales para que puedan percibir lo que significa transitar de un estado temporal a otro sin añoranza pero con emoción.

Sumado a esto, también sería emocionante pasar en un momento presente, por ejemplo, a través de una calle angosta y una hermosa plaza de tradición española recintada, que nos vincula con el cielo y con nuestros antepasados, para luego toparse de golpe con una gran explanada abierta, vacía, indecible, donde se eleva un edificio en el centro acústico de su espacio (no en el geométrico),[31] abierto al horizonte, y que nos instala en sintonía con el medio natural que nos rodea, y que, en su silencio, nos hace meditar –como aventuraba Nietszche– ¿sobre nuestro propio destino?

Probablemente de lo que algunos sufren no es de nostalgia del centro tejido y sólido, sino de miedo al espacio vacío y continuo. Agorafobia. Miedo al “pasear por nosotros”, como diría Nieztsche, miedo a encontrase consigo mismo en espacios abiertos –sin consuelo divino–; o quizás miedo a otras formas de organización del territorio y de ocupación del espacio y de la propia vida. ¿O es que algunos todavía creen que, en el tejido edificado como sólido continuo están ya fijadas –de una vez y para siempre– todas las claves para solventar el empuje de la ciudad y la trasformación de la vida? Negar otras formas de aproximación al territorio, es negar la propia imaginación humana, la creación.

Pero no vaya ser que en Bogotá no tengamos –ni un espacio, ni el otro– y que se esté cumpliendo la sentencia de Le Corbusier cuando vislumbró que su Plan no se llevaría a cabo. Profetizó: “Bogotá seguirá pateando en su miserable destino”.[32]

Sé que es políticamente incorrecto en nuestro medio –mojigato y pasivo– entablar controversia con personajes prestigiosos, especialmente si están vivos. Pero a veces toca… pues como dice el refrán: hay que temerle más a los vivos que a los muertos.

Pero tal parece que éste muerto de Corbu, sí seguirá sacando polvo… aunque algunos no lo crean y otros no lo quieran.[33]

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[1] No acostumbro a escribir en este tono, pero está inspirado en el tono con el que Willy Drews y Germán Téllez escriben contra Le Corbusier, a pesar de todo, no logre imitarlos.

[2] Paradójicamente no es así en otros países y universidades, en ellos se estudia a Le Corbusier tranquilamente por su obra, por sus planteamientos, por la actualidad de su pensamiento. Sin el trauma que al parecer produce aquí en la Escuelas y en el gremio de arquitectos. “Foco de corbusianitis aguda”, las llama Germán Téllez –en sentido peyorativo y como si fuera una lepra o un virus que hay que exterminar–, por el hecho de que dos profesores de la Universidad de los Andes hablen de Le Corbusier. Yo de Germán Téllez revisaría mejor de qué Arquitecto se habla realmente en los Andes. Ahora bien, si dos o tres profesores hablan de Le Corbusier (me incluyo), pues que el resto de la amplia planta docente hable de otros arquitectos, no le veo el problema, tiene solución, se puede imponer en el Plan de Estudios.

[3] Opiniones sobre su vínculo con el fascismo o artículos de opinión sin sustento, generan este tipo de barbaridades, además de lograr la repulsión de los estudiantes por la obra del arquitecto.

[4] O quemando libros como el Señor Procurador.

[5] “Creo en una resolución futura de esos dos estados que son el sueño y la realidad, en una forma de realidad absoluta, de sobre-realidad, si se puede llamar así”. André Breton, Œuvres complètes I, París, Gallimard, 1988, p. 319.

[6] O la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. O la ingenua y reductora definición de que era un racionalista y un funcionalista: “Son hueras así las controversias entre quienes, periódicamente, van denunciando un Le Corbusier maquinista, funcionalista, disciplinado, y quienes van descubriendo sorprendidos un Le Corbusier poético y formal: la obra de Le Corbusier siempre ha tratado del tránsito indefinidamente reiniciado entre uno y otro estado, negando la oposición ochocentista, tan occidental y burguesa, entre razón e imaginación, a favor de una síntesis fundida entre ambas”. Josep Quetglas, Les heures claires. Proyecto y arquitectura en la villa Savoye de Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Sant Cugat del Valles, Barcelona, Massilia, 2008, p.16.”

[7] Así califica Germán Téllez el escrito de Willy Drews.

[8] “En la editorial de la revista Proa de septiembre de 1955 se habla ya sin tapujos del ‘fracaso del Plan regulador de Bogotá’. Como señala el editorialista, las cosas han ido por otro camino: la extensión de la ciudad se ha revelado mayor que la prevista, el Centro Cívico se ha desplazado, las industrias tienden a ubicarse en las zonas más rentables para las empresas, las grandes avenidas se construyeron con otros criterios. En una palabra, las indicaciones del Plan Piloto se han incumplido, no se han realizado. Lo que, según la maliciosa expresión del editorialista, equivale a decir que le Plan ha fracasado. Curiosa argumentación ésta que permite afirmar que un proyecto no se ha llevado a cabo y a la vez hablar de su fracaso, o sea, achacarle la responsabilidad de lo sucedido”. Carlos Martí Arís, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, La cimbra y el arco, Barcelona, Fundación Caja de Arquitectos, 2005, p. 77.

[9] A diferencia de Drews y Téllez, Carlos Martí rescata del Plan; primero: “restituir las relaciones de acuerdo y sintonía entre la forma de la ciudad y su base geográfica”; segundo: “propiciar la presencia de parques lineales que penetren en el tejido urbano creando una red continua vinculada a los espacios naturales”; tercero: “reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones y dando relieve adecuado al tráfico rodado”; cuarto: “repensar la cuestión del nuevo centro urbano y su relación con los principales lugares públicos tradicionales de la ciudad”. Para Martí está claro que estos siguen siendo hoy, en buena medida, los problemas cruciales de la ciudad. Ibídem, p. 78. Para Drews ¿no?

[10] Los planteamientos de Le Corbusier sobre la protección del marco geográfico de Bogotá se adelantan en muchos años a la preocupación ecológica que ha ido creciendo en todas partes del mundo.

[11] La crítica de Salmona al Plan es más entendible en tanto él mismo lo estaba dibujado, además estaba aleccionado por la fuertes críticas de Francastel contra Le Corbusier.

[12] Francastel ataca ferozmente a Le Corbusier, pero en un apartado de uno de sus libros dice: “¿Quién fue el autor del trágico error? El ingeniero. ¿Quién viene a reparar esos desórdenes? El constructor. Me sorprendo a mí mismo escribiendo como Le Corbusier, pues hasta tal punto es irritante y fascinante ese diablo de hombre”. “La interpretación racionalista”, Arte y técnica en los siglos XIX y XX, Valencia, Fomento de cultura, 1961, p. 48.

[13] Si personajes de la talla de Borges, Alejo Carpentier, Walter Benjamin, Max Raphael, Paul Valery, John Berger o Orhan Pamuk fijaron su atención en Le Corbusier, es porque de seguro hay algo consistente en sus ideas y en su obra. Confío en ellos para hacerme un juicio crítico más certero sobre el arquitecto, que en la endeble y periodística crítica bogotana. Para ver una crítica a la crítica romántica de Jane Jacobs léase, Maurice Besset, “Le Corbusier 1945-1965”, La Torre, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, Nº 52, enero-abril de 1966, p. 147.

[14] Véase una defensa de Zevi en: “El coloquio de Le Corbusier con la historia”, Ibídem, pp. 167-180.

[15] Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. ¿O será que ya revisó los numerosas borradores del Plan Regulador y leyó todos las cartas y pormenores del encargo? Le recuerdo que para tener un compresión seria de un proyecto o para analizar o descalificar una obra o a un arquitecto, es conveniente revisar los dibujos de proceso y sus circunstancias, y no únicamente quedarse con el plano final, en él solo se verá: “cajetillas de cigarrillos”.

[16] Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. De hecho, no lo están para Cohen, Quetglas, Oyarsún, Frampton, Monteys, Colomina o Wigley. ¿A quién le creo? ¿Quiénes son los desactualizados?

[17] Carlos Martí, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, opus. cit., pp. 73-78.

[18] Bogotá tiene unos fragmentos de sorprendente calidad arquitectónica y de adecuada solución a escala urbana intermedia, pero en su conjunto es un verdadero desastre. Pregunten a cualquiera en la calle.

[19] Según Eduardo Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces para qué sirve la utopía?”, para eso sirve, para caminar…”

[20] Un modelo de ciudad que no sale de la nada, ni que cae del cielo –como creen algunos–, sino que es resultado de la revisión sistemática que Le Corbusier realizó de las ciudades europeas desde los diecisiete años. Ahora bien, si quieren ver una crítica aguda –no romántica, ni prejuiciada- al modelo de ciudad planteado por Le Corbusier pueden leer: Josep Crosas, “Le Corbusier y las razones del deporte”, Massilia, 2004. Annuaire d’etudes corbuseennes, Barcelona, pp. 106-111.

[21] Que Drews no ha estudiado concienzudamente el Plan queda claro, pues no se ha dado cuenta que, lo que justamente hace Le Corbusier, es reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones.

[22] La generosidad de una ciudad se mide en el tamaño de sus andenes. Me parece que lo dijo Félix de Azua.

[23] ¿Les doy cifras de muertes por atropello de carros que hay diariamente en Bogotá?

[24] Probablemente similar al ambiente monacal y servil que existió a comienzos y mediados del siglo XX en Bogotá, y que se sigue respirando desde la colonia.

[25] Párrafo número 280 de Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia).

[26] En su juventud Le Corbusier fue un atento lector de Nietzsche. En su biblioteca personal se encuentran: Ainsi parlait Zarathoustra y Saint Janvier, suivi de quelques aphorismes. Para los que consideran que era un ignorante iletrado léase: Le Corbusier et le livre, Barcelona, Massilia. Associació d’idees, 2005.

[27] Carlos Martí resume así la argumentación de Colin Rowe: “a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y de manera irreversible, la matriz urbana experimenta una radical transformación, en la que se pasa de un tejido edificado que actúa como sólido continuo, donde los espacios libres aparecen como figuras recortadas en una masa moldeable, a una construcción basada en objetos aislados y convexos que generan un vacío continuo, en el que el espacio libre deja de tener una forma precisa y se convierte en el fondo de una trama, mientas que el papel de figura recae ahora en los edificios que se presentan como piezas aisladas.” Carlos Martí, opus. cit., p. 74.

[28] Ibídem, pp. 73 y 74

[29] Muchos de las mejores fragmentos urbanos de la ciudad de Bogotá son modernos. Son testigos de un proyecto no concluido, inacabado.

[30] Para entender la emocionante transición entre un momento histórico y otro y sus circunstancias, léase: Renacimiento y Barroco, de Heinrich Wölfflin o Principios fundamentales del historia de la Arquitectura de Paul Frankl.

[31] “Le Corbusier remarked that when you find the acoustic centre of a building or a piazza, the point at which all sounds within the given space can best be heard, you have also found the point at which a piece of sculpture should be placed. All architecture worthy of the name pleads to be condensed in this way”. John Berger. Art and revolution, New York, Pantheon Books, p. 71.

[32] ¿No es acaso –en el mar de ese destino– en el que se encuentra chapoteando el señor Alcalde?

[33] Por mi parte, –y a pesar de las prohibiciones de la opinión especializada– seguiré escribiendo sobre Le Corbusier, y seguiré estudiándolo, y seguiré enseñando con él y con todos los maestros de la arquitectura, desde Fidias pasando por Miguel Ángel hasta llegar a Álvaro Siza Viera.

* Dibujo de Germán Samper de la ciudad de Nancy.

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Muchas más pirámides y algo de misterio

Antes de entrar en el tema específico, sugiero a los colegas, o a quien lea esta nota, que no sienta que estoy pontificando. Es más, la inquietud de Willy Drews ha sido oportuna para que me volviera a poner al día con las noticias. Pero conviene también que nos pongamos de acuerdo acerca de qué entendemos por una pirámide, porque hay confusiones de geometría que han llevado a definiciones de este tipo: este cono es una pirámide. Este cerro es una pirámide. ¿A qué le decimos pirámide? A la de Cuicuilco que es un cono truncado, a una escalonada y por fin a una escalonada circular o peor aún, a una escalonada y lobulada.

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Choya 68. Dibujo del autor.

Lleguemos a un arreglo: digamos que en la arqueología de América, todo cuerpo de base mayor que su cúspide es “una pirámide”. Las habrá de base cuadrada o rectangular, circular, poligonal o de cualquier otra figura. Su desarrollo podrá ser lineal (como las egipcias) o fragmentado como la Teotihuacana del Sol o de la Luna en México y muchas otras. Las hay en Perú, Argentina, Paraguay, Brasil y también en Colombia, porque sí las hay en Colombia y a ustedes transfiero la tarea que investiguen y me informen.

De aquí en más, entraremos en lo que yo sé, porque estudié el área de Argentina. Y para el resto América, me baso en información de segunda y tercera mano. Pero de buenas manos. Confiables.

En el noroeste de Argentina se concentra la mayor parte de las expresiones artísticas, aunque no son tantas las que han sobrevivido. De las obras construidas, las de ingeniería fueron destruidas por los conquistadores con la premisa de que sin agua no hay cultivos y por lo tanto no hay vida. Destruyeron los diques, reservorios de agua y andenes de cultivo en la medida que pudieron. No pudieron con todos. Algunos monumentos quedaron, varios centros ceremoniales, que con frecuencia se ubicaban en la cima de «un montículo” o una plataforma, ahora disimulados por la vegetación, por la erosión o el agregado de tierra debido a los vientos y las lluvias.

Uno de los primeros ubicados por Rex González es el de Shincal, adjuntamos fotografía y dibujo del conjunto. De la pirámide propiamente dichas se ve excavada la escalinata que lleva a la plataforma ceremonial.

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Shincal. Imagen tomada de TripAdvisor.

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Dibujo del sitio de Shincal. Tomado de Raffino, R. (1991).

El mismo estudioso realizó los primeros sondeos en un sitio del Ambato, llamado por los lugareños “El altar de los Indios” que resultó ser el conjunto que se ve en la siguiente figura, en la que muestra claramente la plataforma ceremonial que al fin es otra pirámide trunca. Es notable la persistencia de la tradición oral ya que el título que le daban los lugareños corresponde exactamente a lo que estuvo oculto durante más de mil años.

Pero si vamos más atrás, en los pueblos de la ladera sur del Aconquija, en los primeros años de la era cristiana, en una serie de poblados, se encuentran plataformas ceremoniales donde se encontraron figuras de piedra. La intención de sitio ceremonial es indudable debido al tipo de figuras allí presentes.

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Estrella de piedra de colores. Tomado de De La Fuente (1973).

Tenemos por fin una cantidad indefinida de pirámides escalonadas y lobuladas, como una flor, que van rotando en cada nivel-escalón. Se ha podido excavar una (Choya 68), trabajo realizado por Rex González, José Togo y Martha Baldini. Según me relató el Dr. Rex Gonzalez hay muchas más en esa zona.

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Montículo de Choya 68. Imagen tomada de A. Rex Gonzalez (1999).

Termino esta pequeña reseña diciendo que, contrariamente a lo que se creía hasta hace pocos años, las pirámides americanas son también sepulcros. Se han encontrado entierros por lo menos en las de México, Guatemala, Honduras, Perú y Argentina. Pero de las pirámides de Paraguay, Bolivia, Ecuador y Colombia no tengo aún datos precisos, de modo que, a quienes lean esta nota preliminar, les queda la tarea de investigar con los Centros de Estudio que correspondan y averiguar cómo son estas pirámides y si han encontrado entierros en ellas.

Como dato complementario, la que hasta hace 20 años era la única pirámide con entierro, la «del Principe de Palenque» en la ciudad homónima, tiene ahora una compañera, la Reina Roja. Es decir una segunda tumba, de una “princesa” totalmente pintada con cinabrio… Les recomiendo Internet para enterarse y verla, es una belleza. La tumba, por la princesa no doy fe.

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Transmilenio ciclista peatón

Movilidad y compatibilidad

Peatón 1: ¿Usted cómo hizo para cruzar la calle?

Peatón 2: Yo nací de este lado

Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo mueren anualmente en accidentes de tránsito 1.3 millones de personas. Una de las principales causas de muerte, y uno de los problemas más difícil de resolver en la movilidad urbana, es el de la incompatibilidad de los diferentes medios de transporte, es decir, la inconveniencia de compartir un mismo espacio o carril. Intuitivamente entendemos el problema pero normalmente no lo evaluamos en forma cuantitativa.

Dos medios de transporte son incompatibles por alguna de estas tres razones: por una diferencia grande en velocidad, por una diferencia grande en energía cinética, o por una diferencia grande en vulnerabilidad.

La energía cinética, repasando el bachillerato, es aquella que posee un cuerpo debido a su movimiento y que en caso de colisión es transmitida al otro cuerpo. Para calcularla utilizaremos la conocida formula E = ½ M V2, atribuida a Einstein, aunque algunos aseguran que ya Leibniz en el siglo XVII y Bernoulli en el XVIII la habían planteado –donde M es la masa del objeto y V2 su velocidad al cuadrado–. Esta fórmula es aplicable a velocidades por debajo de la de la luz, que es nuestro caso, aunque algunos buses y motos nos hagan dudar.

Asumiendo que el transporte masivo tiene por necesidad su espacio independiente, analizaremos cinco medios de transporte, desde el bus urbano hasta el menospreciado peatón, pasando por el automóvil, la motocicleta y la bicicleta, estimando para cada uno de ellos un peso, una velocidad y una vulnerabilidad, como aparecen en la tabla adjunta que resume los resultados del análisis.

movilidad

Partiendo del supuesto –arbitrario– de que la diferencia de velocidad entre dos vehículos compatibles no debe ser mayor a una vez y media, vemos que desde el punto de vista de la velocidad el bus, el automóvil y la motocicleta podrían compartir un mismo espacio, no así la motocicleta con la bicicleta ni esta con el peatón.

La energía cinética es el factor más importante en la posibilidad y conveniencia de compartir espacios. Vemos en la tabla que la diferencia entre un bus urbano y un peatón es de más de 7.000 veces. Es fácil deducir quien sale más perjudicado en caso de una colisión entre ambos. También vemos que la diferencia en energía cinética entre uno y otro vehículo es tan grande que justificaría carriles independientes para cada uno. Sin embargo, como esto en la práctica no es posible, nos toca aceptar que compartan espacio aquellos vehículos cuya diferencia de energía sea menor a cien veces –de nuevo medida arbitraria–, como sucede actualmente. Es decir, buses, automóviles y motocicletas. De todas maneras, la vía compartida por buses y motos representa un peligro constante, pues la energía cinética de los primeros es cien veces mayor que la de las segundas. Bicicletas y peatones no deberían compartir espacio –como sucede en algunas vías de Bogotá– dada la fragilidad del vehículo.

En el reino animal existen tres grupos de seres vivos, según su estructura ósea: los de exoesqueleto o invertebrados (langostas, caracoles, cucarrones), los de endoesqueleto o vertebrados (aves, mamíferos, reptiles y peces) y los que no tienen esqueleto (babosas, planarias). Los menos vulnerables son los que tienen exoesqueleto y los más vulnerables los que no tienen esqueleto.

Esta clasificación puede extrapolarse a los vehículos urbanos, donde los menos vulnerables –con exoesqueleto– son los buses y automóviles, y los más vulnerables –con endoesqueleto– son motocicletas, bicicletas y peatones. O mejor dicho: motociclistas, ciclistas y peatones, cuyo chasís son los huesos y su carrocería la piel. Afortunadamente, no existen vehículos equivalentes a las babosas.

Esta vulnerabilidad puede comprobarse con las cifras de muertos en accidentes de tránsito en once meses del año 2014 en Bogotá: 534 víctimas de las cuales el 54% fueron peatones, el 24% motociclistas, el 10% ciclistas y 12% entre conductores y pasajeros de automóviles y buses. Si aceptamos que existe una proporcionalidad inversa entre la energía cinética y la vulnerabilidad, podríamos utilizar estos porcentajes como un índice de vulnerabilidad y repartir proporcionalmente los pasajeros y conductores muertos en automóviles en 10% y en buses en 2%.

La mayoría de los accidentes se debieron a que un vehículo invadió el carril de otro, y el resultado de la colisión fue el resultado de la energía cinética, velocidad y vulnerabilidad de los vehículos involucrados. Otros factores que aumentan la accidentalidad son el número de vehículos por área de vía, y la imprudencia de los más vulnerables al cruzar los carriles de los menos vulnerables. En resumen: de ser posible, los buses urbanos deberían tener carriles exclusivos. De no ser posible –y conscientes del riesgo que esto conlleva–, compartir el espacio con automóviles y motos. Bicicletas necesitan su propia ciclo ruta y peatones su andén independiente.

El aumento de la movilidad y la disminución de la morbilidad dependen, entonces, de un espacio suficiente para los distintos vehículos, un diseño vial adecuado, un volumen de tráfico acorde con la capacidad vial, una buena señalización, campañas de educación para los diferentes usuarios, el respeto por los demás y… buena suerte.

* Imagen tomada de Aire Nuevo para Bogotá.

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Biennale Venezia

La Biennale di Venezia: entre el ego y la banalidad

La Biennale di Venezia ha tenido, desde su inicio, momentos memorables y, sin duda, el de mayor trascendencia fue en 1980, cuando en su primera versión internacional, bajo la dirección de Paolo Portoghesi, se exhibió la Strada Novíssima, donde los paladines del posmodernismo historicista presentaron una obra que ilustraba muy bien su propuesta estilística y que dejaba ver, de manera implícita, su refrescante planteamiento urbano. Esta visión tuvo amplia repercusión en el medio arquitectónico, prestándose para ser fértil campo de discusión de los planteamientos del posmodernismo historicista.

Posiblemente el protagonismo que lograron los participantes de esta bienal, sea la causa de la venida a menos del evento: La Biennale dejó de ser un lugar para la discusión de ideas para convertirse en sala de exposición de egos, y de estos, en su variedad talla XXL: las arquiestrellas.

Rem Koolhaas, como curador de la decimocuarta Biennale di Venezia, ha dado el paso que se veía venir, ante los excesos de las arquiestrellas y su ineludible decadencia nacida del agotamiento natural que hace parte de cualquier proceso de consumismo: en este caso, el de de imágenes arquitectónicas. Ahora Koolhaas nos anuncia el fin del arquiestrellato. ¿Y esto cómo? ¡Si Koolhaas posiblemente sea su más notorio progenitor!

Koolhaas ha definido esta bienal “como instrumento de investigación, más que como exposición” y la la organizado en tres partes:

Absorbing Modernity: una muestra de sesenta países, a los cuales se invitó a enfocarse en mostrar elementos relevantes de la absorción de la modernidad en su entorno local.
Monditalia:  “un smorgasbord de danza, cine y arquitectura en Italia”, con esta descripción de Charles Jencks no hace falta imaginarse su contenido.
Fundamentals: su propia y central exhibición-instalación, considerada la más trascendental; delegada a diversos equipos de arquitectos de variado origen, en esta exhibición se descompone y clasifica –de manera anatómica– 15 partes que forman los edificios. Y digo edificios, en vez de decir arquitectura, porque la arquitectura se comprende de muchísimas más cosas que lo que pretende esta catalogación de elementos técnicos y, sin duda, este reduccionismo provocador es claramente intencionado, al que algunas voces la han calificado de banal.

Fundamentals, foto: AR

Fundamentals. Foto: AR

Esto es fácil de concluir, si uno contempla su pieza más importante y argumento central: el cielo raso lleno de instalaciones técnicas colgado debajo de la bella bóveda del pabellón central, bajo el slogan de “beauty versus reality”: un argumento visual sobreactuado, una dramatización con instalaciones falsas y un cielo raso colocado deliberadamente lo más bajo posible, una argumentación banal, carente de metodología académica, que muestra el patrón de comportamiento usual en Koolhaas, como lo anota Charles Jencks en su entrevista a Koolhaas: “Si me lo permites decir, a veces los investigadores, historiadores y académicos piensan que eres más un periodista que un pensador serio. Así que parte de tu trabajo es descalificado por ser superficial, porque dices estas cosas increíblemente retadoras que son simplemente falsas  pero hechas para marcar un punto que sea probablemente cierto”.

Koolhaas pretende, provocador insigne, construir un contemporáneo y nuevo código de arquitectura, a lo Vitruvio, a lo Alberti; sin embargo, esta exhibición, un reduccionismo centrado exclusivamente en lo técnico, carente de los supra órdenes comprendidos en los códices clásicos, realmente termina siendo algo más parecido a una feria industrial, a una exhibición de productos de construcción.

Peter Eisenman, en entrevista de Dezeen declara: “Él es la arquiestrella y ahora es el curador-estrella. Ha matado a todos los arquiestrellas y ahora él va a ser el único curador estrella”. Inmediatamente se nos viene a la mente la imagen de la pintura de Goya Saturno devorando a su hijo; los arquiestrellas han sido despojados de su deidad y han sido replegados a diseñar picaportes en una puerta intrascendente en la bienal.

Francisco de  Goya Saturno devorando a su_hijo 1819-1823

Francisco de Goya. Saturno devorando a su hijo (1819-1822)

Y si bien Saturno-Koolhaas anuncia su propio fin, quien le creyera, lo que realmente anuncia es el fin de su rol de arquiestrella ya que, para poder existir como deidad única, es necesario que el Parnaso de los arquiestrellas, su creación, sea cosa del pasado. Koolhas presenta esta bienal como “El fin de mi carrera, el fin de mi hegemonía, el fin de mi mitología, el fin de todo, el fin de la arquitectura” y ”porque no tenemos arquitectos (en la Biennale) y tenemos performance, tenemos cine, tenemos video, tenemos de todo menos arquitectura”. Claramente, los expositores de la Biennale de Venezia de arquitectura han hecho esto: de todo, menos arquitectura.

Lo realmente importante para registrar en esta bienal es la formalización de algo que ya venía sucediendo en los últimos años: la apropiación de técnicas provenientes de la plástica y del cine: resulta evidente cómo los arquitectos se han dado cuenta de la rentabilidad y la figuración mediática que deviene de la utilización de las formas de producción del arte contemporáneo; consecuentemente, se las han apropiado y esta bienal, tal vez, sea uno de los mejores ejemplos de este proceso.

De este transvaso de estrategias, resultan ser las de mayor acogida, las del arte político, inmensamente provechoso en últimas décadas, cuyo mecanismo simple consiste en hacer rentable para el artista la denuncia social, mientras quienes son utilizados en el montaje “artístico” no perciben ninguna clase de beneficio, y suelen continuar en su miseria. Y para entender este proceso, simplemente hay que recordar a los ganadores del León de Oro al mejor proyecto de la pasada bienalUrban-Think Tank con la Torre de David (quienes aparentemente militan en la arquitectura política) y ver cómo es de rentable, no solo en lo económico sino en lo académico, el hacernos “reflexionar”, mediante estrategias traídas del arte, sobre la miseria humana.

Este año vale la pena ver la foto del ganador del León de Plata en la categoría de investigación en Monditalia: Andrés Jaque, quien por su gesto de celebración con trofeo, me recuerda a un ciclista ganador de etapa de Tour o a piloto de la F1; mostrando no solo la importancia de ego en las premiaciones de arquitectura, sino también el circo en que las exhibiciones de arquitectura se han convertido.

Andres Jaque recibiendo el León de Plata, foto: El País

Andres Jaque recibiendo el León de Plata. Foto: El País

Andrés Jaque ha dado un significativo paso adelante, ya que después de una escasa y cuestionable práctica arquitectónica y tener un coqueteo con la teoría de la arquitectura política, vía Guy Debord y Guatari-Deleuze, se ha convertido en el epítome de un nuevo género: el arquitecto-artista político diletante.

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