Archivo de la categoría: crítica

ESPACIO PÚBLICO a la romana

Abril 5 – 2106

En Bogotá tenemos una ambigüedad con el espacio público, explicable a partir de dos realidades: la política de “recuperación” de espacio público de la administración y la “norma” que define el artículo 239 del Decreto 190 de 2004.

Espacio público recreativo es el que muestra especial simpatía por caminantes, ciclistas y consumidores de amenidades, sumada a una cautelosa antipatía por los usuarios de «el vehículo privado». Se trata del espacio que la administración de la ciudad está tratando de “recuperar” a través de acciones bienintencionadas como expulsar de los andenes a los vendedores ambulantes y limpiar las paredes grafiteadas; hacerle la vida difícil a los carros y promover el transporte en bus y en bicicleta; construir más parques y ciclorrutas; y promover los espacios de uso mixto, ideales para la socialización. Este conjunto de acciones para defender el espacio público coincide con lo que Michael Sorkin llama despectivamente urbanismo de capuchino. Lo cual no significa que tal espacio sea un error sino que el espacio público no se puede reducir al espacio memorable y a la felicidad peatonal. Sigue leyendo

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Imagen tomada de http://valdivialternativa.blogspot.com.co/2011/09/los-malabares-y-sus-beneficios.html

SABANA pobre de BOGOTÁ

Abril 4 – 2106

Con la planeación de la Sabana de Bogotá como una región sin fronteras hay tres bandos de opinión: resignados, provincianos y metropolitanos.

– Los resignados, convencidos de la necesidad de planear la Sabana como un territorio, pero más convencidos de la imposibilidad de hacerlo porque «ahí hay muchos intereses”.
– Los provincianos, convencidos de que “llegó la hora de frenar el crecimiento de Bogotá” y de que es “urgente planificar un desarrollo menos centralizado y más equilibrado entre Bogotá y el resto del país”.
– Los metropolitanos, convencidos de que las ciudades grandes son una realidad y que planear es cuestión de método. Y que si hoy en la Sabana de Bogotá vivimos aproximadamente 10 millones, a los empellones, podríamos vivir 15 o 20 millones, de manera racional. Sigue leyendo

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Pobre METRO

Marzo 31 – 2106

Es un hecho que los bogotanos estamos polarizados con el metro, pero no entre los que odian a Gustavo Petro y los que odian a Enrique Peñalosa, sino entre quienes creen en el alcalde y los que creemos en el metro. O entre los que al oír la palabra metro vemos el fantasma de TransMilenio y los que, al oír la misma palabra, fantasean con una ciudad con un metro, por lo menos como el de Medellín. O entre los que ven en el alcalde un experto mundial en urbanismo, y aceptan que “por algo será que lleva quince años dando conferencias por todo el mundo”, y los que vemos en él un vendedor de ungüentos urbanísticos. O entre los que consideran que es un líder político nato, preparado como nadie para salvar a Bogotá, y los que consideramos que ojalá estuviera gerenciando una firma constructora y no de gobernador de Bogotá. Sigue leyendo

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Vigilantes del espacio público

Enero 28 – 2016

Vigilantes

La planeación urbana como institición, en Colombia, permite a los alcaldes planear y construir la ciudad, contraviniendo el principio democrático del balance de pesos y contrapesos que busca separar legisladores, ejecutores y jueces. La misma institucionalidad de la planeación que contribuye a que planear y ejecutar se conjuguen en una sola persona, contribuye también a complicar la separación de competencias entre políticos y técnicos. Es un hecho que, en últimas, las decisiones las toman los gobernantes, pero esto se da dentro de un rango de cuatro posibilidades para la acción: a) hay gobernantes que sólo toman decisiones técnicas, sin importar el origen de las ideas; b) hay técnicos que al volverse gobernantes toman decisiones que con frecuencia sacrifican la técnica; c) hay gobernantes que toman decisiones políticas sin fundamento técnico; y por último, lo que estamos reviviendo en Bogotá, d) hay gobernantes que se asesoran de especialistas para llevar a cabo sus ideas, pero si algún especialista no está de acuerdo con el sueño del gobernante, se va del equipo.

Respecto al juego en equipo –y contra la amnesia– recordemos que durante la primera alcaldía de Enrique Peñalosa se hizo el primer POT para Bogotá y que éste quedó a medias, en parte por una objeción del mismo alcalde respecto a la reserva Thomas van der Hammen. Como gobernante aceptó que hubiera una junta provisional para decidir sobre urbanizar o conservar la reserva, y aceptó que incorporaría al POT la decisión que un Panel de expertos le diera al estudio. Pero al día siguiente del sí por parte del Panel, demandó la decisión. Aunque esto equivaldría en fútbol a coger el balón con la mano, en planeación las reglas son otras. Así como en el código de Hammurabi «si un hombre superior le rompe el hueso a otro hombre, que le rompan el hueso», las reglas eran otras. En la lógica del análisis del lenguaje, se trata de diferentes «juegos de lenguaje».

Si las reglas del juego urbanístico fueran otras, sería de esperar que el último acto de gobierno de un alcalde saliente fuera dejar la casa en orden, y que el primer compromiso del nuevo gobernante fuera pasar el plumero por última vez, poner las fotos de la familia en el escritorio y empezar a trabajar. Sin embargo, con la reciente llegada de Peñalosa a la alcaldía de Bogotá revivimos una versión del eterno retorno en la cual la última acción del alcalde saliente consiste en dejar contratado lo que pueda, y la primera acción del alcalde entrante consiste en deshacer lo que pueda. Si las reglas se pudieran cambiar –que siempre se puede– las grandes decisiones de planeación pasarían por un proceso más democrático que el actual. En un artículo anterior sugerí que el legado de Peñalosa podría ser una “institución” que corrigiera este problema de unos sueños en conflicto que acabamos padeciendo todos, unos más que otros. Ahora, continúo con la idea: la institución sería una Junta de Planeación para la sabana de Bogotá, con un diseño institucional similar al de la Junta del Banco de la República.

La Junta del Banco es reconocida por varias cualidades: continuidad operativa, independencia política, competencia técnica e injerencia en el futuro de la economía nacional. Además, hay casi un consenso nacional –e internacional– respecto a que tales características –continuidad, independencia, competencia e injerencia– son una virtud que la protege contra la presión coyuntural de políticos y empresarios. En consecuencia, una Junta de planeación para la sabana podría tener unas características generales análogas a las de la Junta del banco: continuidad operativa, independencia política, competencia técnica e injerencia en el futuro del espacio habitable de la sabana de Bogotá.

Las ideas de la Junta provendrían tanto de sus miembros como de lo que propusieran agremiaciones, universidades, público en general y políticos, especialmente los diferentes candidatos en campaña a la alcaldía. Su función, en términos generales, coordinar, controlar y tomar las decisiones rectoras de planeación en cinco frentes espaciales:
– Conservación y mejoramiento del espacio público existente.
– Generación del nuevo espacio público.
– Dotación de equipamientos urbanos y su relación con el espacio público.
– Delimitación y conservación del espacio no urbanizable.
– Manejo coordinado del agua, la biodiversidad, la minería, la basura y la construcción.

Dentro de una lógica interdisciplinar y en debate con una lógica disciplinar, sería preferible que la Junta estuviera conformada por un conjunto diverso de especialistas en temas relacionados con la construcción del espacio habitable, cada uno con un voto. Representantes de disciplinas ajenas al diseño y la construcción como biología, sociología, derecho, economía y antropología, junto a representantes de las disciplinas del diseño y la construcción como ingeniería, urbanismo, conservación patrimonial y arquitectura; junto a los principales políticos encargados de la ejecución de planes como el gobernador de Cundinamarca, los alcaldes entrante y saliente de Bogotá; y un ministro como el de vivienda. Y junto al director de la CAR, como la única institución actual con sentido y visión de futuro no-provinciano.

La apuesta por una composición tan heterogénea sería arriesgada y podría terminar en un Frankenstein. Menos arriesgada, sin embargo, que la apuesta cuatrienal de seguir otorgando a un soñador, por voto popular, el título de doctor honoris causa en urbanismo. Así, el último graduado podría estar llevando a cabo algunas de sus ideas de un modo más consecuente con una democracia del siglo XXI que con el código de Hammurabi.

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Era Peñalosa

Enero 13 – 2106

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Monoriel en Darling Harbour (Australia).

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Monoriel Chiba (Japón).

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Metro elevado y estación Rashidiya en Dubái.

metro elevado 6

Metro elevado Robert-Daum-Platz (Alemania).

Hace cuatro años, al comenzar el período del alcalde Gustavo Petro, escribí un artículo equivalente a este en el que tuve la cautela de preguntar si estábamos entrando en una Era Petro. Era de esperar que Petro no pudiera llevar a cabo su sueño urbanístico, considerando que como candidato había demostrado una capacidad a toda prueba para fastidiar al establecimiento. Obstinado en un urbanismo “social”, trató de instaurar algunas ideas como centro expandido, alta densidad y uso mixto, que consistían en traer pobres al centro, densificar a través de alturas libres en lotes individuales y forzar la mezcla de actividades.

Aunque todas están en proceso de derogación, en el haber de Petro quedará una mejoría notable en la calidad del aire urbano por cuenta de la chatarrización de busetas. Para los que esperábamos que Bogotá entrara a la Era del metro, a Petro sólo le alcanzó el tiempo para unos nuevos estudios y para el trazado de una nueva línea prioritaria. Ahora, con Enrique Peñalosa como Alcalde, con la culminación y el fortalecimiento de Transmilenio, la Era metro seguirá como una añoranza.

La historia del no-metro ya es una saga. Hace poco leí una noticia de 1948 sobre un metro para Bogotá, que venía abriéndose camino desde 1942. Su autor se burlaba de los huecos que destruirían innecesariamente la ciudad y consideraba el tranvía que llegaba a Chapinero como tecnología de punta. Mi primera memoria sobre el tema es posterior a esta queja en más de treinta años, calculo que en 1982, cuando estaba en la universidad y el alcalde Hernando Durán Dussán andaba promoviendo el metro y su línea prioritaria. Después de otras tres décadas en las que el tema metro y el subtema línea prioritaria reaparecieron y se desvanecieron un par de veces, parecía que el 2016 por fin marcaba el comienzo de la Era metro. Sin embargo, en su discurso de posesión del primero de enero, el nuevo Alcalde aclaró lo que en campaña había sido motivo de reserva: que tendremos “el mejor sistema de transporte del mundo en desarrollo”, lo cual no es lo mismo que tener el mejor sistema de metro, o siquiera un buen sistema de metro. El mejor sistema será Transmilenio, apoyado por una línea de metro en la avenida Caracas.

Los que pensaron que Bogotá por fin tendría un metro fueron víctimas del cálculo de campaña y de amnesia. La promesa de campaña de la línea prioritaria –no un metro– continúa en la agenda como un gran titular, junto a la vieja noticia que será una línea prioritaria interruptus y a la nueva noticia que ya no desaparecerá en la calle 100 sino en la 80. La amnesia tiene dos fases: la primera viene de la alcaldía 1998-2000, cuando Peñalosa prometió que todos los problemas los resolvería Transmilenio, sin metro; la segunda viene de la elección 2008-2012, en la que el hoy rector de la “Bogotá que soñamos” perdió la elección contra Samuel Moreno, oponiéndose al metro con pasión.

Imaginarse un sistema de metro tras la aceptación de una línea prioritaria hasta la 80, es oír con el deseo. También es oír con el deseo que Peñalosa tiene alguna intención de conservar la zona van der Hammen cuando dice “hay que conservarla”. Para comprobarlo, basta acudir a los videos de cualquier entrevista y notar cómo cada vez que aparecía el tema de la reserva, Peñalosa hacía una pausa, tomaba aire, bajaba la voz y a manera de inciso decía: “que hay que conservarla”, para luego retomar el entusiasmo y continuar hablando de lo que fuera, entre otros de la imposibilidad de preservar la zona van der Hammen como una reserva ambiental, porque es “propiedad privada”, porque «cuesta demasiado comprarla» y porque es una «escombrera».

La oportunista construcción inminente de la primera línea como la oportunista conservación de la van der Hammen son política electoral. Sin embargo, es probable que estemos ante una situación en la que lo mejor es enemigo de lo bueno y que pensar en un sistema de metro sea una quimera económica. No obstante, economía y finanzas se prestan para todo lo viable y lo inviable, pues está claro que un metro cuesta una barbaridad y que enterrarlo valdría muchísimo más que elevarlo. También está claro que perder unos estudios costosísimos, hechos para algo eventualmente mal concebido, no es perder sino ahorrar. Lo que no está claro es cuánto costaría un metro-mal-hecho y menos cuál sería el costo futuro de un no-metro, y tampoco está claro si este desconocimiento económico deberíamos contabilizarlo como una virtud o una estupidez. En cualquier caso, la inminencia del paso de un metro elevado por la avenida Caracas implica una inmensa transformación para el espacio urbano de una de las vías más importantes y emblemáticas de la ciudad.

Como inconforme con la oferta que tenemos por delante, propongo considerar un doble cambio de prioridades: uno para la avenida Caracas y otro para un eventual sistema de metro.

Línea Caracas

Dando por hecho que los 50 kilómetros de la avenida Caracas y su prolongación como Autopista norte constituyen el espacio más importante de la ciudad en términos de transporte, una línea de metro debería ir entre Usme y La Caro, no entre Banderas y la 80. Al partir en dos la Caracas con un metro, no se está pensando en la avenida sino en el metro, y al suspender el metro no se está pensando en el metro sino en Transmilenio. Dicho de otro modo, si el sistema principal es Transmilenio y el metro es un apoyo, habría una duplicación en la parte compartida; pero si el metro fuera el sistema principal y la línea fuera Usme-La Caro, la línea actual de Transmilenio entre Usme y la 170, sería redundante. Aceptar esta última conclusión sería muy duro por cuanto lo que se ha invertido en construir y reparar esta «primera línea» de Transmilenio, se perdería. En efecto, se perdería, como se perdió la troncal de los paraderos de concreto y los chuzos en el separador; y como se perdió la alameda diseñada por Karl Brunner en 1933. Pero si pensamos en el futuro, probablemente se perderá más si no se hace.

Si de servicios prioritarios se tratara, el atolladero de Usme y Ciudad Bolívar es tan severo y urgente como el de Bosa y Ciudad Kennedy. Además, el norte de Bogotá va más allá del Portal de la 170 e incluso del Club de Colsubsidio, en la calle 245.

Espacialmente el trayecto Usme-La Caro tendría dos tramos claramente diferenciados: el de la Autopista, entre La Caro y Los Héroes –relativamente “fácil”– y el de la Caracas, Usme-Héroes, que podría deteriorar el espacio urbano, todavía más de lo que está. Así, para que el tramo “difícil” fuera aceptable como espacio urbano, el metro tendría que ocupar un separador-parque-lineal, con un ancho mínimo de 20 metros, de manera que a lado y lado de la estructura para el tren hubiera por lo menos una línea continua de árboles.

El shock urbano de un metro exterior es enorme. Por eso requiere un tipo de tren de bajo impacto como la estructura de columna sencilla en Y y el monorriel colgado. Esto contra una estructura de columna en T y de tren apoyado. Evidentemente, si el impacto espacial es importante, la estructura de doble columna carece de sentido

Además, como el perfil de la Caracas de la 80 hacia el sur es suficiente, habría que aumentarlo. Para esto se requiere un gran proyecto de renovación urbana que «afecte» las manzanas a lado y lado, de manera que no se repitan casos como los de la calle 26, la calle 80 y la reciente calle 45, entre las carreras 7 y 13. Así, el perfil se puede ampliar y la manzana se convierte en una oportunidad para la renovación «lineal» de la ciudad a partir de la creación de una gran avenida urbana, que serviría de modelo para muchas otras.

Sistema Bogotá

Aun si la línea Caracas se hiciera completa y con las características anteriores, una línea no es un sistema. Para que hubiera sistema sería necesario combinar sistemas rápidos y lentos. El sistema rápido podría ser “puro”, si lo cubriera el metro, o podría ser “mixto” si lo cubrieran conjuntamente el sistema rápido-metro y el sistema de lento-buses de carril exclusivo. El sistema rápido tendría necesariamente que cubrir toda la ciudad, como una telaraña, generando sectores o cuadrantes, con paradas cada 1,5 a 2,5 kilómetros, dejando la movilidad interna dentro de cada sector para los sistemas lentos: buses, taxis y bicicletas.

Siguiendo una lógica reticular, el sistema necesitaría líneas norte-sur y líneas oriente-occidente. Si la primera línea norte-sur fuera la Usme-La Caro, la última línea norte-sur vendría a ser la línea Soacha-Chía, bordeando el parque lineal del río Bogotá. Las líneas oriente-occidente seguirían el mismo principio, cuadriculando el sistema entre Usme-Soacha y Chía-La Caro.

Las estaciones definirían los sectores, al interior de las cuales la gente se movería por medio de sistemas complementarios que cubrirían las distancias cortas. Así, llegar desde Usme o Engativá al centro o llegar de Suba a Kennedy, debería sumar aproximadamente lo mismo, en la medida que cada persona podría tomar un bus, caminar o pedalear, hasta la estación de partida; después, un metro-rápido hasta la estación de llegada; y desde ahí, un nuevo medio de transporte lento para llegar al destino.

Por dónde empezar la construcción sería un tema técnico. Tendría que olvidarse de la lógica de lo inmediato y lo cuatrienal para privilegiar una lógica del plan general y del nuevo espacio urbano, a largo plazo. En este sentido, los usos y límites del nuevo espacio urbano tendrían que planearse e incentivarse como parte de un proyecto de renovación urbana, de manera que metro, equipamientos, calidad y límites del espacio hicieran parte del Plan-Metro. De no ser así, el gran proyecto quedaría a medias, como sucedió con otros grandes proyectos como el Parque Tercer Milenio y la Alameda el Porvenir, dos antimodelos por excelencia de lo que pasa cuando los límites del espacio urbano no son parte del proyecto y ocurre lo que Jane Jacobs anticipó hace más de cincuenta años: que los todos los espacios urbanos que cometieran el error de olvidarse de los bordes nacerían muertos.

En fin,
…podría pasarnos que a pesar de las circunstancias, los compromisos y los sueños individuales, la alcaldía actual lograra concertar un Plan, en grande y con el metro como prioridad y punto de partida. Un Plan que nos llevara al mítico 2050 con la sorpresa de un “increíble pero cierto”. Para ello se requeriría que el Alcalde cambie y considere que su legado no está en terminar Transmilenio, construir un metro inútil, aumentar los kilómetros de ciclorruta, construir la ALO, convertir el río Bogotá en el Támesis y acabar con la zona van der Hammen.

El legado,
…no sería un Plan sino una institución que sustituya al actual aparato multicéfalo que planea la ciudad. El Plan sería producto de la nueva institución, no de uno u otro individuo. La institución sería una entidad autónoma, que no dependería del Alcalde, ni del Gobernador, ni del Presidente, ni de la CAR, ni de ninguna otra institución existente, y mucho menos de un individuo. Una institución de la cual el Alcalde de turno sería un miembro más y el exalcalde otro. Una institución capaz de planear y exigir, entre otras, la construcción de un sistema de sistemas de transporte, a partir de la visión concertada por un grupo de personas, que deciden como Junta, para beneficio de un territorio y de los diez o veinte millones de personas que vivirán entre Villapinzón y el salto del Tequendama.

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Del buldócer y otros mal-entendidos con el Centro Cívico para Bogotá

Al reclamar el uso inapropiado de las ideas de Le Corbusier, pregunta José Miguel Mantilla que si “¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?”. Por supuesto que es injusto juzgar a alguien por sus ideas en borrador, cuando las finales están a disposición. No obstante, tratándose del Plan Piloto para Bogotá, es igualmente injusto atribuirle a Le Corbusier ideas que no tuvo, como que el Centro Cívico es un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales.

El Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá nada tiene de “pequeña ciudad tradicional”; ni en los sectores de vivienda ni el sector del Centro Cívico. Es positivo que el Plan partiera de consideraciones relacionadas con la estructura hidrológica y los cerros de la Sabana, y que incorporara el Capitolio, la Catedral y la iglesia de Santa Clara a la nueva plaza de Bolívar. También habrían sido hechos positivos la nueva carrera séptima, las 5Vs, las zonas verdes abiertas y las manzanas y edificios arqueológicos. Con este Plan seguramente nos hubiera ido mejor que con el urbanismo tipo avestruz que nos rige desde entonces y del cual surgió la necesidad de un Plan y su puesta en práctica, además, nos hubiera liberado del arribismo de los rascacielos neoyorkinos que Le Corbusier tanto detestaba. Pero que el Centro Cívico del Plan Piloto carece de un “teselado regular” relacionado con “la pequeña ciudad tradicional” y que el plan general para Bogotá parte de la idea de la tábula semirasa, no requiere grandes análisis. Está a la vista sobre los planos, como un caso más a través del cual Le Corbusier vio la oportunidad para reemplazar lo que representaba un pasado pintoresco pero disfuncional –sucio, incómodo, oscuro, congestionado e insalubre– para dar paso a lo que hoy llamamos una utopía.

Si nos atenemos al Plan Piloto, también este es un borrador y también sería falaz juzgarlo como proyecto final. Se suponía que José L. Sert y Paul L. Wiener, a través de su firma Town Planning Associates (TPA), desarrollarían el Plan Directeur, o Plan Piloto, para convertirlo en Plan Regulateur, o Plan Regulador. El Piloto daría unos lineamientos y el Regulador les daría viabilidad; ese era el contrato. El producto de TPA, en cambio, fue un nuevo proyecto que reclamaba responder a dos grandes objeciones: una, la de los promotores respecto a las áreas de expansión, y otra, la de los gobernantes respecto a la dificultad de comprar los predios necesarios para convertir la vieja Bogotá en el Centro Cívico de la nueva Bogotá.

Plan Piloto Bogotá

Al revisar la correspondencia entre Le Corbusier y TPA, el cambio del Plan Piloto al Plan Regulador resulta un fracaso anunciado. El ir y venir de cartas entre Nueva York y París muestra que antes de la entrega, TPA intentó persuadir a Le Corbusier para “no dibujar” los edificios para vivienda del Centro Cívico, sugiriendo que se limitara a indicar los usos. Muestra también el interés de Le Corbusier por hacerse cargo del Centro Cívico y esperaba que TPA se encargara de apalancar el contrato. Como se sabe, las cosas no salieron bien y lo que debió ser un paso inicial tenemos que verlo por lo que quedó, como un proyecto de diseño urbano con dos niveles de desarrollo: uno para las áreas a incorporar con un bajo compromiso formal y otro para el área a reemplazar con un alto compromiso formal.

En el Centro Cívico hay un claro dominio visual por parte de tres tipos de «barra»: unas tipo unidad de habitación (Unité d´habitation); otras tipo edificio en rediente (á redent), quebradas, en ángulo recto y también para vivienda ; y otras de mayor altura, también aisladas, para los edificios gubernamentales de la Plaza de Bolívar. Estos tres tipos de edificio son tan esenciales para la propuesta espacial del nuevo centro, que Le Corbusier no podía sino desatender el llamado a «no dibujar» los edificios. Tenía la oportunidad de aplicar su síntesis urbanístico-arquitectónica de los últimos treinta años, y eso hizo, a través de los tipos de edificio mediante los cuales había encontrado cómo superar la manzana tradicional y el espacio urbano que consideraba inapropiado para los nuevos tiempos: la calle corredor.

Es probable que Le Corbusier no prestara atención a sus consultores porque esperaba que estos lo respaldaran en su intención de realizar el Centro Cívico. También es probable que Wiener y Sert se hayan sentido presionados por las circunstancias y ello los llevara a abandonar su compromiso. El hecho es que el Plan Regulador no fue un desarrollo del Plan Piloto y que, más allá del “ajuste a las circunstancias locales” reclamado por TPA, la sustitución tipológica de unidades de habitación (Unités) y viviendas en rediente por manzanas de patio y unidades vecinales (Neighborhood Units) es una operación que sustituye unos tipos arquitectónicos por otros de signo contrario. Unos y otros –barras y manzana-patio– son edificios tan opuestos que el plan de TPA constituye un puntillazo ante el cual es de suponer que Le Corbusier sintió una gran decepción y una profunda rabia. En últimas, como ya es casi ley, la plata de esos “estudios” también se perdió. No obstante, tenemos un registro de las ideas que nos permite, por lo menos, el intento de evacuar algunos malentendidos relacionados con las concepciones e intenciones de Le Corbusier.

En Bogotá, el primero de estos eventuales malentendidos surge al valorar el uso del buldócer y cómo este se utiliza de una u otra forma: positivamente para conservar unas cuantas piezas selectas que enriquecen el nuevo Centro Cívico y negativamente para destruir la mayor parte del Centro Histórico. Visto con generosidad, la conservación de las manzanas y edificios singulares –iglesias en su mayoría– aparece como una muestra de respeto por el pasado y una refutación al principio de la tábula rasa. Para los que vemos el camino arqueológico como la sustitución de un espacio urbano por otro, guardando algunos recuerdos, es un intento por negar la fidelidad de Le Corbusier a un espíritu de la época según el cual “la metrópoli moderna” se montaba sobre un terreno baldío o sobre los escombros de la ciudad anterior, con los predios debidamente comprados o expropiados por parte de las autoridades. Si bien esta fidelidad ante lo moderno no convierte a Le Corbusier en un Calígula, un Haussmann o un Robert Moses bogotano, tampoco permite equipararlo con un conservacionista italiano de los años 1960. Conservar fragmentos arqueológicos puede hacer parte de la génesis de la conservación de centros históricos, pero entre uno y otro hay varios años de reflexión y mucho buldócer de por medio.

Como sucede con frecuencia, los malentendidos también alimentan las creencias o ideas que damos por indebatibles. Con Le Corbusier, hay varias que generan confusiones similares a las de la tábula rasa o no rasa. Una de las más “citadas” la generó él mismo a través de la Carta de Atenas como producto del CIAM 4, de 1933. La relación Carta-Congreso circula como un versículo, a pesar de que el documento original del CIAM de Atenas es un breve texto de cuatro páginas con unas declaraciones generales –»La carta de la planeación» (Constatations en francés)– que Le Corbusier amplía, comenta y publica en 1943, diez años después del evento. Con independencia de la eventual fidelidad del texto de Le Corbusier al contenido del documento original, la publicación que él titula La Charte d´Athenes no aclara en ningún momento que el texto es extraoficial y extemporáneo. Tampoco reconoce que un año antes, en 1942, Sert había publicado «¿Sobrevivirán nuestras ciudades?» (Can our Cities Survive?), efectuando la operación análoga de ampliar y comentar la Charter of Urbanism de 1933. A diferencia de Le Corbusier, Sert sí aclara la situación y sí publica el texto original, en un apéndice. Es difícil saber si hubo, o no, una “estrategia” por parte de Le Corbusier para hacer que su texto pareciera la versión oficial del CIAM. La confusión, sin embargo, continúa haciendo carrera.

Plan Piloto Bogotá

Otra creencia ampliamente difundida es que los cinco puntos de Hacia una arquitectura «sintetizan la arquitectura moderna”. La imprecisión aparece por lo general en el primer año de la carrera de arquitectura y, aunque debería desaparecer en el segundo, también acompaña el credo de algunos para toda la vida. Como principios, los cinco puntos se fueron desvaneciendo en la medida en que aparecieron variables como el clima, la orientación, los materiales, las tradiciones culturales y, por supuesto, otras arquitecturas. Como parte de la historia, los cinco puntos serían un buen ejemplo de “traspiés de los primeros ensayos”, o de unas ideas de juventud que explicaban la estética de unas casas experimentales de los años 1920. No obstante, aun si algún purista retorciera cada punto hasta el límite para establecer una continuidad de principios a lo largo de la carrera de Le Corbusier, sería imposible ampliar el intento a la arquitectura moderna en general, sin evaporar por inconsecuente la mayoría de la arquitectura moderna.
Puntos arquitectura moderna

Junto a las creencias sobre los cinco puntos y la Carta de Atenas, hay una que sobrepasa el malentendido y queda mejor, junto al buldócer, dentro de lo mal entendido: las viviendas cruciformes “lecorbusianas”.

El parecido formal de la planta en cruz hace olvidar que los rascacielos cruciformes de la Ciudad Contemporánea (1922) son para oficinas, que tienen 60 pisos y rondan los 200 metros de altura, y que el único modo de residencia que incluyen es el hotel.

Aun si las torres cruciformes del Plan Voisin (1925) fueron para vivienda, sú único uso en la Ciudad contemporánea es “trabajar”. Diez años después del Plan Voisin, todavía persisten en la Ciudad Radiante, en 1935, pero ahí mueren, tipológicamente hablando. A partir de este momento, todos los edificios corbusianos, incluidos los rascacielos para oficinas en la Plaza de Bolívar de Bogotá, son barras. De manera que si las viviendas son corbusianas, sus tipologías deberían ser: vivienda en rediente, inmueble villa o unidad de habitación; no torres cruciformes y menos manzanas-patio como las de TPA para Bogotá.

La versión achaparrada de torres cruciformes que apareció en Europa y Estados Unidos bajo la identificación de torres en el parque, no es atribuible a Le Corbusier; al menos si se considera que su edificio síntesis para vivienda –y que es el modelo para Bogotá– fueron los 18 pisos y 56 metros de altura de la Unité de Marsella.

Torres y viviendas cruciformes

En repetidas ocasiones he oído y leído a Germán Téllez identificando el mal-entendido con el Centro Cívico como una confusión entre “un bello exercise de style y un plan urbanístico”. Esto implica que el Centro Cívico del Plan Piloto para Bogotá puede ser una obra de arte y estar fundado en principios urbanísticos excepcionales, pero aun así no es un Plan para la re-urbanización del centro de la ciudad. Es probable que Wiener y Sert malentendieran su labor como perfeccionadores de los instrumentos urbanísticos que harían posible el diseño urbano del Centro Cívico. No obstante, el diseño urbano propuesto por TPA para el Centro Cívico de Bogotá es tan carente de mecanismos para hacerlo posible como el diseño urbano de Le Corbusier. Al parecer, todos se fiaron de que La Autoridad se encargaría de comprar o expropiar los miles de predios necesarios para el proyecto, apoyados en el principio urbanístico –tan inoperante como autoritario– según el cual el bien común prima sobre el bien particular.

Plan Piloto Bogotá

Un motivo por el que todo salió tan mal es porque los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez fueron sustituidos por el de Gustavo Rojas Pinilla y la creación del Distrito Especial de Bogotá, lo cual dejó sin bases el perímetro urbano de la ciudad planeada por Le Corbusier. Otro motivo pudo haber sido que los contrataron para planear el desarrollo urbano de una ciudad y propusieron diseñarla.

Sert parece haber entendido a posteriori la diferencia entre diseñar una ciudad y planearla poco después, en 1956, como gestor de la primera conferencia Urban Design de la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard (GSD). En su discurso de apertura definió el diseño urbano como “la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad”. La intención de Sert no era fundar una disciplina nueva y autónoma, sino abrir un nuevo espacio al interior de una disciplina existente. La definición implica que el diseño urbano debería ser un momento de la planeación y no necesariamente una disciplina autónoma. También lleva implícita una crítica, según la cual una actuación como la del Plan Piloto para Bogotá, perpetúa la confusión entre planear una ciudad y diseñarla.

Le Corbusier, por su parte, siempre tuvo una concepción del urbanismo ligada al diseño urbano. Lo reiteró en una de las dos conferencias que dio en Bogotá, en 1947, al definir el urbanismo como “la puesta en escena de volúmenes en el espacio […] que superaba la práctica de un realismo de dos dimensiones que se basaba en la operación de extensión de calles, hacia una de tres dimensiones que permite incorporar como nuevo factor la altura y pensar en términos volumétricos”.

En principio, la parte esencial de la definición de urbanismo como la puesta en escena de volúmenes en el espacio parecería coincidir con la de Sert para diseño urbano como la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad. Entre una y otra, a pesar de la apariencia, hay un abismo. Y para meternos por la grieta, retrocedamos a 1867, a la Teoría general de la urbanización de Cerdá.

Para Cerdá, urbanismo es un “Conjunto de conocimientos, principios, doctrinas y reglas, encaminadas a enseñar de qué manera debe estar ordenado todo agrupamiento de edificios”. En consecuencia, una buena idea urbanística pertenece al conjunto de “conocimientos, principios y doctrinas”. Su realización depende de algo que pertenece a otro conjunto: el de los “medios y reglas” para su ejecución.

En este sentido, el diseño urbano sintetiza lo que reclama la primera parte de la definición-Cerdá –conocimientos, principios y doctrinas– mientras la planeación urbana se ocuparía de la segunda -los medios y reglas- todo eso que con frecuencia resulta despreciable para algunos diseñadores, representado en los aspectos económicos, legales, operativos y políticos, tan caros al urbanismo, y sin los cuales una buena idea urbanística tiende a fracasar.

De vuelta al comienzo de este artículo: “es injusto atribuirle a cualquiera ideas que no tuvo”. De manera que si se trata de juzgar a Le Corbusier por ocuparse de las tres dimensiones de la forma física de la ciudad y por su forma de poner en escena unos volúmenes en el espacio bogotano, un aplauso. Si lo juzgamos por la planeación urbana, o por el urbanismo para el Centro Cívico de Bogotá, un lamento.