Archivo del Autor: Willy Drews

Posfarc

Todo parece indicar que el año que se acerca, SI NO aparece ninguna sorpresa grande –remember BREXIT, el NO, TRUMP…–, empezará el periodo que se ha dado por llamar el “posconflicto”. Este término solamente podrá aplicarse cuando se firmen con el ELN, EPL, PARAS y BACRIM acuerdos como el que se firmó este año –dos veces– con las Farc. Este período –que se debería llamar “posfarc”– se caracterizará por una disminución considerable de la guerra y el comienzo de la recuperación de un país que se levanta de sus cenizas después de más de medio siglo de angustia y muerte.

Esta guerra, además de sus numerosos muertos y más deudos, ha dejado municipios arrasados, pueblos abandonados del presupuesto y de la mano de dios, y poblaciones cuyo desarrollo se congeló y el éxodo convirtió su crecimiento en negativo. En teoría, una buena parte del dinero que antes se gastaba –malgastaba– en la guerra se invertirá en la restauración de las áreas urbanas y rurales más afectadas por ese conflicto, ensañado en una población vulnerable que perdió sus familias y sus bienes, obligada a emigrar a las ciudades donde le arrebataron finalmente lo último que le quedaba: su identidad y su arraigo. Pero no todos vivimos igual la tragedia de los últimos sesenta años: el contacto de los habitantes de las grandes ciudades con la guerra se redujo a noticias periódicas en los medios, que nos sonaban lejanas y a las cuales nos acostumbramos.

El 2017 se recordará por la salida de una crisis que marcó varias generaciones de colombianos que habitaban en la periferia de los principales centros urbanos, entre la pobreza y la miseria y cerca del infierno. Todo ciudadano tiene una responsabilidad con este renacimiento, especialmente el arquitecto. Según nuestro código de ética, debe: interesarse por el bien público con el objeto de contribuir con sus conocimientos, capacidad y experiencia para servir la humanidad. Y ofrecer desinteresadamente sus servicios profesionales en caso de calamidad pública.

Detrás de esta gran crisis se adivina una gran oportunidad de tener unos pueblos más ordenados, con un plan de desarrollo viable y juiciosamente planeado, con servicios adecuados de salud, educación, cultura y recreación. Esta oportunidad se presenta especialmente importante para dos grupos de colegas: el primero lo constituyen los oriundos de las regiones más deprimidas, que el mercado laboral los detuvo lejos de su tierra al culminar sus estudios. Es el momento de regresar al sitio de sus mayores y hacer por los suyos lo que les dicta el deber y el corazón.

El segundo grupo es el de los arquitectos jóvenes que empiezan a labrarse un nombre y un futuro, que pueden iniciar su ascenso profesional demostrando con proyectos urbanos y arquitectónicos de pequeño formato, que con buena arquitectura no se necesitan obras grandes para hacer grandes obras. Finalmente, todos los arquitectos –tanto los del SÍ como los del NO– tenemos que ponernos la misma camiseta y trabajar en lo que el país nos pida, aportando al posfarc no uno sino muchos granos de arena, ladrillos y concreto, y haciendo nuestra mejor arquitectura. La buena arquitectura hace mejores pueblos, y mejores pueblos hacen mejores ciudadanos.

* Imagen tomada de aquí.

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Protestantes

Andaba el año de 1520 –en esa época los años no corrían, andaban– cuando el Papa León X excomulgó a Martín Lutero por discrepar de la doctrina y proponer una reforma del cristianismo. Este movimiento, llamado la Reforma, dio origen a un puñado de religiones disidentes de la católica, conocidas como “protestantes”. Tanto iglesias como feligreses se apropiaron del término y hoy en día son definidos por el diccionario de la RAE como los “que profesan alguna de las confesiones religiosas surgidas de la Reforma”.

Esta definición ha dejado por fuera a quienes ejercemos el molesto oficio de “mostrar alguien de manera vehemente su disconformidad con una persona o cosa”, como define el mismo diccionario al verbo “protestar”. A riesgo de que se me confunda con un fiel seguidor de Lutero y su doctrina, seguiré criticando lo que considere que, según mi criterio, está mal hecho. En este contexto me considero un protestante.

Hay quienes opinan que protestar es de mal gusto; otros consideran que es un derecho, y algunos –donde yo me incluyo– consideramos que es un deber. Pasar agachado ante un hecho ilegal, injusto o simplemente perjudicial para nosotros, nuestra sociedad o alguno de sus miembros es hacerse cómplice de algo indebido que tenemos la obligación de tratar de evitar.

Los arquitectos, sin embargo, no nos destacamos por ser un gremio reconocido como protestante. Pensando en borrador y sin castigar mucho a la memoria, encuentro muy pocos colegas que practiquen el desagradecido oficio de la protesta, como Germán Téllez, Benjamín Barney, Juan Luis Rodríguez, Guillermo Fischer, Mario Noriega… y otros pocos en Bogotá y la provincia.

Pero independientemente de cuántos somos y cuántos deberíamos ser, y haciendo de abogado del diablo –la mayoría de los abogados lo son– deberíamos hacernos la pregunta: ¿Sirve de algo protestar? Trataré de contestarla resumiendo mis protestas de los últimos cinco años, en artículos (citados entre paréntesis) publicados en la revista ARCADIA o en el blog TORRE DE BABEL.

La protesta más insistente fue la del edificio BD Bacatá (La guerra de las falacias, Ataca Bacatá, Hace rato que no reto, La alegría de aprender, ¡Indignaos!). A continuación, un aparte de este último artículo:

Recuerdo de mi primera indignación.

En abril de 2011 aparece profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos la torre BD Bacatá– en la calle 19 con carrera 5, sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios ya cercanas al colapso. Revisando las normas encontramos que, en contra de lo estipulado en ellas –y según mi buen saber y entender, no se hizo plan parcial, no se cumplió con los aislamientos, no se cumplió con el título K de la norma NSR 98 referente a los medios de evacuación, y no se pagó impuesto de plusvalía. Aprovechando una solicitud de reforma de licencia, interpuse entonces un Recurso de Reposición ante la Curaduría 4 solicitando la revocatoria de la Licencia de Construcción. La curaduría resolvió “No reponer la modificación del acto administrativo MLC 11-4-0303 de 10 de mayo de 2012,” por lo cual interpuse un Recurso Subsidiario de Apelación ante la Secretaría Distrital de Planeación.

La respuesta de la SDP, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: “Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado” (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: ”con ella queda agotada la vía gubernativa”.

La segunda protesta fue a raíz de la caída del edificio Space en Medellín (Colapso, Colapso2, Colapso 3. El reinado de las Por Qués, Omertá, Se Dice, Test para Constructores Antioqueños). A continuación, un aparte de El Reinado de las Por Qués:

¡Hace más de un año se cayó en Medellín la torre 6 del conjunto de vivienda Space con un saldo de 12 muertos, y fue necesario demoler las otras cinco! El estudio de la Universidad de los Andes demostró que el culpable fue el calculista. ¿Por qué ni él ni los constructores han sido juzgados, ninguno está en la cárcel, ni el gremio de ingenieros se ha pronunciado públicamente sobre este hecho, el más grave en toda la historia de la construcción en Colombia? ¿Están esperando que se caigan los otros edificios calculados por el mismo profesional para hacer un solo juicio? ¿El hecho de poner en peligro la vida de los compradores por ganarse unos pesos constituye mérito suficiente para que la Sociedad Antioqueña de Ingenieros propusiera condecorar al fundador de Lérida CDO, la firma constructora?

La alcaldía de Petro no se escapó de mis protestas (La abuelita fea, El Evangelio según San Petro, La ciudad equivocada, Tres modelos de ciudad, La ciudad pintada, La fábula de la confabulación, Día de la madre, Petro y la hoja). Un párrafo de La Ciudad Equivocada puede ser un ejemplo:

El nuevo modelo de ciudad propone densificar el llamado Centro Ampliado desestimulando el desarrollo de la periferia, con el pretexto de disminuir recorridos vehiculares. Sin embargo, el gran tamaño del Centro Ampliado implica necesariamente recorridos internos, y la acumulación de los servicios en esta área genera más desplazamientos de la periferia al centro por una malla vial que ya está colapsada. Una de las justificaciones para la densificación del centro es que en este sector los metros cuadrados de vías por habitante son mayores que en la periferia. Lo que no se tuvo en cuenta es que el estudio se hizo con la población residente –los que duermen allí, cuando efectivamente las vías están desocupadas– y no la población flotante que en el día se calcula en un millón y medio, y satura vías y andenes del centro tradicional.

Los concursos fueron un tema que se ganó varias cuartillas (El patito feo, El show va a comenzar, Premiando imágenes. Facultad de artes, Respuesta a Sergio Elías Aguía). Con el artículo sobre el concurso para la facultad de Artes de la Universidad Nacional, cometí un error imperdonable en quien hace una columna: escribir con rabia. Si hubiera contado hasta cien –posiblemente hasta cien mil en este caso– no habría utilizado términos que pueden molestar a los involucrados. Sigo creyendo que todo lo que dije es cierto, y el llamado concurso –que en realidad fue una compra de anteproyectos– no fue el resultado de una decisión arbitraria de la entidad, sino el de aplicar –de buena fe, estoy seguro– las normas de contratación de la Universidad, por parte de un grupo de colegas que desconozco, y a quienes aprovecho para pedir disculpas. Ejemplo de esta crítica es parte del texto de Premiando Imágenes:

Estos concursos premian –en teoría– los mejores edificios. Para mí los mejores edificios son no solo los que sobresalen por su arquitectura. Son los que mejor se adaptan a las condiciones del sitio, los que se implantan correctamente en el entorno, los que más aportan al bienestar de la comunidad, los que mejor funcionan para lo que fueron diseñados y los mejor construidos.

Pero: ¿se están teniendo en cuenta estas condiciones al adjudicar los premios? Por imposibilidad o por desinterés los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios.

No podía dejar de lado el tema de la formación de los nuevos arquitectos (Información, formación, deformación; Jurados juzgados, Los profesores, ¿Arquitectos nuevos educación vieja?). Un aparte de este último artículo:

Nuestros estudiantes deberían entonces recibir menos información presencial, y buscar por sí mismos –filtrando con buen criterio– los conocimientos que abundan en la red y en los medios; conocer culturas diferentes y poder comunicarse en varios idiomas; investigar para producir nuevo conocimiento; entender la geografía como la relación entre arquitectura y territorio, y analizar la historia para identificar las bases culturales de donde proviene el patrimonio construido; aprender a aprender como un hábito personal, permanente y vitalicio y, sobre todo, aprender a pensar. En esta forma podrán asumir los retos actuales de la profesión, en cualquier lugar, y auto adaptarse a los futuros.

Los arquitectos estrellas no se salvaron de mis protestas (El puente está quebrado, Las estafas en la arquitectura, Pritzker); ni siquiera el gran Maestro Le Corbusier (A veces toca, Cuando toca recibir regaños, Planeación Bogotá, Región Bogotá 2038, ¿Cuánto vale Le Corbusier?). Frank Gehry y Zaha Hadid son dos de las estrellas mencionadas:

Empecemos por Frank Gehry, demandado por MIT por negligencias en el proyecto del Stata Center. El edificio tiene goteras y en invierno se entra la nieve. Entretanto, la fachada en acero inoxidable del Auditorio Walt Disney, proyecto del mismo arquitecto, refleja el sol, calentando en forma exagerada a unos vecinos que exigen airada y justamente una solución.

En Sevilla el escándalo ha acaparado los espacios de los medios. Un juez ha ordenado la demolición y restitución del terreno original (incluyendo árboles y amueblamiento) que ocupa la Biblioteca Central de la Universidad, proyecto de Zaha Hadid en etapa de terminación, por haber sido construida completamente por fuera de la norma.

Tampoco se escapó la Arquitectura “de imagen” (Las ardillas muertas), ni los que destruyen la Arquitectura (Los Arrasenos). Veamos un párrafo de Las Ardillas Muertas:

Se trata de una casa típica de revista de arquitectura de supermercado, rodeada de un jardín donde la mano del hombre no ha sembrado nada vegetal diferente del “zacate” (prado). El único árbol ya existía en el lote. El cálido sol centroamericano atraviesa incontrolado la generosa fachada de vidrio, y es fácil imaginar la ardiente temperatura dentro del acuario, o el gigantesco equipo de aire acondicionado y su consumo de energía que se considera un pecado mortal en los demás. No existe un alero generoso, una pérgola amable con enredaderas o al menos un árbol frondoso que proteja el interior de los incómodos rayos solares. Ya no se usa el famoso “Brise Soleil” recomendado por Le Corbusier en los años cincuenta, cuando la protección del clima era un sentimiento natural y una práctica usual entre los arquitectos, sin que existiera el término “arquitectura bioclimática” ni se conociera su significado. Seguimos cacareando la ecología, la bioclimática y la sostenibilidad, y publicamos y promocionamos los proyectos que las ignoran.

También se ganaron mi protesta las bienales (A propósito de la Bienal de Venecia, Pecados Bienales). En la Bienal de Venecia se premió un edificio sin terminar en Venezuela, invadido por familias pobres. Así decía el artículo:

El premio del León de Oro a la Torre de David me parece una vergüenza. A los europeos les parece muy simpático que unos pobres sin techo solucionen su problema tomándose un edificio ajeno y sin terminar, ¡y que esa acción desesperada se merece un importante premio de arquitectura! No le importó al jurado el hecho de que dos millares de venezolanos vivan sin las mínimas condiciones de higiene y comodidad, sin servicios públicos, subiendo todos los días veinte pisos sin ascensor, enterrando a sus niños que se caen por las fachadas abiertas, en una estructura inadecuada y ajena, tomada por la fuerza bajo la mirada condescendiente de un gobierno dictatorial que cree que esta actitud complaciente es una manera socialista y bolivariana de hacer justicia social. Esta vida denigrante en un tugurio vertical en condiciones infrahumanas, se considera una solución no solo aceptable sino meritoria. ¿Qué tanto toca escarbar en la miseria y revolver la pobreza para encontrar los méritos arquitectónicos y otorgar un León de Oro a una obra mediocre a medio hacer? El premio se adjudicó a una calidad de vida inexistente de una comunidad de miserables, o a una ostentosa presentación basada en fotos donde no se ve el hambre. Este reconocimiento es un ultraje a la arquitectura y una burla de la miseria humana.

El balance de mis protestas no puede ser más desalentador: el edificio BD Bacatá va viento en popa, aparentemente con las falencias y los errores denunciados; sobre los responsables de la caída del edificio Space, no se ha publicado nada; la enfermedad de la alcaldía de Petro se curó sola –como la adolescencia– sin que hubieran influido mis artículos; los concursos siguen igual, con lo bueno, lo malo y lo feo; los artículos sobre el tema de la educación de los nuevos arquitectos no afectaron para nada este oficio; siguen apareciendo las denuncias de la mala práctica de algunos arquitectos estrellas, y la publicación de proyectos cuya forma trata de ocultar la falta de fondo; y, finalmente, las bienales siguen tan campantes.

La primera conclusión –la pesimista– es que las protestas no sirven para nada. La segunda –la optimista– es que es posible que estos regaños inofensivos hayan logrado que algunos colegas se enteren de estos problemas, mediten sobre ellos y compartan las ganas de atacarlos. Esto justificaría la molestia de escribir y publicar artículos criticones.

Mientras haya la sospecha de que estos escritos pueden servir para algo, seguiré con mi desagradecido oficio de protestante, contando con la compañía de Téllez, Barney, Rodríguez, Fischer, Noriega, Calvino, Lutero y ojalá muchos más.

* Imagen tomada del blog de Jorge Vilela.

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Palabra de arquitecto

Este es el título de la traducción al español del libro The architect says de la arquitecta Laura S. Dushkes (editorial Gustavo Gili) donde compila “citas, ocurrencias y píldoras de sabiduría” de arquitectos famosos, y otros no tan famosos.

Estamos acostumbrados a juzgar a nuestros colegas por sus obras; pero pocas veces sabemos cómo y por qué se llegó a ese diseño y qué piensa su autor sobre tantas inquietudes y actitudes relacionadas con la arquitectura. Laura aprovechó su oficio de bibliotecaria de una firma de arquitectos de Seattle para recopilar durante años frases, opiniones y conceptos aparecidos en los libros que pasaron por sus manos, y finalmente publicarlos. Voy a citar unos pocos.

Cada página encierra un pensamiento que a veces coincide y a veces discrepa con el de la página de al lado. Es el caso de la utilidad de lo diseñado: Augustus W. N. Pugin (1812 – 1852) dice: En una arquitectura pura, el más nimio detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito; a lo que responde John Ruskin (1819 – 1900): Recuerda que las cosas más bellas del mundo son las más inútiles, como, por ejemplo, los pavos reales y los lirios.

Cuando se está en frente de un edificio, el observador se pregunta cómo enfrentó el autor el problema del diseño. Pocos arquitectos hablan sobre esto y desnudan su proceso creativo. Uno de ellos, Frank O. Gehry (1929) se confiesa: Para mí, cada día es algo nuevo. Me enfrento a cada proyecto con una renovada inseguridad, casi como si fuera el primero, y sudo tinta. Cuando me pongo a ello y empiezo a trabajar, nunca estoy seguro de hacia dónde voy; y si lo supiera, simplemente no lo haría. Eduardo Souto de Moura (1952) confiesa el terror ante la hoja en blanco: Al hacer un proyecto me entra el pánico; eso es bueno, puede ser un método. Primero, el pánico. Segundo, conquistar el pánico con trabajo. Tercero, encontrar formas de resolver tus dudas. Hay quien estrenaba pensamiento para cada nuevo encargo: Arthur Erickson (1924 – 2009): Nunca reutilizo ideas. Una vez he usado una, se acabó. Jan Kaplicky (1937 – 2009) era más económico con su trabajo intelectual: Tener 65 ideas para solucionar un problema no es una muestra de creatividad. Es un desperdicio de energía. Oscar Niemeyer (1807 – 2012) veía el problema más sencillo y no sudaba tinta como Gehry, entre otras cosas porque usaba lápiz: Cojo el lápiz. El trazo fluye. Aparece un edificio. Ahí está. No hay nada más que decir.

Además de Niemeyer, todavía quedaban muchos románticos que, a pesar de la llegada para quedarse de los computadores, creían en el dibujo a mano. Oigamos a Eero Saarinen (1910 – 1961): Para mí, el lenguaje del dibujo es extremadamente revelador: bastan unos pocos trazos para saber si alguien es un arquitecto de verdad. O a Cecil Balmond (1943): Amo el papel. Bastan un buen montón de hojas y un lápiz para hacerme feliz. Le Corbusier (1887 – 1965) fue muy claro sobre la importancia del dibujo: Prefiero dibujar a hablar. Dibujar es más rápido y deja menos espacio a las mentiras. Jorn Utzon (1918 – 2008) se defiende de quienes critican su dibujo diciendo: Corre el rumor de que no sé dibujar y de que nunca he sabido. La razón, probablemente, es que trabajo mucho con maquetas. Las maquetas son unas de las herramientas del diseño más bellas, pero aún así dibujo con la mayor finura que puedas imaginar. Otro que prefiere el trazo impreciso del lápiz a la exactitud del computador es Thom Mayne (1944): Prefiero trabajar con la holgura del lápiz que con la precisión de la tinta o el ordenador. Finalmente, está la posición de Eduardo Souto de Moura (1952): El dibujo en arquitectura es un acto “esquizoide”: implica reducir el mundo a un pedazo de papel.

Recordemos la famosa frase de Louis H. Sullivan (1856 – 1924) con la cual nos formaron a muchas generaciones de arquitectos: La forma siempre sigue a la función”. Philip Johnson (1906 – 2005) lo contradice en forma rotunda: La forma sigue a la forma, no a la función. Entonces James Timberlake (1952) trata de explicar la evolución del concepto de Sullivan: En el momento en que se acuñó la máxima “La forma sigue a la función” se volvió programático cómo un edificio era tridimensional. Sin embargo, hoy intervienen muchos otros factores: el medioambiente, los costes, el tiempo o los aspectos cualitativos de la materialidad del edificio. Esto implica una alquimia muy diferente a la de “la forma sigue a la función”. Finalmente Richard Rogers (1933) pone el dedo en la llaga cuando asegura: “La forma sigue al beneficio” es el principio estético de nuestros tiempos.

Mucho se ha hablado, se sigue y se seguirá hablando del ornato en la arquitectura, empezando –como era de esperarse– por Antoni Gaudí (1852 – 1926): La ornamentación ha sido, es y será coloreada, la naturaleza no nos presenta ningún objeto monótonamente uniforme. Todo en la vegetación, en la geología, en el reino animal, siempre el contraste de color es más o menos vivo, y de aquí que obligadamente debamos colorear en parte o en todo un miembro arquitectónico. Esta posición es compartida por Cecil Balmond (1943), quien dice: No quiero desnudar la arquitectura. Quiero enriquecerla y añadirle capas. Básicamente, como sucede en una catedral gótica, donde el ornamento y la estructura forman una alianza. Maya Lin (1959) opina lo contrario: Mi objetivo es desvestir las cosas, no tanto para que se vuelvan inhumanas como para que se precisen tan solo las palabras o formas necesarias para transmitir lo que necesitas transmitir. Me gusta editar.

Finalmente, llegamos a la frase de Ludwig Mies van der Rohe (1886 – 1969) –que algunos le atribuyen a Flaubert– más famosa o al menos la más publicitada de la historia de la arquitectura moderna: Less is more (Menos es más). Pero como sucede siempre, apareció un aguafiestas –en este caso Robert Venturi (1925)– que lanzó la suya: Less is bore (Menos es aburrido) y con esto dividió el gremio de los arquitectos en dos: los Miesianicos, que desarrollan proyectos sobrios mientras llega un nuevo Miesias, y los AVenturieros que consideran que cada encargo es una oportunidad para ensayar nuevas formas y nuevos ornatos.

La originalidad de nuestros diseños es algo que siempre levanta ampolla; Glenn Murcutt (1936), con su claridad de siempre, dice: Nosotros no creamos obras. Creo que, de hecho, somos descubridores. Ya Adolf Loos (1870 – 1923) se había declarado abiertamente permisivo: La mejor de las formas ya está lista y nadie debería tener miedo de utilizarla, incluso si su idea básica procede de algún otro. Basta de genios y de originalidad. Hay proyectos imposibles de emular. Al menos es lo que quiere decir Richard Buckminster Fuller (1895 – 1983) cuando reconoce: Me impresiona profundamente el diseñador del universo. Estoy convencido de que yo nunca hubiera logrado hacer algo así, ni de lejos.

 

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Molinos de viento

Molinos de viento

Ladran Sancho, señal que cabalgamos.
Atribuido al Quijote

Desde hace varios años vengo combatiendo –como el caballero de la triste figura– mis gigantes –que resultaron ser molinos de viento–, sin derrotar a ninguno. Voy a recordarles los tres más grandes.

El molino más pequeño se llamaba Gustavo Petro. El alcalde inició y terminó su gobierno “chamboneando”, que consistía en hablar primero y pensar después. Afortunadamente, no era como los ríos y las motocicletas, que no tienen reversa, y finalmente la mayoría de los absurdos con los cuales nos amenazó nunca se realizaron. Empezó proponiendo la implantación de colegios en los terrenos destinados para la necesaria Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), y la construcción de un tranvía que iría hasta Zipaquirá. Después anunció que cobraría peajes urbanos, en una ciudad sin autopistas urbanas. De pronto se dio cuenta de que en el sector de Cedritos el alcantarillado ya no era suficiente para evacuar las aguas de las nuevas construcciones y suspendió la expedición de licencias de construcción. Meses más tarde, presentó un Plan de Ordenamiento Territorial –POT– que autorizaba construcciones de gran altura – incluso en Cedritos – que el Concejo le rechazó. Entonces sacó de la manga el decreto 562, que permitía prácticamente lo mismo que el POT rechazado. Su programa de Viviendas de Interés Prioritario –VIP– nunca alcanzó las metas prometidas y, para construir parte de las unidades que finalmente hizo, sacrificó el lote de la Hoja, uno de los terrenos más valiosos que tenía Bogotá.

Las voces de alerta y rechazo a sus programas no le hicieron ni cosquillas a este molino. Por fortuna, con el alcalde Petro sucedió lo que sucede con la enfermedad llamada adolescencia: que se cura sola con el tiempo.

Ahora llega Enrique Peñalosa nuevamente a la alcaldía, quien demostró en su mandato anterior ser un buen administrador y un mejor ejecutor, hasta el punto que apareció un grafiti que decía: no queremos obras; queremos promesas. Parece que a Peñalosa le quedó sonando la frase y, en entrevista del periodista Yamid Amat, le soltó un ambicioso programa –como para desarrollarlo en 20 años– con unas súper promesas que incluyen un gran parque en los cerros orientales, el metro elevado, la recuperación del río Bogotá –hasta volverlo navegable– y del río Tunjuelo, y cien mil viviendas de Interés Prioritario repartidas en cinco desarrollos llamados “Ciudad Paz”.

Queríamos promesas pero no tantas. Los bogotanos quedaremos satisfechos con que cumpla el 10% de su programa, y hasta aquí todo bien. Pero lo que no está bien es que quiere construir una de sus “Ciudades Paz” en la reserva Thomas van der Hammen, contra la opinión de expertos y profanos. La reserva, al norte de Bogotá y con un área de 1.400 hectáreas, sirve de unión a los ecosistemas de los cerros orientales con los de la sabana y el río Bogotá. Esperamos que el alcalde recapacite, se lleve la vivienda para otra parte, y respete los terrenos que los ambientalistas consideran irremplazables. Ojalá que Peñalosa –de por sí un gigante– no se convierta en el próximo molino.

El siguiente molino –ese sí un verdadero gigante en el sentido de la palabra– es la torre BD Bacatá, que ya se eleva desafiante en el paisaje urbano de Bogotá. Nuestro ataque a este Goliat comenzó en abril de 2011 cuando apareció profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, no había presentado el plan parcial obligatorio; no respetaba ni los aislamientos exigidos ni la altura, ni el índice de construcción resultante de las normas sobre aislamientos; no cumplía con las normas referentes a los medios de evacuación, se presentaban inconsistencias entre la licencia y los planos aprobados, y no se le cobró la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad.

Además, estaba ubicado en un sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios cercana al colapso, y no aportaba a la ciudad ningún espacio público. No conocemos el estudio de movilidad –que se presentó después de expedida la licencia de construcción– pero creemos que la entrada de vehículos propuesta por la calle 20 desde la carrera 7ª, y la salida por la carrera 5, no era suficiente para el nuevo tráfico generado por el edificio; mucho menos ahora que Petro peatonalizó la carrera 7ª. Arquitectónicamente, el proyecto se destacaba por su mezquindad en los espacios, algunos de ellos inoperantes como un hall de ascensores de un 1,50 metros de profundidad, una entrada y salida de 6 metros de ancho para 700 estacionamientos, y un área de descargue en el sótano donde no cabían los camiones. No sabemos si se corrigió alguno de estos errores imperdonables.

Creímos que el edificio representaba un golpe bajo para Bogotá y una cachetada al desarrollo del centro, y solicitamos la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado. Y remataba con una frasecita demoledora: con ella queda agotada la vía gubernativa. Total: otro molino que nos derrota. Lo más grave, sin embargo, está todavía por venir. Se dice que hay más de 350 licencias otorgadas con base en el decreto 562 donde no se sabe cuántos gigantes como el BD Bacatá estarán agazapados. Por lo pronto, se anuncia un monstruo de 90 pisos a una cuadra del rascacielos mencionado: el proyecto Entre Calles. Dios y Peñalosa libren al centro de semejante desastre.

Derrotados y con el rabo entre las piernas, nos enfocamos en Medellín –segunda ciudad del país– para combatir un molino asesino: los responsables del colapso de la torre 6 del conjunto Space, ocurrido el 12 de octubre del 2013. Según el estudio de la Universidad de los Andes, los cálculos –criminales, agrego yo– no cumplían con las normas, al igual que los de otros conjuntos: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte, calculados por el mismo ingeniero.

El año pasado escribí un test dirigido a mis colegas paisas, con 12 preguntas sobre el caso Space. Solamente recibí una respuesta a una de las preguntas, enviada por Germán Téllez, que tiene de antioqueño lo que yo tengo de esquimal. Publico el vínculo de las preguntas, con la esperanza de que haya al menos un arquitecto antioqueño que lea Torre de Babel, comparta nuestra indignación y nos cuente si finalmente se hizo justicia: Test para constructores antioqueños.

Los promotores ambiciosos a quienes no les importa la ciudad, y los ingenieros inescrupulosos a quienes no les importa la vida humana, siguen cabalgando. Pero no hay nadie que les ladre.

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Space Medellín

Test para constructores antioqueños

Medellín octubre 12 de 2013. Primero fue el ruido, después la nube de polvo y finalmente el silencio. El silencio de la muerte. La torre 6 del conjunto Space había desaparecido y con ella doce vidas.

Nuevamente volvió el ruido, esta vez el de los medios escritos, hablados y televisión. La noticia lo ameritaba y les producía utilidades. Se dijo entonces que la justicia estaba citando a los presuntos culpables y en ese momento volvió el silencio. El silencio de la complicidad. El silencio de la impunidad. Nunca se supo que pasó.

El siguiente test permite a los constructores de Medellín evaluar qué tanto saben sobre la tragedia.

Sabía usted:

  • ¿Que el 12 de octubre de 2013 se desplomó la torre 6 del conjunto Space?
  • ¿Que fue necesario demoler las otras cinco torres pues amenazaban colapso?
  • ¿Que el estudio adelantado por la Universidad de Los Andes concluyó que la causa de la caída había sido el cálculo estructural que no cumplía con las normas?
  • ¿Que el calculista del conjunto Space calculó entre otros los conjuntos Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte?
  • ¿Si se ha hecho un estudio de estos edificios calculados por el mismo ingeniero y, en caso afirmativo, cuál fue el resultado?
  1. No era necesario hacer nada.
  2. Se debería reforzar la estructura.
  3. Se deberían demoler.
  • ¿Si el juicio a los presuntos culpables terminó?
  • ¿Si el o los culpables de esta tragedia fueron castigados? Si su respuesta es afirmativa diga cómo:
  1. Amonestación
  2. Cárcel
  3. Casa por cárcel
  4. Multa
  5. Indemnizaciones
  6. Cancelación de la Matrícula Profesional
  7. Ninguna de las anteriores
  • ¿Si se indemnizó a las víctimas?
  • ¿Si –como lo pidió el ingeniero Eduardo Behrenz– se ha dictado un curso sobre ética en alguna facultad de ingeniería de Medellín?
  • ¿Si los gremios que agrupan ingenieros, arquitectos y constructores de Medellín se pronunciaron públicamente sobre este incidente y sobre la irresponsabilidad de los culpables?
  • ¿Cuántas habrían sido las víctimas de este acto criminal si no hubiera estado desocupado el edificio?
  • ¿Que esta tragedia es tal vez el fiasco más grande y de mayor irresponsabilidad en la historia de la construcción en Colombia?

Si contestó:

12 respuestas afirmativas: ¿por qué no ha contado públicamente todo lo que sabe?
Entre 10 y 11 respuestas afirmativas: usted es un profesional interesado en su profesión y su región. ¿No cree que sea el momento de hacer algo?
Entre 8 y 9 respuestas afirmativas: esté más atento a lo que pasa para evitar que se repita la tragedia del Space.
Entre 6 y 7 respuestas afirmativas: parece que a usted no le importa lo que sucede en su oficio y en su entorno.
Entre 4 y 5 respuestas afirmativas: usted no es antioqueño.
Entre 2 y 3 respuestas afirmativas: usted no es antioqueño ni constructor.
1 respuesta afirmativa: usted no es antioqueño ni constructor, y le importa un comino lo que pasa en Medellín.
Ninguna respuesta afirmativa: ¿hace cuánto se encerró en una cueva en el Himalaya?

Nuestra obligación como miembros del gremio de la construcción es pedir que se conozca qué pasó, se castigue ejemplarmente a los culpables, y se repare a las víctimas. Y para que eso suceda es necesario que quienes lo sepan lo cuenten, lo publiquen, lo saquen a la luz. Por la dignidad y la recuperación del prestigio de los constructores antioqueños, y por el rescate de la ética perdida.

* Imagen tomada del Círculo de Periodistas de Bogotá.

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10 francos suizos

¿Cuánto vale Le Corbusier?

Creí que me había partido el peroné, pero no.

Creí que el tema de Le Corbusier ya estaba agotado, pero no. Faltaba avaluarlo.

El valor de un arquitecto está en su obra, y quien no construyó, no es arquitecto. Pero hay quienes se interesan más en el personaje que en su legado edificado, y quieren saber cuánto dinero vale –como cualquier futbolista– o qué posición ocupa en el ranking –como cualquier tenista–. ¿Cuánto vale entonces Le Corbusier?

El valor de un personaje depende de cuatro factores:

  • Quién lo avalúa.
  • Sobre qué disciplina lo avalúa.
  • La información que se tiene sobre la persona y la disciplina.
  • Contra quiénes se compara.

Comencemos con sus coterráneos. Ellos le hicieron un bonito homenaje al poner su cara en los billetes de diez francos suizos. Es decir que le dieron el valor de todos los billetes de esa denominación.

Lo que pasó en Torre de Babel dista mucho de lo que sucedió en Suiza. Una opinión sobre el Plan Director para Bogotá derivó en una valoración no pedida sobre L.C. como urbanista. Se recibieron conceptos desde tímidos hasta fanáticos, en contra y a favor, que nos han dejado hasta ahora tres lecciones aprendidas:

  • Si se busca generar discusión sobre un tema, hay que ser radical.
  • No discutir con los que saben, y
  • De todas maneras cuando toca… toca aunque nos regañen.

Aplicando los criterios de evaluación ya comentados, con base en la información que tengo y comparándolo con sus pares contemporáneos, yo evaluaría a L.C. como uno de los cinco arquitectos más influyentes del siglo XX.

Esta opinión parece coincidir con la de Francia, su país de adopción, que al no poder estar ausente de los homenajes –con motivo de los cincuenta años de su muerte– que inundaron el mundo de la arquitectura, organizó en el Centro Cultural Georges Pompidou la exposición “Le Corbusier, medidas del hombre”, la primera sobre este tema según sus organizadores. La muestra incluyó sus proyectos de viviendas unifamiliares y unidades de habitación (Marsella y Berlín), Ronchamp, el pabellón Philips en Bruselas, Chandigarh, su cabaña de 15 metros cuadrados, sus muebles, sus pinturas y lógicamente su propuesta de escala humana, el Modulor.

expo Pompidou

De acuerdo con la lección aprendida número dos, dejo en manos de los expertos establecer el valor de L.C. como pintor y diseñador de muebles. Pero con relación al Modulor, no me queda más remedio que aplicar la lección aprendida número tres y, cuando toca… toca. Yo creo que el Maestro se equivocó dos veces con esta propuesta: la primera al pensar que se puede establecer una escala de medidas universal que se pueda aplicar desde los pigmeos y los bosquimanos hasta los Watusi y los Pombo; y la segunda al estimar en 1.83 metros la medida promedio de un ser humano (hombre y mujer), altura que solamente la alcanzan Frankenstein, los jugadores de baloncesto de la NBA y unos cuantos suecos.

Modulor

Básicamente lo más representativo de la obra de L.C. está presente en los proyectos aparecidos en la muestra. Es el trabajo de un gran arquitecto que, como parece indicarlo la última foto de la exposición, no tiene nada que ocultar. Pero que se puede equivocar…

LC desnudo

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