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BD Bacatá

El BD Bacatá y el ave Fénix

Cuando uno cree que un tema se ha terminado, siempre resucita, como el ave Fénix, y aparece algo más. Me refiero en este caso al rascacielos BD Bacatá. Pensé que la negativa de la Secretaría Distrital de Planeación a revocar la licencia era el colorín colorado de este cuento, hasta que el periodista Alexander Marín publicó en EL ESPECTADOR un artículo titulado Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá, a raíz del cual le mandé la siguiente carta:

Señor
ALEXANDER MARIN
El Espectador

Estimado Sr. Marín:

Leí con mucho interés su artículo «Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá» en EL ESPECTADOR del domingo 12 de marzo. Y digo con mucho interés porque el tema del famoso rascacielos ha sido motivo de mis críticas y preocupaciones. Las críticas se han publicado en el Blog de arquitectura TORRE DE BABEL, y las preocupaciones las sigo cargando. Ha sido pelea de tigre y burro amarrado.

Mis motivos de inconformidad han sido muchos y están suficientemente aclarados en los cuatro artículos que le adjunto. Pertenecen a cuatro temas: urbanos (que afectan a la ciudad), arquitectónicos (que afectan a  usuarios), económicos (que afectan a compradores ) y normativos (que permitieron la construcción). Vamos por partes.

El tema urbano que más preocupa es la ubicación del edificio –que genera un gran movimiento de peatones y vehículos– en una zona de por sí ya congestionada. Los miles de peatones nuevos que atraerá el edificio tienen que circular por los andenes actuales, pues el proyecto no dejó ni un metro cuadrado de espacio público, y si el pequeño espacio abierto en el centro –que no público– va a ser cubierto, el lote queda construido en un 100%.

Debido a esta ubicación, la accesibilidad en automóvil es tal vez el tema más álgido. El único acceso y salida del proyecto en automóvil es por la calle 20 (de dos carriles) para desembocar en la carrera quinta, igual de ancha y ya completamente copada. Por allí entran y salen –si pueden– los más de 700 automóviles que alberga el proyecto. Se habría podido al menos mitigar esta tragedia cediendo unos metros sobre la calle 20 y la carrera 5 para ampliar la vía, pero ya no se hizo.

El proyecto aprobado presentaba algunos problemas de tipo arquitectónico, como un hall de ascensores excesivamente estrecho, entrada a parqueaderos muy pequeña, un sótano demasiado bajo que no permitía la entrada del camión de trasteos, escaleras de evacuación insuficientes, etc. Yo puse estos problemas en conocimiento de la firma de arquitectos española, autora del proyecto. Desconozco si se corrigieron.

Me llamó la atención en su artículo que los compradores están preocupados por lo que no toca –demora en recibir ganancias– y no por lo que sí toca –el valor de esas ganancias–. Tal vez quienes compraron oficinas o apartamentos para arrendar no están conscientes de que pagaron precios de estrato seis, y tienen que competir con la oferta de inmuebles en el norte, sin el grave problema de la accesibilidad. Los que compraron Fidis del hotel harían bien en pedir que les digan cuánto van a recibir. Si ya existe un operador, ya se debe saber cuánto se recauda y se reparte mensualmente. En el año 2012, BD Bacatá anunció que el estudio de rentabilidad del hotel se había hecho con una tarifa de $270.000, difícil de aplicar, teniendo en cuenta que en ese momento el hotel Ibis (por ejemplo), bastante nuevo, bien ubicado, cobraba $ 112.000. Si el hotel es de cinco estrellas, el problema aumenta. Les recuerdo que, según la propaganda, «Los FiDis no son una inversión financiera: no garantizan una rentabilidad ni su redención en un plazo determinado», y además su rentabilidad es de medios, no de resultados. Por lo pronto, que todos los inversionistas se olviden del rendimiento prometido de 16% anual.

Mi lucha contra el BD Bacatá terminó en septiembre de 2012, al solicitar –con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá– la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012 fue contundente: «Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado» (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: «con ella queda agotada la vía gubernativa».

Ahora ya sabe Usted, en esta pelea que pretendía defender los intereses de Bogotá, compradores y usuarios, quien fue el tigre y quien el burro amarrado.

Hasta aquí la carta. Ya el edificio está en etapa de terminación, y solo cuando lo entreguen se sabrá si yo fui alarmista, pesimista o realista. Y mientras tanto, termino con la frase que llevo seis años mordiéndome la lengua para no poner: yo se los dije.

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SUB40

Categoría SUB-40

El instinto de conservación viene incluido en el código genético de todos los seres vivientes –incluyendo a los arquitectos–, y consiste en la tendencia innata a mantener su vida y proteger su integridad. Los arquitectos hemos desarrollado además otro instinto: el de conservación del trabajo, que nos impulsa a luchar por él y a tratar de evitar la competencia que nos lo pueda arrebatar.

Una manera de no soltar la presa y eliminar a los arquitectos jóvenes que nos la quieran quitar son los concursos de arquitectura, como lo dije hace un tiempo en una columna titulada “El león, los cachorros, el huevo y la gallina” –publicada en Torre de Babel–, de la que cito unos apartes:

                        Los concursos de arquitectura se están convirtiendo en una masacre de cachorros de arquitecto.

Las armas para el exterminio están ocultas en las bases, en forma de condiciones que evitan la participación de los jóvenes. Una de ellas es la exigencia de un mínimo de tiempo de práctica profesional. Ejemplo real: 10 años. Esta exigencia parte del supuesto de que el arquitecto se ha capacitado y ha desarrollado su habilidad como proyectista durante este tiempo. Pero la realidad es que pudo haber estado dedicado a la agricultura y su experiencia es menor que la del profesional juicioso que ha dedicado sus primeros 5 años a la práctica del oficio. El primero puede participar en el concurso, el segundo no. Se valora la cantidad y se ignora la calidad.

La segunda arma es la obligación de garantizar una cantidad de metros cuadrados diseñados. Ejemplo real: 18.000 m2. Nuevamente la cantidad se impone. Firmas hábiles en mercadeo y publicidad con muchos edificios diseñados entre mediocres y malos pueden participar y a un joven arquitecto con un proyecto sobresaliente de 200 m2, ganador del Premio Nacional de Arquitectura –otro ejemplo real– le dan con la puerta en las narices.

El último intento para que los cachorros no lleguen a macho alfa es pedir que el participante demuestre que ha sido responsable del diseño de un proyecto similar al del concurso –una vez más la calidad está ausente– de un tamaño determinado. Ejemplo real: 2.500 m2. Y aquí entramos en el cuento del huevo y la gallina. ¿Cómo puede un arquitecto hacer su primer diseño si para esto le exigen un diseño similar anterior?

Los arquitectos viejos tenemos la obligación de ayudar a formar a los jóvenes que ya nos están remplazando, no solo transmitiéndoles los principios que –creemos– son los de la buena arquitectura, sino dándoles las armas y la oportunidad de aplicarlos, oportunidad a la cual le estamos poniendo toda suerte de trabas en los concursos.

Finalmente, parece que hay una luz al final del túnel y ya alguien hizo algo para romper el círculo vicioso del huevo y la gallina. Se trata de la convocatoria que ha abierto la Universidad de los Andes, en la que invita a sus egresados a inscribirse en el concurso para el proyecto del edificio de Prácticas Musicales de dicha Universidad. Las condiciones para participar son muy similares a las de todos los concursos, con una pequeña diferencia que hace la gran diferencia: la edad máxima para participar son 40 años, y no se exige un mínimo de años de graduado, de metros cuadrados diseñados, ni de proyectos dirigidos.

Ojalá el ejemplo cunda y sigan apareciendo concursos exclusivamente para los arquitectos jóvenes. ¡Dejemos jugar a la categoría sub 40!

 

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Posfarc

Todo parece indicar que el año que se acerca, SI NO aparece ninguna sorpresa grande –remember BREXIT, el NO, TRUMP…–, empezará el periodo que se ha dado por llamar el “posconflicto”. Este término solamente podrá aplicarse cuando se firmen con el ELN, EPL, PARAS y BACRIM acuerdos como el que se firmó este año –dos veces– con las Farc. Este período –que se debería llamar “posfarc”– se caracterizará por una disminución considerable de la guerra y el comienzo de la recuperación de un país que se levanta de sus cenizas después de más de medio siglo de angustia y muerte.

Esta guerra, además de sus numerosos muertos y más deudos, ha dejado municipios arrasados, pueblos abandonados del presupuesto y de la mano de dios, y poblaciones cuyo desarrollo se congeló y el éxodo convirtió su crecimiento en negativo. En teoría, una buena parte del dinero que antes se gastaba –malgastaba– en la guerra se invertirá en la restauración de las áreas urbanas y rurales más afectadas por ese conflicto, ensañado en una población vulnerable que perdió sus familias y sus bienes, obligada a emigrar a las ciudades donde le arrebataron finalmente lo último que le quedaba: su identidad y su arraigo. Pero no todos vivimos igual la tragedia de los últimos sesenta años: el contacto de los habitantes de las grandes ciudades con la guerra se redujo a noticias periódicas en los medios, que nos sonaban lejanas y a las cuales nos acostumbramos.

El 2017 se recordará por la salida de una crisis que marcó varias generaciones de colombianos que habitaban en la periferia de los principales centros urbanos, entre la pobreza y la miseria y cerca del infierno. Todo ciudadano tiene una responsabilidad con este renacimiento, especialmente el arquitecto. Según nuestro código de ética, debe: interesarse por el bien público con el objeto de contribuir con sus conocimientos, capacidad y experiencia para servir la humanidad. Y ofrecer desinteresadamente sus servicios profesionales en caso de calamidad pública.

Detrás de esta gran crisis se adivina una gran oportunidad de tener unos pueblos más ordenados, con un plan de desarrollo viable y juiciosamente planeado, con servicios adecuados de salud, educación, cultura y recreación. Esta oportunidad se presenta especialmente importante para dos grupos de colegas: el primero lo constituyen los oriundos de las regiones más deprimidas, que el mercado laboral los detuvo lejos de su tierra al culminar sus estudios. Es el momento de regresar al sitio de sus mayores y hacer por los suyos lo que les dicta el deber y el corazón.

El segundo grupo es el de los arquitectos jóvenes que empiezan a labrarse un nombre y un futuro, que pueden iniciar su ascenso profesional demostrando con proyectos urbanos y arquitectónicos de pequeño formato, que con buena arquitectura no se necesitan obras grandes para hacer grandes obras. Finalmente, todos los arquitectos –tanto los del SÍ como los del NO– tenemos que ponernos la misma camiseta y trabajar en lo que el país nos pida, aportando al posfarc no uno sino muchos granos de arena, ladrillos y concreto, y haciendo nuestra mejor arquitectura. La buena arquitectura hace mejores pueblos, y mejores pueblos hacen mejores ciudadanos.

* Imagen tomada de aquí.

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Dicken Castro: un hombre de su oficio

Sin que seguramente él mismo lo supiera, Dicken Castro —desde su más tierna infancia— era ya un arquitecto. En una entrevista que dio a la revista Mundo en junio del 2003, habló de que el ladrillo viene de recuerdos infantiles, como el de la impresión que me causaba ir a misa a la catedral de Villa Nueva en Medellín”. Esto, al entrar a un lugar y fijarse de qué material y cómo está construido es algo que definitivamente no nos sucede sino a los arquitectos en ejercicio.

No conocía otra iglesia, no sabía de qué estaban hechas las iglesias y a él esta construcción ya le causó gran impresión, que llevó hasta el final de su vida y que fue inspiradora de su obra; prueba de ello es que ya en sus últimos años le preguntaron: ¿de qué obra arquitectónica le hubiera gustado ser autor? Respondió sin vacilar: “de la catedral de Villa Nueva en Medellín.”[1] Pero esa capacidad y agudeza en la observación no le permitía quedarse sólo en la arquitectura: hizo estudios de antropología, fue brillante diseñador gráfico, acuarelista y querido profesor.

No fui su alumno. Cuando entré a la Universidad Nacional él enseñaba diseño gráfico y lo veía en los corredores, en la cafetería y en alguna conferencia. Sin embargo, tal vez por afinidad regional, porque soy de origen antioqueño apostado en Risaralda y desde que decidí estudiar arquitectura, en los últimos años setenta, mis primeros intereses se centraron en el trabajo de Dicken Castro. Ya él había publicado su libro La Guadua y esta investigación —Premio Nacional de Arquitectura— rodaba por los corrillos académicos de Colombia como el gran aporte que el tiempo se ha encargado de probar que definitivamente lo fue. Su libro Forma viva. El oficio del diseño fue sin duda el primer libro de arquitectura que adquirí y aún conservo, junto con la edición príncipe de La Guadua amablemente dedicada a quién esto escribe.

Lo anterior para confirmar que sin que Dicken lo supiera, con su trabajo, sus libros y exposiciones fue uno de los más importantes catedráticos que tuvimos muchos de mis coetáneos, sin que jamás lo hubiéramos visto en un aula. Sólo una vez —y por razones que aún hoy no logro entender, relacionadas al diseño por supuesto— nos invitó con mi señora a almorzar al club donde nadaba. Fue la única vez que tuve una conversación con él. Mucho le debo y mucho le agradezco. De ahí este homenaje que hoy quiero hacer a su labor profesional y a su persona.

Titulo este escrito con una palabra que el mismo Castro dio en una conversación con Antonio Montaña[2] sobre lo que para él era su trabajo como diseñador: un oficio. Transcribo sus palabras porque me parece que refleja en ellas su manera abierta y sencilla de ver el mundo, lo que se traslada a su brillante obra: “Yo prefiero llamarlo oficio. Oficio es una palabra generosa, casi humilde, pero llena de contenido”.

Probaré lo anterior con los que para mí son los ejemplos más elocuentes de mis afirmaciones.

En arquitectura, la plaza de mercado de Paloquemado es de hecho un proyecto que, por su importancia en la rutina de las familias colombianas, es afín a los intereses de Dicken Castro. El lugar de encuentro por excelencia. El sitio de discusión e intercambio entre los ciudadanos, las que fueron en su momento lo que hoy se ha dado en llamar “redes sociales”. De expresión democrática. Recordemos que la revuelta del 20 de julio de 1810 se fraguó en un día de mercado. Y, por último —y tal vez por eso lo más importante, que por obvio puede pasar desapercibido—, el inicio y tal vez el paso central del rito de la cocina, la selección y adquisición de lo que llevaremos a la mesa de nuestros hogares. De ahí el amor y la trascendencia que en diferentes culturas las plazas de mercado han tenido en nuestra historia. La música, la poesía, la literatura, el cine y, sobre todo, la iconografía mundial, están llenas de plazas de mercado. Desordenadas todas, llenas de vida, de color y de texturas.

Con un esquema funcional bastante sencillo y eficaz, Castro implanta la plaza de mercado: inscrita en una manzana tradicional, de un cuarto de circunferencia en planta. Expone la fachada más amplia a las vías de más alta jerarquía urbana (la calle 19 y la carrera 27), para dar la bienvenida a los peatones, y en la esquina opuesta (calle 20 con carrera 26) da el acceso a la entrada de los productos y a la salida de los residuos. Una planta con una distribución interior regular, que bien podría ser libre como lo fueron los mercados en la primera mitad del siglo XX y lo siguen siendo en pequeños poblados.

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Dibujo de Dicken Castro tomado de Forma viva: el oficio del diseño (Editorial Escala)

Hasta ahí, no se vería la maestría. El gran valor de esta plaza de mercado, lo que la convierte en un proyecto emblemático de nuestra arquitectura, es lo que muy pocos ven: la cubierta. Se resuelve la necesidad de cubrir grandes áreas sin que estas tengan que estar soportadas al interior, mediante un sistema de plegadura en concreto. Se necesita talento para hacer de una obra arquitectónica un ejemplo de calidad, con un proyecto cuyo gran valor es la cubierta. La plaza de mercado, que ya casi cumple los 60 años, sigue tan vigente en su funcionalidad e importancia en la vida cotidiana de los bogotanos, como lo fue en sus primeros días, aún frente a la difícil competencia de las formas de vida del siglo XXI. Y la estructura —que seguramente hoy no cumpliría con los estrictos requerimientos de sismorresistencia— sigue en pie después de no pocos temblores y de haber estado expuesta al sol, al agua y a la contaminación por casi seis décadas (apostaría que sin el más mínimo mantenimiento en su ya larga vida). Se construyó cuando no existían los impermeabilizantes para el concreto e indagué con las “marchantas” sobre goteras y similares y no se reportaron, como tampoco se ve a simple vista, que tenga fisuras o haya sido recubierta con mantos asfálticos o similares. Se cumple lo que decían nuestros profesores de construcción: “la mejor impermeabilización es una buena inclinación”.

No veo cómo los profesores de estructuras podrían enseñar a sus alumnos qué es una estructura en plegadura, si no llevaran a sus pupilos a la plaza de mercado de “Paloquemao”. Lo que se ve en las fotos de los libros europeos y estadounidenses, principalmente, difícilmente le puede quedar en la memoria a un estudiante como para ponerlo en práctica en los proyectos de quienes después ejercerán la profesión.

Capítulo aparte en su arquitectura merece también el habernos mostrado a los colombianos —producto de sus viajes por el antiguo Caldas— que el valor de la guadua (nuestro bambú), en la solución de vivienda, que los mismos habitantes escogieron y trabajaron para resolver su falta de casa, además de estético fue, sobre todo, constructivo y estructural. En una región en donde la topografía se convierte en un desafío técnico a la hora de construir, los movimientos sísmicos una presente espada de Damocles y los costos en una limitante infranqueable para una gran parte de los pobladores, sin ir muy lejos, con lo que tenían a la vista y a la mano, resolvieron de manera eficaz sus necesidades de vivienda, aportando sin saberlo, a la sismoresistencia.

Estas construcciones llamaron la atención de este joven[3] arquitecto, con formación de antropólogo, e hicieron que muchos de nuestros colegas y diseñadores “descubrieran” este valioso material constructivo, al punto de que hoy tenemos premio nacional de arquitectura a estructuras construidas enteramente en guadua.[4]

El diseño gráfico fue el otro gran interés de Dicken Castro. Como en el ejemplo anterior, parto de esa vocación democrática que tiene la obra de Dicken. No veo una disciplina más interesada en comunicar, en llegar, en transmitir información de manera más rápida y más clara a la mayor parte de la población que la que busca el diseño gráfico. Esta vocación y finalidad del diseño gráfico es afín a la personalidad y al carácter de Dicken Castro. De los cientos de logotipos e imágenes que él diseñó, destaco la moneda de $1.000 que empezó a circular a partir del año 1996, en la que se reproduce una bella figura en filigrana de la orfebrería de la cultura Sinú. Una moneda inspirada en lo mejor del arte americano, que fácilmente puede pasar por las manos de todos los colombianos, obligándonos a mirar y pensar, no solamente en el arte de nuestros antepasados y sus culturas, si no en valorar lo nuestro con orgullo. Nos mostró también el valor de los sellos y los rodillos que los precolombinos apostados en lo que hoy es Colombia fabricaron, a veces para decorar su telas y vestidos, y que oportunamente la Administración Postal Nacional en 1973 reprodujo en estampillas para que le dieran la vuelta al mundo, llevando los más diversos mensajes desde Colombia a muchos países.

Con su profunda vocación generosa y personalidad abierta, Dicken Castro pone los ojos en lo que él llamó la “expresión espontánea en Colombia”.[5] Entre otros valores por él estudiados, resaltan las pinturas que llevan en sus carrocerías los buses destinados al transporte público interveredal, principalmente en Antioquia y en los departamentos de la colonización antioqueña. Una iconografía festiva y llena de colorido, que invita a pensar a los pasajeros que su viaje dominical, desde la vereda a la cabecera municipal para asistir a misa y al mercado, es toda una fiesta. Por esto me atrevo a afirmar que de no haber sido porque Dicken Castro, que nos mostró el carácter festivo de estas carrocerías, el valor de su estética e importancia en la vida cotidiana de nuestros campesinos, no existirían las hoy llamadas “chivas rumberas”; ni la gran ceramista huilense Cecilia Vargas y sus decenas de imitadores hubieran reproducido estos bellos buses, llamados “de escalera”, para que adornaran salones de miles de visitantes extranjeros en sus casas alrededor del mundo.

Fue Dicken Castro, un hombre de su oficio. Un investigador con el ojo más aguzado, un catedrático ejemplar, un dedicado trabajador, aun cuando viendo el producto de sus labores, lo siento disfrutar tanto de lo que hacía, que la verdad no creo que esto fuera para él un trabajo. Lo hacía con gran talento y honestidad. Y se divertia haciéndolo. Era su oficio.
_________________________

[1] Revista Mundo # 08

[2] Forma viva: el oficio del diseño Editorial Escala, página 6

[3] Se interesó en la guadua desde los años 40: La Guadua, Dicken Castro, página 7

[4] Biblioteca Casa del Pueblo en Guanacas, departamento del Cauca. Bienal de Arquitectura 2004 del arquitecto Simón Hosie Samper

[5] Forma Viva El oficio del Diseño Editorial, Escala página 51

* La primera imagen es de Carlos Duque – Fotografia – Retratos 1968/2002

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Protestantes

Andaba el año de 1520 –en esa época los años no corrían, andaban– cuando el Papa León X excomulgó a Martín Lutero por discrepar de la doctrina y proponer una reforma del cristianismo. Este movimiento, llamado la Reforma, dio origen a un puñado de religiones disidentes de la católica, conocidas como “protestantes”. Tanto iglesias como feligreses se apropiaron del término y hoy en día son definidos por el diccionario de la RAE como los “que profesan alguna de las confesiones religiosas surgidas de la Reforma”.

Esta definición ha dejado por fuera a quienes ejercemos el molesto oficio de “mostrar alguien de manera vehemente su disconformidad con una persona o cosa”, como define el mismo diccionario al verbo “protestar”. A riesgo de que se me confunda con un fiel seguidor de Lutero y su doctrina, seguiré criticando lo que considere que, según mi criterio, está mal hecho. En este contexto me considero un protestante.

Hay quienes opinan que protestar es de mal gusto; otros consideran que es un derecho, y algunos –donde yo me incluyo– consideramos que es un deber. Pasar agachado ante un hecho ilegal, injusto o simplemente perjudicial para nosotros, nuestra sociedad o alguno de sus miembros es hacerse cómplice de algo indebido que tenemos la obligación de tratar de evitar.

Los arquitectos, sin embargo, no nos destacamos por ser un gremio reconocido como protestante. Pensando en borrador y sin castigar mucho a la memoria, encuentro muy pocos colegas que practiquen el desagradecido oficio de la protesta, como Germán Téllez, Benjamín Barney, Juan Luis Rodríguez, Guillermo Fischer, Mario Noriega… y otros pocos en Bogotá y la provincia.

Pero independientemente de cuántos somos y cuántos deberíamos ser, y haciendo de abogado del diablo –la mayoría de los abogados lo son– deberíamos hacernos la pregunta: ¿Sirve de algo protestar? Trataré de contestarla resumiendo mis protestas de los últimos cinco años, en artículos (citados entre paréntesis) publicados en la revista ARCADIA o en el blog TORRE DE BABEL.

La protesta más insistente fue la del edificio BD Bacatá (La guerra de las falacias, Ataca Bacatá, Hace rato que no reto, La alegría de aprender, ¡Indignaos!). A continuación, un aparte de este último artículo:

Recuerdo de mi primera indignación.

En abril de 2011 aparece profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos la torre BD Bacatá– en la calle 19 con carrera 5, sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios ya cercanas al colapso. Revisando las normas encontramos que, en contra de lo estipulado en ellas –y según mi buen saber y entender, no se hizo plan parcial, no se cumplió con los aislamientos, no se cumplió con el título K de la norma NSR 98 referente a los medios de evacuación, y no se pagó impuesto de plusvalía. Aprovechando una solicitud de reforma de licencia, interpuse entonces un Recurso de Reposición ante la Curaduría 4 solicitando la revocatoria de la Licencia de Construcción. La curaduría resolvió “No reponer la modificación del acto administrativo MLC 11-4-0303 de 10 de mayo de 2012,” por lo cual interpuse un Recurso Subsidiario de Apelación ante la Secretaría Distrital de Planeación.

La respuesta de la SDP, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: “Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado” (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: ”con ella queda agotada la vía gubernativa”.

La segunda protesta fue a raíz de la caída del edificio Space en Medellín (Colapso, Colapso2, Colapso 3. El reinado de las Por Qués, Omertá, Se Dice, Test para Constructores Antioqueños). A continuación, un aparte de El Reinado de las Por Qués:

¡Hace más de un año se cayó en Medellín la torre 6 del conjunto de vivienda Space con un saldo de 12 muertos, y fue necesario demoler las otras cinco! El estudio de la Universidad de los Andes demostró que el culpable fue el calculista. ¿Por qué ni él ni los constructores han sido juzgados, ninguno está en la cárcel, ni el gremio de ingenieros se ha pronunciado públicamente sobre este hecho, el más grave en toda la historia de la construcción en Colombia? ¿Están esperando que se caigan los otros edificios calculados por el mismo profesional para hacer un solo juicio? ¿El hecho de poner en peligro la vida de los compradores por ganarse unos pesos constituye mérito suficiente para que la Sociedad Antioqueña de Ingenieros propusiera condecorar al fundador de Lérida CDO, la firma constructora?

La alcaldía de Petro no se escapó de mis protestas (La abuelita fea, El Evangelio según San Petro, La ciudad equivocada, Tres modelos de ciudad, La ciudad pintada, La fábula de la confabulación, Día de la madre, Petro y la hoja). Un párrafo de La Ciudad Equivocada puede ser un ejemplo:

El nuevo modelo de ciudad propone densificar el llamado Centro Ampliado desestimulando el desarrollo de la periferia, con el pretexto de disminuir recorridos vehiculares. Sin embargo, el gran tamaño del Centro Ampliado implica necesariamente recorridos internos, y la acumulación de los servicios en esta área genera más desplazamientos de la periferia al centro por una malla vial que ya está colapsada. Una de las justificaciones para la densificación del centro es que en este sector los metros cuadrados de vías por habitante son mayores que en la periferia. Lo que no se tuvo en cuenta es que el estudio se hizo con la población residente –los que duermen allí, cuando efectivamente las vías están desocupadas– y no la población flotante que en el día se calcula en un millón y medio, y satura vías y andenes del centro tradicional.

Los concursos fueron un tema que se ganó varias cuartillas (El patito feo, El show va a comenzar, Premiando imágenes. Facultad de artes, Respuesta a Sergio Elías Aguía). Con el artículo sobre el concurso para la facultad de Artes de la Universidad Nacional, cometí un error imperdonable en quien hace una columna: escribir con rabia. Si hubiera contado hasta cien –posiblemente hasta cien mil en este caso– no habría utilizado términos que pueden molestar a los involucrados. Sigo creyendo que todo lo que dije es cierto, y el llamado concurso –que en realidad fue una compra de anteproyectos– no fue el resultado de una decisión arbitraria de la entidad, sino el de aplicar –de buena fe, estoy seguro– las normas de contratación de la Universidad, por parte de un grupo de colegas que desconozco, y a quienes aprovecho para pedir disculpas. Ejemplo de esta crítica es parte del texto de Premiando Imágenes:

Estos concursos premian –en teoría– los mejores edificios. Para mí los mejores edificios son no solo los que sobresalen por su arquitectura. Son los que mejor se adaptan a las condiciones del sitio, los que se implantan correctamente en el entorno, los que más aportan al bienestar de la comunidad, los que mejor funcionan para lo que fueron diseñados y los mejor construidos.

Pero: ¿se están teniendo en cuenta estas condiciones al adjudicar los premios? Por imposibilidad o por desinterés los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios.

No podía dejar de lado el tema de la formación de los nuevos arquitectos (Información, formación, deformación; Jurados juzgados, Los profesores, ¿Arquitectos nuevos educación vieja?). Un aparte de este último artículo:

Nuestros estudiantes deberían entonces recibir menos información presencial, y buscar por sí mismos –filtrando con buen criterio– los conocimientos que abundan en la red y en los medios; conocer culturas diferentes y poder comunicarse en varios idiomas; investigar para producir nuevo conocimiento; entender la geografía como la relación entre arquitectura y territorio, y analizar la historia para identificar las bases culturales de donde proviene el patrimonio construido; aprender a aprender como un hábito personal, permanente y vitalicio y, sobre todo, aprender a pensar. En esta forma podrán asumir los retos actuales de la profesión, en cualquier lugar, y auto adaptarse a los futuros.

Los arquitectos estrellas no se salvaron de mis protestas (El puente está quebrado, Las estafas en la arquitectura, Pritzker); ni siquiera el gran Maestro Le Corbusier (A veces toca, Cuando toca recibir regaños, Planeación Bogotá, Región Bogotá 2038, ¿Cuánto vale Le Corbusier?). Frank Gehry y Zaha Hadid son dos de las estrellas mencionadas:

Empecemos por Frank Gehry, demandado por MIT por negligencias en el proyecto del Stata Center. El edificio tiene goteras y en invierno se entra la nieve. Entretanto, la fachada en acero inoxidable del Auditorio Walt Disney, proyecto del mismo arquitecto, refleja el sol, calentando en forma exagerada a unos vecinos que exigen airada y justamente una solución.

En Sevilla el escándalo ha acaparado los espacios de los medios. Un juez ha ordenado la demolición y restitución del terreno original (incluyendo árboles y amueblamiento) que ocupa la Biblioteca Central de la Universidad, proyecto de Zaha Hadid en etapa de terminación, por haber sido construida completamente por fuera de la norma.

Tampoco se escapó la Arquitectura “de imagen” (Las ardillas muertas), ni los que destruyen la Arquitectura (Los Arrasenos). Veamos un párrafo de Las Ardillas Muertas:

Se trata de una casa típica de revista de arquitectura de supermercado, rodeada de un jardín donde la mano del hombre no ha sembrado nada vegetal diferente del “zacate” (prado). El único árbol ya existía en el lote. El cálido sol centroamericano atraviesa incontrolado la generosa fachada de vidrio, y es fácil imaginar la ardiente temperatura dentro del acuario, o el gigantesco equipo de aire acondicionado y su consumo de energía que se considera un pecado mortal en los demás. No existe un alero generoso, una pérgola amable con enredaderas o al menos un árbol frondoso que proteja el interior de los incómodos rayos solares. Ya no se usa el famoso “Brise Soleil” recomendado por Le Corbusier en los años cincuenta, cuando la protección del clima era un sentimiento natural y una práctica usual entre los arquitectos, sin que existiera el término “arquitectura bioclimática” ni se conociera su significado. Seguimos cacareando la ecología, la bioclimática y la sostenibilidad, y publicamos y promocionamos los proyectos que las ignoran.

También se ganaron mi protesta las bienales (A propósito de la Bienal de Venecia, Pecados Bienales). En la Bienal de Venecia se premió un edificio sin terminar en Venezuela, invadido por familias pobres. Así decía el artículo:

El premio del León de Oro a la Torre de David me parece una vergüenza. A los europeos les parece muy simpático que unos pobres sin techo solucionen su problema tomándose un edificio ajeno y sin terminar, ¡y que esa acción desesperada se merece un importante premio de arquitectura! No le importó al jurado el hecho de que dos millares de venezolanos vivan sin las mínimas condiciones de higiene y comodidad, sin servicios públicos, subiendo todos los días veinte pisos sin ascensor, enterrando a sus niños que se caen por las fachadas abiertas, en una estructura inadecuada y ajena, tomada por la fuerza bajo la mirada condescendiente de un gobierno dictatorial que cree que esta actitud complaciente es una manera socialista y bolivariana de hacer justicia social. Esta vida denigrante en un tugurio vertical en condiciones infrahumanas, se considera una solución no solo aceptable sino meritoria. ¿Qué tanto toca escarbar en la miseria y revolver la pobreza para encontrar los méritos arquitectónicos y otorgar un León de Oro a una obra mediocre a medio hacer? El premio se adjudicó a una calidad de vida inexistente de una comunidad de miserables, o a una ostentosa presentación basada en fotos donde no se ve el hambre. Este reconocimiento es un ultraje a la arquitectura y una burla de la miseria humana.

El balance de mis protestas no puede ser más desalentador: el edificio BD Bacatá va viento en popa, aparentemente con las falencias y los errores denunciados; sobre los responsables de la caída del edificio Space, no se ha publicado nada; la enfermedad de la alcaldía de Petro se curó sola –como la adolescencia– sin que hubieran influido mis artículos; los concursos siguen igual, con lo bueno, lo malo y lo feo; los artículos sobre el tema de la educación de los nuevos arquitectos no afectaron para nada este oficio; siguen apareciendo las denuncias de la mala práctica de algunos arquitectos estrellas, y la publicación de proyectos cuya forma trata de ocultar la falta de fondo; y, finalmente, las bienales siguen tan campantes.

La primera conclusión –la pesimista– es que las protestas no sirven para nada. La segunda –la optimista– es que es posible que estos regaños inofensivos hayan logrado que algunos colegas se enteren de estos problemas, mediten sobre ellos y compartan las ganas de atacarlos. Esto justificaría la molestia de escribir y publicar artículos criticones.

Mientras haya la sospecha de que estos escritos pueden servir para algo, seguiré con mi desagradecido oficio de protestante, contando con la compañía de Téllez, Barney, Rodríguez, Fischer, Noriega, Calvino, Lutero y ojalá muchos más.

* Imagen tomada del blog de Jorge Vilela.

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Las murallas son lo de menos. Respuesta a los comentaristas

Zonas

Central Park

Recibí dos comentarios de desaprobación a la propuesta para conservar la reserva van der Hammen a través de un parque urbano amurallado.

El primero asegura que se trata de un “afán ridículo” y pregunta “¿por qué debemos parecernos a otras ciudades, de otros países y otras culturas?”. El segundo se une al coro reiterando que copiar modelos extranjeros es un error y propone construir “una ciudad moldeada con consciencia de sus ecosistemas… Eso sí que sería un modelo propio, innovador y único, adaptado a nuestra cultura”.

Lo que “me pregunto” yo es otra cosa. Si una propuesta para conservar las 1.368 hectáreas de la reserva Thomas van der Hammen es una copia ridícula, ¿cuál sería la denominación adecuada para el alcalde Enrique Peñalosa: mago genial por desaparecer la reserva o cuatrero descarado por robársela?

Un tercer corresponsal interesado en el tema de la Región Bogotá me hizo, por correo electrónico, una invitación a apoyar la formulación de “un plan maestro regional, como referencia para la propuesta asociada Plan [de Ordenamiento] Zonal del Norte”, POZ. Estoy de acuerdo con la importancia con la planeación regional, tanto como con la planeación geográfica y ecosistémica, como entiendo que lo está la mayoría de gente involucrada con el problema del funcionamiento y la planeación responsable de la Sabana de Bogotá. Sin embargo, la región puede esperar y las declaraciones no alcanzan para CONSERVAR la van der Hammen.

Se puede discutir si la conservación de un área de 1.368 hectáreas debería hacerse a través de un proyecto de reconstrucción de un pasado ambiental, o del futuro de una ciudad habitada por 15 o 20 millones de personas. El hecho es que ninguna se puede sustraer al hecho de que el proyecto Lagos de Torca es una AMENAZA presente, a punto de ser aprobada por el Concejo. Sin que la reserva haya sido creada.

La reserva van der Hammen no pasa de ser un enunciado. No está creada porque no ha sido adquirida, no está reglamentada y no se ha definido cómo compensar a los propietarios ni la reubicación de algunos usos y usuarios. Tampoco se tiene un plan para mantenerla por el resto de la vida y menos la claridad de que todo tiene un costo de miles de millones de pesos, que de alguna parte tienen que salir. La creación, sin embargo, empieza por entender y actuar sobre las condiciones de posibilidad que amenazan su existencia: SUSPENDER el proyecto Lagos de Torca y REDEFINIR la zona norte.

* Imagen de la gran muralla china tomada de Taringa.

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