Archivo del Autor: Willy Drews

Autojardin_ElTiempo

Autojardín

Los médicos tapan sus errores con tierra; los arquitectos, con enredaderas.
Malvado dicho popular

Para quienes creemos en la evolución, la jardinería se inicia cuando la señora Cromañón y la señora Neandertal interrumpieron su recolección de frutas, bayas y raíces para mirar complacidas una mata con flores no comestibles. Para quienes creen la historia de la bolita de barro, trasplante de costilla, culebra que habla y frutas prohibidas, la jardinería se inicia con el paraíso terrenal. Muchos siglos más tarde –1500 d.C.– Hieronymus Bosch (El Bosco), en su erótico tríptico El Jardín de las Delicias, representó el dominio de la lujuria en el mundo, versión muy diferente del paraíso sano y aburrido que nos enseñaron en clase de religión.

Los primeros jardines que se hicieron famosos fueron los Jardines Colgantes de Babilonia –hoy Iraq– a la orilla del Éufrates, ordenados por el rey de los caldeos Nabucodonosor ll como regalo para su esposa Amitis. Cuando llegó Carlomagno en el siglo IV a.C. ya estaban abandonados y, finalmente, fueron destruidos por el rey persa Evemero en el año 125 a.C. Realmente el nombre no hace honor a la verdad, pues las plantas fueron sembradas en balcones y terrazas, y no eran “colgantes”. Los jardines de Babilonia son considerados como una de las siete maravillas del mundo antiguo.

A partir de ese momento, el jardín se extendió por todo el mundo con características diferentes acordes con la vegetación y cultura de cada región. Algunos se volvieron famosos como los de Versalles en Francia, iniciados por Luis XIII y continuados por Luis XIV; los jardines de Keukenhof en Holanda, y los de Suan Nong Nooch en Tailandia. Y mientras los jardines del mundo occidental se basaban principalmente en la vegetación, aparecieron en el oriente los jardines zen con arena, piedras, elementos secos y pocas plantas, como el jardín Ryoan-Ji y el jardín zen del templo Tofuku-Ji, ambos en Kioto.

Con el tiempo surgieron los jardines temáticos como el proyecto Eden en Inglaterra, con cinco cúpulas geodésicas y dedicado a la naturaleza y el desarrollo sostenible; el jardín de la Especulación Cósmica en Escocia; los jardines botánicos de Nueva York, Curitiba y el Kew Gardens en Londres; el jardín Las Pozas de Xilitla en medio de la selva de la Sierra Madre oriental de México; y jardines de esculturas como el de Minneapolis, el parque Vigeland en Oslo y el Milesgarden en Estocolmo.

Ya entrado el siglo XX, los jardines se treparon a las cubiertas de los edificios y aparecieron los techos verdes que, además de disminuir las emisiones de CO2, actúan como aislante térmico, amortiguan la velocidad del flujo de aguas lluvias al colector final y protegen las impermeabilizaciones. Y cuando Patrick Blanc forró con vegetación las fachadas del museo Quai Branly en París, se disparó a comienzos del siglo XXI la moda de los jardines verticales en todo el mundo. Colombia no fue la excepción. Y fue precisamente en Colombia donde se presentó el último gran avance en el tema de jardines.

La historia comenzó con un automóvil color vino tinto estacionado en un barrio residencial de Bogotá, como cualquier automóvil estacionado en un barrio residencial de Bogotá. Pero cuando pasaron las semanas y los meses y el automóvil seguía allí, su condición de estacionado cambió a abandonado. El color vino tinto empezó a convertirse en color óxido, las llantas perdieron su aire y consecuentemente su forma circular, y los accesorios empezaron a desaparecer. Pasaron nueve años y nadie lo recogió. Cada día era más chatarra y menos automóvil. El aire de abandono que respiraba se empezó a extender al barrio, para preocupación de los vecinos. Hasta que finalmente algunos de ellos rodearon al vehículo de macetas con enredaderas y, después de meses de cuidado y riego, la vieja carrocería desapareció bajo un espeso manto de flores color naranja.

De esta historia podemos sacar varias conclusiones elementales:

  • El primer paso para una solución es identificar el problema.
  • Si el estado no soluciona el problema, los ciudadanos deben hacerlo.
  • No siempre el dinero es la solución. Una buena iniciativa, trabajo y paciencia, pueden ser suficientes.
  • ¿Por qué a nadie se le ocurrió esta solución hace nueve años?
  • Por fin la política uribista del “tapen, tapen” y el “todo vale” produjo algo sano, útil y –como cosa rara– ¡legal!

¡La humanidad ha dado un paso enorme en el campo del paisajismo! No ganamos el mundial de fútbol, pero ¡somos los campeones mundiales de la jardinería! Hemos inventado el Autojardín.

Foto tomada de El Tiempo.

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PRITZKER-ElTiempo

Pritzker

El Premio Pritzker fue instituido en 1978 por Jay y Cindy Pritzker, propietarios de la cadena de Hoteles Hyatt, y se ha adjudicado en 34 ocasiones, 3 de ellas a dos arquitectos simultáneamente: en 1988 a Oscar Niemeyer y Gordon Bunshaft, en 2001 a Herzog y De Meuron, y en 2010 a Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa. El codiciado galardón ha premiado a 15 arquitectos de Europa, 8 de Norteamérica, 7 de Asia, 3 de Latinoamérica, 1 de Australia y ningún africano. Su propósito es “honrar anualmente un arquitecto vivo cuyo trabajo construido demuestre una combinación de talento, visión y compromiso, y haya producido contribuciones consistentes y significativas a la humanidad y el medio construido, por medio del arte de la arquitectura”. Dentro del gremio se le considera el mayor reconocimiento de la profesión y se lo equipara a los premios Nobel por su importancia y criterios de adjudicación. Pero no siempre se cumplen esos criterios y entonces se parece más al Oscar.

Los premios Nobel se adjudican a “personas que efectúen investigaciones y hagan descubrimientos sobresalientes, lleven a cabo el mayor beneficio a la humanidad o aporten una contribución notable a la sociedad”. Y el Premio Oscar es “concedido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en reconocimiento a la excelencia de los profesionales en la industria cinematográfica”.

La mayoría de los galardonados son arquitectos de gran prestigio, con proyectos grandes y numerosos. Pero hay también algunos que han trabajado con éxito un formato mediano, como Hans Hollein (1985), Robert Venturi (1991), Sverre Fehn (1997), Paulo Mendes da Rocha (2006) y Toyo Ito (2013). Y otros que se han destacado por excelentes proyectos en pequeño formato, como Glenn Murcutt (2002), Peter Zumthor (2009) y, el último, Shigeru Ban (2014), el maestro del cartón. Unos pocos son conocidos por una obra sobresaliente, como Gottfried Bôhm (1986) por su proyecto para la alcaldía de Bensberger en Alemania, y Gordon Bunshaft (1988) por el edificio Lever House en la Quinta Avenida de Nueva York. En esta forma, el jurado ha confirmado que la buena arquitectura no se mide en dólares ni en metros cuadrados; y hasta aquí loas al jurado.

En algunas ocasiones, el jurado se ha alejado de las condiciones para la adjudicación del premio, como en el caso del famoso arquitecto Aldo Rossi, reconocido como crítico, teórico y escritor, y menos por su “trabajo construido”. Como sucede en cualquier elección: ni son todos los que están, ni están todos los que son. Entre los que fueron y no están, y así se me tilde de provinciano y patriotero, yo incluiría en primera fila a Rogelio Salmona.

Pero donde yo considero que se les fueron las luces a los jurados fue cuando empezaron a premiar –con un “Oscar” en estos casos– a los principales exponentes de la arquitectura del espectáculo: Frank Gehry en 1989, Christian de Portzamparc en 1994, Rem Koolhaas en el 2000 y Zaha Hadid en el 2004. Las “contribuciones consistentes y significativas a la humanidad y el medio construido” de sus ostentosas esculturas difícilmente habitables son muy discutibles. Su derroche de formas, espacios y voladizos tienen más como objetivo descrestar al ciudadano que mejorarle su calidad de vida.

Veamos como ejemplo el edificio para el Centro Lou Ruvo de Salud Mental en Cleveland (EUA) de Frank Gehry: el texto de la imagen que acompaña este artículo no aclara si Gehry reconoce que el fracaso es este edificio –que parece que lo pararon caliente– o se refiere a otras obras. Y quedan varias preguntas entre el tintero: ¿los espacios interiores son mejores que los de un edificio normal construido con nivel y plomada? ¿El sistema constructivo es más eficiente? ¿Es más económico? ¿La ciudad ganó algo? ¿Es bello? Para mí la respuesta a todas las preguntas es ¡NO! Y la última pregunta: ¿el edificio fue diseñado para curar enfermos mentales o para producirlos?

El juicio insobornable del tiempo sabrá acomodar estos edificios en el lugar que les corresponde dentro de la historia de la arquitectura, o dentro de la historia de la escultura. El premio Pritzker debe redefinir su norte y afianzar su rumbo de acuerdo con lo establecido por sus generosos fundadores.

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Imagen tomada de El Tiempo.

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América en ruinas

América en ruinas

Lo único que sabemos de la ciudad del futuro
es que nos tocará convivir con las ruinas del presente.
Kenzo Tange

La ruina es la muerte digna de la arquitectura. Es el cadáver mal enterrado de una cultura desplazada. Cada ruina tiene dos historias por contar: una historia de vida y una historia de muerte. En el caso de las ruinas famosas, la posteridad y la imaginación han creado historias a menudo tan fantásticas y mentirosas como todas las historias.

América, continente joven, alberga ruinas igualmente jóvenes. Es el caso de Tikal en Guatemala, la más antigua ciudad levantada por los mayas en el siglo IV a.C., abriendo un claro en medio de la espesa selva cuando las serpientes eran emplumadas. Tuvo su máximo florecimiento entre los años 200 y 900 d.C. y fue abandonada a finales del siglo X. La selva recuperó su espacio y sepultó la arquitectura con su manto de distintos tonos de verde, y regresaron la algarabía de los loros y los aleteos de los quetzales. Hasta el siglo XVIII, cuando el hombre salió en defensa de  las construcciones en piedra y la selva, fue parcial y temporalmente derrotada.

Más al norte, en Yucatán, se encuentran las ruinas de Uxmal, ciudad maya botada en medio de una planicie árida donde el sol es abundante y el agua y las sombras son escasas. Su historia de vida se remonta a su primera ocupación en el siglo VII y la segunda en el siglo X. Después fue abandonada. El ocaso de Uxmal coincidió con el despertar de Chichén Itzá, otra ciudad yucateca en un valle polvoriento donde la brisa nunca llegó, que tiene una historia similar. Su principal desarrollo fue entre los siglos X y XIV y, al igual que Uxmal, murió por abandono. Todavía en México, pero esta vez en Chiapas, la mayoría de las construcciones de la ciudad maya de Palenque se levantaron del siglo VI al X. Después las abandonaron.

Más abajo –si es que el mundo tiene arriba y abajo– en Honduras se encuentran las ruinas de la que fue capital del imperio maya: Copán. Su historia de muerte –la causa de su abandono–, como la de las otras ciudades mayas, es todavía un misterio. La teoría más aceptada –pero por ahora una teoría– es la superpoblación y el agotamiento de los recursos naturales. A excepción de Tikal, sus emplazamientos en tierras áridas hacen factible esta poco imaginativa hipótesis.

La mayoría de las tribus que habitaron al norte del Río Grande y al sur de Mesoamérica construyeron con materiales perecederos que desaparecieron sin dejar huella distinta de algunos artículos de cerámica y orfebrería. Entre las contadas excepciones que dejaron algo más que adornos de oro y tiestos de barro, se encuentra Ciudad Perdida en las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, donde mueren los Andes suicidándose en el mar como Alfonsina Storni. Perdida –como su nombre lo indica– en la selva y mirando al Caribe, sus terrazas circulares unidas por caminos de piedra nos permiten imaginar lo que fue uno de los asentamientos de la cultura Tayrona, que llegó a tener un millón de habitantes antes de su desaparición. Solo fue descubierta en 1975.

Pero no todas las ruinas son residuos de un pueblo habitado y devastado. Al sur, aún sobre los Andes y todavía en Colombia, encontramos los restos de un ejército de guerreros monolíticos que cuidan la muy antigua necrópolis de San Agustín –siglo XXXIII a.C.–, que empezó a ser saqueada por guaqueros desde el siglo XVIII. Hoy es un parque diezmado por el robo continuado de negociantes y museos.

Remontando más los Andes, donde se junta la tierra con el cielo y donde antes de la llegada de los Incas solo los ángeles, los cóndores y el viento se atrevían a subir, se encuentra una de las ruinas más impactantes del mundo: Machu Picchu. De su historia de vida solo se sabe que su fundación se remonta a mediados del siglo XV, pero se desconoce el motivo de su construcción y las razones para su ubicación. Tampoco se sabe por qué fue abandonada. En 1630 fue saqueada por los españoles.

La Isla de Pascua, geográficamente en Polinesia pero políticamente en América –pertenece a Chile– fue habitada inicialmente por la etnia Rapa Nui que llegó de la isla Hiva en el siglo IV. Los Rapa Nui formaron en la playa una fila de medios gigantes en piedra que oteaban desafiantes el horizonte. Su fiero aspecto, sin embargo, no pudo detener los barcos esclavistas que entre 1859 y 1863 se llevaron más de mil nativos, iniciando su extinción. Recientes excavaciones descubrieron que los gigantes monolíticos son completos, enterrados de la cintura para abajo, y nada se sabe sobre su construcción y desplazamiento.

También hay ruinas igualmente importantes pero poco publicitadas, que se han salvado de ser asfixiadas por el turismo. Una de ellas es Chan Chan en la costa norte del Perú, capital de la cultura Chimú, y considerada la más grande ciudad en adobe del mundo, cuando fue saqueada y quemada parcialmente por Huayna Capac. Tenía 500.000 habitantes. Un siglo después, tras la conquista, la población se había reducido a 40.000. Durante el virreinato –1532 a 1821– los saqueos, buscando un supuesto tesoro de plata y oro, acabaron con lo que quedaba de la ciudad.

En la región de los Guaraníes, entre Argentina, Paraguay y Brasil, aparecieron un día unos hombres altos, blancos y con sotana, seguidos de una tropa de indígenas bajitos, oscuros y sin sotana, y empezaron a construir con el sudor de la frente –de los bajitos, oscuros y sin sotana, lógicamente– 30 pueblos misioneros donde los blancos, altos y con sotana se dedicaron a la terca e inútil tarea de los misioneros, de cambiarle los dioses a todo lo que caminara en dos pies. Hasta que en 1762 el Rey Carlos V expulsó a los jesuitas de sus colonias. Y esta es la historia de muerte de las Misiones Jesuíticas Guaraníes.

Pero detrás de las ruinas muy famosas y menos famosas hay millones de ruinas anónimas sin ninguna historia, lo cual permite que cualquiera pueda imaginar y adjudicarle hechos y leyendas, tan poco confiables como las historias consideradas veraces, pero seguramente más interesantes y divertidas. Como ejemplo voy a inventar la historia de una ruina existente en el cruce de la calle de Los Siete Infantes y la calle de La Carbonera en Cartagena de Indias. En el año 1720, una esclava dio a luz en un solo parto siete hijos de su amo –seis varones y una niña– lo cual dio lugar al nombre de la calle. Veinte años más tarde, un pirata descrito por Joaquín Sabina como cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhan, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera”, se enamoró perdidamente de la niña, a la sazón una hermosa mulata veinteañera, y le pidió que se fuera con él. La mulata lo rechazó y el pirata enfurecido juro que vendría por ella, costase lo que costase. Entonces viajó a Inglaterra y convenció al Almirante Vernon de que se tomara a Cartagena. El 13 de marzo de 1741 Cartagena divisó con horror en el horizonte 186 buques con 2.000 cañones, 27.600 hombres, y una carabela que tenía por bandera un par de tibias y una calavera. El sitio duró sesenta y ocho días pero finalmente el defensor de la plaza, don Blas de Lezo, con un puñado de valientes, derrotaron a Vernon quien huyó con los maltrechos barcos que le quedaban y todos sus hombres sobrevivientes. Todos menos uno: el pirata de la pata de palo, con parche en el ojo y con cara de malo. Disfrazado de Blas de Lezo –quien también tenía parche en el ojo, pata de palo y posiblemente cara de malo– atravesó la derruida ciudad y corrió a la casa de Los Siete Infantes para raptar a la mulata. La encontró muerta por una bala de cañón de su propio barco. Entonces, para borrar los vestigios de su amor fracasado, incendió la casa con el cadáver de su amada.

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LaureanoForero Arq

Omertá

Omertá o ley del silencio es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre cualquier delito cometido por otro miembro de la Mafia. Romper este juramento es castigado con la muerte. Hace siete meses colapsó la torre 6 del conjunto SPACE y no se sabe cuál fue la causa de la tragedia, como si hubiera una Mafia que, por razones extrañas, quisiera ocultar la verdad.

La alcaldía de Medellín contrató un estudio con la Universidad de los Andes, y nunca ha informado si el estudio se terminó, o está en proceso, o cuales fueron los resultados.  ¿Omertá?

Los gremios de la construcción no han exigido insistentemente claridad sobre el hecho. ¿Omertá?

Las sociedades profesionales que reúnen y representan a los arquitectos e ingenieros de Medellín no se han pronunciado públicamente. ¿Omertá?

Los periodistas de los principales medios no han informado regularmente acerca del estado de la investigación de la tragedia. ¿Omertá?

Solo después de 200 días la Fiscalía llamó a juicio a los posibles implicados, y –con excepción de uno– los dejó libres por considerarlos “no peligrosos para la comunidad”. ¿Omertá?

Dice un cuento que cuando un juez preguntó a tres borrachos quién iba manejando en el momento del accidente, los tres contestaron: nadie, todos íbamos en el asiento de atrás. Cuando el juez citó a los cinco inculpados, ninguno aceptó los cargos. Todos iban en el asiento de atrás. ¿Omertá?

Parece que  en Medellín colapso no significa cadalso. Al menos mientras exista la Omertá.

*Imagen de Laureano Forero Arquitectos (tomada de la página de Facebook)

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Foto de Carlos Drews

Gabo y la arquitectura

No solo los arquitectos diseñan casas y edificios y elaboran proyectos urbanos. Los novelistas se ven obligados a hacerlo para definir el escenario donde se desarrolla su narración y, como no saben, no quieren o no les permiten dibujar, deben reemplazar el plano por una descripción en prosa, no siempre con mucho éxito. A través de sus proyectos escritos podemos leer cómo los escritores entienden la arquitectura y cuáles son sus preferencias y debilidades en este campo. Muchos pasan por el diseño de los espacios y llegan hasta el diseño de los detalles; otros se conforman con describir el ambiente necesario para la correcta comprensión de la acción, en una arquitectura incompleta.

Muy elemental y no comprometido es el proyecto de García Márquez para la casa de José Arcadio Buendía en Cien años de soledad: Tenía una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado, y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas. Cuando la familia creció, Úrsula (…) emprendió la ampliación de la casa. Dispuso que se construyera una sala formal para las visitas, otra más cómoda y fresca para el uso diario, un comedor para una mesa de doce puestos donde se sentara la familia con todos sus invitados; nueve dormitorios con ventanas hacia el patio y un largo corredor protegido del resplandor del mediodía por un jardín de rosas, con un pasamanos para poner macetas de helechos y tiestos de begonias. Dispuso ensanchar la cocina para construir dos hornos, destruir el viejo granero donde Pilar Ternera le leyó el porvenir a José Arcadio, y construir otro dos veces más grande para que nunca faltaran los alimentos en la casa. Dispuso construir en el patio, a la sombra del castaño, un baño para las mujeres y otro para los hombres, y al fondo una caballeriza grande, un gallinero alambrado, un establo de ordeño y una pajarera abierta a los cuatro vientos para que se instalaran a su gusto los pájaros sin rumbo. La descripción de la ampliación es una lista minuciosa de las nuevas dependencias y sus características, pero Gabo no se compromete con la relación entre los espacios y deja la  arquitectura de la casa a la imaginación del lector.

En cambio, en la casa del doctor Juvenal Urbino en el barrio de Manga de Cartagena de Indias –en su novela El amor en los tiempos del cólera–, Gabo se lanza a un diseño completo que incluye acabados y proyecto de amueblamiento: Era grande y fresca, de una sola planta, y con un pórtico de columnas dóricas en la terraza exterior, desde la cual se dominaba el estanque de miasmas y escombros de naufragios de la bahía. El piso estaba cubierto de baldosas ajedrezadas, blancas y negras, desde la puerta de entrada hasta la cocina, y esto se había atribuido más de una vez a la pasión dominante del doctor Urbino, sin recordar que era una debilidad común de los maestros de obra catalanes que construyeron a principios de este siglo aquel barrio de ricos recientes. La sala era amplia, de cielos muy altos como toda la casa, con seis ventanas de cuerpo entero sobre la calle, y estaba separada del comedor por una puerta vidriera, enorme e historiada, con ramazones de vidrio y racimos y doncellas seducidas por caramillos de faunos en una floresta de bronce. Los muebles de recibo, hasta el reloj de péndulo de la sala que tenía la presencia de un centinela vivo, eran todos originales ingleses de fines del siglo XIX, y las lámparas colgadas eran de lágrimas de cristal de roca, y había por todas partes jarrones y floreros de Sévres y estatuillas de idilios paganos en alabastro. Pero aquella coherencia europea se acababa en el resto de la casa, donde las butacas de mimbre se confundían con mecedores vieneses y taburetes de cuero de artesanía local. En los dormitorios, además de las camas, había espléndidas hamacas de San Jacinto con el nombre del dueño bordado en letras góticas con hilos de seda y flecos de colores en las orillas. El espacio concebido en sus orígenes para las cenas de gala, a un lado del comedor, fue aprovechado para una pequeña sala de música donde se daban conciertos íntimos cuando venían intérpretes notables. Las baldosas habían sido cubiertas con las alfombras turcas compradas en la Exposición Universal de París para mejorar el silencio del ámbito, había una ortofónica de modelo reciente junto a un estanque con discos bien ordenados, y en un rincón, cubierto con un mantón de Manila, estaba el piano que el doctor Urbino no había vuelto a tocar en muchos años. En toda la casa se notaba el juicio y el recelo de una mujer con los pies bien plantados sobre la tierra.

Sin embargo, ningún otro lugar revelaba la solemnidad meticulosa de la biblioteca, que fue el santuario del doctor Urbino antes que se lo llevara la vejez. Allí, alrededor del escritorio de nogal de su padre, y de las poltronas de cuero capitonado, hizo cubrir los muros y hasta las ventanas con anaqueles vidriados, y colocó en un orden casi demente tres mil libros idénticos empastados en piel de becerro y con sus iniciales doradas en el lomo. Al contrario de las otras estancias, que estaban a merced de los estropicios y los malos alientos del puerto, la biblioteca tuvo siempre el sigilo y el olor de una abadía.

La descripción de la habitación de Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino –en El general en su laberintoes somera pero suficiente para tener una idea de la sobriedad del espacio y sus muebles. El dormitorio que le asignaron le causó otro extravío de la memoria, así que lo examinó con una atención meticulosa, como si cada objeto le pareciera una revelación. Además de la cama de marquesina había una cómoda de caoba, una mesa de noche también de caoba con una cubierta de mármol y una poltrona forrada de terciopelo rojo. En la pared junto a la ventana había un reloj octogonal de números romanos parado en la una y siete minutos.

La casa de los abuelos en Aracataca es descrita por García Márquez con lujo de detalles en Vivir para contarla, como puede apreciarse en estos apartes: Una casa lineal de ocho habitaciones sucesivas, a lo largo de un corredor con un pasamanos de begonias (…). Los cuartos eran simples y no se distinguían entre sí (…).La primera habitación servía como cuarto de visitas y oficina personal del abuelo. Tenía un escritorio de cortina, una poltrona giratoria de resortes, un ventilador eléctrico y un librero vacío con un solo libro enorme y descosido: el diccionario de la lengua. Enseguida estaba el taller de platería (…). El espacio común de la oficina y la platería estaba vedado a las mujeres (…). El comedor era apenas un tramo ensanchado del corredor (…). Después del corredor había una sala de recibo reservada para ocasiones especiales (…). Allí empezaba el mundo mítico de los dormitorios. Primero el de los abuelos con una puerta grande hacia el jardín, y un grabado de flores de madera con la fecha de la construcción: 1925 (…). Al fondo del corredor había dos cuartos que me estaban prohibidos (…). El último cuarto era un depósito de trastos y baúles jubilados(…). Frente a esos dos aposentos, en el mismo corredor, estaba la cocina grande, con anafes primitivos de piedras calcinadas, y el gran horno de obra de la abuela(…). El patio no parecía muy grande, pero tenía una gran cantidad de árboles, un baño general sin techo con una alberca de cemento para el agua de lluvia y una plataforma elevada a la cual se subía por una frágil escalera de unos tres metros de altura.

Las dos últimas descripciones son suficientes para recrear el ambiente que se requiere para el desarrollo de la narración. Pero no implicaron el esfuerzo del diseño, pues la casa familiar existió y la Quinta de San Pedro Alejandrino todavía existe. ¡Así no se vale, Gabo!

* Foto de Carlos Drews

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Foto Laureano Forero Arquitectos

Colapso 3. Cuatro errores

Pregunta el Juez al marido:
– ¿Cómo murió su señora?
– Iba por la cocina con el cuchillo, se cayó y se lo clavó
– ¿Siete veces?

Ya hace medio año que se desplomó la torre 6 del conjunto Space en Medellín, y hasta este momento se desconoce el resultado del estudio contratado con la Universidad de los Andes para saber las causas del siniestro. Y probablemente nunca se conozca.

Según el periódico El Tiempo hubo deficiencias y errores en los cálculos realizados por los ingenieros”. Y como si la caída de la torre 6 y la demolición preventiva de la torre 5 no fuera bastante, la revista Semana informa que los proyectos Continental Towers, Asensi y Mantuá –este último en obra– construidos por la misma firma y calculados por el mismo Ingeniero no son habitables pues amenazan ruina. Una puñalada puede ser un accidente pero siete son un crimen. Un error lo comete cualquiera –errare humanum est– pero repetirlo cuatro veces es un delito. Y no lo digo yo. Según El Tiempo, “la Fiscalía está determinando si pide la medida de aseguramiento de (…)”.

La curiosidad ha sido el motor del desarrollo. Gran parte del avance de la humanidad se ha debido a la resolución de las cadenas de los por qué. Cuando se da la respuesta a un por qué, el hombre avanza un poco, aparece un nuevo por qué y se genera una cadena de conocimientos. En este caso la respuesta al primer por qué es una verdad de Perogrullo: ¿por qué se cayó la torre 6 del conjunto Space? Porque la estructura no pudo soportar el peso del edificio. El segundo por qué debería haber sido respondido por la Universidad de los Andes: ¿por qué falló la estructura? Basados en los informes de prensa, podemos responder: por las deficiencias y errores en los cálculos estructurales, que curiosamente todos fueron en defecto y ninguno en exceso. El último por qué de la cadena: ¿por qué si se sabía que los cálculos no cumplían con las normas –al menos el calculista lo sabía– se construyeron las estructuras de los cuatro proyectos? La respuesta es una, triste y miserable: por dinero.

Por un puñado de pesos se sacrificaron doce vidas y se puso en peligro de muerte a centenares de familias que perdieron su vivienda. Por un puñado de pesos otro centenar de familias ven cómo su sueño de un techo para sus hijos se desvanece al verse obligados a abandonar su hogar. Por un puñado de pesos los ingenieros y constructores antioqueños tienen que agachar la cabeza con vergüenza ajena. Por un puñado de pesos Medellín pasó por la vergüenza de exhibir ante los participantes del Foro Urbano Mundial las ruinas del mayor fracaso de la construcción en Colombia, triste homenaje a la ambición irresponsable: los escombros de las torres 5 y 6 del conjunto Space.

Para prevenir un nuevo fracaso, el gobierno está legislando asumiendo aparentemente que todos los ingenieros son delincuentes en potencia y los curadores sus cómplices. Son medidas bien intencionadas para proteger al comprador pero no evitan que la tragedia se repita. Lo único que puede garantizar que no haya un nuevo colapso es una palabra que algunos profesionales desconocen: ética.

*Foto de Laureano Forero Arquitectos (tomada de la página de Facebook)

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