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Publirreportería cultural

Enero 30 de 2014

Colombia es uno de los países donde la línea entre publicidad y periodismo se ha borrado ya casi por completo; por lo visto, el que los ingresos por suscripciones de los lectores de medios impresos o digitales no representan lo suficiente, ha convertido la pauta publicitaria en su prioridad.

Al anunciante, como a todo buen cliente, no solo se elogia cada vez que se puede sino que también se le protege, ya sea de la información maledicente de otro medio o de sus propios yerros, y esto se logra básicamente por omisión de la información o por la elaboración de información falsa. Lo que antes se conocía como “publirreportaje” –etiqueta en extinción, así como la de “publicidad política pagada”–, se hace aparecer como periodismo puro, ocultando los beneficios que detrás existen y llegando, en algunos casos como los especiales de revistas y periódicos, a tener una tarifa establecida para este «servicio». El publirreportaje disfrazado tal vez se ha convertido en  la más importante fuente de ingreso para los medios y para los periodistas que participan en ellos.

¿Publicidad o periodismo? Da lo mismo. Resulta evidente que esta praxis se ha convertido en modelo porque muchos de quienes trabajan en los medios son profesores universitarios. Así que esta situación, lejos de mejorar, es un modus operandi que día a día se perfecciona.

El mayor anunciante de Arcadia es, de lejos, el Ministerio de Cultura. En la edición 98 de Noviembre del 2013 aparece un artículo titulado “El nuevo Colón”, sin firma, que evidentemente no es más que publicidad para el Ministerio de Cultura. El artículo distrae la atención de los temas de relevancia que han sido discusión pública: La información que se ha dado ha puesto el énfasis en el lugar equivocado: un revuelo vacuo y añejo por una pobre lamparita de muy poco pedigrí. Y así, de manera torpe, deja por fuera la discusión que le resulta inconveniente al Ministerio: el tamaño de la inversión en obras como la demolición de la caja escénica, cuya tramoya manual era la última sobreviviente en Latinoamérica; el uso institucional que se le pretende dar a una toda manzana, que será despojada su vida urbana para convertirse en fantasmal fortín burocrático; y, por último, la exagerada volumetría y ajena morfología de una ampliación localizada en un entorno patrimonial.

Se direcciona la atención al concurso de arquitectura para la ampliación del Colón, un proceso que ha sido denunciado como un mecanismo para lavar la imagen de la intervención arquitectónica. Eso sí, el texto da al concurso un toque de feminismo a lo Arcadia al destacar como lo importante del proyecto ganador que uno de sus autores es una mujer.

Ni periodismo ni cultura, simplemente vulgar mercadotecnia.

 

Guillermo Fischer

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Crítica a una crítica de la crítica

“No critique tanto mijo que eso es muy feo”
(Típica frase materna)

En su columna “Una cosa más” (revista ARCADIA Nª 70), hace el arquitecto Miguel Mesa una crítica de la crítica referida a los últimos debates de arquitectura.

Opina Mesa que “juzgar a los colegas y condenarlos de estilistas, copistas, pseudofilósofos, impostores, destructores del patrimonio, la naturaleza y la sensibilidad de las comunidades, es un gesto temerario, injusto y sospechoso”. Desaprueba los “comentarios que rayan en el chisme y la calumnia”, y le preocupa “el tono camorrero y prejuicioso con el que se escriben algunos de estos supuestos debates”. Si esto es cierto, hasta aquí estoy de acuerdo con él, como lo he expresado en ocasiones anteriores. La crítica debe ser firme, pero ante todo objetiva, seria y respetuosa.

Lo que me pareció leer entre líneas (ojalá me equivoque) y en eso si me declaro en desacuerdo, es que Mesa considera que no se deberían tocar estos temas, por el hecho de que un arquitecto quiere “que no se reforme un estadio sino que se haga uno nuevo”, o acusa “al compañero de pupitre de copiar un dibujo” o considera que “los edificios no juegan un papel importante en la transformación de las sociedades” o ataca “a los edificios singulares” o se burla de lo que escribe un colega “sin explicar por qué sus ideas carecen de interés” o demerita “la ampliación de un parque” porque “hay otro proyecto más adecuado que ese”.

Yo considero que si un arquitecto cree honestamente que es mejor un estadio nuevo que uno revestido, o que un compañero copió un dibujo, o que los edificios por si mismos no son los que transforman las sociedades, o que no deben diseñarse con el único objetivo de parecer originales, o que no comparte las ideas de un colega o su manera de expresarlas, o que existe un proyecto de un parque más adecuado y respetuoso de árboles centenarios, no solo está autorizado para decirlo, sino que debe hacerlo.

La crítica sin censura, sana y en los términos claros y respetuosos ya anotados, es un reflejo de la libertad de expresión y el derecho a disentir. Es el crítico mismo quien debe decidir si son “estas inconformidades, importantes o insignificantes” y merecen por lo tanto que dedique ó no su esfuerzo a luchar por lo que él considera el bien común. Por su parte el lector tiene también el derecho de no leer la crítica, leerla y no hacer nada, ó leerla y respaldarla o controvertirla. La expresión de diferentes puntos de vista permite elaborar un concepto más cercano a la realidad.

La crítica, más que un derecho, es una obligación moral. Recordemos que somos responsables ante nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, no solo de la ciudad que hacemos, sino de la que dejamos hacer.

Espero equivocarme, apreciado Miguel, al interpretar que el fondo de su escrito era una limitación de los temas susceptibles de controversia. Le recuerdo que, acogiéndose a sus derechos como lector, puede no leer, aceptar ó criticar esta crítica de su crítica a la crítica.

WILLY DREWS

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Comentarios sobre Arquitectura IMPONENTE

Diciembre 11-2010

Miguel Mesa dedica su columna “Una cosa más” (Revista Arcadia 63) al tema de la arquitectura IMPONENTE. Se sorprende de que lleguemos a preferir “lo abstracto sobre la vida de la cosa, lo que tiene valor de cambio (cálculo, mesura) sobre lo que tiene valor de uso (animación, función)”. La arquitectura “imponente, lo es casi con seguridad porque se ha impuesto a algo o a alguien”, lo cual la hace antipática “Se trata de arquitecturas más estilísticas y enfrascadas que oportunas o vitales”. “Las arquitecturas imponentes son esas que parten la ciudad, la anulan y son signos de inequidad”.”Pero los edificios imponentes son impotentes: no saben nada de la geografía, el clima o el urbanismo. Edificios herméticos que aterrizan impávidos en la calle y se mantienen con aire acondicionado en el trópico”. Hasta aquí Miguel.

Seamos justos, Miguel. La verdadera arquitectura imponente (que la hay) no es culpable de que le adjudiquen el criticado adjetivo; nace sin pretensiones y su calidad, el cumplimiento de la función para la cual fue creada, la estética resultante de la ética de su diseño y la aceptación y cariño de sus usuarios durante años (ojalá muchos) la convierten, sin quererlo, en imponente. Es el caso del Partenón, el Taj Majal, Santa Sofía, la Torre Eiffel, la Opera de Sídney, y otras más, no muchas, que se convierten además en obras emblemáticas de una ciudad o un país.

Nos referimos entonces a esa arquitectura mediática que nace del arquitecto pedante, la enaltece la revista de moda, y finalmente el público borrego califica automáticamente de imponente. Es esa arquitectura nouvelera, hadidnutil, koolhaastiada, gehrympactante que se destaca por ser la más ostentosa, o la más cara, o la más alta, o la más absurda, o la del mayor voladizo innecesario. Son los falsos positivos de la arquitectura.

Pero hay días en que somos tan móviles, tan móviles,… que nos damos cuenta de que el hecho de que un edificio en forma de supositorio afecte la silueta de Barcelona, no lo convierte en imponente. Y empieza el derrumbe de esa falsa arquitectura.

Entretanto las ciudades crecen albergando no solamente los edificios prepotentes, sino también aquellos que se acomodan discretamente en el paisaje urbano respetando la historia, la geografía, la cultura y las características del entorno, conformando espacios acogedores y socializantes. Es esa arquitectura aaltodenada, jacobsencilla, sisaccesible, salmonamable, moneoportuna, que se agradece poco y se publica con desidia para la inmensa minoría.

Milan Kundera afirma en “El arte de la novela”: “Antaño, yo también consideré que el porvenir era el único juez competente de nuestras obras y de nuestros actos. Sólo más tarde comprendí que el flirteo con el porvenir es el peor de los conformismos, la cobarde adulación del más fuerte. Porque el porvenir es siempre más fuerte que el presente. El es el que, en efecto, nos juzgará. Y por supuesto sin competencia alguna.”

Creo en Kundera y, aunque sin competencia, confío en que el porvenir, ese juez duro e insobornable, sepa distinguir entre la buena arquitectura que produce mejores ciudades, y la falsa imponente que las deslumbra por un día.

Willy Drews

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