Paz en sus tumbas

Por: Willy Drews

En: teoría -

Junio 7, 2013

 

“..al instalar la fachada de vidrio el edificio siguió desnudo, y se vio que no tenía corazón.”

                                               Guillermo Swerd

El niño mira las dos ventanitas chuecas de la casita que acaba de dibujar, y las ventanas, convertidas en ojitos, le devuelven la mirada. Y a partir de ese momento se establece entre niño y ventana una relación vital y vitalicia.

 

Por ese hueco en la fachada el niño ve circular paseantes, desfiles y carros, y por allí mismo entra el sol tibio que lo despierta y le avisa que llegó la hora aburrida de ir al colegio. A veces el hueco se convierte en un agujero discreto que permite que entre un rayo de luz iluminando el humo producido por la estufa de leña. Otras veces se arma de vidrio, postigo y valor y se enfrenta al viento frío del páramo que lucha por entrar, o se adorna coquetamente con geranios y soporta con paciencia la serenata del amante trasnochado.

 

El  dibujo del niño también tiene entre los dos ojitos, el equivalente a la boca: Es la puerta. La lámina de madera maciza le permite o le niega, siguiendo permisos maternales, salir a un mundo exterior lleno de sorpresas, y lo recibe acogedora cuando regresa a la tranquilidad de su mundo interior. La puerta marca el límite entre lo propio y lo ajeno, acoge complacida a los amigos y rechaza recelosa a los extraños. Se abre generosa cuando le dicen Sésamo ó distraída cuando deja pasar un enorme caballo de madera lleno de soldados.

 

El niño crece y la ventana se transforma. El mal llamado “modernismo” la convierte en un gran rectángulo de vidrio que poco a poco se va comiendo la fachada hasta transformarla en una enorme superficie que termina invadiendo la totalidad de la pared, y desaparece el cobijo del muro y con él la intimidad.  Ahora el sol penetra incontrolable abrasando de calor los espacios en el verano, y el frio del invierno invade los antiguos ambientes confortables. La puerta, devenida en fría lámina de cristal, impide la comunicación deseada pero permite la visibilidad indeseada. Pero esto no importa. Se trata de estar a la moda, que exige vidrio por todas partes.

 

Este implacable “modernismo” ha acabado con puertas y ventanas. Con ellas desaparecen también los románticos que añoramos la perdida comunión entre lleno y vacío, y la necesaria distinción entre adentro y afuera. Nunca más volveremos a palpar la tibia sensación de la madera y descubrir con deleite y respeto las huellas del artesano desaparecido.

 

Puertas y ventanas han muerto, víctimas de la enfermedad terminal del vidrio incontrolado. Paz en sus tumbas.

 

 

Willy Drews

 

Foto: Carlos Drews

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