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Falso Colón

Noviembre 7 – 2013

Según El Espectador, al proyecto ganador del concurso para la «ampliación» del Teatro Colón, le «Recortamos volumen y perdimos dos pisos de altura». No sabe uno si estamos ante un lamento o ante el reconocimiento de una virtud pero el hecho es que le bajaron dos pisos al proyecto. Está por verse si el recorte se llevará hasta el final o si en la entrevista de celebración dentro de un año nos enteraremos que «Hicimos todo lo posible pero no se pudo». Por lo pronto, asumo que el cambio se debe a que entre el Ministerio de Cultura y la Sociedad Colombiana de Arquitectos -SCA- entendieron que la forma urbana anterior era desproporcionada y corrigieron el encargo. Esperemos que así sea y que el nuevo teatro y la nueva sede para la Sinfónica de Colombia sean lo que se merecen la orquesta y el centro histórico. Un aplauso por el destello de sensatez.

También tendremos, en palabras de la arquitecta ganadora, un edificio contemporáneo porque «pensamos que respetar el patrimonio no es tratar de imitarlo[…] Tiene unas fachadas muy neutras y unos materiales muy sobrios. Son materiales durables en el tiempo, concreto, vidrio, madera, que no intentan parecerse al teatro sino darle valor». Esto ya no es sensatez sino sentido común. Que el lenguaje sea “contemporáneo” es lo mínimo que se puede esperar para evitar el pastiche.

Lo más sorprendente de la entrevista es la celebración del Edificio Stella: «por la parte de atrás nos ensamblamos con la Universidad Gran Colombia, a la que se le va a respetar el edificio Estela, que también es patrimonial». Así la morfología haya mejorado, no deja de ser una barbaridad tomar este edificio como punto de referencia, considerando que para cualquier transeúnte de la carrera 6 es evidente que la parte de atrás de la Catedral ya es bastante desproporcionada y que los edificios Stella y Universidad Autónoma de Colombia, comparados con la muralla colonial, son un par de alienígenas. El hecho en este caso es que la pared de la Catedral es una parte esencial del edificio, fue hecha hace siglos y tomarla como referencia hubiera servido al menos para dignificar el nuevo conjunto. Pero el Ministerio necesitaba camuflar el enorme volumen de la nueva tramoya, de modo que la mejor estrategia era sacar a relucir el valor patrimonial del Stella, olvidarse de la carrera 6 y omitir la vulgaridad de la Autónoma.

Lo que ya pasa de barbaridad a mentira es que el nuevo proyecto sea una ampliación del Colón. El teatro no se puede ampliar, más allá de lo que ya se amplió en capacidad a través del aumento de algunas sillas en la platea y de lo que se está haciendo con el nuevo escenario y la nueva tramoya. La «ampliación» será un nuevo edificio, sin más relación con el viejo teatro que una o dos puertas internas de comunicación. Una construcción aparte que funciona como un distractor para esconder la demolición de la caja escénica original: una obra en construcción, probablemente magnífica en términos teatrales, pero altamente cuestionable desde un punto de vista patrimonial por cuanto desfigura una parte esencial del edificio. En realidad, desfigura otra parte esencial, que se suma al turupe llamado «atrio» que modificó la fachada por la calle 10, como si se tratara de construir una casita de muñecas para la hija en el jardín de la casa.

En resumen, al Colón primero le pusieron un atrio y le recortaron la fachada, luego le «modernizaron» la platea y los palcos y después vinieron la demolición de la caja escénica, el nuevo escenario y la nueva tramoya. Hasta acá la ampliación. Luego, para parecer legales y tranquilizar la conciencia de sus «protectores», le hicieron un Plan Especial de Manejo y Protección -PEMP- de emergencia, con el fin de seguir adelante con el sueño de convertir el lote de la calle 11 en una sede de la Sinfónica. Así, vía concurso público internacional, organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, lo que está en curso, además de la «ampliación», es la legitimación a posteriori de todo lo hecho hasta el momento, a través del concurso y de un PEMP extemporáneo. Una obsesión que obnubila al Ministerio, hasta el punto de no entender que una cosa es desfigurar un edificio patrimonial y otra cosa es construir un edificio contemporáneo al lado de un edificio patrimonial.

No se necesita alta matemática para comprender que una cosa sería hacer un diminuto edificio de seis pisos, en medio de torres de veinte pisos; y otra, hacer el mismo edificio en el pequeño centro histórico de Bogotá. En primer semestre de arquitectura se aprende que la proporción -no el lenguaje- es una cualidad de la arquitectura que se precia de ser respetuosa. También se aprende que hay arquitecturas para las que lo importante son la novedad y la singularidad, al costo que sea.

Por contraste, tratándose del Parque de la Independencia que sí merecía una «ampliación», al Ministerio en su afán de novedades le pareció legítimo autorizar la usurpación de un pedazo de éste para anexarlo al llamado Parque Bicentenario. Invasión que según el Ministerio, en su último intento por justificar lo injustificable, es culpa de los residentes de las Torres del Parque porque “no cumplieron con su deber constitucional de hacer un PEMP”.

En conclusión, con semejante Ministerio y con semejante gremio de arquitectos, todo indica que seguiremos en la era del pupitrazo patrimonial. Una vez más: con funcionarios así, para qué enemigos.

Juan Luis Rodríguez

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Carta a Harold Alvarado Tenorio de Germán Téllez

Octubre 23 de 2013

 

Carta dirigida al poeta Harold Alvarado Tenorio por el arquitecto Germán Téllez C. sobre su debate con el Ministerio de Cultura

 

Sr. Harold Alvarado Tenorio:

Leyendo el derecho de petición presentado por Usted a la señora Ministra de Cultura sobre el tema de los recursos presuntamente entregados para las bibliotecas, reales o ficticias, en el país, encontré pertinente expresarle lo siguiente: el rubro oficial para la finalidad anteriormente mencionada es poco menos que insignificante comparado con lo que puede ya haber sido o va a serlo para satisfacer los caprichos de la Ministra Mariana Garcés en el discutible campo de las intervenciones de relumbrón, de espectáculo como de farándula arquitectónica, bien a la vista de todos, en el patrimonio construido del país. Me refiero en especial a las dos más protuberantes hasta ahora, ambas en el centro de Bogotá: la acumulación absurda de dependencias oficiales en torno al Teatro Colón, disfrazada de “ampliación de servicios” (un saco presupuestal sin fondo, de interminables e interminados contratos de restauración, interventoría, estudios técnicos y científicos y quien sabe cuántas cosas más, algunos “licitados” originalmente con entidades fantasmas) y el malhadado proyecto “modernizador” de la nueva lumbrera mediática de la arquitectura en Colombia, el Sr. Giancarlo Mazzanti, para el Parque del Bicentenario, otro contrato de construcción indefinidamente prorrogable para la firma OPAIN, destructora del antiguo terminal de pasajeros del aeropuerto Eldorado.

En el recuento publicado por MinCultura sobre los logros (reales o ficticios) en el campo del patrimonio construido arquitectónico y urbanístico, cabría hacer preguntas similares a las que usted hace sobre la cuestión de los libros y las bibliotecas. ¿Cuántos y cuáles de todos esos edificios y lugares enumerados pero sin nombre y localización en el discurso de la Ministra han sido intervenidos acertada y eficazmente? ¿Cuántos lo han sido con buena dosis de “chamboneo nacional” o simple inepcia profesional? ¿Cuáles son y dónde se localizan? ¿Cuánto costó la elaboración y edición de gran lujo de un libraco del MinCultura que contiene una parte minúscula del patrimonio construido colombiano? ¿Cuál es la verdadera cara de un supuesto “plan de centros históricos” para todo el país? En esto habría que incluir el burdo pegote arquitectónico regalado a Popayán por el entonces presidente-finquero a manera de “Centro de Convenciones” para ser instalado en plena zona histórica de esa ciudad, de tan mala suerte en su historia de aportes oficiales construidos. O en el campo de la vigilancia sobre los espacios públicos de los “centros históricos”, los permisos al señor Carlos Mattos para vender automóviles coreanos al pie de las murallas de Cartagena o en el Parque de Caldas en Popayán.

Entonces ¿cómo es el asunto? ¿Cómo es la relación –si es que existe– entre la acción privada, independiente o simplemente local y la teórica supervigilancia del MinCultura sobre la preservación y manejo del patrimonio construido, si cuando hay de por medio grandes negocios es una y cuando no es otra muy diferente?

De todo lo que dice la Ministra Garcés (a quien no conozco personalmente y con quien no he tenido la menor relación profesional), ¿qué ha logrado el MinCultura en los 2, 20 o 50 últimos años? ¿Cuánto y qué corresponde verdaderamente a una acción oficial que ella pueda llamar como suya o “de MinCultura”? ¿Quién garantiza o puede comprobar la veracidad de la propaganda oficial? ¿Cuánto es real y verdadero de ese maravilloso panorama de conservación patrimonial en los años en los cuales ella y sus subalternos han sido dueños monárquicos de la “cultura”?

¿Cómo se explica que la Sociedad Colombiana de Arquitectos, una entidad gremial, consultora por ley del gobierno nacional, sea a la vez contratista del mismo y tenga toda clase de convenios con entidades oficiales, académicas y de otras clases siendo, por ello mismo, competidora de sus propios afiliados, a quienes pone automáticamente en desventaja en todo lo referente al patrimonio construido o urbanístico?

¿Con cuántos y cuáles concursos y con qué calidades y desarrollo de los mismos se han otorgado durante los dos últimos gobiernos contratos de diseño, construcción, interventoría, estudios técnicos o PEMPs por parte del MinCultura? ¿Beneficiando a quién y por cuánto? Un PEMP, además, ¿qué rayos es y para qué sirve? ¿Se trata de otro truco burocrático para justificar quincenas y crear más contratos superpuestos a los que ya hay de por medio?

Podríamos tardar horas en reunir todos los motivos de petición al MinCultura sobre el patrimonio construido, sin agotar el tema. En épocas anteriores se registró en el congreso una persistente reducción presupuestal a ColCultura primero y a la tarea de vigilancia y preservación del patrimonio construido, con el argumento de que la cultura no da votos. Y ahora viene esta plétora de anuncios de realizaciones, verdaderas o ficticias, con carácter electorero o no, con negocios turbios de por medio o inmaculadamente limpios, dependiendo de quién se refiere a éstos. Hubo dinero a raudales para un grotesco paseo a Washington para mostrar como un hecho cultural la venta callejera de minutos de celular, pero no para reparar y salvar de la ruina iglesias, casas de hacienda, fábricas en desuso y muchas otras clases de edificaciones más en lugares apartados, donde no llega la propaganda o la simple presencia oficial. Peor aún, sobra dinero para lo intangible, lo improbable, lo incomprobable o lo incontrolable. Para el baile, todo; para los libros, no mucho; para los edificios fuera de los caprichos ministeriales, casi nada.

¿Por qué nadie en el Congreso o en alguna otra entidad fiscalizadora ha preguntado nunca, en público, cómo se maneja el tema de la cultura en general y de la cultura patrimonial y urbanística en el país? En suma, a la Ministra y sus colaboradores, ¿quién los ronda?

 

GERMÁN TÉLLEZ C.

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Arquitectos del continente condenan Parque Bicentenario de Bogotá

Bogotá, septiembre 30 de 2013

Los abajo firmantes, arquitectos de América Latina reunidos en la décimo quinta versión del Seminario de Arquitectura Latinoamericana, SAL 15, un encuentro bianual que convoca a los profesionales de la arquitectura y la ciudad del continente a fin de compartir experiencias, confrontar iniciativas en relación a desarrollos disciplinares de toda índole y analizar los aconteceres urbanos que afectan de manera significativa el devenir de nuestras ciudades, hemos considerado un imperativo ético emitir un pronunciamiento público en relación al proyecto denominado “Parque Bicentenario”, el cual se construye actualmente en el costado oriental de la emblemática Calle 26 del centro de Bogotá.

La circunstancia de constituirse el área en mención como un espacio urbano que reúne una singular densidad de valores culturales, paisajísticos y arquitectónicos, entre ellos la sede del Museo de Arte Moderno de Bogotá del arquitecto Rogelio Salmona, el edificio Embajador de Guillermo Bermúdez Umaña, La Biblioteca Nacional y el Quiosco de la Luz, bienes todos de interés cultural de la nación, además del Parque de la Independencia que junto a las Torres del Parque constituyen un conjunto patrimonial y paisajístico de excelsos valores tanto para el vecindario y la misma ciudad capital, como para el país y el continente en su conjunto, constituyen evidencias que nos obligan a formular el presente comunicado dirigido a las autoridades de la ciudad, a los medios de comunicación, universidades, organizaciones gremiales y ciudadanía en general.

Creemos unánimemente y sin lugar a duda alguna que el proyecto llamado Parque Bicentenario constituye una obra pública depredadora de su entorno, dilapidadora de recursos públicos e innecesaria como operación urbanística.

A la notable desproporción de la intervención desplegada sobre un frágil lugar urbano que se distinguía por haber sedimentado en el tiempo un conjunto testimonial de especial valor cultural y belleza ambiental, se suma su condición invasiva y la desproporción de su escala, la inexistente atención al lugar que se traduce en los reiterados espacios residuales que genera, adversidades todas que se suman al hecho de no derivarse de un concurso público como demanda la ley, ni haberse socializado oportunamente con la ciudadanía y con la comunidad afectada, la cual ha sostenido a lo largo de muchos meses una ejemplar resistencia activa al proyecto, sin que las instancias jurídicas ni las mismas autoridades de la ciudad hayan resultado sensibles al enorme estropicio urbano que representa la conclusión de las obras relacionadas con el presunto Parque.

Es para nosotros claro que conjunto de valores que reúne de manera tan emblemática el área urbana inmediata al proyecto, demanda de la ciudad unas operaciones urgentes y profundas, preferiblemente a través de convocatorias abiertas, que reconozcan y pongan de relieve los peculiares atributos del sector como un excepcional conjunto ambiental, urbanístico y arquitectónico.

Nos preocupa por último que la reciente campaña de las autoridades de la ciudad y de los medios de comunicación en dirección a pretender justificar la conclusión del Parque Bicentenario, ignora las enormes dudas que en vastos sectores del medio académico y profesional se han formulado reiteradamente en relación a este caso y al manejo del espacio público de nuestras ciudades en general, libres ojalá de innecesarios protagonismos de autor además de poco éticos ocultamientos de la realidad, tal como acontece en este caso cuando a través de cuestionables medios gráficos, se presenta ante la ciudadanía imágenes ficticias de un proyecto que en nada se corresponden con su previsible realidad.

Firmado en la sesión final del SAL 15, ciudad de Bogotá, Septiembre 29 de 2013.

Siguen firmas, nombres y país de origen:

Arq. María Dolores Muñoz – Chile

Arq. Juvenal Baracco- Perú

Arq. Gustavo Medeiros- Bolivia

Arq. Mariano Arana- Uruguay

Arq. Margareth Silva Pereira- Brasil

Lic. Louise Noelle Gras- México

Arq. Eduardo Tejeira Devis- Panamá

Arq. Omar Rancier- República Dominicana

Arq. Gustavo Luis Moiré- República Dominicana

Arq. Jorge Hampton- Argentina

Arq. Lorenzo Fonseca Martínez- Colombia

Arq. Leonel Pérez Bustamente- Chile

Arq. Patricia Méndez- Argentina

Arq. Pablo Fuentes Hernández- Chile

Arq. Hernán Ascui F. – Chile

Arq. Ana Esteban- España

Arq. Hugo Segawa- Brasil

Arq. Alejandro Ochoa Vega- México

Arq. William García Ramírez- Colombia

Arq. Claudia Burgos- Colombia

Arq. Nelson Inda- Uruguay

Arq. Carolina Salazar Marulanda- Colombia

Arq. Jorge Ramos de Dios- Argentina

Arq. Sandra Reina Mendoza- Colombia

Arq. Mario Sabugo- Argentina

Arq. Benjamín Barney- Colombia

Arq. Rodolfo Santa María- México

Arq. Pedro Belaúnde- Perú

Arq. Beatriz García Moreno- Colombia

Arq. Sergio Trujillo Jaramillo- Colombia

Arq. Silvia Arango Cardinal- Colombia

Arq. María Elvira Madriñán- Colombia

Arq. María José de Azevedo- Brasil

Arq. Ramón Gutiérrez- Argentina

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Coser la ciudad o herirla al intentar coserla

Septiembre 20 – 2013

El Parque de la Independencia surgió en Bogotá en 1910 con motivo de la celebración del Centenario de la Independencia, cuando ya la ciudad desbordaba su núcleo original y sus habitantes requerían de un espacio verde para la recreación y el contacto con la naturaleza. Allí se organizó la Exposición Industrial con varios pabellones, entre los que estaba el Kiosco de la Luz –construido por los hermanos Samper para mostrar las bondades y posibilidades del cemento–. Los pabellones fueron demolidos después, pero quedó el Kiosco como testimonio de esos eventos e ilusiones.

En los años 30 del siglo pasado, se levantó la Biblioteca Nacional frente al parque, y la integración que existió fue violentamente cortada por el paso de los viaductos de la calle 26, abiertos para unir el nuevo aeropuerto de El Dorado con el Centro Internacional y continuar hacia la estación del funicular de Monserrate. En los años 70, frente al parque se construyeron las Torres del Parque, uno de los proyectos de vivienda más significativos de la ciudad que, junto con las obras de complementación de caminos y escaleras de todo el parque, convirtieron el lugar en un sitio de gran valor ambiental y patrimonial, como fue luego reconocido por las autoridades.

El autor de las Torres, Rogelio Salmona, propuso reintegrar la zona del sur del barrio de Las Nieves con el Parque de la Independencia para reforzar el complejo cultural de la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno y sus ampliaciones, además de realzar el edificio Embajador –otra obra emblemática de nuestra arquitectura moderna–. Salmona planteó una plataforma-puente que uniera las dos partes, idea que luego desarrolló el arquitecto Santamaría. Finalmente, Giancarlo Mazzanti diseñó un complejo de terrazas-puentes escalonados desde la carrera Quinta hasta la carrera Séptima, con algunas jardineras adicionales que propiciarían escondrijos, suciedad y posibles atracos, como también unas rampas que bajan de frente al parque y lo invaden de manera inaceptable.

Como el sistema Transmilenio requiere pendientes suaves y parejas, esto determinó la línea rasante de la vía que une los bajos de la Séptima con la parte alta y la llegada a Las Aguas, a la vez que los buses exigen una altura libre mínima de 5 metros, lo que elevó mucho esas terrazas-puente. Para los nuevos carriles del Solobus fue necesario ampliar la vía entre 8 y 10 metros, una franja que se cortó al parque y causó la tala de muchos árboles que han generado, con razón, mucho malestar en la comunidad.

Ver las terrazas hoy es encontrar una situación deplorable que exige pronta solución. Enumeremos las 5 terrazas-puente construidas y que permanecen en obra negra: la número 1 sería la del extremo oriental, frente al estacionamiento que está arriba del Museo de Arte Moderno; las terrazas 2 y 3 frente al Museo; y las terrazas 4 y 5 frente al lote para la ampliación del Museo y arriba del edificio Embajador. Falta construir la terraza 6 contra la carrera Séptima. Las terrazas 1 y 2 dejaron unos muros de alturas de 8 y 6 metros sobre el andén de la Biblioteca y el Museo, en tanto que desde el parque y desde el Kiosco de la Luz ya no se ve el Museo de Arte Moderno. ¡Una barbaridad!

Emumeración de las terrazas-puente

Enumeración de las terrazas-puente del proyecto en construcción
–foto aérea de la Revista Semana–

Las terrazas-puente

Vista de la terraza 1 hacia el Parque de la Independencia

Las terrazas-puente

Vista de las terrazas 1, 2 y 3 hacia el Parque de la Independencia

Ante esta situación, nos reunimos algunos arquitectos para buscar una salida: proponemos demoler las terrazas 1 y 2, las más elevadas, lo mismo que la número 5, la que está más cerca de la carrera Séptima, y mantener la 3 y la 4; o solo la 4. De esta manera, se tendría un puente ancho que integraría las dos mitades urbanas. Y como en ellas la altura sobre el andén es mucho menor –de 1.80 metros a 2.00 metros–, bajar al andén sur o al Parque de la Independencia es más fácil y se podría diseñar todo de manera sencilla y sensata. Aparte de las investigaciones jurídicas que se llevan a cabo y que deben continuar hasta llegar a las debidas sentencias de los jueces, se concluiría el proyecto para que la ciudad supere este impasse, para bien de los vecinos inmediatos que han luchado contra las agresiones al parque y para evitar que ese adefesio actual perdure no sabemos hasta cuándo.

 

Carlos NIÑO MURCIA, Arquitecto

Bajando a la playa

Modo urbano de bajar a la playa

 

Bajando a la playa

Modo vanguardístico de bajar a la playa

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Relájese y disfrute, el Parque Bicentenario

El parque violado

Invasión norte. Parque Confase-Colpatria

Septiembre 19 – 2013

El reportaje de El Espectador «Para nada tocamos patrimonio ni árboles« continúa siendo selectivamente desinformativo, como todo lo que han hecho los involucrados en la defensa del proyecto Parque Bicentenario, desde el 20 de julio del 2010. A diferencia de la publicación de El Tiempo según la cual Los vecinos que se sienten afectados pueden protestar todo lo que quieran, o de ADN insistiendo que «la obra no impacta bienes de la zona«, en El Espectador la voz cantante la lleva el diseñador del “nuevo” proyecto, a través de una entrevista en la que se hace el santo, el salvador y la víctima, todo en uno. Entre tanto, la “opinión pública”, suma una «noticia» tras otra y se convence cada vez más de que al pobre arquitecto, al pobre Ministerio y al pobre contratista no los dejan trabajar, por cuenta pequeño grupo de vecinos elitistas liderados por unas señoras preocupadas porque los gamines del sur se les metan en su parque.

La historia hace muy difícil llegar a las «conclusiones» con las que nos vienen bombardeando últimamente. El proyecto inicial se concibió de manera autista porque no se consideró como una oportunidad para la integración urbanística entre la calle 24, el Parque de la Independencia y eventualmente el Museo Nacional, y porque no consideró que los edificios y lotes existentes al sur de la 26 –Biblioteca Nacional, Museo de Arte Moderno, edificio Embajador, lote “las pulgas” y lote “Inravisión”– deberían ser parte del proyecto. La desconsideración llevó a generar un socavón, cuyo clímax se da frente al MAMBo. Entre tanto, hacia el lado que no se necesitaba crecer porque ahí estaba nada menos que el Parque de la Independencia, hacia este lado sí corrieron la cerca, multiplicando el lote por dos y el costo por cinco.

El supuesto nuevo proyecto mantiene los mismos errores, agravados por la grieta que sumerge al MAMBo. Quien tenga dudas, basta que se pare en la 7 con 26 y mire hacia los cerros. Si le sorprende con lo exagerado de la hendidura actual, podrá cogerse la cabeza al prever lo que va a quedar. Todo lo que necesita saber es que cuando las plataformas estén terminadas, serán un par de metros más altas, acentuando el encajonamiento. Lo que sí es una novedad son los nuevos renders que incluyen la ocupación del lote donde los domingos funciona el mercado de las pulgas. La ilustre novedad es una propuesta que al parecer es una herencia de Salmona para el Bicentenario. De ser así, debió haberse incluido desde el inicio o por lo menos debió modificar en algo el nuevo proyecto. No se hizo porque «el maestro» antes era un estorbo pero ahora resulta útil para dignificar la nueva propuesta, esconder omisiones, desviar la atención y sensibilizar la opinión pública.

Durante más de tres años, todas las entidades involucradas se mantuvieron en que el parque era así, como lo había diseñado el nuevo maestro, jugando de vez en cuando a escuchar las inquietudes de la comunidad en mesas democráticas. Pero las reuniones siempre fueron para conseguir un acuerdo comunitario sobre lo que estaba diseñado, y punto. Ahora, el proyecto se supone que cambió pero es el mismo, adornado con exuberante vegetación, al modo de los renders del Nuevo Eldorado, en los que el edificio parece estar en medio de la jungla, cuando en realidad lo que hay es un único árbol a la entrada del parqueadero, que probablemente se salvó de la tala por ahorrar plata.

Habría algo parecido a otro Parque Bicentenario si se estuviera al menos considerando la posibilidad de vincular al parque la calle 24 y los edificios existentes. Pero sólo se trata de darle glamur al hecho de haber invadido un área protegida como área de influencia de las Torres del Parque, y de haber generado un güeco urbano cuyo único remedio es la demolición de una buena parte de lo que está construido. Además, con tal de que no se note el vestido de seda, están acudiendo a pomposidades de cajón como que «Bogotá tendrá ahora parques sobre autopistas. Apuesta del maestro Salmona y el arquitecto Mazzanti«.

Pasada la época intransigente del Ministerio, entramos en la era de las modificaciones promovidas como lo último en diseño y sociología. Maravillas que para desgracia de la ciudad no se pueden realizar porque en las Torres del Parque hay todavía un grupito de vengadores que se opone al progreso. El grupo claro que lo hay pero a lo que se opone es a un festival de irregularidades.

Asumiendo, en aras de la discusión, que el nuevo proyecto fuera en realidad respetuoso, ello no borra el desprecio inicial con el que fue proyectado, esencialmente porque los niveles de terminación para las plataformas son incorregibles -a menos que se demuelan- y no se pueden cambiar a punta de retórica, perspectivas engañosas y manejo de medios. Tampoco se puede tapar el desparpajo con el que fue indebidamente autorizado, y legalizado a posteriori por el Ministerio de Cultura. Y tampoco se borra el haber empezado la construcción sin estar aprobado -que es diferente a autorizado. Y todo a un costo de Emirato árabe. Recalco con doble signo de exclamación esta última parte, la del costo, porque con dos colegas hicimos un estudio de para saber por qué el diseño costó más de mil millones de pesos adicionales, a lo que costaría en Colombia un parque con características similares y con especificaciones de primera calidad. Cuando se trata de plata, en el proyecto bicentenario se oye silbar el viento, asumo que porque hace parte del carrusel abandonado de la 26. Asumo también que cuando se trata de este tipo de asuntos, el público no se deja enredar con que sean tonterías de desocupados y que por eso la estrategia a seguir ha sido la del viento.

Sumando y restando, mis Cuentas bicentenarias dan que Confase le debe al Distrito más de mil millones de pesos, sólo en el ítem de diseño. Entiendo que un juicio condenatorio por la eventual malversación de este dinero sólo puede emitirlo una entidad competente. Pero dada la campaña publicitaria a la que nos están sometiendo últimamente, no sobra recordar que pedir cuentas claras antes de seguir adelante es algo con lo que creo que «la opinión pública» estaría de acuerdo. Tratándose de millones públicos y de contratos de la época de la alcaldía de Samuel Moreno, no parece mucho pedir. Tampoco se requiere mayor clarividencia para sospechar que si el carrusel de la 26 comienza en Eldorado, es probable que no termine en el Cementerio central sino unas cuadras más arriba.

Inoculada con inusitada pasión por El Tiempo y reforzada con una entrevista como la de El Espectador y la nota de ADN, es claro que la idea ha ido calando y que el Clamor Bicentenario por terminar ya casi deja de ser opinión pública y se convierte en resignación pública. La nueva verdad, en español bogotano, sería más o menos la siguiente: aquí no ha pasado nada, lo mejor es “dejar así”, “no sobar más” y “echar pa´lante” porque en Bogotá ya tenemos suficientes problemas y todos “estamos jartos” de no poder pasar por la 26. Mi interpretación, en español de la Picota, sería que como la violación es inevitable, no hay mejor remedio que relajarse y disfrutar.

Juan Luis Rodríguez

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El proyecto terminado se elevará aproximadamente 2 mts. por encima de este nivel. Al fondo, el Quiosco de la luz

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El proyecto terminado se elevará aproximadamente  3 mts. por encima de este nivel. Al fondo, el MAMBo

Vista desde el edificio Embajador

Costado sur. Vista desde el edificio Embajador

Costado Sur, MAMBo

Costado Sur, MAMBo

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Teatro Pedro Navajas

Agosto 1 – 2013

Hace unos meses dijimos que demoler la caja escénica del Teatro Colón para reemplazarla por una «más adecuada», equivalía a ponerle un portasuegras a un Renault 4 . En privado recibimos varios comentarios de indignación, de los cuales resaltamos dos: uno que sólo quería sentar protesta por lo inapropiado de la comparación, reclamando «respeto» para carro y teatro, prometiendo desarrollar el tema posteriormente; el otro se lamentaba por el uso de un lenguaje «ácido», advirtiendo también que cuando tuviera más tiempo respondería en detalle. En ambos casos nos quedamos esperando lo mismo: una defensa de la legitimidad patrimonial para demoler la caja escénica del teatro y una justificación para haberlo hecho sin Plan Especial de Manejo y Protección, PEMP. Ante la falta de respuestas y aprovechando la cercanía de la legitimación final de la operación, a través de un concurso organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos que concluye el 8 de agosto, reiteramos la comparación y proponemos otra para la igualmente desmedida intervención que salió a concurso.

Antes, aclaremos que demolido lo que hay que demoler y construido lo que hay por construir, el Ministerio por fin habrá sacado adelante su doble sueño de una sede para la Sinfónica de Colombia y un Centro de producción teatral “autosostenible”. Sería magnífico que así fuera, aunque sabemos que el teatro y la música clásica tienen subsidios estatales, precisamente porque no son actividades culturales masivas y eso dificulta su autosustento. También sabemos que un teatro para 900 personas era un teatro pequeño, incluso en 1892 cuando se inauguró. Para no abusar del R-4, lo grande es tan ajeno al Colón como a una Minimorris.

No dudamos que el nuevo complejo cultural quedará muy bien hecho y con las mejores especificaciones disponibles. Después de tanto tiempo con el teatro cerrado y de tanta plata invertida, es lo menos que se puede esperar. Técnica aparte, la sede para una orquesta y la sostenibilidad de una empresa cultural no pertenecen a las mismas columnas contables. El teatro bien podía ser sostenible, o insostenible, con o sin sede para la orquesta; y ésta bien podía tener una sede de primera categoría en cualquier parte de la ciudad. Si al exceso de buenas intenciones de carácter económico-cultural le sumamos el olvido de los aspectos urbanístico-arquitectónicos del patrimonio, esperamos que los concursantes y el jurado no se vayan a tragar entero el hecho de que lo que importa es hacer un «magnífico» edificio. La música, la danza, el teatro y demás son importantísimos, eso nadie lo cuestiona. Pero nosotros, y esperamos que jurado y concursantes también, nos ocupamos de la arquitectura.

Como patrimonio arquitectónico y urbano, basta conocer la forma en que el Ministerio de Cultura ha manejado la “conservación” del Colón, y ver la comodidad con la que la SCA se ha prestado para organizar el concurso sin cuestionar el proyecto, para afirmar que lo que están por hacer con el edificio del Teatro Colón y con el Centro histórico de Bogotá es un doble disparate: uno ya consumado con la demolición de la caja escénica -sin el debido trámite- y otro por consumarse como resultado del concurso.

En una competencia a la inversa, como concurso del mayor atropello patrimonial a la arquitectura bogotana sería digno de un segundo puesto, sólo superado por la demolición del Claustro de Santo Domingo, a finales de la década del 40. Con la diferencia que la conservación de edificios era algo que no se usaba en esos tiempos, en los que no había Centro histórico ni organismos encargados de “protegerlo”.

 

Volumetría en las bases del concurso SCA

Volumetría en las bases del concurso SCA

 

Esta imagen, tomada de las bases del concurso, establece una altura cercana a 20 metros en la esquina de la calle 11 con carrera 6. Con excepción de la Catedral y del edificio Estela, estamos ante una altura tres y cuatro veces mayor que la de cualquiera de sus vecinos. Por contraste, uno de los vecinos, el Centro cultural Gabriel García Márquez, ha sido criticado por algunos porque no respeta las “tipologías” del sector; al tiempo que para otros es un modelo de inserción “contemporánea” en un Centro histórico. Basta imaginarse que el centro GGM tuviera el triple de altura, para comprender que el eventual debate hubiera nacido muerto, y que si la discusión sobre el GGM se mantiene se debe a que no es un exabrupto morfológico.

Incluso si los promotores del Colón como centro de producción teatral tuvieran la razón al justificar que es la «única» forma de «salvar» un edificio, que de no ser por semejante acción moriría de hambre, esto no legitima que el edificio y su contexto se puedan violentar. Como punto de partida se pudo decidir que era necesario un esquema de competitividad que respetara el viejo teatro, donde el edificio y su ampliación bien podían haberse quedado como una pieza urbana moderada y como un teatro pequeño, reacondicionado técnica y funcionalmente, sin perder su carácter, y sin que esto le quitara a la Sinfónica de Colombia la posibilidad de una sede adecuada en el lote disponible. No obstante, la ampliación del Teatro Colón y su plurifuncionalidad, difícilmente será algo diferente a un diente de oro para el Centro histórico.

Todo el que ha tratado de sacar adelante un proyecto en esta zona sabe que se necesita temple. Cuando un «cualquiera» se somete al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDCP, para ponerse al lado de unas casas como las de la calle 11, sabe que le exigen un “empate” a nivel de la cornisa del vecino, otro a nivel de la cumbrera y una altura máxima relacionada con la manzana y el contexto. Y para el que se aventure a los «cambios de última hora», sabe que tiene que esperar otros seis meses para volver a «pasar por el comité». Y si de «vivo» se pasa un centímetro, lo multan y le sellan la obra. Lamentablemente esto no aplica para el Ministerio de Cultura que actúa como una “instancia superior del orden nacional” que según su visión de sí mismo no tiene porqué someterse a las exigencias de una institución distrital. De manera que por asuntos de quién manda aquí, la altura máxima establecida por el concurso no es la que le exigirían a cualquiera, sino la del edificio Stella -junto con el de la Universidad Autónoma de Colombia, los más altos de la manzana, que no tienen protección patrimonial y que son de cuando se podía hacer cualquier cosa- aplicada a todo el conjunto, incluido el empate con una «casucha sin valor» sobre la calle 11.

Existe la posibilidad de que los concursantes no caigan en la ingenuidad que sugiere el concurso, y que el jurado lo reconozca. No obstante, dadas las circunstancias, la única forma de cumplir con el programa sin poner a brillar el diente de oro sería enterrando más de la mitad de las dependencias, lo que obligaría a profundizar más el parqueadero, con lo cual la «autosostenibilidad» del teatro se vería comprometida antes de empezar. Por eso, el jurado, después de considerar la excelente calidad de los proyectos y sobre todo las bases del concurso…etc., etc…el resultado lo prevé cualquiera.

Aparte del enfoque cultural-administrativo, todo indica que Ministerio y SCA comparten ingenuidades arquitectónicas, y que tal como creen que por dentro nadie va a notar que demolieron -sin el debido trámite- la caja escénica porque «eso no se ve», por fuera pasará algo similar con el enorme volumen que estará «retrocedido» respecto al paramento de la calle 11, el cual tampoco «se nota». No se ve pero se sabe que primero demolieron la caja escénica y luego le fabricaron un PEMP para legitimarla. Tampoco se nota pero también se sabe que en conservación de centros históricos se evita el cambio de uso que reemplaza población permanente por población flotante, porque afecta negativamente la vida urbana del sector. Este último aspecto relacionado con el cambio de usos también es discutible, dado que así como se le puede quitar vida a una manzana o a una calle, la misma vitalidad, o más, se puede sustituir en la vecindad. Sin embargo, el cambio de escala en la esquina de la 11 con sexta, generará un triple impacto negativo que será evidente para cualquiera que pase por ahí, por la esquina del viejo barrio.

1. El empequeñecimiento de los edificios aledaños, dejando el mensaje de que manda el que paga la cuenta.
2. La obstrucción de la visual de los cerros, resaltando sin quererlo el hecho de que el CGM entiende por lo menos que un edificio no es una isla.
3. La aparición de una nueva pieza urbana que esconde la emblemática Catedral de la ciudad, como si nadie se ocupara de estas cosas en un centro «histórico».

Por eso sugerimos que sean consecuentes con la actitud y le pongan de una vez un nombre acorde con el espíritu de la operación.

Guillermo Fischer
Juan Luis Rodríguez

 

Volumetría en las bases del concurso SCA

Volumetría en las bases del concurso SCA

 

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