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Molinos de viento

Molinos de viento

Ladran Sancho, señal que cabalgamos.
Atribuido al Quijote

Desde hace varios años vengo combatiendo –como el caballero de la triste figura– mis gigantes –que resultaron ser molinos de viento–, sin derrotar a ninguno. Voy a recordarles los tres más grandes.

El molino más pequeño se llamaba Gustavo Petro. El alcalde inició y terminó su gobierno “chamboneando”, que consistía en hablar primero y pensar después. Afortunadamente, no era como los ríos y las motocicletas, que no tienen reversa, y finalmente la mayoría de los absurdos con los cuales nos amenazó nunca se realizaron. Empezó proponiendo la implantación de colegios en los terrenos destinados para la necesaria Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), y la construcción de un tranvía que iría hasta Zipaquirá. Después anunció que cobraría peajes urbanos, en una ciudad sin autopistas urbanas. De pronto se dio cuenta de que en el sector de Cedritos el alcantarillado ya no era suficiente para evacuar las aguas de las nuevas construcciones y suspendió la expedición de licencias de construcción. Meses más tarde, presentó un Plan de Ordenamiento Territorial –POT– que autorizaba construcciones de gran altura – incluso en Cedritos – que el Concejo le rechazó. Entonces sacó de la manga el decreto 562, que permitía prácticamente lo mismo que el POT rechazado. Su programa de Viviendas de Interés Prioritario –VIP– nunca alcanzó las metas prometidas y, para construir parte de las unidades que finalmente hizo, sacrificó el lote de la Hoja, uno de los terrenos más valiosos que tenía Bogotá.

Las voces de alerta y rechazo a sus programas no le hicieron ni cosquillas a este molino. Por fortuna, con el alcalde Petro sucedió lo que sucede con la enfermedad llamada adolescencia: que se cura sola con el tiempo.

Ahora llega Enrique Peñalosa nuevamente a la alcaldía, quien demostró en su mandato anterior ser un buen administrador y un mejor ejecutor, hasta el punto que apareció un grafiti que decía: no queremos obras; queremos promesas. Parece que a Peñalosa le quedó sonando la frase y, en entrevista del periodista Yamid Amat, le soltó un ambicioso programa –como para desarrollarlo en 20 años– con unas súper promesas que incluyen un gran parque en los cerros orientales, el metro elevado, la recuperación del río Bogotá –hasta volverlo navegable– y del río Tunjuelo, y cien mil viviendas de Interés Prioritario repartidas en cinco desarrollos llamados “Ciudad Paz”.

Queríamos promesas pero no tantas. Los bogotanos quedaremos satisfechos con que cumpla el 10% de su programa, y hasta aquí todo bien. Pero lo que no está bien es que quiere construir una de sus “Ciudades Paz” en la reserva Thomas van der Hammen, contra la opinión de expertos y profanos. La reserva, al norte de Bogotá y con un área de 1.400 hectáreas, sirve de unión a los ecosistemas de los cerros orientales con los de la sabana y el río Bogotá. Esperamos que el alcalde recapacite, se lleve la vivienda para otra parte, y respete los terrenos que los ambientalistas consideran irremplazables. Ojalá que Peñalosa –de por sí un gigante– no se convierta en el próximo molino.

El siguiente molino –ese sí un verdadero gigante en el sentido de la palabra– es la torre BD Bacatá, que ya se eleva desafiante en el paisaje urbano de Bogotá. Nuestro ataque a este Goliat comenzó en abril de 2011 cuando apareció profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, no había presentado el plan parcial obligatorio; no respetaba ni los aislamientos exigidos ni la altura, ni el índice de construcción resultante de las normas sobre aislamientos; no cumplía con las normas referentes a los medios de evacuación, se presentaban inconsistencias entre la licencia y los planos aprobados, y no se le cobró la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad.

Además, estaba ubicado en un sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios cercana al colapso, y no aportaba a la ciudad ningún espacio público. No conocemos el estudio de movilidad –que se presentó después de expedida la licencia de construcción– pero creemos que la entrada de vehículos propuesta por la calle 20 desde la carrera 7ª, y la salida por la carrera 5, no era suficiente para el nuevo tráfico generado por el edificio; mucho menos ahora que Petro peatonalizó la carrera 7ª. Arquitectónicamente, el proyecto se destacaba por su mezquindad en los espacios, algunos de ellos inoperantes como un hall de ascensores de un 1,50 metros de profundidad, una entrada y salida de 6 metros de ancho para 700 estacionamientos, y un área de descargue en el sótano donde no cabían los camiones. No sabemos si se corrigió alguno de estos errores imperdonables.

Creímos que el edificio representaba un golpe bajo para Bogotá y una cachetada al desarrollo del centro, y solicitamos la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado. Y remataba con una frasecita demoledora: con ella queda agotada la vía gubernativa. Total: otro molino que nos derrota. Lo más grave, sin embargo, está todavía por venir. Se dice que hay más de 350 licencias otorgadas con base en el decreto 562 donde no se sabe cuántos gigantes como el BD Bacatá estarán agazapados. Por lo pronto, se anuncia un monstruo de 90 pisos a una cuadra del rascacielos mencionado: el proyecto Entre Calles. Dios y Peñalosa libren al centro de semejante desastre.

Derrotados y con el rabo entre las piernas, nos enfocamos en Medellín –segunda ciudad del país– para combatir un molino asesino: los responsables del colapso de la torre 6 del conjunto Space, ocurrido el 12 de octubre del 2013. Según el estudio de la Universidad de los Andes, los cálculos –criminales, agrego yo– no cumplían con las normas, al igual que los de otros conjuntos: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte, calculados por el mismo ingeniero.

El año pasado escribí un test dirigido a mis colegas paisas, con 12 preguntas sobre el caso Space. Solamente recibí una respuesta a una de las preguntas, enviada por Germán Téllez, que tiene de antioqueño lo que yo tengo de esquimal. Publico el vínculo de las preguntas, con la esperanza de que haya al menos un arquitecto antioqueño que lea Torre de Babel, comparta nuestra indignación y nos cuente si finalmente se hizo justicia: Test para constructores antioqueños.

Los promotores ambiciosos a quienes no les importa la ciudad, y los ingenieros inescrupulosos a quienes no les importa la vida humana, siguen cabalgando. Pero no hay nadie que les ladre.

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bulevarCali

Eutanasia urbana

Ante la imposibilidad de conservar adecuada y razonablemente las características básicas de una obra que forme parte del patrimonio arquitectónico y urbano, respecto a su emplazamiento, función, construcción y forma, es preferible darle una “muerte” digna a alterarlas del todo para su supuesta preservación. Y lo mismo aplica cuando se trata de reconstruir un edificio o espacio urbano que ni siquiera es un bien de interés cultural o no forma parte de la memoria colectiva de la gente, o que simplemente su arquitectura no lo amerita, o su adecuada renovación es muy costosa o casi imposible de lograr. Y aún más si es con el dinero de los contribuyentes.

Reconstruir la polémica biblioteca de Santo Domingo Savio en Medellín costaría tanto como lo que se despilfarró en construirla, y además lo equivocado de su diseño de revista internacional de la moda arquitectónica no lo amerita. Mejor dejarla en ruinas, lo que sería consecuente con el sobrenombre que le pusieron los vecinos del barrio: el Castillo de Drácula. Serviría para llevar a los estudiantes de ingeniería para que aprendan algo de ética profesional, pero sobre todo a los de arquitectura pues la mala construcción suele comenzar por un diseño incorrecto, principiando porque no es fácilmente renovable, y sin duda atraería más turistas que ahora y desde luego menos idiotas.

Y en Cartagena la plaza de toros de la Serrezuela lo que merece es una muerte digna pues hace años que está desmantelada y abandonada –era toda de madera– y no reconstruirla más arriba de su nivel original para dejarla encerrada por dos edificios de su misma altura. Que además apabullarían la casa que no pudieron incorporar al desmesurado centro comercial que pretenden hacer allí, dejando como recorderis de la plaza, que estaba en medio de un espacio abierto, su pequeña portada de mampostería (la que se vería aún mas pequeña). Lo pertinente sería dejar el espacio que ocupaba la Serrezuela como un patio central circular y alto que la recuerde.

Muerte indigna la del edificio principal del aeropuerto El Dorado en Bogotá y su amplio y bello hall, que insistieron en demoler sin ninguna necesidad aparte del macabro negocio de “enterrarlos”. Su digna presencia y evidente utilidad para otros usos complementarios del aeropuerto ponía en evidencia el desorden, ineficiencia y sobredimensionamiento del costoso nuevo edificio, y quizás por eso mismo es que quieren que desaparezcan del todo las anteriores instalaciones. Hasta trataron de alterar sin imaginación su nombre pese a que ya es parte de la memoria del país, todo un irrespeto a los colombianos que justamente impidieron hacerlo.

Por lo contrario, el mal llamado Bulevar del Río en Cali, pues no podrá tener árboles, lo que amerita es darle más de la vida que tenía antes de la equivocada supresión total del tránsito por ese largo sector de la Avenida Colombia y terminara por matarlo casi del todo. El caso es que la respiración boca a boca que le da un restaurante al que van a almorzar los burócratas que trabajan en el CAM no lo mantendrá respirando por mucho más tiempo. Aprovechando el carril ya abandonado para el paso de los buses del MIO se le podría hacer una transfusión de animación urbana permitiendo la circulación de taxis y carros, y recobrar así el carácter de paseo con el que fue diseñada la vieja avenida caleña.

* Imagen tomada del diario ADN.

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Transmilenio ciclista peatón

Movilidad y compatibilidad

Peatón 1: ¿Usted cómo hizo para cruzar la calle?

Peatón 2: Yo nací de este lado

Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo mueren anualmente en accidentes de tránsito 1.3 millones de personas. Una de las principales causas de muerte, y uno de los problemas más difícil de resolver en la movilidad urbana, es el de la incompatibilidad de los diferentes medios de transporte, es decir, la inconveniencia de compartir un mismo espacio o carril. Intuitivamente entendemos el problema pero normalmente no lo evaluamos en forma cuantitativa.

Dos medios de transporte son incompatibles por alguna de estas tres razones: por una diferencia grande en velocidad, por una diferencia grande en energía cinética, o por una diferencia grande en vulnerabilidad.

La energía cinética, repasando el bachillerato, es aquella que posee un cuerpo debido a su movimiento y que en caso de colisión es transmitida al otro cuerpo. Para calcularla utilizaremos la conocida formula E = ½ M V2, atribuida a Einstein, aunque algunos aseguran que ya Leibniz en el siglo XVII y Bernoulli en el XVIII la habían planteado –donde M es la masa del objeto y V2 su velocidad al cuadrado–. Esta fórmula es aplicable a velocidades por debajo de la de la luz, que es nuestro caso, aunque algunos buses y motos nos hagan dudar.

Asumiendo que el transporte masivo tiene por necesidad su espacio independiente, analizaremos cinco medios de transporte, desde el bus urbano hasta el menospreciado peatón, pasando por el automóvil, la motocicleta y la bicicleta, estimando para cada uno de ellos un peso, una velocidad y una vulnerabilidad, como aparecen en la tabla adjunta que resume los resultados del análisis.

movilidad

Partiendo del supuesto –arbitrario– de que la diferencia de velocidad entre dos vehículos compatibles no debe ser mayor a una vez y media, vemos que desde el punto de vista de la velocidad el bus, el automóvil y la motocicleta podrían compartir un mismo espacio, no así la motocicleta con la bicicleta ni esta con el peatón.

La energía cinética es el factor más importante en la posibilidad y conveniencia de compartir espacios. Vemos en la tabla que la diferencia entre un bus urbano y un peatón es de más de 7.000 veces. Es fácil deducir quien sale más perjudicado en caso de una colisión entre ambos. También vemos que la diferencia en energía cinética entre uno y otro vehículo es tan grande que justificaría carriles independientes para cada uno. Sin embargo, como esto en la práctica no es posible, nos toca aceptar que compartan espacio aquellos vehículos cuya diferencia de energía sea menor a cien veces –de nuevo medida arbitraria–, como sucede actualmente. Es decir, buses, automóviles y motocicletas. De todas maneras, la vía compartida por buses y motos representa un peligro constante, pues la energía cinética de los primeros es cien veces mayor que la de las segundas. Bicicletas y peatones no deberían compartir espacio –como sucede en algunas vías de Bogotá– dada la fragilidad del vehículo.

En el reino animal existen tres grupos de seres vivos, según su estructura ósea: los de exoesqueleto o invertebrados (langostas, caracoles, cucarrones), los de endoesqueleto o vertebrados (aves, mamíferos, reptiles y peces) y los que no tienen esqueleto (babosas, planarias). Los menos vulnerables son los que tienen exoesqueleto y los más vulnerables los que no tienen esqueleto.

Esta clasificación puede extrapolarse a los vehículos urbanos, donde los menos vulnerables –con exoesqueleto– son los buses y automóviles, y los más vulnerables –con endoesqueleto– son motocicletas, bicicletas y peatones. O mejor dicho: motociclistas, ciclistas y peatones, cuyo chasís son los huesos y su carrocería la piel. Afortunadamente, no existen vehículos equivalentes a las babosas.

Esta vulnerabilidad puede comprobarse con las cifras de muertos en accidentes de tránsito en once meses del año 2014 en Bogotá: 534 víctimas de las cuales el 54% fueron peatones, el 24% motociclistas, el 10% ciclistas y 12% entre conductores y pasajeros de automóviles y buses. Si aceptamos que existe una proporcionalidad inversa entre la energía cinética y la vulnerabilidad, podríamos utilizar estos porcentajes como un índice de vulnerabilidad y repartir proporcionalmente los pasajeros y conductores muertos en automóviles en 10% y en buses en 2%.

La mayoría de los accidentes se debieron a que un vehículo invadió el carril de otro, y el resultado de la colisión fue el resultado de la energía cinética, velocidad y vulnerabilidad de los vehículos involucrados. Otros factores que aumentan la accidentalidad son el número de vehículos por área de vía, y la imprudencia de los más vulnerables al cruzar los carriles de los menos vulnerables. En resumen: de ser posible, los buses urbanos deberían tener carriles exclusivos. De no ser posible –y conscientes del riesgo que esto conlleva–, compartir el espacio con automóviles y motos. Bicicletas necesitan su propia ciclo ruta y peatones su andén independiente.

El aumento de la movilidad y la disminución de la morbilidad dependen, entonces, de un espacio suficiente para los distintos vehículos, un diseño vial adecuado, un volumen de tráfico acorde con la capacidad vial, una buena señalización, campañas de educación para los diferentes usuarios, el respeto por los demás y… buena suerte.

* Imagen tomada de Aire Nuevo para Bogotá.

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Min.-Vivienda

PetroVIPs

Supongamos que las nuevas viviendas “prioritarias” VIP que se van a insertar dentro los estratos cinco y seis de Bogotá no van a dañar nada y que con la operación se resolverá el problema de unas cuantas personas; y que otras tantas recibirán una lección; y que se sentará un precedente; y que se dejará una semilla que probará que el alcalde pudo afrontar el sensato reto de «El derecho a la ciudad», de Henri Lefebvre. Sin embargo, una vez consumado el hecho, ello no probará que el alcalde lo hizo bien sino que lo hizo, a secas. El que esté bien o mal lo probaría el tiempo. Pero queda la posibilidad de intentar hacerlo mejor, desde el principio.

Cualquier progresista que no esté de acuerdo con la idea de mezclar usos, personas y formas de vida es probablemente un conservador en el clóset. Petro no es de éstos sino que parece, por el contrario, un exhibicionista de parque y gabardina. Considero que el show se está presentando en el lugar equivocado y con la disciplina equivocada. Pues si bien va a probar que puede pensar como sociólogo, lo que tiene que probar es que puede pensar como urbanista, tratando la ciudad como un conjunto que necesita mezclas sociales y urbanas «virtuosas», planeadas con sentido urbanístico.

Si nos atenemos a “El derecho a la ciudad” para el cual son fundamentales una buena localización y unos buenos servicios, es claro que la localización es importantísima. Sería ilógico trasladar la solución a Suba, Bosa, Usme o las playas del río Bogotá, porque quedaríamos en el mismo urbanismo segregado que Petro con razón quiere combatir.

En Bogotá habría varios sectores que podrían convertirse en “el mejor sector de la cuidad”, sin necesidad de sobreactuarse donde no se necesita. Una de estas áreas sería el enorme trapecio localizado entre las avenidas Caracas y 30, y entre las calles 80 y 53. Si se trata de densificar y renovar, la localización es inmejorable, la dotación pobre, gran parte de las construcciones en mal estado, los andenes y las vías insuficientes y la densidad muy baja. Un proceso de renovación urbana en ese sector, a partir de un tipo de vivienda que usualmente se barre hacia los extramuros, podría ser un gran legado del alcalde para Bogotá. Esta sería apenas la primera parte.

La segunda parte consistiría en evitar la repetición de la vivienda digna de 46.5 m2 “aproximadamente” de la plaza de La Hoja. Las miniaturas de La Hoja constituyen un mal precedente. El modo para resolver este tipo de vivienda está inventado y se llama desarrollo progresivo. Lo que está por desarrollar es el desarrollo progresivo en altura.

Así, la primera parte del reto sería ubicarlas bien, y no solo trescientos o cuatrocientos cuartuchos tamaño apartamento de soltero pero para familias, sino ojalá treinta o cuarenta mil. La segunda parte del reto –y del legado– sería utilizar la tipología adecuada. Y una tercera, que en realidad sería la primera, consistiría en generar un esquema de renovación que le permita a los actuales dueños de la tierra permanecer en el sector y sacar provecho económico de la operación. No gentrificar, se le dice a esto en urbanismo.

* Imagen tomada del portal oficial de Bogotá.

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Lotes VIP

NIMBY a la bogotana

Paternalista, comunista o clasista. Parece imposible tomar una posición frente a la decisión del alcalde Petro de construir viviendas prioritarias en sectores de alto standing y, al mismo tiempo, ser políticamente correcto. En La Silla Vacía, Semana, El TiempoEl Espectador y El Colombiano aparecen notas, casi a diario desde el pasado 8 de noviembre, sobre el oportunismo y la radicalidad de los bogotanos. En la W radio opinan y dejan opinar.

Pregunté, a nombre de Torre de Babel, opiniones, comentarios, informaciones y sugerencias a varios urbanistas y arquitectos de Bogotá. Aunque fueron pocas las respuestas recibidas, son valiosas contribuciones a la discusión (si es que todavía existe tal).

¿Cómo resolver el problema de la falta de vivienda?
Camilo Santamaría es categórico y propone: los 4 lotes que el alcalde Petro ha seleccionado en el norte de Bogotá para construir Vivienda de Interés Social suman 4.959 metros cuadrados. En estos lotes, el alcalde mencionó que podría construir 372 viviendas de interés prioritario. Si se estima que el valor de la tierra en promedio de estos 4 lotes es de 10 millones por metro cuadrado, quiere decir que si el Distrito vende esta tierra, el valor que recibiría es de 50.000 millones de pesos.

Con ese dinero se pueden comprar 12 hectáreas útiles urbanizadas de tierra. Si se hace un cálculo de 400 viviendas por hectárea útil, se obtiene que el Distrito podría construir soluciones de vivienda para 4.800 familias. La pregunta que nos debemos hacer es: ¿es preferible resolver el problema de 372 viviendas en pequeños lotes ubicados en el barrio El Chicó? ¿O resolver el problema de 4.800 viviendas ubicadas en las localidades de Suba, Kennedy, Bosa o Usme?

Menos VIP y más ciudad
Juan Luis Rodríguez apoya las cuentas de Santamaría pero propone una solución diferente: el alcalde está dispuesto a mostrar que es un socialista y un humanista, de verdad. Lo que tiene que mostrar es que es un urbanista, de verdad, y resolver el sensato problema de “El derecho a la ciudad”, de una manera sensata.

Por ejemplo, entre la avenidas Caracas y la carrera 30 –NQS– y entre las calles 80 y 53 hay varios cientos de hectáreas con malas vías, mala dotación, malas construcciones y bajísima densidad. Pero con una inmejorable localización. Si esta área se renueva, tal como se está renovando el sector en el que se piensa humanizar la ciudad con viviendas sociales, la cantidad de personas que llegue a vivir en esta zona se podría triplicar o cuadruplicar. Con pobres, menos pobres y hasta con ricos envidiosos.

La mezcla de usos de personas y de formas de vida no se tiene que hacer a patadas. Lo que necesitamos son mezclas sociales y urbanas «virtuosas», planeadas con sentido urbanístico y en beneficio de la ciudad. Lo que le corresponde al alcalde es desarrollar la ciudad, no jugar al Zorro. Si la ciudad es dueña de grandes lotes en zonas donde los precios son como de Manhattan, que aproveche la oportunidad y los venda bien. Si se sigue alegando que el perímetro de la ciudad no se puede ampliar y que hay que densificar, con lo que vale cada uno de estos lotes se compra una manzana en la que podría ser la mejor zona de la ciudad, si alguien con el poder suficiente se lo propone.

Donde no podrían estar estos lotes sería en Suba, Kennedy, Bosa o Usme. Y menos en las playas del río Bogotá. A menos que haya un metro, o similar, para sacar a cada pobre beneficiario del moridero en el que le tocó ser un VIS o una Very Important Person.

¡Emberracaos!
Willy Drews recuerda su artículo en Torre de Babel, de noviembre 29 de 2012, sobre la plaza de La Hoja: el ministro [en ese momento] Vargas Lleras se inventó, como abrebocas populista de su futura campaña presidencial, su programa de cien mil VIP regaladas, y Petro, entusiasmado, le ofreció ocho lotes para construir 4.101 casas, uno de los cuales es el lote de la plaza de la Hoja. Para quienes no lo conocen, el lote en mención tiene una cabida de 3,7 hectáreas y está ubicado en la calle 19 con la avenida NQS. Es uno de los más costosos de propiedad del Distrito y estaba destinado al Centro Administrativo Distrital.

Una casa VIP en otro sitio de la ciudad vale 39 millones de pesos. El solo lote para cada casa, en el lote de La Hoja, ¡saldría costando alrededor de 300 millones! Regalar este lote es un ataque directo al patrimonio de Bogotá, y posiblemente un peculado o un detrimento patrimonial. ¿A alguien más le indigna que se dilapide el patrimonio de la ciudad, con fines electoreros? ¡Los bogotanos tienen motivos de sobra para ir más allá de la indignación! Para quienes no entendieron el mensaje de Hessel, se los traduzco a colombiano: ¡EMBERRACAOS!

NIMBY
Not In My Backyard: el viejo NIMBY aparece una vez más cuando se trata de cambios sustanciales en la habitabilidad y la cotidianidad de una ciudad. Nadie quiere que le modifiquen su entorno y mucho menos sin preguntar. Los NIMBIES creen firmemente que esos desarrollos que se plantean son necesarios para la sociedad en general pero que deben construirse lejos de ellos.

Cualquier propuesta que se haga, en cualquier localidad y en cualquier estrato, será duramente criticada y fuertemente rechazada por los habitantes de esa zona: sea en El Chicó, en Paloquemao o en Ciudad Bolívar. Por eso, bienvenida la imposición de Petro pero cuando sus intenciones se vuelvan serias. La solución del alcalde es a corto plazo si no se integra a la comunidad en el proceso y si no se desarrolla un plan de urbanismo que involucre más zonas de la ciudad, más usos (además de la vivienda) y más infraestructura. A Bogotá le hace falta una verdadera estrategia de renovación urbana y de inclusión económica; y a los gobernantes les hace falta pensar más allá de la minucia de la manzana y su estratificación.

El mayor problema del alcalde Petro es la falta de planeación (que, por lo visto, lo acompaña a diario: desde las basuras hasta la ineficacia para arreglar las vías de la ciudad con la famosa e inútil máquina tapa-huecos). Y se complica la historia cuando el gobierno local no cuenta con urbanistas responsables sino con oportunistas ansiosos por hablar de sostenibilidad y de justicia para meter a la fuerza las ocurrencias del dirigente.

* Imagen elaborada por Camilo Santamaría.

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Alberto Saldarriaga: arquitecto y escritor

Hace poco que llegué a Colombia y para situarme en el lugar empecé a investigar qué había pasado durante la última década en cuestión editorial y, puede que se trate de una tendencia mundial, he visto que se ha pasado de libros de teoría a monografías: libros específicos sobre un arquitecto, más coffee table books. Me llama mucho la atención porque creo que hay muchos huecos.
¡Muchísimos!

¿Es que no hay arquitectura que valga la pena investigar, analizar y publicar?
No hay editores, que es otra cosa. En cuanto a revistas, solo queda Escala, sin contar las de decoración.

Está la revista El Arquitecto, de la SCA.
Es una que intenta ser algo. Proa desapareció. Con mi experiencia en el mundo editorial –he publicado mucho– podría decir que hay material para publicar; el problema es que no existe, por una parte, dónde se haga y, por otra, quién lo financie. Ha habido muchos esfuerzos editoriales y creo que la última década ha sido sumamente buena en cuanto a cantidad y a calidad, en términos editoriales, si se compara con los años anteriores; lo que pasa es que toda esa producción es invisible. Un gran ejemplo es toda la línea de libros universitarios: hay mucha publicación y casi todo viene de los posgrados. Entonces por eso hay tantas monografías, tanto tema puntual, más de historia. La maestría de Historia y Teoría de la Universidad Nacional ha publicado mucho pero son libros con buen contenido pero con poca calidad editorial.

Pero estos libros no salen de la universidad.
El problema del libro universitario es que permanece dentro de la universidad.

No solo eso: lo que se alcanza publicitar por fuera es imposible de conseguir, ver, o comprar. En el SAL del 2013 se estaba promocionando el libro de Jorge Ramírez sobre los 15 años de esos seminarios, un libro pequeñito y que tenía buena pinta, y no he podido comprarlo: en la librería de la universidad no está y creo que solo lo venden en una librería en Bogotá.
Es eso: producción hay, lo que no hay es distribución. Hemos publicado unos cuatro o cinco libros de arquitectura en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y al menos sé que están en la tienda de la universidad. El antiguo Instituto de Cultura y Turismo, el Instituto de Patrimonio de hoy en día, comenzó a publicar monografías sobre arquitectos y sobre una serie de arquitecturas como el Cementerio Central y el hospital San Juan de Dios; esa es una producción muy buena que es imposible de conseguir, con buen contenido y una buena calidad editorial. Villegas Editores, con quien colaboro frecuentemente, ha hecho varios libros con temas de arquitectura en formato de coffee table books y se incluyen textos que sustenten el contenido. El último que hicimos es un libro de gran formato sobre Bogotá, con abundancia de textos, planos y fotografías.La Universidad Javeriana, la Nacional de Bogotá, la de Medellín y la de Manizales, la Tadeo, la del Valle, o los Andes: todas tienen editorial y producen libros. La revista de arquitectura de los Andes –Dearq– es de muy buena calidad, al igual que los libros, que tampoco salen de la universidad. Deberíamos contar, entonces, con una librería universitaria de arquitectura. Pero hay que tener en cuenta que mucha cosa se vende por internet.

Pero estas editoriales, con este tipo de producto, van a un público muy específico que es el universitario, ni siquiera se dirigen a arquitectos.
Eso no es del todo cierto. El libro sobre Arturo Robledo publicado por el Instituto de Patrimonio es un libro excelente, creo que es de lo mejor que se ha hecho como monografía de arquitectura, con una investigación de archivo excelente. El mismo Instituto publicó el de Enrique Triana y el de Gastón Lelarge. Los Andes publicó un libro sobre Ernesto Jiménez, etc. El libro que publicaron en Barcelona sobre Daniel Bermúdez, “4º latitud norte y 2.600 metros sobre el nivel del mar” (Lunwerg Editores, 2011), es otro buen libro monográfico. Cuantitativamente, la producción ha sido estupenda en la última década, pero falta más sobre historia de la arquitectura; el libro de Silvia Arango sobre la historia de la arquitectura en Colombia se publicó en 1989 y no se ha vuelto sobre él. Falta también historia del urbanismo, aunque hay libros muy buenos de historia urbana como los que ha sacado Germán Mejía con la Javeriana sobre Santafe, o Sandra Reina sobre los pueblos indígenas.

Son libros poco atractivos para lectores no expertos en el tema. ¿Puede ser que no hagan falta?
Sí hacen falta. Lo que pasa es que no hay quien los haga porque no hay medios económicos.

Si cuantitativamente, no cualitativamente, hay quien produzca este tipo de libros, ¿por qué no hay quien los pague? ¿Por falta de demanda, de público?
No, no creo en eso, creo que el público hay que construirlo. Aquí había un público que compraba muchos libros de arquitectura y todavía unas pocas editoriales independientes sacan libros de arquitectura que tienen sus compradores, oficinas de arquitectura sobre todo. Materia prima para escribir hay mucha: en Cartagena, en Manizales, en Cali. En fin, investigadores hay y muchos y producen.

Entonces, ¿qué pasa?
Ahí está el tema.

¿Puede ser que a los editores no les alcanza la plata o están seguros de que no se va a vender?
Escala es una empresa que se ha movido bastante, con un presupuesto ajustado pero con la ventaja de tener su propia imprenta. La muerte de David Eduardo Serna ha sido un golpe muy duro. Ospinas y Compañía publicó un libro con su historia y sus proyectos; hay otras empresas de este tipo que han publicado sus trabajos con cierta calidad editorial. Vuelvo a decirte: producción hay, mucha, muchísima, de calidad conceptual y editorial, bastante buena, en la mayoría de los casos. Puedo decir que las tesis de maestría que se han publicado en la Universidad Nacional son más que decorosas, a veces tesis laureadas, pero eso sí: el problema del libro universitario es que yace en los depósitos de las universidades.

¿Será por una cuestión de forma, que son libros que no son atractivos para ponerlos en una librería tradicional como la Lerner, por ejemplo?
No estoy seguro si en la sala Colombia de la Lerner se consiguen todos estos libros que hemos mencionado, pero en todo caso se consigue bastante. Ahora: se están publicando varias series sobre temas de patrimonio; sería el caso de Letrarte, por ejemplo, que ha publicado una buena colección.

Es como si fuera una sociedad muy endogámica.
Es posible, sí.

Me estás abriendo los ojos a estos libros pero no se ven, no se habla de ellos, no es fácil encontrarlos. No están por internet que es el primer lugar para buscar. O puede ser que la preocupación en las universidades sea la indexación, lo que puede hacer que cuantitativamente haya millones de artículos que cualitativamente no valen la pena.
Ese es un virus de la educación superior. Un libro no vale lo mismo que un artículo, por lo que la gente se dedica a escribir artículos para tener puntaje e indexación y los libros pasan a un segundo plano. A mí, como facultad de Artes y Diseño de la Tadeo, y por motivos de contenido gráfico, me convienen más los libros que los artículos. Además, las revistas en las que se publican esos artículos son aburridísimas. Pero ese es el karma de la educación superior en el mundo. Aquí hubo varios intentos de tener librerías de arquitectura; hace años ya, Marta Barrero, junto con otros, montó una librería en el primer piso del edificio de la SCA y tuvo que cerrarla, y eso que traían libros latinoamericanos.

Si hay gente que los produce y hay el espacio para hacerlo, ¿cuál es el problema?
Falta de incentivos.

Volvemos a lo mismo. Se puede hacer un libro pero sin distribución no llega a ninguna parte.
Eso se aplica en alto grado a la producción regional y local diferente de la de Bogotá. En la Nacional de Medellín, por ejemplo, hace poco publicaron en formato de libro la tesis doctoral de Luis Fernando González. Es un libro muy voluminoso, con un contenido importantísimo que merecía una buena edición en color, ya que el documento de la tesis doctoral tenía casi todas las ilustraciones en color.

Seguramente les costaría el triple. Sobre todo, para lo poco que creen que venderán. Puede ser que el tema sea ese: falta de editores que sepan de arquitectura.
El editor es un gestor que tiene el buen juicio de saber cuando un libro es bueno, cómo se edita bien, cómo y dónde se distribuye bien. Todos los libros que hace Villegas Editores, por ejemplo, salvo los de formato pequeño, son financiados por empresas; así, puede sacar cuatro o cinco libros de gran formato al año, todos financiados, y además tiene una serie propia de libros de pequeño formato. En esa colección publiqué el libro “La arquitectura como experiencia”, que fue cofinanciado con la Nacional, fue un éxito editorial y se vendió totalmente. Ya no lo tienen en ninguna librería. En definitiva, materia de trabajo hay, hay buenos investigadores, la masa está lista para hacer el ponqué, el problema es: ¿quién lo cocina?

Quien cocine necesita también plata para poderlo hacer y el tema está por ahí. Entonces el problema es económico: puede existir el editor que quiera hacer los libros con temas que valgan la pena.
En España, ¿cómo funciona? Porque allá hay muchas editoriales de arquitectura. Estaba Actar, ¿no?

Actar está totalmente quebrada, había comprado una editorial alemana y se había convertido en la editorial de arquitectura más grande del mundo; tenían una librería espectacular, muy bien curada, pero la cerraron también. No hay librería ni editorial. También está la Gustavo Gili que sí funciona y muy bien, pero la revista 2G ahora solo es digital. Las editoriales que quedan han preferido seguir con coffee table books porque tienen más público y pueden tener la seguridad de que vendan los libros. La gente quiere tener un libro bonito en su mesa, es lo que se ve en las revistas de decoración. El Croquis aún existe pero en este caso el público es restringido, solo arquitectos, y es costoso. Las revistas de Arquitectura Viva siguen, son revista libro y tienen su público. Desde la crisis española, muchas editoriales están haciendo monografías digitales, como una copia digital a El Croquis.
Aquí está A57.

Pero en A57 ya no producen contenido, mueve la agenda arquitectónica del país. Por otro lado, me interesa que nos salgamos de la endogamia arquitectónica, y no soy muy fan de las revistas ni de los libros que sacan las facultades por esto mismo: porque son contenidos para arquitectos, un ladrillo que nos cuesta a nosotros mismos leerlo. Me parece mucho más interesante que la gente de la calle conozca sobre arquitectura y urbanismo. Por eso me gustan los coffee table books, en este sentido.
Sí, en ese sentido, en los libros de Villegas, por ejemplo, se prestan para un público amplio, salvo por su costo.

El año pasado publicaron un estudio de la Javeriana con otras universidades del país sobre el “no saber escribir”. Estos libros de los que hablamos no solamente son un ladrillo sino que no se entiende lo que está escrito.
Sí, algunos están mal escritos. Y a veces se usan unos lenguajes medio abstrusos.

El estilo de cada uno hay que respetarlo; pero de ahí a que se entienda, es complicado.
A mí me critican mucho porque yo escribo legible. Que escribo muy fácil, que la gente me lee fácil.

¿Y eso es un problema para los editores o para los lectores?
Para algunos críticos. Supuestamente uno debe escribir complejo.

Seguramente es muy complejo lo que está ahí, lo que pasa es que se entiende. Es un problema de lectura y escritura que viene desde el colegio, y es muy grave.
Pero las facultades de arquitectura se especializan en evitar la escritura. Cuando yo dirigí el área de teoría de los Andes, hice toda una campaña de alfabetización. Y lo logramos. Los estudiantes escriben, o escribían, y bien. Y tuvimos tanto éxito que no nos querían porque estábamos pervirtiendo a los diseñadores, que deberían ser puros.

Me han contado que ahora les piden un ensayo de media página a los estudiantes de pregrado y se niegan a hacerlo porque no hay tiempo.
Vamos a abrir una maestría en arquitectura en la Tadeo y me gustaría incluir una electiva sobre arquitectura y escritura. Es que a nivel maestría es muy grave que no sepan escribir.

A todo nivel. Yo también pasé los 5 años de la carrera sin escribir una sola línea, y cuando uno sale de la carrera y se va a presentar a un concurso no tiene ni idea de escribir para presentarse, o si uno hace un proyecto para un particular también hay que escribir una memoria para presentar unos papeles a una curaduría. No sé cómo completan un portafolio.
Es un error universal. En las universidades, el principal problema es la lecto-escritura y no solo en arquitectura. Es un problema generalizado.

Hace poco leí en un blog español esta historia: una periodista especializada en arquitectura entrevistó al arquitecto que hizo el diseño interior de un edificio muy importante de Barcelona, la nueva sede del FAD; el arquitecto hizo un comentario sobre la casa de los Eames, que le gustaba mucho, y la periodista escribió que a este señor le gustaba mucho la casa de los Sims, el juego de computador, una arquitectura que no tiene nada que ver con los Eames.
No puede ser… O mejor dicho, sí puede ser…

Si alguien se especializa en arquitectura, ¿cómo no sabe quienes eran los Eames? O al menos pedirle una aclaración al entrevistado. A este arquitecto le han tomado del pelo por las redes sociales diciendo que a lo mejor lo que dijo fue que le gustaba la casa de los Simpsons y ahora le daba vergüenza admitirlo. El nivel es muy malo.
La maestría en la Tadeo tiene como subtítulo “Arquitectura en contexto” para ampliar el campo de estudio del proyecto. Muchos arquitectos se pasan la vida mirando el proyecto y se les olvida dónde está localizado y con qué se relaciona. Hay tres líneas de investigación: ciudad, cultura y comunicación. El campo es exigente porque no es “hacer monos”, hay que leer y escribir fuertemente. No tenemos todavía doctorado en la Tadeo pero tenemos una experiencia investigativa importante y vamos a tener como profesores, de aquí a dos años, por lo menos cuatro o cinco doctores.

La Tadeo ha dado un salto cualitativo muy grande.
Se está tratando de dar y bastante fuerte. Acabamos de empezar las obras del edificio de Artes de la Tadeo, en la calle 26 con carrera 5, en un lote grande, entre las Torres Blancas y la Biblioteca Nacional. El diseño que ganó el concurso es de Ricardo Larrota. Esperamos que a mediados del año entrante se acabe el edificio, que será una buena obra de arquitectura.

Viendo esto, se puede decir que las prioridades son otras: hay plata para desarrollar proyectos, pero es más importante hacer un edificio que sacar un libro.
En la Tadeo, como ya te dije, hemos publicado varios libros de arquitectura. El edificio es una necesidad prioritaria. Ambas cosas son compatibles. Por otra parte, por ejemplo en Medellín hay editores como los Mesa, que hacen una labor independiente muy importante, por fuera de las universidades.

Creo que tienen libros formalmente muy bonitos.
Muy atractivos, sí; el libro de Archipiélago de Arquitectura es muy interesante. Son libros divertidos, ellos son ingeniosos. Y casi todo es autofinanciado o buscan financiación.

¿El problema es económico porque no hay público? ¿O no se ha buscado ese público?
No, el público hay que construirlo. En definitiva: sí hay materia prima, sí hay gente que pueda hacer los libros, lo que no hay es el impulso para arrancar.

El reto es económico. ¿Qué puede hacer un espacio como Torre de Babel para que estos proyectos puedan existir?
Primero que todo difundirlos. ¿Por qué no “anunciar libros”?

En TdB estamos haciendo un cambio importante, a nivel de forma y de contenido. Finalmente: dos preguntas. ¿Cuáles son tus tres libros de cabecera, que lees y relees, de arquitectura o urbanismo, que recomiendas porque son parte de tu biblioteca personal?
El libro que más me gustó durante muchos años fue “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. No lo he vuelto a leer, son cuatro libros, pero recuerdo que me pareció un ejercicio maravilloso sobre muchos temas a través de cuatro personajes. Es fascinante, como literatura y como todo. Este me marcó por muchos años y lo leí y releí en español y en inglés. No soy muy fiel a los libros y he leído tantos libros que no es fácil traer tres a la cabeza. “El nombre la rosa” de Umberto Eco podría ser otro, por lo divertido, con película incluida. De Buckminster Fuller me acuerdo que hay unos libros muy divertidos, pero “I seem to be a verb” sería el que podría nombrar; un libro totalmente loco, de frases sueltas, publicado en la década de 1970 (cuando los editores se enloquecieron y hacían cosas divertidas). Pero, sobre todo, soy un calvinista impenitente. Quiero decir que aprecio muchísimo todos los libros de Italo Calvino.

La última pregunta no tiene que ver con libros sino con Bogotá: hace más de 10 años, con Antanas Mockus con su cultura ciudadana, todos aprendimos a cruzar por el paso de cebra, los carros iban por su carril, los andenes eran para peatones, no botábamos basura en la calle, y además podíamos dar un visto bueno o malo a otro conductor o transeúnte. ¿Qué pasó? Han pasado más de 10 años y esta “cultura” no se transmitió de una generación a otra.
No, no se transmitió. Se transmitió más en la ciudadanía que en las administraciones. La ciudad ha caído en un deterioro bárbaro.

¿Qué pasó con esa cultura ciudadana? ¿No fuimos capaces de arraigarla, de interiorizarla y pasarla a la generación siguiente?
No alcanzó a consolidarse. Después de Mockus vino Lucho Garzón y se debilitó, aunque este no causó tanto daño pero se perdió el hilo conductor. Después todo se vino abajo.

Necesitábamos muchos más años para que ya hiciera parte del subconsciente colectivo. Por otro lado, Medellín hoy es una ciudad fantástica.
Exactamente: hoy. Porque el alcalde Sergio Fajardo tomó un poquito de Pascual Maragall de Barcelona, un poquito de Antanas Mockus, un poquito de Curitiba; tomó lo mejor de cada cosa, le sumó una buena autoridad y un excelente equipo de trabajo.

Ahora tienen unos problemas de delincuencia altos.
De mucha violencia.

De todas maneras, es una ciudad muy amable, agradable y confortable.
Descubrieron el espacio público, que no había.

Pero aquí en Bogotá hay espacio público y pareciera que este no es el problema. Es más de cultura.
La desmotivación es el tema. La ciudadanía bogotana se desmotivó completamente porque no tienen referente. Bogotá necesita un Mockus urgente y con mano dura.

Pero ahora no hay una figura de ese tipo, que pueda removernos de nuevo.
No, Mockus es de esos personajes que son únicos. Incluso preferiría a Peñalosa en este momento. Por ahora el problema es salir del amigo Gustavo Petro, que está atornillado al puesto, y ver quién comienza a remediar esto. Fíjate lo curioso: Clara López, con el poco tiempo que estuvo y todas las críticas que recibió, fue una alcaldesa muy buena en solo cuatro meses. Sumamente buena. Pudo componer temas que estaban muy descompuestos. Me parece una política regia, que tiene correa. A Bogotá hay que rehacerla.

Me llama mucho la atención que todo lo que habíamos aprendido no continuó en el tiempo.
Quedan pocas cosas pero, en general, la gente se volvió agresiva nuevamente, descuidada, pero para mí todo es un problema de motivación, la ciudadanía está totalmente desmotivada.

Algo así como ¿para qué hago esto?
Desde arriba me están dando el mensaje de que no hace falta, para qué hacer algo. Una ciudad necesita liderazgo.

Por otro lado, en cambio, en el campo artístico la diferencia con hace 10 años es enorme: más museos, galerías de arte, eventos internacionales y nacionales, casi no alcanza el tiempo para ver y disfrutar todo, gran cantidad de obras de teatro, cine.
Por eso, fíjate que, sin perder las esperanzas, creo que no es tan difícil rescatar esa voluntad hacia Bogotá, la gente añora esa cultura ciudadana. Petro había amenazado que Mockus iba a ser su asesor en cultura ciudadana y al final no salió con nada. Mockus debería ser alcalde a perpetuidad.

Pero si fuera candidato de nuevo, ¿la gente lo votaría?
La tontería que hicieron en las elecciones pasadas fue grandísima: Peñalosa iba a ser el alcalde, respaldado por Mockus y por Garzón; a Peñalosa le dio por aliarse a los uribistas y Mockus llegó hasta ahí con él. Luego decidió lanzarse con Gina Parody y obviamente no llegaron a ninguna parte. Si no se hubieran dividido, Peñalosa sería el alcalde y estoy seguro de que nos hubiera ido mucho mejor. Y Petro lo que hizo fue pescar en río revuelto.

Hay muchos bogotanos que me han dicho que votaron por Petro porque cuando estaba en el Senado era bueno.
Era muy bueno.

Pero una cosa es estar al otro lado del mostrador y otra es administrar la tienda.
Peñalosa dijo una frase célebre en este sentido: “Petro no es capaz de administrar ni un parqueadero”. No tiene ni idea. Y las personas buenas que eran sus colaboradores se han ido retirando. En la oposición le iba mejor.

* Foto tomada de la página web de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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