Archivo de la categoría: debates

De mimos y presupuestos: Bogotá́ y Barcelona*

*Este texto salió publicado por primera vez en la edición 13 revista digital de diseño MasD de la facultad de Diseño, Imagen y Comunicación de la universidad El Bosque.

Hacer una comparación entre el espacio público de una ciudad europea con una latinoamericana resulta un poco caricaturesco, casi extravagante, pero puede llegar a ser interesante el examinar elementos de esos espacios en la búsqueda de beneficios para cada una: si en alguna de ellas algo ha funcionado, ¿sería replicable en la otra ciudad?

Por un lado, Barcelona está en el Mediterráneo, viven 1.600.000 personas y es la segunda ciudad de España; por otro, Bogotá́ está en los Andes, es la capital de Colombia y su población es de unas 7.500.000 personas. De entrada, es bastante cuestionable el traspaso de experiencias entre ciudades que no soportan el mismo peso dentro del país ni en sí mismas. A pesar de esto y hoy en día, tras el paso descuidado de los tres últimos alcaldes bogotanos por la ciudad, el espacio público es más público en Bogotá́ que en Barcelona: puede ser usado por todos y de la manera que cada cual quiera.

En Barcelona, las autoridades no dan permiso para ocupar andenes o plazas para montar un puesto de ventas; hay quioscos y módulos diseñados especial y exclusivamente para esas actividades ambulantes. En Barcelona, si alguien orina en la calle o va sin camiseta, puede ser multado. Tampoco se puede tomar alcohol ni ir en bicicleta por el andén; si alguien lo hace, las multas pueden llegar a los 300€ (unos COP$750.000). La ciudad está limpia: todas las noches, pequeños carros cisterna llenos de aguas freáticas limpian las calles del centro de la ciudad mediterránea. Ningún bus puede parar para recoger o dejar pasajeros en el lugar que se le antoje al conductor o al usuario: deben parar en las pequeñas estaciones creadas para esto; y se llega a ellas fácilmente, cruzando la calle y subiendo al andén, sin necesidad de subir a una descomunal maraña aérea. Y esos buses públicos tienen un carril exclusivo para circular, que conductores de buses y carros particulares respetan, y que sólo está marcado en el piso con una línea más gruesa. En Barcelona, un alcalde parece querer hacer más que el anterior y, al menos una vez al año, pinta pasos de cebra y líneas que separan los carriles en las calles. Además, carros particulares y buses paran si algún peatón está cruzando la calle: porque los carros no tienen prioridad.

Aunque en Bogotá́ vivan más personas, que significa que se debe recaudar más dinero de impuestos, son incomparables los presupuestos que maneja cada ciudad. Y tanto Barcelona como Bogotá́ se manejan con los impuestos de sus ciudadanos. ¿Por dónde gotea el bogotano?

La vida diaria de Barcelona y de Bogotá́ no se parecen ni se pueden comparar. Y no es tanto por la calidad del espacio público como por el uso que todos los ciudadanos hacen de él. Parece que el espacio público bogotano es más público al estar menos controlado; y, aunque el control barcelonés puede llegar al absurdo, el espacio público en Barcelona es más confortable, vivo y seguro. En Bogotá́ parece que prevalece el bien individual sobre el común y cada uno se lanza a la vida sin mirar a los lados porque el que viene tendrá́ que parar.

¿Qué se puede transferir entre ciudades? Un mejor manejo de los recursos públicos, definitivamente. No es cuestión de copiar sistemas de transporte, baldosas de andenes, canecas de parques o leyes de ordenación territorial; el tema es, también, hacer normas y decretos que los ciudadanos comprendan y que sean fáciles de acatar. Sentido común. Parece simple pero cuesta, mucho, no repetir errores y usar la cabeza. En Barcelona, la participación de los habitantes en la construcción de la ciudad es constante y latente; todos, ciudadanos y gobernantes, son conscientes de la responsabilidad que tienen para con ellos y con el futuro. Llevan años, más de 150, construyendo entre todos una ciudad habitable y agradable (y no sólo para los millones de turistas que la pisan cada día). ¿Qué hace falta para que en Bogotá́ predomine la cultura ciudadana y no la construcción de sistemas costosos y deformes para que las personas cojan un bus, ni la imposición de leyes contra el libre mercado en un país con hambre? Mi apuesta es por la creencia y el compromiso, de todos, de pertenecer a una comunidad, de buscar el bien colectivo y de respetar al vecino. Creería, aunque no me guste, que es tiempo de recuperar a los mimos en las calles.

Imagen tomada de Radio Santa Fe.

Comparte este artículo:

Molinos de viento

Molinos de viento

Ladran Sancho, señal que cabalgamos.
Atribuido al Quijote

Desde hace varios años vengo combatiendo –como el caballero de la triste figura– mis gigantes –que resultaron ser molinos de viento–, sin derrotar a ninguno. Voy a recordarles los tres más grandes.

El molino más pequeño se llamaba Gustavo Petro. El alcalde inició y terminó su gobierno “chamboneando”, que consistía en hablar primero y pensar después. Afortunadamente, no era como los ríos y las motocicletas, que no tienen reversa, y finalmente la mayoría de los absurdos con los cuales nos amenazó nunca se realizaron. Empezó proponiendo la implantación de colegios en los terrenos destinados para la necesaria Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), y la construcción de un tranvía que iría hasta Zipaquirá. Después anunció que cobraría peajes urbanos, en una ciudad sin autopistas urbanas. De pronto se dio cuenta de que en el sector de Cedritos el alcantarillado ya no era suficiente para evacuar las aguas de las nuevas construcciones y suspendió la expedición de licencias de construcción. Meses más tarde, presentó un Plan de Ordenamiento Territorial –POT– que autorizaba construcciones de gran altura – incluso en Cedritos – que el Concejo le rechazó. Entonces sacó de la manga el decreto 562, que permitía prácticamente lo mismo que el POT rechazado. Su programa de Viviendas de Interés Prioritario –VIP– nunca alcanzó las metas prometidas y, para construir parte de las unidades que finalmente hizo, sacrificó el lote de la Hoja, uno de los terrenos más valiosos que tenía Bogotá.

Las voces de alerta y rechazo a sus programas no le hicieron ni cosquillas a este molino. Por fortuna, con el alcalde Petro sucedió lo que sucede con la enfermedad llamada adolescencia: que se cura sola con el tiempo.

Ahora llega Enrique Peñalosa nuevamente a la alcaldía, quien demostró en su mandato anterior ser un buen administrador y un mejor ejecutor, hasta el punto que apareció un grafiti que decía: no queremos obras; queremos promesas. Parece que a Peñalosa le quedó sonando la frase y, en entrevista del periodista Yamid Amat, le soltó un ambicioso programa –como para desarrollarlo en 20 años– con unas súper promesas que incluyen un gran parque en los cerros orientales, el metro elevado, la recuperación del río Bogotá –hasta volverlo navegable– y del río Tunjuelo, y cien mil viviendas de Interés Prioritario repartidas en cinco desarrollos llamados “Ciudad Paz”.

Queríamos promesas pero no tantas. Los bogotanos quedaremos satisfechos con que cumpla el 10% de su programa, y hasta aquí todo bien. Pero lo que no está bien es que quiere construir una de sus “Ciudades Paz” en la reserva Thomas van der Hammen, contra la opinión de expertos y profanos. La reserva, al norte de Bogotá y con un área de 1.400 hectáreas, sirve de unión a los ecosistemas de los cerros orientales con los de la sabana y el río Bogotá. Esperamos que el alcalde recapacite, se lleve la vivienda para otra parte, y respete los terrenos que los ambientalistas consideran irremplazables. Ojalá que Peñalosa –de por sí un gigante– no se convierta en el próximo molino.

El siguiente molino –ese sí un verdadero gigante en el sentido de la palabra– es la torre BD Bacatá, que ya se eleva desafiante en el paisaje urbano de Bogotá. Nuestro ataque a este Goliat comenzó en abril de 2011 cuando apareció profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, no había presentado el plan parcial obligatorio; no respetaba ni los aislamientos exigidos ni la altura, ni el índice de construcción resultante de las normas sobre aislamientos; no cumplía con las normas referentes a los medios de evacuación, se presentaban inconsistencias entre la licencia y los planos aprobados, y no se le cobró la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad.

Además, estaba ubicado en un sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios cercana al colapso, y no aportaba a la ciudad ningún espacio público. No conocemos el estudio de movilidad –que se presentó después de expedida la licencia de construcción– pero creemos que la entrada de vehículos propuesta por la calle 20 desde la carrera 7ª, y la salida por la carrera 5, no era suficiente para el nuevo tráfico generado por el edificio; mucho menos ahora que Petro peatonalizó la carrera 7ª. Arquitectónicamente, el proyecto se destacaba por su mezquindad en los espacios, algunos de ellos inoperantes como un hall de ascensores de un 1,50 metros de profundidad, una entrada y salida de 6 metros de ancho para 700 estacionamientos, y un área de descargue en el sótano donde no cabían los camiones. No sabemos si se corrigió alguno de estos errores imperdonables.

Creímos que el edificio representaba un golpe bajo para Bogotá y una cachetada al desarrollo del centro, y solicitamos la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado. Y remataba con una frasecita demoledora: con ella queda agotada la vía gubernativa. Total: otro molino que nos derrota. Lo más grave, sin embargo, está todavía por venir. Se dice que hay más de 350 licencias otorgadas con base en el decreto 562 donde no se sabe cuántos gigantes como el BD Bacatá estarán agazapados. Por lo pronto, se anuncia un monstruo de 90 pisos a una cuadra del rascacielos mencionado: el proyecto Entre Calles. Dios y Peñalosa libren al centro de semejante desastre.

Derrotados y con el rabo entre las piernas, nos enfocamos en Medellín –segunda ciudad del país– para combatir un molino asesino: los responsables del colapso de la torre 6 del conjunto Space, ocurrido el 12 de octubre del 2013. Según el estudio de la Universidad de los Andes, los cálculos –criminales, agrego yo– no cumplían con las normas, al igual que los de otros conjuntos: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte, calculados por el mismo ingeniero.

El año pasado escribí un test dirigido a mis colegas paisas, con 12 preguntas sobre el caso Space. Solamente recibí una respuesta a una de las preguntas, enviada por Germán Téllez, que tiene de antioqueño lo que yo tengo de esquimal. Publico el vínculo de las preguntas, con la esperanza de que haya al menos un arquitecto antioqueño que lea Torre de Babel, comparta nuestra indignación y nos cuente si finalmente se hizo justicia: Test para constructores antioqueños.

Los promotores ambiciosos a quienes no les importa la ciudad, y los ingenieros inescrupulosos a quienes no les importa la vida humana, siguen cabalgando. Pero no hay nadie que les ladre.

Comparte este artículo:

La tragedia del Space

Respuesta a una pregunta del «test para constructores antioqueños»

Dado que no soy ni constructor ni antioqueño, y que mi respuesta se refiere a una sola de las 12 que formula lapidariamente Willy Drews sobre el tema ya tan olvidado (por repugnancia, tal vez) del edificio Space y su sombrío final, esta se debe tomar por lo que cada lector crea que vale.

Pregunta Willy Drews: [sabe usted] ¿si los gremios que agrupan ingenieros, arquitectos y constructores de Medellín se pronunciaron públicamente sobre este incidente y sobre la irresponsabilidad de los culpables? Mi respuesta es, obviamente, afirmativa. Y añado: en artículo publicado en Torre de Babel como comentario a un «suelto» aparecido hace unos meses en El Tiempo de Bogotá, expresaba mi incredulidad indignada al ver que una Sociedad de Ingenieros, y no recuerdo si de arquitectos también, antioqueños, a manera de pronunciación sobre el caso del Space había otorgado premios o distinciones al ingeniero presidente de la compañía CDO, constructora y vendedora del derrumbado proyecto y al arquitecto diseñador del proyecto. Luego sí hubo pronunciamiento de esa cruel y surrealista manera. Sobra añadir que en un rapto de lucidez, el ingeniero Villegas rechazó tan insólito y desafiante homenaje, y el arquitecto Forero, «quien también iba a ser premiado», no se presentó a recibir su parte de esa inverosímil premiación.

La SCA a nivel de filiales o nacional, no muy dada a pronunciamientos beligerantes sobre ningún tema profesional y menos en casos únicos como el del Space, sólo publicó, que recuerde, un inocuo comunicado pidiendo un compás de espera para las conclusiones de las «exhaustivas» investigaciones al respecto, o algo similar. Una vez realizadas éstas, ignoro si existe algún comunicado gremial al respecto. No conozco de algún «pañito de agua tibia» gremial y si este existe Willy Drews debe saber más que yo al respecto. Este es un tema sobre el cual es imposible mantener un criterio objetivo o fríamente profesional. Sólo puedo preguntarme si la rampante impunidad colombiana sacará adelante a los responsables del Space con algún breve rato de casa por «cárcel» y «aquí no ha pasado nada», «fue un accidente», «faltan pruebas», «las demandas no fueron correctamente formuladas jurídicamente», «los medios nos satanizaron», y el resto de la cantilena usual…

A la pregunta de Willy Drews sobre cuántos muertos habrían sido enterrados o cremados en Medellín si el Space hubiera estado plenamente ocupado en el momento del «éxito» de los cálculos estructurales del ingeniero Aristizábal, no puedo dar una respuesta adecuada. Me horroriza esa cifra abstracta, cualquiera que sea. No entiendo cómo un grupo de profesionales avezados de la ingeniería, la arquitectura, la construcción, la interventoría y hasta de las ventas promocionales y la publicidad comercial puede haber obrado de modo tan estúpido e irresponsable. Es un misterio poco explicable, el de la fe ciega en la tecnología y la ambición del dinero. El «Titanic» no se podía hundir, los puentes y viaductos NO se caen, las centrales productoras de energía por medios nucleares son perfectas, los jets comerciales no desaparecen, las estufas a gas no se incendian, volar como en caja de sardinas es más seguro que cruzar una calle, las Torres Gemelas de Nueva York resistían cualquier cosa menos al irónico impacto de un jet comercial que las redujo a escombros luego de un desplome exactamente igual al de un castillo de naipes hecho con dos barajas, etc.

* Imagen tomada de ABC.es

Comparte este artículo:

Space Medellín

Test para constructores antioqueños

Medellín octubre 12 de 2013. Primero fue el ruido, después la nube de polvo y finalmente el silencio. El silencio de la muerte. La torre 6 del conjunto Space había desaparecido y con ella doce vidas.

Nuevamente volvió el ruido, esta vez el de los medios escritos, hablados y televisión. La noticia lo ameritaba y les producía utilidades. Se dijo entonces que la justicia estaba citando a los presuntos culpables y en ese momento volvió el silencio. El silencio de la complicidad. El silencio de la impunidad. Nunca se supo que pasó.

El siguiente test permite a los constructores de Medellín evaluar qué tanto saben sobre la tragedia.

Sabía usted:

  • ¿Que el 12 de octubre de 2013 se desplomó la torre 6 del conjunto Space?
  • ¿Que fue necesario demoler las otras cinco torres pues amenazaban colapso?
  • ¿Que el estudio adelantado por la Universidad de Los Andes concluyó que la causa de la caída había sido el cálculo estructural que no cumplía con las normas?
  • ¿Que el calculista del conjunto Space calculó entre otros los conjuntos Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte?
  • ¿Si se ha hecho un estudio de estos edificios calculados por el mismo ingeniero y, en caso afirmativo, cuál fue el resultado?
  1. No era necesario hacer nada.
  2. Se debería reforzar la estructura.
  3. Se deberían demoler.
  • ¿Si el juicio a los presuntos culpables terminó?
  • ¿Si el o los culpables de esta tragedia fueron castigados? Si su respuesta es afirmativa diga cómo:
  1. Amonestación
  2. Cárcel
  3. Casa por cárcel
  4. Multa
  5. Indemnizaciones
  6. Cancelación de la Matrícula Profesional
  7. Ninguna de las anteriores
  • ¿Si se indemnizó a las víctimas?
  • ¿Si –como lo pidió el ingeniero Eduardo Behrenz– se ha dictado un curso sobre ética en alguna facultad de ingeniería de Medellín?
  • ¿Si los gremios que agrupan ingenieros, arquitectos y constructores de Medellín se pronunciaron públicamente sobre este incidente y sobre la irresponsabilidad de los culpables?
  • ¿Cuántas habrían sido las víctimas de este acto criminal si no hubiera estado desocupado el edificio?
  • ¿Que esta tragedia es tal vez el fiasco más grande y de mayor irresponsabilidad en la historia de la construcción en Colombia?

Si contestó:

12 respuestas afirmativas: ¿por qué no ha contado públicamente todo lo que sabe?
Entre 10 y 11 respuestas afirmativas: usted es un profesional interesado en su profesión y su región. ¿No cree que sea el momento de hacer algo?
Entre 8 y 9 respuestas afirmativas: esté más atento a lo que pasa para evitar que se repita la tragedia del Space.
Entre 6 y 7 respuestas afirmativas: parece que a usted no le importa lo que sucede en su oficio y en su entorno.
Entre 4 y 5 respuestas afirmativas: usted no es antioqueño.
Entre 2 y 3 respuestas afirmativas: usted no es antioqueño ni constructor.
1 respuesta afirmativa: usted no es antioqueño ni constructor, y le importa un comino lo que pasa en Medellín.
Ninguna respuesta afirmativa: ¿hace cuánto se encerró en una cueva en el Himalaya?

Nuestra obligación como miembros del gremio de la construcción es pedir que se conozca qué pasó, se castigue ejemplarmente a los culpables, y se repare a las víctimas. Y para que eso suceda es necesario que quienes lo sepan lo cuenten, lo publiquen, lo saquen a la luz. Por la dignidad y la recuperación del prestigio de los constructores antioqueños, y por el rescate de la ética perdida.

* Imagen tomada del Círculo de Periodistas de Bogotá.

Comparte este artículo:

John Berger

Le Corbusier

Texto de John Berger (1965) [1]

Era día de mercado en la ciudad vecina, cuando leí los titulares anunciando la muerte de Le Corbusier. En esa ciudad francesa, polvorienta, provinciana y completamente comercial (fruit and vegetables), no había ningún edificio que señalase la influencia de su obra, pero me parecía que la ciudad era consciente de su muerte. Quizás sólo porque, para mí, esa ciudad era la extensión de mi propio corazón. Pero los impulsos de mi corazón podían no estar solos; había los de otra gente, leyendo el periódico local en la mesa del café, quienes, con la ayuda de Le Corbusier, también habían entrevisto el ideal de una ciudad construida a la medida del hombre.

Le Corbusier ha muerto. Una buena muerte, dijeron mis acompañantes, un buen modo de morir: tranquilamente, en el mar, mientras nadaba, a la edad de setenta y ocho años. Su muerte parece reducir las posibilidades al alcance incluso de la ciudad más pequeña. Mientras vivió, siempre parecía haber una esperanza para que cualquier ciudad pudiera ser transformada a mejor. Paradójicamente, esa esperanza surgía de su máxima improbabilidad. Le Corbusier, que fue el arquitecto más práctico, democrático y visionario de nuestro tiempo, había tenido escasas oportunidades de construir en Europa. Los pocos edificios que puso en pie fueron todos ellos prototipos de series que nunca serían construidas. Él fue la alternativa para toda la arquitectura que hay a nuestro alrededor. La alternativa sigue, claro está. Pero parece menos apremiante. Su insistencia ha muerto.

Hicimos tres viajes para entregarle nuestro propio último respeto. Primero fuimos a mirar otra vez la Unité d’Habitation en Marsella. ¿Cómo se conserva?, preguntaron. Se conserva como un buen ejemplo que no ha sido seguido. Pero los niños siguen bañándose en la piscina de su cubierta, a seguro, a su aire, entre el panorama del mar y el de las montañas, en un ambiente que, hasta este siglo, sólo pudo llegar a ser imaginado como fondo extravagante para querubines en los techos pintados barrocos. Los grandes ascensores para coches de bebé y bicicletas suben ligeros. Las verduras en la calle comercial del tercer piso son tan baratas como las de la ciudad.

De todo el edificio, lo más importante es tan simple que puede fácilmente darse por supuesto –y ese era el propósito de Le Corbusier–. Si lo deseas, puedes condescender hasta este edificio que, pese a su tamaño y originalidad, no sugiere nada que sea mayor que uno mismo –ninguna gloria, ningún prestigio, ninguna demagogia, ninguna propiedad, moralidad–. No ofrece excusas para vivir de modo tal que seamos menos que nosotros mismos. Y esto, aunque empiece siendo una cuestión de espíritu, sólo era posible en la práctica como una cuestión de proporción.

Al día siguiente fuimos a la abadía cisterciense de Le Thoronet, del siglo XI. Yo tenía la idea de que Le Corbusier había escrito sobre ella, y cualquiera que quiera realmente entender su teoría del funcionalismo –una teoría que ha sido mal entendida y peor deformada– sin duda debe visitarla. El contenido de la abadía, por opuesta que sea en su forma o en los fines inmediatos para los que fue proyectada, es muy similar al de la Unité d’Habitation. Es muy difícil, de hecho, advertir los nueve siglos que las separan.

No sé cómo describir, sin recurrir al dibujo, la compleja simplicidad de la abadía. Es como el cuerpo humano. Durante la Revolución Francesa fue saqueada, y nunca ha sido vuelta a equipar: su desnudez no es más que una conclusión lógica de la regla cisterciense, que condena la decoración. Había niños jugando en el claustro, como en la piscina de la cubierta, y corriendo a lo largo de la nave. No quedaban nunca empequeñecidos por la estructura. Los edificios de la abadía son funcionales porque su propósito era proporcionar los medios, en vez de sugerir los fines. Los fines dependen de quienes los habiten. Los contenidos les permiten comprender por sí mismos, y así descubrir sus propios objetivos. Esto les parece tan verdad a los niños de hoy como a los monjes de entonces. Una arquitectura así sólo ofrece tranquilidad y proporción humana. En lo que a mí respecta, encuentro en su discreción todo lo que puedo reconocer como espiritual. El poder del funcionalismo no reside en su utilidad sino en su ejemplo moral: un ejemplo de veracidad, el rechazo a la exhortación.

Nuestra tercera visita fue a la cala donde murió. Si se sigue un sendero entre matorrales a lo largo de la vía férrea, al este de la estación de Roquebrune, llegas a un café y hotel construido de madera y techo ondulado. En muchos aspectos es una barraca, como cientos de otros edificios a lo largo de las playas de la Côte d’Azur –un cruce entre casa de botes y escenario de pacotilla–. Pero este fue construido de acuerdo con los consejos de Le Corbusier, porque el patrón era viejo amigo. Algunas de las proporciones y el esquema de colores son manifiestamente suyos. Y en el muro de madera del exterior, frente al mar, pintó su emblema del hombre de seis pies de alto, que hace de módulo y mide toda su arquitectura. Nos sentamos en la terraza, de suelo de tablas de madera, y tomamos café. Mirando al mar, abajo, me pareció por un momento que las olas, apenas visibles, que semejaban temblores rizados, eran el último signo del cuerpo que se había hundido ahí, una semana antes. Me pareció por un momento como si el mar pudiera darle mejor reconocimiento que la arquitectura de diques y rompeolas. Una patética ilusión.

Al otro lado del mar se puede ver Monte Carlo. Si la luz es difusa, la silueta de las montañas llegando hasta el mar puede parecer como de Claude Lorrain. Si la luz es fuerte, se ve el comercio de la arquitectura en esas montañas. Particularmente visible es un hotel de cuatro estrellas, construido al borde mismo de un acantilado. Vulgar y estridente como es, nunca hubiera podido construirse sin el ejemplo inicial de Le Corbusier. Y lo mismo se aplica a un despliegue de otros edificios a lo largo de la costa. Todos ellos exhortan a la riqueza.

Entonces advertí, cerca del hombre modular, la huella de una mano. Una huella voluntaria, que formaba parte de la decoración. Estaba a pocos pies de un anuncio de Coca-Cola: a varios cientos de pies sobre el mar, y se enfrentaba a los edificios que exhortaban a la riqueza. Probablemente era la mano de Le Corbusier. Pero podría ser para su monumento, si fuera la mano de cualquiera.

—————————-

[1] John Berger, “Le Corbusier”, Selected Essays, editado por Geoff Dyer, Londres, 2001, p. 178.

Comparte este artículo:

10 francos suizos

¿Cuánto vale Le Corbusier?

Creí que me había partido el peroné, pero no.

Creí que el tema de Le Corbusier ya estaba agotado, pero no. Faltaba avaluarlo.

El valor de un arquitecto está en su obra, y quien no construyó, no es arquitecto. Pero hay quienes se interesan más en el personaje que en su legado edificado, y quieren saber cuánto dinero vale –como cualquier futbolista– o qué posición ocupa en el ranking –como cualquier tenista–. ¿Cuánto vale entonces Le Corbusier?

El valor de un personaje depende de cuatro factores:

  • Quién lo avalúa.
  • Sobre qué disciplina lo avalúa.
  • La información que se tiene sobre la persona y la disciplina.
  • Contra quiénes se compara.

Comencemos con sus coterráneos. Ellos le hicieron un bonito homenaje al poner su cara en los billetes de diez francos suizos. Es decir que le dieron el valor de todos los billetes de esa denominación.

Lo que pasó en Torre de Babel dista mucho de lo que sucedió en Suiza. Una opinión sobre el Plan Director para Bogotá derivó en una valoración no pedida sobre L.C. como urbanista. Se recibieron conceptos desde tímidos hasta fanáticos, en contra y a favor, que nos han dejado hasta ahora tres lecciones aprendidas:

  • Si se busca generar discusión sobre un tema, hay que ser radical.
  • No discutir con los que saben, y
  • De todas maneras cuando toca… toca aunque nos regañen.

Aplicando los criterios de evaluación ya comentados, con base en la información que tengo y comparándolo con sus pares contemporáneos, yo evaluaría a L.C. como uno de los cinco arquitectos más influyentes del siglo XX.

Esta opinión parece coincidir con la de Francia, su país de adopción, que al no poder estar ausente de los homenajes –con motivo de los cincuenta años de su muerte– que inundaron el mundo de la arquitectura, organizó en el Centro Cultural Georges Pompidou la exposición “Le Corbusier, medidas del hombre”, la primera sobre este tema según sus organizadores. La muestra incluyó sus proyectos de viviendas unifamiliares y unidades de habitación (Marsella y Berlín), Ronchamp, el pabellón Philips en Bruselas, Chandigarh, su cabaña de 15 metros cuadrados, sus muebles, sus pinturas y lógicamente su propuesta de escala humana, el Modulor.

expo Pompidou

De acuerdo con la lección aprendida número dos, dejo en manos de los expertos establecer el valor de L.C. como pintor y diseñador de muebles. Pero con relación al Modulor, no me queda más remedio que aplicar la lección aprendida número tres y, cuando toca… toca. Yo creo que el Maestro se equivocó dos veces con esta propuesta: la primera al pensar que se puede establecer una escala de medidas universal que se pueda aplicar desde los pigmeos y los bosquimanos hasta los Watusi y los Pombo; y la segunda al estimar en 1.83 metros la medida promedio de un ser humano (hombre y mujer), altura que solamente la alcanzan Frankenstein, los jugadores de baloncesto de la NBA y unos cuantos suecos.

Modulor

Básicamente lo más representativo de la obra de L.C. está presente en los proyectos aparecidos en la muestra. Es el trabajo de un gran arquitecto que, como parece indicarlo la última foto de la exposición, no tiene nada que ocultar. Pero que se puede equivocar…

LC desnudo

Comparte este artículo: