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Ortega y Gasset

Nota para Benjamin Barney y Ricardo Daza

Benjamin Barney, en su nota del 26 de junio, es lúcido y claro. A Ricardo Daza en su encendida respuesta en Torredebabel a Willy Drews y a mí, en cambio, lo aqueja aún cierta corbusianitis semejante a la que padecimos muchos hace unos 55 años(!). El virus parece muy duradero. Aclaro: Ricardo, aun en medio de su vasta erudición y riqueza referencial (la corbusianitis produce ese efecto a veces) se tomó excesivamente en serio mi alusión humorística e irónica, que no cientifista o proselitista, sobre el culto catecísmico actual a las ideas y la figura de Le Corbusier, asimilándolo a una de esas temibles gripas que atacan de cuando de cuando. No dije en mi nota  que me pareciera una plaga que hubiera que extirpar del pseudohigiénico mundo de las Facultades de Arquitectura colombianas ni tampoco sugerí prohibir hablar (mal o bien) del chamán de la Calle de Sévres. A decir verdad, no me importa mucho que digamos de cuál arquitecto, mediático, arquiestrella o desconocido, se hable en alguna Facultad de Arquitectura, pues eso no me concierne. Todos esos son préstamos ideológicos, no solicitados, de Ricardo Daza, a mi nota, pues no me preocupan en absoluto ninguna de las posibilidades, una, que se hable bien de Le Corbusier y, la otra, que se hable mal. Dije que personalmente había pasado de hablar bien en mi juventud del tema de Corbu a mi vejez, en la cual me doy el gusto sensual de hablar mal de quien fue mi ídolo. Decía Wenceslao Fernández Flórez, el humorista español, que “la juventud es una enfermedad que sólo se cura con el paso del tiempo”. Para mí, un corbusianista viejo es una curiosidad arqueológica. Pienso, además, que no es necesario predicar la resurrección de Corbu dado que no ha muerto como influencia y hecho histórico. Pero si alguien quiere intentar el milagro, adelante…

El entusiasmo de Benjamin Barney por un ideal de coherencia ambiental y de incorporación de formas y tradiciones del pasado a la arquitectura y ciudades actuales me parece, eso sí, mucho más a tono con la situación de hoy que la invocación de tono islámico del Corán Corbusiano. Aunque esas dos actitudes son idealistas y poco realizables ante la voracidad del capitalismo salvaje y el tsunami demográfico, ambas son indicios de que, de muy diversas maneras, algunos arquitectos, aparte de desplantes formales e “icónicos”, también piensan, reflexionan, leen y transmiten ideas (¡casi nada!). Una de las suras del Corán (el de verdad) dice: Mas aquellos que no creen, inútil será que los amonestes o no los amonestes. No creerán.

Benjamin Barney notó, igual que yo, los simplismos de muy vieja data traídos a cuento por Ricardo Daza y que estaban de moda en las Facultades de Arquitectura hacia 1955-62. El cuento torpe sobre los “buenos” y los “malos”, calificativos como de “spaghetti western” en los cuales los unos eran intercambiables con los otros, siendo abundantes las variadas interpretaciones de tan pueril clasificación. Nunca he escrito –como historiador– en el sentido de minimizar el papel histórico en Colombia de arquitectos como Fernando Martínez o Guillermo Bermúdez como tampoco el de Germán Samper, Rafael Obregón o Gabriel Serrano. Mi monografía sobre Rogelio Salmona, por otra parte, me exime de dar explicaciones sobre la diferencia entre una charla informal y divertida entre colegas y el estudio crítico y bastante más serio de obras y tendencias o influencias. Por otra parte, la crítica arquitectónica (y la teoría) se beneficiarían grandemente de cierta dosis de humor, de gracia y de ironía, para matizar la seriedad policial que la caracteriza.

Que haya evolucionado a lo largo de 55 años o más de los simplismos periodísticos sobre la fe corbusiana a pensar hoy que en la prosa polémica de Corbu hay tanto de brillantes y hasta hermosos y lúcidos momentos así como insoportables y reiteradas charlatanerías es mi propia historia pero no la de Ricardo Daza y mucho menos la de Benjamin Barney. Cada quien evoluciona a su manera. Hoy me parece lamentable la colección de ratoneras en Modulor de la Unité de Grandeur Conforme (¡vaya título grandilocuente y vanidoso!) de Marsella y sigo creyendo en la poética de la Casa Savoie (¡hasta su nombre, “Las Horas Claras”, es un indicio de voluntad lírica), pero el libro que hizo con el filonazi y colaboracionista Francois de Pierrefeu sobre teoría urbanística me sigue pareciendo una sospechosa estafa ideológica. B. Barney notó también el simplismo vagamente fascista del cuento chino de las 4 Funciones y del rigor como de derecha sobre las obligaciones ciudadanas destinadas a dar una imagen “impoluta” de la ciudad ideal. Todo eso es nada ante la dictadura que se avecina de los constructores de rascacielos, los invasores del espacio público, de los voraces inversionistas, de la lepra urbana del comercio desbocado. En alguna parte de mi biblioteca debo tener aún un elegante librito de la autoría de Le Corbusier en edición numerada que me obsequió Fernando Martínez, diciendo que “ya no le interesaba”: Poésie Sur Alger. El autopanegírico de sus propias propuestas, tan atractivas (entonces) como charlatanas (por absurdas) para más de media ciudad concentrada en un descomunal monstruo “icónico” de innumerables pisos y paquidérmico aspecto, en lugar de y encima de la multicultural y variada ciudad de Alger. El Santo remedio para una enfermedad urbana indeterminada. El orden cartesiano donde nadie lo estaba pidiendo ni lo podía poner en práctica, pocos lo requerían y menos aún podrían entender la quimérica grandeza de la lírica corbusiana. Con razón eso ya no le interesaba a un espíritu tan refinado como el de Fernando Martínez.

Una señal para Benjamin Barney: recomiendo la lectura de las obras completas de José Ortega y Gasset. Encontrarás ahí sabias reflexiones sobre el quehacer educativo, sobre arquitectura, urbanismo y su lugar en el mundo contemporáneo que son de sorprendente actualidad. Bellamente escritas, además: verás que no es que “dicen que recomendaba” lo del corazón y el cerebro o lo del escepticismo respecto de la enseñanza, sino que son varios sus lúcidos ensayos en los cuales se refiere a esos polémicos temas. “Sobre el estudiar y el estudiante”, “En el Centenario de una Universidad”, “Sobre el Amor” (el control intelectual sobre el sentimiento), etc.

Y otra para una cita de L.C. en el texto de Ricardo Daza: “patear” sólo es una buena traducción de “patauger” (francés) para algún traductor catalán. Es más adecuado y más preciso decir “patalear” o “chapotear”, como en el Diccionario Larousse. Los bogotanos, en invierno, chapoteamos en nuestra ingobernable y caótica ciudad y en verano, pataleamos. Los futbolistas serían los únicos que realmente patean.

En 1960 salió un número especial sobre Le Corbusier de “Architecture d’Aujourd’hui”. Con gran indignación mía de entonces leí una crítica feroz de un joven profesor francés que decía en alguna parte: ¿Qu’este-ce que vient nous vendre, cette espèce de Vignola moderniste? ¿Qué es lo que nos viene a vender este Viñola modernista? Ah, Ricardo Daza, el cuentero también existe en la historia francesa. Que no sepas a quién creerle es asunto exclusivamente tuyo. Yo no puedo contestar esa pregunta ya que no he pedido en ninguna parte que me creas a mí. Formulé la pregunta precisamente porque ignoro la respuesta.

* Foto de José Ortega y Gasset tomada de Culturamas.

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Cartagena de Indias

Lo que me tocó

Sin duda el debate sobre el Plan Director para Bogotá es una bienvenida corriente de aire fresco, y es hoy más oportuno que nunca. Por ejemplo, la respuesta de Ricardo Daza al artículo de Willy Drews y a los comentarios de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, me ha hecho volver a algunas preguntas personales cuyas conclusiones, con más argumentos ahora, podrían ser generadoras de otras inquietudes para otros.

¿En dónde es posible una mejor calidad de vida? En la Nueva Santa Fe, incluido el Archivo General de la Nación y su Centro Comunal, aún estando sin uso, en donde hay animación en sus calles y continuidad con el contexto urbano que rodea el conjunto, o en la unidad Antonio Nariño en medio de una sosa zona verde y al lado de los muy utilizados galpones de la Feria.

A donde es más grato ir a leer: ¿a la Biblioteca Virgilio Barco, recorriendo antes sus espacios exteriores y el paisaje de los cerros de la ciudad, o a la Luis Ángel Arango? Y, por qué no, en lugar de pedir prestado un libro allí, ¿no es más agradable comprarlo en el Centro Cultural García Márquez? Qué le aporta más belleza a Bogotá ¿las Torres del Parque con sus diagonales, curvas, retranqueos y colores, o el edificio de Avianca con la repetición de unos pocos grises y rectas?

Para mí es mejor ciudad Cartagena con sus grandes y acogedoras casas coloniales que Brasilia, aunque se tenga la nostalgia de «velear» con una bella “garota” en su enorme lago, pero probablemente sea necesario haber vivido un año allí, y no atenerse a lo que le cuenten a uno porque las ciudades son también lo que pasa en ellas. Y el Centro Histórico de Cartagena, sin “saudades” de por medio, visitado todos los años a lo largo de quince, me es de lejos más agradable que Bocagrande aunque allí es sin duda mejor el edificio Castillo Grande que en el recinto amurallado la casa de García Márquez.

Y lo mismo se puede decir del casco viejo de Panamá comparado con Punta Paitilla y ni se diga con Punta Pacífica y menos aun con Punta del Este, vulgarizaciones codiciosas de lo moderno. Como pasó en Cali, donde pretendiendo modernizar la ciudad para los VI Juegos Panamericanos de 1971 se demolió o alteró mucho de lo anterior, y con ello los recuerdos de muchos, incluidos los míos, sin lograr una ciudad moderna de edificios exentos y zonificados en grandes áreas verdes y unidos por autopistas.

Desde luego tenemos que quejarnos de las ciudades que tenemos que aguantar hoy. Pero la alternativa, como bien afirma Willy Drews, no es alinear altos bloques de vivienda y separar habitar, trabajar, educarse, comerciar, recrearse y circular. Desaparecerían plazas, calles  y parques de barrio, con su mezcla de funciones y actividades permanentes generadoras de relaciones humanas.

Y en lugar de inspirarse en la contundente belleza de la Villa Savoye (Saboye o Savoie), lo que sí tenemos que buscar es un acuerdo entre paisaje, clima y tradición, como dijo Le Corbusier de su diseño para una residencia en el Norte de África que hubiera sido un mejor paradigma para el trópico iberoamericano, agregando el asunto del relieve.

Por eso es conveniente estudiar a los arquitectos más influyentes, comenzando por los propios, pero no como buenos o malos sino qué aportaron sus obras para unas ciudades más sostenibles y contextuales. Por ejemplo, difícilmente se pude discutir que son más gratos y frescos los patios del Centro Cultural de Cali (antigua FES) que las asoleadas plazoletas del Centro Administrativo Municipal, CAM.

Hay que dudar con el cerebro de los impulsos del corazón, y enseñar a dudar de lo que se enseña, como dicen que recomendaba José Ortega y Gasset.

* Imagen del centro histórico de Cartagena tomada de Viajes y Fotografía.

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LC_bathing

Cuando toca recibir regaños

…toca. Por lo tanto, mi estimado Ricardo Daza, doy por recibido tu regaño. Pero aclaro:

Tienes razón al decir que mi escrito no es una crítica, es una simple opinión y Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. Mi opinión lo que buscaba era despertar conciencias dormidas y alentar discusión sobre el tema. Los artículos de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, opiniones como la de Benjamin Gaitán y otros, y finalmente tu artículo –ese sí bien documentado– justificaron ya mi comentario superficial.

Al menos, en mi caso, no sé de donde sacaste Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. Ni lo considero ni lo dije. Este regaño te rebotó. Tampoco voy a caer en la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. Siempre he considerado a LC como uno de los grandes arquitectos de todos los tiempos –no un cuentero– y en mi escrito no doy ninguna opinión de él como urbanista. Lo que digo es que el proyecto para Bogotá se basa en un modelo de ciudad que me parece equivocado –el del CIAM– así como me parece equivocado el de Petro. Personalmente me parece que Le Corbusier urbanista está muy lejos de Le Corbusier arquitecto, así como considero que Agustín Lara, Armando Manzanero y Jaime R. Echavarría son mejores compositores que cantantes. Por los gustos se venden las calabazas. Qué le vamos a hacer.

Nos acusas a Germán Téllez y a mí de que Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo. Otro regaño que te rebota. Tanto nos interesa que se hable, que fuimos nosotros quienes pusimos el tema. Y no entiendo por qué dices ¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por supuesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Y al mismo tiempo nos niegas el derecho a dicha crítica y a exponer nuestras ideas públicamente.

Te parece curiosa la argumentación de Drews: habla de un proyecto que no se llevó a cabo y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Qué ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? A uno no lo juzgan solamente por lo que hace sino por lo que piensa, lo que dice, lo que escribe y, en el caso de los arquitectos, por lo que dibuja. Si solo se pudiera hablar de lo construido, no sabríamos quienes fueron Sant’Elia y Piranesi. Para elucubrar de lo que pudo haber sido y no fue, bastan: algún conocimiento del tema, un poco de criterio propio y otro de imaginación. Aplicando esta fórmula es que yo opiné y sigo opinando –en primera persona– que la aplicación del famoso Plan Maestro habría sido una catástrofe y respeto la opinión de quienes creen lo contrario. No se necesita ser ave de mal agüero para sospechar que si Hitler hubiera ganado la guerra, habría sido otra catástrofe.

Finalmente nos retas cuando dices: ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy? Lamento que no hayas leído mis columnas en Arcadia: La abuelita fea, El patito feo, La fabula de la confabulación, El evangelio según San Petro, Concierto en Re mayor, Los arrasenos, y Petro y la hoja; mis artículos en Torre de Babel: ¡Indignaos!, Ataca Bacatá, Autojardin, Bogotá Hoyos viuda de Calle, Ciudades urgentes, El reinado de las Por Qués, Hace rato que no reto, La ciudad equivocada, La ciudad pintada, La guerra de las falacias, Movilidad y compatibilidad, Sobre avisos y andenes, y Tres modelos de ciudad; y el artículo Región Bogota 2038 publicado en El Tiempo. Igualmente, lamento no conocer lo que tú hayas escrito sobre esta ciudad que compartimos y sufrimos diariamente.

En aras de discutir y sacar a flote los temas de arquitectura que nos atañen e interesan, mi estimado Ricardo, acepto –como dice una canción mexicana– la forma en que me riñes, y espero tener en el futuro la oportunidad –como dice otra– de disfrutar algunas veces tus regaños. Pero que sean justos.

Entretanto, un abrazo.

* Le Corbusier en la bahía de Saint-Tropez, en 1938. Imagen tomada de The Charnel-House.

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GS_Nancy

A veces toca… responderle a Willy Drews[1]

Si alguna vez me pierdo, no me busquen en Bogotá.
Josep Quetglas

Le Corbusier tuvo grandes rivales, algunos de los cuales aún nos hacen honor con su presencia; los otros están muertos. Pero nadie mas ha manifestado con tanta fuerza la revolución arquitectónica, ya que nadie más ha sido tan larga y pacientemente insultado.
André Malraux

Willy Drews tiene razón está muy mal visto hablar mal del difunto. Me recuerda a André Bretón, quien propuso ir a las paradas de libreros junto al Sena para vaciar de libros algunos de los cajones, y meter ahí el cadáver de Anatole France y tirarlo al río: “hay que evitar que, muerto, ese cuerpo siga sacando polvo”, titulaba Aragón su escrito: “Ha abofeteado usted alguna vez un cadáver”… Pero Willy Drews no es André Breton (un surrealista), ni Le Corbusier es Anatole France (“un cadáver”, según los propios surrealistas).

Willy Drews, Germán Téllez y muchos otros –el número aumenta entre los arquitectos y profesores colombianos–, de seguro son de los que rezan para que el muerto de Le Corbusier no siga sacando polvo, sobre todo en las universidades bogotanas.[2] Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería, que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo, que siga bien enterradito en Roquebrune – Cap-Martin y que de ahí no se despierte, solo faltaría ir a aliviarse sobre su tumba para que no levante ni pizca de polvo, o como recientemente han hecho algunos descerebrados, ir a Ronchamp a romper los vitrales de la iglesia, para desquitarse de todos los males que ha producido y provocado semejante “diablo de hombre”.[3]

Posiciones como éstas me recuerdan la de aquél profesor –de cuyo nombre no quiero acordarme– que prohibió la lectura de Karl Marx, no fuera a suceder que alguno de sus estudiantes se volviera comunista…. Prohibir a Marx o a Le Corbusier, sería tanto como prohibir a Nietzsche en una facultad de filosofía, aunque –en un país tan retrogrado como el nuestro– ciertas facultades, periodistas y políticos siguen prohibiendo autores,[4] en vez de tratar de comprenderlos en su real dimensión.

Supongo que para algunos profesores locales sí conviene hablar de Louis Kahn, Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto, pues esos sí son los buenos del paseo y de seguro buenos urbanistas. La discusión en Colombia está tan sesgada que aún hoy se sigue dividiendo –vía Zevi– a los arquitectos modernos: Aalto y Wright como los organicistas buenos; y Le Corbusier y Mies van der Rohe como los racionalistas malos; y trasladada al país del Sagrado Corazón: Cuéllar Serrano & Gómez y Obregón & Valenzuela son los malos, y Fernando Martínez y Rogelio Salmona son los buenos. Los que hacen rectas y cubos son racionalistas que hay que condenar y los que se arriesgan con diagonales y curvas sinuosas son organicistas que hay que alabar. Vaya simplificación y lectura miope de la arquitectura. Refleja la misma polarización que vive el país, incapaz de comprender –como dirían los propios surrealistas– que pueden haber prácticas artísticas en donde la razón y el sentimiento actúen simultáneamente.[5] Polarización que no hace más que perpetuar la posición ochocentista que pretendía separar la razón de la imaginación.[6]

Dice Willy Drews en su “perspicaz diatriba”[7] contra Le Corbusier que lo que hizo su propuesta

[…] fue arrasar con las viviendas actuales y remplazarlas por cajetillas de cigarrillos de 15 o más pisos alineadas en riguroso orden militar, y separar funciones como lo exigía el CIAM: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular. Desaparecía la calle —espacio público por excelencia— con su mezcla de funciones y actividad permanente, y —como lo demostraría       posteriormente Jane Jacobs— generadora de cafés que se rebelan y se salen del local para recibir al transeúnte que quiere ver y que lo vean, sería reemplazada por desoladas extensiones de prado separadas por vías que aíslan una actividad de otra. La vivienda en altura se proponía en términos de salud y no como generadora de relaciones sociales […]

Primero, el Plan Regulador nunca se hizo, por tanto no arrasó nada –y menos viviendas actuales–, fue una utopía, se quedo así, en un plan. Eso es tanto como condenar a alguien que no mató a nadie (suele pasar en Colombia: realismo mágico).[8] Segundo, el Centro Histórico de Bogotá ya ha sido en gran parte reemplazado por construcciones modernas, no precisamente hechas por Le Corbusier. Él proponía rescatar nueve manzanas que llamaba arqueológicas. Tercero, es un error la opinión generalizada de apoyarse en los modelos de la Ville Contemporaine y la Ville Radieuse y que desconoce el Plan de las 7V, el modelo de ciudad tradicional, implícito en las propuestas de Bogotá y Chandigarh.

Así que no entiendo la queja ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy?

Si al menos le hubiésemos hecho caso al urbanista suizo en proteger las escorrentías de los ríos y los humedades, en crear parques lineales o proteger al peatón del asecho de los automóviles, bien lo tendríamos. La invivible ciudad que tenemos hoy en día, la hemos hecho nosotros, sin el apoyo de Le Corbusier.[9] Para consuelo de algunos, ahí están las casitas coloniales, pero –como Atila–, la ciudad sí ha pasado por encima de su propia geografía, arrasándola.[10] Pronto ya no veremos los cerros.

Más adelante, Drews continua con su diatriba:

Lo que nadie se ha atrevido a decir es que la pobreza y la falta de voluntad política no permitieron desarrollar el ambicioso plan, y nos salvaron de una verdadera catástrofe que nos habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda.

Se equivoca. Muchos sí se han atrevido, empezando por German Samper, Rogelio Salmona,[11] o Pierre Francastel,[12] y críticas serias a Le Corbusier ha habido numerosas, las de Robin Evans, Colin Rowe y Fred Koetter, Josep Crosas y Françoise Choay y menos rigurosa la de Jane Jacobs,[13] e irónica la de Koolhaas; o Bruno Zevi que fijó una posición paradójica.[14]

Pero está claro que la de Willy Drews no es una crítica, es una simple opinión y como ha dicho el escritor, genio y poeta Fernando Pessoa: “una opinión es una grosería, así sea sincera”. Creo realmente en la sinceridad de Willy Drews.[15] Pero atención, una cosa es una descalificación a un personaje (como la que acabo de hacer –intencionadamente– en la frase anterior), otra una mitificación de Le Corbusier (la hay en nuestro medio), y otra muy distinta, análisis serios y atentos del Plan Regulador (no hay muchos).

¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por su puesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Le Corbusier recibió cientos de críticas e insultos a lo largo de toda su vida y los sigue recibiendo de muerto –ya lo dijo Malraux–; fue el precio que pagó por querer trasformar el mundo y traspasar los limites regionales. De hecho, aquí estamos polemizando con dos expertos locales sobre el tema, que quieren liquidarlo –con sus cuentos– de una vez por todas.[16]

Pero atención, no confundamos el periodismo con la crítica. La crítica al Plan para señalar tanto sus aciertos, sus circunstancias, sus fallos, su actualidad, su repercusión, sus contradicciones, está por hacerse. Paradójicamente y a mi entender, quien mejor ha señalado las intenciones del Plan, no ha sido un colombiano, sino el arquitecto catalán Carlos Martí Arís.[17]

Pero es curiosa la argumentación de Drews, habla de un proyecto que no se llevó a cabo, y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Que ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? ¿Acaso es un augur? ¿Qué tal que le hubiera quedado mejor que la que tenemos? De hecho, Le Corbusier proponía que el Plan se hiciese en un periodo de más de medio siglo, lo cual no hubiera significado la destrucción –de un tacazo– de la ciudad (del pueblo) que existía, sino su transformación ¿Entonces de cuál destrucción habla? ¿la del 9 de abril? Según Drews, los políticos de turno, nos salvaron de la “no-ciudad”. ¿Es que acaso, la ciudad que tenemos es una “sí-ciudad”, que da ejemplo al mundo? ¿Ejemplo de qué? De violencia urbana tal vez…

“Catástrofe” es la que vivimos actualmente. Urbanamente Bogotá no es París, ni Berlín, ni Barcelona, ni Chandigarh, ni tan siquiera Brasilia.[18] De lo que no nos hemos salvado es de la ciudad alienada y segregada que tenemos, moldeada precisamente por todos los políticos de turno desde 1947. Pero para Drews, vamos a tener que darle las gracias a esos políticos (muchos de ellos, los verdaderos saqueadores de los dineros públicos), pues nos salvaron la vida al impedir el Plan.

Pero también puede ser que el párrafo de Drews encierre otro significado. Ese significado probablemente se encuentre en la negación de cualquier forma de utopía, “la no-ciudad, que él llama”.[19]

Probablemente Willy Drews y sus colegas vean con sospecha y desconfianza que un arquitecto-urbanista haya podido imaginar un modelo de ciudad,[20] que no sea literalmente la del tejido urbano preexistente, la manzana consolidada, abierta a la calle, perforada de patios, de calles pintorescas, resultante de la parcelación.[21] ¿Será que Willy Drews aún cree que solo con casas coloniales, calles de siete metros, manzanas de tamaño mediano y andenes de setenta centímetros,[22] se podía solventar la migración y el empuje de la ciudad hacia la metrópolis?

Por lo que sé, y según me contó recientemente Eduardo Samper de su visita a la India, en Chandigarh, a Le Corbusier, la ciudad no le quedó tan mal Según Samper sus habitantes viven tranquilamente y no son atropellados por los automóviles, pues la mayoría de ellos montan en bicicleta rodeados de árboles, libres del tráfico acelerado.[23] Y él mismo Eduardo se preguntaba sorprendido a su regreso, ¿será que nosotros los bogotanos no conocemos, ni vislumbramos otro modelo de ciudad?

En la “Arquitectura de los cognoscentes” de su libro La Gaya ciencia, imaginando un modelo de espacio anticlerical,[24] Nietzsche escribió en el invierno de 1881, “que se necesita de una vez la visión proyectiva de lo que ante todo falta a nuestras grandes ciudades”: “lugares silenciosos, amplios y dilatados para reflexionar”, lugares que den a “entender la elevación de la reflexión y el apartamiento”, lugares abiertos donde el hombre pueda pasear y meditar sobre sí mismo.[25] No dejo de pensar en los proyectos y propuestas urbanas de Le Corbusier cuando leo a Nietzsche.[26] Personalmente prefiero caminar entre prados, que estar encerrado en los conjuntos privados y enrejados que han propiciado ciertos arquitectos y urbanistas en Bogotá.

Es probable que con nostalgia colonial y republicana, algunos de nuestros más prestigiosos historiadores y arquitectos teman ver y entender otra forma espacial. Es decir, la aparición de la trasformación topológica del espacio urbano producto de la arquitectura moderna, como lo vislumbró el agudo Colin Rowe.[27] Pero lo más grave es que, con la misma nostalgia, se le achaque a esa trasformación todos los males –habidos y por haber– de la ciudad actual, como lo insinúa Drews.

Carlos Martí Arís:

Es frecuente encontrar entre las corrientes urbanísticas ligadas al ideario posmoderno un estado de opinión que tiende a atribuir todos los males de la ciudad contemporánea a la supuesta condición anti-urbana de la arquitectura moderna, como si las obras de arquitectura por el simple hecho de responder a criterios de forma característicos de la modernidad contuvieran el germen de un pecado original, que inevitablemente tuviera que acabar destruyendo las cualidades específicas de los urbano […] lo que resulta dudoso es que el cambio impuesto por estas condiciones de forma (edificios como piezas aisladas y espacio libre como vacío continuo) conduzca inevitablemente al deterioro y a la negación de cualidades y de los valores de los propiamente urbano […] En realidad lo que hacen los urbanistas modernos es reconocer el carácter ineluctable de ese proceso; tratar de comprender sus causas y trabajar a partir de datos, del mismo modo que la arquitectura moderna toma como datos que no cabe discutir la existencia de nuevos materiales o el posible empleo de sistemas constructivos alternativos a la construcción muraria. Desde este punto de vista, tiene poco sentido lamentarse por la perdida de hegemonía del sistema murario en la arquitectura moderna como de la perdida de continuidad del tejido edificatorio en la ciudad contemporánea.[28]

Así que los posmodernos no deberían lamentarse tanto por la perdida del tejido urbano existente ante el arribo del espacio vacío del urbanismo moderno,[29] como no nos estamos lamentando cada mañana por la aparición del Barroco frente al Renacimiento, o del Renacimiento frente al Gótico.[30] Lo inevitable, dijo aforísticamente Mies van der Rohe, sucede pese a todo.

De hecho, Germán Samper –quien en su juventud seguía los viajes de su maestro– en una ocasión visitó y dibujó el centro de la ciudad de Nancy y descubrió que allí, a través de una “sucesión magistral de espacios”, los habitantes pasaban cotidianamente de una experiencia medieval, a una barroca y luego a una renacentista, y nadie que yo sepa, se ha lamentado por ello. Todo lo contrario, alegra semejante experiencia episódica, narrativa, del paso –como por una máquina real del tiempo– de un espacio de un época determinada al espacio de otra, caminando en un corto instante hacia el pasado o hacia el futuro ¿No es eso lo que buscan los físicos y los astrónomos? Que vayan a Nancy, y que de paso lleven a algunos arquitectos locales para que puedan percibir lo que significa transitar de un estado temporal a otro sin añoranza pero con emoción.

Sumado a esto, también sería emocionante pasar en un momento presente, por ejemplo, a través de una calle angosta y una hermosa plaza de tradición española recintada, que nos vincula con el cielo y con nuestros antepasados, para luego toparse de golpe con una gran explanada abierta, vacía, indecible, donde se eleva un edificio en el centro acústico de su espacio (no en el geométrico),[31] abierto al horizonte, y que nos instala en sintonía con el medio natural que nos rodea, y que, en su silencio, nos hace meditar –como aventuraba Nietszche– ¿sobre nuestro propio destino?

Probablemente de lo que algunos sufren no es de nostalgia del centro tejido y sólido, sino de miedo al espacio vacío y continuo. Agorafobia. Miedo al “pasear por nosotros”, como diría Nieztsche, miedo a encontrase consigo mismo en espacios abiertos –sin consuelo divino–; o quizás miedo a otras formas de organización del territorio y de ocupación del espacio y de la propia vida. ¿O es que algunos todavía creen que, en el tejido edificado como sólido continuo están ya fijadas –de una vez y para siempre– todas las claves para solventar el empuje de la ciudad y la trasformación de la vida? Negar otras formas de aproximación al territorio, es negar la propia imaginación humana, la creación.

Pero no vaya ser que en Bogotá no tengamos –ni un espacio, ni el otro– y que se esté cumpliendo la sentencia de Le Corbusier cuando vislumbró que su Plan no se llevaría a cabo. Profetizó: “Bogotá seguirá pateando en su miserable destino”.[32]

Sé que es políticamente incorrecto en nuestro medio –mojigato y pasivo– entablar controversia con personajes prestigiosos, especialmente si están vivos. Pero a veces toca… pues como dice el refrán: hay que temerle más a los vivos que a los muertos.

Pero tal parece que éste muerto de Corbu, sí seguirá sacando polvo… aunque algunos no lo crean y otros no lo quieran.[33]

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[1] No acostumbro a escribir en este tono, pero está inspirado en el tono con el que Willy Drews y Germán Téllez escriben contra Le Corbusier, a pesar de todo, no logre imitarlos.

[2] Paradójicamente no es así en otros países y universidades, en ellos se estudia a Le Corbusier tranquilamente por su obra, por sus planteamientos, por la actualidad de su pensamiento. Sin el trauma que al parecer produce aquí en la Escuelas y en el gremio de arquitectos. “Foco de corbusianitis aguda”, las llama Germán Téllez –en sentido peyorativo y como si fuera una lepra o un virus que hay que exterminar–, por el hecho de que dos profesores de la Universidad de los Andes hablen de Le Corbusier. Yo de Germán Téllez revisaría mejor de qué Arquitecto se habla realmente en los Andes. Ahora bien, si dos o tres profesores hablan de Le Corbusier (me incluyo), pues que el resto de la amplia planta docente hable de otros arquitectos, no le veo el problema, tiene solución, se puede imponer en el Plan de Estudios.

[3] Opiniones sobre su vínculo con el fascismo o artículos de opinión sin sustento, generan este tipo de barbaridades, además de lograr la repulsión de los estudiantes por la obra del arquitecto.

[4] O quemando libros como el Señor Procurador.

[5] “Creo en una resolución futura de esos dos estados que son el sueño y la realidad, en una forma de realidad absoluta, de sobre-realidad, si se puede llamar así”. André Breton, Œuvres complètes I, París, Gallimard, 1988, p. 319.

[6] O la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. O la ingenua y reductora definición de que era un racionalista y un funcionalista: “Son hueras así las controversias entre quienes, periódicamente, van denunciando un Le Corbusier maquinista, funcionalista, disciplinado, y quienes van descubriendo sorprendidos un Le Corbusier poético y formal: la obra de Le Corbusier siempre ha tratado del tránsito indefinidamente reiniciado entre uno y otro estado, negando la oposición ochocentista, tan occidental y burguesa, entre razón e imaginación, a favor de una síntesis fundida entre ambas”. Josep Quetglas, Les heures claires. Proyecto y arquitectura en la villa Savoye de Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Sant Cugat del Valles, Barcelona, Massilia, 2008, p.16.”

[7] Así califica Germán Téllez el escrito de Willy Drews.

[8] “En la editorial de la revista Proa de septiembre de 1955 se habla ya sin tapujos del ‘fracaso del Plan regulador de Bogotá’. Como señala el editorialista, las cosas han ido por otro camino: la extensión de la ciudad se ha revelado mayor que la prevista, el Centro Cívico se ha desplazado, las industrias tienden a ubicarse en las zonas más rentables para las empresas, las grandes avenidas se construyeron con otros criterios. En una palabra, las indicaciones del Plan Piloto se han incumplido, no se han realizado. Lo que, según la maliciosa expresión del editorialista, equivale a decir que le Plan ha fracasado. Curiosa argumentación ésta que permite afirmar que un proyecto no se ha llevado a cabo y a la vez hablar de su fracaso, o sea, achacarle la responsabilidad de lo sucedido”. Carlos Martí Arís, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, La cimbra y el arco, Barcelona, Fundación Caja de Arquitectos, 2005, p. 77.

[9] A diferencia de Drews y Téllez, Carlos Martí rescata del Plan; primero: “restituir las relaciones de acuerdo y sintonía entre la forma de la ciudad y su base geográfica”; segundo: “propiciar la presencia de parques lineales que penetren en el tejido urbano creando una red continua vinculada a los espacios naturales”; tercero: “reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones y dando relieve adecuado al tráfico rodado”; cuarto: “repensar la cuestión del nuevo centro urbano y su relación con los principales lugares públicos tradicionales de la ciudad”. Para Martí está claro que estos siguen siendo hoy, en buena medida, los problemas cruciales de la ciudad. Ibídem, p. 78. Para Drews ¿no?

[10] Los planteamientos de Le Corbusier sobre la protección del marco geográfico de Bogotá se adelantan en muchos años a la preocupación ecológica que ha ido creciendo en todas partes del mundo.

[11] La crítica de Salmona al Plan es más entendible en tanto él mismo lo estaba dibujado, además estaba aleccionado por la fuertes críticas de Francastel contra Le Corbusier.

[12] Francastel ataca ferozmente a Le Corbusier, pero en un apartado de uno de sus libros dice: “¿Quién fue el autor del trágico error? El ingeniero. ¿Quién viene a reparar esos desórdenes? El constructor. Me sorprendo a mí mismo escribiendo como Le Corbusier, pues hasta tal punto es irritante y fascinante ese diablo de hombre”. “La interpretación racionalista”, Arte y técnica en los siglos XIX y XX, Valencia, Fomento de cultura, 1961, p. 48.

[13] Si personajes de la talla de Borges, Alejo Carpentier, Walter Benjamin, Max Raphael, Paul Valery, John Berger o Orhan Pamuk fijaron su atención en Le Corbusier, es porque de seguro hay algo consistente en sus ideas y en su obra. Confío en ellos para hacerme un juicio crítico más certero sobre el arquitecto, que en la endeble y periodística crítica bogotana. Para ver una crítica a la crítica romántica de Jane Jacobs léase, Maurice Besset, “Le Corbusier 1945-1965”, La Torre, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, Nº 52, enero-abril de 1966, p. 147.

[14] Véase una defensa de Zevi en: “El coloquio de Le Corbusier con la historia”, Ibídem, pp. 167-180.

[15] Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. ¿O será que ya revisó los numerosas borradores del Plan Regulador y leyó todos las cartas y pormenores del encargo? Le recuerdo que para tener un compresión seria de un proyecto o para analizar o descalificar una obra o a un arquitecto, es conveniente revisar los dibujos de proceso y sus circunstancias, y no únicamente quedarse con el plano final, en él solo se verá: “cajetillas de cigarrillos”.

[16] Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. De hecho, no lo están para Cohen, Quetglas, Oyarsún, Frampton, Monteys, Colomina o Wigley. ¿A quién le creo? ¿Quiénes son los desactualizados?

[17] Carlos Martí, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, opus. cit., pp. 73-78.

[18] Bogotá tiene unos fragmentos de sorprendente calidad arquitectónica y de adecuada solución a escala urbana intermedia, pero en su conjunto es un verdadero desastre. Pregunten a cualquiera en la calle.

[19] Según Eduardo Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces para qué sirve la utopía?”, para eso sirve, para caminar…”

[20] Un modelo de ciudad que no sale de la nada, ni que cae del cielo –como creen algunos–, sino que es resultado de la revisión sistemática que Le Corbusier realizó de las ciudades europeas desde los diecisiete años. Ahora bien, si quieren ver una crítica aguda –no romántica, ni prejuiciada- al modelo de ciudad planteado por Le Corbusier pueden leer: Josep Crosas, “Le Corbusier y las razones del deporte”, Massilia, 2004. Annuaire d’etudes corbuseennes, Barcelona, pp. 106-111.

[21] Que Drews no ha estudiado concienzudamente el Plan queda claro, pues no se ha dado cuenta que, lo que justamente hace Le Corbusier, es reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones.

[22] La generosidad de una ciudad se mide en el tamaño de sus andenes. Me parece que lo dijo Félix de Azua.

[23] ¿Les doy cifras de muertes por atropello de carros que hay diariamente en Bogotá?

[24] Probablemente similar al ambiente monacal y servil que existió a comienzos y mediados del siglo XX en Bogotá, y que se sigue respirando desde la colonia.

[25] Párrafo número 280 de Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia).

[26] En su juventud Le Corbusier fue un atento lector de Nietzsche. En su biblioteca personal se encuentran: Ainsi parlait Zarathoustra y Saint Janvier, suivi de quelques aphorismes. Para los que consideran que era un ignorante iletrado léase: Le Corbusier et le livre, Barcelona, Massilia. Associació d’idees, 2005.

[27] Carlos Martí resume así la argumentación de Colin Rowe: “a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y de manera irreversible, la matriz urbana experimenta una radical transformación, en la que se pasa de un tejido edificado que actúa como sólido continuo, donde los espacios libres aparecen como figuras recortadas en una masa moldeable, a una construcción basada en objetos aislados y convexos que generan un vacío continuo, en el que el espacio libre deja de tener una forma precisa y se convierte en el fondo de una trama, mientas que el papel de figura recae ahora en los edificios que se presentan como piezas aisladas.” Carlos Martí, opus. cit., p. 74.

[28] Ibídem, pp. 73 y 74

[29] Muchos de las mejores fragmentos urbanos de la ciudad de Bogotá son modernos. Son testigos de un proyecto no concluido, inacabado.

[30] Para entender la emocionante transición entre un momento histórico y otro y sus circunstancias, léase: Renacimiento y Barroco, de Heinrich Wölfflin o Principios fundamentales del historia de la Arquitectura de Paul Frankl.

[31] “Le Corbusier remarked that when you find the acoustic centre of a building or a piazza, the point at which all sounds within the given space can best be heard, you have also found the point at which a piece of sculpture should be placed. All architecture worthy of the name pleads to be condensed in this way”. John Berger. Art and revolution, New York, Pantheon Books, p. 71.

[32] ¿No es acaso –en el mar de ese destino– en el que se encuentra chapoteando el señor Alcalde?

[33] Por mi parte, –y a pesar de las prohibiciones de la opinión especializada– seguiré escribiendo sobre Le Corbusier, y seguiré estudiándolo, y seguiré enseñando con él y con todos los maestros de la arquitectura, desde Fidias pasando por Miguel Ángel hasta llegar a Álvaro Siza Viera.

* Dibujo de Germán Samper de la ciudad de Nancy.

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Le Corbusier

Le Corbusier urbanista, arquitecto y su dudosa ética

El impecable recordatorio del arquitecto Drews respecto del plan de Bogotá, liderado por Le Corbusier, es hoy más oportuno que nunca. Le Corbusier fue un brillante difusor de ideas, un brillante propulsor del Movimiento Moderno y también, es honesto decirlo, un arquitecto muy interesante en algunos casos, brillante. También es importante decir que fue un urbanista desastroso pero con mucha suerte: la mayoría, casi la totalidad de sus propuestas urbanísticas no fueron realizadas. Lo que fue mucha suerte también para las ciudades interesadas: Bogotá, París, Argel y unas cuantas más. Sus coqueteos con el poder (intentó seducir a Mussolini, quien lo descartó no por entender algo, sino porque era una bestia simple y llana) fueron bastante escandalosos. Pero más allá de ello, también sus manejos para perjudicar a varios colegas: Alvar Aalto, entre otros, fueron bastante bochornosos.

Recordemos también que LC, con su habitual ego, intentó obliterar primero y luego opacar el rol del arquitecto Iannis Xenakis (más conocido como músico) en su colaboración de proyecto de La Tourette, y más aún del Pabellón Philips de la Expo 58, que Xenakis diseñó y LC hizo pasar por suyo.

Bogotá se salvó, Paris se salvó. Sus ejercicios de urbanismo, sordos a toda idea de armonía de respeto por el pasado, tuvieron mejor fin en la India porque edificó un plan deshumano pero lo hizo en el desierto. Lo que hizo era mejor que nada.

Sus teorías de torres, Ville Radieuse, sus desvaríos de enormes bloques de habitación, se ven claros ahora para los que nos movemos con datos y conceptos respecto del clima, la economía urbana y el necesario respeto por el entorno, natural y cultural. Pero parece que no están nada claros para los que siguen tratando de perturbar el espíritu de ciudades que conservan caracteres humanos. Han tenido hace poco un episodio en Bogotá que originó un desperfecto emotivo de un colega Colombiano. Tenemos este tipo de manejo en Buenos Aires, amparado por una Municipalidad corrupta ávida que se asocia a este tipo de emprendimientos. En todo el mundo, el Rey es el dinero, el Príncipe los dividendos, los idiotas los que peleamos contra eso. Seguiremos peleando por otra cosa, por otras ciudades, por más respeto para con sus habitantes.

* Imagen tomada de Navegando la Arquitectura.

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Le Corbusier ¿intocable?

Viniendo de un exdecano de la Facultad de Arquitectura colombiana que alberga al principal foco de corbusianitis aguda en nuestro vasto mundo académico, tu somera explicación del mito del hechicero del diseño urbano del siglo anterior es una bienvenida corriente de aire fresco. Te lo dice otro uniandino de muy vieja data, el cual padeció durante unos 10 años, aproximadamente, esa enfermedad entonces epidémica. Estos se extendieron a todos mis años de estudios de pregrado, de postgrado en París y de peregrinaje (más parecido a una solemne pérdida de tiempo) a las obras del «maestro» e incluso a la Meca del fanatismo de mi lejana juventud, el «atelier de la rue de Sèvres». Pero el descubrimiento de que existía algo que se llamaba «historia de la arquitectura» y del patrimonio construido europeo me curó para siempre del «shock» paralizante de la Unidad de Marsella, de Ronchamp, de La Tourette, e incluso, a pesar mío, de la Villa Savoie. Monumentos recientes, claro, pero que ya no me hablan al alma. Son simples referencias de historia o generadores de nostalgia por todo lo de épocas anteriores. Y ya no emocionan, exhibiendo, como una mujer anciana, más sus defectos (estéticos y constructivos) que su belleza exclusiva de una juventud desaparecida.

Te recuerdo la afirmación escrita mía en la monografía de la obra de Rogelio Salmona: las ideas de Le Corbusier para el centro de Bogotá se quedaron en el papel. Afortunadamente, Willy, afortunadamente. El «Grosser Bogotá» no podía tener lugar, así soñaran con él Laureano Gómez o Angiolo Mazzoni del Grande. En cierto modo, tu texto es una diatriba contra los sueños, las ilusiones o las esperanzas de una época, más que de un autor en particular. Una época que para unos no supo reconocer al Mesías de la Modernidad Urbanística y para otros le cerró el paso a las ideas más realistas o más realizables, o socialmente más indicadas, con o sin revolución salvaje de por medio.  

Por supuesto en la época tuya y mía la influencia corbusiana estaba prácticamente sola, dueña de todos los campos ideológicos. Apenas eran tímidamente premonitorias las presencias de los escandinavos, los emigrés europeos a los Estados Unidos, la samba arquitectónica brasilera, etc. La representación para Colombia de Alvar Aalto a cargo de Fernando Martínez vendría más tarde como un palo atravesado en la rueda de un corbusianismo que no pasó del Hospital de Venecia.

Dialécticamente te asiste toda la razón en tu perspicaz diatriba anti-Corbu. Históricamente, el asunto tiene otra cara. La validez del personaje y sus ideas, en ese caso, es puramente circunstancial. En la una, se impone el primero que llegue y el que venda específicos más hábilmente. No es posible negar que la de Le Corbusier fue una época de titánicas profecías, de arquitectura de papel, de dibujos y escritos, de manifiestos incendiarios y de respuestas de bomberos. Así debía ser y así fue y ella contiene su propia validez. A nosotros nos corresponde hallarla alucinante o fastidiosa. Dice la gran historiadora Barbara Tuchman: la historia no es lo que hubiéramos deseado que ocurriera, sino lo que ocurrió. 

Una de las preguntas que me hizo Le Corbusier sobre todos sus recuerdos de Colombia cuando lo visité en su cubículo del sacrosanto Taller de la calle parisiense de Sèvres, en 1959, fue: et alors, le plan de Bogotá, ¿ils le font? “El plan de Bogotá, ¿lo están haciendo?”. No supe qué decir. Siete o más años luego de su última visita a Bogotá, su Plan, del cual nada se hizo, había sido reemplazado por las propuestas de los «buitres», Wiener y Sert, quienes planeaban sobre toda Suramérica siguiendo los viajes y recorridos de Corbu, para caer tras él y apoderarse de cuanto contrato ofrecieran los distraídos lugareños.

Somos duros jueces de Corbu (perdón por lo confianzudo) pero, cuál era la alternativa en su época: ¿la continuación del eclecticismo agonizante contra el cual clamaba Adolf Loos? ¿Albert Speer, los nazis y los fascistas italianos de Mussolini? ¿La culinaria y pastelería estalinista? ¿Los sucesores de Sullivan y otros decorativistas americanos? Estos, nos gusten o no, son el contexto histórico contra el cual hay que volver a ver la claridad de «Las Horas Claras» o el misticismo turístico de Ronchamp, o la gracia de apuntes de viaje corbusianos en los cuales no hay mugre, pobreza, desorden urbano, sino el campo, milagrosamente instalado en la ciudad, olvidando, claro, que a su vez, la retaliación de la ciudad ideal fue la de invadir el campo… Y donde falta la Quinta Función urbana que los CIAM olvidaron, el Crimen. Y el orden cartesiano, las proporciones del Modulor, saqueadas a Fibonacci o prestadas a las Reglas de Oro.

En todos los pueblos de tu región natal (el Eje Cafetero) se recuerda mejor y más intensamente al vendedor de específicos, al «culebrero» y, por supuesto, al Cuentero que al médico, trabajosamente egresado de alguna facultad para ir a dar al Puesto de Salud, en un contexto socioeconómico donde funciona más el sobijo y el humo de tabaco que los antibióticos. La palabra evangélica y polémica de Le Corbusier bastaría para inmortalizarlo, a él, que no al cuentero que siempre llevó consigo. La discusión es en cuál anaquel de la fama arquitectónica debemos guardarlo.

Por mi parte, preferiría olvidar ese célebre charlatanismo corbusiano a propósito del centro de Bogotá: La calle y la manzana coloniales son bellas invenciones urbanísticas, a escala humana… Para luego, arrasar con toda esa realidad urbana que le parecía tan bella, en sus propuestas para el centro de Bogotá. ¿A qué y a quién habría que creerle?

* Imagen tomada de Periodista Digital.

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