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Arquitectura, técnica y ética

Agosto 6, 2013

Como dice Josep Maria Montaner “toda sociedad que progresa necesita del saber técnico y artístico que aportan la arquitectura, el urbanismo y el paisajismo…” (El País, Madrid 04/07/2013 – 00:02 CET). Pero usado para resolver los problemas de los edificios y las ciudades y no para crear iconos fatuos y caros, insiste. Que mejore la calidad de vida de las personas utilizando los recursos de manera sostenible, con arquitectos que están al servicio de la sociedad y no de su vanidad y sus honorarios.

Muchos factores han convertido a la arquitectura de moda de las últimas décadas en despilfarradora y poco atenta a la sociedad, y todo, incluida la vivienda, se ha convertido en arquitectura espectáculo. Y desafortunadamente las estructuras de acero han permitido que casi todo sea construible, desde rascacielos y edificios  que adopten cualquier forma, por arbitraria que sea, hasta aparatosos voladizos innecesarios.

Que una parte de un edificio público flote en el aire, sin apoyos, puede ser estéticamente atractivo, pero funcional y constructivamente es discutible y tiene un costo económico, dice Montaner. Pero, habría que precisar, con frecuencia son no bellos sino espectaculares, y apenas si son un único hito urbano. ¿Qué tal París con mas de una Torre Eiffel, o mas de un Centro Pompidou, o mas de un Arco de la Défense? O, por lo contrario, se necesitan que sean muchos, como los rascacielos de Manhattan.

De otro lado, como sostienen Michael Mehaffy y Nikos Salingaros (Why Green Often Isn’t, 2013) algo extraño está pasando con muchos de los llamados “edificios sostenibles”. Cuando se hacen evaluaciones posteriores se demuestra que son menos eficientes de lo que se afirmaba. En algunos casos, incluso han desempeñado un peor desempeño que los edificios más antiguos. ¿Cómo puede ser que la búsqueda de sostenibilidad resulte finalmente en lo contrario? se preguntan Mehaffy y Salingaros.

Un problema recurrente en el enfoque sostenible, dicen ellos, es que no se cuestiona el tipo de construcción subyacente. El resultado es a menudo que lo ganado en un área se pierde en otras, o aparecen consecuencias inesperadas. O apenas se añaden componentes “verdes”, como  sistemas mecánicos más eficientes o un mejor aislamiento en los muros. Incluso cuando se obtiene un éxito parcial se dejan intacta la forma. O, por lo contrario, como pasa aquí, se hacen formas que parecen “bioclimáticas”.

Los edificios pasivos deben permitir a los usuarios ajustarlos a las condiciones climáticas, por ejemplo, al abrir o cerrar ventanas o persianas, para conseguir la luz natural y el aire requeridos. Estos diseños pueden ser mucho más precisos en la adaptación a las circunstancias, ya que cuentan con diversos sistemas que cumplen más de una función, como los muros de carga que a través de su masa conforman aislamientos térmicos e impiden el paso de calor.

Además deben ser reconfigurables fácilmente, o convertidos a nuevos usos con modificaciones económicas. Como dicen Mehaffy y Salingaros deben ser de usos múltiples, no diseñados estrictamente para un usuario específico, ni que responden formalmente una moda. Y, como lo señalan, lo más importante es que trabajan en conjunto con otros para lograr beneficios a pequeña y gran escala para las ciudades. Una nueva edilicia, hubiera dicho ahora Bruno Zevi (Architectura in nuce, 1964).

Benjamin Barney Caldas

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De lo transcendente a lo sostenible

Julio 4, 2013

Hombres y mujeres estamos determinados por dos instintos puramente animales, la sobrevivencia de cada individuo y la reproducción de la especie, y una pulsión puramente humana, la necesidad de trascender. Es decir, estar o ir más allá de algo, traspasando los límites de la experiencia posible, hacia su fin, término, remate o consumación, comportamiento que sólo se descarga al conseguir que permanezca.

Trascendencia que en todas partes y durante milenios, se busco, y con que éxito, mediante la gran arquitectura del mundo: templos para que la gente creyera en lo que no existe, y obedezca, palacios para que a “rey muerto rey puesto”, y la monarquía siga, y tumbas para que los poderosos gobiernen eternamente. Edificios levantados en el espacio y el tiempo, no para la vida ni para la muerte, sino para trascenderlas.

Pero con la arquitectura moderna se pasó de templos, palacios y tumbas, sedes para gremios e instituciones, óperas imponentes y palacetes para ricos burgueses, a una vivienda “digna” para todos. Como si las casas tradicionales, vernáculas o populares, pese a ser “pobres”, antes no lo fueran. Y ahora y aquí se promueven politiqueramente casas engañosamente gratis y sin ciudad, diseñadas por arquitectos que no lo son.

Pronto esa arquitectura, dizque para todos, se trivializó. A la vivienda se le quitó su importancia de siempre al volverla apartamentos, uno encima de otro, o casitas una al lado de la otra, en hileras interminables que acaban con el campo sin hacer ciudad o destruyéndola. Ni siquiera se salvaron los edificios públicos, que se volvieron puro espectáculo para promocionar ciudades con un trasnochado “efecto” Bilbao.

Quedaron las obras maestras que recopilo Sir Banister Fletcher y que visitamos como inhabitados parques temáticos, de las que hablan los profesores pese a que muchos ni siquiera las conocen, y menos aun las que están aquí justo al lado, las que no les interesan justamente por eso. Es que lo de afuera nos “mata” y así cada vez hay menos arquitectura buena pues nunca hubo tantos arquitectos ni tantos edificios malos.

Edificios responsables, mas que los carros, del mayor consumo de energía, para su iluminación y climatización, lo que en el trópico sin estaciones es insólito. Energía generada en muchas partes con combustibles fósiles que producen gases de efecto invernadero, que causan el cambio climático que amenaza el mundo, tal como lo conocemos, mientras los carros invadieron las calles de las ciudades fastidiándolas.

La arquitectura tiene, pues, una nueva meta en el horizonte: volver a ser lo que siempre fue la vernácula, la campesina o incluso la popular de las ciudades. Apropiada al clima y de ahí al paisaje, creando una nueva tradición, con nuevos profesionales, con mas ética que estética, que trascendiendo las modas y la especulación inmobiliaria, construyan ciudades sostenibles, contextuales, seguras, confortables y emocionantes.

Pero como la frivolidad y los negocios campean aquí, la arquitectura bioclimática (una redundancia pues siempre lo fue) se volvió una moda para muchos, mas negociantes que arquitectos. No les importa que los edificios sean acordes al clima, paisaje y tradiciones, como quería Le Corbusier, sino a las imágenes de moda de las revistas para ciudadanos que no lo son, con lo que fatalmente están ya pasados moda.

Benjamín Barney Caldas

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Las ciudades colombianas

 

Junio 3, 2013

 

Las colombianas son contemporáneas y su problema es no ser ciudades. Como dice Sylvia Patiño de Cali, lo eran mas cuando eran pueblos. Sin mayores inconvenientes como tales, casi todas lo eran, aparte de Cartagena, Santafé o Popayán. Sus problemas crecieron con ellas: sobre población sin tradición urbana, y carencia de servicios, equipamiento, vías y transporte, mas contaminación, basuras, escasez de agua e inseguridad, y  amenaza de terremoto o inundaciones. Y por supuesto la creciente fealdad de su paisaje urbano y natural. Todo lo cual lleva a una iniquidad que supuestamente preocupa, pero no su origen en la falta de lo verdaderamente urbano arquitectónico.

Crecieron demasiado rápido y hoy son muy grandes y conurbadas con pueblos vecinos fuera de su jurisdicción. Ya Barranquilla y Cartagena tienen un millón de habitantes, Medellín tres y Bogota ocho, cuando hace un siglo apenas tenía trecientos mil y era la mas poblada. Hoy quince tienen mas, incluyendo a Buenaventura. En el valle del río Cauca, además de Cali, con tres, están Palmira y Tulúa, pero desapareció el tren y se abandonó su sistema de ciudades, que funciono tan bien durante la primera mitad del siglo XX. Y los recientes Planes de Ordenamiento Territorial, POT, no son a largo plazo y se modifican presionados por los propietarios del suelo urbano y sub urbano.

Ciudades invadidas por carros y puentes en las últimas décadas, pero que no cuentan con andenes amplios y arbolados, pues se conservaron las reducidas aceras de antes, que eran para pocos peatones y proteger las fachadas del agua de los aleros y del paso de carruajes. Y desde luego una ciudad sin andenes es toda una contradicción, pues toda actividad urbana comienza y termina caminando. Como al usar un Sistema Integrado de Transporte Urbano, que en Colombia no son sistemas ni, en consecuencia, integrados. Aquí lo “contemporáneo” es, pues,  el desorden edilicio y del transito y transporte, que ahora llaman “movilidad” como si la palabra obrara el milagro.

Después de la Segunda Guerra Mundial lo europeo dio paso al American way of life: automóviles, suburbios, malls, aire acondicionado, iluminación permanente, congeladores y la obsolescencia programada de lo construido. Pero nuestros “ciudadanos”, notoriamente en Cali, parte de cuyo centro es todo un zoco, aun no tienen urbanidad. Pero si caímos pronto en el consumismo urbano, propiciado por la moda y la publicidad. Surgieron toda clase de comercios en las principales avenidas, invadiendo pórticos, antejardines y andenes, obligando a caminar muchas veces por las calzadas, como en los pueblos de donde vinieron la mayoría de sus nuevos habitantes.

“Ciuadadanos”, periodistas y autoridades solo ven lo económico o “social”, como si apenas contara lo que pasa, y no que pasa en ciudades y barrios, en sus edificios, calles, plazas y parques. Y ni hablar de su belleza, que se considera un lujo o se confunde con lo aparatoso,  mientras “desarrollo”, “moderno” o “progreso” significa acabar con el patrimonio. Solo queda enseñarles urbanismo y urbanidad, pero las escuelas de arquitectura guardan silencio y muchos de sus demasiados egresados están es al servicio del negocio inmobiliario. Además de nuevos programas de urbanismo, construcción e interiores, tendría que haber también arquitectura como cultura general.

 

Benjamin Barney Caldas

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Clima, arquitectura y práctica profesional

 

Mayo 2, 2013

 

Como lo dice el arquitecto mexicano Luis Gabriel Gómez Azpeitia, Director de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Colima, la arquitectura bioclimática es “un conjunto de elementos arquitectónicos, constructivos, mecánicos y de paisaje, capaces de transformar las condiciones del espacio habitado (interior o exterior) en tal medida que contribuyan al bienestar termofisiólogico del ser humano, utilizando preferentemente energías pasivas”. En esta proposición, aclara él, “las condiciones se refieren al clima, y el bienestar termofisiológico a la biología. Por eso es bioclimática.” Y el DRAE  recientemente consagró el termino (De bio- y climático) como un adjetivo: “dicho de un edificio o de su disposición en el espacio: que trata de aprovechar las condiciones medioambientales en beneficio de los usuarios. Viviendas bioclimáticas. Urbanismo bioclimático”. Y, por extensión, aunque no lo precisa el diccionario de la Academia, arquitectura bioclimática, con lo que estaría aparentemente finiquitado el asunto.

Pero de otro lado, en el libro de Victor Olgyay (Hungría, 1910 – USA, 1970)  “Clima y Arquitectura en Colombia”, 1968 (Cali, Facultad de Arquitectura, Universidad del Valle), se habla es de un “método bioclimático para el diseño”. Libro en que este arquitecto, urbanista y profesor de la Universidad de Princeton, pionero del tema, amplió, para las circunstancias locales, su anterior trabajo “Design with Climate”,1963, a partir de un primer artículo sobre el asunto, «The temperate house», 1951. El libro comienza diciendo que “el problema de controlar el medio ambiente y de crear condiciones favorables para el desarrollo de los objetivos y actividades humanas es tan antiguo como el hombre mismo.” Un edificio bien diseñado, y no apenas “estilado”, como abundan ahora, puede conseguir un gran ahorro de energía e incluso llegar a ser totalmente sostenible, contribuyendo al bienestar general del ser humano, y no apenas al termofisiólogico. Es decir que presumiblemente fue el método de al menos buena parte de la arquitectura pre moderna, por lo que decir arquitectura bioclimática vendría a ser casi un pleonasmo, como lo es  llamar “piel” a las fachadas.

Confusión que no sería de mayor importancia si no fuera porque designar con estas palabras una arquitectura que con alarmante frecuencia no es ni bioclimática ni arquitectura, solo por que es de moda o apenas un plagio de la arquitectura que entre nosotros aun se publica y premia, es del todo una situación aberrante. Nuestras ciudades hoy en día dependen cada vez mas de esos arquitectos que se auto promocionan como tales de la mano de lo bioclimático pero ignorando nuestros climas, paisajes y tradiciones. Como dice Ariel Espino, si hay algo que ha impedido una arquitectura universal, es el clima, pues permanece mientras  lo demás permuta (La Prensa, Panamá 26/01/1995). Pero nos seduce tanto lo de afuera, y aquí lo norteamericano aun sigue siendo “in”, que seguimos poniendo vidrios y eliminado aleros en nuestros climas calidos y templados como si estuviéramos en Bogotá…y poniendo persianas allá. Y diciendo sustentable en lugar de sostenible, en contra de lo que sustenta el DRAE, y arquitectura bioclimática en vez de arquitectura apropiada al clima y de ahí propia.

 

Benjamin Barney Caldas

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Arquitectura y Ley

Abril 7 de 2013

“El Gobierno valenciano responsabiliza al arquitecto Santiago Calatrava y a la empresa constructora de los defectos registrados en la fachada del edificio del Palau de les Arts en Valencia. Esta es la conclusión del informe técnico encargado por el Consell, que esta misma semana se completará con un informe jurídico antes de emprender las acciones necesarias para reparar los desperfectos en el trencadís de azulejo blanco que recubre la gran fachada del teatro de la ópera.” (El País, Madrid, 22/03/ 2013 – 21:06 CET). Aunque el informe técnico “no dice que la culpa sea del arquitecto exclusivamente, sino de todos los sujetos intervinientes en el proceso constructivo” lo cierto es que el Gobierno confía en obtener “una respuesta favorable por parte de la empresa constructora y de los técnicos que intervienen en el proceso de dirección de las obras y de redacción del proyecto [y] si no se logra un acuerdo amistoso para que los responsables realicen las reparaciones adecuadas, el Consell recurrirá a los tribunales.”

Es otra mas de las demandas que persiguen a Calatrava, pero lo que nos debería de interesar en Colombia es el hecho de que al contrario de la arquitectura premoderna, en la que las formas resultaban de solucionar problemas de emplazamiento, función, construcción y, por supuesto, las formas mismas, la “arquitectura” de las últimas décadas aquí copia formas de moda recurrentes en la arquitectura espectáculo, ya muy criticada en Europa, que generan problemas al ignorar nuestras diferentes circunstancias de climas, paisajes y tradiciones. Y que son las que lamentablemente hipnotizan a nuestros estudiantes de la mano de las revistas internacionales de moda arquitectónica, que no de arquitectura, y las que aquí las imitan. Llegando al extremo de que algunas se subtitulan: Moda, Decoración y Arquitectura. A este extremo hemos llegado, al punto de que premiamos, aplaudimos y publicamos obras que por lo contrario se deberían criticar…y demandar. Porque una cosa es incurrir en errores y otra muy distinta hacer de los errores una estética pérfida, pues mientras la moda pasa, es su esencia, los edificios quedan dañando las ciudades en las que vivimos.

El caso mas notorio, por su importancia, consecuencia y trascendencia, es sin duda el oprobio que se insiste en construir el la Calle 26 de Bogotá, entre el Museo de Arte Moderno y el Parque de la Independencia y las Torres de Salmona y la sede, nada menos, que de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, capítulo de Bogotá y Cundinamarca. Nada ha valido aun pese a la decidida oposición organizada de los vecinos y a la critica pública de no pocos arquitectos no solo de la Capital sino de otras partes del país, preocupados por que ese adefesio haga metástasis en otras ciudades como ya ocurrió en Cali. Incluyendo además edificios que ni  siquiera son hechos por arquitectos: son firmados por otros, o firmados por estudiantes recién graduados que trabajan para otros que prefieren ocultar la mano, sin que el Consejo Profesional de Arquitectura se haga cargo de la evidente falta de ética profesional. Ni, peor aun, sin que el gremio tome cartas en el asunto. ¿Cuándo enteremos que en el ejercicio de la profesión es mas importante la ética que la estética? Y que aquella está determinada no apenas por la moral sino también por la Ley.

Benjamin Barney Caldas

Los abombamientos en el 'trencadís'  que recorren como arrugas el cascarón de la fachada / MÒNICA TORRES / EL PAIS

Los abombamientos en el ‘trencadís’ que recorren como arrugas el cascarón de la fachada / MÒNICA TORRES / EL PAIS

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Las claves de la arquitectura

Marzo 10 de 2013

Toda construcción para la vida humana esta siempre determinada por su
emplazamiento, función, construcción y forma, como lo sintetizó
Vitruvio en su tratado (c. 27 y 23 a. C.), pero también por su proceso
de diseño. Son imperativos, como la “redondez” de una rueda, la que no
se puede suprimir sin que deje de serlo. Y los espacios y muebles ya
están medidos. Solo varían las tallas (la gente ahora es mas alta…y
mas gorda), los estándares (se han impuesto los norteamericanos) y las
costumbres (se come en mesas bajas, “normales” o altas), y  desde
luego están las modas, como cenar en el suelo, es decir…como al inicio
de los tiempos pero ahora con vino.

Ni el planeta ni la especie humana han cambiado fundamentalmente desde
que esta existe. Por eso en arquitectura no hay casi nada nuevo bajo
el Sol, sólo algunos materiales recientes que han permitido otros
sistemas constructivos para vencer la gravedad, diferentes del arco o
dos columnas y dintel (ahora pórticos), pero que son usados mas para
el espectáculo que para mejorar los edificios. Sólo hay muchísimas
variaciones, derivados, combinaciones o reinterpretaciones. Es la
historia de la arquitectura, de la cual se nutre toda buena
arquitectura, o en la que se termina encontrando el “original” de todo
lo “nuevo” que pretende serlo negando su origen.

De ahí que solo evidenciadas estas determinantes básicas sea
pertinente buscar referencias para un proyecto nuevo. Como Ulises, que
amarrado al mástil de su nave y con sus remeros con los oídos tapados
con cera y de espaldas a él, pudo ver a las sirenas mientras gritaba y
hacia gestos para que cambiaran el rumbo, pero al no ser oído ni visto
eso impidió que sucumbiera a su irresistible llamado. Buscar modelos
sin saber por que se busca lo que se busca, conduce al plagio
descarado e idiota de la mera forma, como tanto se ve, aplaude y
premia en estos días y por todas partes, sumiendo la arquitectura -y
las ciudades- en una profunda crisis.

Finalmente, ya establecidas las determinantes del proyecto, o al menos
parte de ellas, no hay que temer comenzar a diseñarlo por un ortoedro
en el que sus caras son rectángulos perpendiculares entre sí (incluso
cuando se los “deconstruye” u oculta con “exteriorismo” para que no
parezcan lo que siguen siendo: paralelepípedos rectangulares). Como un
óvulo fecundado, que en nueve meses es un todo un bebé, todo proyecto
se enriquece al desarrollarlo. Pretender complicarlo de entrada apenas
logra  la apariencia de una falsa riqueza, un inútil enredo o un
espectáculo que pronto se abortará, pues la condición de la moda es,
precisamente, pasar de moda.

Además es necesario pasar la cuchilla de Ockham a falta de argumentos
para escoger una solución u otra, y decidirse por la mas sencilla que
suele ser la mas bella. Es el mismo método que sirvió a  lo largo de
la Edad Media para zanjar las discusiones escolásticas  de los
arquitectos sobre el todo y sus partes (el fuste único del románico
cedió el paso al conjunto de nervaduras del gótico que bajan al
suelo), y que hoy usan matemáticos y físicos pero ignoran los que
prefieren el espectáculo de lo artificialmente complicado o novedoso,
que sufragan sus ignorantes clientes nuevo ricos -que no conmitantes-,
tan necesarios estos como siempre para la buena arquitectura.

 

Benjamin Barney-Caldas

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