Archivo del Autor: Willy Drews

50 años de bienales

Pecados bienales

La Bienal Colombiana de Arquitectura ha sido desde su aparición un tema obligado de conversación. Las decisiones de los jurados les parecen aciertos a ciertos y a ciertos desaciertos. El reglamento de la Bienal ha sido impreciso, errático y permisivo con los jurados. Durante 12 años no se adjudicó el Premio Nacional y se crearon categorías –tres al comienzo– que se convirtieron en ocho en la actualidad. La multiplicación de las categorías hizo metástasis en las Menciones de Honor que llegaron al récord de generosidad en la Bienal XXI con 25 ejemplares. Y a pesar de que ya cumplió medio siglo, la Bienal sigue dando sorpresas que estimulan la conversación, alimentan la discusión y producen indignación.

La primera sorpresa la dio el jurado de la segunda Bienal en 1964, compuesto por los arquitectos Serge Chermayeff, Gabriel Serrano, Francisco Pizano, Orlando Hurtado y Manuel Lago, al declarar desierto el Premio Nacional de Arquitectura. Vale la pena señalar que en esta oportunidad estaba participando el conjunto habitacional El Polo de Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, considerado como uno de los mejores proyectos de vivienda construidos en el país. Sobre esta obra el jurado dijo:

El trabajo No. 22 presentado por Rogelio Salmona y Guillermo Bermúdez ha logrado crear un ambiente externo de innegable interés por medio de la disposición de los bloques, el tratamiento de las fachadas, de los pisos y jardines. (…) La obra está tratada con imaginación, inventiva y gran esmero en el detalle. Sin embargo se nota una marcada tendencia escultural en plantas y fachadas, una innecesaria complicación que le resta significado como un modelo general de solución.

La opinión sobre la “marcada tendencia escultural” y la supuesta “innecesaria complicación” es definitivamente injusta. Doce años mas tarde, en la séptima Bienal, el jurado repitió el baldado de agua fría al declarar nuevamente desierto el Premio.

El jurado ha tenido la autonomía –o se la ha tomado– para crear sobre la marcha menciones de honor no previstas. La sexta Bienal, por ejemplo, trajo dos nuevas: la primera fue a la obra del arquitecto Rafael Obregón, recientemente fallecido, como justo reconocimiento a su brillante trayectoria. Esta mención nunca se volvió a otorgar. Reconocer la vida y obra de profesionales destacados es una obligación del gremio, que debería instituirse como uno de los premios.

La otra mención fue para la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional en reconocimiento a su labor de 40 años como primer centro docente para la enseñanza de la arquitectura en Colombia. Muy merecida en su momento, la mención sentaba un mal precedente de felicitaciones que afortunadamente no se repitió. Mea culpa. Yo hice parte de ese jurado.

Pero fue en la octava Bienal cuando la junta directiva de la Sociedad Colombiana de Arquitectos la sacó del estadio. En vez de nombrar un jurado, los miembros de la junta, por votación, premiaron los tres proyectos que obtuvieron el mayor número de votos.

Pasaron 11 años de relativa tranquilidad y entonces sucedió algo inesperado, como se lee en un aparte del acta del jurado de la Bienal XIII:

Convencido [el jurado] de su importancia para el desarrollo de esta [la arquitectura], sobre todo en la situación actual del país y del quehacer arquitectónico en general, ha considerado oportuno otorgar el Premio Nacional de Arquitectura a la Historia de la Arquitectura en Colombia de Silvia Arango.

Por primera vez en la historia de las Bienales, no se adjudicaba el premio a un edificio y la fuerte discusión dentro del gremio no fue la importancia y calidad del libro, sino si éste podía considerarse arquitectura. Nunca quedó claro cuál era “la situación actual del país y del quehacer arquitectónico” que hiciera tan importante, en ese momento, esta publicación para el desarrollo “de esta”. Aprovechando la informalidad del reglamento, y tratando de mitigar el efecto del sorpresivo premio al libro, el jurado se inventó un “Premio a la Excelencia” y se lo adjudicó al Archivo General de la Nación, obra de Rogelio Salmona, que no estaba ni inscrita ni terminada.

Contrastando con este insólito premio de la Bienal XIII, un jurado indeciso otorgó en la Bienal XV –para aplacar los ánimos y para satisfacción de los participantes– dos Premios Nacionales y 16 menciones. A partir de ese momento, se suspendió el Premio Nacional de Arquitectura hasta el año 2010, excepción hecha de la Bienal XVII en el año 2000. Y tamaña excepción.

El nuevo milenio se despertó con la adjudicación del Premio Nacional de Arquitectura al Plan de Parques para Bogotá del alcalde Enrique Peñalosa. Por primera vez –y esperamos por última– se entregó el galardón a un programa de origen político y gubernamental. No a un proyecto ni a un arquitecto, ni siquiera a un libro. Se trataba tal vez de reconocer, en cabeza de Peñalosa, la importancia de los programas de gran impacto social que algunos gobernantes venían adelantando, y que algunos arquitectos declaraban –sacando pecho– como mérito de sus diseños. Su mérito era haberse ganado el concurso, el impacto social era mérito del promotor. Y para acabar de completar, el premio a la categoría Proyecto Arquitectónico se le dio a un cenizario y crematorio, pasando por encima del favorito de la hinchada: el edificio de Postgrados de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, de Rogelio Salmona.

Y las sorpresas siguieron in crescendo. En la siguiente Bienal –en la cual no se adjudicó el Premio Nacional– el premio de la categoría Proyecto Arquitectónico fue para unas pequeñas graderías en un campo de fútbol. Me imagino que correctamente diseñadas –es muy difícil diseñar mal una gradería– pero simples graderías al fin y al cabo. En esta ocasión, los proyectos derrotados fueron la linda capilla de Daniel Bonilla en el colegio Los Nogales, y la Casa de la Queja de Benjamín Barney.

En los últimos años, varios jurados han valorado más el aspecto social que el arquitectónico. Es el caso de la Bienal XIX. El premio fue para una pequeña biblioteca del arquitecto Simón Hosie en Guanacas, un sitio perdido en la montaña, abandonado de la mano de Dios y la chequera de los hombres. Su arquitectura es correcta, pero solo eso: correcta. Su valor como portador de cultura a una comunidad desatendida es muy alto, y en este caso el mérito sí es del arquitecto. La gran perdedora en esta ocasión fue otra biblioteca, la de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Daniel Bermúdez.

Estos episodios dejan un mal sabor en la boca y una pregunta amarga que es necesario escupir: ¿para qué sirve la Bienal Colombiana de Arquitectura? Veamos dos posibilidades:

1-    Sirve para escribir la historia de la arquitectura en Colombia.

Yo creo que no. La historia de la arquitectura no la hace solamente la considerada mejor arquitectura. La hacen todos los edificios, buenos o malos, que representan las tendencias que en un momento dado conforman el paisaje urbano. La supuesta mejor arquitectura no es la típica de un corte en el tiempo y produce una imagen errada del desarrollo urbano y arquitectónico de una época.

2-    Sirve, entonces, para escribir la historia de la mejor arquitectura.

Tampoco. No se puede garantizar que los mejores proyectos se inscriban en la Bienal. Tampoco se puede garantizar que el jurado de selección –un puñado de arquitectos que representan a todo el gremio– escoja la mejor arquitectura dentro de los inscritos. Y el jurado de calificación –otro puñado que tiene que escoger entre el repertorio ya diezmado– tampoco es infalible, como ya se ha demostrado. Toca considerar además, como lo dije en otra oportunidad:

Por imposibilidad o por desinterés los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios”. Por esto yo propuse la Bienal de los Edificios Maduros, donde “solamente se recibieran proyectos con diez años de construidos, tiempo suficiente para que demuestren que sus calidades, como las del buen vino, se conservan.

Me atrevo a pensar que si las Bienales se hubieran hecho 10 años después, posiblemente no se habrían declarado desiertos los premios en la segunda y séptima, ni se habrían premiado los escogidos por la junta directiva en la octava, ni el libro de Silvia Arango, ni dos ganadores en la quince, ni el plan de parques de Peñalosa, ni el cenizario de Medellín, ni las graderías, ni la biblioteca de Guanacas, ni la piñata de menciones.

Nos enfrentamos entonces a la pregunta del millón: ¿sirven para algo las Bienales? La respuesta la da Germán Samper en el libro “50 años de bienales”:

Las bienales están cumpliendo su labor de divulgación, de confrontación. Sus publicaciones son un material muy valioso para conocer la evolución de nuestra arquitectura. Las distintas tendencias se manifiestan, surgen polémicas que ponen a pensar al gremio, los premios son divulgados por la prensa y la arquitectura forma parte de las discusiones públicas.

Si a estos logros agregamos que los jurados pueden comentar las virtudes y denunciar los vicios y fracasos de la arquitectura del momento –como puede leerse a continuación en el aparte de un acta–, la existencia de la Bienal Colombiana de Arquitectura está justificada.

Al analizar el material expuesto el jurado ha observado que en la actualidad existen dos tendencias muy marcadas en la arquitectura colombiana, de las cuales participan en mayor o menor grado todos los proyectos. En estas circunstancias el jurado ha considerado que su aporte debe ser el de fijar un criterio con respecto a estas tendencias y analizar algunos de los proyectos más significativos a la luz de ese criterio.

Más adelante aclara cuál es una de las tendencias:

Existe una tendencia a hacer un tipo de arquitectura basada primordialmente en producir valores estéticos, cuyas principales preocupaciones son de tipo plástico o escultórico o simplemente decorativo. Esta tendencia busca crear un campo propicio a su expresión estética en rechazo de lo racional, lo generalizable, lo eficiente, lo técnico, lo industrializado.

Este texto, de gran actualidad, es del acta de la segunda Bienal en 1964, y después de 50 años sigue más vigente que nunca.

* Imagen tomada del libro «50 años de bienales» de la SCA.

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WD-Casa Castilla

La vereda tropical

Para algunos habitantes de otras latitudes, el trópico es una playa con palmeras y mulatas voluptuosas que bailan al compás de maracas y tambores. Pero la realidad es muy diferente.

El trópico o zona intertropical es la parte de la tierra donde los rayos solares inciden verticalmente, al menos una vez al año. Está comprendida entre el trópico de Cáncer y el de Capricornio y ocupa el 20% de la tierra emergida, y el 40% de la tierra útil para el hombre. La duración del día y la noche es muy similar a lo largo del año: 12 horas. Durante las horas de sol la temperatura sube, y durante la noche baja por irradiación. La mayor parte del África y Suramérica es tropical, lo mismo que toda Centroamérica, y parte de Norteamérica, Asia, Oceanía y Australia. Incluye territorios de 108 países, la mayoría tercermundistas con poca densidad de población (excepto Java), y alberga más del 35% de la población mundial y con el mayor índice de crecimiento.

Una de las características de la zona intertropical son las condiciones extremas de sus territorios: el desierto más grande después de la Antártida y el Ártico –el Sahara, con 9 millones de km2– y el más árido –Atacama–, los ríos más grandes –Amazonas, Congo, Ganges, Nilo– y selvas tropicales –incluyendo la Amazonía– que representan el 70% de los bosques existentes. Y altas montañas. Estos territorios a su vez se caracterizan por altos gradientes de temperaturas y humedades. En el desierto del Sahara los ríos son estacionales –excepto el Nilo– y los termómetros marcan temperaturas mínimas de -18oC y máximas de 58oC. El Atacama registra humedades relativas de 18% en el interior y 98% en el litoral.

Las selvas tropicales –situadas en Suramérica, Centroamérica, Asia, Melanesia, Madagascar, Indochina y noreste de Australia– tienen una temperatura media anual de entre 25 y 27 grados y la diferencia promedio entre el mes más frio y el más cálido es de 2oC. El elemento climático con mayor variabilidad anual es la lluvia y no la temperatura, y constituyen el mayor pulmón vegetal del planeta. La selva tropical más grande del mundo es la Amazonía, que pertenece a ocho países. En las áreas no selváticas o desérticas, el factor climático más importante es la altitud, que permite clasificar el territorio en seis pisos térmicos: Tierra caliente, Subtropical, Tierra templada, Tierra fría, Páramo y Helada.

El siglo XX se caracterizó por la internacionalización de la arquitectura. El Movimiento Moderno aterrizó sin desempacar en los países tropicales y se instaló para siempre desconociendo en muchos casos las condiciones climáticas de su entorno. Una tajada tan grande del mundo con condiciones tan especiales y diferentes exigía una arquitectura igualmente especial y diferente. A esta conclusión llegaron el arquitecto Bruno Stagno y su esposa Jimena Ugarte al llegar desde su austral Chile a la tropical Costa Rica. Y en 1994 fundaron el Instituto de Arquitectura Tropical. Como en toda nueva empresa, el primer problema a solucionar fue la financiación. Entonces los Stagno decidieron sostener el Instituto los primeros meses. Esos primeros meses ya suman veinte años.

Una inmersión seria y total en los temas de la arquitectura tropical condicionó los principales objetivos del Instituto, que sus fundadores describen como el estudio y análisis de la arquitecturay el urbanismo adaptados a las zonas de clima tropical y la promoción de una arquitectura de los recursos como alternativa a la costosa arquitectura inteligente o “high tech” y sus edificios ubicuos.

Se parte de la creencia de que la arquitectura contemporánea más adecuada para los países en desarrollo, más que una copia de los modelos foráneos, es esta arquitectura de los recursos que se nutre del ingenio y de los recursos particulares antes que de las costosas soluciones tecnológicas; es una arquitectura que rescata los valores culturales e históricos en nuevas propuestas contemporáneas como alternativa a la arquitectura acultural que afecta a la calidad de vida de todos, es indiferente a los aspectos sociales y culturales de cada sociedad y lugar, y que provoca la ausencia de identidad del territorio.

Entonces el Instituto se dedicó a organizar encuentros internacionales sobre arquitectura y urbanismo cada tres años con autoridades en la materia, publicar libros, revistas y artículos en revistas especializadas, promover la investigación, difundir y valorar el patrimonio de arquitectura tropical, estudiar las arquitecturas vernáculas y promover la reutilización de sus elementos característicos tales como grandes aleros, cubiertas inclinadas, patios, iluminación y ventilación natural, muros gruesos y ventanas protegidas; empleo racional del agua, manejo de las energías pasivas y uso de la vegetación no solo como elemento paisajístico sino como parte activa del control ambiental. Finalmente, formar y mantener una biblioteca para consulta de estudiantes, profesionales y académicos, que hoy cuenta con 3.000 volúmenes y es la mejor biblioteca especializada de América Central.

Voy a referirme a tres proyectos de los desarrollados por el Instituto: San José Posible, Floresta Urbana y RESET. El proyecto San José Posible consiste en la recuperación del espacio público de 16 manzanas en el centro de la capital de Costa Rica, y la peatonalización de la principal avenida del sector, con cableado subterráneo, adoquinado, arborización y mobiliario urbano. La obra es una realidad y se inaugura el próximo mes.

Floresta Urbana es el nombre de un plan de reforestación que pretende convertir a San José en un bosque urbano: una ciudad llena de árboles, con una rica biodiversidad, y parques como ejemplo de la exuberancia del trópico. Se trata no solo de mejorar el paisaje urbano sino también la calidad de vida de los habitantes de la capital. Floresta Urbana es un proyecto integral que busca reforestar la ciudad, llenando de diferentes especies parques, vías y espacios públicos. Solamente en los años 2007 y 2008, se sembraron 27.800 árboles.

En el año 1998 se implantó en los Estados Unidos el sistema de certificación de edificios sostenibles LEED. Esta certificación se basa en la normativa norteamericana y, aunque ha producido una saludable tendencia a mejorar la calidad de la arquitectura, la aplicación a los países tropicales no ha sido tan clara. Entonces, el Instituto de Arquitectura Tropical se dedicó a estudiar el sistema de certificación con estándares adecuados a los países de la región RESET (Requisitos para Edificaciones Sostenibles en el Trópico) priorizando la capacidad del diseño y el potencial de sostenibilidad que tiene la arquitectura. La normativa nace del oficio de la arquitectura y su capacidad para lograr soluciones viables y económicas donde las soluciones bioclimáticas primen sobre las costosas tecnologías. Se busca agotar el potencial del diseño antes de recurrir a la técnica.

La norma RESET fue donada por el Instituto al gobierno de Costa Rica, que ya la adoptó, y a la Unión Internacional de Arquitectos que la tradujo al francés y al inglés. La sigla RESET es muy pertinente pues nos sugiere a los arquitectos tropicales “reiniciar” el cerebro, borrar los prejuicios implantados por las modas y vicios de las arquitecturas importadas de otras latitudes, aceptar un cambio de conciencia que busque desempolvar nuestras raíces, reconocer los logros de los arquitectos locales que nos precedieron y la bondad de técnicas y materiales propios. El esfuerzo desinteresado y constante durante dos décadas de los esposos Stagno, nos ha abierto el camino hacia una arquitectura más nuestra y mejor. Y más tropical. Una vereda tropical.

* Casa Castilla (Pereira) de Willy Drews / © Javier García

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Alfredo de Brigard

Los profesores

Los pensum de las numerosas facultades de arquitectura colombianas –y sospecho que de las extranjeras también– son parecidos. Básicamente se diferencian en el énfasis dado a cada disciplina. ¿Cómo se explica entonces que haya facultades buenas, regulares y malas? Son varias las respuestas: metodología docente, oferta académica, materias electivas, organización administrativa, instalaciones, biblioteca, equipos de computación y audiovisuales, conferencistas invitados, programas de intercambio, atención personalizada, seguimiento a su rendimiento, evaluación permanente, etc. Pero la gran diferencia la hace definitivamente el cuerpo de profesores. Buenos profesores hacen buenas escuelas. Y buenos o malos, pertenecen a una o varias de las siguientes categorías. Si usted es arquitecto o estudiante de arquitectura, seguramente podrá clasificar a sus profesores/as en alguno de estos estereotipos:

El Académico: escogido por sus títulos, está dedicado 100% a la docencia. Tiene mínimo una maestría, a veces dos, e inclusive un doctorado. Mira por encima del hombro a sus colegas dedicados a la práctica profesional, pues considera que lo único que han hecho es pegar ladrillos.

El Estrella: destacado por sus brillantes logros en la práctica de la profesión, desestima la labor de sus colegas académicos pues nunca han pegado un ladrillo.

El Madre: para él todos los alumnos son buenos, todos los proyectos son buenos y, por lo tanto, todos merecen una buena nota. Son muy apreciados por los estudiantes, por razones obvias.

El Cuchilla: considera que todos los alumnos son malos o perezosos, y todos los proyectos deberían ser mejores. Mide le calidad de su curso, y su prestigio, por la cantidad de estudiantes que lo pierden.

El Oligarca: usa ropa de marca y llega a clase con gafas oscuras en su automóvil de alta gama. Los proyectos buenos son “simpáticos”, y los malos “lobos”. Prefiere dictar la clase en la sala de juntas de su lujosa oficina.

El Mamerto: valora principalmente el aspecto social de la profesión. Sus proyectos son dirigidos a los grupos económicamente más desfavorecidos, frecuentemente vivienda de interés social desarrollada por ayuda mutua en barrios de invasión. Aprovecha la cátedra para atacar el capitalismo. Se reúne con sus alumnos en una cafetería del barrio Policarpa Salavarrieta.

El Alternativo: usa bluyines y camiseta desteñida, pelo largo, a veces un piercing en una oreja. Ama el verde y las energías renovables, y odia la contaminación y el desperdicio. Solo acepta proyectos sostenibles y bioclimáticos.

El Posesivo: considera que la única materia importante es la que él dicta y por lo tanto los alumnos deben dedicarle la totalidad de su tiempo.

El Preciosista: todo debe ser perfecto, incluyendo el dibujo de los planos, el aseo del salón, y el orden de las mesas.

El Resbaloso: le saca el cuerpo a las preguntas difíciles, no se deja concretar en las correcciones y termina recomendándole al alumno que le “de vueltas” al esquema.

El Soporífero: su tono de voz y su discurso producen sueño incontrolable en el auditorio, especialmente si su clase es inmediatamente después del almuerzo, con proyecciones en un salón oscuro.

El Ganador: quiere lucirse ante sus colegas el día de la corrección final y, con tal de que los proyectos de sus alumnos sean los mejores, está dispuesto a “echarles una manito”.

El Desechable: es el mediocre que nadie sabe por qué esta allí, y no pasa nada si lo cambian o se retira.

El Casanova: desde el primer día coquetea con las alumnas bonitas y les pone las mejores notas. En el peor de los casos, termina casado con una de ellas… y sigue coqueteando.

El Intelectual: les habla a sus alumnos de cine, literatura, filosofía, jazz, pero poco de arquitectura.

El Modisto: es el encargado de dictar las materias fáciles que los estudiantes llaman “costuras”.

El Actor: con grandes habilidades histriónicas, su clase es un show. Arma una fiesta con un buen trabajo y una tragedia con uno malo. Como todo buen actor, es exitoso.

El Tímido: habla pasito y no se atreve a hacer un comentario que pueda herir susceptibilidades. Desde el primer día, los estudiantes se la montan.

El Autobiográfico: la clase se basa en la descripción y el elogio de sus proyectos, sus experiencias académicas anteriores, anécdotas de su práctica profesional e historias de su época de estudiante.

El Tirano: exige más de lo que sus alumnos puedan dar. No acepta excusas y sus órdenes tienen que ser cumplidas al pie de la letra y en la fecha precisa.

El Negativo: no el gustan los proyectos de sus alumnos, ni sus colegas, ni el salón de clase, ni el decano, ni el sueldo.

El Destructor: cuando un proyecto no le gusta, rompe los planos y patea la maqueta.

El Turista: no pierde oportunidad de salir con sus alumnos a visitar los lotes, conocer proyectos, asistir a conferencias, congresos de estudiantes, foros y exposiciones.

El Internacional: varias veces durante el semestre tiene que viajar a un congreso, un foro en el exterior, a dictar una conferencia en una universidad extranjera o a la reunión de una asociación de la cual es presidente.

El Maestro: pero existe, por fortuna, el profesor entregado con cariño a la docencia, que sacrifica con frecuencia un trabajo menos exigente o más lucrativo. Conoce su materia y sabe cómo enseñarla y despertar el interés de sus alumnos. Se destaca por su buen criterio, su dedicación y el respeto por los estudiantes y su trabajo. Entiende que sus jóvenes pupilos vienen a aprender, a adquirir de su mano la experiencia que no poseen, y tienen el derecho a equivocarse como parte de su formación. Además del conocimiento transmitido y el buen juicio, deja en sus alumnos el cariño y el respeto que se ganó con su trabajo como docente. Todos llevamos en nuestros corazones ese profesor que, con su entrega y el interés que nos transmitió por la arquitectura, contribuyó en forma definitiva a ser lo que somos, y se ganó el título de Maestro. El verdadero Maestro que nunca olvidamos y a quien dedico, como un sentido homenaje y una sencilla expresión de gratitud, este pequeño y último párrafo. Gracias Maestro.

* Dibujo de Alfredo de  Brigard

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Carlos de Riaño

Premiando imágenes

La arquitectura de Medellín sigue mojando prensa. Esta vez es el parque biblioteca España que, según El Tiempo, requiere reparaciones que valen casi lo que costó el edificio. Agrega el periódico que “paradójicamente, ha ganado un sinnúmero de premios arquitectónicos”. Hay que reconocer que la biblioteca –tres rocas negras enormes casi en la cima del cerro– es impactante, y esos volúmenes cerrados que amenazan caer sobre la ciudad llaman –con razón– la atención de cualquier arquitecto, y lógicamente de cualquier jurado de bienales o concursos de arquitectura. Pero dejemos en paz la biblioteca, sobre la cual ya –bien y mal– se ha dicho mucho, y concentrémonos en las bienales y otros premios a obras arquitectónicas construidas.

Estos concursos premian –en teoría– los mejores edificios. Para mí los mejores edificios son no solo los que sobresalen por su arquitectura. Son los que mejor se adaptan a las condiciones del sitio, los que se implantan correctamente en el entorno, los que más aportan al bienestar de la comunidad, los que mejor funcionan para lo que fueron diseñados y los mejor construidos.

Pero: ¿se están teniendo en cuenta estas condiciones al adjudicar los premios? Por imposibilidad o por desinterés, los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios.

Alguna vez propusimos con el arquitecto Carlos Morales que para la Bienal Colombiana de Arquitectura solamente se recibieran proyectos con diez años de construidos, tiempo suficiente para que demuestren que sus calidades, como las del buen vino, se conservan. Pero como las barras del coliseo exigen carne nueva, la idea no prosperó y se siguen premiando imágenes de edificios con la pintura fresca, y con frecuencia exponentes de una moda, como siempre pasajera.

Sea esta la oportunidad de renovar nuestra propuesta de la Bienal de los Edificios Maduros. Mientras tanto, y desgraciadamente, seguiremos premiando imágenes.

* Foto tomada de Plataforma Arquitectura; imagen © de Carlos de Riaño.

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Se dice…

Ya se cumplieron más de nueve meses de la caída del bloque 6 del proyecto de vivienda Space, y este embarazo no ha producido el parto esperado de la publicación de los resultados del estudio que, sobre las causas del colapso, está haciendo la Universidad de los Andes. La torre 5 ya fue demolida y se dice que en este mes se demolerán las torres 1 a 4. Se dice que hay otros proyectos pendientes a los que habrá que definir un posible refuerzo o demolición: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte.

En varias ocasiones he expresado mi preocupación por el desconocimiento de estos resultados por parte del gremio de la construcción, sin los cuales es imposible tratar de identificar las medidas que arquitectos, ingenieros y constructores podamos tomar para que semejante tragedia no se vuelva a repetir.

Ante la imposibilidad de tener tan necesaria información, solo se cuenta con lo que se dice en corrillos y medios de comunicación (periódico El Tiempo y revista Semana). Trataré entonces de identificar las posibles causas del siniestro con los se dice, analizando cada uno de los eslabones de la cadena de la construcción.

El primer eslabón es el Arquitecto Proyectista. Se dice que el proyecto no cumplía con las normas de evacuación. Como lo dije en otra oportunidad, los edificios no se caen ni por feos ni por incómodos ni por poco funcionales ni por incumplir normas arquitectónicas o urbanísticas. Se dice que el arquitecto es quien propone la estructura –lo cual es cierto– y esta debe ser clara, lógica y eficiente. Pero es el Ingeniero Estructural quien asume, al calcularla, la responsabilidad de su estabilidad. Si la estructura propuesta por el Arquitecto es absurda o inviable, el Calculista debe decirlo.

El segundo eslabón es precisamente el Ingeniero Calculista. Se dice que él tiene que cumplir rigurosamente con todas las normas vigentes. Pero según El Tiempo, peritos de la Fiscalía aseguraron que las vigas no tenían refuerzos para evitar que se doblaran(…). Además que estaban muy apartadas entre si lo que hacía más débil el esqueleto del edificio(…). La obra estaba prevista para 22 pisos y los cálculos y diseños se hicieron sobre ese plan. Sin embargo, finalmente se construyeron 26 pisos(…). Hubo deficiencias y errores en los cálculos realizados por los ingenieros. Es de suponer que si se aumentaron cuatro pisos, se recalculó la estructura. Pero si hubo Deficiencias y errores en los cálculos,como se dice, esta sería la causa más probable del derrumbe.

La Curaduría Urbana es el siguiente eslabón. Se dice en El Tiempo que según declaraciones del Curador, La Ley 400 de 1997 determina en su artículo15 que el solicitante de la licencia puede presentar la revisión estructural a cargo de un ingeniero especialista en estructuras, que ejerza esa revisión y en la cual el curador solo tiene que chequear que se cumplan estos requisitos de la revisión. Yo no tenía que hacer esa revisión porque ya estaba hecha por un profesional idóneo y calificado para tal fin. Si esto es cierto, el proyecto aprobado cumplía con todas las normas vigentes y el Curador demuestra su buena fe, y se dice que quedaría libre de toda culpa. En caso contrario –el Curador reconoce que no hizo la revisión– tendría que responder por negligencia.

Si el Constructor –siguiente eslabón– ejecutó los diseños recibidos con sus especificaciones asumiendo que estaban bien, aplicando sistemas constructivos adecuados y utilizando materiales que cumplieran con lo estipulado, la construcción no sería la responsable. Pero si no fue así, y –se dice en El Tiempo– los peritos entregaron un informe con más de mil fallas(…). La fiscalía encontró que el concreto usado no se había dejado secar el tiempo necesario para alcanzar su máximo nivel de resistencia,la construcción compartiría la culpa del siniestro con los cálculos estructurales.

Finalmente se dice que el último eslabón, el Promotor –Lérida CDO– no estaba enterado de las fallas en los cálculos y eventualmente en la construcción, lo cual lo convertiría de victimario en víctima. En este caso no tendría una responsabilidad penal, pero civilmente tendría que responder económicamente ante sus compradores por vicios ocultos en la venta de las viviendas, cosa que –se dice– está cumpliendo. Se dice, sin embargo, que una propuesta de reconocer $2.400.000 por metro cuadrado fue rechazada por los compradores.

Las conclusiones del estudio de la Universidad de los Andes, al establecer las causas del siniestro, definirán automáticamente al culpable, quien –sea quien sea– deberá responder ante la justicia por el homicidio culposo de las doce víctimas, por el peligro de muerte de los habitantes del Space y, eventualmente, de los otros proyectos que amenazan ruina. Sin embargo, no hay ninguna garantía de que el juicio será justo estando en manos de una justicia penal que –tal vez por ser ciega– a veces es demasiado laxa y otras veces exageradamente castigadora.

Como ejemplo de una condena injusta tenemos el caso aberrante del ingeniero Andrés Camargo, ex director del Instituto de Desarrollo Urbano de Bogotá. Fue condenado a cinco años de cárcel por fallas en las losas de las vías del sistema de transporte masivo –TransMilenio–, un problema que no involucra mala fe, ni peculados, ni víctimas fatales. Se dice que su único delito fue confiar en los informes de los técnicos y en las recomendaciones de una prestigiosa cementera.

El 12 de octubre se cumple un año de la caída del Space. ¿Cuándo entregará la Universidad de los Andes el famoso estudio? ¿Cuándo hará público la alcaldía de Medellín el informe? ¿Cuándo se pronunciarán los gremios de ingenieros y arquitectos de Medellín? ¿Cuándo se resarcirá a los damnificados? ¿Cuándo castigará la justicia a los culpables? Se dice que nunca.

El último: se dice que Colombia necesita una reforma a la justicia. Lo que requiere es una reforma a la injusticia.

* Imagen tomada de El Espectador.

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La ciudad pintada

La ciudad pintada

La pared y la muralla son el papel del canalla.
Refrán popular

Pero no solo son el papel del canalla. También son el papel del que no tiene otro medio de comunicarse con el mundo; del que vive en obligado silencio la angustia diaria de un régimen represivo; del que necesita expresarse a través de lo que considera una obra artística no apreciada; del que cree que su única posibilidad de ser reconocido es verse reflejado en letras, líneas o manchas sobre un muro blanco.

El grafito suele ser un texto escrito. También se asimilan a esta categoría dibujos o murales, aunque el columnista de El Tiempo Armando Silva los clasifica en una categoría aparte: “arte público”. Y algunos incluyen además como grafiti las rayas y garabatos que solo pretenden perjudicar objetos y gentes, agredir la arquitectura y contribuir a la contaminación visual deteriorando más el ya maltrecho paisaje urbano. Esto se llama vandalismo.

Los grafiti escritos son generalmente opiniones políticas, gritos de angustia, agresiones personales o expresiones de humor, a veces no muy inofensivos. Marta Ruiz, en su columna sobre el tema en la revista Arcadia, Defensa de la pared (pintada), cita un grafito agresivo y cruelmente regionalista: Haga patria, mate un costeño.En Cali, amaneció un día otro odiosamente racista e igual de políticamente incorrecto: Mate un negro y reclame un yoyo. Esto es humor negro.

Un ejemplo de humor inofensivo es el que dice: Mi abuelita dijo no a la droga… y se murió, o Aristóteles compró una camioneta con platón, o Yo también sé que nada sé, pero no me jacto, o Busco sexo opuesto; o sexo, o puesto.Y textos aparentemente ingenuos al escribirlos –Lo que antes nos unía ahora nos separa–que al leerlos se vuelven pornográficos.

Los grafiti invaden la propiedad privada y afectan el espacio público, por lo cual están teóricamente prohibidos. De allí el clásico Ahí viene la poli… Pero cada país reacciona en una forma diferente que va desde la completa represión, hasta la máxima permisividad e inclusive hasta la promoción: en Brasil, por ejemplo, con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol convocaron artistas para pintar cuatro kilómetros lineales de grafiti. Si no puedes derrotarlos, únete a ellos. En cambio, en Bogotá la política es simultáneamente de represión y permisividad: una noche la policía mató un grafitero, y otro día Justin Bieber hizo un grafito con la anuencia y la vigilancia de la misma policía, porque es un artista. Lo que no sabían las autoridades es que Bieber no es un artista plástico sino un niño bonito que interpreta canciones para estudiantes adolescentes de colegios bilingües. La protesta de los grafiteros locales no se hizo esperar y se lanzaron a intervenir cuanto muro encontraron, con la legitimidad que da una contravención no castigada.

La administración de Bogotá ha tratado de reglamentar los grafiti por medio del acuerdo 482 de 2011 y del decreto 75 de 2013, al reconocerlos como un nuevo fenómeno artístico y cultural que exige la definición de nuevos espacios institucionales. Propone que se establezcan sanciones acordes con la gravedad de la contravención, e intenta analizar el fenómeno por fuera del enfoque exclusivamente delictivo.

Para quien se considera un artista plástico, desconocido y sin acceso a las galerías prestigiosas y a los altos círculos sociales, tener la oportunidad de exhibir su obra en una galería gratis con millones de “visitantes” cautivos es una tentación demasiado grande que justifica correr el riesgo de unas eventuales horas de cárcel. Pero como la calle es una galería sin curadores, esos millones de “visitantes” obligados pueden disfrutar de una buena obra de arte o les toca padecer resignados la presencia de otra de pésima calidad.

Los eventuales millones de espectadores forzosos y el invento del aerosol han hecho que prolifere el grafito político compitiendo con el aburrido tuit, arma privativa de políticos y expresidentes camorristas. También permitieron que durante la dictadura uruguaya –entre 1973 y 1985– se hicieran famosos dos grafiti: uno en Montevideo que decía: Hay tres tipos de uruguayos: los enterrados, los desterrados y los aterrados, y otro en el aeropuerto que rezaba: El último que salga, apague la luz.En Bogotá, durante la alcaldía de Enrique Peñalosa, mientras se adelantaban las obras del transporte masivo Transmilenio, bolardos, andenes, colegios y bibliotecas, apareció un día en letras negras sobre fondo blanco una frase que decía: No más obras. Queremos promesas, y otra en la Universidad Nacional: Capitalismo: tus milenios están contados.

La ciudad oculta habla por sus grafiti y la necesidad de expresión supera la capacidad de represión. Si la ciudad desapareciera –cosa que, al paso que vamos, podría ocurrir– se convertiría en ruinas y solo quedarían pedazos de muros. Pero los grafiti no desaparecerían pues mientras haya ciudadanos inconformes y muros o pedazos de muros, habrá grafiti o pedazos de grafiti.

* Foto de Diana Drews.

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