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queridos viejos

Viejos, mis queridos viejos

En días pasados y en una columna titulada Arquitectos y frases, citaba yo los pensamientos de algunos maestros que acompañaron la formación de muchos colegas de varias generaciones de arquitectos en la mitad del siglo XX, pensamientos que se pueden resumir así:

El más mínimo detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito. La forma siempre sigue a la función. Menos es más. Dios está en el detalle. La excelencia no se alcanza cuando no falta nada, sino cuando no queda nada que se pueda quitar. No hay que tratar de hacer lo que hicieron nuestros maestros, sino lo que ellos trataron de hacer.

La única manera de medir el resultado de la formación de estos arquitectos es a través de sus obras. Los invito entonces a hacer un recorrido imaginario por Bogotá, visitando una docena de edificios representativos de los distintos tipos, usos y tamaños de la arquitectura de ese momento. Considerados de una gran calidad, y que han pasado la barrera de los años, demuestran que las virtudes reconocidas en el momento de su construcción se conservan, y así se confirma que su arquitectura no fue una moda efímera.

Nuestro punto de partida de este paseo virtual, la plaza de Bolívar, es uno de los mejores proyectos de Fernando Martínez. Se trata de una alfombra de piedra con un discreto diseño, extendida sobre el piso, que soluciona con esmero la unión de la plaza con las calles y edificios que la rodean. Además del piso, complementa el diseño la estatua ecuestre de su dueño –el Libertador– que desde su pedestal otea las manifestaciones de apoyo o protesta de los ciudadanos en su ágora. Aquí menos fue más.

Subiendo entre la Catedral y la Puerta Falsa –la mejor agua de panela de la ciudad–, se llega a la biblioteca Luis Ángel Arango. Adentro hay un recinto que se destaca por su bello diseño y calidad acústica. Se trata de la Sala de Música, espacio ovalado proyecto de Germán Samper donde colaboró el arquitecto Jaime Vélez. La forma siguió a la función. Su impecable trabajo en madera hace de la visita una experiencia inolvidable. Esta sala y la de Daniel Bermúdez en la universidad Jorge Tadeo Lozano son dos muestras de buena arquitectura de pequeño formato.

Iniciamos nuestro recorrido hacia el norte por una carrera séptima sin carros ni buses –que no puede considerarse por eso un buen espacio peatonal, por su deficiencia en amueblamiento, tratamiento de pisos, paisajismo y servicios básicos– hasta encontrar el Conjunto Bavaria de Obregón y Valenzuela. Nos reciben dos torres que flotan en un generoso espacio, con apartamentos de áreas igualmente generosas. En los primeros pisos comercio, y en el extremo la torre de oficinas sostenida por una fachada portante en un impecable concreto a la vista típico de la época.

Girando la vista noventa grados encontramos el –posiblemente– mejor proyecto en la historia de la arquitectura en Colombia: las Torres del Parque de Rogelio Salmona, consideradas –en su momento y aún hoy– como una solución novedosa, con una alta calidad estética y adecuadas al problema de relacionar respetuosamente la arquitectura con los cerros.

No lejos de allí se encuentra el edificio de la Flota Mercante Gran Colombiana de Cuéllar Serrano Gómez y Hans Drews, un edificio con una estructura con grandes voladizos que permitió abrir el primer piso, dejando que el espacio público penetrara hasta un local bancario en el fondo del proyecto. Desafortunadamente, años después el espacio fue cerrado con una fachada en vidrio.

Nos dirigimos al occidente por la avenida que conduce al aeropuerto, y cuadras adelante se asoma un grupo de edificios blancos de cinco pisos alrededor de un espacio verde central –proyecto de Arturo Robledo y Ricardo Velázquez– con apartamentos dúplex y un corte correctamente resuelto que permitió una mayor altura en los salones. La manera en que se van desplazando los bloques genera unos espacios exteriores e interiores de gran calidad.

Regresando al oriente, tomamos la avenida Circunvalar que perezosa bordea la ciudad de sur a norte recostada al cerro. Serpenteando cincuenta cuadras nos espera un viejo eucalipto atrapado en un muro que separa el andén del antejardín de Residencias El Bosque, un conjunto de once viviendas de la firma de entonces Rueda Gómez y Morales que tiene como característica compartir la alta calidad de los proyectos de este tipo desarrollados por esa oficina.

Quinientos pasos largos más adelante hay un parque con una escultura de un pájaro extraño. El parque es muy pequeño y el pájaro extraño muy grande. Y mirando la sabana por encima del parque y del pájaro, aparece el edificio Sapo de Jon Oberlaender, el menos conocido y publicitado de los proyectos visitados en este paseo imaginario. Se trata de un muy buen edificio de apartamentos, perfectamente ubicado en su sitio, y con una calidad de diseño que permanece con los años.

Regresamos a la carrera séptima, esta vez sí con carros y buses –muchos–, y pasamos frente a una fachada de un piso que solo tiene puertas de garajes y una entrada para peatones. Es necesario pasar al andén del frente para entender que detrás de esa fachada se extiende, siguiendo la pendiente original del terreno, un tablero de ajedrez de techos y terrazas que cubre el proyecto de Camacho y Guerrero, modelo a seguir de vivienda escalonada de alta densidad en baja altura.

Finalmente, terminamos nuestro recorrido virtual en un barrio de vivienda asentado en el antiguo terreno de un campo de polo, de donde tomó su nombre. Allí se construyó un grupo de casas de dos pisos –proyecto de Arturo Robledo y Hans Drews–, apoyadas en dos muros de carga y con un tercer piso diseñado para recibir una ampliación, que llama la atención por la claridad de su diseño, donde nada faltaba ni nada sobraba. Actualmente lo que falta y sobra son las desafortunadas intervenciones de algunos propietarios.

También encontramos, en el mismo barrio El Polo, los edificios de Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, que en su momento sacudieron el mundo de los edificios de apartamentos de baja altura por su atractiva distribución de viviendas y su acertada implantación en el sitio.

Todos los ejemplos visitados siguen siendo admirados como muestra de arquitectura de gran calidad que, a pesar de tener más de treinta años –y algunos más de medio siglo–, son viejos que siguen desempeñando su función con dignidad. Son mis queridos viejos.

 

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Casa Shaio en venta

Esfera pública & Esfera privada

Septiembre 26 – 2016

El «espectacular» predio de la famosa casa en la que vivió Gonzalo Rodríguez Gacha no para de subir de precio. La primera valoración de la que oí hablar estaba por los 25 mil millones de pesos, la última va en 48 mil y, de ser cierto que habrá una puja pública, es de esperar que el precio suba un par de miles adicionales. Para algunos, la cifra no es escandalosa sino «apenas lógica» porque un lote como ese «vale una fortuna”. Para los de la supuesta especie con cola de puerco a la que pertenezco, lo espectacular eran la casa y su jardín y lo escandaloso es que semejantes casa y jardín, situados en la esquina de la carrera 13 con calle 86A, no sean parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad.

Casa Shaio ofertarLa casa fue construida para el doctor Eduardo Shaio por el arquitecto Rafael Obregón en 1956-57. De la familia Shaio pasó a la familia de González, uno de mis compañeros del colegio, por lo cual tuve la suerte de conocerla. Después vino El mexicano, luego Estupefacientes y el siguiente propietario será alguien con la capacidad de desenfundar 50 o 60 mil millones de pesos. Según el cronograma clavado al muro que acompaña el anuncio, esto debió haberse definido el 16 de septiembre.

casasahioUNal Antes que admirar la casa, que me parecía muy simple, lo que me deslumbraba por allá al final de los años 70 eran la piscina y el jardín. Ahora lo que me asombra es el sofisticado modernismo que le dieron Shaio, Obregón y el paisajista japonés Hoshino, y del cual sólo se viene a caer en la cuenta cuando ya era una ruina. A esta sofisticación le siguió una intervención del decorador William Piedrahita a base de muebles, tapetes, cuadros y porcelanas, que con mucho acierto mantuvo la neutralidad de la arquitectura y el esplendor del jardín. Después, según me contó un vecino que dice haber llegado al barrio por la época en que la propiedad pasó a manos de la Comisión de Estupefacientes, El mexicano redecoró la casa a punta de espejos, griferías, muebles exóticos y otros favoritos asociados con el éxito del negocio de la cocaína. Luego vino el cuidado descuidado de Estupefacientes, época en la que la casa fue saqueada hasta el último baldosín. Luego, ya sin nada de «valor», fue dejada a merced de unos indigentes de buen gusto que se la apropiaron y como lo recuerda quien me lo contó: “una noche, a mediados de los años 1990, el fuego con el que cocinaban y se calentaban se salió de control, la casa se quemó por completo, y acá llegaron ambulancias, máquinas de bomberos y carros de policía, por docenas, pues se sabía de los ocupantes y se temía que los hubieran quemado. Fueron ellos mismos quienes contaron lo que pasó”.

Aun con la casa devastada, el POT-2000 designó el predio como “institucional”, lo que motivó que una «institución» como el Colegio Liceo Francés tratara de comprarlo, como lote. El colegio adelantó un concurso arquitectónico entre exalumnos para estudiar la posibilidad de instalar ahí el preescolar del colegio. Pero en medio del concurso, según deduje de lo que me contó uno de los participantes, se les apareció el fantasma de la casa con el mensaje que el precio se estaba subiendo dramáticamente. El motivo: que esa tierra «vale mucho” y tiene «muchos interesados”. Como si el valor–patrimonial de una mansión moderna de más de 700 m2, con su excepcional jardín de casi 5.000 m2, careciera de mucho valor y mucho interés. Y como si el valor–económico del suelo fuera algo independiente de las normas de uso y altura que se producen entre las oficinas de Planeación Distrital y Camacol.

El paso de un predio institucional a un baile del millón tiene un precedente inmediato a pocas cuadras de La cabrera, en el Colegio Femenino de Colsubsidio, en Rosales. Situado en la calle 79B entre carreras 4 y 5, este predio también tenía un uso institucional, además de un edificio con protección patrimonial. A pesar de ello, la restricción desapareció, el uso cambió, el precio subió geométricamente y del predio brotó el conjunto Serranía de los Nogales, tal como del predio de El mexicano pronto brotará una Serranías de la Cabrera.

Aunque no es el caso porque la propiedad ya no pertenecía a los herederos de Rodríguez Gacha sino de una entidad estatal, es un hecho que muchos propietarios de casas y predios con restricciones patrimoniales están maniatados. Para defenderse, reclaman con razón que la Constitución del 91 protege la propiedad privada, y tienen razón. Sin embargo, la misma Constitución establece que la propiedad privada “tiene límites” y que será la ley la que determine el alcance de la libertad económica cuando “así lo exijan el interés social, el ambiente y el patrimonio cultural de la nación”. El problema se puede explicar como un asunto de falta de relación entre valor económico y valor patrimonial, o de falta de relación entre la esfera privada y la esfera pública.

Sin referirse a las esferas, el espíritu de la Constitución es evitar casos como la depredación que ya se dio con la Casa Shaio, o con la desaparición en curso de la Reserva Thomas van der Hammen. Dicho de otro modo: el espíritu de la ley apunta a proteger simultáneamente el interés público y el privado. O a evitar el abuso de poder en beneficio de uno u otro.

En la práctica, están por un lado los que consideran que eso del valor patrimonial es una tontería, y por otro los que consideran que eso del valor económico es una sinvergüencería. No obstante, más allá de los individuos que piensan de uno u otro modo, están las instituciones y las tradiciones que nos permiten pensar y proceder tan simplonamente y con tal falta de seriedad.

En un Estado serio, dice Héctor Abad, no se permite “que una ventana y una sala se vuelvan garaje [porque] uno no hace lo que le da la gana ni siquiera en su [propia] casa”. Esto a propósito de que su mamá alguna vez “compró un pichirilo, tumbó una pared del frente de la casa, y metió a su majestad el carro en la biblioteca a que goteara aceite” sobre un periódico. Antes de la Constitución de 1991, este improvisado garaje no era inconstitucional porque lo que alguien hiciera con su casa pertenecía a la esfera privada, como si se tratara de tatuarse un delfín en el cuello. Hoy, en una época diferente, el derecho del delfín continúa siendo parte de la esfera privada. El derecho del pichirilo ya no lo es.

En un Estado serio, digo yo, la esfera pública sería tan importante como la esfera privada; el valor económico sería tan valioso como el valor patrimonial y los alcaldes se dedicarían a administrar la ciudad, no a planearla. Y en una ciudad seria, nadie podría hacer lo que le dé la gana, empezando por Camacol y el alcalde de turno. Además, las intervenciones patrimoniales tendrían fines menos vulgares, por ejemplo: el colegio de Colsubsidio sería el preescolar del Liceo Francés, la casa Shaio sería un museo de arquitectura moderna, y la reserva van der Hammen sería el Centro de la Sabana de Bogotá.

* La primera imagen viene de la agencia de noticias de la Universidad Nacional. La segunda es del autor.

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América en ruinas

América en ruinas

Lo único que sabemos de la ciudad del futuro
es que nos tocará convivir con las ruinas del presente.
Kenzo Tange

La ruina es la muerte digna de la arquitectura. Es el cadáver mal enterrado de una cultura desplazada. Cada ruina tiene dos historias por contar: una historia de vida y una historia de muerte. En el caso de las ruinas famosas, la posteridad y la imaginación han creado historias a menudo tan fantásticas y mentirosas como todas las historias.

América, continente joven, alberga ruinas igualmente jóvenes. Es el caso de Tikal en Guatemala, la más antigua ciudad levantada por los mayas en el siglo IV a.C., abriendo un claro en medio de la espesa selva cuando las serpientes eran emplumadas. Tuvo su máximo florecimiento entre los años 200 y 900 d.C. y fue abandonada a finales del siglo X. La selva recuperó su espacio y sepultó la arquitectura con su manto de distintos tonos de verde, y regresaron la algarabía de los loros y los aleteos de los quetzales. Hasta el siglo XVIII, cuando el hombre salió en defensa de  las construcciones en piedra y la selva, fue parcial y temporalmente derrotada.

Más al norte, en Yucatán, se encuentran las ruinas de Uxmal, ciudad maya botada en medio de una planicie árida donde el sol es abundante y el agua y las sombras son escasas. Su historia de vida se remonta a su primera ocupación en el siglo VII y la segunda en el siglo X. Después fue abandonada. El ocaso de Uxmal coincidió con el despertar de Chichén Itzá, otra ciudad yucateca en un valle polvoriento donde la brisa nunca llegó, que tiene una historia similar. Su principal desarrollo fue entre los siglos X y XIV y, al igual que Uxmal, murió por abandono. Todavía en México, pero esta vez en Chiapas, la mayoría de las construcciones de la ciudad maya de Palenque se levantaron del siglo VI al X. Después las abandonaron.

Más abajo –si es que el mundo tiene arriba y abajo– en Honduras se encuentran las ruinas de la que fue capital del imperio maya: Copán. Su historia de muerte –la causa de su abandono–, como la de las otras ciudades mayas, es todavía un misterio. La teoría más aceptada –pero por ahora una teoría– es la superpoblación y el agotamiento de los recursos naturales. A excepción de Tikal, sus emplazamientos en tierras áridas hacen factible esta poco imaginativa hipótesis.

La mayoría de las tribus que habitaron al norte del Río Grande y al sur de Mesoamérica construyeron con materiales perecederos que desaparecieron sin dejar huella distinta de algunos artículos de cerámica y orfebrería. Entre las contadas excepciones que dejaron algo más que adornos de oro y tiestos de barro, se encuentra Ciudad Perdida en las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, donde mueren los Andes suicidándose en el mar como Alfonsina Storni. Perdida –como su nombre lo indica– en la selva y mirando al Caribe, sus terrazas circulares unidas por caminos de piedra nos permiten imaginar lo que fue uno de los asentamientos de la cultura Tayrona, que llegó a tener un millón de habitantes antes de su desaparición. Solo fue descubierta en 1975.

Pero no todas las ruinas son residuos de un pueblo habitado y devastado. Al sur, aún sobre los Andes y todavía en Colombia, encontramos los restos de un ejército de guerreros monolíticos que cuidan la muy antigua necrópolis de San Agustín –siglo XXXIII a.C.–, que empezó a ser saqueada por guaqueros desde el siglo XVIII. Hoy es un parque diezmado por el robo continuado de negociantes y museos.

Remontando más los Andes, donde se junta la tierra con el cielo y donde antes de la llegada de los Incas solo los ángeles, los cóndores y el viento se atrevían a subir, se encuentra una de las ruinas más impactantes del mundo: Machu Picchu. De su historia de vida solo se sabe que su fundación se remonta a mediados del siglo XV, pero se desconoce el motivo de su construcción y las razones para su ubicación. Tampoco se sabe por qué fue abandonada. En 1630 fue saqueada por los españoles.

La Isla de Pascua, geográficamente en Polinesia pero políticamente en América –pertenece a Chile– fue habitada inicialmente por la etnia Rapa Nui que llegó de la isla Hiva en el siglo IV. Los Rapa Nui formaron en la playa una fila de medios gigantes en piedra que oteaban desafiantes el horizonte. Su fiero aspecto, sin embargo, no pudo detener los barcos esclavistas que entre 1859 y 1863 se llevaron más de mil nativos, iniciando su extinción. Recientes excavaciones descubrieron que los gigantes monolíticos son completos, enterrados de la cintura para abajo, y nada se sabe sobre su construcción y desplazamiento.

También hay ruinas igualmente importantes pero poco publicitadas, que se han salvado de ser asfixiadas por el turismo. Una de ellas es Chan Chan en la costa norte del Perú, capital de la cultura Chimú, y considerada la más grande ciudad en adobe del mundo, cuando fue saqueada y quemada parcialmente por Huayna Capac. Tenía 500.000 habitantes. Un siglo después, tras la conquista, la población se había reducido a 40.000. Durante el virreinato –1532 a 1821– los saqueos, buscando un supuesto tesoro de plata y oro, acabaron con lo que quedaba de la ciudad.

En la región de los Guaraníes, entre Argentina, Paraguay y Brasil, aparecieron un día unos hombres altos, blancos y con sotana, seguidos de una tropa de indígenas bajitos, oscuros y sin sotana, y empezaron a construir con el sudor de la frente –de los bajitos, oscuros y sin sotana, lógicamente– 30 pueblos misioneros donde los blancos, altos y con sotana se dedicaron a la terca e inútil tarea de los misioneros, de cambiarle los dioses a todo lo que caminara en dos pies. Hasta que en 1762 el Rey Carlos V expulsó a los jesuitas de sus colonias. Y esta es la historia de muerte de las Misiones Jesuíticas Guaraníes.

Pero detrás de las ruinas muy famosas y menos famosas hay millones de ruinas anónimas sin ninguna historia, lo cual permite que cualquiera pueda imaginar y adjudicarle hechos y leyendas, tan poco confiables como las historias consideradas veraces, pero seguramente más interesantes y divertidas. Como ejemplo voy a inventar la historia de una ruina existente en el cruce de la calle de Los Siete Infantes y la calle de La Carbonera en Cartagena de Indias. En el año 1720, una esclava dio a luz en un solo parto siete hijos de su amo –seis varones y una niña– lo cual dio lugar al nombre de la calle. Veinte años más tarde, un pirata descrito por Joaquín Sabina como cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhan, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera”, se enamoró perdidamente de la niña, a la sazón una hermosa mulata veinteañera, y le pidió que se fuera con él. La mulata lo rechazó y el pirata enfurecido juro que vendría por ella, costase lo que costase. Entonces viajó a Inglaterra y convenció al Almirante Vernon de que se tomara a Cartagena. El 13 de marzo de 1741 Cartagena divisó con horror en el horizonte 186 buques con 2.000 cañones, 27.600 hombres, y una carabela que tenía por bandera un par de tibias y una calavera. El sitio duró sesenta y ocho días pero finalmente el defensor de la plaza, don Blas de Lezo, con un puñado de valientes, derrotaron a Vernon quien huyó con los maltrechos barcos que le quedaban y todos sus hombres sobrevivientes. Todos menos uno: el pirata de la pata de palo, con parche en el ojo y con cara de malo. Disfrazado de Blas de Lezo –quien también tenía parche en el ojo, pata de palo y posiblemente cara de malo– atravesó la derruida ciudad y corrió a la casa de Los Siete Infantes para raptar a la mulata. La encontró muerta por una bala de cañón de su propio barco. Entonces, para borrar los vestigios de su amor fracasado, incendió la casa con el cadáver de su amada.

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¿Dejar así?

Enero 14 – 2013

Para comenzar el año me propongo revisar qué pasó durante el anterior con algunas construcciones que incumplen las normas urbanísticas. Aventuro además un par de presagios de año nuevo, relacionados con las transgresiones a las que les auguro éxito; y con la única que creo que no lo tendrá: el Parque Bicentenario para los que insisten en no haber «violado» nada; el Parque de la Independencia para los que creemos que lo han «violado» todo.

Las pruebas están al alcance de cualquiera. Por lo general, basta un flexómetro para corroborar que la licencia legalizó algo que no debía, o que un curador, un constructor o los dos, hicieron trampa. Aun sin medir, en muchos casos basta contar ladrillos para corroborar que un muro que por norma no debía medir más de 1.50, tiene por lo menos el doble; o que un sótano al que hay que subir para entrar no es un sótano; o que si uno cuenta el número de pisos del edificio, por más que cuente y recuente, no le da lo que dice la valla de la curaduría.

En el Parque de la Independencia basta ir a visitar la obra de la 26 para percibir el mismo olor a alcantarilla. En este caso, sin embargo, no hay curador de por medio porque el proyecto comenzó sin aprobación. Y sigue sin «aprobación», aunque siempre tuvo la «autorización» del Ministerio de Cultura. Los implicados son varios pero la cadena empieza por el Ministerio, el cual todavía insiste en negar su responsabilidad por el visto bueno inicial que le dio al proyecto Parque Bicentenario. Lo hace probablemente bajo la convicción de que una mentira repetida con la suficiente tenacidad se convierte en verdad.

Antes de abordar esta apuesta a favor de la ciudad, veamos cinco ejemplos, también emproblemados, que probablemente pronto se desemproblemarán, en detrimento de la ciudad.

Fedegán

El edificio para la Federación Colombiana de Ganaderos que está en construcción en Teusaquillo –calle 37, abajo de la Caracas– fue aprobado por primera vez el 12 de agosto de 2009 y después de dos sellamientos por parte de la Alcaldía de la localidad –6 de diciembre de 2010 y 13 de junio de 2011– terminó el 2012 con una nueva licencia, concedida el 27 de agosto por un nuevo curador urbano -diferente al que concedió las dos anteriores y negó la tercera– para que Fedegán terminará el año como si hubiera recuperado la visa para los Estados Unidos.

Pasó lo predecible cuando surge un problema en este tipo y el asunto pasa directamente a una oficina de abogados o a un departamento de Jurídica. De ahí en adelante, cualquier acusación contra el Cliente se vuelve un asunto de vencer o morir, en manos de un hermeneuta experto en dilación de procesos que se ocupará, sistemática y pacientemente, de invalidar lo que le pongan al frente. Que faltó una fotocopia o una tilde; que no se puede demandar al curador como persona sino a la oficina que representa, o al revés; que el funcionario que hizo la medición no tiene un metro certificado por ICONTEC, o que se pasó un semáforo en rojo o que tiene una amante. Lo que sea, con tal de poner a rodar un Auto tras otro, que le añada otros seis meses al proceso; y luego otros seis, y seis más, hasta que el opositor se desespere; o se le venzan los términos; o quiebre.

Entre tanto, la estructura del edificio continúa teniendo los mismos tres metros adicionales de altura, y el sótano sigue sobresaliendo más de los 25 centímetros que permite la norma y más de los 1.50 metros que, por error, le autorizó la curaduría. Error porque en Teusaquillo no puede haber semisótanos.

Serranía de los Nogales

Los vecinos de los barrios Rosales y Patiasao optaron por no dejarse embestir por el conjunto de edificios Serranía de los Nogales -calle 79B con carrera 4- en el cual no sólo se retorcieron las normas en busca de metros cuadrados para la venta, sino que el conjunto se ubica en un lote cuyo uso fue cambiado, súbitamente, de Dotacional a Vivienda, un 28 de diciembre, tres días antes de que Luis Eduardo Garzón entregara la alcaldía.

En el predio funcionaba el Colegio Femenino de Colsubsidio. Al irse el colegio, el uso debía permanecer como institución. Evidentemente, si a un predio como este se le cambia de uso a vivienda, su valor sube automáticamente en miles de millones de pesos. Si estos excedentes hubieran llegado a las arcas del Distrito, y si el cambio de uso hubiera sido para mejorar el barrio, estaríamos hablando de un doble beneficio para la ciudad. Pero ni lo uno, ni lo otro.

En cuanto al manejo de las normas, los edificios de Serranía de los Nogales tendrán entre dos y tres pisos adicionales de altura, por cuenta de un recurrente acto de magia curatorial para terrenos con pendiente, que ubica los sótanos y semisótanos en los primeros pisos; y el antejardín, privatizado, varios metros por encima del andén. El «esguince jurídico» se hace aludiendo a el «nivel original» del terreno, cuando la norma está pensada para el peatón y se refiere con claridad al nivel por el que camina un peatón.

Portal de Calatrava

Un día me dirigía al cerro de la Conejera, y por cuenta de un hueco en la vía detuve el carro justo frente al conjunto Portal de Calatrava en San José de Bavaria –calle 183 con carrera 76–, una agrupación de ocho casas que todavía está en construcción. Al ojo, la comparación con los vecinos parecía otro ejemplo de «esguince». Tomé las fotos del caso, verifiqué las normas con ayuda de un arquitecto que ha trabajado en la urbanización y me animé a solicitar la mediación de la Comisión de Veeduría de las Curadurías Urbanas. Envié la carta el 3 de agosto del 2012. Me respondieron que estudiarían el caso y sólo volví a saber del proyecto a través de una foto enviada por un amigo desde un celular, en la que se ve una obra más avanzada y sin la valla de la curaduría.

Por intermedio del arquitecto que me ayudó con las normas, logré contactar a un vecino, al que le pedí tomar el relevo con la reclamación, pensando que buena parte de lo tedioso ya estaba hecho. Su respuesta es un testimonio de porqué los transgresores se pasean tan cómodos por la ciudad: “Uno no sabe quién esté haciendo eso ni quiénes puedan haber comprado, así que mejor no meterse en problemas”. Omertá, le dicen a esto en Italia.

La norma inicial de la urbanización exigía aislamientos laterales de 10 metros. La de hoy sólo exige la mitad pero este conjunto cubrió el 100% del aislamiento con marquesinas. No he visto los planos pero probablemente al área se le denomina «zona húmeda y a las marquesinas «pérgolas».

Lares 78

Hice a título propio la solicitud a la que acabo de referirme porque tenía confianza en la Comisión de Veeduría de las Curadurías Urbanas. Conocía el caso de los propietarios del edificio los Cerezos, a quienes la Comisión les había respondido que “sí”, que el edificio vecino a los Cerezos, el Lares 78 –calle 78 con carrera 9– “violaba” por lo menos una norma. Como el «concepto» de la Comisión no es suficiente para revocar una licencia o destituir un curador, se dirigieron a Planeación y ahí se toparon con Jurídica, que es como toparse con la Iglesia.

La respuesta de Planeación deja las cosas donde comenzaron. El documento empieza por despilfarrar quince o veinte páginas en tecnicismos de diversa índole, sumados al abuso empalagoso del adverbio “respetuosamente” y a un sinnúmero de frases interminables en las que si uno hace una pausa para respirar, pierde el hilo. Hasta que llega al clímax del último párrafo, en el que se confirma que si bien el Lares 78 “sí” viola las normas, como no se puede probar que en la violación haya habido mala fe, nada se puede hacer. Y firma el Obispo.

A pesar de la desazón, a los residentes les alcanzó el impulso para consultar una firma de abogados experta en el tema. La respuesta resultó peor que el sainete del comunicado de Planeación, pues les dijeron que «claro, con mucho gusto» pero que consideraran que el proceso podría tomar varios años, que no había ninguna garantía y que les iba acostar varios millones. Traducido, les dijeron: mejor olvídenlo.

Rosales 75

La idea que ahora tengo de cómo se mueven estos asuntos entre curadores, constructores, funcionarios y abogados salió de un cruce entre los casos que he mencionado y el peritaje que un Juzgado Administrativo le solicitó a la Universidad Nacional, para el cual fui designado como el Perito. Y acepté. Se trataba de una demanda contra el edificio Rosales 75 –carrera 4 con calle 75– por “violación” de normas. Después de revisar los quince o veinte AZ que constituyen el expediente, me pareció evidente que el edificio Rosales 75 incumplió varias normas, en especial tres, sobre las que presenté un informe de once páginas, el 21 de febrero de 2012. Concluyo en el informe que el edificio construido incumple las normas relacionadas con sótanos y semisótanos, antejardines y espacio público, y altura del edificio en pisos. Además, que una de las faltas es responsabilidad del constructor, otra del curador y otra de los dos.

Cuando daba el caso por olvidado, recibí un par de cuestionarios remitidos por el Juzgado, con preguntas de dos abogados defensores diferentes. Ninguna pregunta se ocupaba de mostrar que mis razonamientos fueran falaces o incorrectos. En las respuestas tuve que repetir varias veces, esta vez mediante un informe de veintiún páginas, presentado el 11 de septiembre, que la “capacidad científica” para entender un problema de estos depende de una comprensión de la norma y del conocimiento de lo que miden las diferentes partes de un edificio como “hecho construido”. Y que todo lo que se requiere por parte de un «experto» es constatar las incongruencias entre los planos y el «hecho construido».

En el informe no lo dije, porque como perito no me correspondía ir más allá de analizar evidencias y concluir sobre las mismas, pero considero que todas las inconsistencias son intencionales y no se pueden realizar sin un segundo juego de planos. Son lo que en Colombia algunos aceptan como Gajes del oficio y que otros las conocemos mejor como Avivatadas.

Vaticinios

Con Fedegán, empezamos el 2012 con una obra sellada por segunda vez y lo terminamos con un proyecto aprobado por tercera vez. Si tuviera que apostar, lo haría porque la Federación ganará y terminará su Frankenstein, esencialmente por agotamiento y hastío de los opositores. Podría ocurrir que la Alcaldía de Teusaquillo vuelva a sellarla, pero “alguien” lo tiene que solicitar y lo más probable es que quienes se animen a volver a empezar un nuevo proceso, estarán cada vez más agotados, hastiados o quebrados.

Con Serranía de los Nogales y Rosales 75, también apostaría a favor de que ganarán, sin perder un sólo metro cuadrado de ventas, aunque seguramente les costará una buena plata en abogados. Además de plata, puede que les tome tiempo; y si no es durante el 2013, será el siguiente, o el siguiente… Incluso, me atrevo a insinuar que si nos descuidamos con los predios en Extinción de dominio que maneja Estupefacientes, podría llegar a pasar algo similar a lo que ya sucedió con el Colegio de Colsubsidio. Por ejemplo, que el próximo 28 de diciembre, el predio de la excasa de Rodríguez Gacha en la Cabrera se convierta en el sitio perfecto para el nuevo centro comercial de Pedro Gómez y Compañía. Con el precedente del excolegio, es mejor ser precavidos.

Con Portal de Calatrava y Lares 78 ni siquiera hay caso. Nadie los ha demandado y aparte de mí creo que ya nadie habla al respecto.

Parque de la Independencia

El proyecto de un parque que conmemoraría el bicentenario de la independencia se dio a conocer al público a través de la prensa, el 20 de julio de 2010. La autorización del Ministerio se produjo oficialmente una semana después, el 27 de julio de 2010, a través de un documento dirigido al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDPC. A pesar de insistir que se trató apenas de un «concepto técnico», el documento dice con claridad que se trata de una autorización: “Referencia: Autorización proyecto Parque Bicentenario localizado en inmediaciones de varios inmuebles declarados Bienes de Interés Cultural del Ámbito Nacional”.

Además de negar la autorización, el Ministerio insiste en defender que “no tenía competencia” para decidir sobre el Parque de la Independencia porque el Parque no era un Bien de Interés Cultural, BIC. Es cierto que no era un BIC, aunque ahora sí lo es, mediante una declaración hecha a posteriori, como parte del intento por invisibilizar el problema. También es cierto que el Parque siempre ha sido parte del Área de influencia de las Torres del Parque, que sí es un BIC, lo cual es suficiente para que cualquier intervención en el Área de influencia del BIC cuente, necesariamente, con la “autorización” del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural.

Al Ministerio le ha ido bien hasta el momento encubriendo el error y reclamando que no puede “aprobar” porque no le compete. Es verdad que no le compete «aprobar» pero sí “autorizar”, que para el caso significa darle un visto bueno, que fue lo que hizo con ligereza y ahora niega con pasión. Al que no le ha ido bien es al Parque, pues ya le talaron innecesariamente más de cien árboles y tampoco le ha ido bien a la ciudad que está pagando los costos de improvisación. Todo porque el Ministerio, en lugar de corregir el error, decidió pasar el asunto a Jurídica, en busca de tiempo y olvido. Desafortunadamente para el Ministerio, apareció un colectivo de ciudadanos llamado Habitando el territorio que ni olvida ni se asusta. Y que con exiguos recursos se las ha arreglado para no dejarse empapelar.

Antes de terminar el 2012, en medio de las dilaciones y yonofuis de rigor, apareció repentinamente una nueva Comunidad interesada en “rescatar” el proyecto Bicentenario. Se trata de un grupo liderado por el abogado que maneja los litigios de Colpatria, apoyado por miles de ciudadanos, la mayoría empleados de Colpatria. Invocando la democracia, este Colectivo aspira convertir el problema de la obra inconclusa sobre la 26, en el capricho estético de unos enemigos del «progreso» que viven en las Torres del Parque.

Comienza el 2013, pues, con el Parque de la Independencia, o con el llamado Parque Bicentenario que se construye al lado y encima del Parque de la Independencia, con varias discusiones en curso: que si se termina parcial o totalmente; que si se termina según el último de los diseños o hay que esperar al próximo; que si se cambia o se deja el arquitecto; que si el nuevo encargado se elegiría a dedo o por concurso; que si se demuele y se deja la ruina o se hace un buen puente… Sea como sea, cualquier decisión al respecto debería estar precedida de los resultados de la investigación que adelanta la Contraloría.

Vaticinio

Concluidas las investigaciones y tomadas las medidas del caso, apostaría que la solución a la que se llegará será la demolición de las dos plataformas estacionadas frente al Museo de Arte Moderno y el Quiosco de la Luz. Creo esto porque sabemos que de cumplir las normas actuales al pie de la letra no sale necesariamente una Gran Ciudad, como sabemos también que antes que ponerse a cambiar estas normas hay que empezar por cumplirlas; y lo creo, sobre todo, porque considero que a diferencia del colectivo Habitando el territorio cuya intención desde el comienzo ha sido llamar la atención sobre las eventuales ilegalidades del proyecto Parque Bicentenario, la intención del nuevo Colectivo Colpatria parece ser el muy colombiano “vamos pa´lante” que acabará convirtiéndolos en escorpiones.

Veremos, pues, si el 2013 nos deja con que la intervención del nuevo colectivo sirvió para promover la Plaza de conciertos Colpatria en el Parque Bicentenario, o si termina ayudando a descarrilar el eventual Carrusel del Bicentenario en el Parque de la Independencia. Si logramos aclarar las cosas o nos quedamos en el colombianísimo “eso, deje así”.

Voto, además, porque a lo que se haga se le quite el innecesario nombre Bicentenario para dejarlo como lo que le corresponde: una prolongación del Parque de la Independencia.

 

Juan Luis Rodríguez

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El Colón: la historia se repite

Agosto 21 – 2012

El domingo 12 de agosto, a través de El Espectador, nos enteramos de las opiniones de Mariana Garcés, ministra de Cultura, y de Clarisa Ruiz, Secretaria de Cultura de Bogotá, explicando cómo harán para convertir el Teatro Colón en un teatro soñado. Dice la ministra: “sabemos lo que queremos hacer, pero todo depende de los predios que tengamos”. Y al referirse a lo necesario para realizar lo que ya tienen claro, resulta que es necesario demoler varias edificaciones de “interés cultural”. Dice el articulista que Ministra y Secretaria coinciden en que “llegado el caso, se podría tomar la decisión de quitarles la categoría de protección”. Para redondear, la Ministra se declara en desobediencia civil contra el Plan de Revitalización del Centro del alcalde Petro: “Todavía no me lo han radicado y el que lo aprueba es este Ministerio” Y concluye: “La revitalización es lenguaje”. En mi opinión, tales declaraciones “demuestran” que además de exceder sus competencias, confunden cultura –sea como sea que la entiendan– con patrimonio cultural arquitectónico y urbano, el cual evidentemente no entienden.

Teatro Colon, Bogotá

En el Parque de la Independencia, el Ministerio de Cultura ya había mostrado un atrevimiento similar al exhibido ahora para cambiar el estatus patrimonial de unas casas en la Candelaria. Sin pasar por el Consejo Nacional de Patrimonio ─lo cual era obligatorio─ le transfirió al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) la potestad para hacer lo que éste quisiera con el Parque de la Independencia. Y así fue. Pero cuando la ministra se dio cuenta de la irregularidad en la que había incurrido –que ella preside el comité que se habían saltado– en lugar de corregirla, se asoció con Planeación Distrital para legalizar, a como diera lugar, una operación que incluye un gigantesco y hasta ahora inexplicado sobrecosto (ver: Cuentas Bicentenarias). Estamos entonces con una obra en el limbo, con un grupo de funcionarios empecinados en la legalización de un parque dos veces más grande de lo que permite el área disponible, con un sobrecosto multimillonario, y con todo el aparato burocrático distrital negando, en coro, cualquier viso de irregularidad o ilegalidad. Además, buscando engatusar a un grupo de “señoras” –no engatusables– que se quiere «oponer al progreso” de la ciudad.

Como información de interés cultural, conviene saber que para demoler una casa “protegida” en cualquier parte de la ciudad, incluido el centro histórico, basta contratar un “experto” al que se le paga por “un concepto” que diga que la casa no sirve para nada, que está en ruina, que constituye un peligro para sus habitantes, que tiene mala factura, que ha sido lamentablemente alterada, y cosas por el estilo. Luego, el interesado en la demolición persuade al director de Planeación para que firme la sentencia de muerte, basándose en lo que se denomina un “concepto técnico del Consejo Asesor de Patrimonio Cultural”. Esto mientras sale el decreto de traslado de funciones (que lleva tres años en proceso) para que sea de una vez la Secretaría de Cultura la que se ocupe sin mediadores incómodos del manejo de la guillotina.

En la reciente restauración del teatro se hicieron modificaciones como el cambio de la tramoya manual, la silletería, los papeles de colgadura y la lámpara central, la cual, como dato curioso, había donado Laureano Gómez. Además, a la entrada le cambiaron la relación con la calle mediante un atrio que ocupa parte del espacio público. Sobre las intervenciones interiores no tengo opinión porque no las conozco. Sobre el atrio añadido, me parece un exabrupto que, al igual que el llamado Parque del Bicentenario, invade un área que no le corresponde.

De lo que acabamos de enteramos por el periódico es que el proyecto del Colón tiene segunda etapa y que para ello el Ministerio de Cultura vimos que tiene ahora como socia a la Secretaría de Cultura de Bogotá. Según las declaraciones en la prensa, el consorcio considera más importante el proyecto secreto del Colón que el plan de desarrollo del alcalde para la revitalización del centro. Lamentablemente, parece que estamos ante un nuevo caso de incompetencia en el que ministra y secretaria de “cultura” se niegan a entender que no hay nada que negociar para ampliar el Colón. Paradójicamente, quienes por definición deberían velar por el patrimonio cultural de la nación y la ciudad, se convierten de la noche a la mañana en emperatrices de la incultura y la arbitrariedad.

visual calle 11 carrera 5

 

visual carrera 5, calle 11

Se supone que la Secretaria de Cultura cuenta con el IDPC para proteger el patrimonio de Bogotá, pero tampoco parece consciente de ello. La razón por la que una Secretaria de Cultura, al parecer sin la menor idea de patrimonio arquitectónico y urbano, termina por tener tanto poder, se debe a una reforma administrativa de Lucho Garzón. El IDPC –antes Corporación La Candelaria– dependía directamente del despacho del Alcalde Mayor, pero pasó a depender del sector de la cultura, en un renglón bastante bajo. Antes, el Alcalde se apoyaba en un “experto” al que dejaba actuar. Ahora, la Secretaría de Cultura decide sobre temas que no conoce con suficiencia. Un amigo me explicó que la operación de quitarse de encima el IDPC se parece a cómo la Iglesia resuelve lo de los curas pederastas: trasladándolos. Los primeros dos períodos de este experimento nos dejaron una buena prueba de ello: un director, arquitecto, que hizo obedientemente de mandadero. Ya veremos qué pasa con la nueva directora, arquitecta, y si es capaz de oponerse a la agenda común de Ministra y Secretaria, sin perder el puesto. Y veremos si Alcalde se interesa por lo que hasta ahora parece venir ocurriendo a sus espaldas.

Considero que la intervención para el Nuevo Colón es inconveniente por tres motivos:

Primero, porque el Colón no se puede convertir en un teatro para representar todo tipo de géneros teatrales o musicales, con capacidad para más espectadores de los que hoy caben en su platea y sus palcos. Se puede adecuar y actualizar en ciertos aspectos técnicos y funcionales, pero su propia naturaleza de pequeño teatro no permite que reciba ni el doble de asistentes, ni al Circo del Sol, ni las óperas que sí puede albergar cualquier teatro, contemporáneo o antiguo, construido para tal fin. Si el Colón es un bien inmueble de interés cultural nacional, e incluso si no lo fuera, su conservación dependería de entenderlo como arquitectura histórica que contiene los valores de una época. En pocas palabras: no puede ser el Julio Mario Santo Domingo ni tampoco el Colón de Buenos Aires.

Segundo, en consecuencia con lo anterior, porque cualquier proceso de restauración debería supeditarse a los valores arquitectónico-culturales del inmueble, que son múltiples: históricos, estéticos, constructivos, decorativos, simbólicos y urbanísticos. Hay edificios con uno u otro valor. Éste los tiene todos.

Tercero, porque la cultura no es negociable y el patrimonio no es un objeto comercial propiedad de uno u otro funcionario. El patrimonio cultural inmueble es un recurso no renovable y si no se cuida se pierde. El edificio es de la Nación, y el Ministerio de Cultura, como ente rector encargado de proteger y conservar el patrimonio, debe entender que la conservación de un bien como éste incluye el centro histórico de Bogotá como lugar en donde se localiza. Para comenzar, se necesitan responsabilidad y mesura para emprender la tarea.

Hay que ver lo que se demora el trámite para construir un baño en el centro histórico, pero cuando se trata de duplicar el área de un teatro como el Colón, o el área del llamado Parque Bicentenario, si se trata de funcionarios con poder, basta querer para poder. Y el público se entera cuando diseño y contrato ya están adjudicados y en marcha. Desgraciadamente para la alianza temporal de estas dos funcionarias de la cultura, la información “se filtró” y el proyecto del Nuevo Colón tendrá que salir de la clandestinidad. Para la muestra: en Arcadia y El Tiempo ya aparecieron las primeras propagandas, contando la maravilla que se hará pero olvidando piadosamente los medios para lograrlo.

Con gobernantes así, para qué enemigos.

Juan Luis Rodríguez

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Fedegán: liposucción imposible

Octubre 10 – 2011

Ayer, por cuenta de un amigo que me obsequió el artículo de El Tiempo del viernes 30 de septiembre de 2011, me enteré que «El director del IDPC, Gabriel Pardo, acaba de aprobar las terceras modificaciones» al edificio que intenta construir Fedegán en Teusaquillo. Según el artículo, Pardo argumenta que «se ha dado el concepto favorable porque en los 11 planos presentados muestran que solucionarán las situaciones presentadas». El artículo se titula «Dura polémica por nueva sede que está construyendo Fedegán», y concluye:»Falta ver qué dicen los urbanistas y la Sociedad Colombiana de Arquitectos».

Si los “urbanistas” somos quienes anteriormente hemos protestado, asumo que pronto habrá una respuesta conjunta de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá –SMOB–, el capítulo Arquitectos uniandinos de la Universidad de los Andes -Arquiandinos- y la seccional Bogotá-Cundinamarca de la Sociedad Colombiana de Arquitectos; entidades que pidieron investigar al director del IDPC y a la arquitecta de Fedegán. Pero si se espera que la SCA-Nacional se manifieste, podemos contar con tener algo parecido a la espera sobre el Palacio de Justicia.

Por la vía de la Razón, la ilegalidad de Fedegán en Teusaquillo sólo tiene dos posibilidades de cumplir con las “situaciones presentadas” a las que alude Pardo: inventar una técnica llamada lipoconcreto, o demoler y volver a empezar. No obstante, como en el mundo estamos, también está el Poder como tercera posibilidad. En el caso del edificio para la Federación de Ganaderos, esta tercera vía fue la adoptada, operando así:

Fedegán primero consigue una arquitecta sin escrúpulos con quien “habla” y le explica qué necesita y “cómo son las vainas”. Acto seguido, ella “habla” con el director de Patrimonio para explicarle a su vez “cómo es que son las vainas”, y para asegurarse que éste pierda cualquier escrúpulo que le reste, después de dos alcaldías en el cargo. Luego, una curadora aprueba los planos, sin importar lo que contengan, pues entiende que vienen «recomendados». Hasta acá no hay más que juntas directivas,tinto, palabras, grandes pliegos de papel y “arte” de la política.

El paso siguiente es la construcción del edificio, donde de manera intencional y en contra de lo aprobado, se le hace «strecthing» a la estructura en todas las direcciones posibles. Con la mala fortuna que cuando la Alcaldía de Teusaquillo revisa la obra, lo que hace no es verificar papeles adulterados sino concreto fraguado, imposible de esconder, al modo de un segundo juego de planos. Entonces, la Alcaldía comprueba empíricamente las falsificaciones y sella la obra.

Sigue la historia. Hábilmente, Fedegán tumba lo único que de todos los estiramientos se podía tumbar, un voladizo en el costado sur de la estructura, logrando así el levantamiento del primer sello. No obstante, por insistencia del Taller-SMOB, la Alcaldía de Teusaquillo vuelve a medir y corrobora que si bien se corrigió un aspecto, los demás siguen idénticos. Y sellan por segunda vez.

Entonces, el Poder reaparece. Y ahora, vía El Tiempo, nos enteramos que el director de Patrimonio, con su cultivada habilidad para el eufemismo y la dilación, responde que los nuevos planos “muestran que solucionarán las situaciones presentadas”.

Solo falta un paso. La decisión por parte de la Curadora No. 3 de hacerse, o no, parte del juego de la legalización propuesta por el IDPC.

Si lo logran, no será porque Fedegán, el Instituto y la arquitecta hayan demostrado razonablemente que no hay, y nunca hubo, Trampa. Si lo logran, todo se reducirá a un complot por parte de la SMOB, Arquiandinos, la SCA-Bogotá, la Alcaldía de Teusaquillo, y por supuesto, yo, para enlodarlos y manchar su reputación. Si lo logran, quedaremos entonces con una obra legal-izada mediante un abuso de Poder. Y quedaremos con la pérdida de una casa a la que se le levantó la restricción patrimonial para dar paso a un esperpento legal-morfológico, incrustado en Teusaquillo.

Mientras tanto, la SCA-Nacional permanece como un avestruz, cuidando su «imagen».

A quien necesite «pruebas» le bastará ir hasta la 37, pararse frente al edificio, con la reglamentación en la mano, y sacar sus propias conclusiones. O para mayor seguridad, puede consultar las pruebas que ya, metro en mano, produjeron el Taller SMOB y la Alcaldía de Teusaquillo.

A quien se pregunte cuál es la «Dura polémica» a la que alude el titular de El Tiempo, debe saber que polémica que nunca la hubo ni la habrá. Lo que hay es un triunfo del Poder.

En el futuro cercano, a quien se pregunte qué pasó, si es que la Curadora No. 3 o algún otro curador lo permite, deberá bastarle saber que el edificio construído incumple las normas y los planos aprobados; y que sin embargo, se hizo porque el IDPC funciona como una lavandería de licencias, siempre y cuando el interesado sea lo suficientemente poderoso. Porque si usted es un ciudadano de a pié, téngalo por seguro que el IDPC le hará ver estrellas para aprobarle la remodelación de un baño, poniéndole por delante la palabra Patrimonio, como si se tratara del testamento de Simón Bolívar. En cambio, cuando el «ciudadano» tiene a mano otra palabra como Poder, el negocio es tan simple como la transacción de un CD, en cualquier esquina de Bogotá.
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– ¿Es que a usted le cuesta entender esto del Poder?, me pregunta un filósofo amigo.

– No es que me cueste, hombre. Es que no lo acepto. Se parece demasiado al principio de relajarse y disfrutar la violación, dada su inevitabilidad. ¿O es que a usted, o a alguna filosofía, le parece válido?

– Pues a mí no, claro que no. Pero como usted parece haberlo olvidado, le recuerdo que filosofías hay para todo y que la del Marqués de Sade también es parte de la historia de la filosofía. Además, no se le olvide que tipos como Spinoza son el peor camino posible para entender el Mal.

Juan Luis Rodríguez

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