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El Reinado de las Por Qués

Definitivamente, Colombia es un país de locos. ¿Cómo se explica que sucedan tantas cosas absurdas que no tienen respuesta? O dicho en otras palabras: ¿por qué hay tantos porqués que no tienen su correspondiente porque? Son tantos que podríamos hacer –como tanto nos gusta– un reinado. El Reinado de las Por Qués.

Veamos solamente las finalistas. Empecemos por la segunda princesa, destacada por lo trágica, inhumana y repudiable; ¿por qué la solución a un litigio de tierras entre dos campesinos termina con la muerte de cuatro niños inocentes?

Sigue la primera princesa, que se mueve con gran habilidad por la pasarela, entre la estupidez, las relaciones escondidas y el negocio turbio: ¿por qué un general del ejército colombiano, hoy conocido como el “General Papaya” –que definitivamente no pertenecía al Cuerpo de Inteligencia– termina secuestrado por internarse, contra todos los protocolos, en una zona de guerrilla, desarmado, vestido de civil y acompañado solamente de una abogada bonita y un cabo discreto? Si al menos se hubiera hecho acompañar por otro cabo, tal vez conoceríamos la respuesta. Atando cabos.

La virreina –título merecido– es el grupo de ingenieros bogotanos que obtuvieron los mejores puntajes en práctica profesional inhumana e irresponsable: ¿a quién se le ocurre hacer una prueba de carga de un puente peatonal –que colapsó– con soldados en vez de utilizar sacos de arena o canecas con agua? ¿Salía más barato y más rápido arriesgar la vida de los soldados que la arena y el agua? ¿Por qué ninguno de los ingenieros proyectistas, constructores o interventores se subió al puente? ¿Sabían que el puente se iba a caer y por eso decidieron utilizar vidas baratas como “carne de cañón”?

Y la corona es para quien ha demostrado sin lugar a dudas y por muchos meses los mayores por qués sin respuesta. La reina es… ¡la ingeniería antioqueña! Hace más de un año se cayó en Medellín la torre 6 del conjunto de vivienda Space con un saldo de 12 muertos, y fue necesario demoler las otras cinco. El estudio de la Universidad de los Andes demostró que el culpable fue el calculista. ¿Por qué ni él ni los constructores han sido juzgados, ninguno está en la cárcel, ni el gremio de ingenieros se ha pronunciado públicamente sobre este hecho, el más grave en toda la historia de la construcción en Colombia? ¿Están esperando que se caigan los otros edificios calculados por el mismo profesional para hacer un solo juicio? ¿El hecho de poner en peligro la vida de los compradores por ganarse unos pesos, constituye mérito suficiente para que la Sociedad Antioqueña de Ingenieros propusiera condecorar al fundador de Lérida CDO, la firma constructora?

Ahora se entiende por qué el periodista Cesar Augusto Londoño cerró la noticia del asesinato del también periodista Jaime Garzón con la frase que merecería ser incorporada al escudo nacional:

“País de mierda”

* Imagen tomada de El Espectador.

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Notas de Medellín: “La ciudad más innovadora del mundo”

Enero 15 de 2014

No hace mucho, alguna entidad internacional proclamó a Medellín, Colombia, como la “ciudad más innovadora del mundo”. Es claro que semejante título tiene un carácter semi-deportivo y es un halago para las entidades administrativas y cívicas de la “capital de la arquitectura en Colombia”, otro de tantos títulos o campeonatos ostentados por lo que se llamó también la “Bella villa del valle del Aburrá”. Las innovaciones están por doquier en Medellín, especialmente en su infraestructura, sus espacios públicos y sus edificios culturales, y hasta en “Colombiamoda”, lo cual haría merecido el título mencionado. Pero también hay otras innovaciones, accidentales o hechas a conciencia, que son más discutibles o muy lamentables. Estas notas se refieren solamente a dos de ellas y no pretenden dar una idea panorámica del fenómeno presuntamente innovador en Medellín.

I

LA BIBLIOTECA DE DRÁCULA

Estamos totalmente equivocados quienes escribimos críticamente en contra de la arquitectura de la biblioteca pública, cuyo diseñador, el arquitecto Mazzanti, es una de las instant celebrities mediáticas en esa profesión en Colombia. No menos errados están quienes lo defienden de los ataques de aquellos que no aceptan como verdaderos los cuentos de hadas sobre la moda arquitectónica de revista y/o de aquelarre profesional (i.e. Bienales, etc.). Unos y otros hemos prestado a esa obra, desde hace unos 5 o 6 años, una injustificada atención y le hemos otorgado una importancia o validez profesional, política o social que ciertamente no tiene. Es otra obra más y punto. Lo que sus panegiristas aclamaron como un hecho histórico fundamental en la arquitectura colombiana no pasa, luego de una evaluación seria a los 6 años de edad de la obra, de ser otra anécdota más en el alud innovador, imitador, publicitario o como se quiera, característico de la época presente. Conviene, entonces, reducir a verdadera dimensión la muy galardonada (¿?) edificación pública, que no pasa ciertamente de ser un forzado intento de empacar una “bibliotequita” (según algún crítico extranjero) convencional y modesta, en un envoltorio sensacionalista que nada tiene que ver con el discreto contenido del mismo. Nada de estos malabares formalistas va más allá de una primera impresión sublime –y por lo tanto, imitable, i.e. copiable– o de latente engaño por factor sorpresa, según si el observador es un crédulo estudiante de arquitectura o un desprevenido ciudadano común.

Lo singular de este caso es un show limitado exclusivamente al exterior del edificio, planteado en términos de rudo contraste con el complejo y difícil contexto urbano de los barrios periféricos medellinenses. No hay que olvidar, además, que los jurados de bienales y otros eventos profesionales similares son muy dados a dejarse llevar por la corriente de la moda, de “lo último”, de la “innovación” intrascendente o la provocación audaz. ¿Acaso las bienales de arquitectura no son para consagrar el último desfile de modas? Y que, con razón o sin ella, abundaron las acusaciones de plagio o copia contra el arquitecto Mazzanti, cuando lo cierto es que esa vergonzosa e innecesaria discusión se refería exclusivamente al forro o revestimiento de su biblioteca, del cual se dijo, en serio y no como una broma de mal gusto, que simulaba, mal que bien, “rocas” gigantescas. La obra “original” de la cual tomó presuntamente su inspiración el autor de la biblioteca España en Medellín parece ser, también, un divorcio total entre contenido y contenedor, tema muy de “vanguardia” actualmente. Se supone que esto es una rebeldía ideológica contra la relación estrecha que, en el ideario racionalista debe tener la arquitectura, entre espacios interiores y fachadas. Es obvio que imitar, “recrear”, “evocar” o “reproducir” algo que no pasa de ser una máscara no tiene ni mayor gracia ni demasiado mérito. Es simplemente otra de actitudes formales posibles en ámbitos profesionales y académicos donde “todo vale” y el ego arquitectónico no tiene límites o se puede inflar a cualquier presión. En esto, curiosamente, las fantasías de moda bordean de cerca la total banalidad.

Bajo el sol brillante de fin de año en el valle del Aburrá o a través de la contaminación atmosférica que nimba las comunas de la capital de Antioquia, la presencia de los “empaques de regalo” de la biblioteca España se destacan como golpe en un ojo. Obtrusivas sí son esas engañosas formas huecas, pero ¿para  qué lo son? ¿Para gritar “aquí estoy yo” en términos constructivos? La monumentalidad pretenciosa es inherente a las obras sublimes de la humanidad, pero en obras del tercer renglón, más anecdóticas que otra cosa, resulta grotesca o inadmisible. Es bien posible que lo que busca hoy en día la vanguardia arquitectónica sea precisamente eso, dar golpes visuales y ambientales para seguir manteniendo presuntas ventajas profesionales y mediáticas. Para estar con “lo último”, o para continuar para ciertos arquitectos esa imagen de seres superiores y de artistas dotados de poderes misteriosos. Al fin y al cabo, detalles más o menos, esa es la historia de la profesión de arquitecto desde el siglo XVII en adelante y, aun antes, la de constructor. Para no traer a cuento la ingeniería.

Foto de Germán Téllez

El contexto urbano donde se localiza la Biblioteca España. Nótese el Metrocable y el efecto visual de “hematoma” del edificio cultural. Cada quien puede sacar de estas imágenes sus propias conclusiones.

En reciente visita a Medellín, el espectáculo era aun más sorprendente que de costumbre: la biblioteca estaba cubierta en gran parte con un tétrico sudario de malla plástica de tono fúnebre que se agitaba al viento como algún acento ominoso en una de las versiones televisivas o cinematográficas de Drácula. ¿Estaría quizás vestida de luto por la arquitectura moderna? Prosaicamente, no era una decoración para producir pavor o un gesto carnavalesco sino la protección tendida para evitar la caída de lajas de pizarra sobre techos y cabezas de vecinos en torno a la biblioteca. Esto en razón de un continuado proceso de deterioro tecnológico iniciado el día de la inauguración de la obra, pues según la revista SEMANA (23/12/13): […] a la obra le han llovido críticas por las deficiencias constructivas y de acabados [sic] que no han podido hacerles [sic] frente a las fuertes lluvias y vientos de la zona. Los desprendimientos […] del enchape han sido un problema recurrente desde el comienzo pero en abril y agosto de este año se agudizaron sin causa aparente y en áreas más grandes […]. En suma, a la biblioteca le llueven críticas y llueve dentro de ella. ¿Será que construir bonito ya no es lo mismo que construir (o diseñar) bien? ¿O que el desplante formal o innovador se viró cruelmente contra sus propios creadores por cuenta de sus flaquezas o ineptitudes tecnológicas?

Foto de Germán Téllez

Aspecto exterior de la biblioteca el 28 de diciembre de 2013, desde el barrio adyacente con los sudarios negros colocados, alterando increíblemente su apariencia.

Foto de Germán Téllez

No falta quien piensa seriamente que el sarán negro “favorece” a la Biblioteca España, dado que suaviza y le da movimiento (con el viento) a los duros contornos de las falsas “rocas”. Dice la sabiduría popular: dime cómo vistes y te diré quién eres.

Inevitablemente, el abigarrado e inquietante contexto urbano de las comunas ha venido adquiriendo a través del tiempo cierta inevitable consolidación, sorprendentemente homogénea. La biblioteca España hace caso omiso de esa homogeneidad o del barrio en torno suyo, al igual que el Metrocable, otro cuerpo extraño urbano, probablemente muy necesario, en su vecindad. La poderosa estética de los barrios periféricos de Medellín, resultante de la lucha social por la supervivencia pero inaceptable para un código de valores formales o ambientales altoburgués o académico, ha ido creando un nuevo mundo urbano donde las formas y las usanzas no son ciertamente aquellas de los racimos de edificios de apartamentos y centros comerciales que se apiñan y se obstruyen unos a otros en las laderas de El Poblado.

La verdadera vanguardia arquitectónica y social de Medellín está en estos laberínticos conglomerados, parientes lejanos en el tiempo y la distancia de las barriadas de ciudades asiáticas antiguas e innumerables y de los cinturones de miseria en torno a las urbes coloniales africanas o de los imperios lusitano o hispánico. Ese mundo urbano, construido sin la intervención del medio académico que produjo, entre muchos otros, al arquitecto Mazzanti, ha venido consolidándose, adquiriendo mal que bien su propio repertorio formal y ambiental, en una singular continuación de la historia urbana del mundo entero. La áspera propuesta de la biblioteca España hace figura desafiante, como una especie de “barra brava” arquitectónica en un medio hostil, a cualquier gesto formal “innovador”, populista o bien, faltaría decirlo, lleno de buenas pero impositivas intenciones de modernidad. ¿La biblioteca sería, por ventura “linda” y la barriada en torno suyo, “fea”? ¿O viceversa? No hay que olvidar que el sentir popular hace constantemente calificaciones así, con lúcido y tajante simplismo.

Foto de Germán Téllez

Las fotografías de la Biblioteca España publicadas en los medios extraen invariablemente el gesto arquitectónico de su contexto urbano, para que luzca como si fuera construida en un desierto y no en una precaria ladera de Medellín. Esa realidad urbana, claro, sigue ahí. Las modestas construcciones frente a la pretenciosa arquitectura de la biblioteca pública son la realidad socioeconómica y la vida mismas, y lo que hay al otro lado de la calle el relumbrón cultural.

De las lajas de pizarra escogidas por él, dice el propio autor del diseño en SEMANA: […] tal vez se trate de materiales de poca calidad o de defectos en la construcción y la instalación de los materiales [sic] […] los problemas no tienen que ver con ese material sino con empates de la cubierta que no quedaron bien construidos (¡!). Singular defensa de su labor de arquitecto, por decir lo menos. Las estructuras metálicas que soportan esas lajas dejan interiormente unos extraños abismos de separación de gran altura entre las dependencias de la biblioteca propiamente dicha y el caprichoso disfraz de aquellas. Esos impensables y profundos zanjones están poblados de riostras o amarres metálicos entre el edificio mismo y su apariencia exterior y pueden causar vértigo en quien se asome desprevenidamente a ellos. Pero lo que en el fondo es un vistoso y agresivo intento de “hacer presencia cultural”, resulta ser también un parcial pero notable éxito populista. Por supuesto, tener una biblioteca es mejor que no tenerla, leer libros es mejor que no leerlos, cultivar el espíritu es mejor que ir a fútbol…

Foto de Germán Téllez

Interior de la Biblioteca. Fotos de arriba hacia debajo de los vertiginosos abismos entre la estructura portante de los envoltorios del edificio y las dependencias de la biblioteca, la cual tiene estructura y muros propios, aparte del show formal exterior de su “vestido” arquitectónico.

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  II

EL EXCONJUNTO RESIDENCIAL “SPACE”

En la luz mañanera de El Poblado, los grumos desgarrados de concreto y los espaguetis de acero que supuestamente los “reforzaban”, colgando, torcidos y arrancados por la caída de la parte más elevada del “conjunto” residencial con el pretencioso apodo (¿de algún aventajado publicista?) de “Space”, hacen dolorosa figura en medio del placentero contexto urbano de El Poblado. Este es, en efecto, el polo geográfico y social radicalmente opuesto a las comunas periféricas de la ciudad. Turistas, trotadores, paseantes, se detienen ante la colina de escombros que segó vidas humanas y prestigios profesionales a granel y disparan una y otra vez sus cámaras digitales. Al fin tienen algo patético y horripilante qué contar, además de las platitudes familiares y las tonterías gráficas que inundan su mundo visual digitalizado. Esa escena como de ciudad europea en la II Guerra Mundial, o Beirut o Trípoli décadas más tarde, no es producto de un bombardeo o un combate sino, muy seguramente, de la inepcia y la irresponsabilidad de un grupo humano relativamente poco numeroso, a la sombra de una fracasada materialización de tecnologías quizás más obsoletas que innovadoras. Lo que tanta gente registra en sus cámaras (lo que las exime de observar cuidadosamente el ominoso espectáculo que tienen en frente y de reflexionar sobre este) es una estructura que, en su actual mutilación destructiva, sigue dando una inescapable impresión visual y sensación técnica de extrema fragilidad, sinónima en este caso de involuntaria o intencional  construcción deficiente.

Foto de Germán Téllez

Ruinas del exconjunto SPACE. El letrero blanco, abajo, advierte: Prohibido parquear y detenerse en esta zona. Este es un llamado a que todos se detengan o circulen por allí a paso de tortuga para ver y fotografiar el desastre con mórbido interés.

Es de suponer que las investigaciones en curso o ya realizadas puedan establecer explicaciones claras, exentas de medias verdades técnicas, de jerigonza tecnológica acusatoria o defensiva, para esta tragedia anunciada por alarmantes síntomas de fragilidad estructural, de grotescas deficiencias constructivas, de letal chambonada al diseñar, calcular, presupuestar, construir, supervisar, intervenir, promover y vender un edificio para vivienda de burguesía media-alta. Imposible olvidar el patético, tardío y letal intento de los contratistas de la construcción del “Space” de detener con remedios muy parciales el inevitable colapso total que en efecto ocurrió. ¿Cómo estaba hecho un edificio que requirió esas inútiles y desesperadas “reparaciones” a poco tiempo de ser terminado? ¿Era ése un intento de curar cáncer con analgésicos?

Foto de Germán Téllez

Detalle de los pisos intermedios en el punto de empate entre las torres 5 y 6. La continuidad (no había juntas de dilatación) entre estas era tan frágil que la torre 6 no logró en su caída arrastrar consigo a la 5, creando un efecto de dominó aún más catastrófico.

Foto de Germán Téllez

La “nueva” culata (medianería) occidental de la torre 5 del SPACE. Un curioso muñón estructural en primer plano.

Las preguntas se agolpan ante esas nubes de polvo de cemento que la brisa de El Poblado levanta de la pirámide de escombros y sacude de los pisos del tramo adyacente al que “presentó renuncia” fulminantemente: ¿cuál y cómo es la suma de errores, descuidos, trampas, engaños, falsedades, irresponsabilidades, ignorancias, inepcias, ambiciones, etc. para que se produzca tamaña autodestrucción? ¿Cómo es el cuento de la resistencia inherente a una forma curva en planta, tal como las hay a porrillo en la naturaleza? ¿La alarmante esbeltez de los pisos altos de la torre más encumbrada del “Space”, de veras fue producto de la intención de aligerar al máximo la carga muerta colocada al extremo del mayor brazo de palanca posible en el esqueleto portante del edificio? El “Space” perdió la batalla de la supervivencia, la estabilidad o la durabilidad, creando una nueva clase social de desplazados. Quien invade una colina en Medellín para sobrevivir no es quien va a adquirir un penthouse en el Poblado. ¿Cuáles fueron los criterios de cálculo para tan inestable engendro? ¿El de la máxima economía en estructura y cimentación? ¿El de la obtención de una extrema área rentable o vendible? ¿Qué se hizo en este caso el tan cacareado código (y tan lucrativo negocio) de la resistencia sísmica promovido por productores de cemento, calculistas interesados en obtener el mayor beneficio posible de su trabajo y curadores teóricamente dispuestos a engrosar presupuestos de construcción a la luz de disposiciones reglamentarias de muy discutible eficacia? ¿Sería lo mismo el contenido de los cálculos del edificio autodestruido que lo que aprobó algún curador, y esto, a su vez, lo que el constructor levantó en la obra? La historia no es, decía Bárbara Tuchman, lo que hubiéramos querido que ocurriera sino lo que ocurrió. Ojalá las investigaciones técnicas respondan nítidamente a estas cuestiones. Y que nadie torne a decir, como sádica justificación, que también en otros países se caen edificios, estadios, puentes, centros comerciales.

El “Space” (Espacio, en spanglish) es un tétrico recordatorio: parece que no todo está bien en los reinos de la arquitectura, la ingeniería y la construcción y mucho menos en el del negocio de construir y vender.

 

Textos y fotografías de Germán Téllez
Arquitecto AIA, SCA

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¡No es la Arquitectura, pero lo estamos creyendo!


A propósito del artículo «¿Medellín o Disneylandia?« de Juan Luis Rodríguez publicado en este portal, me gustaría hacer una serie de anotaciones que amplíen el espectro de la discusión de transformación de ciudad que nos viene ocupando en los últimos años debido al boom de intervenciones urbanas representativas dentro de la misma.

Si bien es cierto que en el artículo se recopila una apreciable cantidad de opiniones sobre el fenómeno de la supuesta transformación social en Medellín a través de las múltiples intervenciones urbano-arquitectónicas, la reflexión principal de que no son los edificios como tales los agentes reductores de violencia queda un poco difusa y entre líneas, y bien merece la pena ampliar más esta discusión, porque el cacareado discurso político-mediático – que pone en el curubito a la arquitectura como la gran salvadora y mayor contribuyente a la reducción de los índices de violencia en la ciudad – de tanto repetirse, ha ido haciendo carrera y calando con rápida efectividad en la memoria colectiva de todos los actores de la ciudad, al punto en que se ha ido asumiendo como una certeza sin discusión.

Para nadie es un secreto que las cifras de violencia en Medellín son aun dramáticas. Basta solo echar un vistazo a los informes de medicina legal de los años 2009 y 2010 para constatar una realidad que no queremos ver y que hemos venido orgullosamente vistiendo con el traje del progreso de la infraestructura en nuestras calles, como si no nos estuviésemos matando en  ellas mismas.

Sin entrar a sesgar ni polarizar esta discusión, sobra decir que las intervenciones urbanas en sectores socialmente violentos, además de ser un derecho ciudadano, son también una gran contribución como capital semilla para que nuevas generaciones crezcan ahora con alternativas diferentes a la violencia. El error está en que consideremos tácitamente dichos edificios, parques u estaciones de metro cable como grandes transformadores sociales en sí mismos, cuando son simplemente una pieza de todo el engranaje – como cuando los arquitectos del CIAM1 de 1933 redactaron La Carta de Atenas aun creyendo que la ausencia de luz en los edificios generaba enfermedades o que determinada distribución espacial propiciaba la promiscuidad –; o lo que es peor, que nuestro gremio ande pavoneándose con este discurso social, cuando lo que realmente nos ocupa en nuestros despachos es la mera solución técnica y espacial de un programa funcional predeterminado, pero eso sí, esperando siempre que dicho ejercicio tenga la suficiente capacidad mediática de figurar y catapultar así los despachos como grandes figuras de la arquitectura.

Un edificio, por muy bien resuelto que se haga, no garantiza una solución definitiva a la profunda problemática social, pero si contribuye a que la ciudadanía vuelque tanto la mirada como nuevas actuaciones sobre lo que antes era solo visible en las páginas judiciales de los periódicos. Y he ahí su verdadero valor agregado como nuevo jugador de ciudad, eso sí, sin profundizar en las bondades o defectos que son solo inherentes a la problemática arquitectónica.

La discusión va por dos vertientes que no están contribuyendo a la mejora sustancial de los nuevos desarrollos de ciudad, y por el contrario, si se detienen en la vaguedad de opiniones que no llevan más que a conclusiones y críticas superficiales.

Una de estas vertientes es la de ir por todos los medios y auditorios enarbolando la bandera de lo social y del «edificio pacificador» con el único objetivo real de figurar más que de resolver bien los proyectos – propaganda política –. No se puede negar que la capacidad de autogenerarse trabajo además de imprescindible, sea también una condición natural de nuestro gremio, pero el precio que se está pagando por ello es bastante alto, pues hoy vemos edificios como algunas de los renombrados Parques Biblioteca, que con apenas cinco años de funcionamiento, ya presentan altos niveles de deterioro por física ausencia de buenas soluciones técnicas y sostenibles que fueron pasadas por alto desde sus inicios. Pero la búsqueda proyectual hoy en día – una vez ya se ha cautivado al cliente – está más inclinada a resolver edificios rápidamente y que tengan cierta estética vendedora basada en parámetros estilísticos previamente acordados y que garanticen la publicación en revista, o mejor aun, que adquieran el remoquete de proyecto «digno de Bienal».

La otra vertiente, es la de gastar el espacio del aula, el de las siempre importantes conversaciones de pasillo y el de algunos otros más informales, en discutir sobre la conveniencia de tal o cual solución plástica, estética  y volumétrica a una determinada clase social, e incluso llevarlo al espacio de la crítica – como escuché en un par de tertulias durante el marco de la última Bienal Iberoamericana en Medellín luego de la ponencia de Proyectos Estratégicos para la misma – cuando ni el mismo ciudadano de a pie está comprendiendo de que se le está hablando ,y muy por el contrario, si se siente muy orgulloso de el nuevo edificio en su sector. Era notable, que la preocupación de muchos de los arquitectos estaba centrada en si el edificio era «bonito» o «feo» y si ello era digno de haber sido implementado en sectores deprimidos de la ciudad. Cuando la verdadera discusión de fondo, para ambos casos, debería estar centrada en que comprendamos que lo verdaderamente pacificador es la inclusión de inversiones del recurso público en sectores que siempre estuvieron carentes de ellos, aun sabiendo que ello es un derecho social. Y así mismo, entender que antes de que un proyecto de arquitectura se dé como una realidad, hay un arduo trabajo previo que está determinando el programa, el tipo de actuación, consiguiendo recursos y trabajando con las comunidades para sensibilizar el proceso de la intervención.

Nuestra labor necesita más concentración en resolver edificios eficientes, y que garanticen su sostenibilidad en tiempo más que satisfacer nuestras vanidades proyectuales, sin que esto signifique el sacrificio de soluciones y búsquedas plásticas particulares. Y tener absoluta conciencia de la buena implementación del recurso público, porque al final, bien sea por concurso público o por encargo particular, los edificios serán una realidad independiente de quien sea la firma que los piense.

1. CIAM: Congreso Internacional de Arquitectura Moderna.

Luis Roberto Durán D.

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Declaración iconoclasta


Es irrefutable que un instrumento como la arquitectura pueda definir la ciudad, que refleje sus condiciones sociales y culturales; aun así, la aceptación casi voluntaria de las medidas y propuestas para el desarrollo de la misma ciudad, dejan al descubierto que no toda iniciativa tiende a la contribución de la arquitectura como definición de nuestra cultura, y por el contrario tiende a la exposición de sí misma como protagonista.

El concurso que permite a la arquitectura ser una herramienta urbanística de desarrollo debiera plantearse bajo premisas inequívocas, premisas que expongan el interés publico y un avance en la profesión como contribución social y cultural.

La afirmación “[…] arquitectónicamente la ciudad de Medellín carece de un símbolo. Una obra que la haga destacar entre el resto de las ciudades del mundo” planteada en las bases del concurso para El Museo de la Ciudad, riñen y desconocen el valor de la arquitectura hecha en la ciudad de Medellín y fomenta el abandono histórico y artístico, desligándose de la responsabilidad estética y simbólica para con nuestro estado cultural, para basar una ambición formalista, reforzada con un funcionalismo retórico y pseudo social.

La discusión que se plantea aquí no se enfoca en cuestionar si este tipo de inversión por parte de la administración publica debiera ser canalizado de distinta manera, mas sí en la formulación para lo que se considera el ‘destino formal’ de dicha inversión, sus bases teóricas y practicas, que en suma, debieran representar una reflexión profunda de las capacidades de la edificación como bien común en este caso, y la responsabilidad urbanística del nuevo edificio.

Si bien alguna de la arquitectura icónica se entiende como positiva en una reflexión retrospectiva, el eslogan que promueve el ‘nuevo icono arquitectónico para la ciudad de Medellín’ con unas bases tan débiles, encaja dicha intervención mas como un producto de mercadeo -que requiere una materialización icónica- capaz de ser seductiva en términos comerciales; que a generar un espacio “[…] que busca dar a conocer  el Medellín inédito y anónimo a la comunidad mundial y a sus propios habitantes”. Una afirmación que además se desvanece con el programa arquitectónico propuesto y la colección a ser expuesta descrita en los documentos de las bases, llenas de generalidades y vaguedad funcional.

El espíritu icónico, ¿para qué?

Los iconos en la arquitectura contemporánea se caracterizan por su expresiva autonomía y desconexión con su contexto”;  Josep Lluis Mateo reconoce además que si bien en un principio la arquitectura monumental [icono] representaba un momento singular para la comunidad, hoy en la ciudad contemporánea la arquitectura icónica continua avanzando a ser un fenómeno promotor de la diferencia y de la distancia, aun cuando la masa cultural apele por la cercanía, por la repetición, diferente al fenómeno de lo “único”.[1]

La promoción de arquitectura icónica puede fácilmente caer en la retórica –como en este caso- apelando a nociones simplistas de la cultura local [que mejor pretexto que El Museo de la Ciudad plagado de objetos estáticos] y programáticamente redundante; esto es, plantear un icono sobre un icono, que como en la simple aritmética, resulta en negativo.

Urbanísticamente ridículo se plantea la caricaturización de lo real. La torre que conforma el museo pretende izarse justo entre el cerro y el Río Medellín, representando lo que por naturaleza e historia ya existe, y simplificando de manera reductiva, somete la condición de interacción de los habitantes con la ciudad mediante un contenedor que restringe dicha capacidad a recorridos horizontales limitados y mecanismos de circulaciones verticales distrayendo el propósito principal del museo. El volumen ideal planteado en las bases del concurso intenta replicar lo que el cerro ya es para la ciudad, incluyendo sus características topográficas, funcionales y representativas.

Los objetivos y características arquitectónicas que se piden para el Museo de la Ciudad, describen a modo de resumen un lugar ya conocido. El Cerro Nutibara como mirador y lugar de representatividad local, la posición geográfica privilegiada, la proporción y relación con el resto de la ciudad, el desarrollo en altura, etc. Objetos de valor patrimonial, e incluso, especulando en el desarrollo del recorrido interior para el museo usando rampas, se estaría describiendo la carretera que sube al mirador del cerro. El objeto del concurso no es más que la síntesis artificiosa de un hecho urbano consolidado que no propone un avance programático ni un aporte urbanístico considerable, más que el ser un objeto impactante visualmente, un icono sin espesor reflexivo; una piel espectacular llena de elementos históricos locales estáticos.

El concurso, con sus bases, plantea la creación de un exterior impactante, y su interior, una bodega de referencias vernaculares inconexas con el Medellín contemporáneo; al final, un interior sin interés.

El icono del icono en este caso, es entonces, una parodia arquitectónica vacía y visualmente impresionista, sugerida de manera autoritaria y condenada a una limitada contribución con el paisaje urbano consolidado de la ciudad de Medellín.

Incluso entendiendo que el concurso arquitectónico es una herramienta de pensamiento y discusión,  el resultado previsto desde las bases fomenta un entusiasmo incondicional al protagonismo de la obra por la obra misma[2], y el conformismo de los participantes a recibir sin cuestionar las actuaciones urbanísticas y de dominio publico. Aquí, se nos presenta la idea de crear un icono basado en ideales de espíritu materialista, producto de la reflexión superficial y la inercia de desarrollos, que en cambio, han sido muy afortunados en la ciudad de Medellín.

Como reacción a este fenómeno, es necesario exponer las preocupaciones -un estado de crisis-  que involucran el planeamiento de la ciudad y el avance de la profesión como herramienta soporte de las trascendentes demandas de nuestro tiempo, y mirar mas allá de la vanidad insaciable en que se encuentra nuestra profesión.

Juan Camilo Medina


[1] MATEO, Josep Lluis. ICONOCLASTIA, News from a post-iconic World. Architectural papers IV. Actar, Barcelona, 2009. Pag. 5

[2] Como sugiere Hans Ibelings : “[…] en resumen, estos iconos son el Paris Hilton de la arquitectura: son famosos simplemente porque son famosos y no porque posean algún contenido real o significante”. TA. En: Globalisation of Nothing, ICONOCLASTIA,Ibis. Pág.20

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¿Medellín o Disneylandia?

Octubre 11 – 2010

Arquitectura-antídoto, orgullosamente colombiana

Quienquiera que haya creado la campaña publicitaria según la cual en Medellín se controlan la pobreza y el narcotráfico a punta de arquitectura, va bien. La efectividad de la “recordación” está para competir con la ya olvidada campaña publicitaria según la cual Bogotá, «ahora sí» va a tener “el aeropuerto que nos merecemos”. La de Eldorado, creada para el consumo local; la de Medellín, creada para el consumo internacional; una para desprestigiar, la otra para lo contrario. Ambas exitosas, y las dos, en mi opinión, equivocadas.

El último incauto en caer seducido fue el arquitecto Enrique Browne: “La arquitectura urbana colombiana ha contribuido para que cese la violencia”, repite el jingle de Browne. Así se repita y repique mil veces que la arquitectura ha disminuido el narcotráfico y la violencia, éstos ni cesan ni disminuyen. Los arquitectos, sin embargo, siguen en lo suyo, especialmente ahora que la ciudad se llena de incautos e incautables, locales e internacionales, con motivo de la doble bienal, orgullosamente colombo-iberoamericana.
http://www.mincultura.gov.co/?idcategoria=40525

Las estrategias de comunicación suponen que una mentira, una mentirilla, o una picardía bien apuntalada se vuelven verdad para la opinión pública, siempre y cuando se transmita bien el mensaje. Para Eldorado, lo propio habían hecho el director de la Aerocivil, el gerente de Opaín, el ministro de Transporte y por último el expresidente Uribe, quienes durante año y medio tararearon en la prensa nacional el estribillo «el aeropuerto que nos merecemos», mediante el cual aseguraron el otrosí para demoler; documento que ya descansa, orgullosamente, en la galería de trofeos del contratista.

A cualquiera le gustaría, no sólo oír sino que fuera verdad, que en Medellín y en Colombia, la pobreza, la violencia y el narcotráfico se están acabando. A la publicidad, entre tanto, lo que le importa es que su mensaje se instale en el cerebro del target. Punto. Hay especialistas en esto de la desinformación que ganan fortunas. Para consumo interno y más próxima que el ya olvidado Eldorado, tuvimos hace poco la exitosa campaña del excandidato Santos, quien, entre otras, mediado por una buena estrategia de comunicación logró crear en la opinión pública la idea que Antanas Mockus es ateo; cosa que no es y cosa que nunca dijo que era, pero cosa que la opinión pública creyó, y con eso basta.
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El Espectador, en su editorial del 21 de abril de 2010, invita a la moderación:
“Medellín se enfrenta a retratos defectuosos de sus problemas y de las lógicas de su transformación. De una parte, hay quienes ofrecen de la ciudad la idea de que todo sigue igual o ha empeorado, que el control de la delincuencia es absoluto, que nada se mueve sin el consentimiento del patrón de algún grupo mafioso y que a la captura de uno de ellos seguirán las retaliaciones y la recomposición de la estructura delincuencial. En el otro extremo, hay quienes promueven una imagen un tanto maquillada de una ciudad cuyos problemas de seguridad son sólo parte del pasado o en la que los conflictos que están en la base de toda esta historia han sido superados. Una imagen pesimista a la que se le opone una mirada ingenua de una realidad compleja e incierta.
Estas dos maneras de ver la ciudad tienen auditorios interesados y heterogéneos, porque el comportamiento de la seguridad se convirtió en un indicador que puede mover la favorabilidad positiva o negativamente. Eso no está mal. Pero hay que ser conscientes de la polarización que puede producirse con respecto a un tema como este y de los efectos de dicha polarización en otros aspectos del desempeño de la ciudad. Frente a estas posiciones extremas, los matices son requeridos.”

Revisemos algunos e estos «extremos»; unos escritos por analistas de la política, la sociología y la economía, cuya visión de la ciudad oscila entre el negro y el gris; los otros escritos por analistas de la arquitectura que al parecer ven en rosado.

Christopher Hawthorne:
“Over the last two or three years, a steady buzz has been building in architecture and design circles about developments in this city of 3.5 million, which through much of the 1980s and 1990s was infamous for its sky-high murder rate and viciously competitive drug cartels, including a particularly violent one led by Pablo Escobar.
Architects and urban planners who traveled to Medellín seemed to return telling some version of the same enthusiastic story about the renaissance taking place in Colombia’s second-largest city, which has been driven in large part by investment in ambitious civic architecture.”
http://www.latimes.com/entertainment/news/la-ca-medellin-20100509-1,0,2143183.story

Iker Seisdedos:
“Es la historia de la transformación de una de las ciudades más peligrosas del mundo gracias, en gran parte, a la cultura. Y puede sonar a cuento no apto para cínicos, pero es que los vecinos de la Comuna 1 prefieren creer, como esos chavales que, bajo la atenta mirada policial, relatan la metamorfosis a cambio de unos pesos.
El Parque-Biblioteca España, de Mazzanti, fue inaugurado en 2007 y forma parte de una red de cinco centros diseminados por los barrios deprimidos de la ciudad (hay en proyecto la construcción de otros cinco). Además de ofrecer servicio de préstamo de libros o de acceso a Internet, actúan como punto de encuentro y espacio público de las comunidades a las que embellecen con sus formas vanguardistas, ideadas en estudios de arquitectos de prestigio e inspiradas en la idea de que la estética puede ser motor de cambio social. Pero conviene no engañarse, aconseja el alcalde Salazar. «La violencia organizada no se combate con hip-hop».
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Instrumentos/fusiles/elpepicul/

20100705elpepicul_2/Tes

Miquel Adriá:
“Medellín se ha transformado. Cuatro años de gobierno municipal enfocado hacia el urbanismo social convirtieron un territorio de sicarios y sede del famoso cartel de la droga en una ciudad ejemplar. Cuatro años bastaron para hacer realidad un cambio radical que transformó una conurbación de guetos en una ciudad de todos, sacando a la calle a una sociedad que ha vivido oculta en sus casas durante años a causa del miedo.
Se trata de espacios públicos y abiertos, con plaza para eventos como clases de baile y conciertos, salones para la comunidad y bibliotecas rebosantes de niños, donde pocos años atrás las tropas de Pablo Escobar pagaban a cualquier adolescente un millón de pesos colombianos (unos cuarenta euros) por cada policía muerto.
http://www.elpais.com/articulo/arte/sicarios/orquideas/elpepuculbab/

20080621elpbabart_8/Tes

Vivian Acuña:
“El conjunto de parques y edificios públicos construidos por Felipe Uribe sorprende. Sus propuestas formales y urbanas transformaron la violenta ciudad de Medellín al promover la inclusión social y generar lugares disfrutables. Renuevan los usos y estimulan la sensibilidad del usuario con efectos arquitectónicos: el tratamiento de la luz, las proporciones, los cambios de escala sorpresivos, y un despliegue de colores y texturas que son, en conjunto, el resultado de elaborar una diversidad de referencias culturales.
Más aún, en los Parques de los Deseos (2003) y Pies descalzos (1999), Uribe propone un diseño sin rejas que disipó la violencia urbana al incluir abiertamente las actividades educativas y recreativas sin discriminación social. Ubicado al norte de Medellín, los Deseos integra una zona de parques aledaña al Planetario con el Jardín Botánico y la estación de metro de la Universidad de Antioquia, culturalmente afines.”
http://edant.clarin.com/suplementos/arquitectura/2008/01/29/a-01595623.htm

Randall Zúñiga:
“Queda archivada la descomunal violencia. La Biblioteca Parque España es un eslabón más en la restauración urbana y social de una ciudad devastada por el narcotráfico. El premio a Mejor Obra durante la VI Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo lo confirma.
La ciudad de Medellín, al extremo norte de la cordillera de los Andes, representa un quebradísimo terreno en el que se producían, en el 2002, un promedio de 500 asesinatos al año derivados del narcotráfico. La situación sumió a una población de cerca de 400.000 personas en una dictadura de miedo, de la que ha sobrevivido una dictadura de pobreza.”
http://www.revistasucasa.com/contenido/articles/201/1/La-Biblioteca-de-Medellin/Paacuteginas1.html

Esther Rebollo:
“Escenario en décadas pasadas de las más violentas guerras entre bandas de narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros y sicarios, y cuna del siniestro Pablo Escobar y del cártel de la droga más temido de América, la ciudad colombiana de Medellín es hoy un ejemplo de modernidad y desarrollo económico gracias a un modelo centrado en la educación, el civismo y la convivencia.
Con 3,5 millones de habitantes en su área metropolitana, ubicada en el bello y cálido Valle de Aburrá, entre las cordilleras que se bifurcan de los Andes antes de precipitarse sobre el Caribe, Medellín ha sido objeto de una transformación que le ha convertido en destino turístico y sede de importantes eventos internacionales.
Sus vanguardistas edificaciones y su innovador sistema de transporte están dirigidos exclusivamente al ciudadano. Sirven para embellecer la ciudad, pero su cometido principal es crear espacios públicos para hacer más fácil y segura la vida de los «paisas», como se denomina a los habitantes de Medellín.
No se concibe una visita a esta ciudad sin viajar en su sofisticado, rápido e impecable Metro Cable, un teleférico que sortea empinadas colinas y lleva a los barrios donde hace pocos años nadie pisaba por temor a la violencia desgarrada.
…Y todo esto ocurre en Medellín, la ciudad más violenta de Sudamérica en los años ochenta y noventa del siglo pasado.”
http://lopaisa.com/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=599

Juanita León:
“El primer sitio que visitamos en la Comuna es el nuevo Centro Integrado de Intervención Social. Fue creado por el Presidente Santos el 14 de agosto, como la nueva estrategia para afrontar la violencia en la Comuna 13. La decisión se tomó en un Consejo de Seguridad después de que entre julio y agosto se recrudeció la violencia en esta comuna donde Medicina Legal dice que ocurrieron 139 homicidios en el primer semestre. Tiene una tasa de 108 asesinatos por cada 100 mil asesinatos, tres veces más alta que el promedio nacional, cinco veces más alta que la de Bogotá y parecida a la de Bagdad.
El gerente del Centro Alberto González me explica que la idea del centro es coordinar el trabajo de la Policía, el CTI, la Fiscalía, el DAS, el ICBF, el Sena y la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía de Medellín. La esperanza que tienen es que si hacen una intervención integral, que combine lo policivo con asistencia social, lograrán no solo contener la violencia sino atacar sus raíces. No es una tarea fácil y González es un optimista moderado.
Cuando le pregunto cuál es la causa estructural de tanta violencia, se queda callado mirando una pelea de perros que se disputan a mordiscos el privilegio de montar una perra en celo. Vuelvo y le formulo la pregunta porque pienso que no la oyó la primera vez. Pero me dice que es que esa pelea de los perros le recuerda lo que sucede en esa Comuna 13. ”
http://www.lasillavacia.com/historia/18112

Cristina Vélez Vieira:
“En la última década Medellín había logrado pasar de ser una de las ciudades con los índices de criminalidad más altos de Latino América a estar dentro de la media. De 174 homicidios por 100 mil habitantes, llegó a 26 en el 2007, pero hoy otra vez esta tasa está cercana a los 70 asesinatos por 100 mil habitantes. Y el legado que le ha dado tanta popularidad al hoy candidato Presidencial Sergio Fajardo, ha dejado de ser un logro para mostrar.
Pero no es tan claro que estas medidas logren atacar el problema de fondo: el microtráfico de droga. En un barrio de las comunas, un joven expendedor de droga, según una fuente de la zona, se puede ganar 600 mil pesos diarios. Lo que significan casi doce millones de pesos al mes, un incentivo frente al cual la Alcaldía, con subsidios y capacitaciones, no tiene como combatir.”
http://www.lasillavacia.com/historia/5827

Jorge Gómez Gallego:
“Autoridades municipales y nacionales, parecen no encontrar una explicación que satisfaga a la opinión pública para explicar el fenómeno del incremento inusitado de la violencia en la ciudad de Medellín. El gobierno nacional, leyendo su guión reeleccionista y defendiendo su “seguridad democrática”, unas veces sindica al narcotráfico, otras a la inoperancia de las autoridades judiciales, y hasta insinúa que el asunto es responsabilidad de las autoridades locales. El Alcalde por su parte, en desarrollo del libreto de la campaña presidencial de su “independiente” antecesor, le devuelve el balón al gobierno nacional, y le increpa la falta de policías o de inteligencia.
Por eso cuando los gobernantes locales y nacionales, se empeñan en inventar justificaciones para quedar bien con la galería en asunto tan sensible, les quiero recordar hoy la popular frase que acuñó James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992, con la que explicaba la derrota que su jefe le propinó a George Bush padre, en su aspiración reeleccionista, a pesar de la popularidad resultante de sus triunfos en la política exterior, pero en medio de un creciente desempleo: “Es la economía, estúpido”.
http://www.moir.org.co/Por-que-crece-la-violencia-en.html#

Alejandro Gaviria:
“A finales del año anterior, en medio del optimismo navideño, el general Naranjo pronosticó una caída de 300 homicidios en 2009 con respecto a 2008. Entusiasmado, señaló entonces que la tasa anual sería la más baja de los últimos 23 años. Llama la atención, por una parte, la discrepancia entre los registros de la Policía y los de Medicina Legal.
Las autoridades conocen bien las causas del problema: el crecimiento del crimen organizado, el reciclaje de las bandas de narcotraficantes, los coletazos de la desmovilización de los paramilitares, etc. Pero no parecen preparadas para enfrentarlo. Las propuestas recientes revelan una mezcla de desespero e impotencia. Primero fueron los estudiantes y los taxistas los llamados a resolver el problema. Después fueron los obispos los reclutados para facilitar una negociación azarosa con las bandas emergentes. A finales de la semana el Gobierno aclaró que los obispos sólo estaban autorizados para hacer labores pastorales. Ya los veremos, entonces, tratando de convencer a los criminales de las bondades del amor al prójimo.”
http://www.elespectador.com/columna187531-violencia-disparada

Juan Diego Restrepo:
“Tantas veces las autoridades municipales se negaron a aceptar que el proceso de reinserción de los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) había sido un fracaso que crearon un ambiente de falso optimismo que llevó al entonces alcalde de Medellín y ex candidato presidencial Sergio Fajardo Valderrama a concebir y difundir la famosa frase “pasamos del miedo a la esperanza.
Esa afirmación es hoy una ilusión y las laderas de Medellín arden que da miedo. No sólo en la comuna 13, como lo han mostrado de manera reiterada los medios de información locales, regionales y nacionales. Son varias las comunas donde las libertades individuales y colectivas están limitadas por el accionar de las bandas armadas ilegales y la incapacidad del Estado para contrarrestarlas.”
http://semana.pandac.com/noticias-opinion/reinsercion-urbana-auc-fracaso-medellin/143777.aspx
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Concluye la invitación a la moderación del editorial de El Espectador del 21 de abril:
“Es preciso reconocer que sus resultados [del Estado] no constituyen “el golpe definitivo” a la delincuencia y a los nichos de economía ilegal. Y es preciso, igualmente, aceptar que la posibilidad de que actuaciones genuinas por parte de los niveles local y nacional del Gobierno, combinadas con acciones permanentes de la ciudadanía reclamando su derecho a vivir en paz, constituyen un activo que se ha consolidado en la ciudad. Mal haríamos en arriesgar tan valioso activo con el rumor o el juicio pesimista de las circunstancias.”

No dudo que las políticas sociales de la ciudad han hecho un buen uso de la arquitectura como medio para mejorar la cotidianidad de sectores violentos, y que en el proceso han construido importantes y valiosos edificios y espacios urbanos que tienen cualidades de sobra para hablar de ellos como arquitectura. Presentar el resultado de tales esfuerzos como si estuviéramos en Disneylandia, y atribuirle a los arquitectos el papel de pacificadores y redentores sociales, no le hace bien a nadie. De modo que ante una rimbombancia político-publicitaria de tono cuasi teológico como la que pintan las exageraciones de los arquitectos, va una mera réplica lógica:

Si la arquitectura de edificios como la biblioteca España y el colegio Santo Domingo en Medellín resuelve problemas de violencia y narcotráfico, por ejemplo, como los de la comuna 13, también debería cargar con la culpa de hechos, por ejemplo, como la balacera del 11 de agosto en la comuna 13. Demasiada carga para unos arquitectos a quienes sólo debería corresponder proyectar y construir buenos y ojalá magníficos edificios; esperando que se hable de ellos y se valoren como arquitectura, sin aceptar que se diluyan en medio de las políticas –más o menos exitosas– de sus clientes.

Juan Luis Rodríguez

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