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¿Discusión de qué?

Febrero 7 de 2014

Las alusiones de Guillermo Fischer en su crónica Publirreportería cultural a lo que antes se conocía como vulgar propaganda comercial y hoy pasa por divulgación informativa cultural, supuestamente objetiva, viniendo de una entidad oficial (el MinCultura en “Arcadia”, por ejemplo) o los innumerables “anunciadores” o “pautadores” en El Tiempo o El Espectador, permiten volver sobre el verdadero carácter de discusiones tales como las que se han venido desarrollando, sin mucho éxito, sobre el crecimiento del Teatro Colón –similar al de un enano aspirando a gigante–, las crueles estupideces falsopaisajísticas del Parque OPAIN-Mazzanti (calle 26 con carrera peatonal Petro, Bogotá) o el aeropuerto Luis Carlos Galán Sarmiento, alias “El que nos merecemos”.

Insisto en que esas no son y no pueden ser discusiones sobre arquitectura, urbanismo, patrimonio o temas afines, sino sobre negocios, contratos, comercio, manejos o ambiciosas manipulaciones políticas y administrativas más o menos tan transparentes, algunas veces, como una plancha de blindaje. Las certeras observaciones de Guillermo Fischer sobre el asalto pseudocultural a la manzana del Teatro Colón son apenas un asomo indirecto de la punta del iceberg contractual y procedimental que el Ministerio de Cultura ha logrado ocultar exitosamente, en años recientes, a la opinión pública y a otras autoridades oficiales tras los sofismas de distracción de costosísimas y muchas veces torpes o innecesarias intervenciones en algunos sectores vitales del antiguo teatro y, ahora, en el de expansiones aparentemente ilimitadas presupuestalmente del mismo, con contratos interminables e inflables de por medio.

No se trata de algún alegato sobre el relativo acierto o desatino arquitectónico de unas propuestas o acciones determinadas, sino de pedir una vez más un recuento público de las singulares finanzas acaecidas desde hace unos 15 a 18 años sobre el tema (el Teatro Colón), primero, de los proyectos sin  programa o estudios, de los estudios sin proyecto, de las obras sin estudios, programa definido ni proyecto completo, de las extrañas licitaciones con firmas cotizantes con dirección postal en la puerta misma del Teatro Colón, etc., etc. Tampoco vale la pena discutir sobre la torpe y grotesca escalinata a la puerta principal del teatro o la destrucción deliberada de la única tramoya manual superviviente en América Latina. Las críticas a esos “detalles”, según un alto funcionario del MinCultura, son “tonterías a las que no hay que hacerles caso”.

Tampoco se trata de la insólita “memoria descriptiva” (metamorfoseada en “entrevista periodística”) del proyecto ganador del concurso aparentemente internacional para ampliar desmesuradamente las dependencias del teatro, la cual parece una presentación de un proyecto de diseño no muy destacado en una cátedra de “taller” no muy avanzada ni bien dirigida. Menos aún sería cuestión de poner en duda la graciosa defensa feminista de tal proyecto, al mencionar (según G. Fischer) como mérito “cultural” o propagandístico de este la inclusión de una (1) mujer entre sus integrantes. Se trataría, en cambio, de señalar el curioso y estrechísimo ajuste entre el PEMP elaborado para la manzana del Colón por la misma entidad patrocinadora, organizadora y juez del concurso, y el proyecto escogido para el mismo lugar, fenómeno similar al que ocurre entre un cuerpo muy pasado de kilos y un vestido de baño dos tallas más pequeño de lo necesario. Este forzado ajuste no es, en realidad, un proyecto arquitectónico sino un renovado generador de contratos sobre el tema del Colón. No se está hablando, pues, de nimiedades como la proximidad del ábside de la Catedral o de la nula calidad arquitectónica del edifico Stella como parámetros de diseño o algo así, sino de los negocios en torno al Colón, que es un tema bien distinto. El proyecto parece decir: la catedral que se vaya al diablo, el edificio Stella que se vaya al cielo. Y todos tan contentos… Los autores del proyecto-PEMP para el Colón, eso sí, podrían alegar que las críticas que les han caído por su propuesta son injustas. En efecto, en décadas pasadas, cuando la mastodóntica Biblioteca Luis Ángel Arango invadió poco a poco otra manzana del centro histórico con un monstruo totalmente fuera de escala, indiferente a su entorno y de muy abigarrada calidad arquitectónica, no hubo debates, nadie se molestó por nada…

¿Hablamos de concursos? ¿En qué quedaron los varios de ellos abiertos para el aeropuerto que se merecían los tristes bogotanos y su indefinible entorno, ante la insaciable voracidad de las firmas constructoras y su poder económico, político y propagandístico? ¿No se dijo, acaso, que la demolición del antiguo terminal de pasajeros era indispensable para estacionar 6 aviones más en esa área? Eso no era cierto, pues ahí no caben de ninguna manera 6 aviones de los tamaños que se anuncian para un inmediato futuro. 6 avionetas jet privadas, sí, pero entonces ¿era de éstas que se hablaba? Esa macondiana justificación de un acto de barbarie cultural arquitectónica muestra claramente que el asunto no es de arquitectura sino de cierto flujo de contratos encadenados entre sí e interminables en la realidad, de preferencia. En el caso del Teatro Colón no se trata de establecer si la “polémica ampliación” es o no necesaria y de cómo hacerla, sino del cubilete mágico de recursos públicos que ronda en el trasfondo de la escena y del destino final de ese dinero que llega y llega pero no se sabe dónde.

Que la arquitectura no tiene la menor relevancia en estos alegatos, excepto como pretexto secundario, lo demuestra el desparpajo y cinismo de quienes defienden lo torpe, lo mediocre o lo erróneo, mencionando por ejemplo, en tono jocoso (cabe imaginar la calidad de los chistes que dirá cotidianamente el autor de la crónica de Arcadia citada por G. Fischer), propio para el “vulgo”, el tema de la lámpara donada para el Colón por Laureano Gómez. La lámpara era lo de menos. Las lámparas van y vienen. Cuando mucho son “arquitectura de interiores”. Lo bueno, lo interesante, eran los contratos para la nueva iluminación y las redes eléctricas del teatro. Contra todo esto, ¿qué puede hacer, por ejemplo, la aislada pero meritoria cordura y las buenas intenciones, esas sí inteligentes, del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural?

Lo anterior es música celestial ante los caprichos obsesivos de la Ministra de Cultura (¡!). Ante la imperial voluntad de ella y sus leales funcionarios ni siquiera existen las restantes entidades controladoras u observadoras del patrimonio construido colombiano y menos aun los gremios como el de los detestables arquitectos que “no hacen más que hablar mal unos de otros” (palabras de la Ministra de Cultura pronunciadas reiteradamente en ámbitos sociales). Súmese a esto lo que señala Guillermo Fischer en el sentido de que en el país proliferan ya (¿serán una mayoría o un selecto grupo?) los periodistas y directores de medios de comunicación dispuestos a escribir lo que les digan los “dueños del billete”. Es así como a un modesto “suelto” de seis líneas en una página perdida, vecina a los avisos de defunción, en un diario cualquiera, cuestionando o denunciando alguna iniciativa u obra oficial, las entidades patrocinadoras, públicas o privadas, los contratistas, interventores y comunicadores reclutados para la ocasión contraatacan con dos páginas completas o toda una separata propagandística, de costo multimillonario, autoelogiando las maravillas de lo que entienden por cultura arquitectónica y urbanística en el país. ¿Y entonces?

 

Germán  Téllez  C.
Arquitecto AIA, SCA

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Carta abierta a Francisco Pardo

Estimado Pacho:

Puedes, si quieres, poner en tu blog la presente . Por mi parte, la enviaré a Torre de Babel. Se trata de algunas precisiones en un tema poco grato del cual ya estoy harto, de modo que debo fijar mi posición en algo que se nos fue de las manos a todos hace rato. Con ésto quiero que pongas en contexto mi indignación en la crónica que titulé El Flautista de Hamelín.

Cuando comenzó lo que hoy podemos llamar l’ affaire Mazzanti o debate Biblioteca España-Bienales expuse en Torre de Babel que la cuestión de la originalidad de autoría creativa o la “copia” o el canon compositivo, etc. eran fenómenos históricos de vieja data en arquitectura, muy matizados hoy circunstancialmente, por lo que no quise pronunciarme sobre la filiación de una obra del arquitecto Mazzanti que no conocía personalmente. Luego de visitarla y desencantarme por completo respecto de ésta pasé, a otras consideraciones distintas de insistir sobre si en efecto el arq. Mazzanti estaba (o no) plagiando alguna otra obra anterior o simplemente diseñaba, como tantos otros, tomando de la historia muy reciente y de aquí y allá para formar lo que muchos consideran un inaceptable coctel o club sandwich arquitectónico en algunas o todas sus obras. Esto ya no me interesa grandemente. Que Mazzanti plagie o copie o sea un incomprendido creador de maravillosa arquitectura –según el ángulo desde el cual se mire- no me parece que sea el punto a tratar. Pienso que razón tienes al solicitarle a Guillermo Fischer más calma en el asunto de un posible plagio de algún rasgo constructivo en una de sus obras. Creo que le hemos dado a Mazzanti y sus “cocinados” más importancia de la que realmente tienen.

Pienso también que el edificio de Fischer y sus asociados es buena y aceptable arquitectura y el de Mazzanti no pasa de ser un mediocre ejemplo de construcción comercial, al menos en su insignificante aspecto exterior. Para mí, ahí termina el asunto. Nos equivocamos quienes hemos intervenido en lo que algún colega llama “la paliza” a Mazzanti. Probablemente estamos dando palos, pero de ciego, en este caso.

¿De qué se trata entonces? Repasemos la historia. El arq. Mazzanti recibe el encargo profesional de diseñar una biblioteca pública en una comuna de Medellín. En lugar de producir una edificación modesta y discreta, pero funcional y utilitaria, capaz de integrar sin dificultad su presencia en un medio urbano que no puede ser más hostil a cualquier forma construida distinta de la de más viviendas de ocasión, decide que su papel como arquitecto no es ese sino el de aprovechar esa insólita ocasión para cobrar fama y celebridad personales mediante un proyecto de relumbrón, extraño y exótico, brutalmente contrastante con su entorno. Al relumbrón irritante, eso sí, lo separa una muy tenue línea divisoria de la más exquisita banalidad.

Para ello proyecta unas formas escultóricas enormes que pueden ser o no copias, evocaciones o innovaciones de otro proyecto internacional similar ya existente. Dentro de este espectacular y pretencioso envoltorio, como si se hubiera acordado a última hora del objeto original del encargo profesional que le hicieron, Mazzanti coloca, mal que bien, una pequeña biblioteca que no puede ser más convencional ni conformista, la cual no se saluda con su extraño contenedor, es decir con la rèclame destinada a atraer la atención crítica y publicitaria sobre una obra que, de otra manera, no tendría mayor importancia.

Unos colegas, quizá bien intencionados, señalan entonces, vehementemente, el posible plagio y con ello le otorgan una celebridad polémica al arq. Mazzanti que, por decir lo menos, es muy discutible. Mazzanti replica que él ve la misión del arquitecto (el arquitecto es él, claro está) sobre la tierra como una entronización del coctel formal construido como resultado de alguna incomprensible “ciencia proyectual” o como se diga en argot vanguardista. Entonces, Mazzanti ¿qué es, un arquitecto genial o un copista de 3a clase? Cada quién puede tener su propia idea al respecto.

Ese gesto nos regresa a la cuestión básica: además de estar en la tierra como humildes servidores de la sociedad que nos da trabajo, ¿los arquitectos debemos gesticular y fastidiar para que nadie olvide nuestra vanidosa condición de semidioses, de misteriosos gurús de las formas construidas, y para que nadie olvide que somos muy capaces, si nos permiten, de destruir toda una ciudad, construyendo? Sigo con la historia: como nunca antes, independientemente de qué tan valiosa pueda ser la obra del Arq. Mazzanti, los medios de comunicación, azuzados o no por éste y por sus seguidores y patrocinadores, se lanzan sobre un personaje que aparentemente estaban requiriendo de urgencia y lo elevan al cielo (por ventura estaremos haciendo un convenientísimo mártir o por lo menos un héroe de segunda clase de Mazzanti?). La vanguardia arquitectónica y constructiva colombiana, atenta a descubrir lo que la puede impulsar y beneficiar, descubre en Mazzanti el personaje “icónico” que presumiblemente – con la ayuda de periodistas y universidades norteamericanas, – llevará la arquitectura colombiana por el “buen” camino. Éste se presta con gran sentido de la oportunidad a los excesos publicitarios de periodistas, funcionarios oficiales y gremiales y compañeros de academia a un grado que ningún arquitecto colombiano había alcanzado previamente y menos en plena juventud.

Sólo Rogelio Salmona, ya en los últimos años de su vida y su meritoria labor, tuvo una celebridad mediática vagamente similar a esto que presenciamos actualmente. No es posible,actualmente y en vista de lo anterior, distinguir qué puede ser periodismo interesado de veras por el tema y qué, publicidad o propaganda pagada. Las dos cosas se parecen hoy como gotas de agua y no por culpa del arq. Mazzanti. Este simplemente aprovecha en beneficio propio el desagradable clima mediático de su época.

Esto, en sí, puede ser igualmente reprochable o elogiable. Encuentro muy significativo y muy de la época que un estudiante de arquitectura me contestara con displicencia a una pregunta mía sobre las razones que había tenido para plantear en determinada forma su proyecto : …es que como ahora todo vale…¿Complejo de culpa o instinto defensivo?

Para ciertas capas de la estructura social, los arquitectos somos semidioses, magos, chamanes. Para otras, ojalá minoritarias, somos payasos o farsantes, cómplices de cuanto desastre urbanístico padezcan nuestras ciudades o artistas geniales incomprendidos para siempre. Ante la gravedad de esa cuestión, ¿qué importa que el arq. Mazzanti y otros copien o no? ¿o que la alharaca propagandística haya invadido también lo que antes era algo más discreto y tolerable?

GERMAN TELLEZ C

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El flautista de Hamelín

Agosto 13 – 2012

Se me ocurre que Benjamín Barney puede no haber entendido la largueza y generosidad del arquitecto Mazzanti en donar a Santa Marta un proyecto “norteamericano” que está homologado en los USA como entregado a mediados del 2008, lo que anula la «insinuación» de Francisco Ramírez de una posible coetaneidad en una desmañada defensa del otorgamiento de una distinción de la SCA al proyecto «costeño». Está claro que no son «simplemente coetáneos»(ver: ¿Plagio, coincidencia o inspiración?). Estamos lejos todavía de que la firma MOS comience a «inspirarse» en proyectos de Mazzanti.

A mí me gustaría donarle a Ramiriquí o Caicedonia el proyecto de una iglesia ortodoxa (del rito de oriente) hecha enteramente en madera, y tomada de un proyecto de restauración de 1988 en Ucrania. Apuesto a que Benjamín tampoco entendería la nobleza de mi gesto y me acusaría de plagiario y de chiflado, pero ¿no sonaría lo mío, también, como una solemne charlatanería?

Pero ¿cómo? ¿No hay rito ortodoxo en los pueblos colombianos? Pero si éstos tienen que ver con iglesias ucranianas del mismo modo en que los lugares de Mongolia se relacionan con el trópico caribeño. Ambos fenómenos, tan ficticios y engañosos el uno como el otro, se apoyan en un hecho básico, muy importante en la arquitectura de moda: la credulidad e ingenuidad de muchos.

Esto no es nuevo. El saqueo en México en la época de Vasconcelos a los proyectos escolares franceses y norteamericanos por parte de los diseñadores del Ministerio de Educación de entonces, fue notable, pero no recuerdo que hubiera ocurrido alguna protesta pues parecía que todo eso era «coincidencia», «inspiración» o «copia inevitable». El uso de materiales «mexicanos» ¿hacía que una fila de aulas rectangulares fuera la misma en Montpellier y Monterrey?

Hoy en día, a través de internet están a disposición de cualquiera cientos de miles de proyectos y obras de todos los géneros arquitectónicos en el mundo. Entonces, habría que aplaudir la habilidad con la cual el arquitecto Mazzanti selecciona lo que lo va a «inspirar» y escoge con precisión lo que ha de catapultarlo a la cabeza de la moda en Colombia. Él conoce muy bien el dicho norteamericano «there’s a sucker born every minute».

La historia se repite. Basta olvidarla para que se repita. En los últimos años 70 y primeros 80 el asunto era con la «arquitectura de ladrillo», «los salmonistas del ladrillo bogotano» y los ladrillistas de la arquitectura orgánica» y luego las epidemias de las dobles fachadas y otras manías posmo que pasaban como «vanguardia». Ahora, en algún momento de inercia o de fatiga estética, se pasó a la vanguardia formal como elemento de toma de poder profesional y fuente de supuesto prestigio internacional. En suma, se colombianizó un debate que ya lleva tiempo en su formato internacional, sobre el rumbo, siempre formal, claro, que debe o no que debe tomar la arquitectura, entendida como alta costura o chabacanería escultural.

Entiéndase: si queremos être à la mode o be fashion oriented debemos tomar como antiguo testamento la equívoca biblioteca «comunal» de Medellín del arquitecto Mazzanti y como catecismo las realizaciones de un grupo de diseñadores que toman de aquí y allá de la más revenida producción internacional para hacernos creer que están en algo así como una «Colombiamoda» arquitectónica.

Aun recuerdo las palabras de algún célebre crítico francés a propósito de la exposición Architectures Colombiennes presentada en el Centro Pompidou en París en los años 80. Según él, esa muestra se dividía en dos partes: una, formada por unos lamentables páneles conteniendo fotografías de aficionados de obras de Salmona, RGM, Fernando Martínez, etc. mostradas como la «vanguardia del ladrillo», y otra, más páneles que mostraban obras de otras firmas (Cuéllar, Serrano, Gómez; Obregón & Valenzuela; Esguerra, Sáenz y Samper, etc.) presentados en fotografías de mi autoría. Decía el crítico: «en unos paneles había muy buena arquitectura pésimamente fotografiada y en los otros, arquitectura sin ningún interés, admirablemente fotografiada». Ahora, más de 30 años después, seguimos en la misma pieza teatral aunque con diferentes actores. Eso sí, sería muy inquietante que el «divo» de la arquitectura colombiana vaya a ser el arq. Mazzanti, como sucesor publicitario, que no profesional de Rogelio Salmona. El abismo real entre uno y otro es demasiado grande para nombrarlos en el mismo día.

El interés real que pueda haber tras esto es claro: dominar tres mercados, el de la comercialización publicitaria de la arquitectura; el de los encargos profesionales y por último, el de la enseñanza de la arquitectura; con una imposición ideológica similar a la del nazismo, el marxismo o la Inquisición. La nueva ideología profesional es la de la implacabilidad metodológica, la del logro profesional como sea, incluyendo las actitudes más antiéticas y más amorales o inescrupulosas posibles, buscando silenciar toda voz disidente. A lo nuevo no le faltarán panegiristas interesados o entregados, ni medios económicos para ahogar en propaganda a cualquier opositor.

A la nota de un colega que me pregunta si la posición del arq. Mazzanti podría haber sido la del famoso Philip Johnson en el sentido de que éste, un afamado «adaptador» de arquitecturas del pasado, reciente o distante, era no un copietas sino un inteligente «innovador» y que su producción era mil veces «mejor» que cualquier cosa que lo hubiera precedido, sólo podría advertir que no deja de ser curiosa la postura de Mazzanti de insistir en su «originalidad». La pregunta sería: ¿Está Mazzanti y su engañosa biblioteca en Medellín, pasando (junto con ésta) por el famoso cuarto de hora de fama y celebridad que nos pronosticó Andy Warhol a todos? Y la otra pregunta: ¿Por qué a una revista de arquitectura como Architectural Record sólo le interesan desplantes como ese opus de Mazzanti y no les interesa en absoluto la obra de Salmona, según lo manifestó sin el menor rubor su reportera, Elisabeth Broome, enviada a Colombia? Como periodista, y no arquitecta, que ha escrito además sobre «finanzas, comida y sociedad», sólo le interesaba hablar de «lo positivo» de esa obra y no de la insignificante bibliotequita encerrada en sus rocas huecas. Esto tiene cierto aire de publicidad pagada, o periodismo «comprado», pero quizá estoy siendo excesivamente malicioso.

Precisamente, a la revista Architectural Record le ocurrió que dejó de ser intempestivamente, la «revista oficial» del gremio de los colegas norteamericanos, el AIA (al cual pertenezco como Colegiado Honorario) por tener insalvables diferencias ideológicas con dicha entidad. El AIA estimó que no podía cohonestar, desde su posición de imparcialidad gremial, la imposición de una determinada corriente grupal y formalista en extremo. En suma, no podía admitir que determinada arquitectura le fuera impuesta al gremio norteamericano y a través de éste, al de otros países, como si sólo esa fuera la verdad. El resultado de estas enconadas diferencias terminó en que el AIA se apartó de Architectural Record y ahora publica su propia revista, Architect, en la cual ideólogos y diseñadores muestran criterios y obras de muy diversa índole. ¿Cómo, entonces, viene una periodista «del imperio» a decirnos desembozadamente, a nombre de una revista profesional quién es nuestro verdadero y genuino flautista de Hamelín en materia de arquitectura, haciéndose así vocera y representante de una publicación norteamericana cuyo contenido de propaganda comercial es de un 77% con respecto a lo que muestra como «liderato» profesional?

GERMÁN TÉLLEZ C.

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Pesadilla de talla mundial

Febrero 28 – 2012

Me parece siniestra la campaña publicitaria del “pegote” BD Bacatá, especialmente al haber contaminado como un virus letal el medio gremial o profesional de la planeación, el urbanismo, la construcción y (de última) la arquitectura en Bogotá. Todas estas, de virus nocivos ya tienen de sobra, para que ahora venga otro del extranjero para sumarse a los de origen local. Luego de conseguir sus tramposos objetivos pasando por encima o al lado de cuanta norma o noción reglamentaria encontraron en el camino, ahora atacan, como un cáncer importado, el ejercicio profesional y el modo de vida de miles de arquitectos y millones de habitantes de la capital colombiana, en un tono altanero, exclusivista y arrogante, cargado de alusiones humillantes y ofensivas para quienes no piensan como los jefes o responsables de la más grande “avivatada” de la historia urbanística de la capital colombiana. Los bogotanos somos, según estos patanes idealistas, una parranda de retardados mentales, incapaces de caer en cuenta de sus propias limitaciones, de haber menospreciado y “destruido” las inmarcesibles genialidades de Le Corbusier o de captar cómo se logra, con suficiente poder económico, pasar por sobre todo y sobre todos para hacer lo que se le venga en gana a alguien con el engañoso timo de que construir edificios más altos que otros es estar a tono con los tiempos actuales y a la moda con el resto de las catástrofes y crisis financieras “sostenibles” del mundo.

Me faltaba ver, en todos estos años, algo parecido a ese “suelto” afortunadamente relegado a la prensa electrónica. En el primer párrafo se nota claramente que su redactor (al menos en parte) es un colega al servicio de los intereses de los promotores del proyecto de marras, encabezados, si no recuerdo mal las informaciones veraces al respecto, por alguien con cuentas pendientes con la justicia española. Al citar el chisme generalizador sobre la arquitectura “excepcionalmente buena”, surgido en el ambiente de las facultades de arquitectura de “garaje” resulta claro que la propaganda debió reclutar algún “talento” arquitectónico bogotano para sumarlo al publicitario y darle así un aire “conocido” al asunto, al menos entre los arquitectos que se oponen, muy razonablemente, a este nuevo bodrio construido. Esta impresión se refuerza con la lectura de los siguientes párrafos, dignos de una perorata de algún defensor de oficio del capitalismo salvaje, en un círculo de simpatizantes en algún bar de moda, acompañada de unos cuantos tragos para dar más contundencia a las tonterías y tercios de verdades pronunciadas (o escritas). A las patadas con el idioma, el texto dice: (la mentalidad provincial) con la que ha solido concebirse…(el futuro de Bogotá…). Esto sería análogo al famoso bogotanismo “súbansen y corransen”. Lo de “solido”, tan cercano a “sólido”, es particularmente encantador. Y por ahí en el párrafo introductorio dice elegantemente “para que debatan…sobre la “nueva arquitectura en Bogotá”. Las irónicas comillas son significativas. ¿Será que todo lo anterior en la historia de la ciudad nunca fue nuevo?

No vale la pena discutir sobre si los bogotanos estamos o no en la obligación de poner a Colombia en el “panorama urbanístico internacional” mediante el subterfugio del pegote del BD BACATA Down Town, ni mucho menos “debatir” lo que, según el anónimo autor del “suelto” es ya un hecho cumplido (el edificio, “que ya está en construcción“, dice el texto). Ese no sería un debate sino una mordida por parte de los interlocutores, de un torpe anzuelo para convertirlos inesperadamente en colaboradores involuntarios a la publicidad y la justificación que tan ansiosamente buscan los autores del pegote. En mi indiferencia hacia los asuntos de la globalización profesional, sólo sabía de algunas obras de la firma ArchiTectonics, supuestamente fundada por una de las dos luminarias de la arquitectura mundial que se anuncian como profetas, apóstoles y redentores internacionales de la arquitectura bogotana (y colombiana, de paso), una como ideóloga y “debatista” y el otro como diseñador. Ignoro cuál sea la verdadera ortografía del nombre de la arquitecta que figura en el texto, unas veces con el apellido Dubbeldman y otras con el de Dubbledman. Es un enigma ese curioso interés de los promotores del proyecto de tener cierta opinión pública a su favor, de buscar una imagen placentera y bonachona para lo que es en el fondo un negocio crudo y una durísima prueba para el centro de la ciudad, en el curso de la cual alguien termina con los bolsillos llenos y le deja a la ciudad bastante menos de lo que los negocios del promotor Eiffel le dejaron a París, o los inversionistas Rockefeller a Nueva York.

¿Nadie se da cuenta de que todo esto, amén de inútil es sólo propaganda comercial justificativa de irregularidades, como lo fueron el aeropuerto de Eldorado y el parque del Bicentenario, un asunto de jugosos contratos y punto?. La arquitectura aquí carece totalmente de importancia. Sólo sirve para “chambonear” sobre cosas como la anchura de un vestíbulo de ascensores o la de un acceso a un monstruoso parqueadero.

No dejo de experimentar cierta desazón al ver a lo que hemos llegado. La pregunta publicitaria que arruinó todo para mí es: ¿es usted arquitecto de talla internacional? asista a nuestra convocatoria. ¿En qué consiste la “talla internacional”? ¿Será algo como las tallas S, M, L y XL? ¿Quién otorga o decide lo de la “talla internacional”? ¿Se obtiene en internet? ¿Si alguien en Bogotá tiene apenas “talla departamental” o “talla distrital” puede aspirar a debatir con Sergi Balaguer y Winka Dubbeldman sobre edificios de “talla mundial”? ¿Debo consultar con mi psiquiatra sobre un posible complejo de inferioridad causado por mi falencia tremenda de no ser “de talla internacional”?

El colmo de la arrogancia personal y profesional, además del atolondramiento conceptual es ese párrafo inicial en el que se anuncia pomposamente que la Torre BD (y no una empresa inversionista y constructora sino algo que aún no existe, ahí en la avenida 19) “busca arquitectos colombianos que hayan realizado proyectos de talla mundial para que debatan (sic) junto (no “contra” sino “junto”) a S. Balaguer y W. Dubbledman sobre la “nueva arquitectura en Bogotá”». La talla, nótese, ha pasado aquí de “internacional” a “mundial”. ¿O será lo mismo?

La medalla de oro al arribismo se la lleva sin duda el párrafo del texto que dice: Quienes creemos en el tremendo potencial que tiene Bogotá como ciudad cosmopolita, vemos con dolor cómo la ciudad le ha dado la espalda a la arquitectura mundial por más de treinta años….Al rodear su existencia de todo aquello que daría una sensación de cosmopolitismo, de nuevorriquismo desaforado, el narcotráfico y la mentalidad “traqueta” atacaron ese tremendo potencial que en efecto tiene el país colombiano, y lo llevaron a la dimensión mundial de los estupefacientes. El crimen cobró “talla mundial”. ¿Por qué no habría de cobrarla también la arquitectura colombiana, que, mal que bien, como está hoy, tiene un prestigio bien ganado fuera de nuestras fronteras pero sin obras de relumbrón vulgar ni posturas formales o dimensionales extremas. Y ante todo, sin piruetas reglamentarias de por medio? Que se haya logrado en Bogotá darle la espalda a una época aciaga de la arquitectura mundial no es un motivo de dolor sino de satisfacción. Es una postura auténtica, creativa, original y muy nuestra. Y desde ella podríamos preguntar, con clásico chauvinismo: ¿qué vienen a hacer aquí estos improvisados profetas de un futuro que ni les concierne ni les importa más allá de lo que se van a echar a sus bolsillos?

No sé qué pensar de la posibilidad que me brinda el autor de tan inquietante nota propagandística, al ofrecerme “…En otras palabras”, (¿las anteriores no servían?) hoy los bogotanos tenemos de nuevo al oportunidad de soñar… ¿Cómo, la Torre BD nos propone más pesadillas de las que ya tenemos? ¿Alguien quiere soñar con una ciudad como para Batman, llena de torres BD tétricas y oscuras?

P.D. Hecho el envió del presente texto, fue una sorpesa para mí ver la publicación en este mismo espacio de la «columna» de mi colega Willy Drews, con numerosas analogías y semejanzas temáticas. Ignoraba que ese texto estaba ya para ser publicado cuando envié el mío. Es con alguna sonrisa socarrona que tanto Willy como yo podemos señalar la coincidencia en el tema de la «talla» geográfica de los arquitectos colombianos y de la correspondiente a la obra de él y la mía.

Un ángulo problemático y polémico que no tratamos a propósito de la torre BD, o solamente lo hicimos a la tangente es éste, tomado de otro texto mío: parece que nos olvidamos de quienes en la Empresa de renovación y del Espacio Público, en las curadurías, en el IDPC les allanaron el camino a los aventureros de la Torre BD y por parte de quién. Los espejitos, se le puede decir a Willy Drews, vienen hoy acompañados de gruesos fajos de euros, haya o no crisis en España y otros países europeos. Quienes miran estos aconteceres desde lo alto de cargos oficiales en Colombia han estado desde hace mucho tiempo ahí y saben perfectamente bien qué está pasando con esta renovada conquista del medio financiero y urbano de Bogotá. Nos persigue el fantasma del continuismo destructor, demoledor, anarquizante, arquitectónico, urbanístico y planificador de la era Uribe. De la imagen de indiecito confundido que propone Willy Drews no se sabe si reír o llorar.

GERMÁN TÉLLEZ C.

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El vacío del diseño


David Dillon


El siguiente es un extracto de un texto del crítico norteamericano David Dillon, recientemente fallecido, tomado de una alocución dirigida al Concejo de Ejecutivos del Componente Arquitectónico en Richmond, Virginia en Agosto del 2008. Su validez y vigencia para el medio profesional y gremial colombiano es total y por tal razón debería ser divulgado en la Bienal Iberoamericana a tener lugar en Medellín. La traducción de GERMÁN TÉLLEZ, Hon. F. AIA, fue hecha sobre el editorial de Robert Ivy, F.AIA, publicado en el número de Julio 2010 de la revista Architectural Record. Si la situación en los Estados Unidos es como la analiza David Dillon, qué se podría pensar de la que existe en Colombia?.


“…existe un enorme vacío de crítica o comentarios serios sobre diseño, en el cual la arquitectura, el arte más público de todos, está perdiendo contacto con su público – con su base de clientela, si se quiere – y tiene cada vez menos influencia sobre el planeamiento y diseño de nuestras comunidades.

Para reafirmar lo obvio, los periódicos norteamericanos están en una modalidad reductiva , con sus utilidades y su franja del mercado publicitario en radical disminución. Una de las áreas en mayor peligro es la del cubrimiento del arte y la arquitectura. Este cubrimiento está siendo marginado o eliminado a través del país…

Esto es desastroso pues los críticos periodísticos son la primera línea del cubrimiento arquitectónico, siempre más a tiempo y con frecuencia de manera más comprensiva que en las revistas de diseño. Los periódicos son donde el público obtiene la mayor parte de su información sobre arquitectura y también sobre planeación urbana, desarrollo comunitario, conservación de vecindarios y otros temas sobre los cuales se preocupa. Las fuentes electrónicas de información no pueden  ni comenzar a llenar esta brecha, lo que significa que la conversación se ha detenido sobre la mayoría de estos temas de importancia vital. El diálogo y el debate han cedido su lugar a un silencio ensordecedor.

Sin embargo, no creo ni por un segundo que el público no se preocupe ya por la arquitectura y el urbanismo o que estos se hayan tornado en temas propios de escasos círculos de tertulia. Observen la proliferación de comités de revisión de proyectos y planeación que han surgido en todo el país…Que esto indique que el público se apasiona por el diseño o está mortalmente asustado de lo que los arquitectos le podrían hacer a ellos, es un asunto muy diferente.

Lo que está haciendo falta en todas partes es un lenguaje común y un esquema compartido de referencias para hablar sobre estos temas. Los arquitectos y el público habitan mundos muy diferentes cuando se trata de identificar y analizar los asuntos que realmente importan en nuestras comunidades.

La revista ARCHITECTURAL RECORD, para la cual he escrito durante 15 años, recientemente entrevistó a seis críticos a escala nacional respecto de qué era lo más importante para los residentes en cada región del país. Casi sin excepción, los temas claves fueron públicos y cívicos – vivienda a costo accesible, planeamiento regional, acceso a transporte público, conservación de vecindarios y zonas históricas, congestión urbana, crecimiento urbano desordenado y espacios abiertos. La Arquitectura con A mayúscula, como sería, por ejemplo, a lo que están dedicados ahora Rem Koolhaas o Frank Gehry, a duras penas quedó en el último lugar de la lista (subrayado del traductor). Lo que equivale a decir que hay una gran desconexión por ésta época entre lo que hacen los arquitectos y publican las revistas y lo que el público hace o lo que realmente capta su interés.

Correctamente o no, el público percibe que la profesión es mayoritariamente indiferente a sus preocupaciones. Piensa que los arquitectos están interesados principalmente en la arquitectura como un arte, la arquitectura como un negocio o en defender la autonomía de la profesión, que ha sido ya mayormente entregada o despilfarrada, al paso que se ven a sí mismos como guardianes del dominio público y de los elementos sociales y comunales de la arquitectura y el diseño urbano.

Admito que esta es una división simplista, pero la brecha de comunicación es real  y los arquitectos y los periodistas llevan mucha de la responsabilidad por haber creado esa zanja, así como en la tarea de cerrarla. …debemos revivir el diálogo con el público sobre los temas de diseño. Arquitectos y revistas de arquitectura están buscando ahora caminos para recuperar influencia y ganar autoridad, que no es lo mismo que poder.

Poder es la capacidad de lograr que algo ocurra o no ocurra u ocurra de modo diferente. Autoridad es otra cosa. Autoridad significa que su trabajo es leído, se le escucha, se habla sobre este y se le presta atención. Influencia o autoridad no vienen de detener en seco el proyecto X  sino de lograr una gradual agudización de las percepciones comunales respecto de buena calidad de diseño y por ello mismo, elevar el nivel de las expectativas públicas sobre lo que es aceptable y lo que no lo es.

La gran crítica Ada Louise Huxtable dijo alguna vez que el público conoce sus derechos respecto de la ley o la seguridad social o la salud y está al día en todo aquello a lo cual tiene derecho cívico. Pero no sabe nada de aquello a lo que tiene derecho en arquitectura, diseño urbano o políticas del medio ambiente. El trabajo principal de una buena revista de diseño es el de ayudar a educar al público respecto de sus derechos en estos asuntos, pues en fín de cuentas su mejor aliado es un público ilustrado y preocupado y su más poderosa arma es la habilidad para poner la opinión pública al servicio del buen diseño.”         

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