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queridos viejos

Viejos, mis queridos viejos

En días pasados y en una columna titulada Arquitectos y frases, citaba yo los pensamientos de algunos maestros que acompañaron la formación de muchos colegas de varias generaciones de arquitectos en la mitad del siglo XX, pensamientos que se pueden resumir así:

El más mínimo detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito. La forma siempre sigue a la función. Menos es más. Dios está en el detalle. La excelencia no se alcanza cuando no falta nada, sino cuando no queda nada que se pueda quitar. No hay que tratar de hacer lo que hicieron nuestros maestros, sino lo que ellos trataron de hacer.

La única manera de medir el resultado de la formación de estos arquitectos es a través de sus obras. Los invito entonces a hacer un recorrido imaginario por Bogotá, visitando una docena de edificios representativos de los distintos tipos, usos y tamaños de la arquitectura de ese momento. Considerados de una gran calidad, y que han pasado la barrera de los años, demuestran que las virtudes reconocidas en el momento de su construcción se conservan, y así se confirma que su arquitectura no fue una moda efímera.

Nuestro punto de partida de este paseo virtual, la plaza de Bolívar, es uno de los mejores proyectos de Fernando Martínez. Se trata de una alfombra de piedra con un discreto diseño, extendida sobre el piso, que soluciona con esmero la unión de la plaza con las calles y edificios que la rodean. Además del piso, complementa el diseño la estatua ecuestre de su dueño –el Libertador– que desde su pedestal otea las manifestaciones de apoyo o protesta de los ciudadanos en su ágora. Aquí menos fue más.

Subiendo entre la Catedral y la Puerta Falsa –la mejor agua de panela de la ciudad–, se llega a la biblioteca Luis Ángel Arango. Adentro hay un recinto que se destaca por su bello diseño y calidad acústica. Se trata de la Sala de Música, espacio ovalado proyecto de Germán Samper donde colaboró el arquitecto Jaime Vélez. La forma siguió a la función. Su impecable trabajo en madera hace de la visita una experiencia inolvidable. Esta sala y la de Daniel Bermúdez en la universidad Jorge Tadeo Lozano son dos muestras de buena arquitectura de pequeño formato.

Iniciamos nuestro recorrido hacia el norte por una carrera séptima sin carros ni buses –que no puede considerarse por eso un buen espacio peatonal, por su deficiencia en amueblamiento, tratamiento de pisos, paisajismo y servicios básicos– hasta encontrar el Conjunto Bavaria de Obregón y Valenzuela. Nos reciben dos torres que flotan en un generoso espacio, con apartamentos de áreas igualmente generosas. En los primeros pisos comercio, y en el extremo la torre de oficinas sostenida por una fachada portante en un impecable concreto a la vista típico de la época.

Girando la vista noventa grados encontramos el –posiblemente– mejor proyecto en la historia de la arquitectura en Colombia: las Torres del Parque de Rogelio Salmona, consideradas –en su momento y aún hoy– como una solución novedosa, con una alta calidad estética y adecuadas al problema de relacionar respetuosamente la arquitectura con los cerros.

No lejos de allí se encuentra el edificio de la Flota Mercante Gran Colombiana de Cuéllar Serrano Gómez y Hans Drews, un edificio con una estructura con grandes voladizos que permitió abrir el primer piso, dejando que el espacio público penetrara hasta un local bancario en el fondo del proyecto. Desafortunadamente, años después el espacio fue cerrado con una fachada en vidrio.

Nos dirigimos al occidente por la avenida que conduce al aeropuerto, y cuadras adelante se asoma un grupo de edificios blancos de cinco pisos alrededor de un espacio verde central –proyecto de Arturo Robledo y Ricardo Velázquez– con apartamentos dúplex y un corte correctamente resuelto que permitió una mayor altura en los salones. La manera en que se van desplazando los bloques genera unos espacios exteriores e interiores de gran calidad.

Regresando al oriente, tomamos la avenida Circunvalar que perezosa bordea la ciudad de sur a norte recostada al cerro. Serpenteando cincuenta cuadras nos espera un viejo eucalipto atrapado en un muro que separa el andén del antejardín de Residencias El Bosque, un conjunto de once viviendas de la firma de entonces Rueda Gómez y Morales que tiene como característica compartir la alta calidad de los proyectos de este tipo desarrollados por esa oficina.

Quinientos pasos largos más adelante hay un parque con una escultura de un pájaro extraño. El parque es muy pequeño y el pájaro extraño muy grande. Y mirando la sabana por encima del parque y del pájaro, aparece el edificio Sapo de Jon Oberlaender, el menos conocido y publicitado de los proyectos visitados en este paseo imaginario. Se trata de un muy buen edificio de apartamentos, perfectamente ubicado en su sitio, y con una calidad de diseño que permanece con los años.

Regresamos a la carrera séptima, esta vez sí con carros y buses –muchos–, y pasamos frente a una fachada de un piso que solo tiene puertas de garajes y una entrada para peatones. Es necesario pasar al andén del frente para entender que detrás de esa fachada se extiende, siguiendo la pendiente original del terreno, un tablero de ajedrez de techos y terrazas que cubre el proyecto de Camacho y Guerrero, modelo a seguir de vivienda escalonada de alta densidad en baja altura.

Finalmente, terminamos nuestro recorrido virtual en un barrio de vivienda asentado en el antiguo terreno de un campo de polo, de donde tomó su nombre. Allí se construyó un grupo de casas de dos pisos –proyecto de Arturo Robledo y Hans Drews–, apoyadas en dos muros de carga y con un tercer piso diseñado para recibir una ampliación, que llama la atención por la claridad de su diseño, donde nada faltaba ni nada sobraba. Actualmente lo que falta y sobra son las desafortunadas intervenciones de algunos propietarios.

También encontramos, en el mismo barrio El Polo, los edificios de Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, que en su momento sacudieron el mundo de los edificios de apartamentos de baja altura por su atractiva distribución de viviendas y su acertada implantación en el sitio.

Todos los ejemplos visitados siguen siendo admirados como muestra de arquitectura de gran calidad que, a pesar de tener más de treinta años –y algunos más de medio siglo–, son viejos que siguen desempeñando su función con dignidad. Son mis queridos viejos.

 

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BD Bacatá

El BD Bacatá y el ave Fénix

Cuando uno cree que un tema se ha terminado, siempre resucita, como el ave Fénix, y aparece algo más. Me refiero en este caso al rascacielos BD Bacatá. Pensé que la negativa de la Secretaría Distrital de Planeación a revocar la licencia era el colorín colorado de este cuento, hasta que el periodista Alexander Marín publicó en EL ESPECTADOR un artículo titulado Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá, a raíz del cual le mandé la siguiente carta:

Señor
ALEXANDER MARIN
El Espectador

Estimado Sr. Marín:

Leí con mucho interés su artículo «Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá» en EL ESPECTADOR del domingo 12 de marzo. Y digo con mucho interés porque el tema del famoso rascacielos ha sido motivo de mis críticas y preocupaciones. Las críticas se han publicado en el Blog de arquitectura TORRE DE BABEL, y las preocupaciones las sigo cargando. Ha sido pelea de tigre y burro amarrado.

Mis motivos de inconformidad han sido muchos y están suficientemente aclarados en los cuatro artículos que le adjunto. Pertenecen a cuatro temas: urbanos (que afectan a la ciudad), arquitectónicos (que afectan a  usuarios), económicos (que afectan a compradores ) y normativos (que permitieron la construcción). Vamos por partes.

El tema urbano que más preocupa es la ubicación del edificio –que genera un gran movimiento de peatones y vehículos– en una zona de por sí ya congestionada. Los miles de peatones nuevos que atraerá el edificio tienen que circular por los andenes actuales, pues el proyecto no dejó ni un metro cuadrado de espacio público, y si el pequeño espacio abierto en el centro –que no público– va a ser cubierto, el lote queda construido en un 100%.

Debido a esta ubicación, la accesibilidad en automóvil es tal vez el tema más álgido. El único acceso y salida del proyecto en automóvil es por la calle 20 (de dos carriles) para desembocar en la carrera quinta, igual de ancha y ya completamente copada. Por allí entran y salen –si pueden– los más de 700 automóviles que alberga el proyecto. Se habría podido al menos mitigar esta tragedia cediendo unos metros sobre la calle 20 y la carrera 5 para ampliar la vía, pero ya no se hizo.

El proyecto aprobado presentaba algunos problemas de tipo arquitectónico, como un hall de ascensores excesivamente estrecho, entrada a parqueaderos muy pequeña, un sótano demasiado bajo que no permitía la entrada del camión de trasteos, escaleras de evacuación insuficientes, etc. Yo puse estos problemas en conocimiento de la firma de arquitectos española, autora del proyecto. Desconozco si se corrigieron.

Me llamó la atención en su artículo que los compradores están preocupados por lo que no toca –demora en recibir ganancias– y no por lo que sí toca –el valor de esas ganancias–. Tal vez quienes compraron oficinas o apartamentos para arrendar no están conscientes de que pagaron precios de estrato seis, y tienen que competir con la oferta de inmuebles en el norte, sin el grave problema de la accesibilidad. Los que compraron Fidis del hotel harían bien en pedir que les digan cuánto van a recibir. Si ya existe un operador, ya se debe saber cuánto se recauda y se reparte mensualmente. En el año 2012, BD Bacatá anunció que el estudio de rentabilidad del hotel se había hecho con una tarifa de $270.000, difícil de aplicar, teniendo en cuenta que en ese momento el hotel Ibis (por ejemplo), bastante nuevo, bien ubicado, cobraba $ 112.000. Si el hotel es de cinco estrellas, el problema aumenta. Les recuerdo que, según la propaganda, «Los FiDis no son una inversión financiera: no garantizan una rentabilidad ni su redención en un plazo determinado», y además su rentabilidad es de medios, no de resultados. Por lo pronto, que todos los inversionistas se olviden del rendimiento prometido de 16% anual.

Mi lucha contra el BD Bacatá terminó en septiembre de 2012, al solicitar –con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá– la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012 fue contundente: «Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado» (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: «con ella queda agotada la vía gubernativa».

Ahora ya sabe Usted, en esta pelea que pretendía defender los intereses de Bogotá, compradores y usuarios, quien fue el tigre y quien el burro amarrado.

Hasta aquí la carta. Ya el edificio está en etapa de terminación, y solo cuando lo entreguen se sabrá si yo fui alarmista, pesimista o realista. Y mientras tanto, termino con la frase que llevo seis años mordiéndome la lengua para no poner: yo se los dije.

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Las murallas son lo de menos. Respuesta a los comentaristas

Zonas

Central Park

Recibí dos comentarios de desaprobación a la propuesta para conservar la reserva van der Hammen a través de un parque urbano amurallado.

El primero asegura que se trata de un “afán ridículo” y pregunta “¿por qué debemos parecernos a otras ciudades, de otros países y otras culturas?”. El segundo se une al coro reiterando que copiar modelos extranjeros es un error y propone construir “una ciudad moldeada con consciencia de sus ecosistemas… Eso sí que sería un modelo propio, innovador y único, adaptado a nuestra cultura”.

Lo que “me pregunto” yo es otra cosa. Si una propuesta para conservar las 1.368 hectáreas de la reserva Thomas van der Hammen es una copia ridícula, ¿cuál sería la denominación adecuada para el alcalde Enrique Peñalosa: mago genial por desaparecer la reserva o cuatrero descarado por robársela?

Un tercer corresponsal interesado en el tema de la Región Bogotá me hizo, por correo electrónico, una invitación a apoyar la formulación de “un plan maestro regional, como referencia para la propuesta asociada Plan [de Ordenamiento] Zonal del Norte”, POZ. Estoy de acuerdo con la importancia con la planeación regional, tanto como con la planeación geográfica y ecosistémica, como entiendo que lo está la mayoría de gente involucrada con el problema del funcionamiento y la planeación responsable de la Sabana de Bogotá. Sin embargo, la región puede esperar y las declaraciones no alcanzan para CONSERVAR la van der Hammen.

Se puede discutir si la conservación de un área de 1.368 hectáreas debería hacerse a través de un proyecto de reconstrucción de un pasado ambiental, o del futuro de una ciudad habitada por 15 o 20 millones de personas. El hecho es que ninguna se puede sustraer al hecho de que el proyecto Lagos de Torca es una AMENAZA presente, a punto de ser aprobada por el Concejo. Sin que la reserva haya sido creada.

La reserva van der Hammen no pasa de ser un enunciado. No está creada porque no ha sido adquirida, no está reglamentada y no se ha definido cómo compensar a los propietarios ni la reubicación de algunos usos y usuarios. Tampoco se tiene un plan para mantenerla por el resto de la vida y menos la claridad de que todo tiene un costo de miles de millones de pesos, que de alguna parte tienen que salir. La creación, sin embargo, empieza por entender y actuar sobre las condiciones de posibilidad que amenazan su existencia: SUSPENDER el proyecto Lagos de Torca y REDEFINIR la zona norte.

* Imagen de la gran muralla china tomada de Taringa.

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Casa Shaio en venta

Esfera pública & Esfera privada

Septiembre 26 – 2016

El «espectacular» predio de la famosa casa en la que vivió Gonzalo Rodríguez Gacha no para de subir de precio. La primera valoración de la que oí hablar estaba por los 25 mil millones de pesos, la última va en 48 mil y, de ser cierto que habrá una puja pública, es de esperar que el precio suba un par de miles adicionales. Para algunos, la cifra no es escandalosa sino «apenas lógica» porque un lote como ese «vale una fortuna”. Para los de la supuesta especie con cola de puerco a la que pertenezco, lo espectacular eran la casa y su jardín y lo escandaloso es que semejantes casa y jardín, situados en la esquina de la carrera 13 con calle 86A, no sean parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad.

Casa Shaio ofertarLa casa fue construida para el doctor Eduardo Shaio por el arquitecto Rafael Obregón en 1956-57. De la familia Shaio pasó a la familia de González, uno de mis compañeros del colegio, por lo cual tuve la suerte de conocerla. Después vino El mexicano, luego Estupefacientes y el siguiente propietario será alguien con la capacidad de desenfundar 50 o 60 mil millones de pesos. Según el cronograma clavado al muro que acompaña el anuncio, esto debió haberse definido el 16 de septiembre.

casasahioUNal Antes que admirar la casa, que me parecía muy simple, lo que me deslumbraba por allá al final de los años 70 eran la piscina y el jardín. Ahora lo que me asombra es el sofisticado modernismo que le dieron Shaio, Obregón y el paisajista japonés Hoshino, y del cual sólo se viene a caer en la cuenta cuando ya era una ruina. A esta sofisticación le siguió una intervención del decorador William Piedrahita a base de muebles, tapetes, cuadros y porcelanas, que con mucho acierto mantuvo la neutralidad de la arquitectura y el esplendor del jardín. Después, según me contó un vecino que dice haber llegado al barrio por la época en que la propiedad pasó a manos de la Comisión de Estupefacientes, El mexicano redecoró la casa a punta de espejos, griferías, muebles exóticos y otros favoritos asociados con el éxito del negocio de la cocaína. Luego vino el cuidado descuidado de Estupefacientes, época en la que la casa fue saqueada hasta el último baldosín. Luego, ya sin nada de «valor», fue dejada a merced de unos indigentes de buen gusto que se la apropiaron y como lo recuerda quien me lo contó: “una noche, a mediados de los años 1990, el fuego con el que cocinaban y se calentaban se salió de control, la casa se quemó por completo, y acá llegaron ambulancias, máquinas de bomberos y carros de policía, por docenas, pues se sabía de los ocupantes y se temía que los hubieran quemado. Fueron ellos mismos quienes contaron lo que pasó”.

Aun con la casa devastada, el POT-2000 designó el predio como “institucional”, lo que motivó que una «institución» como el Colegio Liceo Francés tratara de comprarlo, como lote. El colegio adelantó un concurso arquitectónico entre exalumnos para estudiar la posibilidad de instalar ahí el preescolar del colegio. Pero en medio del concurso, según deduje de lo que me contó uno de los participantes, se les apareció el fantasma de la casa con el mensaje que el precio se estaba subiendo dramáticamente. El motivo: que esa tierra «vale mucho” y tiene «muchos interesados”. Como si el valor–patrimonial de una mansión moderna de más de 700 m2, con su excepcional jardín de casi 5.000 m2, careciera de mucho valor y mucho interés. Y como si el valor–económico del suelo fuera algo independiente de las normas de uso y altura que se producen entre las oficinas de Planeación Distrital y Camacol.

El paso de un predio institucional a un baile del millón tiene un precedente inmediato a pocas cuadras de La cabrera, en el Colegio Femenino de Colsubsidio, en Rosales. Situado en la calle 79B entre carreras 4 y 5, este predio también tenía un uso institucional, además de un edificio con protección patrimonial. A pesar de ello, la restricción desapareció, el uso cambió, el precio subió geométricamente y del predio brotó el conjunto Serranía de los Nogales, tal como del predio de El mexicano pronto brotará una Serranías de la Cabrera.

Aunque no es el caso porque la propiedad ya no pertenecía a los herederos de Rodríguez Gacha sino de una entidad estatal, es un hecho que muchos propietarios de casas y predios con restricciones patrimoniales están maniatados. Para defenderse, reclaman con razón que la Constitución del 91 protege la propiedad privada, y tienen razón. Sin embargo, la misma Constitución establece que la propiedad privada “tiene límites” y que será la ley la que determine el alcance de la libertad económica cuando “así lo exijan el interés social, el ambiente y el patrimonio cultural de la nación”. El problema se puede explicar como un asunto de falta de relación entre valor económico y valor patrimonial, o de falta de relación entre la esfera privada y la esfera pública.

Sin referirse a las esferas, el espíritu de la Constitución es evitar casos como la depredación que ya se dio con la Casa Shaio, o con la desaparición en curso de la Reserva Thomas van der Hammen. Dicho de otro modo: el espíritu de la ley apunta a proteger simultáneamente el interés público y el privado. O a evitar el abuso de poder en beneficio de uno u otro.

En la práctica, están por un lado los que consideran que eso del valor patrimonial es una tontería, y por otro los que consideran que eso del valor económico es una sinvergüencería. No obstante, más allá de los individuos que piensan de uno u otro modo, están las instituciones y las tradiciones que nos permiten pensar y proceder tan simplonamente y con tal falta de seriedad.

En un Estado serio, dice Héctor Abad, no se permite “que una ventana y una sala se vuelvan garaje [porque] uno no hace lo que le da la gana ni siquiera en su [propia] casa”. Esto a propósito de que su mamá alguna vez “compró un pichirilo, tumbó una pared del frente de la casa, y metió a su majestad el carro en la biblioteca a que goteara aceite” sobre un periódico. Antes de la Constitución de 1991, este improvisado garaje no era inconstitucional porque lo que alguien hiciera con su casa pertenecía a la esfera privada, como si se tratara de tatuarse un delfín en el cuello. Hoy, en una época diferente, el derecho del delfín continúa siendo parte de la esfera privada. El derecho del pichirilo ya no lo es.

En un Estado serio, digo yo, la esfera pública sería tan importante como la esfera privada; el valor económico sería tan valioso como el valor patrimonial y los alcaldes se dedicarían a administrar la ciudad, no a planearla. Y en una ciudad seria, nadie podría hacer lo que le dé la gana, empezando por Camacol y el alcalde de turno. Además, las intervenciones patrimoniales tendrían fines menos vulgares, por ejemplo: el colegio de Colsubsidio sería el preescolar del Liceo Francés, la casa Shaio sería un museo de arquitectura moderna, y la reserva van der Hammen sería el Centro de la Sabana de Bogotá.

* La primera imagen viene de la agencia de noticias de la Universidad Nacional. La segunda es del autor.

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Sabana de Bogotá

Para URBANIZAR la van der Hammen

Septiembre 8 – 2016

Urbanizar la reserva ambiental Thomas van der Hammen significa convertirla en un parque urbano de gran tamaño, PERO con sus bordes claramente definidos y sus áreas aledañas densamente pobladas, al modo de los bordes y las áreas aledañas del Central Park de Nueva York.

Hay parques urbanos enormes y paisajísticamente impresionantes PERO con una densidad y unos bordes «blandos». Por ejemplo, el Parque Casa de Campo en Madrid, el Bosque de Chapultepec en México D.F., el Parque Metropolitano en Santiago de Chile y el Parque Fénix en Dublín, todos con más de 700 hectáreas, son «blandos». Si les compara con las 320 hectáreas y los bordes claramente definidos y densamente poblados del parque neoyorkino.

Ante referentes como estos, Bogotá tendría la oportunidad de pertenecer a un selecto grupo con una reserva-parque-urbano de casi 1400 hectáreas. Para lograrlo, habría que poner en marcha algunos cambios administrativos, culturales e intelectuales.

Redefinir la Zona Norte

Cualquiera que se movilice por la Autopista Norte, rumbo a Chía, cuando pasa el Portal de la 170 empieza a percibir lo que es la zona norte de Bogotá: un territorio todavía abierto que va, más o menos, desde la calle 193 hasta La Caro, con los cerros orientales por un costado y «la sabana» por el otro. Este conocimiento geográfico-territorial es compartido por muchos como una experiencia.

Localidades

Otro es el conocimiento de la zona que tienen los propietarios de predios, y quienes por diferentes motivos tenemos que saber «qué pasa ahí». El conocimiento consiste en saber que a uno y otro lado de la Autopista están las localidades de Suba (11) y Usaquén (1); y que una vez pasada la calle 245, se sale de Bogotá y se entra al municipio de Chía, así uno todavía se sienta en Bogotá.

Un grupo menor de ciudadanos relacionado con la planeación urbana sabe que el norte lo constituyen las tres zonas independientes indicadas en este plano zonal: la Unidad de Planeación Rural −UPR−, la reserva CAR, más conocida por su alias como la reserva van der Hammen, y la zona del Plan de Ordenamiento Zonal del Norte −POZ−.
Zonas
Como unidades de planeación, estas tres zonas debieron quedar reglamentadas por el primer Plan de Ordenamiento Territorial –POT− aprobado en el año 2000. Infortunadamente, la aprobación del POT-2000 excluyó el tratamiento específico de las tres áreas, lo cual convirtió la totalidad de la zona norte en una mancha negra que bloqueó el desarrollo de la zona. El bloqueo, a su vez, propició el desarrollo de Chía, Cajicá y La Calera como «partes» de la ciudad, «por fuera» de la ciudad. El infortunio sucedió porque al alcalde Enrique Peñalosa le pareció que si no podía hacer en la zona lo que él tenía en mente, pues no se haría nada. Y efectivamente, no se ha hecho nada.

Hoy, dieciséis años después, el mismo alcalde está de regreso y promoviendo un proyecto de 1800 hectáreas para la zona POZ, llamado Lagos de Torca. Una de las estrategias para vender Lagos de Torca ha sido suponer que la van der Hammen no existe, limitándose a presentar Lagos de Torca como una maravilla ecológica en sí misma, y desconociendo que la CAR, el Ministerio del Medio Ambiente y, en general, todo el que sabe algo de biología, definieron la van der Hammen como un patrimonio ambiental.

Como primera conclusión, la zona norte tendría que ser un territorio integrado de aproximadamente 5000 hectáreas, de las cuales 1368 serían un parque urbano. Pasado este primer acuerdo, habría que:

Suspender el proyecto Lagos de Torca

El plano que muestra las tres zonas que conforman la zona norte no lo presenta la alcaldía. Si lo hiciera, demostraría que la vecindad de Lagos de Torca con la van der Hammen es una oportunidad malgastada. El plano demuestra lo contrario: que la administración actúa estratégicamente y que su objetivo es aprobar un decreto que le permita al alcalde continuar con la idea que le quedó truncada hace dieciséis años.

Lagos de Torca propone todo lo que manda el manual: vivienda densa, ciclorrutas, mezcla de usos, mezcla de estratos, corredores verdes, parques para grandes y chicos, transporte intermodal, ecología a mares, vivienda con compromiso social, TransMilenio, recuperación del humedal Torca-Guaymaral, elevación de la Autopista Norte en un tramo de 400 metros, distribución de cargas y beneficios, y mucho más. Todo esto lo corroboré en un evento oficial de “socialización” del proyecto, el pasado sábado 27 de agosto en la Escuela Colombiana de Ingeniería.

Ámbito de aplicación

Asistí al evento con la doble curiosidad de saber qué pasaría con el metro en esta parte de la ciudad y cómo sería la relación de la zona POZ con la van der Hammen (zona CAR). La presentación hizo evidente que no hay ni habrá metro, también que la estrategia está montada y que la reserva es un objetivo militar. La evidencia más directa salta a la vista en la primera diapositiva de la presentación “ámbito de aplicación”, que presenta la zona UPR como límite occidental de Lagos de Torca. Sería prudente suponer que se trata de una equivocación, remediable con un poco de buena voluntad. Pero es más probable acertar si se apuesta a que la administración está actuando de mala fe. Para remediar esta incorrección y conservar la reserva, el Decreto POZ-Lagos de Torca tendría que ser votado negativamente en el Concejo de Bogotá. Además, habría que:

Cambiar de fines

A pesar de la adversidad, todavía estamos a tiempo para aceptar que la conservación patrimonial hace parte de cualquier proceso de urbanización. De ser así, el paso a seguir con la zona norte no debería ser cómo cambiar la norma para construir más, sino cómo hacer posible la conservación. Tendríamos entonces que reformular el objetivo inicial de cómo comprar la reserva a cómo gestionarla y financiarla. Y si además aceptamos que hacer negocios también es parte de «urbanizar», tendríamos que considerar la situación hipotética de un propietario cualquiera, para el cual debería ser más rentable tener un lote de 2 o 3 mil metros cuadrados “frente a” la van der Hammen, que uno de 2 o 3 hectáreas en cualquier otra parte de la Sabana de Bogotá.

De modo que después de reconfigurar la zona norte, de archivar el proyecto Lagos de Torca, y de reformular los objetivos del proceso de urbanización, el paso a seguir sería aceptar que comprar o expropiar 1368 hectáreas no tiene futuro. En parte porque no hay con qué pagarlas, en parte porque la plata del Estado se debería invertir en obras de infraestructura, y en parte porque existen «mecanismos urbanísticos» más adecuadas para urbanizar y valorizar el suelo.

Cambiar de medios

Por ejemplo: el sistema de Bonos de progreso que se utilizó para la Carrera Décima, o la Transferencia de derechos de construcción que se utiliza en Canadá y en Europa (y que contempla la Ley 388 de 1997), o la redistribución de suelo o Reajuste de tierras, conocido por su efectividad en Japón (y también contemplado en la Ley 388). O una combinación de todos.

Las denominaciones son evidentes por sí mismas: los Bonos son papeles negociables que su propietario puede guardar en parte y redimir en parte, según su grado de ambición o necesidad; la Transferencia significa que el propietario deja de hacer algo en una parte del terreno a cambio de hacerlo en otra; y el Reajuste es algo que permite a un propietario que tiene, por ejemplo, el 3.45% inicial de 5 mil hectáreas, después de restar lo necesario (vías, reserva, rondas de río, lotes para edificios públicos y demás) queda con el 3.45% del área urbanizada para construcción, en forma de lotes, alrededor de lo que sería un paraíso ambiental. Así, para conservar la reserva, los mecanismos de gestión tendrían que estar más a tono con la planeación contemporánea. Además, habría que:

Cambiar de ideales

Para conservar la reserva ecológica que el alcalde intenta evaporar, habría que hacer dos ajustes a la «tradición»:
– Sustituir las ideas de perímetro urbano y norte de la ciudad, definidos en 1954, por una nueva forma de ver para la cual la reserva sería la Plaza de Bolívar de la Sabana de Bogotá.
– Sustituir la imagen suburbana representada en la casita individual en medio de la naturaleza, por un ideal de urbano inspirado en el borde amurallado del Central Park de Nueva York. Adaptado, por supuesto, a la realidad local del enorme y valioso patrimonio ambiental, alias van der Hammen.

Central Park

…lo que estoy proponiendo es la conservación de 1.400 hectáreas de la Sabana de Bogotá, bordeadas en dos costados por una muralla de edificios de 20, 30 y hasta 40 pisos de altura. No en todos los costados porque la condición de lugar permite –o exige– que dos de estos sean los cerros orientales y el cerro de la Conejera. Para los que consideren que esto es delirante, les respondo que el delirio está en el absurdo de la urbanización suburbana y la baja densidad. Y de paso, que si queremos evitar que el próximo Peñalosa llegue a “urbanizar” lo que será el perímetro urbano de Bogotá dentro de 50 años, deberíamos definir con la debida anticipación las próximas 2 mil, 3 mil o 6 mil hectáreas de patrimonio ambiental.

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De mimos y presupuestos: Bogotá́ y Barcelona*

*Este texto salió publicado por primera vez en la edición 13 revista digital de diseño MasD de la facultad de Diseño, Imagen y Comunicación de la universidad El Bosque.

Hacer una comparación entre el espacio público de una ciudad europea con una latinoamericana resulta un poco caricaturesco, casi extravagante, pero puede llegar a ser interesante el examinar elementos de esos espacios en la búsqueda de beneficios para cada una: si en alguna de ellas algo ha funcionado, ¿sería replicable en la otra ciudad?

Por un lado, Barcelona está en el Mediterráneo, viven 1.600.000 personas y es la segunda ciudad de España; por otro, Bogotá́ está en los Andes, es la capital de Colombia y su población es de unas 7.500.000 personas. De entrada, es bastante cuestionable el traspaso de experiencias entre ciudades que no soportan el mismo peso dentro del país ni en sí mismas. A pesar de esto y hoy en día, tras el paso descuidado de los tres últimos alcaldes bogotanos por la ciudad, el espacio público es más público en Bogotá́ que en Barcelona: puede ser usado por todos y de la manera que cada cual quiera.

En Barcelona, las autoridades no dan permiso para ocupar andenes o plazas para montar un puesto de ventas; hay quioscos y módulos diseñados especial y exclusivamente para esas actividades ambulantes. En Barcelona, si alguien orina en la calle o va sin camiseta, puede ser multado. Tampoco se puede tomar alcohol ni ir en bicicleta por el andén; si alguien lo hace, las multas pueden llegar a los 300€ (unos COP$750.000). La ciudad está limpia: todas las noches, pequeños carros cisterna llenos de aguas freáticas limpian las calles del centro de la ciudad mediterránea. Ningún bus puede parar para recoger o dejar pasajeros en el lugar que se le antoje al conductor o al usuario: deben parar en las pequeñas estaciones creadas para esto; y se llega a ellas fácilmente, cruzando la calle y subiendo al andén, sin necesidad de subir a una descomunal maraña aérea. Y esos buses públicos tienen un carril exclusivo para circular, que conductores de buses y carros particulares respetan, y que sólo está marcado en el piso con una línea más gruesa. En Barcelona, un alcalde parece querer hacer más que el anterior y, al menos una vez al año, pinta pasos de cebra y líneas que separan los carriles en las calles. Además, carros particulares y buses paran si algún peatón está cruzando la calle: porque los carros no tienen prioridad.

Aunque en Bogotá́ vivan más personas, que significa que se debe recaudar más dinero de impuestos, son incomparables los presupuestos que maneja cada ciudad. Y tanto Barcelona como Bogotá́ se manejan con los impuestos de sus ciudadanos. ¿Por dónde gotea el bogotano?

La vida diaria de Barcelona y de Bogotá́ no se parecen ni se pueden comparar. Y no es tanto por la calidad del espacio público como por el uso que todos los ciudadanos hacen de él. Parece que el espacio público bogotano es más público al estar menos controlado; y, aunque el control barcelonés puede llegar al absurdo, el espacio público en Barcelona es más confortable, vivo y seguro. En Bogotá́ parece que prevalece el bien individual sobre el común y cada uno se lanza a la vida sin mirar a los lados porque el que viene tendrá́ que parar.

¿Qué se puede transferir entre ciudades? Un mejor manejo de los recursos públicos, definitivamente. No es cuestión de copiar sistemas de transporte, baldosas de andenes, canecas de parques o leyes de ordenación territorial; el tema es, también, hacer normas y decretos que los ciudadanos comprendan y que sean fáciles de acatar. Sentido común. Parece simple pero cuesta, mucho, no repetir errores y usar la cabeza. En Barcelona, la participación de los habitantes en la construcción de la ciudad es constante y latente; todos, ciudadanos y gobernantes, son conscientes de la responsabilidad que tienen para con ellos y con el futuro. Llevan años, más de 150, construyendo entre todos una ciudad habitable y agradable (y no sólo para los millones de turistas que la pisan cada día). ¿Qué hace falta para que en Bogotá́ predomine la cultura ciudadana y no la construcción de sistemas costosos y deformes para que las personas cojan un bus, ni la imposición de leyes contra el libre mercado en un país con hambre? Mi apuesta es por la creencia y el compromiso, de todos, de pertenecer a una comunidad, de buscar el bien colectivo y de respetar al vecino. Creería, aunque no me guste, que es tiempo de recuperar a los mimos en las calles.

Imagen tomada de Radio Santa Fe.

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