Archivo de la etiqueta: El País

Cali-Colombia

Silencio cómplice

Este texto fue publicado en el periódico El País, de Cali, el pasado 11 de enero de 2018. El autor nos ha permitido reproducirlo aquí. Es una respuesta urgente a «Arquitectos anónimos» de Willy Drews, un artículo publicado hace unas semanas en esta página web.

Muy pocos arquitectos hemos señalado el que en los medios de comunicación no suele darse el crédito del responsable del proyecto del que hablan, promocionan o simplemente mencionan. Y menos aun somos los que hemos protestado, como lo acaba de hacer pertinentemente el arquitecto Willy Drews, cuyas dos cartas a la revista Semana al respecto de su “información”, llena de datos irrelevantes sobre el Centro Internacional de Convenciones Ágora, en la edición 1850, fueron groseramente ignoradas (Arquitectos anónimos, Torre de Babel, 12/12/2017). Pero la Sociedad Colombiana de Arquitectos, SCA, y las facultades y escuelas de arquitectura del país al parecer ni se han enterado.

El hecho, mucho más grave de lo que al parecer cree este gremio profesional, es que en las ciudades colombianas la arquitectura, incluyendo el urbanismo y el paisajismo, suelen ser ignoradas. Al punto de que en Cali, por ejemplo, no se considera que el director de su Secretaría de Planeación deba ser un reconocido profesional en dichas áreas. O que en las más importantes decisiones urbanas y arquitectónicas los conceptos de los arquitectos locales no se tengan en cuenta, como en el caso del POT, realizado por profesionales foráneos desconocedores de la ciudad; o del PIMU que sólo se ve como un asunto vial y no urbano, ni mucho menos arquitectónico, como en realidad lo es.

Cabe preguntarse, además, por qué la Sociedad Colombiana de Arquitectos no sugiere a sus miembros poner una placa con su nombre como se hace en muchas partes. Y desde luego es el municipio el que debería obligarlos a hacerlo con los datos completos de la construcción: nombre del edificio o casa, fecha de construcción, la curaduría urbana que otorgó el permiso, además del nombre de su arquitecto. No hacerlo es como si todo este proceso fuera propio de la economía informal, y no tuviera nada que ver con la ciudad y por tanto con la calidad de vida en ella. En conclusión, no hacerlo es esconder la corrupción que se da en todo este tema, de la licencia a la construcción.

Desde diseñadores que fungen de arquitectos hasta construcciones sin licencia o que no cumplen con los planos aprobados o que su aprobación fue pagada o que se hizo para conveniencia de la curaduría respectiva, pasando por toda clase de modificaciones, incluyendo sobre alturas y demoliciones sin el debido permiso. Y para peor de males el control posterior ha sido inexistente en esta ciudad, y de ahí la gran importancia que tiene el que el Municipio haya parado la obra de la Sagrada Familia, y de la evidencia de la información incompleta o acomodada de parte de la prensa al respecto. Para no mencionar a los que creen que demoler y construir mas de lo adecuado y permitido, es desarrollo.

Por lo contrario, construir lo adecuado para la ciudad y no apenas para la codicia de los diferentes “interesados” si es desarrollo, y lo paradójico es que no entienden que este beneficiaria a todos, incluyéndolos a ellos; en eso consiste una civilización compartida, una política seria y una urbanidad verdadera. Al fin y al cabo, civis, polis y urbs se refieren a lo mismo: la ciudad. Es alarmante que los ciudadanos no se den cuenta de que en esta se les va la vida, y que por lo tanto su calidad urbano arquitectónica es primordial; es nuestro hábitat obligatorio ahora que la mayoría de los colombianos deben vivir en ellas. Una mejor ciudad es lo que en el fondo buscan los que aquí se van de ellas.

* Imagen tomada de AIESEC.

Comparte este artículo:

Mosaico deconstruido

Enero 28 de 2014

Las ciudades y sus problemas también se globalizan. Entre corrientes filosóficas, platos típicos destruidos y arquitectura de autor, parece que no hay un oceáno entre esta historia de Vicente Blasco para El País de España y lo que sucede, hoy, en Colombia.

Publicado el 21 de Enero de 2014 en El País – Comunidad Valenciana
Autor:


Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida.

Antes de ponerse de moda la cocina de autor, en cualquier lugar de comidas tenían lo de siempre, huevos fritos con patatas, judías con chorizo o potaje de garbanzos. Ahora, hasta en la más simple tasca que se las quiera dar de postín utilizan términos raros y confusos para denominar una ensalada común de lechuga, tomate rancio y atún. Cuando se quiere dar aires de elegancia a algo que de otra manera parecería vulgar, se utilizan palabras que suenen a algo más. O que nadie las entienda, así cuela mejor. Siempre hay vocablos que generan confusión, pero si además coinciden con conceptos filosóficos o estéticos, ya no quiero ni contarles. Uno de ellos es deconstrucción.

En cierta ocasión, en uno de estos sitios que quieren aparentar, la carta ofrecía un menú de esos inspirados, estilo master chef. Entre las delicatessen, había una muy curiosa: “paella deconstruida”. Al preguntar en qué consistía aquello, la respuesta no aclaraba mucho pero sonaba a excelso. Se trataba de un platillo formado por arroz inflado con hojuelas de katsuobushi, bañado con caldo de pollo y coronado con una espuma de pimiento rojo. Qué cosas. Yo pensaba que la paella era lo que todo el mundo entiende que es. Pero claro, ésta tenía su aquél, estaba deconstruida. Es decir, destruida. Pero esto suena mal. Lo otro es palabra mayor.

Según su definición, deconstruir consiste en deshacer y descomponer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual para observar y comprender sus partes, y después volverla a recomponer. Un lío, como pueden suponer. No en vano hay toda una corriente filosófica al respecto que, impulsada por Jacques Derrida en los pasados años 60 en Francia, tuvo su apogeo en la década de los ochenta.

En arquitectura estuvo bastante de moda tras el período postmodernista. Como sus seguidores ya no sabían qué hacer para innovar, pusieron su empeño, entre otros asuntos, en la impredecibilidad y el supuesto caos controlado de la apariencia visual de los edificios, alterando intencionadamente la lógica constructiva tradicional y desmontando cualquier postulado formal establecido con anterioridad. Para entendernos, construyendo a lo loco. Sin ton ni son, como quien dice. En vez de “la forma sigue a la función”, “la pureza de la forma” o “la verdad de los materiales”, el nuevo aforismo era “la forma sigue a la fantasía”. Como se imaginarán, de todo menos barato. Todo un despilfarro, vaya.

Que un arquitecto se dedique a hacer el ganso con su dinero o con el de cualquier particular que lo avale no tiene nada de reprochable. Siempre hay manirrotos y mecenas que no saben qué hacer con sus ganancias apuntándose a lo que sea con tal de deslumbrar. Hacer lo mismo con dinero público ya no me parece tan decente. Cuando se manejan presupuestos que afectan a todos los que los pagamos, hacer ciertos experimentos ya es más cuestionable, máxime si de antemano ya se sabe que el resultado va a ser nefasto.

Cuando hace un año comenzaron a denunciarse las famosas arrugas del buque insignia de la Valencia de ciencia ficción, todos sabíamos ya desde antes lo que pasaba y lo que iba a suceder con los cerca de ocho mil metros cuadrados de revestimiento de su superficie. Sin embargo, y por lo visto, los responsables de tamaño desaguisado no lo querían reconocer. En su afán por enmascarar el error llegaron a decir que esas arrugas eran simples impresiones ópticas de los cordones de soldadura del soporte del trencadís. La broma nos está saliendo bastante cara. Y eso que, e insisto en ello, el problema más preocupante de este edificio no es éste sino el de su latente inundabilidad. Pero esto es otro asunto.

Con el mosaico roto y por los suelos, ahora parece sugerirse su sustitución por placas de aluminio que lo simulen. Puede ser una solución. Más cara todavía, pero remedio al fin y al cabo. No creo que fuera intención del arquitecto sumarse a la moda deconstructivista, pero con tanto construir haciendo y rehaciendo, gastando y volviendo a gastar hasta dar con algo fiable y duradero, acabará por sorprendernos con alguna cosa rara como esos chefs que elaboran incomestibles paellas vanguardistas. Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida. ¿No te gustaba la sopa?. Pues toma, dos platos.

Comparte este artículo:

La estética de las lentejas

 

Todos somos aficionados a la arquitectura. O la arquitectura exigiría que todos lo fuéramos. Tan fácil como le resulta a la política que se hable de ella, a la construcción de ciudades y edificios debía corresponder una atención tan tensa y popular como la de los «indignados». Ni la pintura ni la música se hallan tan obligadas a responder socialmente pero la arquitectura construye o destruye, mejora o empeora delictivamente la ciudad. Ayer destacó este periódico uno de los viejos proyectos de Patxi Mangado destinado a un auditorio en Teulada (Alicante). Mangado podría haber sido alcalde de Pamplona y secretario general de cualquier plataforma dedicada a politiquear con furor. Ni le falta oratoria convincente ni ganas de mandar. Es, sin embargo, arquitecto a tiempo completo y, encima, con la conciencia propensa a la culpa, tal como inculcó a muchas generaciones los grandes maestros de las escuelas españolas, casi monjes de la Bauhaus y las viviendas sociales. Bajo esa influencia Patxi Mangado ha creado una fundación, Arquitectura y Sociedad, que trata de hacer lo imposible por fundir ambos términos en uno. De hecho, no ha habido en España un arte (en España es arte e ingeniería a la vez) que se apegue tanto a la existencia civil como el suyo. Los pintores, los escritores o los rockeros cuando son famosos tienden por lo general a ser divos. Muchos arquitectos también. La diferencia es que mientras en las demás profesiones pueden seguir siéndolo sin hacer daño a nadie, los narcisismos de un arquitecto pueden incluso matar. Muchos de los arquitectos famosos, españoles o extranjeros, que construyeron aquí durante las dos últimas décadas, fueron recientemente desenmascarados por un gran reportero, Llàtzer Moix, en Arquitectura milagrosa (Anagrama). Y le llamo «reportero» porque bastaba reportar lo construido para aportar noticia de las barbaridades que se han hecho. Arquitecturas pin-up cuyo cuerpo apenas resiste ni un mal Photoshop ni el menor paso del tiempo. Edificios espectaculares forrados de pladur, acrobacias fotogénicas cuyo pecado de vanidad es directamente proporcional a sus poses obscenas. Desde los años sesenta, casi todos los arquitectos occidentales (desde Piano a Moneo), admitían que un trabajo narcisista era lo peor que les podía pasar. Antes de venir Cristo al mundo, Vitrubio había establecido una trinidad de principios (firmitas. utilitas y venustas) como pilares de la arquitectura honrada. Los edificios que se caen (no firmitas), los museos que se edifican sin contenidos (no utilitas) o las ciudades monstruosas (no venustas), son los tres pecados capitales que como jinetes del Apocalipsis han arrasado más de medio mundo durante la prosperidad. Dubai o Shanghái son hoy la perla falsa de ese infierno del estilo por el estilo, la grandeza por el gigantismo y el soborno por la especulación. De esa época quedan demasiados testimonios pero su fin ha llegado ya. «Sois tan pobres que solo tenéis dinero» se leía sobre una fachada en un banco de Lisboa. La época del mucho dinero ha colaborado en la rutina y en la ruina de la arquitectura. Creadores que han repetido hasta la saciedad su misma obra para venderse como marcas a mandamases políticos que han multiplicado por cinco o seis los presupuestos de la comunidad, decenas de auditorios, aeropuertos, museos y ciudades culturales que han expoliado las arcas presentes y futuras. La orgía de la arquitectura de oropel, próxima al carnaval, ha disfrazado las ciudades de progreso mientras entre bambalinas los protagonistas se repartían la pasta. Hubo una época, la de los años ochenta, en la que conocí personalmente a los mejores profesionales del medio en España y, salvo alguna engominada excepción, todos eran de oro macizo. De esa materia es también hoy el arquitecto Patxi Mangado y prácticamente la mayoría de su generación, que cuenta con medio siglo a cuestas. Capaces todos ellos de entender que el estilo no es nunca mejor guía que el franco amor a la gente. La crisis, quién lo duda, acarrea mucho dolor, pero en su seno se ve de cerca la ignominia de las lentejuelas y la importante responsabilidad ante una ciudad de seres humanos donde en realidad se sirven platos de lentejas.

VICENTE VERDÚ

02/06/2011

Tomado de : ELPAIS.com

Comparte este artículo:

El cliente

Como lo dijo el gran arquitecto norteamericano del  XIX, Henry Hobson Richardson, el primer principio de la arquitectura (trabajo o deber, hay varias versiones) es conseguir el encargo, en lo que insistió, décadas después, el húngaro Marcel Breuer: “Un pintor hace algo y entonces lo vende; un arquitecto lo vende primero y después lo hace” (Sargent, Profile of Marcel Breuer, c.1971). Los negociantes de propiedad raíz se dicen promotores para disimular, las escuelas de arquitectura se quedan si mucho en los usuarios, y los historiadores del arte los llaman mecenas. Pero poco se habla de los clientes pese a que reúnen en una sola persona (y sus familiares y amigos y asesores ad hoc) al promotor y el usuario, y a que el éxito de un arquitecto es convertirlos en mecenas que utilizaran asiduamente sus servicios.

Las Pirámides no existirían sin el faraón Zoser ni el templo de Hatshepsut sin la Reina. Ni el Partenón sin Pericles ni el Panteón sin Adriano. Ni Santa Sofia sin Justiniano ni Sainte Dennis sin el abate Suger ni San Pedro sin varios Papas. La Alhambra sin los reyes Nazaríes ni El Escorial sin Felipe II ni Versalles sin Luis XIV ni Brasilia sin Juscelino Kubitschek. Ni el centro Pompidou sin Pompidou. Y fueron las Capuchinas Sacramentarias del Sagrado Corazón de Jesús las que permitieron que Luis Barragán realizara su estupenda capilla de Tlalpan en Ciudad de México. Como dice Raúl Ferrera, su colaborador, en su libro sobre la misma, la presencia del cliente en el éxito de una obra arquitectónica es fundamental “para que se realice la belleza y la conjunción natural de todos los materiales que la producen”.

Son muchas las conjunciones de cliente y arquitecto que han dejado hitos de la arquitectura.  Eusebi Güell y Antoni Gaudi. El doctor Dalsace y Pierre Chareau. El padre Couturier, el doctor Curutchet y Pierre y Eugenia Savoie con Le Corbusier. Edith Farnsworth y Ludwing Mies van der Rohe (pese al pleito). Harry Gullichsen y Alvar Aalto. Jonas Salk y Louis Kahn. Frank Lloyd Wrigth y Edgar Kaufmann, quien auspició por insinuación de su hijo esa obra maestra que es la Casa de la cascada. O cuando el arquitecto es su propio cliente como en los Taliesin de Wright, la casa en Muuratsalo de Aalto, la de cristal de Philip Johnson, la de Barragán o la de Óscar Niemeyer o la de Rogelio Salmona, que si que supo cultivar sus clientes, o cuando otros arquitectos son los intermediarios como en algunas de sus obras maestras.

Es imprescindible en los clientes un mínimo de cultura y sobre todo sensibilidad a ambientes, espacios y volúmenes. Que sepan comunicar sus deseos y necesidades, sueños, expectativas y posibilidades, buscando del arquitecto una obra memorable. Como se ha dicho, que digan el “qué” e incluso que insinúen (respetuosamente) soluciones pero que dejen al arquitecto el “cómo”. Deben tener paciencia con él, y confianza en su idoneidad y experiencia. Por eso se dice que no se escoge un proyecto sino un arquitecto. Lo que les llevará a respetar sus ideas que les explicará con textos, dibujos y maquetas o animaciones enseñándoles arquitectura . Sin clientes no hay edificios, y aunque buenos arquitectos siempre hay, sin buenos clientes no hay buena arquitectura ni construir es placentero.

Benjamin Barney

publicado en El País, Cali 05/08/2010

Comparte este artículo: