Archivo del Autor: Ana María Álvarez

De mimos y presupuestos: Bogotá́ y Barcelona*

*Este texto salió publicado por primera vez en la edición 13 revista digital de diseño MasD de la facultad de Diseño, Imagen y Comunicación de la universidad El Bosque.

Hacer una comparación entre el espacio público de una ciudad europea con una latinoamericana resulta un poco caricaturesco, casi extravagante, pero puede llegar a ser interesante el examinar elementos de esos espacios en la búsqueda de beneficios para cada una: si en alguna de ellas algo ha funcionado, ¿sería replicable en la otra ciudad?

Por un lado, Barcelona está en el Mediterráneo, viven 1.600.000 personas y es la segunda ciudad de España; por otro, Bogotá́ está en los Andes, es la capital de Colombia y su población es de unas 7.500.000 personas. De entrada, es bastante cuestionable el traspaso de experiencias entre ciudades que no soportan el mismo peso dentro del país ni en sí mismas. A pesar de esto y hoy en día, tras el paso descuidado de los tres últimos alcaldes bogotanos por la ciudad, el espacio público es más público en Bogotá́ que en Barcelona: puede ser usado por todos y de la manera que cada cual quiera.

En Barcelona, las autoridades no dan permiso para ocupar andenes o plazas para montar un puesto de ventas; hay quioscos y módulos diseñados especial y exclusivamente para esas actividades ambulantes. En Barcelona, si alguien orina en la calle o va sin camiseta, puede ser multado. Tampoco se puede tomar alcohol ni ir en bicicleta por el andén; si alguien lo hace, las multas pueden llegar a los 300€ (unos COP$750.000). La ciudad está limpia: todas las noches, pequeños carros cisterna llenos de aguas freáticas limpian las calles del centro de la ciudad mediterránea. Ningún bus puede parar para recoger o dejar pasajeros en el lugar que se le antoje al conductor o al usuario: deben parar en las pequeñas estaciones creadas para esto; y se llega a ellas fácilmente, cruzando la calle y subiendo al andén, sin necesidad de subir a una descomunal maraña aérea. Y esos buses públicos tienen un carril exclusivo para circular, que conductores de buses y carros particulares respetan, y que sólo está marcado en el piso con una línea más gruesa. En Barcelona, un alcalde parece querer hacer más que el anterior y, al menos una vez al año, pinta pasos de cebra y líneas que separan los carriles en las calles. Además, carros particulares y buses paran si algún peatón está cruzando la calle: porque los carros no tienen prioridad.

Aunque en Bogotá́ vivan más personas, que significa que se debe recaudar más dinero de impuestos, son incomparables los presupuestos que maneja cada ciudad. Y tanto Barcelona como Bogotá́ se manejan con los impuestos de sus ciudadanos. ¿Por dónde gotea el bogotano?

La vida diaria de Barcelona y de Bogotá́ no se parecen ni se pueden comparar. Y no es tanto por la calidad del espacio público como por el uso que todos los ciudadanos hacen de él. Parece que el espacio público bogotano es más público al estar menos controlado; y, aunque el control barcelonés puede llegar al absurdo, el espacio público en Barcelona es más confortable, vivo y seguro. En Bogotá́ parece que prevalece el bien individual sobre el común y cada uno se lanza a la vida sin mirar a los lados porque el que viene tendrá́ que parar.

¿Qué se puede transferir entre ciudades? Un mejor manejo de los recursos públicos, definitivamente. No es cuestión de copiar sistemas de transporte, baldosas de andenes, canecas de parques o leyes de ordenación territorial; el tema es, también, hacer normas y decretos que los ciudadanos comprendan y que sean fáciles de acatar. Sentido común. Parece simple pero cuesta, mucho, no repetir errores y usar la cabeza. En Barcelona, la participación de los habitantes en la construcción de la ciudad es constante y latente; todos, ciudadanos y gobernantes, son conscientes de la responsabilidad que tienen para con ellos y con el futuro. Llevan años, más de 150, construyendo entre todos una ciudad habitable y agradable (y no sólo para los millones de turistas que la pisan cada día). ¿Qué hace falta para que en Bogotá́ predomine la cultura ciudadana y no la construcción de sistemas costosos y deformes para que las personas cojan un bus, ni la imposición de leyes contra el libre mercado en un país con hambre? Mi apuesta es por la creencia y el compromiso, de todos, de pertenecer a una comunidad, de buscar el bien colectivo y de respetar al vecino. Creería, aunque no me guste, que es tiempo de recuperar a los mimos en las calles.

Imagen tomada de Radio Santa Fe.

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Lotes VIP

NIMBY a la bogotana

Paternalista, comunista o clasista. Parece imposible tomar una posición frente a la decisión del alcalde Petro de construir viviendas prioritarias en sectores de alto standing y, al mismo tiempo, ser políticamente correcto. En La Silla Vacía, Semana, El TiempoEl Espectador y El Colombiano aparecen notas, casi a diario desde el pasado 8 de noviembre, sobre el oportunismo y la radicalidad de los bogotanos. En la W radio opinan y dejan opinar.

Pregunté, a nombre de Torre de Babel, opiniones, comentarios, informaciones y sugerencias a varios urbanistas y arquitectos de Bogotá. Aunque fueron pocas las respuestas recibidas, son valiosas contribuciones a la discusión (si es que todavía existe tal).

¿Cómo resolver el problema de la falta de vivienda?
Camilo Santamaría es categórico y propone: los 4 lotes que el alcalde Petro ha seleccionado en el norte de Bogotá para construir Vivienda de Interés Social suman 4.959 metros cuadrados. En estos lotes, el alcalde mencionó que podría construir 372 viviendas de interés prioritario. Si se estima que el valor de la tierra en promedio de estos 4 lotes es de 10 millones por metro cuadrado, quiere decir que si el Distrito vende esta tierra, el valor que recibiría es de 50.000 millones de pesos.

Con ese dinero se pueden comprar 12 hectáreas útiles urbanizadas de tierra. Si se hace un cálculo de 400 viviendas por hectárea útil, se obtiene que el Distrito podría construir soluciones de vivienda para 4.800 familias. La pregunta que nos debemos hacer es: ¿es preferible resolver el problema de 372 viviendas en pequeños lotes ubicados en el barrio El Chicó? ¿O resolver el problema de 4.800 viviendas ubicadas en las localidades de Suba, Kennedy, Bosa o Usme?

Menos VIP y más ciudad
Juan Luis Rodríguez apoya las cuentas de Santamaría pero propone una solución diferente: el alcalde está dispuesto a mostrar que es un socialista y un humanista, de verdad. Lo que tiene que mostrar es que es un urbanista, de verdad, y resolver el sensato problema de “El derecho a la ciudad”, de una manera sensata.

Por ejemplo, entre la avenidas Caracas y la carrera 30 –NQS– y entre las calles 80 y 53 hay varios cientos de hectáreas con malas vías, mala dotación, malas construcciones y bajísima densidad. Pero con una inmejorable localización. Si esta área se renueva, tal como se está renovando el sector en el que se piensa humanizar la ciudad con viviendas sociales, la cantidad de personas que llegue a vivir en esta zona se podría triplicar o cuadruplicar. Con pobres, menos pobres y hasta con ricos envidiosos.

La mezcla de usos de personas y de formas de vida no se tiene que hacer a patadas. Lo que necesitamos son mezclas sociales y urbanas «virtuosas», planeadas con sentido urbanístico y en beneficio de la ciudad. Lo que le corresponde al alcalde es desarrollar la ciudad, no jugar al Zorro. Si la ciudad es dueña de grandes lotes en zonas donde los precios son como de Manhattan, que aproveche la oportunidad y los venda bien. Si se sigue alegando que el perímetro de la ciudad no se puede ampliar y que hay que densificar, con lo que vale cada uno de estos lotes se compra una manzana en la que podría ser la mejor zona de la ciudad, si alguien con el poder suficiente se lo propone.

Donde no podrían estar estos lotes sería en Suba, Kennedy, Bosa o Usme. Y menos en las playas del río Bogotá. A menos que haya un metro, o similar, para sacar a cada pobre beneficiario del moridero en el que le tocó ser un VIS o una Very Important Person.

¡Emberracaos!
Willy Drews recuerda su artículo en Torre de Babel, de noviembre 29 de 2012, sobre la plaza de La Hoja: el ministro [en ese momento] Vargas Lleras se inventó, como abrebocas populista de su futura campaña presidencial, su programa de cien mil VIP regaladas, y Petro, entusiasmado, le ofreció ocho lotes para construir 4.101 casas, uno de los cuales es el lote de la plaza de la Hoja. Para quienes no lo conocen, el lote en mención tiene una cabida de 3,7 hectáreas y está ubicado en la calle 19 con la avenida NQS. Es uno de los más costosos de propiedad del Distrito y estaba destinado al Centro Administrativo Distrital.

Una casa VIP en otro sitio de la ciudad vale 39 millones de pesos. El solo lote para cada casa, en el lote de La Hoja, ¡saldría costando alrededor de 300 millones! Regalar este lote es un ataque directo al patrimonio de Bogotá, y posiblemente un peculado o un detrimento patrimonial. ¿A alguien más le indigna que se dilapide el patrimonio de la ciudad, con fines electoreros? ¡Los bogotanos tienen motivos de sobra para ir más allá de la indignación! Para quienes no entendieron el mensaje de Hessel, se los traduzco a colombiano: ¡EMBERRACAOS!

NIMBY
Not In My Backyard: el viejo NIMBY aparece una vez más cuando se trata de cambios sustanciales en la habitabilidad y la cotidianidad de una ciudad. Nadie quiere que le modifiquen su entorno y mucho menos sin preguntar. Los NIMBIES creen firmemente que esos desarrollos que se plantean son necesarios para la sociedad en general pero que deben construirse lejos de ellos.

Cualquier propuesta que se haga, en cualquier localidad y en cualquier estrato, será duramente criticada y fuertemente rechazada por los habitantes de esa zona: sea en El Chicó, en Paloquemao o en Ciudad Bolívar. Por eso, bienvenida la imposición de Petro pero cuando sus intenciones se vuelvan serias. La solución del alcalde es a corto plazo si no se integra a la comunidad en el proceso y si no se desarrolla un plan de urbanismo que involucre más zonas de la ciudad, más usos (además de la vivienda) y más infraestructura. A Bogotá le hace falta una verdadera estrategia de renovación urbana y de inclusión económica; y a los gobernantes les hace falta pensar más allá de la minucia de la manzana y su estratificación.

El mayor problema del alcalde Petro es la falta de planeación (que, por lo visto, lo acompaña a diario: desde las basuras hasta la ineficacia para arreglar las vías de la ciudad con la famosa e inútil máquina tapa-huecos). Y se complica la historia cuando el gobierno local no cuenta con urbanistas responsables sino con oportunistas ansiosos por hablar de sostenibilidad y de justicia para meter a la fuerza las ocurrencias del dirigente.

* Imagen elaborada por Camilo Santamaría.

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Alberto Saldarriaga: arquitecto y escritor

Hace poco que llegué a Colombia y para situarme en el lugar empecé a investigar qué había pasado durante la última década en cuestión editorial y, puede que se trate de una tendencia mundial, he visto que se ha pasado de libros de teoría a monografías: libros específicos sobre un arquitecto, más coffee table books. Me llama mucho la atención porque creo que hay muchos huecos.
¡Muchísimos!

¿Es que no hay arquitectura que valga la pena investigar, analizar y publicar?
No hay editores, que es otra cosa. En cuanto a revistas, solo queda Escala, sin contar las de decoración.

Está la revista El Arquitecto, de la SCA.
Es una que intenta ser algo. Proa desapareció. Con mi experiencia en el mundo editorial –he publicado mucho– podría decir que hay material para publicar; el problema es que no existe, por una parte, dónde se haga y, por otra, quién lo financie. Ha habido muchos esfuerzos editoriales y creo que la última década ha sido sumamente buena en cuanto a cantidad y a calidad, en términos editoriales, si se compara con los años anteriores; lo que pasa es que toda esa producción es invisible. Un gran ejemplo es toda la línea de libros universitarios: hay mucha publicación y casi todo viene de los posgrados. Entonces por eso hay tantas monografías, tanto tema puntual, más de historia. La maestría de Historia y Teoría de la Universidad Nacional ha publicado mucho pero son libros con buen contenido pero con poca calidad editorial.

Pero estos libros no salen de la universidad.
El problema del libro universitario es que permanece dentro de la universidad.

No solo eso: lo que se alcanza publicitar por fuera es imposible de conseguir, ver, o comprar. En el SAL del 2013 se estaba promocionando el libro de Jorge Ramírez sobre los 15 años de esos seminarios, un libro pequeñito y que tenía buena pinta, y no he podido comprarlo: en la librería de la universidad no está y creo que solo lo venden en una librería en Bogotá.
Es eso: producción hay, lo que no hay es distribución. Hemos publicado unos cuatro o cinco libros de arquitectura en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y al menos sé que están en la tienda de la universidad. El antiguo Instituto de Cultura y Turismo, el Instituto de Patrimonio de hoy en día, comenzó a publicar monografías sobre arquitectos y sobre una serie de arquitecturas como el Cementerio Central y el hospital San Juan de Dios; esa es una producción muy buena que es imposible de conseguir, con buen contenido y una buena calidad editorial. Villegas Editores, con quien colaboro frecuentemente, ha hecho varios libros con temas de arquitectura en formato de coffee table books y se incluyen textos que sustenten el contenido. El último que hicimos es un libro de gran formato sobre Bogotá, con abundancia de textos, planos y fotografías.La Universidad Javeriana, la Nacional de Bogotá, la de Medellín y la de Manizales, la Tadeo, la del Valle, o los Andes: todas tienen editorial y producen libros. La revista de arquitectura de los Andes –Dearq– es de muy buena calidad, al igual que los libros, que tampoco salen de la universidad. Deberíamos contar, entonces, con una librería universitaria de arquitectura. Pero hay que tener en cuenta que mucha cosa se vende por internet.

Pero estas editoriales, con este tipo de producto, van a un público muy específico que es el universitario, ni siquiera se dirigen a arquitectos.
Eso no es del todo cierto. El libro sobre Arturo Robledo publicado por el Instituto de Patrimonio es un libro excelente, creo que es de lo mejor que se ha hecho como monografía de arquitectura, con una investigación de archivo excelente. El mismo Instituto publicó el de Enrique Triana y el de Gastón Lelarge. Los Andes publicó un libro sobre Ernesto Jiménez, etc. El libro que publicaron en Barcelona sobre Daniel Bermúdez, “4º latitud norte y 2.600 metros sobre el nivel del mar” (Lunwerg Editores, 2011), es otro buen libro monográfico. Cuantitativamente, la producción ha sido estupenda en la última década, pero falta más sobre historia de la arquitectura; el libro de Silvia Arango sobre la historia de la arquitectura en Colombia se publicó en 1989 y no se ha vuelto sobre él. Falta también historia del urbanismo, aunque hay libros muy buenos de historia urbana como los que ha sacado Germán Mejía con la Javeriana sobre Santafe, o Sandra Reina sobre los pueblos indígenas.

Son libros poco atractivos para lectores no expertos en el tema. ¿Puede ser que no hagan falta?
Sí hacen falta. Lo que pasa es que no hay quien los haga porque no hay medios económicos.

Si cuantitativamente, no cualitativamente, hay quien produzca este tipo de libros, ¿por qué no hay quien los pague? ¿Por falta de demanda, de público?
No, no creo en eso, creo que el público hay que construirlo. Aquí había un público que compraba muchos libros de arquitectura y todavía unas pocas editoriales independientes sacan libros de arquitectura que tienen sus compradores, oficinas de arquitectura sobre todo. Materia prima para escribir hay mucha: en Cartagena, en Manizales, en Cali. En fin, investigadores hay y muchos y producen.

Entonces, ¿qué pasa?
Ahí está el tema.

¿Puede ser que a los editores no les alcanza la plata o están seguros de que no se va a vender?
Escala es una empresa que se ha movido bastante, con un presupuesto ajustado pero con la ventaja de tener su propia imprenta. La muerte de David Eduardo Serna ha sido un golpe muy duro. Ospinas y Compañía publicó un libro con su historia y sus proyectos; hay otras empresas de este tipo que han publicado sus trabajos con cierta calidad editorial. Vuelvo a decirte: producción hay, mucha, muchísima, de calidad conceptual y editorial, bastante buena, en la mayoría de los casos. Puedo decir que las tesis de maestría que se han publicado en la Universidad Nacional son más que decorosas, a veces tesis laureadas, pero eso sí: el problema del libro universitario es que yace en los depósitos de las universidades.

¿Será por una cuestión de forma, que son libros que no son atractivos para ponerlos en una librería tradicional como la Lerner, por ejemplo?
No estoy seguro si en la sala Colombia de la Lerner se consiguen todos estos libros que hemos mencionado, pero en todo caso se consigue bastante. Ahora: se están publicando varias series sobre temas de patrimonio; sería el caso de Letrarte, por ejemplo, que ha publicado una buena colección.

Es como si fuera una sociedad muy endogámica.
Es posible, sí.

Me estás abriendo los ojos a estos libros pero no se ven, no se habla de ellos, no es fácil encontrarlos. No están por internet que es el primer lugar para buscar. O puede ser que la preocupación en las universidades sea la indexación, lo que puede hacer que cuantitativamente haya millones de artículos que cualitativamente no valen la pena.
Ese es un virus de la educación superior. Un libro no vale lo mismo que un artículo, por lo que la gente se dedica a escribir artículos para tener puntaje e indexación y los libros pasan a un segundo plano. A mí, como facultad de Artes y Diseño de la Tadeo, y por motivos de contenido gráfico, me convienen más los libros que los artículos. Además, las revistas en las que se publican esos artículos son aburridísimas. Pero ese es el karma de la educación superior en el mundo. Aquí hubo varios intentos de tener librerías de arquitectura; hace años ya, Marta Barrero, junto con otros, montó una librería en el primer piso del edificio de la SCA y tuvo que cerrarla, y eso que traían libros latinoamericanos.

Si hay gente que los produce y hay el espacio para hacerlo, ¿cuál es el problema?
Falta de incentivos.

Volvemos a lo mismo. Se puede hacer un libro pero sin distribución no llega a ninguna parte.
Eso se aplica en alto grado a la producción regional y local diferente de la de Bogotá. En la Nacional de Medellín, por ejemplo, hace poco publicaron en formato de libro la tesis doctoral de Luis Fernando González. Es un libro muy voluminoso, con un contenido importantísimo que merecía una buena edición en color, ya que el documento de la tesis doctoral tenía casi todas las ilustraciones en color.

Seguramente les costaría el triple. Sobre todo, para lo poco que creen que venderán. Puede ser que el tema sea ese: falta de editores que sepan de arquitectura.
El editor es un gestor que tiene el buen juicio de saber cuando un libro es bueno, cómo se edita bien, cómo y dónde se distribuye bien. Todos los libros que hace Villegas Editores, por ejemplo, salvo los de formato pequeño, son financiados por empresas; así, puede sacar cuatro o cinco libros de gran formato al año, todos financiados, y además tiene una serie propia de libros de pequeño formato. En esa colección publiqué el libro “La arquitectura como experiencia”, que fue cofinanciado con la Nacional, fue un éxito editorial y se vendió totalmente. Ya no lo tienen en ninguna librería. En definitiva, materia de trabajo hay, hay buenos investigadores, la masa está lista para hacer el ponqué, el problema es: ¿quién lo cocina?

Quien cocine necesita también plata para poderlo hacer y el tema está por ahí. Entonces el problema es económico: puede existir el editor que quiera hacer los libros con temas que valgan la pena.
En España, ¿cómo funciona? Porque allá hay muchas editoriales de arquitectura. Estaba Actar, ¿no?

Actar está totalmente quebrada, había comprado una editorial alemana y se había convertido en la editorial de arquitectura más grande del mundo; tenían una librería espectacular, muy bien curada, pero la cerraron también. No hay librería ni editorial. También está la Gustavo Gili que sí funciona y muy bien, pero la revista 2G ahora solo es digital. Las editoriales que quedan han preferido seguir con coffee table books porque tienen más público y pueden tener la seguridad de que vendan los libros. La gente quiere tener un libro bonito en su mesa, es lo que se ve en las revistas de decoración. El Croquis aún existe pero en este caso el público es restringido, solo arquitectos, y es costoso. Las revistas de Arquitectura Viva siguen, son revista libro y tienen su público. Desde la crisis española, muchas editoriales están haciendo monografías digitales, como una copia digital a El Croquis.
Aquí está A57.

Pero en A57 ya no producen contenido, mueve la agenda arquitectónica del país. Por otro lado, me interesa que nos salgamos de la endogamia arquitectónica, y no soy muy fan de las revistas ni de los libros que sacan las facultades por esto mismo: porque son contenidos para arquitectos, un ladrillo que nos cuesta a nosotros mismos leerlo. Me parece mucho más interesante que la gente de la calle conozca sobre arquitectura y urbanismo. Por eso me gustan los coffee table books, en este sentido.
Sí, en ese sentido, en los libros de Villegas, por ejemplo, se prestan para un público amplio, salvo por su costo.

El año pasado publicaron un estudio de la Javeriana con otras universidades del país sobre el “no saber escribir”. Estos libros de los que hablamos no solamente son un ladrillo sino que no se entiende lo que está escrito.
Sí, algunos están mal escritos. Y a veces se usan unos lenguajes medio abstrusos.

El estilo de cada uno hay que respetarlo; pero de ahí a que se entienda, es complicado.
A mí me critican mucho porque yo escribo legible. Que escribo muy fácil, que la gente me lee fácil.

¿Y eso es un problema para los editores o para los lectores?
Para algunos críticos. Supuestamente uno debe escribir complejo.

Seguramente es muy complejo lo que está ahí, lo que pasa es que se entiende. Es un problema de lectura y escritura que viene desde el colegio, y es muy grave.
Pero las facultades de arquitectura se especializan en evitar la escritura. Cuando yo dirigí el área de teoría de los Andes, hice toda una campaña de alfabetización. Y lo logramos. Los estudiantes escriben, o escribían, y bien. Y tuvimos tanto éxito que no nos querían porque estábamos pervirtiendo a los diseñadores, que deberían ser puros.

Me han contado que ahora les piden un ensayo de media página a los estudiantes de pregrado y se niegan a hacerlo porque no hay tiempo.
Vamos a abrir una maestría en arquitectura en la Tadeo y me gustaría incluir una electiva sobre arquitectura y escritura. Es que a nivel maestría es muy grave que no sepan escribir.

A todo nivel. Yo también pasé los 5 años de la carrera sin escribir una sola línea, y cuando uno sale de la carrera y se va a presentar a un concurso no tiene ni idea de escribir para presentarse, o si uno hace un proyecto para un particular también hay que escribir una memoria para presentar unos papeles a una curaduría. No sé cómo completan un portafolio.
Es un error universal. En las universidades, el principal problema es la lecto-escritura y no solo en arquitectura. Es un problema generalizado.

Hace poco leí en un blog español esta historia: una periodista especializada en arquitectura entrevistó al arquitecto que hizo el diseño interior de un edificio muy importante de Barcelona, la nueva sede del FAD; el arquitecto hizo un comentario sobre la casa de los Eames, que le gustaba mucho, y la periodista escribió que a este señor le gustaba mucho la casa de los Sims, el juego de computador, una arquitectura que no tiene nada que ver con los Eames.
No puede ser… O mejor dicho, sí puede ser…

Si alguien se especializa en arquitectura, ¿cómo no sabe quienes eran los Eames? O al menos pedirle una aclaración al entrevistado. A este arquitecto le han tomado del pelo por las redes sociales diciendo que a lo mejor lo que dijo fue que le gustaba la casa de los Simpsons y ahora le daba vergüenza admitirlo. El nivel es muy malo.
La maestría en la Tadeo tiene como subtítulo “Arquitectura en contexto” para ampliar el campo de estudio del proyecto. Muchos arquitectos se pasan la vida mirando el proyecto y se les olvida dónde está localizado y con qué se relaciona. Hay tres líneas de investigación: ciudad, cultura y comunicación. El campo es exigente porque no es “hacer monos”, hay que leer y escribir fuertemente. No tenemos todavía doctorado en la Tadeo pero tenemos una experiencia investigativa importante y vamos a tener como profesores, de aquí a dos años, por lo menos cuatro o cinco doctores.

La Tadeo ha dado un salto cualitativo muy grande.
Se está tratando de dar y bastante fuerte. Acabamos de empezar las obras del edificio de Artes de la Tadeo, en la calle 26 con carrera 5, en un lote grande, entre las Torres Blancas y la Biblioteca Nacional. El diseño que ganó el concurso es de Ricardo Larrota. Esperamos que a mediados del año entrante se acabe el edificio, que será una buena obra de arquitectura.

Viendo esto, se puede decir que las prioridades son otras: hay plata para desarrollar proyectos, pero es más importante hacer un edificio que sacar un libro.
En la Tadeo, como ya te dije, hemos publicado varios libros de arquitectura. El edificio es una necesidad prioritaria. Ambas cosas son compatibles. Por otra parte, por ejemplo en Medellín hay editores como los Mesa, que hacen una labor independiente muy importante, por fuera de las universidades.

Creo que tienen libros formalmente muy bonitos.
Muy atractivos, sí; el libro de Archipiélago de Arquitectura es muy interesante. Son libros divertidos, ellos son ingeniosos. Y casi todo es autofinanciado o buscan financiación.

¿El problema es económico porque no hay público? ¿O no se ha buscado ese público?
No, el público hay que construirlo. En definitiva: sí hay materia prima, sí hay gente que pueda hacer los libros, lo que no hay es el impulso para arrancar.

El reto es económico. ¿Qué puede hacer un espacio como Torre de Babel para que estos proyectos puedan existir?
Primero que todo difundirlos. ¿Por qué no “anunciar libros”?

En TdB estamos haciendo un cambio importante, a nivel de forma y de contenido. Finalmente: dos preguntas. ¿Cuáles son tus tres libros de cabecera, que lees y relees, de arquitectura o urbanismo, que recomiendas porque son parte de tu biblioteca personal?
El libro que más me gustó durante muchos años fue “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. No lo he vuelto a leer, son cuatro libros, pero recuerdo que me pareció un ejercicio maravilloso sobre muchos temas a través de cuatro personajes. Es fascinante, como literatura y como todo. Este me marcó por muchos años y lo leí y releí en español y en inglés. No soy muy fiel a los libros y he leído tantos libros que no es fácil traer tres a la cabeza. “El nombre la rosa” de Umberto Eco podría ser otro, por lo divertido, con película incluida. De Buckminster Fuller me acuerdo que hay unos libros muy divertidos, pero “I seem to be a verb” sería el que podría nombrar; un libro totalmente loco, de frases sueltas, publicado en la década de 1970 (cuando los editores se enloquecieron y hacían cosas divertidas). Pero, sobre todo, soy un calvinista impenitente. Quiero decir que aprecio muchísimo todos los libros de Italo Calvino.

La última pregunta no tiene que ver con libros sino con Bogotá: hace más de 10 años, con Antanas Mockus con su cultura ciudadana, todos aprendimos a cruzar por el paso de cebra, los carros iban por su carril, los andenes eran para peatones, no botábamos basura en la calle, y además podíamos dar un visto bueno o malo a otro conductor o transeúnte. ¿Qué pasó? Han pasado más de 10 años y esta “cultura” no se transmitió de una generación a otra.
No, no se transmitió. Se transmitió más en la ciudadanía que en las administraciones. La ciudad ha caído en un deterioro bárbaro.

¿Qué pasó con esa cultura ciudadana? ¿No fuimos capaces de arraigarla, de interiorizarla y pasarla a la generación siguiente?
No alcanzó a consolidarse. Después de Mockus vino Lucho Garzón y se debilitó, aunque este no causó tanto daño pero se perdió el hilo conductor. Después todo se vino abajo.

Necesitábamos muchos más años para que ya hiciera parte del subconsciente colectivo. Por otro lado, Medellín hoy es una ciudad fantástica.
Exactamente: hoy. Porque el alcalde Sergio Fajardo tomó un poquito de Pascual Maragall de Barcelona, un poquito de Antanas Mockus, un poquito de Curitiba; tomó lo mejor de cada cosa, le sumó una buena autoridad y un excelente equipo de trabajo.

Ahora tienen unos problemas de delincuencia altos.
De mucha violencia.

De todas maneras, es una ciudad muy amable, agradable y confortable.
Descubrieron el espacio público, que no había.

Pero aquí en Bogotá hay espacio público y pareciera que este no es el problema. Es más de cultura.
La desmotivación es el tema. La ciudadanía bogotana se desmotivó completamente porque no tienen referente. Bogotá necesita un Mockus urgente y con mano dura.

Pero ahora no hay una figura de ese tipo, que pueda removernos de nuevo.
No, Mockus es de esos personajes que son únicos. Incluso preferiría a Peñalosa en este momento. Por ahora el problema es salir del amigo Gustavo Petro, que está atornillado al puesto, y ver quién comienza a remediar esto. Fíjate lo curioso: Clara López, con el poco tiempo que estuvo y todas las críticas que recibió, fue una alcaldesa muy buena en solo cuatro meses. Sumamente buena. Pudo componer temas que estaban muy descompuestos. Me parece una política regia, que tiene correa. A Bogotá hay que rehacerla.

Me llama mucho la atención que todo lo que habíamos aprendido no continuó en el tiempo.
Quedan pocas cosas pero, en general, la gente se volvió agresiva nuevamente, descuidada, pero para mí todo es un problema de motivación, la ciudadanía está totalmente desmotivada.

Algo así como ¿para qué hago esto?
Desde arriba me están dando el mensaje de que no hace falta, para qué hacer algo. Una ciudad necesita liderazgo.

Por otro lado, en cambio, en el campo artístico la diferencia con hace 10 años es enorme: más museos, galerías de arte, eventos internacionales y nacionales, casi no alcanza el tiempo para ver y disfrutar todo, gran cantidad de obras de teatro, cine.
Por eso, fíjate que, sin perder las esperanzas, creo que no es tan difícil rescatar esa voluntad hacia Bogotá, la gente añora esa cultura ciudadana. Petro había amenazado que Mockus iba a ser su asesor en cultura ciudadana y al final no salió con nada. Mockus debería ser alcalde a perpetuidad.

Pero si fuera candidato de nuevo, ¿la gente lo votaría?
La tontería que hicieron en las elecciones pasadas fue grandísima: Peñalosa iba a ser el alcalde, respaldado por Mockus y por Garzón; a Peñalosa le dio por aliarse a los uribistas y Mockus llegó hasta ahí con él. Luego decidió lanzarse con Gina Parody y obviamente no llegaron a ninguna parte. Si no se hubieran dividido, Peñalosa sería el alcalde y estoy seguro de que nos hubiera ido mucho mejor. Y Petro lo que hizo fue pescar en río revuelto.

Hay muchos bogotanos que me han dicho que votaron por Petro porque cuando estaba en el Senado era bueno.
Era muy bueno.

Pero una cosa es estar al otro lado del mostrador y otra es administrar la tienda.
Peñalosa dijo una frase célebre en este sentido: “Petro no es capaz de administrar ni un parqueadero”. No tiene ni idea. Y las personas buenas que eran sus colaboradores se han ido retirando. En la oposición le iba mejor.

* Foto tomada de la página web de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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andreaposada.com

Medellín y su foro

Lo repetían en los conversatorios, en las conferencias y en las mesas redondas a las que alcancé a entrar: no existen recetas ni métodos transferibles entre ciudades. Vivir bien es un problema de todos y, se quiera o no, el medio son las políticas y la política.

Sí es verdad que se oyeron más teorías que prácticas y que la gran cantidad de eventos simultáneos y stands intimidaban, pero los temas tratados fueron pertinentes en la ciudad de hoy y los asistentes al WUF7 fuimos conscientes de lo inabarcable del tema: las “ciudades para la vida”. Hay que probar estrategias incluso a sabiendas de que no saldrán bien desde el primer día, y de que no es lo mismo Melbourne que Boston ni Jartum que Mumbai. Por muchos textos que existan, a día de hoy, nada está escrito en el desarrollo de las urbes.

El luxemburgués León Krier no se mordió la lengua al decirle a los paisas que su ciudad es fea, y lanzaba al aire: ¿es esta modernidad el paraíso? El documental The Human Scale, con la oficina del danés Jan Gehl como protagonista, cuestionaba a las ciudades de países en desarrollo que están cometiendo los mismos errores de las ciudades consolidadas del mundo occidental. Hay que leerse los libros de Gehl para ver esos errores y echar un vistazo a las posibles soluciones; y repito: los modos de aplicar esas soluciones no son replicables entre ciudades, apenas es posible dilucidar maneras de hacer.

Brent Toderian, de Canadá, insistió en el cambio de paradigma: las ciudades diseñadas para el carro –todas las del continente americano– están fracasando porque no se ajustan a la realidad: si se crean más vías, el tráfico aumenta. Hay que empezar a diseñar para dar la posibilidad al ser humano de escoger en qué y cómo se moviliza por la ciudad. Y, conversando con Richard Florida, repetía lo que muchos piensan: ¿por qué caminar si se puede coger el carro? ¿Por qué vivir en un apartamento pequeño si se puede tener una casa grande?

En mitad de semana se llevó a cabo el encuentro de alcaldes. Ese día escogí ver las delicias y los desastres de Medellín pero, como también se vale comentar sobre lo que se lee y se cuenta, mis amigos mexicanos –urbanistas de Guadalajara y encantados con las ciudades colombianas– me explicaron que lo mejor de la reunión de los alcaldes fue la intervención del representante de una ciudad africana. Entre tanto funcionario que se luce con sus sistemas de transporte alternativo y sus mecanismos smart para gobernar, el alcalde africano agradecía la invitación al WUF7 y transmitía su preocupación: en su ciudad no necesitan más carriles para las bicicletas o un aumento significativo en los espacios públicos; lo que necesita son los medios para llevar agua potable a sus ciudadanos.

Altamente resaltable, a pesar de los enormes problemas de violencia que parece que aún tiene Medellín, es que los paisas han entendido que el cambio es un problema de todos y trabajan, a su manera, por convertirla en el mejor vividero de Colombia. Llama la atención que gentes de todas las ciudades del mundo se atrevan a ir a Medellín; es como si en unos 10 años se celebrara un congreso de este tipo en Kabul (con todo respeto) y fuéramos capaces de cruzar el mundo para asistir.

Y, para una urbanista más de “La arquitectura de la felicidad” que de “El urbanismo ecológico”, lo mejor del WUF7 es que el tema de las ciudades sale del circuito de los urbanistas: algunos ciudadanos de Medellín entraron a la discusión y se les vio pasear por los stands del foro. Aunque, por los comentarios en las redes sociales de algunos asistentes, es claro que falta mucho para que en Colombia haya ciudadanos educados, capaces de discutir y ser conscientes de que su ciudad también es su responsabilidad.

* Imágenes del WUF7 de Andrea Posada.

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Mosaico deconstruido

Enero 28 de 2014

Las ciudades y sus problemas también se globalizan. Entre corrientes filosóficas, platos típicos destruidos y arquitectura de autor, parece que no hay un oceáno entre esta historia de Vicente Blasco para El País de España y lo que sucede, hoy, en Colombia.

Publicado el 21 de Enero de 2014 en El País – Comunidad Valenciana
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Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida.

Antes de ponerse de moda la cocina de autor, en cualquier lugar de comidas tenían lo de siempre, huevos fritos con patatas, judías con chorizo o potaje de garbanzos. Ahora, hasta en la más simple tasca que se las quiera dar de postín utilizan términos raros y confusos para denominar una ensalada común de lechuga, tomate rancio y atún. Cuando se quiere dar aires de elegancia a algo que de otra manera parecería vulgar, se utilizan palabras que suenen a algo más. O que nadie las entienda, así cuela mejor. Siempre hay vocablos que generan confusión, pero si además coinciden con conceptos filosóficos o estéticos, ya no quiero ni contarles. Uno de ellos es deconstrucción.

En cierta ocasión, en uno de estos sitios que quieren aparentar, la carta ofrecía un menú de esos inspirados, estilo master chef. Entre las delicatessen, había una muy curiosa: “paella deconstruida”. Al preguntar en qué consistía aquello, la respuesta no aclaraba mucho pero sonaba a excelso. Se trataba de un platillo formado por arroz inflado con hojuelas de katsuobushi, bañado con caldo de pollo y coronado con una espuma de pimiento rojo. Qué cosas. Yo pensaba que la paella era lo que todo el mundo entiende que es. Pero claro, ésta tenía su aquél, estaba deconstruida. Es decir, destruida. Pero esto suena mal. Lo otro es palabra mayor.

Según su definición, deconstruir consiste en deshacer y descomponer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual para observar y comprender sus partes, y después volverla a recomponer. Un lío, como pueden suponer. No en vano hay toda una corriente filosófica al respecto que, impulsada por Jacques Derrida en los pasados años 60 en Francia, tuvo su apogeo en la década de los ochenta.

En arquitectura estuvo bastante de moda tras el período postmodernista. Como sus seguidores ya no sabían qué hacer para innovar, pusieron su empeño, entre otros asuntos, en la impredecibilidad y el supuesto caos controlado de la apariencia visual de los edificios, alterando intencionadamente la lógica constructiva tradicional y desmontando cualquier postulado formal establecido con anterioridad. Para entendernos, construyendo a lo loco. Sin ton ni son, como quien dice. En vez de “la forma sigue a la función”, “la pureza de la forma” o “la verdad de los materiales”, el nuevo aforismo era “la forma sigue a la fantasía”. Como se imaginarán, de todo menos barato. Todo un despilfarro, vaya.

Que un arquitecto se dedique a hacer el ganso con su dinero o con el de cualquier particular que lo avale no tiene nada de reprochable. Siempre hay manirrotos y mecenas que no saben qué hacer con sus ganancias apuntándose a lo que sea con tal de deslumbrar. Hacer lo mismo con dinero público ya no me parece tan decente. Cuando se manejan presupuestos que afectan a todos los que los pagamos, hacer ciertos experimentos ya es más cuestionable, máxime si de antemano ya se sabe que el resultado va a ser nefasto.

Cuando hace un año comenzaron a denunciarse las famosas arrugas del buque insignia de la Valencia de ciencia ficción, todos sabíamos ya desde antes lo que pasaba y lo que iba a suceder con los cerca de ocho mil metros cuadrados de revestimiento de su superficie. Sin embargo, y por lo visto, los responsables de tamaño desaguisado no lo querían reconocer. En su afán por enmascarar el error llegaron a decir que esas arrugas eran simples impresiones ópticas de los cordones de soldadura del soporte del trencadís. La broma nos está saliendo bastante cara. Y eso que, e insisto en ello, el problema más preocupante de este edificio no es éste sino el de su latente inundabilidad. Pero esto es otro asunto.

Con el mosaico roto y por los suelos, ahora parece sugerirse su sustitución por placas de aluminio que lo simulen. Puede ser una solución. Más cara todavía, pero remedio al fin y al cabo. No creo que fuera intención del arquitecto sumarse a la moda deconstructivista, pero con tanto construir haciendo y rehaciendo, gastando y volviendo a gastar hasta dar con algo fiable y duradero, acabará por sorprendernos con alguna cosa rara como esos chefs que elaboran incomestibles paellas vanguardistas. Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida. ¿No te gustaba la sopa?. Pues toma, dos platos.

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