Archivo por meses: junio 2011

La Arquitectura y su reivindicación simbólica

Tomado de Arqhys

La definición de estas áreas emblemáticas se apoyará en la pugna por la supremacía de una ciudad sobre las otras; la arquitectura como representación juega un papel primordial. La arquitectura representativa que sea capaz de atraer inversiones debe ofrecer confianza y una imagen de ciudad pujante. Se forman zoológicos de íconos arquitectónicos de probada fuerza mediática que servirán de imagen publica para la ciudad, ayudando a su posicionamiento en las redes de ciudades de servicios y turismo. La elección del arquitecto de estos nuevos emblemas es significativa. Desde el momento en que se decide la construcción de un nuevo edificio, complejo o modificación de la ciudad, cada paso se convierte en un espectáculo que empieza por la decisión del lugar hasta la elección de los posibles arquitectos y el desarrollo del proyecto. El futuro edificio es real tanto en la virtualidad de los medios de comunicación especializados como en los de comunicación de masas. Se consume la arquitectura antes que exista el edificio matérico. En el universo cambiante de las tendencias estéticas, los ciclos de vigencia se acortan con la misma rapidez que se eleva el umbral de la novedad. La arquitectura finge producir el mundo que la consume.

El acortamiento de los períodos de vigencia de una determinada estética esta invariablemente supeditado a su ingreso en el complejo sistema de la novedad, de la noticia de la ultima hora; nada que no sea extraño como novedad será reseñado por los grandes medios de comunicación. Se trata de un doble juego extremadamente peligroso; aquello aparentemente hace que una arquitectura y una ciudad existan su difusión y su reconocimiento es lo que también puede hacer que sucumba o desaparezca como un fuego de artificio. La búsqueda del ícono o emblema no es un hecho exclusivo de la iniciativa privada. Los museos son el caso más emblemático del cambio de política respecto a la ciudad. Un equipamiento urbano ya no se piensa para ser usado por la ciudad, sino como un elemento diferencial en las tablas de la calificación empresarial urbana y en el potencial turístico de la ciudad. Para la existencia de un museo, sea publico o privado, se necesita la fuerza mediática que los convierta en focos de peregrinación. Poco importa qué se expondrá y cómo, pues el envoltorio vacío parece suficiente en la lógica de usar y tirar. Para que la cultura sea rentable como un parque temático debe atraer a las masas por su grandilocuencia, como si se tratara de las catedrales del nuevo milenio.

Las ciudades-museos que hacen su aparición en la escena urbana como verdaderas fortalezas, el Getty Museum en los Ángeles de Richard Meier, o la ciudad de las artes y las ciencias en Valencia de Santiago Calatrava, son otro elemento segregado y potencializador de la especulación urbana en su entorno inmediato. En los últimos años se han propagado los grandes edificios emblemáticos, construidos por arquitectos de prestigio, que no limitan su actuación a una ciudad o un país, sino que proyectan para todo el mundo, con la única singularidad del propio bagaje de imágenes acuñadas por el arquitecto y, por tanto, reconocibles. A diferencia de los centros de ocio y consumo, donde la imagen esta más estereotipada y tipificada y la firma es importante como marca de empresa y no como obra de arquitecto con prestigio ‘crítico’, pues se siguen pautas del manual, que dependen mas de la eficacia del marketing y de la capacidad de sorprender y entretener dentro de códigos reconocidos de estrategias ya probadas, más que de construir una verdadera propuesta arquitectónica. Los emblemas urbanos necesitan del nombre de un arquitecto reconocido mediáticamente, pues se constituyen en noticias culturales por medio de su nombre, otorgando otro tipo de impacto social a la noticia y avalando la operación. Por ello, parte de la efectividad de la inversión y de la convalidación del proyecto reside en la elección del arquitecto. La elección de un arquitecto de reconocido prestigio (y extranjero) aumenta la atracción de los media por el nuevo proyecto, edificio o inversión.

La transformación de las empresas con la intromisión masiva de los medios de comunicación de masas ha producido el advenimiento de la ciudad de consumo, de la ciudad electrónica y telemática, etc., y con ello se cumple, definitivamente, la desaparición de sus funciones tradicionales. Por ello, la ciudad pasa a ser emblema, pero no de si misma o del poder político y publico, sino de las empresas que la moldean; desde la silueta de la ciudad hasta el cambio de normativas de usos y superficies según conveniencia del inversor y promotor privado. La primacía de lo privado sobre lo público tergiversa y pervierte las relaciones sociales del uso del espacio urbano. La arquitectura propuesta como emblema se convierte en un icono y, por tanto, en objeto; se banaliza también como complejidad, también desaparece la arquitectura y, de más de está decirlo, puede desaparecer también el arquitecto. La incapacidad de relacionarse con el lugar y de enraizar con lógicas de entretejido urbano convierte a estos centros en una sumatoria de objetos que, independientemente de su posible calidad arquitectónica aislada, generan un área urbana de fácil degradación, al imposibilitar su apropiación cotidiana y doméstica. Sin esta apropiación no hay ciudad, sino pura estenografía vacua.

Luisa García
República Dominicana

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CONCURSUS INTERRUPTUS. Asociaciones entre fútbol y arquitectura

1. O Rey

La historia me la contó mi padre como sigue. En aquel 1965 su amado Deportivo Cali había resultado campeón del futbol colombiano, con una alineación formidable que mi padre podía recitar de memoria incluso muchos años después. Por primera vez el Cali disputaría la Copa Libertadores de América, y para su felicidad y la de sus amigos amantes del buen fútbol, tendría que enfrentar nada más ni nada menos que al Santos de O Rey Pelé.

Religiosamente compararon las entradas para asistir al Pascual Guerrero, la arena donde el equipo de sus amores les había regalado tardes y noches de gloria. Iban a hinchar por su equipo, claro que sí, querían saber de qué serían capaces sus héroes de las tardes de domingo cuando tuvieran que enfrentarse con una de las mejores alineaciones de la historia del fútbol.

Iban al estadio a apoyar a su equipo, claro que sí, pero casi más importante que eso, iban a ver a O Rey en acción, haciendo lo que mejor sabía hacer: convertir el fútbol en un arte.

Los equipos saltaron a la cancha y cuando se entonaron los himnos, el corazón de mi padre latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho. El árbitro –un pendenciero de apellido Velásquez- hizo sonar el pitazo inicial y el partido comenzó. Bien pronto las diferencias se hicieron evidentes. El Santos comandado por Pelé comenzó a desplegar un juego portentoso y los “azucareros” se vieron claramente sobrepasados en la cancha. En inferioridad de condiciones y frustrados, los defensores de la escuadra verde y blanca se dedicaron a moler a patadas a cuento brasileño les pasara cerca y esto, obvio, incluía a O Rey.

Pero O Rey también sabía cómo defenderse.

Iban sólo 25 minutos del primer tiempo cuando Pelé aprovechó una nueva entrada malintencionada de un defensor caleño, para “dejarle un recuerdo” en la pierna usando los estoperoles de sus guayos. Y entonces ocurrió lo impensado. Ante la mirada atónita de las 40mil almas que se apretaban esa noche en el Pascual Guerrero, el árbitro Velásquez -al que la prensa acusaba de tener un protagonismo excesivo en los partidos y de usar las tarjetas como un pistolero en el lejano oeste- le mostró la tarjeta roja a Pelé y lo expulsó.
Poco o nada recuerda mi padre de lo que siguió.

En ese instante se dio cuenta de que lo que verdaderamente lo había llevado esa noche al estadio era el secreto deseo de ver al mejor jugador de fútbol del mundo transformar el juego en un arte. Ahora un árbitro con afán de protagonismo se lo había impedido. En silencio pensó: ¿Cuándo tendré la oportunidad de volver a ver a Pelé así, en vivo y en directo? Efectivamente nunca más lo vio.

Poco a poco mi padre se interesó cada vez más en El Fútbol y cada vez menos en un equipo.

Con el tiempo descubrí que, como buen contador de cuentos que es, mi padre había alterado algunos datos de la historia. La famosa expulsión de Pelé habría ocurrido en un amistoso jugado en Bogotá entre Santos y Millonarios. Sin embargo, el mensaje implícito en la historia seguía inmaculado. En todos los campos existen los torpes y limitados que se dedican sin ningún pudor a moler a patadas a los más habilidosos. En todos los campos existe el personaje que, sin tener los méritos suficientes para hacerlo, quiere a toda costa interpretar el papel principal. En todas partes la gente prefiere ver en acción a los mejores.

2. Concurso

Estuve en Bogotá hace unos días. Allí me enteré que se había organizado un gran concurso de arquitectura para proyectar la sede de la Cámara de Comercio de Bogotá, al que se había invitado a varias estrellas del firmamento arquitectónico contemporáneo.

Pensé: esto está muy bien.

Es una oportunidad para que haya un debate proyectual de primer nivel con arquitectos colombianos participando. Fantástico!

Varios de mis amigos arquitectos me contaron la mecánica del concurso. Había que hacer dupla con un arquitecto extranjero, adjuntar una documentación y de esa manera, sin mediar ningún proyecto, se elegiría a un grupo reducido de oficinas a las que finalmente se invitaría a participar de un concurso privado.
Pensé: Qué lástima.

Entonces no habrá debate o será muy reducido.

Intrigado pregunté por los famosos. Me nombraron a Koolhaas, Foster y Hadid entre otros. Es decir, los personajes que mueven el debate proyectual a nivel mundial. Que estuvieran asociados con oficinas de arquitectos colombianos participando en un concurso para un proyecto en Bogotá me seguía sonando muy pero muy bien.

Pensé: ¿por qué no hicieron un verdadero concurso con todos estos personajes?

Recuerdo con especial cariño los concursos que organizaba la SCA en los años ´90. Siendo un recién egresado de arquitectura, en esa década participé con mi oficina en algunos de ellos. A veces obtuvimos un premio, otras veces nada, sin embargo recuerdo lo formativo que resultaba visitar la exposición de proyectos que se hacía en la salita del subsuelo de la SCA, con las propuestas que se habían presentado a un determinado concurso.

Allí aprendí acerca de las diversas concepciones que tenían los jurados de lo que se podía considerar arquitectónicamente valioso, aprendía a distinguir las distintas formas de abordar los proyectos que tenían algunos de nuestros competidores, aprendí sobre la importancia de saber comunicar bien las ideas del proyecto. Íbamos en más de una oportunidad con la gente de la oficina y cada vez que podía llevaba a mis alumnos.

Yo me imaginaba lo que habría significado para la cultura arquitectónica en Colombia tener esta experiencia, este foro de proyectos, teniendo la posibilidad de recorrer una sala de exposición donde estarían colgados, uno al lado del otro, los proyectos de Koolhaas, Mazzanti, Foster, Restrepo, Hadid, Bonilla, Weiss, Peláez, Álvarez, Uribe, Fischer, Mesa y tantos otros.

Pensé: Qué desperdicio! Y la SCA ¿qué opina al respecto?

En muchas partes del mundo la gente me ha comentado que conoce el sistema de concursos de arquitectura que existe en Colombia. Lo consideran un formato muy transparente y democrático, que resulta fundamental para elevar la calidad de la arquitectura de un país, a la vez que permite la inserción laboral de arquitectos jóvenes y talentosos que no tienen redes sociales ni experiencia como para recibir un encargo privado. En muchas partes del mundo, a los arquitectos les gustaría tener nuestro sistema de concursos de arquitectura.
Por eso sigo sin entender por qué en el caso del concurso del edificio para la Cámara de Comercio de Bogotá no se optó por realizar un concurso abierto y transparente, pidiéndole un proyecto de arquitectura a cada una de estas figuras que estaban dispuestas a participar, y en cambio se prefirió adoptar un mecanismo que yo llamaría “opaco” y que invita a las suspicacias.

Pienso: Que extraño!

¿Con qué criterios los organizadores de este concurso de arquitectura deciden dejar por fuera a una dupla como la de Bonilla-Foster? Con esta decisión, debo confesarlo, me siento como se debió sentir mi padre cuando el árbitro Velásquez le mostró la tarjeta roja a Pelé.

3. Ganar por W

Estaba en el colegio. Iba en 7 año y teníamos un equipo de fútbol que competía en una liga contra los demás cursos de secundaria. Los de 9º tenían un equipo de temer. Habían vapuleado sistemáticamente a todos sus rivales con goleadas humillantes. Ese sábado en la mañana era el turno nuestro. La noche anterior no pude dormir pensando en el partido del día siguiente. ¿Cómo ganarle a los tipos de 9º? Eran más altos, más fuertes y sobre todo, eran mejores que nosotros con la pelota en los pies.

Muy temprano llegamos uno a uno y silenciosamente nos fuimos poniendo los uniformes. Sabíamos que lo más probable era que esa mañana nos llevaríamos una goleada. Mientras nos enfundábamos los uniformes mirábamos de reojo hacia el costado de la cancha donde un grupo de los de 9º hacía lo propio. Se comenzó a acercar la hora fijada para el comienzo del partido. Nosotros estábamos los 11, pero ellos tenían sólo 5 jugadores. De repente se abría una posibilidad: ¿y si no llegaba el mínimo de jugadores para conformar un equipo y ganábamos por W?

El árbitro estaba listo, nosotros también, y ¿ellos? Seguían allí, los mismo 5 jugadores que ahora miraban con desesperación hacia el horizonte esperando la llegada de al menos otro jugador más.

Cuando 5 minutos después de la hora fijada para el comienzo del partido el árbitro pitó que habíamos ganado por W nos abrazamos, cantamos y lloramos de emoción. Los de 9º se retiraron cabizbajos de la cancha con una mezcla de impotencia e incredulidad. Esa mañana de sábado habíamos logrado una hazaña: le habíamos ganado a los de 9º año.

Claro, habíamos ganado nosotros, pero había perdido El Fútbol. Eso debió pensar el público que en un número cercano a las 80 personas, había ido esa mañana a ver el partido.

Mi impresión es que con el concurso de la Cámara de Comercio de Bogotá pasó algo semejante: Al no permitir una competencia abierta y transparente, alguien con un afán de protagonismo y un desatino tan grande como el del árbitro que expulsó a Pelé, prefirió ganar por W, pero perdió La Arquitectura.

Pienso: Qué desperdicio! Y la SCA ¿qué opina al respecto?

Hugo Mondragón L.

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El estilo como enemigo de la comunidad

 

El proyecto del recuperación de Parque de la Independencia parte de una muy buena idea: restablecer el espacio original que el parque ocupaba antes que la construcción de Avenida 26 le sustrajera parte de su extensión. El proyecto que Salmona dejó contemplaba la recuperación de este espacio por medio de la construcción una plataforma en concreto, cubierta casi absolutamente con una zona verde. Su idea siempre fue “ampliar” el Parque de la Independencia, aunque por motivos circunstanciales, las  autoridades hubieran decidido que se trataba de un segundo parque, el Parque Bicentenario.

 

Ante la muerte de Salmona, Juan Camilo Santamaría fue contratado para continuar el diseño. Cuando le dieron el contrato a Odinsa, éste desconoció el diseño de Santamaría y contrató a Giancarlo Mazzanti quien decidió cambiar el concepto para hacer un parque completamente diferente, empezando por duplicar el área de intervención, tomándose para ello el parque existente.

 

La forma del proyecto ha producido la reacción organizada de los vecinos del parque, el cual ostenta decreto de Bien de Interés Cultural del ámbito nacional, es decir la máxima que existe.

La comunidad se ha opuesto al proyecto porque “usurpa” una gran zona del parque actual para “imponer” un diseño que implica que se talen los árboles del parque para sobreponer unas jardineras y graderías, con las cuales se modifica por completo el ambiente del Quiosco de la Luz, único remanente de los edificios construidos en el parque para la celebración del Centenario. Además, porque se pierden zonas de prados y se multiplican las zonas duras.

 

Vale la pena hacer un análisis de los factores que están intervienen  para  encontrar una posible solución.

 

La morfología del proyecto es lo que en primera instancia genera reacción. Al analizar el procedimiento utilizado para proyectar se encuentra la causa; evito aquí calificar la estética del proyecto, para centrarme en las acciones.

 

Mazzanti utiliza en sus proyectos un estilema proveniente de las conocidas franjas programáticas que Rem Koolhaas utilizó en el concurso del Parque de la Villete en Paris en 1982. Este recurso formal, plano en Koolhaas, adquiere el carácter ondulante en la geometría de Enric Miralles, y ha sido adoptado con mayor o menor éxito por muchos arquitectos en todo el mundo. Mazzanti lo ha utilizado en varios proyectos: en los puentes de Transmilenio en Bogota, en los coliseos para los Juegos Panamericanos en Medellín,  en el concurso del Centro Cultural de España, en los refugios del Nevado del Ruiz, y ahora para el Parque Bicentenario.

Mazzanti hace arquitectura icónica, la cual opera básicamente por un procedimiento de  contraste sobre el entorno próximo, contraste que implica la mayoría de la veces imposición. Dentro de esta forma de operar, Mazzanti no parte de la morfología existente para generar un diseño que dialogue con ella, sencillamente por que no le interesa y porque no es su procedimiento proyectual. Lo que le interesa es la imposición de un estilema sobre el lugar, sin tener en consideración la vegetación ni la arquitectura existente. Para mayor gravedad, en un caso como el Parque de la Independencia, no solo se trata de un entorno  patrimonial sino de una memoria comunal de los ciudadanos. Eso no tiene importancia para él, porque lo importante para es dejar su impronta, su sello, su estilo. Sabe bien que  lo que vende es la arquitectura de autor, el que la gente disfrute del espacio es lo de menos, lo importante aquí es que se diga que “esto lo hizo Mazzanti¨.Como el diseño no se ajusta al parque, porque es cosa traída de su estilo, lo que pretende Mazanti, con arrogancia, es que el parque se ajuste a su diseño, y con este fin crea una zona de transición para poder acomodar su diseño, así termina apropiándose un buen porcentaje del parque, modificando el entorno del Quiosco de la Luz, talando árboles y sobreponiendo zonas duras al prado existente.

 

En el terreno de lo político, Mazzanti se ha otorgado a sí mismo el  titulo de arquitecto social, en razón a que ha diseñado equipamiento comunal para comunidades pobres, y también porque toma prestado de la charlatanería seudofilosófica del  termino “ecosocial” para calificar su arquitectura, Es así como en el caso especifico de Medellín, al  hablar de la “arquitectura ecosocial” que produce, alega que su arquitectura icónica insertada en vecindarios deprimidos, es factor primordial en la disminución de  la violencia en la ciudad, por el orgullo que despierta en la comunidad  la pertenencia de un ícono arquitectónico de su factura. El reclamo es falso, pero ha hecho carrera, sobre todo internacionalmente.

 

Lamentablemente la violencia en Medellín ha  aumentado vertiginosamente y relacionar la iconicidad de un edificio a la pacificación de una ciudad es de un infantilismo que da vergüenza. Sin embargo, en esta trampa publicitaria han caído redondas cientos de revistas de arquitectura. El crédito del interés social, el de construir bibliotecas y escuelas en lugares de pobreza extrema y violencia, hay que dárselo a los promotores de estos edificios, los alcaldes de Medellín y Bogota y no a los contratistas de diseño.

 

La realidad es que Mazzanti el arquitecto social, no existe, lo que existe es un arquitecto ganador de concursos, esta actividad es su “core business”  ya que más del 80% de su ejercicio profesional proviene de concursos.

 

Es importante entender aquí que los concursos en Colombia casi en su totalidad están centrados en el diseño de equipamiento comunal de clases desprotegidas y el diseño de edificios institucionales de carácter social, es decir, Mazzanti hace edificios con carácter social, porque eso es lo que se mueve en el mercado de los concursos. Nunca ha sido gestor de algún proyecto social, ni ha participado de forma activa con las comunidades en que sus diseños han sido implantados, como es el caso de Alejandro Aravena en Chile o como Simon Hosie en Colombia, quien organizó una comunidad bajo la modalidad ancestral indígena de la “minga” para construir una biblioteca en Guanacas, cuya estética tampoco me atrevo a calificar.

 

En el Parque de la Independencia, el verdadero Mazzanti se ha develado, esquivando el diálogo con la comunidad al declararse impedido para dialogar, alegando tener un acuerdo de confidencialidad, anomalía que no existe en la contratación pública.

 

Ha querido imponer su diseño sin tener ninguna receptividad por una comunidad, cuando tenía la oportunidad de mostrar lo que reclama como arquitecto social. La oportunidad, al menos hasta el momento, la ha desaprovechado.

 

Irónicamente, su descuido por entrar en contacto con la comunidad, ha hecho que esta se haya organizado en un colectivo que intenta proteger el Parque, que se llama “Habitando el Territorio” y que ha logrado  por lo menos que los vecinos se conozcan y construyan vínculos.

 

En el campo de lo ético, el Instituto de Desarrollo Urbano, que es el organismo de la ciudad de Bogotá que está a cargo de las obras públicas, ha desarrollado una modalidad de contratación que es una puerta abierta a la corrupción, la cual se conoce como “contrato de diseño y construcción”, en la cual el contratista ejecuta ambos, lo contrario a lo que se estila en el mundo civilizado, donde primero se elaboran unos diseños arquitectónicos y de ingeniería completos y luego salen a licitación publica, lo cual no da pié a que se altere el valor del contrato. Con esta modalidad del IDU, el contratista, al ser quien elabora el diseño, está capacitado para  ampliar el valor de su contrato, al ampliar los diseños. En este caso, esta es la modalidad vigente, y al contratista le conviene que el diseño del arquitecto sobrepase la zona de ampliación y se amplíe sobre el parque existente, y que también esta zona que Mazzanti ha calificado de “transición” no sea una simple área verde sino que tenga, como en este caso, áreas duras, materas en material de construcción, en fin, una intervención tan innecesaria como costosa, con la que el constructor aumenta el valor de su contrato y por ende, sus ganancias.

 

Aquí es donde la pregunta de lo ético irrumpe, ¿que tan válido actuar en contra del sentir de una comunidad cuyo malestar constituye el bienestar de un contratista?

Como Luz Helena Sánchez ha señalado: “implícito está el señalamiento a una forma de hacer política pública en la ciudad de Bogotá”, es esta la oportunidad para debatir sobre la contratación estatal y su relación de las comunidades que el diseño publico afecta.

 

Mazzanti, si quisiera, podría solucionar todo esto de una manera simple: hacer un nuevo diseño que parta del parque existente, no de su propio estilema, lo cual eliminaría la necesidad de la ”zona de amortiguación”; haciendo que el Quiosco de la Luz aparezca nuevamente, que no sea  necesario talar los árboles. Solo con estos le ahorraría a la ciudad los pesos extra que el constructor se quiere ganar con este diseño invasivo.

Queda así en manos de Mazzanti la posibilidad de un desenlace feliz y que se genere un precedente de interacción entre el diseñador y la comunidad en el campo del diseño urbano en Bogotá.

 

Guillermo Fischer

 

Articulo relacionado:  La madre de la corrupción-El Espectador

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La estética de las lentejas

 

Todos somos aficionados a la arquitectura. O la arquitectura exigiría que todos lo fuéramos. Tan fácil como le resulta a la política que se hable de ella, a la construcción de ciudades y edificios debía corresponder una atención tan tensa y popular como la de los «indignados». Ni la pintura ni la música se hallan tan obligadas a responder socialmente pero la arquitectura construye o destruye, mejora o empeora delictivamente la ciudad. Ayer destacó este periódico uno de los viejos proyectos de Patxi Mangado destinado a un auditorio en Teulada (Alicante). Mangado podría haber sido alcalde de Pamplona y secretario general de cualquier plataforma dedicada a politiquear con furor. Ni le falta oratoria convincente ni ganas de mandar. Es, sin embargo, arquitecto a tiempo completo y, encima, con la conciencia propensa a la culpa, tal como inculcó a muchas generaciones los grandes maestros de las escuelas españolas, casi monjes de la Bauhaus y las viviendas sociales. Bajo esa influencia Patxi Mangado ha creado una fundación, Arquitectura y Sociedad, que trata de hacer lo imposible por fundir ambos términos en uno. De hecho, no ha habido en España un arte (en España es arte e ingeniería a la vez) que se apegue tanto a la existencia civil como el suyo. Los pintores, los escritores o los rockeros cuando son famosos tienden por lo general a ser divos. Muchos arquitectos también. La diferencia es que mientras en las demás profesiones pueden seguir siéndolo sin hacer daño a nadie, los narcisismos de un arquitecto pueden incluso matar. Muchos de los arquitectos famosos, españoles o extranjeros, que construyeron aquí durante las dos últimas décadas, fueron recientemente desenmascarados por un gran reportero, Llàtzer Moix, en Arquitectura milagrosa (Anagrama). Y le llamo «reportero» porque bastaba reportar lo construido para aportar noticia de las barbaridades que se han hecho. Arquitecturas pin-up cuyo cuerpo apenas resiste ni un mal Photoshop ni el menor paso del tiempo. Edificios espectaculares forrados de pladur, acrobacias fotogénicas cuyo pecado de vanidad es directamente proporcional a sus poses obscenas. Desde los años sesenta, casi todos los arquitectos occidentales (desde Piano a Moneo), admitían que un trabajo narcisista era lo peor que les podía pasar. Antes de venir Cristo al mundo, Vitrubio había establecido una trinidad de principios (firmitas. utilitas y venustas) como pilares de la arquitectura honrada. Los edificios que se caen (no firmitas), los museos que se edifican sin contenidos (no utilitas) o las ciudades monstruosas (no venustas), son los tres pecados capitales que como jinetes del Apocalipsis han arrasado más de medio mundo durante la prosperidad. Dubai o Shanghái son hoy la perla falsa de ese infierno del estilo por el estilo, la grandeza por el gigantismo y el soborno por la especulación. De esa época quedan demasiados testimonios pero su fin ha llegado ya. «Sois tan pobres que solo tenéis dinero» se leía sobre una fachada en un banco de Lisboa. La época del mucho dinero ha colaborado en la rutina y en la ruina de la arquitectura. Creadores que han repetido hasta la saciedad su misma obra para venderse como marcas a mandamases políticos que han multiplicado por cinco o seis los presupuestos de la comunidad, decenas de auditorios, aeropuertos, museos y ciudades culturales que han expoliado las arcas presentes y futuras. La orgía de la arquitectura de oropel, próxima al carnaval, ha disfrazado las ciudades de progreso mientras entre bambalinas los protagonistas se repartían la pasta. Hubo una época, la de los años ochenta, en la que conocí personalmente a los mejores profesionales del medio en España y, salvo alguna engominada excepción, todos eran de oro macizo. De esa materia es también hoy el arquitecto Patxi Mangado y prácticamente la mayoría de su generación, que cuenta con medio siglo a cuestas. Capaces todos ellos de entender que el estilo no es nunca mejor guía que el franco amor a la gente. La crisis, quién lo duda, acarrea mucho dolor, pero en su seno se ve de cerca la ignominia de las lentejuelas y la importante responsabilidad ante una ciudad de seres humanos donde en realidad se sirven platos de lentejas.

VICENTE VERDÚ

02/06/2011

Tomado de : ELPAIS.com

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