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Planear la Sabana del río Bogotá

Enero 25 / 2018

Con motivo de la entrada anterior Sabana Verde de Bogotá, recibí un par de llamados de atención: uno por olvidarme de la realidad de la reserva van der Hammen y otro por extraviarme del objetivo principal.

El reclamo sobre la van der Hammen alega que la reserva está a punto de quedar enterrada a través de una APP entre la CAR, el Ministerio del Medio Ambiente, el Distrito y los propietarios del suelo. Parece que la Alianza Público Privada evitará convertirnos en un hazmerreír mundial por tener una de las ciudades «más densas del mundo” a la que se le quiere quitar su última oportunidad para crecer, por medio de la que sería la “única reserva forestal del mundo que no tiene árboles”. Y anota que la incapacidad para entender el concepto de «restaurar» un bosque no está en la ignorancia sino en la codicia, sumada al hecho político de que en Colombia, como en Brasil, rige el concepto de Estado patrimonialista, lo cual significa que “está hecho y legisla para el interés de ciertas corporaciones y no para el interés general”.

El reclamo por el enfoque del texto alega que la idea de promover la estructura ecológica principal de la Sabana se sobrepone en el artículo con varios temas que contribuyen a disolver la idea en lugar de aclararla. Y da dos ejemplos: no es clara la relación entre estructura ecológica principal y las parejas medio ambiente construido / medio ambiente natural y áreas urbanizables / áreas no-urbanizables; y tampoco es claro por qué sería contra natura que los alcaldes municipales llegaran a concertar la planeación de sus límites compartidos.

Aprovecho las confusiones generadas para revisar las ideas expuestas en dos apartes política y naturaleza y para dar un paso adelante en un tercer aparte urbanización.

Política patrimonialista

En la práctica, en Colombia como en Brasil, el patrimonialismo probablemente sea una realidad, pero es contrario ideológicamente a lo que establece la Constitución colombiana, y supongo que también la brasileña: que Colombia es un Estado social de derecho, en el cual el bien común prima sobre el individual y la propiedad tiene una función ecológica. Que vivamos dominados por el «interés de ciertas corporaciones» no es una condena sino una calamidad y una condición histórica que al igual que la corrupción y el secuestro, algún día se tienen que acabar. Entiendo que la situación sea lamentable y que denunciarla sea importante, y comparto que la detección y presentación de calamidades pueden ser un fin de la crítica, pero la crítica también puede ser un medio para contribuir a pasar la página. Por ello, lo que se somete a discusión en este texto y el anterior no son las enfermedades sino los eventuales remedios.

Las soluciones propuestas son legales, conceptuales e institucionales.
– Legalmente: i) modificar el sistema de ordenamiento territorial, para que la Sabana sea una región geográfica y para que la estructura ecológica principal de dicha región se convierta en un territorio nacional; y ii) modificar el sistema de planeación, para que plan de ordenamiento territorial, plan urbanístico y plan de desarrollo, sean tres instancias diferentes.
– Conceptualmente: iii) separar autonomía presupuestal y autonomía territorial, porque política rima con codicia y patrimonio económico pero no con geografía y patrimonio biológico; y iv) promocionar la ALO como una vía regional impide ver que la vía que necesitan la Sabana y el país es el tramo faltante de la autopista -o doble calzada- entre Soacha y Briceño. Una vía nacional que funcionaría como vía regional.
– Institucionalmente, y como requisito esencial de la propuesta: v) pasar de los espacios académicos y profesionales al Salón Elíptico del Capitolio, porque sin un congresista dispuesto a sacar adelante las leyes necesarias, no hay cambio posible.

Respecto a la posibilidad de afectar la inercia y el letargo «patrimonialistas», hay unas reglas y mecanismos vigentes que permiten corregir y crear nuevas reglas e instituciones. Los cambios por esta vía toman años, lo que permite entre tanto pasar el bisturí, maldecir y eventualmente resignarse. Mientras dura la espera, también se puede participar en actividades como una a la que asistí el pasado 13 de diciembre, organizada por la Silla Vacía, la Secretaría de Cultura y Bancolombia, con el fin de “conectar emocionalmente a los ciudadanos con el río Bogotá” en menos de seis meses.

Conectar significa entender que cuando uno abre la llave del agua, ésta no le llega de China sino de Chingaza o de algún otro lugar en los cerros de la Sabana; y que cuando uno suelta, da la llave o jala, el inodoro, el sanitario, la taza o el guater, el agua va a parar al río Bogotá, con independencia de cómo hable el que mueve el botón o la palanca, y si se vive en Bojacá o en Bogotá. Conectar también significa indignarse al saber que además de los detergentes y el aceite de cocina que van a parar al río por el sistema de alcantarillado, por ahí también están navegando pañales, condones, toallas sanitarias y colillas de cigarrillo, entre otros, que están llegando al lugar equivocado, sin importar si provienen de un municipio autónomo de la Sabana, de una localidad de Bogotá, de una casa en Patiobonito o de un apartamento en los cerros orientales. Aunque estos desechos pueden ser inevitables, son miles de toneladas al año que no deberían estar llegando al río.

El tema de la convocatoria era la conexión emocional con el río y a eso debíamos ceñirnos. El objetivo del taller consistió en proponer modos de invitar a la reflexión, ágiles, de bajo costo y factibles de realizar en máximo seis meses. Una advertencia fue evitar la búsqueda de soluciones a mediano o largo plazo, y no gastar tiempo en encontrar nuevas calamidades o en elucubrar sobre proyectos suntuosos. Puestos a trabajar, salieron muchas ideas relacionadas con generar “conciencia y cultura” a través de acciones artísticas y publicitarias, asistidas por personalidades emblemáticas y por los medios de comunicación. Las ideas se produjeron con agilidad, se presentaron ordenadamente, y creo que la mayoría de los asistentes salimos dispuestos a repetir. Una vez en el taxi, sin embargo, resurgieron las sospechas de siempre.

La primera sospecha es que como el primero de enero cada cuatro años “todo vuelve a empezar”, la invitación a que el río Bogotá sea un río decente reaparecerá, con un nuevo proyecto del nuevo alcalde, diferente al de Ciudad Río del alcalde actual. También vendrá un nuevo director de la CAR, probablemente más interesado en el medio ambiente que el actual, y con el respaldo de Camacol, resuelta como siempre a apoyar al alcalde, a cambio de que éste apoye su misión constructora. Si las predicciones se cumplen, el exalcalde habrá dejado contratos por todo le dé la mano para firmar el 28 de diciembre, y el entrante llegará el 2 de enero a deshacer lo que pueda, al tiempo que se arremanga y empieza a darle forma a su plan de desarrollo, entremezclado indistintamente con los demás planes que le exige «el sistema»: plan de obras públicas, plan de ordenamiento territorial y plan urbanístico. Y lo hará desconociendo «lo de siempre»: que el D.C. no es “autónomo” sino una parte de la Sabana, que el problema de la contaminación del río es de todos y que su manejo debería ser un asunto de planeación regional, aunque «lamentablemente», la planeación regional tendrá que permanecer, como durante los últimos 30 años, en los campos del turismo académico y las predicciones apocalípticas. O asistida por esfuerzos estériles como el “de todito” de la ley 1454 de 2011:

El ordenamiento territorial promoverá el establecimiento de Regiones de Planeación y Gestión, regiones administrativas y de planificación y la proyección de Regiones Territoriales como marcos de relaciones geográficas, económicas, culturales, y funcionales, a partir de ecosistemas bióticos y biofísicos, de identidades culturales locales, de equipamientos e infraestructuras económicas y productivas y de relaciones entre las formas de vida rural y urbana […] Dos o más municipios geográficamente contiguos de un mismo departamento podrán constituirse mediante ordenanza en una provincia administrativa y de planificación por solicitud de los alcaldes municipales, los gobernadores o del diez por ciento (10%) de los ciudadanos que componen el censo electoral de los respectivos municipios, con el propósito de organizar conjuntamente la prestación de servicios públicos, la ejecución de obras de ámbito regional y la ejecución de proyectos de desarrollo integral, así como la gestión ambiental.

Paradójicamente, la ley que por primera vez lleva el nombre oficial ordenamiento territorial (la 388 del 1997 es de desarrollo territorial), en lugar de llenar los vacíos abiertos en el 97, contribuye a alimentarlos, en la medida que no «crea» nada. Pues para constituir regiones de planeación y gestión, o regiones administrativas y de planificación, o regiones territoriales, se limita a «promover», y de este verbo es poco probable, muy poco probable, que resulte una región, en particular una del tamaño y la complejidad de la Sabana del río Bogotá. Con semejante ley, tal vez algún día se llegue a un acuerdo administrativo, motivado por intereses económicos compartidos entre dos gobernantes, pero no al acuerdo geográfico que se requiere.

Naturaleza profesional / Naturaleza política

Consideremos que cuando un urbanista renuncia a urbanizar o un ambientalista renuncia a proteger, se auto-desemplean, por efecto de estar en el lugar equivocado o actuar contra natura. Otras variantes de esta misma situación la ilustran, por ejemplo: la triste parábola del escorpión que le pide a una rana que le sirva de bote para cruzar un río, garantizándole que, dadas las circunstancias, “su vida está a salvo”; o la cruda metáfora con la cual las defensoras de los derechos reproductivos repelen a sus detractores con el conjuro «saquen sus rosarios de nuestros ovarios». O también, una hipotética escena en la que una eventual Fundación van der Hammen se enfrenta con una eventual Constructora Contextos Urbanos, en una pugna en la que la Fundación intenta urbanizar los potreros de una seudo-reserva-forestal y la Constructora intenta proteger una joya ambiental que será restaurada como un bosque nativo. Si cualquiera de estos escenarios da ganas de reír o llorar, depende de la naturaleza de cada lector. El hecho es que en las manos equivocadas, o sobre la espalda equivocada, o desde la profesión equivocada, o con los conceptos equivocados, o con las leyes equivocadas, la sobrevivencia de la reserva no tiene futuro.

Camacol, se supone, se ocupa del medio ambiente construido y la CAR, se supone, se ocupa del medio ambiente natural. No obstante, una construye y la otra conserva, pero ninguna planea. La planeación se supone que le corresponde al D.C. y a los municipios a través de un POT. Pero la planeación del medio ambiente natural y el medio ambiente construido, como parte de una misma actividad, no tiene una ley que la respalde y mucho menos una institución que la ejecute. Por eso, el supuesto debate van der Hammen como unos constructores en conflicto contra unos ambientalistas, no tiene futuro. Y si no hay futuro para una reserva forestal de 1400 hectáreas, menos para la Sabana, en especial si tal futuro depende de una legislación que se basa en la buena voluntad de alcaldes o gobernadores, o en su defecto del pueblo reunido en asamblea. Semejante desperdicio de legalidad, de tiempo y de plata, olvida de la naturaleza política funciona diferente a la naturaleza profesional.

Un último argumento al respecto: el hecho de que una congresista como Angélica Lozano llegase eventualmente a defender una ideología Verde, no implica que otro congresista como Carlos Fernando Galán llegase eventualmente a secundarla. En una esfera intelectual probablemente sí, pero en la esfera política vigente sería contra natura. Al hacerlo, un miembro de la improbable coalición le estaría fallando a dos caciques simultáneamente: uno ya instalado en el Palacio Liévano y el otro aspirando a la Casa de Nariño.

Urbanización / Urbanismo / Urbanizadores

Si tuviéramos la legislación para ello, el plan territorial y los planes municipales quedarían por fuera de las “garras” de los gobernantes y su ritmo cuatrienal, de modo que cada gobierno se podría concentrar en plan de desarrollo del municipio. Y si tuviéramos la legislación para ello, un único plan OT -o plan regional- se encargaría de ordenar la Sabana del río Bogotá, en dos tipos de área: áreas urbanizables y áreas-no urbanizables. No obstante, el concepto de áreas no-urbanizables no coincide con el de estructura ecológica principal porque las áreas no-urbanizables son muchas más. Esto fue lo que intenté aclarar al final de Sabana Verde de Bogotá: que la estructura ecológica principal sería sólo el primero de varios tipos de área, cada uno con un uso para el suelo, tan importante para Bogotá como para Bojacá, porque su valor es regional. Estos usos son siete:

1. Reserva ambiental. El conjunto de áreas que coinciden, uno a uno, con la estructura ecológica principal. No coinciden, sin embargo, con medio ambiente natural porque éste incluye otro tipo de «reservas» como las del siguiente tipo de áreas.
2. Producción de alimentos y materias primas. El conjunto de áreas dedicadas a la agricultura, la ganadería y la minería.
3. Producción de energía. El conjunto de áreas –y edificaciones– en las que se ubican las diferentes plantas de energía, desde la hidráulica convencional, hasta las que se asoman como el futuro: eólica, solar y eventualmente atómica.
4. Tratamiento de desechos. El conjunto de áreas y edificaciones para el tratamiento del agua y la basura.
5. Centrales de abasto. El conjunto de áreas –y edificaciones– para recibir y distribuir los alimentos y productos provenientes de otras partes, cuya funcionalidad depende de la contigüidad con los sistemas de transporte.
6. Terminales de transporte. El conjunto de áreas –y edificaciones– para aviones, buses y trenes, sin los cuales la vida moderna y el funcionamiento regional son imposibles.
7. Carreteras y ferrocarriles nacionales. El conjunto de áreas ocupado por las vías y sus áreas aledañas, no-construibles. Estos espacios, antes que ser afines a las calles y avenidas urbanas, son afines a los espacios lineales de las rondas de río.

Las siete áreas son esenciales y, desde un regionalismo académico, difíciles de objetar como áreas regionales. No obstante, por fuera del academicismo, las áreas tipo 2 (agricultura, ganadería y minería) constituyen la gallina de los huevos de oro con la que sueñan propietarios, políticos y constructores. Son áreas que constituyen un comodín urbanístico a través del cual, con un pequeño ajuste «autónomo» al POT, los potreros se convierten en lotes, las hectáreas en metros cuadrados y los pesos en dólares. Y como efecto colateral, el territorio se convierte en un festival de autismos urbanísticos desarticulados, a partir de un tipo de urbanización tan popular entre los urbanizadores como impopular entre los urbanistas: el conjunto cerrado, cercado, infradotado y desarticulado de la estructura urbana del municipio agraciado por la bendición de los urbanizadores; municipio que se da por bien servido con recaudar el predial. Estas áreas son la muralla china que la planeación OT tendría que derribar para funcionar o fracasar.

En realidad, los usos que determinaría el OT, o POT-sabanero, no son siete sino ocho. El octavo serían las áreas urbanizables, las cuales, por aquello de los huevos dorados, tendrían que ser un motivo de planeación regional. No para definir el tipo de urbanismo o de espacio urbano que cada cual deba tener; ni para impedir el crecimiento de ningún municipio; y menos para obligar o pedirle a ningún ciudadano que se vaya a vivir a una ciudad intermedia. Un OT adecuado permitiría pasar de vivir en Bogotá o en un municipio cualquiera, a vivir en la Sabana del río Bogotá, de un modo racional, considerando que dentro de un siglo, o menos, la región Sabana de Bogotá podría estar alojando 20 millones de personas, o más. Dado que las predicciones por lo general fallan, esto no es un hecho sino una posibilidad, de modo que si no se da, en principio no pasa nada. Pero si llegase a ocurrir, el camino para evitarlo no son los foros regionales o las leyes estimulantes, sino ciertos cambios estructurales como la modificación del sistema de ordenamiento territorial y del sistema de planeación, la restricción del concepto de autonomía, la construcción de la autopista Soacha-Briceño y el paso por el Congreso.

Crecer implica planear dónde construir y dónde no. En la zona norte de Bogotá, por ejemplo, hay 5000 hectáreas que se pueden ocupar respetando la reserva van der Hammen, como lo intentan algunos desde 1999, o desconociendo la reserva, como lo pretende la APP referida al comienzo de este texto. En una entrada anterior definí el significado de urbanizar la van der Hammen como convertir la reserva en un parque-urbano-reserva forestal de gran tamaño, que fuera el Centro de la Sabana de Bogotá y no la Zona norte de Bogotá; un espacio urbano monumental y patrimonial, con sus bordes claramente definidos y sus áreas aledañas densamente pobladas, al modo de los bordes y las áreas aledañas del Central Park de Nueva York. La prolongación a toda la Sabana de esta relación entre área patrimonial y área construida, implica que la definición de las áreas no-urbanizables son un punto de partida obligatorio, sin el cual la urbanización tiende al fracaso. Respecto a la intención de evitar este fracaso por medio de la urbanización de la Sabana, dos ideas finales:

– El crecimiento municipal tendría como objetivo pasar de pueblitos seudo campesinos con una periferia suburbana infradotada, habitada por bogotanos que se fueron a un campo que va desapareciendo en la medida que llegan nuevos bogotanos, a municipios que crecen a partir de sus cabeceras municipales consideradas como ciudades y centros urbanos. En conjunto, se tendría una serie de centros urbanos interconectados por líneas de ferrocarril y eventualmente por autopistas, con una estructura ecológica compartida, y con 30 planes urbanísticos municipales, relacionados con un único POT-sabanero. Para ello, el OT tendría que prever, a través del uso número 8 del POT-sabanero -áreas urbanizables- que cualquier municipio disponga de un área de expansión suficiente que le permita pasar, por ejemplo, de 20 mil a 100 mil habitantes o de 200 mil a 500 mil, a partir del principio que cualquiera puede crecer «cuanto quiera», pero no «donde quiera».

– El crecimiento de Bogotá D.C., dada una situación de partida en la que el suelo disponible es poco, sería excepcional con respecto a todos los demás municipios de la región. Su crecimiento principal tendría que ser por densificación, simplemente porque no hay otra opción. Y dada la precariedad del espacio actual, tal densificación tendría que aumentar la cantidad de población y la cantidad de espacio urbano, simultáneamente, de manera que crecer signifique mejorar y no simplemente amontonarse. A Bogotá no le va a llegar el fin del mundo por mantener una reserva forestal «que no tiene árboles»: primero, porque dentro de cincuenta años los tendrá; y segundo, porque dentro de veinte años tampoco tendrá para dónde coger. Si algún día llega el tal fin del mundo, no será por falta de suelo de expansión sino por cuenta de varias ausencias: por falta de reservas ambientales, energéticas, productivas, urbanísticas y demás; por falta de entender que el medio ambiente natural y el medio ambiente construido conforman una unidad que se puede planear; y por falta de entender que la planeación OT parte de la geografía y no de la economía. O de una Política Verde que sucumbe ante la tradicional Política Patrimonialista.

* Imagen tomada de El Tiempo.

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Las murallas son lo de menos. Respuesta a los comentaristas

Zonas

Central Park

Recibí dos comentarios de desaprobación a la propuesta para conservar la reserva van der Hammen a través de un parque urbano amurallado.

El primero asegura que se trata de un “afán ridículo” y pregunta “¿por qué debemos parecernos a otras ciudades, de otros países y otras culturas?”. El segundo se une al coro reiterando que copiar modelos extranjeros es un error y propone construir “una ciudad moldeada con consciencia de sus ecosistemas… Eso sí que sería un modelo propio, innovador y único, adaptado a nuestra cultura”.

Lo que “me pregunto” yo es otra cosa. Si una propuesta para conservar las 1.368 hectáreas de la reserva Thomas van der Hammen es una copia ridícula, ¿cuál sería la denominación adecuada para el alcalde Enrique Peñalosa: mago genial por desaparecer la reserva o cuatrero descarado por robársela?

Un tercer corresponsal interesado en el tema de la Región Bogotá me hizo, por correo electrónico, una invitación a apoyar la formulación de “un plan maestro regional, como referencia para la propuesta asociada Plan [de Ordenamiento] Zonal del Norte”, POZ. Estoy de acuerdo con la importancia con la planeación regional, tanto como con la planeación geográfica y ecosistémica, como entiendo que lo está la mayoría de gente involucrada con el problema del funcionamiento y la planeación responsable de la Sabana de Bogotá. Sin embargo, la región puede esperar y las declaraciones no alcanzan para CONSERVAR la van der Hammen.

Se puede discutir si la conservación de un área de 1.368 hectáreas debería hacerse a través de un proyecto de reconstrucción de un pasado ambiental, o del futuro de una ciudad habitada por 15 o 20 millones de personas. El hecho es que ninguna se puede sustraer al hecho de que el proyecto Lagos de Torca es una AMENAZA presente, a punto de ser aprobada por el Concejo. Sin que la reserva haya sido creada.

La reserva van der Hammen no pasa de ser un enunciado. No está creada porque no ha sido adquirida, no está reglamentada y no se ha definido cómo compensar a los propietarios ni la reubicación de algunos usos y usuarios. Tampoco se tiene un plan para mantenerla por el resto de la vida y menos la claridad de que todo tiene un costo de miles de millones de pesos, que de alguna parte tienen que salir. La creación, sin embargo, empieza por entender y actuar sobre las condiciones de posibilidad que amenazan su existencia: SUSPENDER el proyecto Lagos de Torca y REDEFINIR la zona norte.

* Imagen de la gran muralla china tomada de Taringa.

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Casa Shaio en venta

Esfera pública & Esfera privada

Septiembre 26 – 2016

El «espectacular» predio de la famosa casa en la que vivió Gonzalo Rodríguez Gacha no para de subir de precio. La primera valoración de la que oí hablar estaba por los 25 mil millones de pesos, la última va en 48 mil y, de ser cierto que habrá una puja pública, es de esperar que el precio suba un par de miles adicionales. Para algunos, la cifra no es escandalosa sino «apenas lógica» porque un lote como ese «vale una fortuna”. Para los de la supuesta especie con cola de puerco a la que pertenezco, lo espectacular eran la casa y su jardín y lo escandaloso es que semejantes casa y jardín, situados en la esquina de la carrera 13 con calle 86A, no sean parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad.

Casa Shaio ofertarLa casa fue construida para el doctor Eduardo Shaio por el arquitecto Rafael Obregón en 1956-57. De la familia Shaio pasó a la familia de González, uno de mis compañeros del colegio, por lo cual tuve la suerte de conocerla. Después vino El mexicano, luego Estupefacientes y el siguiente propietario será alguien con la capacidad de desenfundar 50 o 60 mil millones de pesos. Según el cronograma clavado al muro que acompaña el anuncio, esto debió haberse definido el 16 de septiembre.

casasahioUNal Antes que admirar la casa, que me parecía muy simple, lo que me deslumbraba por allá al final de los años 70 eran la piscina y el jardín. Ahora lo que me asombra es el sofisticado modernismo que le dieron Shaio, Obregón y el paisajista japonés Hoshino, y del cual sólo se viene a caer en la cuenta cuando ya era una ruina. A esta sofisticación le siguió una intervención del decorador William Piedrahita a base de muebles, tapetes, cuadros y porcelanas, que con mucho acierto mantuvo la neutralidad de la arquitectura y el esplendor del jardín. Después, según me contó un vecino que dice haber llegado al barrio por la época en que la propiedad pasó a manos de la Comisión de Estupefacientes, El mexicano redecoró la casa a punta de espejos, griferías, muebles exóticos y otros favoritos asociados con el éxito del negocio de la cocaína. Luego vino el cuidado descuidado de Estupefacientes, época en la que la casa fue saqueada hasta el último baldosín. Luego, ya sin nada de «valor», fue dejada a merced de unos indigentes de buen gusto que se la apropiaron y como lo recuerda quien me lo contó: “una noche, a mediados de los años 1990, el fuego con el que cocinaban y se calentaban se salió de control, la casa se quemó por completo, y acá llegaron ambulancias, máquinas de bomberos y carros de policía, por docenas, pues se sabía de los ocupantes y se temía que los hubieran quemado. Fueron ellos mismos quienes contaron lo que pasó”.

Aun con la casa devastada, el POT-2000 designó el predio como “institucional”, lo que motivó que una «institución» como el Colegio Liceo Francés tratara de comprarlo, como lote. El colegio adelantó un concurso arquitectónico entre exalumnos para estudiar la posibilidad de instalar ahí el preescolar del colegio. Pero en medio del concurso, según deduje de lo que me contó uno de los participantes, se les apareció el fantasma de la casa con el mensaje que el precio se estaba subiendo dramáticamente. El motivo: que esa tierra «vale mucho” y tiene «muchos interesados”. Como si el valor–patrimonial de una mansión moderna de más de 700 m2, con su excepcional jardín de casi 5.000 m2, careciera de mucho valor y mucho interés. Y como si el valor–económico del suelo fuera algo independiente de las normas de uso y altura que se producen entre las oficinas de Planeación Distrital y Camacol.

El paso de un predio institucional a un baile del millón tiene un precedente inmediato a pocas cuadras de La cabrera, en el Colegio Femenino de Colsubsidio, en Rosales. Situado en la calle 79B entre carreras 4 y 5, este predio también tenía un uso institucional, además de un edificio con protección patrimonial. A pesar de ello, la restricción desapareció, el uso cambió, el precio subió geométricamente y del predio brotó el conjunto Serranía de los Nogales, tal como del predio de El mexicano pronto brotará una Serranías de la Cabrera.

Aunque no es el caso porque la propiedad ya no pertenecía a los herederos de Rodríguez Gacha sino de una entidad estatal, es un hecho que muchos propietarios de casas y predios con restricciones patrimoniales están maniatados. Para defenderse, reclaman con razón que la Constitución del 91 protege la propiedad privada, y tienen razón. Sin embargo, la misma Constitución establece que la propiedad privada “tiene límites” y que será la ley la que determine el alcance de la libertad económica cuando “así lo exijan el interés social, el ambiente y el patrimonio cultural de la nación”. El problema se puede explicar como un asunto de falta de relación entre valor económico y valor patrimonial, o de falta de relación entre la esfera privada y la esfera pública.

Sin referirse a las esferas, el espíritu de la Constitución es evitar casos como la depredación que ya se dio con la Casa Shaio, o con la desaparición en curso de la Reserva Thomas van der Hammen. Dicho de otro modo: el espíritu de la ley apunta a proteger simultáneamente el interés público y el privado. O a evitar el abuso de poder en beneficio de uno u otro.

En la práctica, están por un lado los que consideran que eso del valor patrimonial es una tontería, y por otro los que consideran que eso del valor económico es una sinvergüencería. No obstante, más allá de los individuos que piensan de uno u otro modo, están las instituciones y las tradiciones que nos permiten pensar y proceder tan simplonamente y con tal falta de seriedad.

En un Estado serio, dice Héctor Abad, no se permite “que una ventana y una sala se vuelvan garaje [porque] uno no hace lo que le da la gana ni siquiera en su [propia] casa”. Esto a propósito de que su mamá alguna vez “compró un pichirilo, tumbó una pared del frente de la casa, y metió a su majestad el carro en la biblioteca a que goteara aceite” sobre un periódico. Antes de la Constitución de 1991, este improvisado garaje no era inconstitucional porque lo que alguien hiciera con su casa pertenecía a la esfera privada, como si se tratara de tatuarse un delfín en el cuello. Hoy, en una época diferente, el derecho del delfín continúa siendo parte de la esfera privada. El derecho del pichirilo ya no lo es.

En un Estado serio, digo yo, la esfera pública sería tan importante como la esfera privada; el valor económico sería tan valioso como el valor patrimonial y los alcaldes se dedicarían a administrar la ciudad, no a planearla. Y en una ciudad seria, nadie podría hacer lo que le dé la gana, empezando por Camacol y el alcalde de turno. Además, las intervenciones patrimoniales tendrían fines menos vulgares, por ejemplo: el colegio de Colsubsidio sería el preescolar del Liceo Francés, la casa Shaio sería un museo de arquitectura moderna, y la reserva van der Hammen sería el Centro de la Sabana de Bogotá.

* La primera imagen viene de la agencia de noticias de la Universidad Nacional. La segunda es del autor.

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Sabana de Bogotá

Para URBANIZAR la van der Hammen

Septiembre 8 – 2016

Urbanizar la reserva ambiental Thomas van der Hammen significa convertirla en un parque urbano de gran tamaño, PERO con sus bordes claramente definidos y sus áreas aledañas densamente pobladas, al modo de los bordes y las áreas aledañas del Central Park de Nueva York.

Hay parques urbanos enormes y paisajísticamente impresionantes PERO con una densidad y unos bordes «blandos». Por ejemplo, el Parque Casa de Campo en Madrid, el Bosque de Chapultepec en México D.F., el Parque Metropolitano en Santiago de Chile y el Parque Fénix en Dublín, todos con más de 700 hectáreas, son «blandos». Si les compara con las 320 hectáreas y los bordes claramente definidos y densamente poblados del parque neoyorkino.

Ante referentes como estos, Bogotá tendría la oportunidad de pertenecer a un selecto grupo con una reserva-parque-urbano de casi 1400 hectáreas. Para lograrlo, habría que poner en marcha algunos cambios administrativos, culturales e intelectuales.

Redefinir la Zona Norte

Cualquiera que se movilice por la Autopista Norte, rumbo a Chía, cuando pasa el Portal de la 170 empieza a percibir lo que es la zona norte de Bogotá: un territorio todavía abierto que va, más o menos, desde la calle 193 hasta La Caro, con los cerros orientales por un costado y «la sabana» por el otro. Este conocimiento geográfico-territorial es compartido por muchos como una experiencia.

Localidades

Otro es el conocimiento de la zona que tienen los propietarios de predios, y quienes por diferentes motivos tenemos que saber «qué pasa ahí». El conocimiento consiste en saber que a uno y otro lado de la Autopista están las localidades de Suba (11) y Usaquén (1); y que una vez pasada la calle 245, se sale de Bogotá y se entra al municipio de Chía, así uno todavía se sienta en Bogotá.

Un grupo menor de ciudadanos relacionado con la planeación urbana sabe que el norte lo constituyen las tres zonas independientes indicadas en este plano zonal: la Unidad de Planeación Rural −UPR−, la reserva CAR, más conocida por su alias como la reserva van der Hammen, y la zona del Plan de Ordenamiento Zonal del Norte −POZ−.
Zonas
Como unidades de planeación, estas tres zonas debieron quedar reglamentadas por el primer Plan de Ordenamiento Territorial –POT− aprobado en el año 2000. Infortunadamente, la aprobación del POT-2000 excluyó el tratamiento específico de las tres áreas, lo cual convirtió la totalidad de la zona norte en una mancha negra que bloqueó el desarrollo de la zona. El bloqueo, a su vez, propició el desarrollo de Chía, Cajicá y La Calera como «partes» de la ciudad, «por fuera» de la ciudad. El infortunio sucedió porque al alcalde Enrique Peñalosa le pareció que si no podía hacer en la zona lo que él tenía en mente, pues no se haría nada. Y efectivamente, no se ha hecho nada.

Hoy, dieciséis años después, el mismo alcalde está de regreso y promoviendo un proyecto de 1800 hectáreas para la zona POZ, llamado Lagos de Torca. Una de las estrategias para vender Lagos de Torca ha sido suponer que la van der Hammen no existe, limitándose a presentar Lagos de Torca como una maravilla ecológica en sí misma, y desconociendo que la CAR, el Ministerio del Medio Ambiente y, en general, todo el que sabe algo de biología, definieron la van der Hammen como un patrimonio ambiental.

Como primera conclusión, la zona norte tendría que ser un territorio integrado de aproximadamente 5000 hectáreas, de las cuales 1368 serían un parque urbano. Pasado este primer acuerdo, habría que:

Suspender el proyecto Lagos de Torca

El plano que muestra las tres zonas que conforman la zona norte no lo presenta la alcaldía. Si lo hiciera, demostraría que la vecindad de Lagos de Torca con la van der Hammen es una oportunidad malgastada. El plano demuestra lo contrario: que la administración actúa estratégicamente y que su objetivo es aprobar un decreto que le permita al alcalde continuar con la idea que le quedó truncada hace dieciséis años.

Lagos de Torca propone todo lo que manda el manual: vivienda densa, ciclorrutas, mezcla de usos, mezcla de estratos, corredores verdes, parques para grandes y chicos, transporte intermodal, ecología a mares, vivienda con compromiso social, TransMilenio, recuperación del humedal Torca-Guaymaral, elevación de la Autopista Norte en un tramo de 400 metros, distribución de cargas y beneficios, y mucho más. Todo esto lo corroboré en un evento oficial de “socialización” del proyecto, el pasado sábado 27 de agosto en la Escuela Colombiana de Ingeniería.

Ámbito de aplicación

Asistí al evento con la doble curiosidad de saber qué pasaría con el metro en esta parte de la ciudad y cómo sería la relación de la zona POZ con la van der Hammen (zona CAR). La presentación hizo evidente que no hay ni habrá metro, también que la estrategia está montada y que la reserva es un objetivo militar. La evidencia más directa salta a la vista en la primera diapositiva de la presentación “ámbito de aplicación”, que presenta la zona UPR como límite occidental de Lagos de Torca. Sería prudente suponer que se trata de una equivocación, remediable con un poco de buena voluntad. Pero es más probable acertar si se apuesta a que la administración está actuando de mala fe. Para remediar esta incorrección y conservar la reserva, el Decreto POZ-Lagos de Torca tendría que ser votado negativamente en el Concejo de Bogotá. Además, habría que:

Cambiar de fines

A pesar de la adversidad, todavía estamos a tiempo para aceptar que la conservación patrimonial hace parte de cualquier proceso de urbanización. De ser así, el paso a seguir con la zona norte no debería ser cómo cambiar la norma para construir más, sino cómo hacer posible la conservación. Tendríamos entonces que reformular el objetivo inicial de cómo comprar la reserva a cómo gestionarla y financiarla. Y si además aceptamos que hacer negocios también es parte de «urbanizar», tendríamos que considerar la situación hipotética de un propietario cualquiera, para el cual debería ser más rentable tener un lote de 2 o 3 mil metros cuadrados “frente a” la van der Hammen, que uno de 2 o 3 hectáreas en cualquier otra parte de la Sabana de Bogotá.

De modo que después de reconfigurar la zona norte, de archivar el proyecto Lagos de Torca, y de reformular los objetivos del proceso de urbanización, el paso a seguir sería aceptar que comprar o expropiar 1368 hectáreas no tiene futuro. En parte porque no hay con qué pagarlas, en parte porque la plata del Estado se debería invertir en obras de infraestructura, y en parte porque existen «mecanismos urbanísticos» más adecuadas para urbanizar y valorizar el suelo.

Cambiar de medios

Por ejemplo: el sistema de Bonos de progreso que se utilizó para la Carrera Décima, o la Transferencia de derechos de construcción que se utiliza en Canadá y en Europa (y que contempla la Ley 388 de 1997), o la redistribución de suelo o Reajuste de tierras, conocido por su efectividad en Japón (y también contemplado en la Ley 388). O una combinación de todos.

Las denominaciones son evidentes por sí mismas: los Bonos son papeles negociables que su propietario puede guardar en parte y redimir en parte, según su grado de ambición o necesidad; la Transferencia significa que el propietario deja de hacer algo en una parte del terreno a cambio de hacerlo en otra; y el Reajuste es algo que permite a un propietario que tiene, por ejemplo, el 3.45% inicial de 5 mil hectáreas, después de restar lo necesario (vías, reserva, rondas de río, lotes para edificios públicos y demás) queda con el 3.45% del área urbanizada para construcción, en forma de lotes, alrededor de lo que sería un paraíso ambiental. Así, para conservar la reserva, los mecanismos de gestión tendrían que estar más a tono con la planeación contemporánea. Además, habría que:

Cambiar de ideales

Para conservar la reserva ecológica que el alcalde intenta evaporar, habría que hacer dos ajustes a la «tradición»:
– Sustituir las ideas de perímetro urbano y norte de la ciudad, definidos en 1954, por una nueva forma de ver para la cual la reserva sería la Plaza de Bolívar de la Sabana de Bogotá.
– Sustituir la imagen suburbana representada en la casita individual en medio de la naturaleza, por un ideal de urbano inspirado en el borde amurallado del Central Park de Nueva York. Adaptado, por supuesto, a la realidad local del enorme y valioso patrimonio ambiental, alias van der Hammen.

Central Park

…lo que estoy proponiendo es la conservación de 1.400 hectáreas de la Sabana de Bogotá, bordeadas en dos costados por una muralla de edificios de 20, 30 y hasta 40 pisos de altura. No en todos los costados porque la condición de lugar permite –o exige– que dos de estos sean los cerros orientales y el cerro de la Conejera. Para los que consideren que esto es delirante, les respondo que el delirio está en el absurdo de la urbanización suburbana y la baja densidad. Y de paso, que si queremos evitar que el próximo Peñalosa llegue a “urbanizar” lo que será el perímetro urbano de Bogotá dentro de 50 años, deberíamos definir con la debida anticipación las próximas 2 mil, 3 mil o 6 mil hectáreas de patrimonio ambiental.

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ESPACIO PÚBLICO a la romana

Abril 5 – 2106

En Bogotá tenemos una ambigüedad con el espacio público, explicable a partir de dos realidades: la política de “recuperación” de espacio público de la administración y la “norma” que define el artículo 239 del Decreto 190 de 2004.

Espacio público recreativo es el que muestra especial simpatía por caminantes, ciclistas y consumidores de amenidades, sumada a una cautelosa antipatía por los usuarios de «el vehículo privado». Se trata del espacio que la administración de la ciudad está tratando de “recuperar” a través de acciones bienintencionadas como expulsar de los andenes a los vendedores ambulantes y limpiar las paredes grafiteadas; hacerle la vida difícil a los carros y promover el transporte en bus y en bicicleta; construir más parques y ciclorrutas; y promover los espacios de uso mixto, ideales para la socialización. Este conjunto de acciones para defender el espacio público coincide con lo que Michael Sorkin llama despectivamente urbanismo de capuchino. Lo cual no significa que tal espacio sea un error sino que el espacio público no se puede reducir al espacio memorable y a la felicidad peatonal. Sigue leyendo

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