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SUB40

Categoría SUB-40

El instinto de conservación viene incluido en el código genético de todos los seres vivientes –incluyendo a los arquitectos–, y consiste en la tendencia innata a mantener su vida y proteger su integridad. Los arquitectos hemos desarrollado además otro instinto: el de conservación del trabajo, que nos impulsa a luchar por él y a tratar de evitar la competencia que nos lo pueda arrebatar.

Una manera de no soltar la presa y eliminar a los arquitectos jóvenes que nos la quieran quitar son los concursos de arquitectura, como lo dije hace un tiempo en una columna titulada “El león, los cachorros, el huevo y la gallina” –publicada en Torre de Babel–, de la que cito unos apartes:

                        Los concursos de arquitectura se están convirtiendo en una masacre de cachorros de arquitecto.

Las armas para el exterminio están ocultas en las bases, en forma de condiciones que evitan la participación de los jóvenes. Una de ellas es la exigencia de un mínimo de tiempo de práctica profesional. Ejemplo real: 10 años. Esta exigencia parte del supuesto de que el arquitecto se ha capacitado y ha desarrollado su habilidad como proyectista durante este tiempo. Pero la realidad es que pudo haber estado dedicado a la agricultura y su experiencia es menor que la del profesional juicioso que ha dedicado sus primeros 5 años a la práctica del oficio. El primero puede participar en el concurso, el segundo no. Se valora la cantidad y se ignora la calidad.

La segunda arma es la obligación de garantizar una cantidad de metros cuadrados diseñados. Ejemplo real: 18.000 m2. Nuevamente la cantidad se impone. Firmas hábiles en mercadeo y publicidad con muchos edificios diseñados entre mediocres y malos pueden participar y a un joven arquitecto con un proyecto sobresaliente de 200 m2, ganador del Premio Nacional de Arquitectura –otro ejemplo real– le dan con la puerta en las narices.

El último intento para que los cachorros no lleguen a macho alfa es pedir que el participante demuestre que ha sido responsable del diseño de un proyecto similar al del concurso –una vez más la calidad está ausente– de un tamaño determinado. Ejemplo real: 2.500 m2. Y aquí entramos en el cuento del huevo y la gallina. ¿Cómo puede un arquitecto hacer su primer diseño si para esto le exigen un diseño similar anterior?

Los arquitectos viejos tenemos la obligación de ayudar a formar a los jóvenes que ya nos están remplazando, no solo transmitiéndoles los principios que –creemos– son los de la buena arquitectura, sino dándoles las armas y la oportunidad de aplicarlos, oportunidad a la cual le estamos poniendo toda suerte de trabas en los concursos.

Finalmente, parece que hay una luz al final del túnel y ya alguien hizo algo para romper el círculo vicioso del huevo y la gallina. Se trata de la convocatoria que ha abierto la Universidad de los Andes, en la que invita a sus egresados a inscribirse en el concurso para el proyecto del edificio de Prácticas Musicales de dicha Universidad. Las condiciones para participar son muy similares a las de todos los concursos, con una pequeña diferencia que hace la gran diferencia: la edad máxima para participar son 40 años, y no se exige un mínimo de años de graduado, de metros cuadrados diseñados, ni de proyectos dirigidos.

Ojalá el ejemplo cunda y sigan apareciendo concursos exclusivamente para los arquitectos jóvenes. ¡Dejemos jugar a la categoría sub 40!

 

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