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BD Bacatá

El BD Bacatá y el ave Fénix

Cuando uno cree que un tema se ha terminado, siempre resucita, como el ave Fénix, y aparece algo más. Me refiero en este caso al rascacielos BD Bacatá. Pensé que la negativa de la Secretaría Distrital de Planeación a revocar la licencia era el colorín colorado de este cuento, hasta que el periodista Alexander Marín publicó en EL ESPECTADOR un artículo titulado Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá, a raíz del cual le mandé la siguiente carta:

Señor
ALEXANDER MARIN
El Espectador

Estimado Sr. Marín:

Leí con mucho interés su artículo «Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá» en EL ESPECTADOR del domingo 12 de marzo. Y digo con mucho interés porque el tema del famoso rascacielos ha sido motivo de mis críticas y preocupaciones. Las críticas se han publicado en el Blog de arquitectura TORRE DE BABEL, y las preocupaciones las sigo cargando. Ha sido pelea de tigre y burro amarrado.

Mis motivos de inconformidad han sido muchos y están suficientemente aclarados en los cuatro artículos que le adjunto. Pertenecen a cuatro temas: urbanos (que afectan a la ciudad), arquitectónicos (que afectan a  usuarios), económicos (que afectan a compradores ) y normativos (que permitieron la construcción). Vamos por partes.

El tema urbano que más preocupa es la ubicación del edificio –que genera un gran movimiento de peatones y vehículos– en una zona de por sí ya congestionada. Los miles de peatones nuevos que atraerá el edificio tienen que circular por los andenes actuales, pues el proyecto no dejó ni un metro cuadrado de espacio público, y si el pequeño espacio abierto en el centro –que no público– va a ser cubierto, el lote queda construido en un 100%.

Debido a esta ubicación, la accesibilidad en automóvil es tal vez el tema más álgido. El único acceso y salida del proyecto en automóvil es por la calle 20 (de dos carriles) para desembocar en la carrera quinta, igual de ancha y ya completamente copada. Por allí entran y salen –si pueden– los más de 700 automóviles que alberga el proyecto. Se habría podido al menos mitigar esta tragedia cediendo unos metros sobre la calle 20 y la carrera 5 para ampliar la vía, pero ya no se hizo.

El proyecto aprobado presentaba algunos problemas de tipo arquitectónico, como un hall de ascensores excesivamente estrecho, entrada a parqueaderos muy pequeña, un sótano demasiado bajo que no permitía la entrada del camión de trasteos, escaleras de evacuación insuficientes, etc. Yo puse estos problemas en conocimiento de la firma de arquitectos española, autora del proyecto. Desconozco si se corrigieron.

Me llamó la atención en su artículo que los compradores están preocupados por lo que no toca –demora en recibir ganancias– y no por lo que sí toca –el valor de esas ganancias–. Tal vez quienes compraron oficinas o apartamentos para arrendar no están conscientes de que pagaron precios de estrato seis, y tienen que competir con la oferta de inmuebles en el norte, sin el grave problema de la accesibilidad. Los que compraron Fidis del hotel harían bien en pedir que les digan cuánto van a recibir. Si ya existe un operador, ya se debe saber cuánto se recauda y se reparte mensualmente. En el año 2012, BD Bacatá anunció que el estudio de rentabilidad del hotel se había hecho con una tarifa de $270.000, difícil de aplicar, teniendo en cuenta que en ese momento el hotel Ibis (por ejemplo), bastante nuevo, bien ubicado, cobraba $ 112.000. Si el hotel es de cinco estrellas, el problema aumenta. Les recuerdo que, según la propaganda, «Los FiDis no son una inversión financiera: no garantizan una rentabilidad ni su redención en un plazo determinado», y además su rentabilidad es de medios, no de resultados. Por lo pronto, que todos los inversionistas se olviden del rendimiento prometido de 16% anual.

Mi lucha contra el BD Bacatá terminó en septiembre de 2012, al solicitar –con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá– la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012 fue contundente: «Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado» (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: «con ella queda agotada la vía gubernativa».

Ahora ya sabe Usted, en esta pelea que pretendía defender los intereses de Bogotá, compradores y usuarios, quien fue el tigre y quien el burro amarrado.

Hasta aquí la carta. Ya el edificio está en etapa de terminación, y solo cuando lo entreguen se sabrá si yo fui alarmista, pesimista o realista. Y mientras tanto, termino con la frase que llevo seis años mordiéndome la lengua para no poner: yo se los dije.

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Alturas insustentables

El ego es un componente muy importante en la construcción de rascacielos… Es posiblemente una combinación de ego y el deseo de obtener un beneficio financiero. Cuando uno ya tiene suficiente dinero para comer y vivir, entonces aparece el ego; está presente no solo en la construcción de rascacielos sino en la de cualquier gran edificio, alto o no.
Donald Trump

Los rascacielos florecen en todo el planeta, y no solamente los extravagantes y superlujosos para los megaricos de Nueva York, Londres, Oriente Medio y Asia. También vemos a China hacinando su clase menos privilegiada en torres que más parecen criaderos de pollos, y en Latinoamérica encontramos varias ciudades compitiendo por hacer la torre más alta de la región, sin que nadie se cuestione qué sentido tiene hacerlo y cómo es imposible evitar hacer aquí la analogía de la competencia fálica por ver quién es el más macho.

Hong Kong, Michael Wolf,camera press

Hong Kong, Michael Wolf, © Camera Press

No sobra decirlo, los interesados son los mismos en todo el planeta: promotores y políticos de pocos escrúpulos.

El calentamiento global finalmente puso sobre la mesa de discusión del urbanismo la necesidad de las ciudades densas. Lo puso como un paradigma, ya no como discusión aportada por personajes extraños, tal como Jane Jacobs, considerada en su época una “señora amateur” del urbanismo y tal vez un poco chalada, porque denostaba de lo obvio: los hermosos suburbios en boga. Jacobs pasó de ser un personaje olvidado a ser conocida y mencionada por todos, expertos y profanos del urbanismo, tanto que parecería estar en proceso de canonización.

Pero en medio de la aceptación generalizada del paradigma de la densificación urbana, se colaron los rascacielos por la puerta de atrás, convirtiéndose automáticamente en la forma idónea de lograr la densificación, sin que haya existido alguna racionalización previa que permitiera concluir que, efectivamente, los rascacielos son la solución. Tal vez ese pequeño Trump que todos tenemos adentro nos ha hecho una mala jugada.

Hemos asumido que densidad urbana significa rascacielos, sin ver que hace milenios habitamos en ciudades densas sin ellos, ciudades con una vida comunal intensa, donde no existían los automóviles y donde aún no se necesitan y, por consiguiente, su huella de carbón es mínima.

El construir en altura conlleva un mayor costo por metro cuadrado construido, costo directamente proporcional a la altura alcanzada, ya que son múltiples los factores que inciden: el tamaño que ocupa la estructura, que aumenta en los pisos bajos mientras más se eleve el edificio, lo que reduce el área útil, lo cual se puede paliar parcialmente mediante la utilización de sistemas esbeltos de alta tecnología. Asimismo, por cada piso adicional, los sistemas de circulación vertical, escaleras y ascensores, se hacen necesariamente más grandes y numerosos por el volumen de personas que es necesario movilizar. También, en la medida en que se logran mayores alturas, se hacen necesarias fachadas más y más complejas, de mayor tamaño, ya que deben ser resistentes a mayores vientos y a cambios de temperatura. Con cada solución, eso sí, los costos se hacen cada vez más extravagantes.

Nueva York se ha convertido, en los últimos años, en paradigma de la ciudad sustentable por su baja contaminación, debido a la baja utilización de automóvil y a que su área de espacio público por habitante, 14 m2, está dentro del rango aceptable, pero se ha entendido incorrectamente que, para hacer ciudades sustentables, el factor principal a emular de NY son sus rascacielos.

Nueva York se encuentra actualmente en un boom de construcción de rascacielos. Estos edificios ultra altos solo pueden ser comprados por los las clases más pudientes, o los megaricos, personas que generalmente requieren de grandes áreas y quienes además cuentan con otros hogares, lo cual hace que su densidad resulte ser solo visual. La virtud no está en manejar la altura de los edificios sino la densidad de la población y el consumo de energía que ésta requiere para funcionar.

56 leonard street,NY, Herzog & de Meuron

56 Leonard Street, NY, Herzog & De Meuron

Construir en altura no significa obtener mayor densidad de población, esto en gran parte debido a factores técnicos y económicos anteriormente mencionados; es así como la densidad de Nueva York de 2.050 habitantes por km2 es superada ampliamente por la de París, de 24.675 habitantes por km2.

Otras ciudades con urbanismo tradicional, con calles y plazas conformadas por edificaciones de mediana altura, superan también a Nueva York: Madrid con 5.198 habitantes por km2, Londres con 4.761 habitantes por km2, o Berlín con 3.815 habitantes por km2.

Cualquiera asumiría fácilmente que estas ciudades europeas de alturas medianas tendrían menor área de espacio público por habitante, definido como el espacio abierto que se alcance –caminando– en un radio menor a 600 metros. Pues bien, resulta que las ciudades tradicionales terminan por ofrecer igual, incluso más, espacio público por habitante que la idealizada New York, que ostenta 14 m2 por habitante: encontramos a París con 11,5 m2 por habitante, a Madrid con 12,23 m2 por habitante, al gran Londres con 20 m2 por habitante y a Berlín con 13 m2 por habitante.

Estos índices demuestran una mayor densidad urbana lograda por la ciudad tradicional con una apropiada cantidad de espacio público, pero aquí lo realmente importante es que, como las cosas fundamentales en la vida, no es tanto la cantidad sino la calidad. Y en esto la ciudad tradicional va de lejos.

El derogado Plan de Ordenamiento de Bogotá MePOT tomaba como planteamiento central incrementar la sustentabilidad por medio del aumento de su densidad, de manera equivocada, tomando prestado el modelo del rascacielos neoyorkino. Los diez primeros puestos en el listado de ciudades más densas están ocupados por ciudades del tercer mundo, y Bogotá, con su urbanismo caótico, es la novena ciudad más densa del mundo y la primera de América con 13.500 habitantes por km2, pero su índice de espacio público es de 3 m2 por habitante, bastante lejos de lo recomendado.

Es evidente que la causa de su densidad, como la de su carencia de espacio público, es resultado de la ausencia en sus planes maestros, de una visión que partiera de la planeación de la estructura del espacio público a largo plazo, tal como el Plan of Chicago de Burham & Bennett de 1909 que la que convirtió en la tremenda ciudad que hoy es. Bogotá se ha ido desarrollando por la adición incontrolada de antiguas haciendas y casas de recreo suburbanas, convertidas en urbanizaciones sin ningún tipo de planeación integral, simplemente siguiendo la lógica del mercado inmobiliario. Y pareciera que este efecto lo comparten las primeras diez de la lista, dado que en todas la alta densidad va acompañada de ausencia de espacio público.

El construir en altura trae costos sociales; en el reciente foro WUF7 en Medellín, como lo señala Julio Carrizoza Umaña, se hizo claridad sobre la insostenibilidad de Nueva York por la creciente inequidad social que provoca la construcción de vivienda de lujo en altura, disparando automáticamente procesos de gentrificación, y que ha desplazado la vida urbana tradicional al ejercer presión económica sobre el comercio y la vida en los primeros pisos; es así como las antiguas deli polacas, los restaurantes de inmigrantes asiáticos y las antiguas panaderías artesanales han desaparecido para convertirse ya sea en ostentoso lobby o en tienda de diseño hiperlujosa.

Las clases menos pudientes económicamente han sido desplazadas de Manhattan, en razón al costo del suelo, y han sido obligadas a vivir en la periferia, alejadas de su lugar de trabajo y con un mayor costo social, económico y ecológico. La “ciudad modelo” se convierte, poco a poco, en una ciudad donde el espacio público, crisol natural de razas y clases sociales, pierde su heterogeneidad. Y una ciudad sin equidad es una ciudad sin futuro sustentable.

En las ciudades verticales la circulación horizontal tradicional, la calle, con sus tiendas, cafés, restaurantes –economía de pequeños empresarios–, lugares donde pasar el tiempo y holgazanear para conversar con el vecino, para atisbar sin ser percibido, para vagabundear sin rumbo, simplemente perder el tiempo placenteramente, es remplazada por la circulación vertical, por el inhumano y asocial elevador, y la calidad de la vida comunal se ve restringida a lo mínimo, al casual encuentro en el ascensor. Esta vida comunal de ascensor no se puede comparar en los más mínimo a la riqueza de la vida en la calle, la de la ciudad de Baudelaire y Benjamin.

 

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Más arquitectura arrogante

Mayo 23 – 2013

Todo empezó con la Torre de Babel, cuando los hombres quisieron construir un edificio que llegara hasta el cielo. Dios – como todo lo sabe – entendía que los rascacielos eran engendro del demonio y como no quería que le rascaran su territorio, con una jugada habilidosa les mandó diferentes lenguas que terminaron por confundirlos y abandonar la idea.

El Consejo de Edificios Altos y Habitat Urbano define, en un lenguaje un poco pretencioso, el rascacielos como “Un edificio en el que lo vertical tiene una consideración superlativa sobre cualquier otro de sus parámetros y el contexto en que se implanta”. Inicialmente esta condición no fue tan clara, cuando a finales del siglo XIX el invento y desarrollo del ascensor y la bomba hidráulica hicieron posibles los primeros “rascacielos” en Chicago y Nueva York, de 10 y 20 pisos! Pero poco a poco el afán de explotar al máximo el uso de la tierra disparó las alturas y aparecieron destacándose en la silueta de Nueva York, el Empire State y el Chrysler Building con más de ochenta pisos. El entusiasmo por los rascacielos llevó a Frank Lloyd Wright a proponer, en 1956, el edificio de una milla de alto, que nunca se pudo hacer.

El virus de las alturas se propagó, lentamente en el siglo XX y rápidamente en el XXI, alentado por la ilusión de construir más metros en menos lote con la consiguiente economía en la incidencia del valor del terreno. Vana ilusión. La ineficiencia – que aumenta exponencialmente con la altura – debida al alto costo de la cimentación y excavación de sótanos, el sistema de transporte vertical que ocupa un alto porcentaje del área de los pisos, la costosa estructura y las complejas instalaciones hidráulicas, eléctricas y de comunicaciones, compensó esta economía y la descartó como justificación para construir en gran altura.

¿Por qué entonces se siguen construyendo rascacielos cada vez más altos, si la lógica demuestra que no son rentables? Porque la lógica en este caso no importa. Se construye por arrogancia, y para arrogantes. Se trata de tener, a toda  costa, el edificio más alto de la ciudad, el país, el continente o el mundo. Como si la calidad de la arquitectura se midiera por la altura, como el salto con garrocha. Y la vanidad ignora el costo, como en el caso del Burj Khalifa en Dubái, con 828 metros – la mitad del de Wright –  incluyendo el truco de una antena enorme y de discutible necesidad. Para recuperar costos y ganar fortunas, los promotores de Nueva York se han lanzado a los rascacielos de súper lujo, para quienes no necesitan hacer cuentas. Un apartamentico de 39 M2 en la torre 432 PARK en construcción, cuesta solamente $2.860 millones de pesos colombianos

¿Por qué no dejar que millonarios ostentosos gasten – o laven – su dinero en elefantes blancos, que otros millonarios ostentosos compran? Porque en muchos casos la vanidad y codicia de unos pocos la pagan la ciudad y sus usuarios (BD Bacatá), porque no se construye en el sitio más adecuado, sino en el más rentable para el promotor (BD Bacatá) , aunque el sector presente serios problemas de accesibilidad (BD Bacatá), y en lugar de aportar espacio público que mejore las condiciones del sitio (BD Bacatá)  contribuya a atraer población que aumente la congestión vehicular (BD Bacatá) en una ciudad donde no existe un sistema de transporte masivo adecuado.

El próximo caso, a inaugurarse el año entrante, es el One World Trade Center en Nueva York, de 541 metros – incluyendo nuevamente la imperdonable súper antena – y 104 pisos, anunciado orgullosamente como el más alto de América.

El famoso once nueve de dos mil uno, partió en dos la historia de los Estados Unidos, al mostrarle que esas guerras que siempre habían peleado por fuera, estaban apareciendo en su patio. Obama juró venganza y  la gradería aplaudió. Había que cortarle la cabeza al monstruo – lo cual se hizo – y demostrar que la nación era invencible, construyendo un edificio igual o más alto que las torres destruidas, lo cual también se hizo. La arquitectura se convirtió, ya no solo en un objeto pedante y pretencioso, sino en un instrumento de revancha.

Espero que algún día volvamos a apreciar la arquitectura útil y bella pensada para el bienestar del hombre, por encima de esa arquitectura arrogante y ostentosa, producto de la vanidad, la codicia y  el revanchismo.

WILLY DREWS

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