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Arquitectos y frases

La palabra es mucho más precisa que la arquitectura
Rem Koolhaas

Empezaba la segunda mitad del siglo veinte. La formación de los arquitectos se hacía en tres instancias: en la primera –la universidad– aprendíamos qué es la arquitectura, su teoría, sus principios y los conocimientos de la disciplina. El diseño se intentaba enseñar con el sistema de aprender haciéndolo. Como dijo Confucio: «Si me lo dices, lo olvido; si me lo enseñas puede que lo recuerde, pero si me lo haces hacer, lo aprendo». Allí, con proyectos de mentiras, jugábamos a ser arquitectos de verdad.

La segunda instancia era en las oficinas de los profesionales –en su mayoría los mismos profesores– donde aprendíamos, trabajando –y con la plata del patrón–, cómo hacer realidad esa arquitectura. Y la tercera instancia eran las enseñanzas de los grandes maestros y otros personajes que leíamos en los libros y en las pocas revistas que nos llegaban del exterior, y nos ayudaban a definir nuestro enfoque particular de la disciplina, lo que los legos llaman el estilo –odio esa palabrita– de cada uno. A veces era un capítulo, un artículo, o simplemente frases que resumían toda una ideología y se instalaban para siempre en nuestra memoria, permeando nuestra obra. Sobre estas frases célebres –y no tan célebres– de personajes famosos –y no tan famosos– es que voy a hablar.

Empecemos por la palabra Arquitectura. Tomemos unas pocas muestras del variopinto ramillete de definiciones, empezando por las más usuales: los de la mente más cuadriculada piensan que «La arquitectura es una técnica». Los soñadores de pelo largo aseguran que «La arquitectura es un arte. Los indecisos y los conformes creen que «La arquitectura es un arte y una técnica». Y yo opino que «La arquitectura es el arte de aplicar una técnica».

Alguien decía: «Si un edificio produce emoción es arquitectura. Si no produce emoción es una construcción». Yo me uno a ese alguien y a los que piensan como él, y me atrevo a proponer un corolario: «La mala arquitectura no existe: si es mala, no produce emoción y, por lo tanto, es una construcción y no es arquitectura». Daniel Libeskind lo planteó de esta manera: «La arquitectura está basada en el asombro».

No está claro si fue Goethe, Schiller o Schopenhauer quien dijo que «La arquitectura es música congelada». Lo que sí está claro es que hubo un gracioso que dijo: «Según eso, la música es arquitectura derretida». Yo cometí alguna vez la osadía de revolver también las dos artes y dije: «La música está hecha de sonidos y silencios. En el espacio arquitectónico el silencio es el vacío y los sonidos son la luz, la altura, el color, las superficies que lo confinan y sus proporciones. El ritmo lo aporta la estructura».

Termino con la bella definición de Octavio Paz: «La arquitectura es el testigo insobornable de la historia».

Si un edificio produce emoción es arquitectura. Si no produce emoción es una construcción.

La música está hecha de sonidos y silencios. En el espacio arquitectónico el silencio es el vacío y los sonidos son la luz, la altura, el color, las superficies que lo confinan y sus proporciones. El ritmo lo aporta la estructura.

Volviendo al tema de las frases, con algunas de ellas hubo amor a primera vista. Las incorporé a mi disco duro, y las tengo siempre presentes al momento de diseñar. La primera y la que más duro me golpeó, cuando todavía era estudiante, fue de Alvar Aalto: «Todo lo innecesario en algún momento se vuelve feo»; que yo complementaba lo dicho antes por Augustus W.N.Pugin: «En una arquitectura pura, el más mínimo detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito». John Ruskin pensaba lo contrario: «Recuerda que las cosas más bellas del mundo son las más inútiles, como, por ejemplo, los pavos reales y los lirios».

En una arquitectura pura, el más mínimo detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito.

Otra frase que resume una parte muy importante de mi formación universitaria fue: «La forma siempre sigue a la función», de Louis H. Sullivan. Los detractores no se hicieron esperar, y Philip Johnson contra atacó con: «La forma sigue a la forma. No a la función»; y Richard Rogers concluyó poniendo el dedo en la llaga: «La forma sigue al beneficio; es el principio estético de nuestros tiempos». Yo sigo fiel a Sullivan.

La forma siempre sigue a la función.

La frase más publicitada de la arquitectura, Less is more (Menos es más) –que algunos atribuyen a Flaubert y otros se la adjudican a Mies van der Rohe–, la asumí con reservas, pensando que en el barroco la ornamentación es parte inseparable de la arquitectura; y no se puede imaginar el gótico sin esos elementos aparentemente decorativos –gárgolas, grifos, ángeles y demonios– que hacen parte del edificio. Entonces, el iconoclasta de Venturi atacó de frente y con patente de corso. Cambiando solo una letra, Less is bore (Menos es aburrido), fijó su posición y atrajo a los que estaban a favor del ornamento. Y la posición conciliadora fue de Toyo Ito: «Mi objetivo es fundir ornamento y estructura».

Menos es más.

Mies se dejó venir con una frase –esta sí de él– que acepté sin dudarlo: «Dios está en el detalle», que puesto en boca de Charles Eames es: «Los detalles no son los detalles. Los detalles son el diseño».

Se le atribuye a Antoine De Saint Exupery este hermoso pensamiento: «La excelencia no se alcanza cuando no falta nada, sino cuando no queda nada que se pueda quitar». Aunque el papá del Principito estaba pensando en la escritura, esta máxima es igualmente aplicable a la arquitectura, y coincide con la idea de Aalto, y de Pugin.

Pensamientos como estos forman el bagaje que desde la cabeza dirigen la mano del diseñador en una forma personal y no transmisible. Aunque no tengamos la facilidad de Oscar Niemeyer que decía: «Cojo el lápiz. El trazo fluye. Aparece un edificio», nuestros diseños –convertidos en edificios– conforman nuestras ciudades y, como dijo Sir Winston Churchill: «Nosotros hacemos nuestras ciudades, y nuestras ciudades nos hacen a nosotros».

Siempre se dijo que no tenemos la obligación de hacer el mejor proyecto, pero sí de dar todo lo que podamos en cada encargo; y alguien agregó un ambicioso y difícil consejo: «No hay que tratar de hacer lo que hicieron nuestros maestros, sino lo que ellos trataron de hacer».

Dios está en el detalle.

Finalmente, Herman Herzberger puso una meta alcanzable y éticamente obligante: «Si no te ves capaz de hacer del mundo un lugar mejor con tu trabajo, al menos asegúrate de no empeorarlo».

La excelencia no se alcanza cuando no falta nada, sino cuando no queda nada que se pueda quitar.

Nosotros nos vamos pero nuestra obra permanece expuesta al uso y al juicio de los que quedan… «El porvenir es siempre más fuerte que el presente. Él es el que en efecto nos juzgará. Y por supuesto sin competencia alguna». Lo dijo Milan Kundera.

* Primera imagen tomada de Pinterest. Las demás son fotos del autor.

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