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Facultad de Artes: el arte de estafarte

Noviembre 22 de 2013

El tema de la formación del arquitecto es apasionante, al menos para algunos de nosotros. Por eso esperábamos ansiosos la apertura del concurso del diseño del nuevo edificio para la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Y, finalmente, “llegó la hora dulce y bendecida”. El pasado 18 de noviembre aparecieron las bases del esperado concurso en la página web de la Facultad con su carga de golpes bajos. Sigue leyendo

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Mataos los unos a los otros

Septiembre 26 – 2011

Mis mejores amigos son arquitectos, como le sucedía a la mayoría de mis colegas hasta el fatídico abril de 1993 cuando apareció la ley 80, Estatuto General de Contratación Pública, de forzosa aplicación en las obras del estado.

Uno de los artículos de la ley establecía que una vez acordada la calificación de los proyectos por parte de los jurados, ésta se daría a conocer a los concursantes para que en cinco días hábiles pudieran hacer observaciones, o inclusive demandar el fallo. A partir de ese día se instauró el imperio de los francotiradores.

Empezaron entonces a llover solicitudes de eliminación del proyecto ganador por motivos tan importantes como que un dibujo estaba corrido un poco a la derecha, ó que un fondo gris-verdoso era realmente verde-grisoso y los colores estaban prohibidos. Entretanto el agredido desconocía el ataque y no podía acudir al sagrado derecho de la defensa.

Salvo algunas observaciones sensatas, las acusaciones y reclamos tienen dos cosas en común: Nunca se ataca un proyecto que no tenga derecho o posibilidades de conseguir el contrato, y el ataque siempre proviene de quien ocupa el segundo o tercer lugar, y aspira por lo tanto a destruir al ganador para quedarse con el encargo. Este canibalismo ya institucionalizado en las licitaciones de obras de ingeniería, fue la herencia funesta que recibieron los concursos de arquitectura. Como resultado de este pernicioso comportamiento, algunos arquitectos concursantes empezaron a incluir dentro de su equipo un abogado habilidoso.

Ojalá los concursos arquitectónicos los ganen buenos edificios y no abogados inescrupulosos. Esta preocupación ha sido compartida por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, quien considera que los concursos es el sistema más adecuado para garantizar la escogencia de la mejor arquitectura, y brindarles la oportunidad a los arquitectos jóvenes de desarrollar proyectos de reconocida importancia. La bondad de los concursos puede demostrarse con la buena calidad de los edificios contratados bajo este esquema por las Cajas de Compensación. Menos uno.

Durante meses se vio en la carrera 30 con calle 53 de Bogotá una estructura metálica tubular sobredimensionada que semejaba una refinería. La estructura ya fue recubierta en vidrio con dibujos verde limón, y su aspecto cambió radicalmente. Ahora parece una refinería cubierta con vidrios verde limón y un aviso que dice Colsubsidio. El proyecto fue adjudicado por concurso. Si se mueren los médicos, también se equivocan los jurados.

WILLY DREWS

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El Show va a comenzar

Acaba de terminar la primera fase de un importante concurso arquitectónico internacional para los Bogotanos. Se trata de la selección de las cinco Firmas o Consorcios de Arquitectos que presentarán una propuesta para el Centro internacional de Convenciones de Bogotá, escogidos dentro de una lista de noventa candidatos de gran prestigio mundial. Es de destacar y aplaudir que entre los seleccionados aparecen arquitectos colombianos altamente calificados  que con seguridad sabrán sudar la camiseta y propondrán un proyecto digno y destacado. Hasta aquí el texto parece un comunicado de prensa con final feliz de cuento de hadas, que no justifica el tiempo malgastado en escribirlo, ni en leerlo.

Pero el cuento no es tan colorín colorado. Hay un diablito que se esconde entre las bases del concurso, y que obliga a una segunda mirada. Cito a continuación algunos apartes de la información divulgada por los promotores:

“Centro Internacional de Convenciones de Bogotá, un espacio de talla mundial que se convertirá en ícono de la ciudad y permitirá promover internacionalmente a Bogotá, así como atraer el turismo corporativo y de negocios para mejorar la competitividad de la ciudad.”

“Según Consuelo Caldas, Presidenta Ejecutiva de la CCB, con este proyecto la Cámara de Comercio de Bogotá y Corferias esperan mostrar a Bogotá como una ciudad dinámica, incluyente y sostenible que se convierta en un ícono urbano de la talla de la Torre Eiffel de París, el Teatro de la Ópera de Sydney o del Museo Guggenheim de Bilbao.”

“Durante la primera etapa del concurso, se elegirán los cinco (5) candidatos que presenten el mejor diseño conceptual. Para esta elección se calificará, entre otros aspectos:

• Innovación en el diseño

• Sostenibilidad  medioambiental.
• Incorporación del Centro de Convenciones al entorno.
• Cumplir o exceder el estándar LEED GOLD o similares.
• Debe alinearse al proceso de transformación del área de influencia INNOBO y tener una presencia visual que lo haga único en su género.”

“Las instalaciones deberán tener una presencia visual única”.

Hurgando en estos apartes  y buscando al diablito, encontramos lo siguiente: Dos veces se refieren al edificio como un icono de la ciudad y un  icono urbano, y otras dos se pide una presencia visual que lo haga único y una presencia visual única. Dentro de los aspectos a calificar no se menciona en ningún momento la calidad arquitectónica, la funcionalidad o la economía, entendida ésta como la óptima utilización de las técnicas y materiales más adecuados. Preocupa entonces que se esté esperando, no el mejor edificio, sino el más vistoso. Es decir, una muestra más de la funesta arquitectura mediática. Si lo que se busca con la arquitectura es el espectáculo, para promover internacionalmente a Bogotá y atraer al turismo,  no saldría más barato contratar unos payasos?

Hace un par de meses escribió Miguel Mesa un artículo sobre la arquitectura imponente, y decía: “Las arquitecturas imponentes son esas que parten la ciudad, la anulan y son signos de inequidad”…”Pero los edificios imponentes son impotentes: no saben nada de la geografía, el clima o el urbanismo. Edificios herméticos que aterrizan impávidos en la calle y se mantienen con aire acondicionado en el trópico”. Hasta aquí Miguel.

Yo comenté en esa oportunidad y por este mismo Blog: “Seamos justos, Miguel. La verdadera arquitectura imponente (que la hay) no es culpable de que le adjudiquen el criticado adjetivo; nace sin pretensiones y su calidad, el cumplimiento de la función para la cual fue creada, la estética resultante de la ética de su diseño y la aceptación y cariño de sus usuarios durante años (ojalá muchos) la convierten, sin quererlo, en imponente”…. “Nos referimos entonces a esa arquitectura mediática que nace del arquitecto pedante, la enaltece la revista de moda,… que se destaca por ser la más ostentosa, o la más cara, o la más alta, o la más absurda, o la del mayor voladizo innecesario. Son los falsos positivos de la arquitectura”.

Estaremos entonces condenados a convivir con un gran banano ó una gigantesca alcachofa? Yo personalmente espero que no. Confío en que la alta calidad de los participantes produzca unos diseños de calidad igualmente alta. Y el jurado, serio y responsable, escoja el proyecto arquitectónicamente mejor, que si propone una buena arquitectura representativa de este siglo que está comenzando, se convertirá automáticamente y por sus propios méritos, en Icono.

Mientras tanto, ocupemos cómodamente nuestras butacas, mientras se levanta el telón. El Show va a comenzar.

WILLY DREWS

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Declaración iconoclasta


Es irrefutable que un instrumento como la arquitectura pueda definir la ciudad, que refleje sus condiciones sociales y culturales; aun así, la aceptación casi voluntaria de las medidas y propuestas para el desarrollo de la misma ciudad, dejan al descubierto que no toda iniciativa tiende a la contribución de la arquitectura como definición de nuestra cultura, y por el contrario tiende a la exposición de sí misma como protagonista.

El concurso que permite a la arquitectura ser una herramienta urbanística de desarrollo debiera plantearse bajo premisas inequívocas, premisas que expongan el interés publico y un avance en la profesión como contribución social y cultural.

La afirmación “[…] arquitectónicamente la ciudad de Medellín carece de un símbolo. Una obra que la haga destacar entre el resto de las ciudades del mundo” planteada en las bases del concurso para El Museo de la Ciudad, riñen y desconocen el valor de la arquitectura hecha en la ciudad de Medellín y fomenta el abandono histórico y artístico, desligándose de la responsabilidad estética y simbólica para con nuestro estado cultural, para basar una ambición formalista, reforzada con un funcionalismo retórico y pseudo social.

La discusión que se plantea aquí no se enfoca en cuestionar si este tipo de inversión por parte de la administración publica debiera ser canalizado de distinta manera, mas sí en la formulación para lo que se considera el ‘destino formal’ de dicha inversión, sus bases teóricas y practicas, que en suma, debieran representar una reflexión profunda de las capacidades de la edificación como bien común en este caso, y la responsabilidad urbanística del nuevo edificio.

Si bien alguna de la arquitectura icónica se entiende como positiva en una reflexión retrospectiva, el eslogan que promueve el ‘nuevo icono arquitectónico para la ciudad de Medellín’ con unas bases tan débiles, encaja dicha intervención mas como un producto de mercadeo -que requiere una materialización icónica- capaz de ser seductiva en términos comerciales; que a generar un espacio “[…] que busca dar a conocer  el Medellín inédito y anónimo a la comunidad mundial y a sus propios habitantes”. Una afirmación que además se desvanece con el programa arquitectónico propuesto y la colección a ser expuesta descrita en los documentos de las bases, llenas de generalidades y vaguedad funcional.

El espíritu icónico, ¿para qué?

Los iconos en la arquitectura contemporánea se caracterizan por su expresiva autonomía y desconexión con su contexto”;  Josep Lluis Mateo reconoce además que si bien en un principio la arquitectura monumental [icono] representaba un momento singular para la comunidad, hoy en la ciudad contemporánea la arquitectura icónica continua avanzando a ser un fenómeno promotor de la diferencia y de la distancia, aun cuando la masa cultural apele por la cercanía, por la repetición, diferente al fenómeno de lo “único”.[1]

La promoción de arquitectura icónica puede fácilmente caer en la retórica –como en este caso- apelando a nociones simplistas de la cultura local [que mejor pretexto que El Museo de la Ciudad plagado de objetos estáticos] y programáticamente redundante; esto es, plantear un icono sobre un icono, que como en la simple aritmética, resulta en negativo.

Urbanísticamente ridículo se plantea la caricaturización de lo real. La torre que conforma el museo pretende izarse justo entre el cerro y el Río Medellín, representando lo que por naturaleza e historia ya existe, y simplificando de manera reductiva, somete la condición de interacción de los habitantes con la ciudad mediante un contenedor que restringe dicha capacidad a recorridos horizontales limitados y mecanismos de circulaciones verticales distrayendo el propósito principal del museo. El volumen ideal planteado en las bases del concurso intenta replicar lo que el cerro ya es para la ciudad, incluyendo sus características topográficas, funcionales y representativas.

Los objetivos y características arquitectónicas que se piden para el Museo de la Ciudad, describen a modo de resumen un lugar ya conocido. El Cerro Nutibara como mirador y lugar de representatividad local, la posición geográfica privilegiada, la proporción y relación con el resto de la ciudad, el desarrollo en altura, etc. Objetos de valor patrimonial, e incluso, especulando en el desarrollo del recorrido interior para el museo usando rampas, se estaría describiendo la carretera que sube al mirador del cerro. El objeto del concurso no es más que la síntesis artificiosa de un hecho urbano consolidado que no propone un avance programático ni un aporte urbanístico considerable, más que el ser un objeto impactante visualmente, un icono sin espesor reflexivo; una piel espectacular llena de elementos históricos locales estáticos.

El concurso, con sus bases, plantea la creación de un exterior impactante, y su interior, una bodega de referencias vernaculares inconexas con el Medellín contemporáneo; al final, un interior sin interés.

El icono del icono en este caso, es entonces, una parodia arquitectónica vacía y visualmente impresionista, sugerida de manera autoritaria y condenada a una limitada contribución con el paisaje urbano consolidado de la ciudad de Medellín.

Incluso entendiendo que el concurso arquitectónico es una herramienta de pensamiento y discusión,  el resultado previsto desde las bases fomenta un entusiasmo incondicional al protagonismo de la obra por la obra misma[2], y el conformismo de los participantes a recibir sin cuestionar las actuaciones urbanísticas y de dominio publico. Aquí, se nos presenta la idea de crear un icono basado en ideales de espíritu materialista, producto de la reflexión superficial y la inercia de desarrollos, que en cambio, han sido muy afortunados en la ciudad de Medellín.

Como reacción a este fenómeno, es necesario exponer las preocupaciones -un estado de crisis-  que involucran el planeamiento de la ciudad y el avance de la profesión como herramienta soporte de las trascendentes demandas de nuestro tiempo, y mirar mas allá de la vanidad insaciable en que se encuentra nuestra profesión.

Juan Camilo Medina


[1] MATEO, Josep Lluis. ICONOCLASTIA, News from a post-iconic World. Architectural papers IV. Actar, Barcelona, 2009. Pag. 5

[2] Como sugiere Hans Ibelings : “[…] en resumen, estos iconos son el Paris Hilton de la arquitectura: son famosos simplemente porque son famosos y no porque posean algún contenido real o significante”. TA. En: Globalisation of Nothing, ICONOCLASTIA,Ibis. Pág.20

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