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Sobre la XXIII Bienal Colombiana de Arquitectura 2012

Enero 22-2013

 

Quien le pegue una mirada a los catálogos de las veintitrés Bienales colombianas de Arquitectura encontrara un valioso testimonio del devenir de la arquitectura colombiana en los últimos cincuenta años. Los diferentes organizadores de la Bienal a lo largo de estos años se han preocupado por recoger, bianualmente, lo más significativo de la producción arquitectónica colombiana, componiendo un panorama de las diferentes formas de hacer y pensar arquitectura en Colombia. Me refiero a corrientes teóricas, a influencias locales y foráneas, a la función social, y por qué no, también, a la moda.

Constituye de esta manera una documentación invaluable para la investigación académica en arquitectura, así mismo, conforma un testimonio comprensible a la gente del común, que les permite entender cómo fueron formadas nuestras urbes y construidas nuestras identidades arquitectónicas. Esta Bienal XXIII recoge nuevamente un espectro amplio del quehacer arquitectónico de los dos últimos años, y es meritorio que esta tradición testimonial se haya mantenido.

Sin embargo, en esta Bienal, como en la anterior, se ha consolidado el concepto -muy equivocado- de que una Bienal es un concurso, tal como escuetamente ha quedado escrito en las bases: «tipo concurso»,  sin bases que permitan debatir la calificación, lo cual genera una tautología: es el mejor, porque es el mejor.

A la Bienal le ha ido como a los concursos de belleza, que en Colombia hace años conmocionaban el país  y ocupaban la prensa de farándula varios meses antes de su ocurrencia; ahora escasamente ocupan media revista Cromos. Esta última Bienal, como la anterior, ha pasado desapercibida. El carácter frívolo que sus organizadores le otorgaron la convirtió en un reinado, y lo que lograron no es más que la banalización extrema de un evento que como en los países desarrollados debería tener un carácter y servir como un espacio para la reflexión y la discusión sobre la situación actual de la arquitectura. A lo que hemos llegado empieza a parecerse bastante a una premiación de Hollywood, donde todo gira alrededor de las celebridades y los egos. Paralelamente, se ha incrementado la cantidad de premios; y premios hay a tutiplén; mientras que en las Bienales reconocidas por su carácter académico, las premiaciones son prácticamente inexistentes, pues se considera que el hecho de participar en la selección de una Bienal ya es reconocimiento suficiente. La premiación individual entra en contradicción con este carácter de gran muestra de trabajo colectivo supuestamente constituye una Bienal.

Un ejemplo que vale la pena aplaudir es el de la BIAU, que después de las controversias suscitadas en su penúltima edición, eliminó los premios, reconociendo de esta manera, la importancia ser una muestra colectiva del ejercicio iberoamericano, y no la de un individuo.

Es aquí se encuentra el aspecto más chocante de este asunto de la premiación: la configuración, sin ninguna vergüenza, de un jurado proclive a quien termina por llevarse la mayoría de los premios. Si uno examina detenidamente la composición del jurado de la Bienal XXIII, encontrará que casi la totalidad de ellos, son amigos próximos o han estado involucrados en alguna actividad de promoción o exhibición de trabajos del arquitecto de los premios. La escogencia de un jurado claramente tendencioso, no solamente constituye una burla a los otros arquitectos participantes, sino que da un pésimo mensaje a los posibles participantes de futuras Bienales, pero sobretodo, al publico en general. Aquí no esta en tela de juicio la calidad de la arquitectura ganadora ni la libertad del jurado de premiar el proyecto que le parezca, sino la responsabilidad en este asunto de quienes han estado detrás de las Bienales y Congresos de la SCA: Jorge Pérez y Francisco Ramírez.

 

El acta presenta una lastimosa redacción que parafrasea el lenguaje críptico de la memoria del proyecto premiado, empero, la principal y más grave falacia consiste en adjudicarle el mérito a los arquitectos de algo que no es de su resorte: el objetivo social de los proyectos, el cual les corresponde a los gobernantes que planificaron y ordenaron el diseño y ejecución estos proyectos. Los arquitectos simple y llanamente tenían la obligación de hacer que estos proyectos cumplieran de manera satisfactoria con los objetivos sociales planteados por el Estado. Es esta la gran falacia que nos ha acompañado en los últimos años: hacernos creer que tenemos una nueva generación de arquitectos preocupados por lo social, cuando en realidad han sido ávidos contratistas del Estado, ya que casi todos los proyectos construidos y premiados en esta Bienal y en las últimas, han sido iniciativa de los gobernantes.

Si existiera algún mínimo de coherencia en la justificación de la premiación, simplemente quienes deberían ser premiados tendrían que ser los gobernantes. Tal como pasó en la Bienal del 2000, cuando se premió el Programa de Parques de Bogotá del alcalde Peñalosa.

 

Guillermo Fischer

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Plagio y moral

Isaac Broid y Felipe Assadi hace poco participaron en el concurso para el Conjunto de Artes Escénicas de Guadalajara, con una propuesta que a todas luces es casi idéntica al proyecto de la Biblioteca de Santo Domingo Savio, de su amigo Giancarlo Mazzanti, proyecto que ya había sido objeto de debates por variadas causas, sobre todo, por su impresionante parecido al proyecto de concurso de David Chipperfield para el Centro multimedia de Hong Kong. La línea continúa y la falta de citación también.

I. Broid y F.Assadi: Conjunto de Artes Escénicas de Guadalajara, 2009
G.Mazzanti, Biblioteca Santo Domingo Savio, 2007
D.Chipperfield, Hong Kong University, concurso, 2003

Este doble parecido no dejaría de ser eso, un parecido, de no ser porque Broid y Assadi no dan explicaciones al hecho en su memoria del concurso; como no la dio Mazzanti en el suyo, en el que además “reutilizó” en lugar de “citar” la memoria de Chipperfield.

Evidentemente, con esta intencionada reutilización del proyecto de Mazzanti; me arriesgo a suponer que Broid nos quiere mostrar algo:

Que el repertorio formal de la arquitectura está agotado y que simplemente no queda más por hacer que reciclar. O bien, ¿será  mostrarnos –a quienes nos hemos quejado y a quienes les parece una queja injustificada– la validez ética en el campo de la arquitectura de retomar ideas proyectuales de otros autores y presentarlas como propias?

En principio, si se trata de demostrar que la arquitectura agotó sus temas, estaría de acuerdo con Broid-Assadi, más no estaría de acuerdo con que esto justifique la reproducción estilística de manera ligera, como es este caso, sin que haya una reflexión y maduración de las ideas, que de existir, le aportaría sin duda al desarrollo de la arquitectura.

Como parece que lo que vemos en la secuencia de Chipperfield, pasando por Mazzanti y terminado por ahora en Broid y Assadi, no se trata de la utilización de una tipología que implica evolución, sino más bien de un modelo, en los  términos clásicos de Quatremere de Quincy: “El modelo, entendido según la ejecución práctica del arte, es un objeto que debe repetirse tal cual es. El tipo es por el contrario, un objeto según el cual cada uno puede concebir obras que no se parecerán en nada entre sí. Todo es preciso y está dado en el modelo. Todo es mas o menos vago en el tipo…” [1], remitiendo de paso, los proyectos de Mazzanti y Broid al campo  del  zeitgeist,  o, a la frivolidad de la moda.

El utilizar la creación ajena sin reconocer la fuente es condenado actualmente por la sociedad capitalista, donde aparece el concepto de la propiedad privada, del cual se deriva el derecho a la propiedad intelectual; concepto inexistente en la antigüedad y que hace su aparición con la revolución industrial.

Se nos ha adoctrinado, como anota Stanley Fish de manera práctica en dos columnas publicadas en el New York Times :

“Estos últimos años ha existido un sinnúmero de asaltos a la noción de la originalidad, desde campos tan diversos como la teoría literaria, la historia, los estudios culturales, la filosofía, la antropología y las ciencias del Internet.

La autoria intelectual individual, como nos lo han dicho, es una invención reciente de una cultura burguesa obsesionada con el individualismo, los derechos individuales y el mito del progreso. Todos los textos son palimpsestos de textos anteriores; no ha existido  nada nuevo debajo del sol desde que Platón y Aristóteles, y ellos no eran nuevos tampoco; todo pertenece todos. En períodos anteriores las obras de arte fueron producidas en talleres por los equipos; el artesano principal pudo haberlos firmado, pero eran productos comunales. En algunas culturas, incluso valoran mas la imitación de modelos estándares que el trabajo que se destaque por la innovación. …” [2]

Aclara Fish que el problema del plagio atañe sobre todo al mundo académico, dado que para otros como  los científicos, historiadores o periodistas profesionales, el usar material ajeno sin acreditarlo es algo inconcebible. En cambio, en el campo de la música o la novela, la línea que delimita lo incorrecto y lo posible, comienza a ser difusa; y como añado yo, en el campo de la arquitectura es aun más borrosa.

Sin embargo, mientras en las artes plásticas, como en la música y la literatura la forma de calificar el plagio esta más o menos definida, en arquitectura aparentemente no existe una medida exacta para hacerlo, y esto es aprovechado de manera descarada por quienes lo ejercen. Tal vez la dificultad de establecer el plagio en arquitectura  se encuentre en la manera en que opera la arquitectura desde sus orígenes, en clara contravía del  concepto de propiedad intelectual capitalista.

En las sociedades primitivas el diseño arquitectónico hace parte de la cultura colectiva, y trabaja sobre  tipos arquitectónicos que van evolucionado con  la cultura de manera holística, así vemos en las tribus indígenas el edificar con cantos y rezos que trasmiten toda la información necesaria para este fin, sin que exista el concepto de autoría individual.

Si bien conocemos los nombres de los autores de las obras canónicas de la antigüedad clásica, es claro que trabajan bajo principios operativos proyectuales basados en el tipo como herramienta de diseño.

En la Roma clásica, el saber heredado de la cultura griega y los propios desarrollos romanos es compilado en códices como el de Vitruvio, que a su vez es reeditado por Felipe II en las Leyes de  Indias.[3]

En el Medioevo, el tipo llega a ser la manera principal de hacer arquitectura, y la aparición misma del Gótico el resultado de la obtención de conocimiento de una comunidad técnica por medio del ensayo y error, que termina por edificar un tipo arquitectónico novedoso.

En el Renacimiento se trabaja sobre tipologías y estilísticas clásicas

basadas en los antiguos códices romanos.

En el Barroco encontramos el renacer de la tratadística con sinnúmero de autores nuevamente operando con la tipología y una nueva estilística

En el siglo XVIII comienzan a aplicarse las normas que regulan la propiedad intelectual, como una consecuencia derivada de la propiedad material que genera capital.

El Movimiento Moderno, que paradójicamente buscaba una reforma social radical por medio de una arquitectura basada en la innovación como objetivo, construye una estilística comunal que buscaba significar la ruptura con la historia.

La dificultad para discernir y calificar el plagio en arquitectura yace como vemos en el carácter comunal de la creación arquitectónica a lo largo de la historia.

El plagio es un problema que atañe la esfera de la ética del individuo, dado que la moral colectiva no tiene claridad sobre lo que constituye plagio en el campo de la arquitectura.

Para Fish la investigación en la academia esta construida sobre la originalidad y el deseo de progreso del pensamiento “usted puede entonces decir que estas suposiciones y los resultados que se esperan –nuevas miradas, soluciones a problemas– serán destruidas si los estudiantes e investigadores toman la salida fácil y simplemente  copian algo que algún otro ha hecho ya.” [2]

En lo particular, y siguiendo a Fish, me tiene sin cuidado el problema moral de la copia en arquitectura, al fin y al cabo quien lo practica, más que todo, se engaña a sí mismo; mi preocupación está en el campo de lo profesional y académico.

El problema real, es que esta conducta no le aporta un ápice al crecimiento intelectual del individuo “que pierde una oportunidad para mejorar su habilidad de razonar o adquirir herramientas de habilidad”. [2]

Pero más grave aun es el daño que el plagio le hace a la arquitectura como epistemología, que al ser despojada de su capacidad de investigación y exploración pierde toda oportunidad de desarrollo intelectual.

En un medio en el que las revistas de decoración posan de arquitectura; las revistas de arquitectura posan a su vez de culturales; y las revistas culturales hacen lo propio posando de intelectuales, amén de las Bienales de Arquitectura, parecen encontrarse todas en plan de festejo del plagio, sólo resta que  quienes estamos vinculados a la academia, nos preocupemos por evitar esta práctica del reciclaje encubierto de vanguardia, como un asunto profesional; buscando que por lo menos en la academia se desarrollen nuevas soluciones y nuevas miradas, en busca de una arquitectura que resista el calificativo de vanguardia. En principio, todos estamos de acuerdo que se necesita una arquitectura contemporánea. No estamos de acuerdo con los procedimientos para lograrla, ni con los medios para publicitarla.

Guillermo Fischer

[1] Antoine Quatremere de Quincy, Dictionnaire historíque de l´Architecture, Paris, 1832
[2] Stanley Fish, Plagiarism Is Not a Big Moral Deal y The Ontology of Plagiarism: Part Two, new York Times, 2010
http://opinionator.blogs.nytimes.com/2010/08/09/plagiarism-is-not-a-big-moral-deal/
http://opinionator.blogs.nytimes.com/2010/08/16/the-ontology-of-plagiarism-part-two/
[3] http://revistas.ucm.es/ghi/02116111/articulos/QUCE8585120083A.PDF

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El vacío del diseño


David Dillon


El siguiente es un extracto de un texto del crítico norteamericano David Dillon, recientemente fallecido, tomado de una alocución dirigida al Concejo de Ejecutivos del Componente Arquitectónico en Richmond, Virginia en Agosto del 2008. Su validez y vigencia para el medio profesional y gremial colombiano es total y por tal razón debería ser divulgado en la Bienal Iberoamericana a tener lugar en Medellín. La traducción de GERMÁN TÉLLEZ, Hon. F. AIA, fue hecha sobre el editorial de Robert Ivy, F.AIA, publicado en el número de Julio 2010 de la revista Architectural Record. Si la situación en los Estados Unidos es como la analiza David Dillon, qué se podría pensar de la que existe en Colombia?.


“…existe un enorme vacío de crítica o comentarios serios sobre diseño, en el cual la arquitectura, el arte más público de todos, está perdiendo contacto con su público – con su base de clientela, si se quiere – y tiene cada vez menos influencia sobre el planeamiento y diseño de nuestras comunidades.

Para reafirmar lo obvio, los periódicos norteamericanos están en una modalidad reductiva , con sus utilidades y su franja del mercado publicitario en radical disminución. Una de las áreas en mayor peligro es la del cubrimiento del arte y la arquitectura. Este cubrimiento está siendo marginado o eliminado a través del país…

Esto es desastroso pues los críticos periodísticos son la primera línea del cubrimiento arquitectónico, siempre más a tiempo y con frecuencia de manera más comprensiva que en las revistas de diseño. Los periódicos son donde el público obtiene la mayor parte de su información sobre arquitectura y también sobre planeación urbana, desarrollo comunitario, conservación de vecindarios y otros temas sobre los cuales se preocupa. Las fuentes electrónicas de información no pueden  ni comenzar a llenar esta brecha, lo que significa que la conversación se ha detenido sobre la mayoría de estos temas de importancia vital. El diálogo y el debate han cedido su lugar a un silencio ensordecedor.

Sin embargo, no creo ni por un segundo que el público no se preocupe ya por la arquitectura y el urbanismo o que estos se hayan tornado en temas propios de escasos círculos de tertulia. Observen la proliferación de comités de revisión de proyectos y planeación que han surgido en todo el país…Que esto indique que el público se apasiona por el diseño o está mortalmente asustado de lo que los arquitectos le podrían hacer a ellos, es un asunto muy diferente.

Lo que está haciendo falta en todas partes es un lenguaje común y un esquema compartido de referencias para hablar sobre estos temas. Los arquitectos y el público habitan mundos muy diferentes cuando se trata de identificar y analizar los asuntos que realmente importan en nuestras comunidades.

La revista ARCHITECTURAL RECORD, para la cual he escrito durante 15 años, recientemente entrevistó a seis críticos a escala nacional respecto de qué era lo más importante para los residentes en cada región del país. Casi sin excepción, los temas claves fueron públicos y cívicos – vivienda a costo accesible, planeamiento regional, acceso a transporte público, conservación de vecindarios y zonas históricas, congestión urbana, crecimiento urbano desordenado y espacios abiertos. La Arquitectura con A mayúscula, como sería, por ejemplo, a lo que están dedicados ahora Rem Koolhaas o Frank Gehry, a duras penas quedó en el último lugar de la lista (subrayado del traductor). Lo que equivale a decir que hay una gran desconexión por ésta época entre lo que hacen los arquitectos y publican las revistas y lo que el público hace o lo que realmente capta su interés.

Correctamente o no, el público percibe que la profesión es mayoritariamente indiferente a sus preocupaciones. Piensa que los arquitectos están interesados principalmente en la arquitectura como un arte, la arquitectura como un negocio o en defender la autonomía de la profesión, que ha sido ya mayormente entregada o despilfarrada, al paso que se ven a sí mismos como guardianes del dominio público y de los elementos sociales y comunales de la arquitectura y el diseño urbano.

Admito que esta es una división simplista, pero la brecha de comunicación es real  y los arquitectos y los periodistas llevan mucha de la responsabilidad por haber creado esa zanja, así como en la tarea de cerrarla. …debemos revivir el diálogo con el público sobre los temas de diseño. Arquitectos y revistas de arquitectura están buscando ahora caminos para recuperar influencia y ganar autoridad, que no es lo mismo que poder.

Poder es la capacidad de lograr que algo ocurra o no ocurra u ocurra de modo diferente. Autoridad es otra cosa. Autoridad significa que su trabajo es leído, se le escucha, se habla sobre este y se le presta atención. Influencia o autoridad no vienen de detener en seco el proyecto X  sino de lograr una gradual agudización de las percepciones comunales respecto de buena calidad de diseño y por ello mismo, elevar el nivel de las expectativas públicas sobre lo que es aceptable y lo que no lo es.

La gran crítica Ada Louise Huxtable dijo alguna vez que el público conoce sus derechos respecto de la ley o la seguridad social o la salud y está al día en todo aquello a lo cual tiene derecho cívico. Pero no sabe nada de aquello a lo que tiene derecho en arquitectura, diseño urbano o políticas del medio ambiente. El trabajo principal de una buena revista de diseño es el de ayudar a educar al público respecto de sus derechos en estos asuntos, pues en fín de cuentas su mejor aliado es un público ilustrado y preocupado y su más poderosa arma es la habilidad para poner la opinión pública al servicio del buen diseño.”         

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Arquitectura ¿sostenible? en las periferias de Bogotá y Medellín

Junio  26 – 2010

El instituto Cité de l’Architecture concedió recientemente un premio a Giancarlo Mazzanti por la sostenibilidad de sus edificios. Desde una concepción “técnica” de la sostenibilidad, el jurado reconoce algo que los edificios no tienen. Desde una supuesta concepción “social” de la sostenibilidad, el jurado celebra algo que no le corresponde a los arquitectos: que en Colombia, en lugar de museos para atraer el turismo como el Guggenheim de Bilbao, se hacen edificios para resolver problemas sociales, desde unas políticas para la cuales una arquitectura de primera calidad se ha considerado fundamental.

Reporta Enrique Atonal que: “el arquitecto franco colombiano Giancarlo Mazzanti recibe este martes, en París, el Premio internacional de arquitectura sustentable. Se trata de un [premio] que entrega anualmente el instituto Cité de l’Architecture y que recompensa a cinco arquitectos contemporáneos por sus innovaciones a favor de la defensa del medio ambiente, de las energías renovables y en la edificación de una sociedad más ética.” Por su parte, el propio arquitecto le explica a Atonal que: “El premio me lo dan, básicamente por el trabajo ético, civil y social en que concierne a proyectos de arquitectura actual. Tiene que ver con proyectos como la Biblioteca de España en Santo Domingo Savio en Medellín; y con colegios y preescolares en la periferias de Bogotá: proyectos en zonas con problemas, deterioradas y con bajos ingresos; proyectos institucionales que transforman sectores de la comunidad”[1]

Al comparar lo que se entiende por sostenibilidad en cada caso, o el periodista reporta unos componentes que el premio no tiene, o el arquitecto olvidó mencionar los componentes técnicos relacionados con el premio, o al jurado le pareció suficiente una concepción según la cual un supuesto énfasis sobre “lo social” bastaba para resaltar el gran acontecimiento de que en Colombia se está promoviendo y construyendo arquitectura de primera calidad, como parte de unos programas contra la pobreza y la desigualdad.

La arquitectura premiada es “icónica” y como tal de alta visibilidad y recordación. Esa fue la intención proyectual, ese fue el motivo por el que ganó el concurso, ese el motivo por el cual se ha publicado en más de un centenar de revistas internacionales, y sobre todo, esa es la causa del orgullo que los usuarios de barrio y los habitantes de Medellín sienten por este singular y meritorio edificio. Al fin y al cabo, la producción de formas con capacidad emblemática y simbólica siempre ha sido un objetivo para ciertos arquitectos, y un mérito artístico para la mayoría de los críticos. Pero los programas de desmarginalización de barrios con la colaboración de arquitectura de primera calidad podrían funcionar con opciones estéticas opuestas al protagonismo “icónico”, como la eventual invisibilidad “orgánica” o “mimética” de un edificio. En cualquier caso, se trataría de decisiones estéticas tomadas por un arquitecto, en respuesta a programas de mejoramiento social que responden a unas políticas culturales.

Hasta hace poco, este tipo de edificios, cuando se hacían, quedaban en manos de empleados oficiales sin la capacidad para tomar decisiones estéticas tan importantes como la de construir un ícono o un anti-ícono; y mucho menos con la capacidad intelectual para realizarlos. Pero cuando un jurado premia a un arquitecto por los méritos de un programa social y político, y a un edificio por unos méritos técnicos que no tiene, comete el error de incumplir una premisa que parecería elemental: que si un edificio se ha de premiar por su sostenibilidad social, debería cumplir con una mínima excelencia técnica.
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Entre los inventores de la sostenibilidad que son los economistas, hay moderados, radicales e intermedios, pero mandan por lo general los que generan mayores índices de desarrollo económico, más dividendos en la bolsa y más impuestos para las administraciones nacionales y locales. El concepto preferido de los ganadores había sido tradicionalmente el Desarrollo económico, a secas; pero esta concepción del desarrollo se volvió motivo de escándalo cuando se aceptó que en su versión cruda actuaba como un depredador silencioso: una especie de Jekyll en los bancos y un Hyde en la atmósfera que algún día nos dejará sin qué respirar ni qué comer, a todos.

Mediante cálculos y proyecciones propios de su oficio, los economistas llegaron a la visión apocalíptica según la cual la situación planetaria será in-sostenible, relativamente pronto. Aceptaron la obligatoriedad de introducir en sus cálculos el equilibrio de los sistemas dinámicos, o la homeostasis, y del cartesianismo tradicional de sus representaciones se convirtieron al neoeuclideanismo para producir una imagen como la del célebre triángulo que se utiliza para explicar en qué consiste la sostenibilidad.[2]

El triángulo implica que la eficiencia y el crecimiento no son suficientes para obtener riqueza, sino que para lograr estabilidad se requiere tener en cuenta “lo social” y “lo ambiental”. Lo social, compuesto por la pobreza y la cultura; y lo ambiental, compuesto por los recursos naturales, la biodiversidad y la basura, incluida la nuclear. Implica también que a largo plazo, por mucho dinero en el banco, acciones en la bolsa o cosas en la casa, nadie va a poder vivir en el gigantesco basurero que la economía cruda venía promoviendo. En cambio, si la economía fuera sostenible, a todos nos iría mejor.

Imposible no estar de acuerdo. Pero quedan dilemas de improbable solución a la vista, por ejemplo: “¿Qué pasará a largo plazo con el medio ambiente, si un gran número de personas no puede satisfacer actualmente sus necesidades domésticas básicas? Si no se tiene acceso al agua potable y se necesita leña para hervir el agua, ¿se preocupa uno por la deforestación? O si se tiene que manejar o viajar una gran distancia para ir a trabajar todos los días, ¿estaría uno dispuesto a mudarse a otra ciudad o a cambiar de trabajo para no contaminar el aire con los gases de escape del vehículo?”[3]

Desde hace décadas la arquitectura también reconoce unos dilemas propios que recientemente se han vuelto tema de primera página. Los arquitectos, conscientes del despilfarro energético y los altos índices de huella de carbono generados por ciudades y edificios, se han ido convenciendo de que la arquitectura debería también ser sostenible. Sin embargo, estar conscientes no implica que se haga “algo” o se sepa qué hacer. De momento, vamos en creer que se trata de “algo” muy importante y que, en efecto, algo se debería hacer. Con miras a saber qué hacer, un premio como el reciente debería alegrarnos por la implicación de tener en casa un experto mundial en el tema. Sin embargo, el premio no se debe a que los edificios mencionados sean ejemplos mundiales en utilización de recursos o reducción de huella de carbono, sino a que éstos son ejemplos de Sostenibilidad social.
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En otro informe periodístico, Amira Abultaif Kadamani emula un encomio para la biblioteca España formulado anteriormente por Miquel Adriá, según el cual los sicarios se reemplazaron por orquídeas.[4] Para Kadamani: “Haber logrado que el antiguo fortín inexpugnable de los sicarios de Pablo Escobar en los 80 se convirtiera en atracción turística y orgullo para los habitantes de Santo Domingo Savio, barrio de la Comuna Uno de Medellín, más que una hazaña fue un hito”. Conservando la lógica de la oración, diría Kadamani que debido a la arquitectura de un arquitecto, el barrio ya no es un fortín de sicarios sino una atracción turística; y aunque esto suene a hazaña, no lo es porque es un hito. Este tipo de argumentación mediante la cual un edificio se convierte en un soldado que combate el narcotráfico y la guerrilla, equivale a reafirmar la parodia según la cual si hay dos personas y dos pollos, y una de las dos se come los dos pollos, se incrementa el consumo per cápita del país, la pobreza disminuye y el PIB aumenta. Se trata obviamente de un argumento en el que de una premisa no se sigue la otra, a pesar de que todo el aparato publicitario dedique a ello sus mejores estrategias. Y aún si el PIB engorda, por más que la falaz conclusión se repita cien veces, alguien se queda sin pollo.

Más allá de replicar la falacia de Adriá, Kadamani le pregunta a Mazzanti ¿Qué es la arquitectura bioclimática? Responde Mazzanti que la arquitectura bioclimática consiste en: “recoger el agua lluvia, utilizar las condiciones ambientales exteriores para generar corrientes de aire y ventilación en vez de usar aire acondicionado. Pero creo que el tema debe ir mucho más allá, y eso implica una forma diferente de entender la sociedad y el medio ambiente. La sostenibilidad no consiste sólo en mejorar las condiciones energéticas, en no tumbar árboles o en ponerle pasto al techo de un edificio. Eso es bastante ingenuo.”[5] Parecería entonces que la definición deja de ser ingenua cuando se incorporan “lo social” y “lo ético”; con lo cual no habría problema si con ello no se sacudieran unos y otro, de “lo técnico”. En realidad, la respuesta minimiza los aspectos técnicos del tema, del mismo modo que las estadísticas falsean los resultados del consumo de pollo, y del mismo modo que lo hace el jurado para poder premiar “lo social”.

Mediante el olvido voluntario de la “defensa del medio ambiente y las energías renovables”, el jurado parece afirmar, una vez más, el valor icónico de los edificios y el valor de los proyectos de inclusión social mediante los cuales las alcaldías de Bogotá y Medellín han resuelto monumentalizar la periferia y dignificar la vida de los habitantes marginales. Asumiendo que cualquier organización está en su derecho de premiar al que le parezca, ¿nos equivocamos al no entender que el premio a la sostenibilidad es para las alcaldías de Bogotá y Medellín por la inclusión social, llamada para el caso sostenibilidad social; y nos equivocamos al creer que la sostenibilidad arquitectónica es apenas un disfraz inventado por el jurado para justificar el premio a unos edificios que además de importantes considera emocionantes? O ¿se equivoca el jurado al olvidar la diferencia entre una imprecisamente llamada arquitectura social y una eventual arquitectura sostenible, preocupada, en principio, o por principio, en resolver asuntos relacionados con el consumo energético, la utilización de materiales y el mantenimiento de un edificio?

En mi opinión, se equivoca el jurado. Impresionado tal vez por fotos y hechos como que si un edificio ha sido publicado más de un centenar de veces, “por algo tiene que ser”, se olvida que uno no come yerba sólo porque “millones de vacas no pueden equivocarse”. Se olvida también que la sostenibilidad arquitectónica tiene unos componentes mínimos como los definidos por un estándar como el LEED; un reconocido sistema internacional para medir técnicamente la sostenibilidad a partir de variables como ahorro de energía, eficiencia en el consumo de agua, reducción de emisiones de CO2, mejoramiento de las condiciones ambientales interiores y sensibilización en el manejo de recursos y desperdicios.[6] Se olvidan de todo, tal vez, porque como ya es frecuente con estos jurados, no conocen los edificios y los juzgan como proyectos de taller o de concurso, a partir de imágenes y discursos.

Juan Luis Rodríguez

NOTAS

1 http://www.espanol.rfi.fr/americas/20100511-el-arquitecto-colombiano-giancarlo-mazzanti-recibe-premio-en-francia

2 http://ioc3.unesco.org/icam-lac/images/upload/enfoqdesarrollosostenible.pnghttp:

//www.google.com.co/images?hl=es&q=desarrollo+sostenible&um=1&ie=UTF-8&source=univ&ei=T08ATLiBOIP68AamkoHwDQ&sa=X&oi=image_result_group&ct=

title&resnum=7&ved=0CEQQsAQwBg

3 http://www.worldbank.org/depweb/spanish/sd.html

4 http://www.elpais.com/articulo/arte/sicarios/orquideas/elpepuculbab

/20080621elpbabart_8/Tes

5 http://www.eltiempo.com/culturayocio/credencial/

arquitectura-hay-que-deshacerse-de-la-arquitectura-del-miedogiancarlo-mazzanti_77292051

6 http://www.usgbc.org/DisplayPage.aspx?CMSPageID=1988

LEED is an internationally recognized green building certification system, providing third-party verification that a building or community was designed and built using strategies aimed at improving performance across all the metrics that matter most: energy savings, water efficiency, CO2 emissions reduction, improved indoor environmental quality, and stewardship of resources and sensitivity to their impacts.

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Bienales

Debería ser del interés de los ciudadanos que la Bienal Colombiana de Arquitectura «tiene por objeto presentar para conocimiento público y general, en Colombia y el exterior, una selección de las obras y trabajos más significativos en los diferentes campos de la Arquitectura». Pero tiene razón Maarten Goossens en su respuesta a la solicitud de la SCA de observaciones sobre la misma, en que debe incluir espacios de opinión, debate y reflexión, y que el público pueda sugerir temas y conferencistas, en un programa incluyente y más plural que el comité que hoy la organiza, y no limitarse a presentar proyectos, elegidos subjetivamente hay que añadir.

Lamentablemente todavía es un evento con características de concurso,  “juzgado” por jurados que no se han puesto de acuerdo previamente en que es lo van premiar, y que, como dice Juan Luis Rodríguez (Torre de Babel, 04 /05/2010), juzgan edificios como proyectos y no tienen inconveniente en hacerlo sin conocerlos para verificar si están bien hechos, y que” explica” sus fallos con una jerga vaga, vacía y frívola. Cualquier preocupación argumentativa se cambia por frases retóricas para evadir el tema de considerar la especificidad de las obras, y disimular que lo juzgado, en lugar de edificios, son fotos, planos, intenciones y frases coquetas.

Rodríguez, invocando a Montesquieu (Autonomía sin vergüenza, Escala, 02/2009),  muestra que al contrario de lo que pasa en el Derecho, en que las decisiones de los jueces deben ser razonadas, convincentes y coherentes con la constitución vigente, en nuestras bienales de arquitectura el sistema es “autónomo” y el jurado falla sin atender a unos propósitos previos. En cada caso inventa criterios de valoración  para justificar en sus actas, retóricamente y a posteriori, cualquier decisión. Estos jueces de ocasión no argumentan y  sus juicios adquieren la monárquica fórmula de así es porque nosotros tenemos la autoridad para juzgar.

Como apunta Rodríguez, es urgente elaborar unas reglas de juego para las bienales mediante las cuales los participantes, el jurado y el público sepan de antemano a qué atenerse, y no tener que esperar a que los jueces de turno se inventen cada vez su propio sistema de valoración, y la invitación a participar debería estar acompañada de una legislación que defina unos criterios  para convocar y juzgar, y después para socializar y presentar los resultados al público mediante un lenguaje que permita una discusión mas amplia. Especialmente entre los ciudadanos, habría que agregar, a los que finalmente está dirigida la arquitectura.

En esta columna se ha propuesto repetidamente que las bienales deben ser una muestra razonada en las principales ciudades de toda la arquitectura que se hace en Colombia, para que críticos, arquitectos y público opinen, especialmente sobre cómo esos edificios mejoran las lugares en los que están. Aunque en esta última se lograron muchas mejoras, el hecho es que nos fascina tener, reina, virreina y princesas, y el negocio que eso significa. Como ahora en Medellín, donde aprovechando la Bienal Iberoamericana que a mala hora se realizó allá y no en la capital, nos quieren hacer creer que su reciente arquitectura “espectáculo” representa la del país.

Benjamin Barney Caldas, El País, Cali 13/05/2010

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Juzgar edificios como proyectos

Mayo 4 – 2010

Versión ampliada y revisada para Torre de Babel del artículo Autonomía sin vergüenza, publicado en Escala No.213, febrero de 2009

Durante 2008 hubo tres bienales cuyos fallos son cuestionables desde el punto de vista de la coherencia y calidad de sus argumentos: la VI Bienal Iberoamericana (BIAU), la XXI Bienal Colombiana y la XV Bienal de Quito.

La banalidad de los fallos caracterizó los dos eventos internacionales. La bienal local, a su vez, además de una pobreza conceptual similar, generó dos anomalías lamentables: la primera al otorgar un premio compartido para siete obras, fallo que al constituir una contradicción estatutaria debió modificarse. La segunda anomalía se dio al tratar de enmendar el error, cometiendo la torpeza adicional de aumentar de siete a nueve el número de obras resaltadas en el acta. Con lo cual, la defectuosa lógica parece haber seguido el razonamiento de otorgar el premio a una nueva obra, diferente a las siete anteriores, pues elegir uno se hubiera prestado para más problemas de los que ya tenían.

A continuación comento los juicios emitidos por el jurado de estas bienales. Espero hacer evidente que en lugar de eventuales ejemplos de reflexión y promoción para el desarrollo y avance de la profesión, este tipo de fallos y actitudes constituyen muestras de retroceso, irreflexión y banalidad.

VI Bienal Iberoamericana

Comienza el acta diciendo:

El Parque y Biblioteca España es una obra de profunda significación cultural, merecedora del Premio en cuanto conjuga con calidad superior todos los aspectos que el Jurado consideró a los efectos de su valoración, destacándola del conjunto de Obras Seleccionadas.

Con una apertura así, parecería que se anuncia la explicación de “todos” los aspectos considerados por el jurado. Y en efecto, procede a listar una serie de aspectos:

El planteo espacial, formal, funcional y de relación con el paisaje, se justifica y explica en la memoria presentada por los autores: “…más que un edificio se propone la construcción de una geografía operativa… Un edificio-paisaje que redefine y tridimensionaliza la estructura plegada de las montanas como forma y espacio”.

Sin embargo, de manera inusual, y a mi modo de ver torpe, el jurado acude a la “memoria presentada por los autores” para destacar algo que evidentemente considera significativo: que el edificio es valioso porque es un “edificio-paisaje” cuya relación con las montañas es positiva en tanto genera una “geografía operativa”. Si bien para los autores la definición de la estructura plegada de las montañas es una intención válida, y para el jurado esto es un valor positivo y suficiente; en mi opinión se trata más bien un significante vacío. La terminología alude al parecer a una intención “poética” pero reto al lector a que sustituya “estructura plegada” y “geografía operativa” por geografía plegada o estructura operativa, a ver si le resulta alguna diferencia. O también, para entender qué puede ser un edificio-paisaje, trate el lector de pensar cómo sería un edificio que no sea paisaje y resulta que cualquier edificio, aunque por definición, no es paisaje, se puede integrar con, oponerse a, o entrar en algún tipo de relación con el paisaje; y cualquiera de las opciones podría considerarse un valor positivo o negativo, según las intenciones de quien propone y de quien observa. Si la biblioteca España se integra, se opone o se relaciona con el paisaje, no se puede saber mediante el acertijo propuesto por los proyectistas. Y menos mediante la cita del acertijo por parte del jurado. Un edificio-paisaje puede ser cualquier cosa.

Continúa el acta:

La volumetría simple y variada, unitaria y diversa, real y virtual, comunica con acierto evidente una propuesta “naturalmente artificial” en un área marcada por la carencia material, la desintegración social y el vacío cultural.

Dejemos de lado el posible aspecto seudo multiculturalista de lo “simple y variado”, “unitario y diverso”, “real y virtual”–que tal vez deba entenderse en clave culturalista pero es más fácil con la lógica de Cantinflas– y detengámonos en el “vacío cultural”. Este vacío, si lo hay, parece más del lado de unas pretensiones para-arquitectónicas que deslumbran a unos jueces ignorantes que llaman vacío cultural al desconocimiento de la cultura local. El programa de inclusión social es un proyecto de la alcaldía de Medellín que condicionaba a todos los participantes; una condición del encargo que seguramente hubieran logrado otros edificios. En cualquier caso, si una obra ha de tener un valor terapéutico como valor arquitectónico, lo que autor y jurado deben hacer es explicar en qué consiste y en qué medida la obra en cuestión remedia los males sociales; implicando desde luego, que esta virtud es exclusiva del ganador.

Continúa el acta:

Como respuesta a un programa de inclusión social el Parque y Biblioteca España cumple cabalmente con su cometido, en cuanto permite desarrollar las posibilidades de encontrar, por parte de la población servida, las bases de identidad enraizadora con el sitio e integradora en lo social que le permita proyectarse en el tiempo.”

Cumplir el cometido parecería significar en este caso que el edificio se propone algo que no era parte del encargo. Una vez más, al jurado se le cruzan los cables entre las intenciones del proyecto social que hacen parte del encargo, las intenciones del proyectista, y lo que el edificio es como obra o cosa material. Aparte de lo oscuro y rebuscado de los términos “identidad enraizadora con el sitio” e “integradora en lo social que le permita proyectarse en el tiempo”, debería bastar con anotar que esto mismo –identidad con el lugar e integración social– lo hubieran logrado tres paralelepípedos puristas, en concreto blanco, con vista al valle y con alfajías en las ventanas.

Continúa el acta:

Por otra parte, no son menores los valores del espacio interior con una propuesta de extrema sobriedad en los recursos y neutralidad en los acentos físicos.

Esta es la última frase del fallo. Consideremos que no dice que los valores del espacio interior son “X” y “Y” sino que los valores del espacio interior “no son menores”, con lo cual se estaría diciendo que, en realidad, la sobriedad y la neutralidad son valores “mayores”. Pero, ¿Qué significa que un edificio como este sea sobrio y mesurado, y por qué esto es un valor positivo y no negativo? En otras palabras, aunque la sobriedad y la mesura son virtudes referidas al comportamiento humano, en arquitectura y por obra de la crítica, se hicieron virtudes de la arquitectura moderna y se han utilizado durante décadas para celebrar unas cualidades referentes a la sencillez formal y la ausencia de pretensiones esteticistas. Asumiendo que el jurado quiere celebrar la contemporaneidad como algo diferente a la modernidad del edificio, ¿en qué nuevo sentido pretende utilizar las virtudes de la sobriedad y la mesura? Cualquier lector puede desarrollar su propia versión de esta frase y cuestionar si se trata de un edificio sobrio, respondiendo que le parece esquizofrénico; o bien que no es neutro sino, por el contrario, desafiante y parcializado. Pero ¿qué significa para el jurado?. Sobre esta pregunta el acta no da la menor pista.

XXI Bienal Colombiana

Después de una introducción en la que se presenta al jurado y se celebra la calidad general de “los proyectos”, el acta de la bienal colombiana destaca ciertas virtudes generales de la muestra, en relación con el tema particular de la convocatoria:

La cuidadosa y adecuada inserción de los proyectos analizados en sus contextos físico y cultural, su excelente factura, según se colige de los documentos allegados, honran en forma especial el tema de la Bienal: Construyendo valor con la poética del lugar.

En este párrafo hay por lo menos dos evasivas significativas. Si uno se detiene en: “según se colige de los documentos allegados”, se revela una forma pretendidamente elegante de sacudirse de la construcción como un requisito indispensable. Lo que se colige de los documentos debería permitir verificar la “excelente factura”, por ejemplo, mediante planos constructivos o informes técnicos de certificación corroborados por fotos o videos específicos; o por algo que verifique la excelencia, distinto a unas fotos cuidadosamente tomadas o mandas a tomar por los autores para mostrar lo mejor de cada obra.

Segunda evasiva. Si uno se detiene en el “honran en forma especial…la poética del lugar” resulta que así como en el acta de la BIAU se podría intercambiar sin que nada pasara la retórica de los términos paisaje y geografía, en este caso daría lo mismo si la convocatoria hubiera invitado a Cuidar la tierra, como en la más reciente bienal chilena. El acta local diría entonces “honran en forma especial…cuidar la tierra”. En el libro de la bienal, Ricardo Navarrete y Fabio Giraldo explican lo que para cada uno de ellos significa Construir valor con la poética del lugar, sin embargo, el acta no se alude a ninguna de estas eventuales definiciones, como tampoco lo hacen los participantes. Los textos fueron escritos como primicia para el libro pero no para orientar a los participantes y menos a unos jueces “autónomos”.

Jurados de este tipo en convocatorias de este tipo no tienen inconveniente en juzgar un edificio sin conocerlo, como tampoco tienen inconveniente en explicar sus fallos con una jerga como la comentada. Tampoco ven inconveniente en la imposibilidad de verificar si los edificios están, en efecto, bien o mal hechos y cómo funcionan.
Cualquier preocupación argumentativa se intercambia por frases retóricas puestas para evadir el tema de considerar la especificidad de las obras, y para disimular que lo juzgado, en lugar de cosas materiales, son fotos, planos, intenciones y discursos con frases coquetas; valorando ideas, imágenes e intenciones, como se hace en los talleres de arquitectura, y poniendo entre paréntesis la realidad construida de los edificios; algo por definición diferente a un proyecto, pero que en el medio coloquial de los juzgados arquitectónicos se maneja sin rubor como si fueran lo mismo.

Continúa el acta:

Luego de una extensa deliberación, debido a la excepcional calidad de las obras opcionadas al premio Fernando Martínez Sanabria, de las diferentes tipologías, entornos geográficos y culturales, la diversidad de materiales de la construcción, la variedad temática y de la escala de los proyectos, se decidió, en primera instancia, otorgar este reconocimiento de manera compartida a los siete proyectos que se consideraron más representativos.

Después de leer por segunda o tercera vez se entiende que la intención de la megafrase es afirmar que el jurado consideró muchos aspectos, y los encontró todos presentes. No que unas obras se caracterizaban por su manejo tipológico, otras por el manejo del entorno y otras por el manejo de los materiales; tampoco que las virtudes de unas no eran comparables con las de las otras y que por ello decidieron dar un premio compartido, en parte porque debido a la excelencia de todas, y llegados a determinado punto, la comparación se hizo imposible. En cambio, listan una cadena de virtudes y dan a entender que las siete obras empataron en virtud; motivo por el cual, al parecer, el premio debía ser múltiple. Pero tampoco lo dicen.

Como la vaguedad deja abierta la puerta a la especulación y la suspicacia, si las denuncias de Isaac Broid publicadas inicialmente en la página de Escala y republicadas en el mismo número en que aparece Autonomía sin vergüenza, parecería más bien como si Broid no hubiera podido convencer a sus colegas de que la Biblioteca España debía ganar; y en cambio, sí los hubiera convencido de que los siete en discordia debían hacerlo. Como era de esperar, cuando lo llamaron a cambiar el fallo prefirió retirarse. La SCA, no obstante, optó por hacerlo aparecer como un debate, modificando un acta previamente firmada.

Sin embargo, atendiendo expresamente a lo consignado en el reglamento interno de la Bienal, el cual es preciso en la disposición de otorgar un solo premio para cada una de las categorías, se reconsideró esta opción.

Nuevamente, si la denuncia de Broid es cierta, esta dulzona afirmación constituye una mentira monumental por cuanto la opción se reconsideró varios meses después, no se sabe si para disfrazar el problema de que una parte del jurado quería darle el premio a la Biblioteca España, y otra no; o simplemente porque la SCA no supo qué hacer con la “pelotera” que se había formado con el premio de la BIAU y las denuncias que se habían levantado alrededor del fallo. De nuevo aparecen la suspicacia y la duda a las que invitan la falta de claridad y argumentación del fallo. El jurado, o la SCA, decidió entonces tomar el atajo de otorgar, primero, un premio compartido, y luego, tomando otro camino aún más corto, darle el premio a un edificio por fuera de la discordia de los siete iniciales.

Todo esto pertenece al campo de la especulación. Una especulación fundamentada en las aclaraciones de Broid, en la lectura atenta del acta, en la lectura de los textos del libro de la XXI Bienal, y en el conocimiento histórico de las actas y polémicas generadas por bienales anteriores en Colombia.

La aclaración sobre el salvamento de voto dentro del acta modificada merece ser recordada, lentamente, afirmación por afirmación:

…no sin antes sostener una discusión en torno a la norma,
…lo que ocasionó, por el desacuerdo manifiesto,
…la abstención del juzgamiento de uno de los jurados.
…A causa de lo anterior,
…el resto del equipo decidió
…darle este premio a Cenizarios del Gimnasio Moderno.

Continúa el acta:

En esta misma categoría se otorgaron las siguientes menciones:

Recordemos que el premio lo iban a compartir siete obras. No obstante, después del ganador aparecen listadas ocho más para un total de nueve: las siete iniciales que tenían, al parecer, un séptimo de premio cada una; mas una de última hora que sumada a la ganadora, eventualmente también de última hora, da nueve. No siete sino nueve.

Ante lo cual brota una nueva suspicacia sobre la decisión a posteriori de revisar el fallo e incluir dos obras (bogotanas) adicionales a las siete anteriores (antioqueñas). La anomalía del acta se remata incluyendo dentro de la misma una autodenominada responsabilidad:

Conscientes de que una de las responsabilidades fundamentales de la Bienal Colombiana de Arquitectura es reseñar para la historia lo mejor de la arquitectura que se construye en el país, se hizo la siguiente selección,
atendiendo exclusivamente a este criterio.

…y a continuación se relacionan cuarenta y un obras más en el acta, para un total de cincuenta. El criterio no alude a “la poética del lugar” sino a “reseñar para la historia”; un criterio inventado por el jurado que aparece y desaparece recurrentemente en la historia de las bienales colombianas en forma de un “mensaje” que unos jurados deciden mandar y otros no. Bastaría con que hubiera estado desde el comienzo como parte de la convocatoria, pero tampoco. Y no lo estuvo, continúo especulando, porque la convocatoria no ofrece criterios para el juzgamiento sino que invita importantes personalidades a que “interpreten” lo que pueda significar para ellos, en su sapiencia y autonomía, una coquetería como Construir valor con la poética del lugar.

Ubiquémonos en el tiempo. El fallo de la Bienal Iberoamericana de Lisboa se anunció el 2 de mayo. El fallo de la Bienal Colombiana se anunció el 1 de octubre pero está firmado el 8 de mayo, aunque modificado posteriormente sin dejar constancia de ello, seis días después del anuncio desde Portugal, Y el fallo de la Bienal de Quito, aunque se anunció el 20 de noviembre, está firmado el 16 de septiembre, es decir, dos semanas antes de que se hiciera público el resultado de la bienal colombiana en Cartagena. Si asumimos que la carta de Isaac Broid al director de Escala es veraz y que la decisión se modificó, en efecto, “meses después”, la fecha del 8 de mayo para el acta de la bienal colombiana sería falsa, lo mismo que la supuesta autonomía del jurado.

XV Bienal de Quito

El fallo quiteño es breve, desafiantemente breve:

PRIMER PREMIO BIENAL: Trabajo registrado con el numero 945. Para el Jurado – 945 – los tres monolitos en las alturas de Medellín, acompañan a los habitantes del lugar y les muestran los ejes de la visión y de la contemplación de la futura transformación del poblado informal en ciudad.

Quito, 16 de septiembre de 2008

De rocas, pliegues y geografía operativa se pasó a “tres monolitos en la alturas de Medellín”. Una nueva metáfora formal que reitera el poder icónico del edificio pero nada dice sobre la calidad espacial y material del edificio que para entonces había sido fuertemente cuestionado. Unas formas que supuestamente “acompañan a los habitantes del lugar”, tal como los acompañaría cualquier otro edificio con estas dimensiones y este programa, en este sitio. Además, “ les muestran los ejes de la visión y de la contemplación de la futura transformación del poblado informal en ciudad”.

Parece, una vez más, que ante la falta de conocimiento del edificio y su entorno de carne y hueso, los jueces optaron nuevamente por juzgarlo como se juzgan los talleres y concursos de arquitectura: como proyecto e intención, a partir de fotos y afirmaciones construidas estratégica y retóricamente para seducir. Como declaratorias de buena fe pero no como obras materiales. Como edificios.

¿Ejes de la “visión” y Ejes de la contemplación del futuro?. En esta trabazón de significados debería ser evidente que hay, por lo menos, un problema de escritura. ¿“Contemplación de la futura transformación del poblado informal en ciudad”? Se trata, en mi opinión, de una nueva pizca de condescendencia conservadora con la pobreza, sobre un sitio y un edificio que al parecer, y como reedición del fallo BIAU, ninguno de los firmantes del acta de Quito parece conocer. Como ninguno de los de Portugal, en efecto, conocía.

Una vez más, para el jurado de turno parece necesario encubrir su falta de interés por las cualidades espaciales y técnicas del edificio, con afirmaciones de corte social pretendidamente profundo. Con lo cual se evidencia, más bien, el profundo desconocimiento de un entorno ante el cual se ven forzados a anteponer un halo retórico que difumine la falta de conocimiento.

Si como lector alguien espera razones y argumentos, en cualquiera de estas actas encuentra, en efecto, razones de corte social, político, morfológico y simbólico; pero no razones técnicas y espaciales. Tal vez sea mucho pedir a un jurado que en unos pocos días de encierro tiene que juzgar cincuenta o cien obras, que saque tiempo para escribir un acta razonada mediante la cual la comunidad arquitectónica se pueda enterar de los valores arquitectónicos de una obra premiada. Si les queda tiempo, después de hablar de arquitectura, podrían respaldar sus razonamientos con aspectos como la relevancia político-social.

Invocando a Montesquieu

No debería corresponder al jurado, sin embargo, legislar y juzgar a un mismo tiempo. La legislación correspondería a la entidad que convoca, como le correspondería suministrar a los invitados de turno, las reglas de juego de una competencia cuyo objeto puede ser la selección de la arquitectura más poética, la que más cuida la tierra, la que tenga mayor valor de innovación o invención; incluso, la arquitectura con el mayor compromiso político o la que se quiera instituir como modelo político para el país, que en aras de las circunstancias se propone “invitar” a su institucionalización como un modelo, así no se trate de una cualidad arquitectónica. Pero que se sepa a qué se juega, claramente y por anticipado.

Por definición, los objetivos de los jurados en derecho y arquitectura son diferentes. En derecho, un jurado falla sobre eventuales delitos; en arquitectura, un jurado falla sobre eventuales grandes obras de arquitectura. En derecho, sin embargo, está fuera de discusión que las decisiones de cualquier juez deben ser razonadas, convincentes y coherentes con las reglas de juego vigentes, bien si corresponden a leyes previas o a leyes construidas sobre la marcha, Se trata de un campo en el que lo sugerente o falto de precisión es indeseable. En derecho, no obstante, hay dos sistemas jurídicos: Derecho escrito y Derecho consuetudinario.

En el sistema jurídico colombiano -Derecho escrito, heredado del sistema francés– los jueces, por principio, no pueden legislar y juzgar simultáneamente. Hay un grupo de expertos, los legisladores, que hace la ley; y otro grupo diferente de expertos, los jueces, que la interpretan y aplican. En este sistema, el que los jueces sean “arte y parte” se considera incorrecto e inconveniente. De otra parte, en el sistema jurídico inglés, conocido como Common law o Derecho consuetudinario, los jueces sí pueden actuar como legisladores, siempre y cuando demuestren la necesidad de la “nueva ley”, justificada en la inexistencia de una ley vigente. Desde luego, en cualquier caso, ningún juez convertido en legislador está exonerado de explicar y argumentar su juicio; menos acudiendo a estrategias como que su investidura, trayectoria y honorabilidad se lo permiten.

El sistema de las bienales colombianas es “autónomo”, lo que significa que falla según el jurado de turno, sin atender precedente o constitución alguna. En cada caso, este jurado autónomo puede definir o inventar los criterios de valoración y con éstos justificar a posteriori cualquier decisión. Lo que no hacen estos jueces de ocasión y que el análisis de los tres fallos pretende haber demostrado es argumentar. En cambio, hemos visto cómo sus juicios adquieren la monárquica fórmula de así es porque nosotros tenemos la trayectoria para tener la autoridad de juzgar. Pero traducido al lenguaje coloquial se convierte en porque puedo, quiero y no me da miedo.

Sin considerar las eventuales virtudes o defectos arquitectónicos de las obras ganadoras –Biblioteca España y Cenizarios del Gimnasio Moderno– este análisis se detuvo en la retórica de las actas, primero para evidenciar que el conjunto de los tres fallos constituye un mal precedente crítico; y segundo para plantear la necesidad de elaborar unas Reglas de juego mediante las cuales los participantes, el jurado y el público sepan de antemano a qué atenerse, sin esperar a qué los jueces de turno se inventen cada vez su propio sistema de valoración.

Si seguimos esperando que los jurados de arquitectura actúen como jueces y legisladores, nos vamos a quedar esperando a Godoy. En lugar de frases sugerentes como la poética del lugar o cuidar la tierra, la invitación a participar en una bienal debería estar acompañada de una legislación que defina unos criterios de juicio, reglas de juego, que funcionen, primero para convocar y juzgar, y segundo para socializar y presentar los resultados al público mediante un lenguaje que permita la discusión.

Propongo un sistema posible en el artículo Medio ambiente e innovación. Criterios de juicio para la bienal XXII. La propuesta fue publicada por la Universidad Javeriana y está a la espera de ser aceptada y complementada, o refutada y superada.

Juan Luis Rodríguez

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