Josep Quetglas / Lo que no he leído

Por: torredeb

En: biblioteca - teoría -

Febrero 21 – 2010

1-los superfluos

Escribo en contra de la crítica y de los críticos de la arquitectura. Para promover la deseable desaparición de ese genero literario y de esa ocupación. Es un mínimo esfuerzo el que se requiere: el público ya nos las lee. Bastaría con que los editores se atrevieran a prescindir de la publicación de críticas intercaladas entre las obras que presentan, para que no notáramos su ausencia. Es posible, esta al alcance, para alguien ha de atreverse a ser el primero. No publicar mas criticas de arquitectura. Limitarse (¿limitarse?) a presentar obras y proyectos por si mismos, incluyendo en el  “por si mismo” la opinión o el silencio de su autor.

Pienso en términos darwinistas. Antes de desaparecer, los órganos superfluos, que no participan en la vida activa del individuo, que se ha vuelto inefectivo, enmascaran su superfluidad y exhiben una última grandiosa expansión como ornamento. Las críticas de arquitectura son, hoy, una tal flama rada. Son un género ornamental. Un género literario de acompañamiento. Por eso sabemos que mañana no existirán.

Va un ejemplo:

En una monografía sobre un arquitecto, de cuyo nombre no quiero acordarme, figura una introducción crítica en la que van citados los siguientes nombres propios:

<<Fra Angélico. Aragón. Bataille.Yves Bonnefoi. Rene clair. Chinchilla. De Chirico. Georges Didi- Huberman. Max Ernst. Gaudi. Alberto Giacometti. Goya. Richard Hamilton. Edith Helman. Michael Hiezer. Rosalind {sic}. Tommaso Landolfi. Leonardo Da Vinci. Antonello de Mesina. Leiris. Joan Rubio I Bellver. Seabrook. Allison {sic} y Peter Smithson. Sthendal. Tanguy>>

Desafió a cualquiera a que deduzca, desde estas citas, de quien se esta hablando, a que arquitecto esta dedicada la monografía.

Pruébese. Me callo durante un par de líneas, que dejo en blanco, mientras se vuelve a leer la lista anterior.

¿Salio? ¿a que no? O, mejor, si, si que salio: el critico esta hablando de y para si mismo. Asistamos al monologo del critico, entonando en una media voz suficientemente alta como para ser oído por los vecinos. ¡Cuánto sabe! ¡Como nos sorprende! ¡Nunca se nos hubiera ocurrido tanto!

¿Verdad que lo único que podemos rastrear con esos nombres es la biblioteca y los gustos del crítico? Por que la repuesta es única: en verdad no se esta hablando de ningún arquitecto, de ninguna obra, si no que, simplemente, el critico hace oír su voz –el critico, que escucha embelesado su propia voz, intransitiva, ronroneando impostadas de citas- .

Todo critico de arquitectura es, estrictamente, independientemente de su simpatía, calidad y conocimientos, un impostor, que nos da gato por liebre, que se da así mismo por cambio del otro, que suplanta el objeto autentico de nuestro interés, que no es si no el arquitecto y su obra, y lo sustituye por su propia persona, por su misma cultísimo <<fantasía>>.

<<cultísima fantasía<< quiere decir. Aquí. Fantasía fabricada desde la cultura, quijotescamente, a partir de citas de lo leído, no a partir de las experiencias de lo vivido.

Loos había escrito que, en su tiempo, para ser arquitecto solo hacia falta disponer de una buena biblioteca. Con libros, revistas y papel de calco estaba garantizado el suministro de detalles ornamentales y de estilos artísticos para aplicar a los encargos. Así sigue trabajando aun hoy en día del crítico. <<¿Qué he de hablar de un cuartel de bomberos en Santander? Bien, déjeme que estoy leyendo últimamente, a quien puedo poner como cita… Lord Carnavon, algún bailarín << minimalista>>, fotos de niñas Lewis Carrol e ICARO acercándose demasiado al sol, por lo del fuego. Eso ira bien para empezar. Y luego…>>

Son los superfluos. Nuestros artistas de la prosa critica aplicada.

Necesitamos una crítica de arquitectura, un modo de interpretar y ver para mejor proyectar y hacer arquitectura. Si los críticos de arquitectura se dedicaran a barrer las calles o a entretener soirees en actos de sociedad ya la tendríamos.

No insisto más. A cada cual lo suyo. Quienes se complazcan en lo decorativo, en la impostura, están en su derecho y tienen donde escoger. Buen provecho. Solo recomiendo la lectura de un texto de Helio Piñón. Con quien me hallo sorprendentemente de acuerdo en esta ocasión. En <<las palabras y las obras>>, publicado en el número 12 dedicado a lubetkin, de la revista DPA, del departamento de proyectos de la escuela de arquitectura de Barcelona y del valles, Helio escribe:

<<el texto {que acompaña las obras} raramente es hoy del autor de la obra: en generar, se confía la presentación de los trabajos al compañero con más labia o al crítico con más predicamento en la prensa especializada. Se instituye así la coexistencia de dos mundos inseparables pero ajenos: el de las obras y el de sus valedores. Unas y otros, fingiendo sosiego, dan vida a su personaje como pueden, encontrándose a menudo en tesitura que los sobrepasan. El comentario- mejor si es extenso y esta trufado con referencias estrambóticas- deja fuera de dudas que lo publicado es cosa seria, por mucho que su aspecto a menudo invite a dudarlo. El texto acaba siendo de ese modo un espacio de reposo cuya textura fina y grisácea nos ayuda a reponernos entre un sobresalto y el siguiente>>

Solo discrepo de la negativa valoración de helio hace de los proyectos: no tienen porqué ser todos ellos necesariamente un sobre salto. El resto, lo subscribo.

Así, si cualquier comentario es o una suplantación o una interferencia, ¿no puede escribirse de arquitectura?  No exactamente. No puede escribirse acerca de arquitectos en activo. En ese caso, son solo los propios autores quienes tienen el derecho de escribir acerca de su obra. Mejor dicho: cualquier cosa que escriban es, bien leída, un comentario acerca de su propia obra, nos reciten un estado de mediciones, se inventen un sueño recurrente de su verano infantil o se callen.

Doy otro ejemplo, éste hipotético:

Suponed que encontráis, casualmente a tras búsqueda, dos paginas de la mano de Coderch sobre su casa en la Barcelona, media frase de miles sobre el pabellón, siete palabras de le Corbusier sobre las casas Jaoul y, al lado, un articulo contemporáneo de un erudito critico titulado <<proyecto y contexto en el primer regionalismo critico>>, otro sobre <<sondas del laberinto: pliegue, desterritorialización, lugar>>, y un tercero sobre <<lo plano y lo profundo: Duchamp, Le Corbusier y el sino del siglo del signo>>.

¿Qué leeríais con avidez y qué apartaríais  como una superchería agotada?

A cincuenta años de distancia, está claro. Diríamos cualquier cosa por encontrar la voz directa de los autores. Y apartaríamos, como residuos sin interés de otros tiempos, documento sólo de adelantarnos al trabajo de los próximos cincuenta años. Lo que dentro de cincuentas años no tenga interés ya carece de interés ahora

2. hecho y dicho.

Cualquier juicio es siempre un acto injusto. Dar un juicio es acentuar desde afuera unos aspectos de la obra, apartar otros, No hay juicio que no manipule la obra juzgada, que no la presente alterada, tanto si valora la obra en si como si se comparan varias, para escoger <<la mejor>>.  Comparar empieza  reduciendo las obras a los términos comunes, eliminado su diferencia, su identificación.

Contra la injusticia del juicio no está la renuncia a juzgar, sino la renuncia a llegar a veredicto. Hay que saber preferir a juzgar interminable, que nunca acabe de ir considerando nuevos aspectos de la obra, de ir añadiendo referencias.

Un juicio es un análisis donde el objeto analizado queda considerado desde los valores e intenciones propios analista. El analista los muestra, permite ver que el tiene cuerpo, opinión, criterio determinados.

El resultado de juicio está más en poner de relieve el cuerpo, opinión y criterio del juez, que en identificar lo juzgado.

Los objetos que, en nuestro caso, nos interesan tienen en común ser discursos, las palabras, son más ligeros, y tratan de adaptarse a las arquitecturas, como gasas o forros sin apresto, para restituir y hacer aparecer la forma de lo moldeado. El discurso saca el molde de la arquitectura, la expresa, por que registra y fija la presión que hace la obra contra esa superficie blanda y maleable del envoltorio de palabras.

Sólo se puede sacar el molde de cosas sólidas, concretas, objetuales. Un discurso sobre ideas, conceptos o palabras sería como querer envolver homo en humo. Todo discurso que no vaya referido a un núcleo duro, que trata de hacer ver, es informe.

Para los filósofos o los poetas, las palabras también son hechos, y ellos sí pueden usar palabras para hablar de palabras. Pero para los arquitectos las palabras no son hechos, sino instrumentos prácticos, nunca problemáticos, nunca interesantes, con los cuales tratar de aquello único problemáticos, para ellos: los propios hechos de arquitectura.

El discurso referido a arquitectura ha de ser lenguaje llano. Ninguna especialización de jerga. Ni filosófica ni arquitectónica, es adecuada, por cuanto impondría su veteado y nervadura al vaciado que se trata de obtener. La pasta para vaciados es siempre blanda y neutra. Todos los pliegues y granos pertenecen al cuerpo que hay debajo.

Josep Quetglas, «Lo que no he leído», Artículos de ocasión, ed. GG, Barcelona, 2004, p. 223.

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