Crucero para el Parque Bicentenario

Por: Juan Luis Rodriguez

En: crítica - debates - mi ciudad - patrimonio - urbana -

Noviembre 26 de 2013

. . . Y todavía hay gente que piensa que el Parque Bicentenario es el producto de una mente genial que se ha ganado muchos premios; que los sobrecostos de la obra no tienen que ver con el cartel-carrusel de la 26 porque no la hicieron los Nule; que si el Ministerio de Cultura dice que todo bien todo bien es porque así es; y que Transmilenio está parado por cuenta de la necedad de unos habitantes de las Torres del Parque, empecinados en que la ciudad no progrese. . .  ¿Cómo no va a ser de este modo, si lo dicen El Tiempo, la W, Arcadia y todo el mundo?

Opiniones como estas lo único que prueban es que Charles Wright Mills le puso la cola al burro al diferenciar entre recitar opiniones y expresarlas, bien por escrito o por radio o en imágenes, con las que se impacta más y se ahorra tiempo. En este caso, la campaña publicitaria del “nuevo” diseño está basada en enganches de cajón como el del Maestro, tanto como en dibujos engañosos que demuestran lo que hubiera podido ser pero ya no puede ser, simplemente porque los niveles de las plataformas construidas no lo permiten; a menos, claro, que se demuelan, se hunda la vía y volvamos a empezar.

En las reuniones para ver cómo será la estrategia de medios para hacer públicas estas mentirillas, el problema se resuelve con un «tranquilos que’l papel aguanta todo». Entonces, como parte de la nueva estrategia para convencer al público a través de la prensa, viene la fastidiosa invocación al Salmona, el Maestro, como origen del proyecto. La falacia es muy simple: él tuvo la genialidad y nosotros, como sus discípulos, nos hemos limitado a desarrollarla.

Para los desinformados, lo primero que buscaba el poyecto de Salmona era “recuperar” la entrada principal de la Biblioteca Nacional sobre el Parque de la Independencia. Para logarlo había que modificar drásticamente los niveles de la 26 y las tuberías del acueducto. Si esto no se hizo –y ya es imposible hacerlo– por costos, por estética, por capricho o por el motivo que sea, ello no permite el abuso de reclamar una misma Idea. La nueva podría ser incluso mejor, pero no tiene nada que ver con la concepción original. Además, la plataforma propuesta por Salmona era una sola, continua e inclinada, y estaba localizada entre la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno. Cubrir una vía no fure nunca la “idea” de Salmona, sino hacerlo de un cierto modo, que por si los publirreporteros no lo saben, no tiene absolutamente nada que ver con la “idea” que se desarrolló.

Hablando de ideas, y de burros, con ayuda de la columna Andrés carne de burro en El Espectador, propongo una salida para el estancamiento del llamado Parque Bicentenario. Empecemos por verlo así: ¿en qué se parecen la insinuación de Andrés Jaramillo –que una estudiante en minifalda está buscando líos– y la afirmación de la Ministra de Cultura al firmar una resolución culpando a los residentes de las Torres del Parque por no haber cumplido con un “deber constitucional”? Dicho de otro modo: ¿qué relación hay entre una estudiante que es tratada públicamente como una casquifloja y unas personas que por pedir que se respete un patrimonio urbano reciben tratamiento de infractores?

Se debe, estoy casi seguro, a que uno y otra se rigen por unas máximas similares. Una social que se resume en la pregunta: “¿usted no sabe quién soy yo?”; y una jurídica: “la mejor defensa es convertir al agredido en bandido”. Cuesta trabajo aceptar que alguien en su sano juicio pueda ser tan burro pero ahí estamos. Jaramillo ha hecho lo posible por sacar la pata pero la Ministra cada vez la hunde más, aferrada a que todo lo que hace el Ministerio no es legalizado sino legal.

Si de modificar el proyecto se tratara, y asumiendo que la Biblioteca Nacional ya se quedó así, yo estaría parcialmente de acuerdo con lo propuesto por “un grupo de arquitectos independientes” para remediar el impasse: tumbar dos o tres de las plataformas actuales y terminar el resto, y así evitar la invasión del Parque de la Independencia con rampas y jardineras superfluas. Además, invitaría al Distrito a incorporar al proyecto los parqueaderos de Inravisión y del MAMBo, para hacer que el parque empiece en la calle 24. También dejaría de llamarlo Parque Bicentenario y buscaría la forma de recordar que este sitio fue un bosque sagrado para los Muiscas.

Desafortunadamente, para un nuevo proyecto con las anteriores características necesitaríamos que el Ministerio de Cultura actuara como protector del patrimonio, lo cual es una quimera en manos de la administración actual, empeñada en salir de lo que se le ha vuelto una minifalda a la que identifican públicamente como la comunidad, y en privado como unas señoras desocupadas. Por eso, antes de hablar de nuevos planes necesitaríamos un doble giro: un cambio de Ministra y permitirle a la nueva que con fondos del Ministerio le regale a su antecesora un crucero por algún mar lejano.

Desde luego, andemás de otra Ministra necesitaríamos otro contratista, otro arquitecto, otros abogados y otros medios de comunicación. Pero lo fundamental es otra cabeza para la cultura, en cuyo cerebro esté claro que una de sus labores es proteger el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad. Lo demás vendría por añadidura.

Mientras aparece esta nave del olvido providencial, asistiremos a más de lo mismo: abogados defendiendo el buen nombre de su cliente, eludiendo pruebas de inocencia y acusando al acusador; campañas publicitarias disfrazadas de información en la revista Arcadia; e inversiones del lenguaje como reclamar Detrimento patrimonial económico por haber invertido 17 mil millones en el Parque Bicentenario, en lugar de haber malgastado 17 mil millones en el Detrimento patrimonial cultural del Parque de la Independencia.

Juan Luis Rodríguez

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