Archivo del Autor: Germán Téllez Castañeda

La tragedia del Space

Respuesta a una pregunta del «test para constructores antioqueños»

Dado que no soy ni constructor ni antioqueño, y que mi respuesta se refiere a una sola de las 12 que formula lapidariamente Willy Drews sobre el tema ya tan olvidado (por repugnancia, tal vez) del edificio Space y su sombrío final, esta se debe tomar por lo que cada lector crea que vale.

Pregunta Willy Drews: [sabe usted] ¿si los gremios que agrupan ingenieros, arquitectos y constructores de Medellín se pronunciaron públicamente sobre este incidente y sobre la irresponsabilidad de los culpables? Mi respuesta es, obviamente, afirmativa. Y añado: en artículo publicado en Torre de Babel como comentario a un «suelto» aparecido hace unos meses en El Tiempo de Bogotá, expresaba mi incredulidad indignada al ver que una Sociedad de Ingenieros, y no recuerdo si de arquitectos también, antioqueños, a manera de pronunciación sobre el caso del Space había otorgado premios o distinciones al ingeniero presidente de la compañía CDO, constructora y vendedora del derrumbado proyecto y al arquitecto diseñador del proyecto. Luego sí hubo pronunciamiento de esa cruel y surrealista manera. Sobra añadir que en un rapto de lucidez, el ingeniero Villegas rechazó tan insólito y desafiante homenaje, y el arquitecto Forero, «quien también iba a ser premiado», no se presentó a recibir su parte de esa inverosímil premiación.

La SCA a nivel de filiales o nacional, no muy dada a pronunciamientos beligerantes sobre ningún tema profesional y menos en casos únicos como el del Space, sólo publicó, que recuerde, un inocuo comunicado pidiendo un compás de espera para las conclusiones de las «exhaustivas» investigaciones al respecto, o algo similar. Una vez realizadas éstas, ignoro si existe algún comunicado gremial al respecto. No conozco de algún «pañito de agua tibia» gremial y si este existe Willy Drews debe saber más que yo al respecto. Este es un tema sobre el cual es imposible mantener un criterio objetivo o fríamente profesional. Sólo puedo preguntarme si la rampante impunidad colombiana sacará adelante a los responsables del Space con algún breve rato de casa por «cárcel» y «aquí no ha pasado nada», «fue un accidente», «faltan pruebas», «las demandas no fueron correctamente formuladas jurídicamente», «los medios nos satanizaron», y el resto de la cantilena usual…

A la pregunta de Willy Drews sobre cuántos muertos habrían sido enterrados o cremados en Medellín si el Space hubiera estado plenamente ocupado en el momento del «éxito» de los cálculos estructurales del ingeniero Aristizábal, no puedo dar una respuesta adecuada. Me horroriza esa cifra abstracta, cualquiera que sea. No entiendo cómo un grupo de profesionales avezados de la ingeniería, la arquitectura, la construcción, la interventoría y hasta de las ventas promocionales y la publicidad comercial puede haber obrado de modo tan estúpido e irresponsable. Es un misterio poco explicable, el de la fe ciega en la tecnología y la ambición del dinero. El «Titanic» no se podía hundir, los puentes y viaductos NO se caen, las centrales productoras de energía por medios nucleares son perfectas, los jets comerciales no desaparecen, las estufas a gas no se incendian, volar como en caja de sardinas es más seguro que cruzar una calle, las Torres Gemelas de Nueva York resistían cualquier cosa menos al irónico impacto de un jet comercial que las redujo a escombros luego de un desplome exactamente igual al de un castillo de naipes hecho con dos barajas, etc.

* Imagen tomada de ABC.es

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Ortega y Gasset

Nota para Benjamin Barney y Ricardo Daza

Benjamin Barney, en su nota del 26 de junio, es lúcido y claro. A Ricardo Daza en su encendida respuesta en Torredebabel a Willy Drews y a mí, en cambio, lo aqueja aún cierta corbusianitis semejante a la que padecimos muchos hace unos 55 años(!). El virus parece muy duradero. Aclaro: Ricardo, aun en medio de su vasta erudición y riqueza referencial (la corbusianitis produce ese efecto a veces) se tomó excesivamente en serio mi alusión humorística e irónica, que no cientifista o proselitista, sobre el culto catecísmico actual a las ideas y la figura de Le Corbusier, asimilándolo a una de esas temibles gripas que atacan de cuando de cuando. No dije en mi nota  que me pareciera una plaga que hubiera que extirpar del pseudohigiénico mundo de las Facultades de Arquitectura colombianas ni tampoco sugerí prohibir hablar (mal o bien) del chamán de la Calle de Sévres. A decir verdad, no me importa mucho que digamos de cuál arquitecto, mediático, arquiestrella o desconocido, se hable en alguna Facultad de Arquitectura, pues eso no me concierne. Todos esos son préstamos ideológicos, no solicitados, de Ricardo Daza, a mi nota, pues no me preocupan en absoluto ninguna de las posibilidades, una, que se hable bien de Le Corbusier y, la otra, que se hable mal. Dije que personalmente había pasado de hablar bien en mi juventud del tema de Corbu a mi vejez, en la cual me doy el gusto sensual de hablar mal de quien fue mi ídolo. Decía Wenceslao Fernández Flórez, el humorista español, que “la juventud es una enfermedad que sólo se cura con el paso del tiempo”. Para mí, un corbusianista viejo es una curiosidad arqueológica. Pienso, además, que no es necesario predicar la resurrección de Corbu dado que no ha muerto como influencia y hecho histórico. Pero si alguien quiere intentar el milagro, adelante…

El entusiasmo de Benjamin Barney por un ideal de coherencia ambiental y de incorporación de formas y tradiciones del pasado a la arquitectura y ciudades actuales me parece, eso sí, mucho más a tono con la situación de hoy que la invocación de tono islámico del Corán Corbusiano. Aunque esas dos actitudes son idealistas y poco realizables ante la voracidad del capitalismo salvaje y el tsunami demográfico, ambas son indicios de que, de muy diversas maneras, algunos arquitectos, aparte de desplantes formales e “icónicos”, también piensan, reflexionan, leen y transmiten ideas (¡casi nada!). Una de las suras del Corán (el de verdad) dice: Mas aquellos que no creen, inútil será que los amonestes o no los amonestes. No creerán.

Benjamin Barney notó, igual que yo, los simplismos de muy vieja data traídos a cuento por Ricardo Daza y que estaban de moda en las Facultades de Arquitectura hacia 1955-62. El cuento torpe sobre los “buenos” y los “malos”, calificativos como de “spaghetti western” en los cuales los unos eran intercambiables con los otros, siendo abundantes las variadas interpretaciones de tan pueril clasificación. Nunca he escrito –como historiador– en el sentido de minimizar el papel histórico en Colombia de arquitectos como Fernando Martínez o Guillermo Bermúdez como tampoco el de Germán Samper, Rafael Obregón o Gabriel Serrano. Mi monografía sobre Rogelio Salmona, por otra parte, me exime de dar explicaciones sobre la diferencia entre una charla informal y divertida entre colegas y el estudio crítico y bastante más serio de obras y tendencias o influencias. Por otra parte, la crítica arquitectónica (y la teoría) se beneficiarían grandemente de cierta dosis de humor, de gracia y de ironía, para matizar la seriedad policial que la caracteriza.

Que haya evolucionado a lo largo de 55 años o más de los simplismos periodísticos sobre la fe corbusiana a pensar hoy que en la prosa polémica de Corbu hay tanto de brillantes y hasta hermosos y lúcidos momentos así como insoportables y reiteradas charlatanerías es mi propia historia pero no la de Ricardo Daza y mucho menos la de Benjamin Barney. Cada quien evoluciona a su manera. Hoy me parece lamentable la colección de ratoneras en Modulor de la Unité de Grandeur Conforme (¡vaya título grandilocuente y vanidoso!) de Marsella y sigo creyendo en la poética de la Casa Savoie (¡hasta su nombre, “Las Horas Claras”, es un indicio de voluntad lírica), pero el libro que hizo con el filonazi y colaboracionista Francois de Pierrefeu sobre teoría urbanística me sigue pareciendo una sospechosa estafa ideológica. B. Barney notó también el simplismo vagamente fascista del cuento chino de las 4 Funciones y del rigor como de derecha sobre las obligaciones ciudadanas destinadas a dar una imagen “impoluta” de la ciudad ideal. Todo eso es nada ante la dictadura que se avecina de los constructores de rascacielos, los invasores del espacio público, de los voraces inversionistas, de la lepra urbana del comercio desbocado. En alguna parte de mi biblioteca debo tener aún un elegante librito de la autoría de Le Corbusier en edición numerada que me obsequió Fernando Martínez, diciendo que “ya no le interesaba”: Poésie Sur Alger. El autopanegírico de sus propias propuestas, tan atractivas (entonces) como charlatanas (por absurdas) para más de media ciudad concentrada en un descomunal monstruo “icónico” de innumerables pisos y paquidérmico aspecto, en lugar de y encima de la multicultural y variada ciudad de Alger. El Santo remedio para una enfermedad urbana indeterminada. El orden cartesiano donde nadie lo estaba pidiendo ni lo podía poner en práctica, pocos lo requerían y menos aún podrían entender la quimérica grandeza de la lírica corbusiana. Con razón eso ya no le interesaba a un espíritu tan refinado como el de Fernando Martínez.

Una señal para Benjamin Barney: recomiendo la lectura de las obras completas de José Ortega y Gasset. Encontrarás ahí sabias reflexiones sobre el quehacer educativo, sobre arquitectura, urbanismo y su lugar en el mundo contemporáneo que son de sorprendente actualidad. Bellamente escritas, además: verás que no es que “dicen que recomendaba” lo del corazón y el cerebro o lo del escepticismo respecto de la enseñanza, sino que son varios sus lúcidos ensayos en los cuales se refiere a esos polémicos temas. “Sobre el estudiar y el estudiante”, “En el Centenario de una Universidad”, “Sobre el Amor” (el control intelectual sobre el sentimiento), etc.

Y otra para una cita de L.C. en el texto de Ricardo Daza: “patear” sólo es una buena traducción de “patauger” (francés) para algún traductor catalán. Es más adecuado y más preciso decir “patalear” o “chapotear”, como en el Diccionario Larousse. Los bogotanos, en invierno, chapoteamos en nuestra ingobernable y caótica ciudad y en verano, pataleamos. Los futbolistas serían los únicos que realmente patean.

En 1960 salió un número especial sobre Le Corbusier de “Architecture d’Aujourd’hui”. Con gran indignación mía de entonces leí una crítica feroz de un joven profesor francés que decía en alguna parte: ¿Qu’este-ce que vient nous vendre, cette espèce de Vignola moderniste? ¿Qué es lo que nos viene a vender este Viñola modernista? Ah, Ricardo Daza, el cuentero también existe en la historia francesa. Que no sepas a quién creerle es asunto exclusivamente tuyo. Yo no puedo contestar esa pregunta ya que no he pedido en ninguna parte que me creas a mí. Formulé la pregunta precisamente porque ignoro la respuesta.

* Foto de José Ortega y Gasset tomada de Culturamas.

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corbusier1

Le Corbusier ¿intocable?

Viniendo de un exdecano de la Facultad de Arquitectura colombiana que alberga al principal foco de corbusianitis aguda en nuestro vasto mundo académico, tu somera explicación del mito del hechicero del diseño urbano del siglo anterior es una bienvenida corriente de aire fresco. Te lo dice otro uniandino de muy vieja data, el cual padeció durante unos 10 años, aproximadamente, esa enfermedad entonces epidémica. Estos se extendieron a todos mis años de estudios de pregrado, de postgrado en París y de peregrinaje (más parecido a una solemne pérdida de tiempo) a las obras del «maestro» e incluso a la Meca del fanatismo de mi lejana juventud, el «atelier de la rue de Sèvres». Pero el descubrimiento de que existía algo que se llamaba «historia de la arquitectura» y del patrimonio construido europeo me curó para siempre del «shock» paralizante de la Unidad de Marsella, de Ronchamp, de La Tourette, e incluso, a pesar mío, de la Villa Savoie. Monumentos recientes, claro, pero que ya no me hablan al alma. Son simples referencias de historia o generadores de nostalgia por todo lo de épocas anteriores. Y ya no emocionan, exhibiendo, como una mujer anciana, más sus defectos (estéticos y constructivos) que su belleza exclusiva de una juventud desaparecida.

Te recuerdo la afirmación escrita mía en la monografía de la obra de Rogelio Salmona: las ideas de Le Corbusier para el centro de Bogotá se quedaron en el papel. Afortunadamente, Willy, afortunadamente. El «Grosser Bogotá» no podía tener lugar, así soñaran con él Laureano Gómez o Angiolo Mazzoni del Grande. En cierto modo, tu texto es una diatriba contra los sueños, las ilusiones o las esperanzas de una época, más que de un autor en particular. Una época que para unos no supo reconocer al Mesías de la Modernidad Urbanística y para otros le cerró el paso a las ideas más realistas o más realizables, o socialmente más indicadas, con o sin revolución salvaje de por medio.  

Por supuesto en la época tuya y mía la influencia corbusiana estaba prácticamente sola, dueña de todos los campos ideológicos. Apenas eran tímidamente premonitorias las presencias de los escandinavos, los emigrés europeos a los Estados Unidos, la samba arquitectónica brasilera, etc. La representación para Colombia de Alvar Aalto a cargo de Fernando Martínez vendría más tarde como un palo atravesado en la rueda de un corbusianismo que no pasó del Hospital de Venecia.

Dialécticamente te asiste toda la razón en tu perspicaz diatriba anti-Corbu. Históricamente, el asunto tiene otra cara. La validez del personaje y sus ideas, en ese caso, es puramente circunstancial. En la una, se impone el primero que llegue y el que venda específicos más hábilmente. No es posible negar que la de Le Corbusier fue una época de titánicas profecías, de arquitectura de papel, de dibujos y escritos, de manifiestos incendiarios y de respuestas de bomberos. Así debía ser y así fue y ella contiene su propia validez. A nosotros nos corresponde hallarla alucinante o fastidiosa. Dice la gran historiadora Barbara Tuchman: la historia no es lo que hubiéramos deseado que ocurriera, sino lo que ocurrió. 

Una de las preguntas que me hizo Le Corbusier sobre todos sus recuerdos de Colombia cuando lo visité en su cubículo del sacrosanto Taller de la calle parisiense de Sèvres, en 1959, fue: et alors, le plan de Bogotá, ¿ils le font? “El plan de Bogotá, ¿lo están haciendo?”. No supe qué decir. Siete o más años luego de su última visita a Bogotá, su Plan, del cual nada se hizo, había sido reemplazado por las propuestas de los «buitres», Wiener y Sert, quienes planeaban sobre toda Suramérica siguiendo los viajes y recorridos de Corbu, para caer tras él y apoderarse de cuanto contrato ofrecieran los distraídos lugareños.

Somos duros jueces de Corbu (perdón por lo confianzudo) pero, cuál era la alternativa en su época: ¿la continuación del eclecticismo agonizante contra el cual clamaba Adolf Loos? ¿Albert Speer, los nazis y los fascistas italianos de Mussolini? ¿La culinaria y pastelería estalinista? ¿Los sucesores de Sullivan y otros decorativistas americanos? Estos, nos gusten o no, son el contexto histórico contra el cual hay que volver a ver la claridad de «Las Horas Claras» o el misticismo turístico de Ronchamp, o la gracia de apuntes de viaje corbusianos en los cuales no hay mugre, pobreza, desorden urbano, sino el campo, milagrosamente instalado en la ciudad, olvidando, claro, que a su vez, la retaliación de la ciudad ideal fue la de invadir el campo… Y donde falta la Quinta Función urbana que los CIAM olvidaron, el Crimen. Y el orden cartesiano, las proporciones del Modulor, saqueadas a Fibonacci o prestadas a las Reglas de Oro.

En todos los pueblos de tu región natal (el Eje Cafetero) se recuerda mejor y más intensamente al vendedor de específicos, al «culebrero» y, por supuesto, al Cuentero que al médico, trabajosamente egresado de alguna facultad para ir a dar al Puesto de Salud, en un contexto socioeconómico donde funciona más el sobijo y el humo de tabaco que los antibióticos. La palabra evangélica y polémica de Le Corbusier bastaría para inmortalizarlo, a él, que no al cuentero que siempre llevó consigo. La discusión es en cuál anaquel de la fama arquitectónica debemos guardarlo.

Por mi parte, preferiría olvidar ese célebre charlatanismo corbusiano a propósito del centro de Bogotá: La calle y la manzana coloniales son bellas invenciones urbanísticas, a escala humana… Para luego, arrasar con toda esa realidad urbana que le parecía tan bella, en sus propuestas para el centro de Bogotá. ¿A qué y a quién habría que creerle?

* Imagen tomada de Periodista Digital.

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Space

De Bienales y homenajes: 2. ¿Homenajes?

El periódico El Tiempo publicó en la página 14 de su edición del miércoles 10 de diciembre de 2014 una crónica de su corresponsal en Medellín, Ana María García, con un gran titular: Por presión, constructor del Space no recibe homenaje. El subtítulo es no menos increíble: ingeniero Alvaro Villegas rechaza título de presidente honorario.

Ese rechazo, ¿fue obligado, por conveniencia o por estrategia política? ¿Es una equívoca “creación de imagen pública” o una sincera manifestación de intenciones compensatorias?

Semejante exabrupto no sería el primero ni el único. En semana anterior, el ingeniero Villegas fue objeto de una entrevista de página completa en el mismo diario por parte del conocido Yamid Amat, una versión escrita de uno de sus programas televisivos, con la actuación dramática del entrevistado, a base de las platitudes y medias verdades ya muy repetidas con las cuales trata de mitigar su obvia responsabilidad en la tragedia del edificio SPACE. De pronto, Amat le preguntó a su entrevistado si continúa teniendo comunicación con el ingeniero Aristizábal, el calculista del SPACE. Villegas contesta que no, que hace mucho tiempo no tienen ninguna comunicación (¡!) ni existe relación alguna entre ellos. Da la sensación de que escasamente lo conoce. Esto se explica: a estas alturas del drama, ¿qué le podría decir o reclamar Villegas a su calculista de cabecera? ¿O bien, qué puede decirle Aristizábal a nadie luego de su sucinta y sombría declaración judicial: Lo que se hizo (los cálculos estructurales en el SPACE) , ESTABA BIEN HECHO. ¿Y las más de 1.000 irregularidades, omisiones, errores y violaciones a códigos, márgenes de seguridad, nociones elementales de estabilidad y esfuerzos torsionales, ausencia de estimativos y refuerzos contra esfuerzos y presiones aerodinámicas, debilidad inherente de columnas, etc. etc. señalados en el informe de la Universidad de los Andes? ¿Quién es el charlatán en ese debate? El lema nacional sigue siendo: construir barato, vender caro, tener buenos abogados. Los usuarios no cuentan, excepto como fuente de dinero.

Pero el punto no es la terrible borrada con el codo del ingeniero Villegas, de toda una vida profesional y política hecha con la mano, ni su patética retirada defensiva hacia la oscuridad que rodea a los presuntos responsables. Desde el punto de vista de la relevancia de un homenaje a tan discutible personaje, la situación tan tonta e imprudentemente creada por una entidad gremial de su provincia, la Sociedad de Ingenieros Antioqueños, SAI, es hondamente agraviante para todos aquellos que entienden el significado ético de una distinción profesional. Esto es más que obvio al leer las últimas líneas de la crónica: EL TIEMPO intentó comunicarse con el presidente de la SAI, Diego Zapata, pero éste no pasó al teléfono. A falta de algo más surrealista, la SAI –de la cual era presidente el ingeniero Villegas desde el inicio de la obra hasta cuando se desplomó la torre 6 del SPACE– tuvo la ocurrencia inverosímil de otorgarle el título de presidente honorario, quizás como beligerante pero torpe reacción a la implosión que acabó con las peligrosas torres restantes del célebre conjunto residencial. Algo muy propio de Locombia.

Con razón anota una de las víctimas del SPACE, Carlos Ruiz: Lo raro es que a uno no le entregan un premio sin previo aviso. Parece cosa de un libreto, o algo muy estudiado, el cuidadoso rechazo del ingeniero Villegas al homenaje que le prepararon sus colegas antioqueños, haciendo caso omiso del impacto de este sobre la opinión nacional. El doctor Villegas sí vio el peligro de aceptar el homenaje y “desistió” de él. La débil justificación de que lo que se le premiaba al ingeniero Villegas eran sus “12 años de trabajo” (¿?) no convence a nadie, aunque no está claro si estos fueron al frente de su compañía, CDO, o en la SAI. O en ambas. Para la SAI, aparentemente, lo del SPACE nunca sucedió. O fue parte de un simple accidente en el largo y dedicado trabajo del ingeniero Villegas.

A los arquitectos nos concierne este párrafo de la crónica citada: la junta directiva de la SAI declaró que respeta la decisión del ingeniero Villegas de no aceptar nada… no sin antes reiterar su más profundo agradecimiento por la EXITOSA LABOR que han realizado los mencionados profesionales en beneficio del gremio. Añade Ana María García: Se refería tanto a Villegas como al arquitecto Laureano Forero Ochoa, quien (también) iba a ser condecorado. Vaya. Leer para creer. La pregunta es: ¿el arquitecto Forero renunció a su “diploma y aplausos” de la SAI, o los recibió de todos modos? También el arquitecto Forero arrojó sombras sobre su distinguida carrera profesional con el desastre del SPACE, quiera él esto o no. En décadas anteriores, Forero, un espíritu independiente, había decidido, como otros colegas suyos, defender y practicar la política de aceptar como nueva clase dirigente colombiana a los capos del narcotráfico y trabajar para ellos, invocando cierta libertad de escogencia de clientela. Bien visto el asunto, eso no sería peor que trabajar para políticos o entidades corruptas que son tan abundantes en el país. Ambas cosas, claro, eran a cual más ominosas e indeseables. Que entre el diablo y escoja no es una guía profesional recomendable.

La posición del arquitecto Forero en lo del SPACE es muy diferente de la de sus constructores y, ante todo, la de su silencioso calculista, el ingeniero Aristizábal, pero la sombra del SPACE acompañará desde ahora su existencia, con o sin responsabilidades profesionales de por medio. Esto es tanto más lamentable puesto que el arquitecto Forero ha sido un destacado diseñador, en su ciudad y fuera de ella. Pero, también se podría decir en su caso y bajo el baldón del SPACE: Dime con quién andas y te diré quién eres.

Unas palabras de elogio para la cronista García: ella destaca de modo generoso y prominente a las víctimas y desplazados del SPACE como seres humanos agobiados por una tragedia. En cambio, el ingeniero Villegas los ve, en su entrevista con Yamid Amat, como simples recipiendarios de un dinero suyo que ciertamente no pensó nunca en gastarlo a manera de compensación para abstractos e insignificantes compradores de las arquitecturas perpetradas por su compañía. Tremenda diferencia.

* Imagen del Space © CEET / Johan Lopez.

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Torres del Parque

De Bienales y homenajes: 1. Bienales

Según la pertinente nota de Willy Drews en Torre de Babel, las Bienales de arquitectura en versión colombiana sirven, paradójicamente, para todo, pero no sirven para nada. Serían tan originales, tan curiosas y tan inútiles como una rueda cuadrada o un dado esférico. Las buenas intenciones y sus presuntos efectos, benéficos o fatales, son todos ciertos, pero, del dicho al hecho… Willy Drews muestra cómo lo bueno y útil se pierde una y otra vez ante la dura realidad de las premiaciones deportivas en los eventos gremiales y la incapacidad (o algo peor) mostrada por muchos jurados cuya misión era la de materializar la benemérita misión de las Bienales, explicada en la cita del evangelio según Germán Samper: la divulgación mediática de lo que se hace en Colombia en materia de arquitectura excepcional o de chamboneo vanguardista, el show de formas construidas como de pasarela de moda en el vestir, la publicidad de lo construido en boca de todos (o al menos, de algunos), los inintelegibles e intensos debates, la hipotética contribución a la historia (¿o a los campeonatos?) de la arquitectura nacional, etc. Pero, a la historia de la arquitectura nuestra o de otras partes le sobran perfectamente las Bienales, las cuales logran alterar y artificializar un posible relato o inventario veraz de cómo ha venido ocurriendo esa difusa realidad de cómo destrozar el patrimonio, devastar el campo, inventar modas, copiar “estilos”, canonizar arquiestrellas, invitar profetas y adivinos extranjeros para que cada uno haga ostentación de los premios que ha ganado en su carrera, etc. etc.

Willy Drews habría requerido un extenso libro para hacer referencia a todos los episodios pintorescos, divertidos, indignantes o absurdos de las Bienales colombianas. Los hay de todos los colores y todos los calificativos éticos y morales. El jurado calificador de la II Bienal (1964) que aparentemente falló en no premiar el conjunto de apartamentos de “El Polo”, según W. Drews, acertó brillantemente al declarar el premio nacional desierto, según Juan Luis Rodríguez en su comentario al texto del primero en Torre de Babel. Ambas posturas son válidas puesto que vienen de dos orígenes conceptuales diversos y no tienen un campo de debate en común. La preferencia por lo estándar, lo práctico y lo funcional está a gran distancia de cualquier consideración formalista o estética. Lo uno no es “mejor” que lo otro. Es, simplemente, muy diferente. Willy Drews vivió la polémica desatada con ocasión de ese fallo como joven profesional. La postura dialéctica de J. L. Rodríguez es la de un observador crítico llegado al tema medio siglo más tarde. En ello hay una profunda diferencia.

Cabe recordar aquí la muy intensa discusión, en el ámbito del Congreso subsiguiente a la Bienal de marras, entre Eduardo Pombo –quien proponía impedir reglamentariamente que, en el futuro, se declarase desierto el Premio Nacional– y Hernán Vieco, quien leyó una sentida nota defendiendo el fallo “desértico”, que terminaba así : Depongamos nuestras actitudes beligerantes y con modestia aceptemos esta lección de arquitectura que el jurado de la Bienal nos ha dado…

No sorprende entonces la cita que hace el arquitecto Rodríguez de una entrevista de él con Francisco Pizano, miembro del jurado de la Bienal de 1964. Como el avezado político que es, Pizano declara no haber negado nada a nadie como jurado del Premio Nacional, incluyendo tácitamente en esto al dueto de autores del conjunto de “El Polo” (su exsocio en Domus, Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, recién graduado en la Universidad de los Andes) con el argumento de que es muy distinto negar algo a estar buscando algo diferente de lo que un proyecto como el del Polo podría haber representado. Esto, que suena más propio de abogados, tiene una explicación: Pizano, Gabriel Serrano o Serge Chermayeff firmaron como acta la decisión de declarar desierto un premio determinado, pero en ninguna parte de la misma dicen estar negando nada. Lo que sí afirman, explícitamente, es que estaban buscando –y no hallaron– algo esencialmente distinto del conjunto de “El Polo”: no un manifiesto estético sino, como dice J.L. Rodríguez, “otra cosa”, otro significado social y tecnológico de la arquitectura colombiana, otro sistema de valores críticos, otra significación del término “arquitectura”.

Esto recuerda inevitablemente el chiste del policía nocturno que encuentra un borracho que afirma una y otra vez estar buscando un llavero perdido, al lado de un farol de alumbrado público. A la pregunta de “¿Dónde se le perdió el llavero?” la respuesta fue “allá en ese otro farol que está apagado…”.“Y por qué lo busca aquí?”. La respuesta contundente: “…es que allá no hay luz…”.

En Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Inglaterra, China o Rusia, por ejemplo, no hay Bienales de Arquitectura, pero sí se hacen numerosas distinciones a diseñadores y soñadores destacados, se reconoce bien una labor de toda una vida y se cometen quizás menos errores e injusticias, pero se logra un nivel algo mejor en la selección de aciertos o errores respecto de lo que es o no es “buena, bonita y costosísima (o barata)” arquitectura y adecuado o corrupto urbanismo (a. gigantismo). Las Bienales son interesantes pero no son absolutamente necesarias. La arquitectura no se va a acabar si no hay Bienales en Colombia. La crítica internacional ha sido implacable con los Premios Pritzker, por ejemplo, que son lo más parecido que hay en el medio norteamericano al torneo nacional colombiano de arquitectura moderna. La única diferencia constatable entre las Bienales colombiana, ecuatoriana, brasileña o chilena es la de las tarifas hoteleras para los asistentes a estos eventos. De resto, se parecen como gotas de agua. El autor de estas líneas asistió a una de ellas como jurado en la categoría de conservación del patrimonio. En la primera reunión de juzgamiento, incluso antes de ver los proyectos competidores, el campeón suramericano de la restauración ya estaba escogido, por dos votos contra uno, incluyendo el del jurado que tenía la misma nacionalidad del proyecto premiado. El premio recayó en el trabajo de mayor área construida, aunque no necesariamente en el más meritorio. Vale decir, el tamaño físico como factor crítico, o como valor histórico y patrimonial, ni más ni menos.

Lo de la escogencia, polémica o diálogo de paz entre la estética y la técnica permite traer a cuento el aforismo del gran constructor de automóviles francés Ettore Bugatti: si algo se ve bien, trabajará bien. No habría que olvidar, eso sí, otra anécdota del mismo Bugatti: el propietario de uno de sus bellísimos autos se quejaba ante él de que su lujoso pero incómodo vehículo (¡como muchas obras maestras de arquitectura!) frenaba muy mal. Monsieur, repuso Bugatti, ¡mis autos no están hechos para detenerse con brusquedad sino para avanzar velozmente! ¡Ah! El tono de las arquiestrellas en boca de un fabricante de autos deportivos.

Tuve ocasión de presenciar una charla informal entre el jurado brasileño y uno de los colombianos de un Premio Nacional de Arquitectura a propósito del otorgamiento de tal distinción a un director de una oficina de planeación que “craneó”, como cabeza de un innumerable comité, la distribución general del nuevo campus de la Universidad del Valle (Zambrano, Cali), en vista de la dificultad para otorgarlo también a unas doce firmas y arquitectos independientes –es decir, la selección nacional de arquitectura moderna–, autores cada uno de un edificio de ese desigual y heteróclito conjunto educativo. Esto en sí no tendría nada de raro, si no fuese porque, en opinión de uno de los jurados colombianos, había que evitar a cualquier costo que la obra más destacada entre las presentadas fuese premiada: las Torres del Parque de Rogelio Salmona. Lo dicho entonces por otro de los jurados, el entonces presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y flamante comprador de dos apartamentos en tan célebre conjunto, fue : …es que lo de Salmona es arquitectura para ángeles… Lo de la educación superior, es decir, lo social, es más importante… En suma, el debate de siempre, el que invoca Juan Luis Rodríguez en su comentario al reclamo de Willy Drews. Y otra vez la voz de Hernán Vieco: …este fallo no es a favor de Peñalosa y UniValle sino en contra de Salmona…

El océano de construcciones de acción social en cualquier ciudad (un lado del debate) es, para ciertas sensibilidades, horrible y aterrador pero la “obra maestra” de arquitectura (el otro lado) seduce con su presencia las minorías sociales y culturales, aunque a veces su uso sea sospechoso, v.g. el Capitolio Nacional. ¿Cómo comparar lo uno con lo otro? ¿Cómo comparar un proyecto que soluciona una crítica situación social con otro diseñado para una hipotética inmortalidad cultural?

Una Bienal se presta para cometer injusticias, errores, descuidos y para disimular compadrazgos y amiguismos. La injusticia implícita o presente en todo proceso de selección, el error producido una y otra vez al designar lo inepto como ejemplar y desechar lo meritorio por no pertenecer a una “tendencia” determinada estarán siempre, por naturaleza, presentes.

Y algunas veces, pocas pero fascinantes, habrán motivos de festejo al enmendar flagrantes equivocaciones y distinguir con un premio nacional, disculpas vergonzantes de por medio, una obra maestra de arquitectura colombiana como son, digamos, las Torres del Parque.

* Imagen tomada de la revista Axxis.

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WUF7 Medellín

WOOF! WOOF!

En inglés dialectal antiguo: trama o textura. Un “woofer” era un tejedor. En inglés moderno: onomatopeya del ladrido canino y por extensión verbal de los significados del mismo orden, apodo técnico –woofer– otorgado a los altoparlantes que emiten sonidos de tonos graves o bajos.

No deja de ser curioso que el Foro Mundial Urbano (WUF!, por su sigla en inglés, World Urban Forum) suene igual que la versión sajona # 1 de un ladrido: Woof! Wuf! La #2 es Wow!, o en español, guau! Durante una semana y también desde meses antes de esta,  la más intensa –y extensa– campaña publicitaria y propagandística en periódicos, revistas y televisión que se recuerde de algún evento urbanístico en la historia del país, superó por amplio margen aunque temporalmente a la del Mundial de Fútbol en Brasil. El tema del evento del WuF!, organizado, por supuesto, en Medellín, eran todos, vale decir, TODOS los temas urbanísticos posibles. Explico: un enorme porcentaje de habitantes del planeta tierra vive en ciudades y pueblos. Toda su existencia teórica o real, sus problemas, sus necesidades, su comportamiento social, gira en torno a su condición urbana y, consecuentemente, otro enorme porcentaje de su vida misma y actividades cotidianas está condicionado por su entorno físico. Se dirá entonces, en vano, que tratar de abarcar TODO lo que son los problemas o soluciones de los miles de ciudades en el mundo en un solo y breve evento “divulgatible y extensionable a todos los públicos” (novísimos vocablos periodísticos inventados al calor de las entrevistas) es presuntuoso y que los resultados “apretarán poco” o casi nada. Entonces, el WuF! de Medellín o de cualquiera otra ciudad, ¿sí habrá sido todo lo que dicen que fue su propaganda o sus “relaciones públicas”, o caben muchas dudas al respecto?

En 1924, el notable arquitecto francés Pol Abraham, contemporáneo de Le Corbusier, escribió en la revista L’Architecte :

Visiones sanas, ideas justas, verismos presentados como
revelaciones, diluvio de lugares comunes en estilo de
paneles publicitarios, mucha metafísica para llegar a
las nociones más elementales…

Imposible un resumen más sucinto de un evento de astronómico costo y resultados predecibles, preestablecidos, previamente divulgados y sin ninguna verdadera novedad, receta mágica ni esperanza salvadora para nadie, excepto, claro, para los organizadores del próximo evento WuF! ¿Qué observador en su sano juicio logra asistir, observar o analizar cientos de posibles y parciales triunfos o fracasos urbanísticos, además de tal cual “éxito” autocalificado como tal en el curso de unos 4 días? ¿Quién, que no esté mal de la cabeza, resiste 40 horas o más de peroratas sobre inequidad, medio ambiente, sostenibilidad (?), vialidad, barrios marginales, transporte masivo, servicios públicos o falta de ellos, planes teóricos más o  menos inaplicables para cuanta finalidad se le ocurra a planificadores, políticos, promotores o urbanizadores y de cuyo fracaso se ocupan otros ídem de diferentes intereses no siempre claros, o bien caen en manos de la delincuencia de cuello blanco y/o de cuello sucio?

Es bien sabido que la finalidad última de eventos como el del Wuf en la capital antioqueña es, en realidad, la de preparar el próximo Foro o congreso de dicha entidad, en una espiral ascendente de costos y beneficios para grupos relativamente limitados en número. El evento WuF! de Medellín se autocalificó, al igual que todos los anteriores a este, como “el mejor” de cuantos han ocurrido en otros países y ciudades casi tan dinámicas como Medellín. Con este otro campeonato a nombre de la capital antioqueña, esta avanza en el ranking mundial de no se sabe muy bien qué. Lo que resulta mucho menos claro es cómo se establece que un evento WuF! es mejor o peor que otro. ¿Que el de Medellín sea, a la fecha, “el mejor” significa que los anteriores son necesariamente peores que aquel? ¿Se aplica puntaje por costo, número de asistentes, número de conferencistas, número de “estrellas” de la planificación o del surrealismo urbanístico presentes, para recitar cualquier cantidad de sus acostumbradas platitudes, profundas elucubraciones o insoportables charlatanerías? No menos de 36 páginas completas, incluidas 4 separatas, en el diario El Tiempo de Bogotá dan fe de los interminables recursos económicos de los cuales disponen los organizadores de estos eventos, pero no mencionan en ningún momento cuantos millones le costó a Medellín y a Colombia ese insólito aquelarre de ciudades.

Faltó en el WuF! el valioso aporte de Kid Pambelé, el eminente boxeador colombiano, campeón mundial en su momento, al igual que Medellín, con su brillante y sucinta constatación socioeconómica: …Es mejor ser rico que ser pobre. En cambio, entre la plétora mundial de sabios presentes, vino a Medellín el Sr. Stiglitz, Premio Nobel por añadidura. Este vino en plan turístico que no excluía la visita ritual al engaño arquitectónico-cultural de la biblioteca de Drácula (España) y, al otro extremo de lo cultural, el logro muy elogiable de la excelente restauración que alberga el Museo Botero y, de paso, para repetir ante un público crédulo y expectante sus nociones catecísmicas sobre sostenibilidad, inequidad, desarrollo (?), pobreza, etc. que sonaron prácticamente iguales a las de otras varias docenas de conferencistas sobre los mismos temas  en este y otros muchos eventos del mismo género.

Tres notas al margen. Primera: de pronto, entre la miríada de voces pseudocientíficas o de verdad de panelistas, conferencistas o recitadores de chistes de urbanismo, un solitario disidente habló en las páginas de El Tiempo y en la televisión de un tema tabú en estos eventos. Dijo, en esperanto técnico, que había que ponerle estética al asunto de las ciudades. Que a las ciudades, especialmente las ciudades actuales, les faltaba la dimensión estética. Como si la estética urbana fuera una especie de ungüento aplicable a “las ciudades” como quien usa un bloqueador de rayos solares o un desodorante. Como se recordará, un ungüento no tiene una dimensión fija. Tan interesante aspecto urbano fue muy breve y confusamente tratado y se perdió entre la maraña de problemas de todo orden que debía tratar el conversatorio de esa avanzada hora. Es lamentable pues existen numerosas ciudades en el mundo entero a las cuales les vendría bien una buena capa o “mano” de estética de la buena. La otra, la antiestética, está por todas partes pero hemos aprendido a vivir y tratar con ella y no nos pasa nada.

Segunda nota: de pronto, surgió en el WUF! de Medellín, viniendo de las brumas del pasado, (años 70-80 del siglo XX) un discutido teorista del urbanismo y la arquitectura que ha venido descendiendo recientemente en la exigente escala de los prestigios publicitarios: León Krier, considerado un retrógrado por los progresistas y un progresista por los retrógrados, en razón de sus conatos de amalgamas de lo ecléctico tipo arquitectura nazi con lo futurista. La pregunta de qué podría aportar al WUF! de Medellín un personaje con visos de obsolescencia ideológica solo vino a tener respuesta cuando en una de las varias “separatas” periodísticas sobre el evento Krier concedió una entrevista. Trató, sin lograrlo en gran medida, de explicar sus rígidos intentos de conciliar el pasado y el futuro en las arquitecturas y las ciudades –ilustrados en sus libros con ominosos dibujos surrealistas a la manera de la primeras épocas de Giorgio de Chirico–, aunque sin el brillo elocuente, la claridad misionera ni la imposición dictatorial de Le Corbusier. El asunto era claro, Krier había venido a Medellín para ser entrevistado, pero no logró ser tan arbitrario ni tan confuso ni tan charlatán, por ejemplo, como el nefasto señor Eisenmann quien le anunció a su breve paso por Bogotá, a los indiecitos locales, cómo debía ser un verdadero edificio de oficinas, garantizadamente icónico. Las declaraciones y propuestas de Krier fueron del tono y validez de la famosa y acertada recomendación popular de que, para efectos de cazar leones, se debe comenzar por ir donde los haya.

La tercera nota se refiere a los interesados en el origen de la cita de Pol Abraham: es tomada de la devastadora crítica de éste a los textos del librito de Le Corbusier “Hacia una Arquitectura”, publicada en la recopilación de la obra de Abraham por el Centro Pompidou, París, Francia, 2008, pág. 98.

Woof! WuF!

* Foto © de Cámara Lúcida

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