Alberto Saldarriaga: arquitecto y escritor

Por: Ana María Álvarez

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Hace poco que llegué a Colombia y para situarme en el lugar empecé a investigar qué había pasado durante la última década en cuestión editorial y, puede que se trate de una tendencia mundial, he visto que se ha pasado de libros de teoría a monografías: libros específicos sobre un arquitecto, más coffee table books. Me llama mucho la atención porque creo que hay muchos huecos.
¡Muchísimos!

¿Es que no hay arquitectura que valga la pena investigar, analizar y publicar?
No hay editores, que es otra cosa. En cuanto a revistas, solo queda Escala, sin contar las de decoración.

Está la revista El Arquitecto, de la SCA.
Es una que intenta ser algo. Proa desapareció. Con mi experiencia en el mundo editorial –he publicado mucho– podría decir que hay material para publicar; el problema es que no existe, por una parte, dónde se haga y, por otra, quién lo financie. Ha habido muchos esfuerzos editoriales y creo que la última década ha sido sumamente buena en cuanto a cantidad y a calidad, en términos editoriales, si se compara con los años anteriores; lo que pasa es que toda esa producción es invisible. Un gran ejemplo es toda la línea de libros universitarios: hay mucha publicación y casi todo viene de los posgrados. Entonces por eso hay tantas monografías, tanto tema puntual, más de historia. La maestría de Historia y Teoría de la Universidad Nacional ha publicado mucho pero son libros con buen contenido pero con poca calidad editorial.

Pero estos libros no salen de la universidad.
El problema del libro universitario es que permanece dentro de la universidad.

No solo eso: lo que se alcanza publicitar por fuera es imposible de conseguir, ver, o comprar. En el SAL del 2013 se estaba promocionando el libro de Jorge Ramírez sobre los 15 años de esos seminarios, un libro pequeñito y que tenía buena pinta, y no he podido comprarlo: en la librería de la universidad no está y creo que solo lo venden en una librería en Bogotá.
Es eso: producción hay, lo que no hay es distribución. Hemos publicado unos cuatro o cinco libros de arquitectura en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y al menos sé que están en la tienda de la universidad. El antiguo Instituto de Cultura y Turismo, el Instituto de Patrimonio de hoy en día, comenzó a publicar monografías sobre arquitectos y sobre una serie de arquitecturas como el Cementerio Central y el hospital San Juan de Dios; esa es una producción muy buena que es imposible de conseguir, con buen contenido y una buena calidad editorial. Villegas Editores, con quien colaboro frecuentemente, ha hecho varios libros con temas de arquitectura en formato de coffee table books y se incluyen textos que sustenten el contenido. El último que hicimos es un libro de gran formato sobre Bogotá, con abundancia de textos, planos y fotografías.La Universidad Javeriana, la Nacional de Bogotá, la de Medellín y la de Manizales, la Tadeo, la del Valle, o los Andes: todas tienen editorial y producen libros. La revista de arquitectura de los Andes –Dearq– es de muy buena calidad, al igual que los libros, que tampoco salen de la universidad. Deberíamos contar, entonces, con una librería universitaria de arquitectura. Pero hay que tener en cuenta que mucha cosa se vende por internet.

Pero estas editoriales, con este tipo de producto, van a un público muy específico que es el universitario, ni siquiera se dirigen a arquitectos.
Eso no es del todo cierto. El libro sobre Arturo Robledo publicado por el Instituto de Patrimonio es un libro excelente, creo que es de lo mejor que se ha hecho como monografía de arquitectura, con una investigación de archivo excelente. El mismo Instituto publicó el de Enrique Triana y el de Gastón Lelarge. Los Andes publicó un libro sobre Ernesto Jiménez, etc. El libro que publicaron en Barcelona sobre Daniel Bermúdez, “4º latitud norte y 2.600 metros sobre el nivel del mar” (Lunwerg Editores, 2011), es otro buen libro monográfico. Cuantitativamente, la producción ha sido estupenda en la última década, pero falta más sobre historia de la arquitectura; el libro de Silvia Arango sobre la historia de la arquitectura en Colombia se publicó en 1989 y no se ha vuelto sobre él. Falta también historia del urbanismo, aunque hay libros muy buenos de historia urbana como los que ha sacado Germán Mejía con la Javeriana sobre Santafe, o Sandra Reina sobre los pueblos indígenas.

Son libros poco atractivos para lectores no expertos en el tema. ¿Puede ser que no hagan falta?
Sí hacen falta. Lo que pasa es que no hay quien los haga porque no hay medios económicos.

Si cuantitativamente, no cualitativamente, hay quien produzca este tipo de libros, ¿por qué no hay quien los pague? ¿Por falta de demanda, de público?
No, no creo en eso, creo que el público hay que construirlo. Aquí había un público que compraba muchos libros de arquitectura y todavía unas pocas editoriales independientes sacan libros de arquitectura que tienen sus compradores, oficinas de arquitectura sobre todo. Materia prima para escribir hay mucha: en Cartagena, en Manizales, en Cali. En fin, investigadores hay y muchos y producen.

Entonces, ¿qué pasa?
Ahí está el tema.

¿Puede ser que a los editores no les alcanza la plata o están seguros de que no se va a vender?
Escala es una empresa que se ha movido bastante, con un presupuesto ajustado pero con la ventaja de tener su propia imprenta. La muerte de David Eduardo Serna ha sido un golpe muy duro. Ospinas y Compañía publicó un libro con su historia y sus proyectos; hay otras empresas de este tipo que han publicado sus trabajos con cierta calidad editorial. Vuelvo a decirte: producción hay, mucha, muchísima, de calidad conceptual y editorial, bastante buena, en la mayoría de los casos. Puedo decir que las tesis de maestría que se han publicado en la Universidad Nacional son más que decorosas, a veces tesis laureadas, pero eso sí: el problema del libro universitario es que yace en los depósitos de las universidades.

¿Será por una cuestión de forma, que son libros que no son atractivos para ponerlos en una librería tradicional como la Lerner, por ejemplo?
No estoy seguro si en la sala Colombia de la Lerner se consiguen todos estos libros que hemos mencionado, pero en todo caso se consigue bastante. Ahora: se están publicando varias series sobre temas de patrimonio; sería el caso de Letrarte, por ejemplo, que ha publicado una buena colección.

Es como si fuera una sociedad muy endogámica.
Es posible, sí.

Me estás abriendo los ojos a estos libros pero no se ven, no se habla de ellos, no es fácil encontrarlos. No están por internet que es el primer lugar para buscar. O puede ser que la preocupación en las universidades sea la indexación, lo que puede hacer que cuantitativamente haya millones de artículos que cualitativamente no valen la pena.
Ese es un virus de la educación superior. Un libro no vale lo mismo que un artículo, por lo que la gente se dedica a escribir artículos para tener puntaje e indexación y los libros pasan a un segundo plano. A mí, como facultad de Artes y Diseño de la Tadeo, y por motivos de contenido gráfico, me convienen más los libros que los artículos. Además, las revistas en las que se publican esos artículos son aburridísimas. Pero ese es el karma de la educación superior en el mundo. Aquí hubo varios intentos de tener librerías de arquitectura; hace años ya, Marta Barrero, junto con otros, montó una librería en el primer piso del edificio de la SCA y tuvo que cerrarla, y eso que traían libros latinoamericanos.

Si hay gente que los produce y hay el espacio para hacerlo, ¿cuál es el problema?
Falta de incentivos.

Volvemos a lo mismo. Se puede hacer un libro pero sin distribución no llega a ninguna parte.
Eso se aplica en alto grado a la producción regional y local diferente de la de Bogotá. En la Nacional de Medellín, por ejemplo, hace poco publicaron en formato de libro la tesis doctoral de Luis Fernando González. Es un libro muy voluminoso, con un contenido importantísimo que merecía una buena edición en color, ya que el documento de la tesis doctoral tenía casi todas las ilustraciones en color.

Seguramente les costaría el triple. Sobre todo, para lo poco que creen que venderán. Puede ser que el tema sea ese: falta de editores que sepan de arquitectura.
El editor es un gestor que tiene el buen juicio de saber cuando un libro es bueno, cómo se edita bien, cómo y dónde se distribuye bien. Todos los libros que hace Villegas Editores, por ejemplo, salvo los de formato pequeño, son financiados por empresas; así, puede sacar cuatro o cinco libros de gran formato al año, todos financiados, y además tiene una serie propia de libros de pequeño formato. En esa colección publiqué el libro “La arquitectura como experiencia”, que fue cofinanciado con la Nacional, fue un éxito editorial y se vendió totalmente. Ya no lo tienen en ninguna librería. En definitiva, materia de trabajo hay, hay buenos investigadores, la masa está lista para hacer el ponqué, el problema es: ¿quién lo cocina?

Quien cocine necesita también plata para poderlo hacer y el tema está por ahí. Entonces el problema es económico: puede existir el editor que quiera hacer los libros con temas que valgan la pena.
En España, ¿cómo funciona? Porque allá hay muchas editoriales de arquitectura. Estaba Actar, ¿no?

Actar está totalmente quebrada, había comprado una editorial alemana y se había convertido en la editorial de arquitectura más grande del mundo; tenían una librería espectacular, muy bien curada, pero la cerraron también. No hay librería ni editorial. También está la Gustavo Gili que sí funciona y muy bien, pero la revista 2G ahora solo es digital. Las editoriales que quedan han preferido seguir con coffee table books porque tienen más público y pueden tener la seguridad de que vendan los libros. La gente quiere tener un libro bonito en su mesa, es lo que se ve en las revistas de decoración. El Croquis aún existe pero en este caso el público es restringido, solo arquitectos, y es costoso. Las revistas de Arquitectura Viva siguen, son revista libro y tienen su público. Desde la crisis española, muchas editoriales están haciendo monografías digitales, como una copia digital a El Croquis.
Aquí está A57.

Pero en A57 ya no producen contenido, mueve la agenda arquitectónica del país. Por otro lado, me interesa que nos salgamos de la endogamia arquitectónica, y no soy muy fan de las revistas ni de los libros que sacan las facultades por esto mismo: porque son contenidos para arquitectos, un ladrillo que nos cuesta a nosotros mismos leerlo. Me parece mucho más interesante que la gente de la calle conozca sobre arquitectura y urbanismo. Por eso me gustan los coffee table books, en este sentido.
Sí, en ese sentido, en los libros de Villegas, por ejemplo, se prestan para un público amplio, salvo por su costo.

El año pasado publicaron un estudio de la Javeriana con otras universidades del país sobre el “no saber escribir”. Estos libros de los que hablamos no solamente son un ladrillo sino que no se entiende lo que está escrito.
Sí, algunos están mal escritos. Y a veces se usan unos lenguajes medio abstrusos.

El estilo de cada uno hay que respetarlo; pero de ahí a que se entienda, es complicado.
A mí me critican mucho porque yo escribo legible. Que escribo muy fácil, que la gente me lee fácil.

¿Y eso es un problema para los editores o para los lectores?
Para algunos críticos. Supuestamente uno debe escribir complejo.

Seguramente es muy complejo lo que está ahí, lo que pasa es que se entiende. Es un problema de lectura y escritura que viene desde el colegio, y es muy grave.
Pero las facultades de arquitectura se especializan en evitar la escritura. Cuando yo dirigí el área de teoría de los Andes, hice toda una campaña de alfabetización. Y lo logramos. Los estudiantes escriben, o escribían, y bien. Y tuvimos tanto éxito que no nos querían porque estábamos pervirtiendo a los diseñadores, que deberían ser puros.

Me han contado que ahora les piden un ensayo de media página a los estudiantes de pregrado y se niegan a hacerlo porque no hay tiempo.
Vamos a abrir una maestría en arquitectura en la Tadeo y me gustaría incluir una electiva sobre arquitectura y escritura. Es que a nivel maestría es muy grave que no sepan escribir.

A todo nivel. Yo también pasé los 5 años de la carrera sin escribir una sola línea, y cuando uno sale de la carrera y se va a presentar a un concurso no tiene ni idea de escribir para presentarse, o si uno hace un proyecto para un particular también hay que escribir una memoria para presentar unos papeles a una curaduría. No sé cómo completan un portafolio.
Es un error universal. En las universidades, el principal problema es la lecto-escritura y no solo en arquitectura. Es un problema generalizado.

Hace poco leí en un blog español esta historia: una periodista especializada en arquitectura entrevistó al arquitecto que hizo el diseño interior de un edificio muy importante de Barcelona, la nueva sede del FAD; el arquitecto hizo un comentario sobre la casa de los Eames, que le gustaba mucho, y la periodista escribió que a este señor le gustaba mucho la casa de los Sims, el juego de computador, una arquitectura que no tiene nada que ver con los Eames.
No puede ser… O mejor dicho, sí puede ser…

Si alguien se especializa en arquitectura, ¿cómo no sabe quienes eran los Eames? O al menos pedirle una aclaración al entrevistado. A este arquitecto le han tomado del pelo por las redes sociales diciendo que a lo mejor lo que dijo fue que le gustaba la casa de los Simpsons y ahora le daba vergüenza admitirlo. El nivel es muy malo.
La maestría en la Tadeo tiene como subtítulo “Arquitectura en contexto” para ampliar el campo de estudio del proyecto. Muchos arquitectos se pasan la vida mirando el proyecto y se les olvida dónde está localizado y con qué se relaciona. Hay tres líneas de investigación: ciudad, cultura y comunicación. El campo es exigente porque no es “hacer monos”, hay que leer y escribir fuertemente. No tenemos todavía doctorado en la Tadeo pero tenemos una experiencia investigativa importante y vamos a tener como profesores, de aquí a dos años, por lo menos cuatro o cinco doctores.

La Tadeo ha dado un salto cualitativo muy grande.
Se está tratando de dar y bastante fuerte. Acabamos de empezar las obras del edificio de Artes de la Tadeo, en la calle 26 con carrera 5, en un lote grande, entre las Torres Blancas y la Biblioteca Nacional. El diseño que ganó el concurso es de Ricardo Larrota. Esperamos que a mediados del año entrante se acabe el edificio, que será una buena obra de arquitectura.

Viendo esto, se puede decir que las prioridades son otras: hay plata para desarrollar proyectos, pero es más importante hacer un edificio que sacar un libro.
En la Tadeo, como ya te dije, hemos publicado varios libros de arquitectura. El edificio es una necesidad prioritaria. Ambas cosas son compatibles. Por otra parte, por ejemplo en Medellín hay editores como los Mesa, que hacen una labor independiente muy importante, por fuera de las universidades.

Creo que tienen libros formalmente muy bonitos.
Muy atractivos, sí; el libro de Archipiélago de Arquitectura es muy interesante. Son libros divertidos, ellos son ingeniosos. Y casi todo es autofinanciado o buscan financiación.

¿El problema es económico porque no hay público? ¿O no se ha buscado ese público?
No, el público hay que construirlo. En definitiva: sí hay materia prima, sí hay gente que pueda hacer los libros, lo que no hay es el impulso para arrancar.

El reto es económico. ¿Qué puede hacer un espacio como Torre de Babel para que estos proyectos puedan existir?
Primero que todo difundirlos. ¿Por qué no “anunciar libros”?

En TdB estamos haciendo un cambio importante, a nivel de forma y de contenido. Finalmente: dos preguntas. ¿Cuáles son tus tres libros de cabecera, que lees y relees, de arquitectura o urbanismo, que recomiendas porque son parte de tu biblioteca personal?
El libro que más me gustó durante muchos años fue “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. No lo he vuelto a leer, son cuatro libros, pero recuerdo que me pareció un ejercicio maravilloso sobre muchos temas a través de cuatro personajes. Es fascinante, como literatura y como todo. Este me marcó por muchos años y lo leí y releí en español y en inglés. No soy muy fiel a los libros y he leído tantos libros que no es fácil traer tres a la cabeza. “El nombre la rosa” de Umberto Eco podría ser otro, por lo divertido, con película incluida. De Buckminster Fuller me acuerdo que hay unos libros muy divertidos, pero “I seem to be a verb” sería el que podría nombrar; un libro totalmente loco, de frases sueltas, publicado en la década de 1970 (cuando los editores se enloquecieron y hacían cosas divertidas). Pero, sobre todo, soy un calvinista impenitente. Quiero decir que aprecio muchísimo todos los libros de Italo Calvino.

La última pregunta no tiene que ver con libros sino con Bogotá: hace más de 10 años, con Antanas Mockus con su cultura ciudadana, todos aprendimos a cruzar por el paso de cebra, los carros iban por su carril, los andenes eran para peatones, no botábamos basura en la calle, y además podíamos dar un visto bueno o malo a otro conductor o transeúnte. ¿Qué pasó? Han pasado más de 10 años y esta “cultura” no se transmitió de una generación a otra.
No, no se transmitió. Se transmitió más en la ciudadanía que en las administraciones. La ciudad ha caído en un deterioro bárbaro.

¿Qué pasó con esa cultura ciudadana? ¿No fuimos capaces de arraigarla, de interiorizarla y pasarla a la generación siguiente?
No alcanzó a consolidarse. Después de Mockus vino Lucho Garzón y se debilitó, aunque este no causó tanto daño pero se perdió el hilo conductor. Después todo se vino abajo.

Necesitábamos muchos más años para que ya hiciera parte del subconsciente colectivo. Por otro lado, Medellín hoy es una ciudad fantástica.
Exactamente: hoy. Porque el alcalde Sergio Fajardo tomó un poquito de Pascual Maragall de Barcelona, un poquito de Antanas Mockus, un poquito de Curitiba; tomó lo mejor de cada cosa, le sumó una buena autoridad y un excelente equipo de trabajo.

Ahora tienen unos problemas de delincuencia altos.
De mucha violencia.

De todas maneras, es una ciudad muy amable, agradable y confortable.
Descubrieron el espacio público, que no había.

Pero aquí en Bogotá hay espacio público y pareciera que este no es el problema. Es más de cultura.
La desmotivación es el tema. La ciudadanía bogotana se desmotivó completamente porque no tienen referente. Bogotá necesita un Mockus urgente y con mano dura.

Pero ahora no hay una figura de ese tipo, que pueda removernos de nuevo.
No, Mockus es de esos personajes que son únicos. Incluso preferiría a Peñalosa en este momento. Por ahora el problema es salir del amigo Gustavo Petro, que está atornillado al puesto, y ver quién comienza a remediar esto. Fíjate lo curioso: Clara López, con el poco tiempo que estuvo y todas las críticas que recibió, fue una alcaldesa muy buena en solo cuatro meses. Sumamente buena. Pudo componer temas que estaban muy descompuestos. Me parece una política regia, que tiene correa. A Bogotá hay que rehacerla.

Me llama mucho la atención que todo lo que habíamos aprendido no continuó en el tiempo.
Quedan pocas cosas pero, en general, la gente se volvió agresiva nuevamente, descuidada, pero para mí todo es un problema de motivación, la ciudadanía está totalmente desmotivada.

Algo así como ¿para qué hago esto?
Desde arriba me están dando el mensaje de que no hace falta, para qué hacer algo. Una ciudad necesita liderazgo.

Por otro lado, en cambio, en el campo artístico la diferencia con hace 10 años es enorme: más museos, galerías de arte, eventos internacionales y nacionales, casi no alcanza el tiempo para ver y disfrutar todo, gran cantidad de obras de teatro, cine.
Por eso, fíjate que, sin perder las esperanzas, creo que no es tan difícil rescatar esa voluntad hacia Bogotá, la gente añora esa cultura ciudadana. Petro había amenazado que Mockus iba a ser su asesor en cultura ciudadana y al final no salió con nada. Mockus debería ser alcalde a perpetuidad.

Pero si fuera candidato de nuevo, ¿la gente lo votaría?
La tontería que hicieron en las elecciones pasadas fue grandísima: Peñalosa iba a ser el alcalde, respaldado por Mockus y por Garzón; a Peñalosa le dio por aliarse a los uribistas y Mockus llegó hasta ahí con él. Luego decidió lanzarse con Gina Parody y obviamente no llegaron a ninguna parte. Si no se hubieran dividido, Peñalosa sería el alcalde y estoy seguro de que nos hubiera ido mucho mejor. Y Petro lo que hizo fue pescar en río revuelto.

Hay muchos bogotanos que me han dicho que votaron por Petro porque cuando estaba en el Senado era bueno.
Era muy bueno.

Pero una cosa es estar al otro lado del mostrador y otra es administrar la tienda.
Peñalosa dijo una frase célebre en este sentido: “Petro no es capaz de administrar ni un parqueadero”. No tiene ni idea. Y las personas buenas que eran sus colaboradores se han ido retirando. En la oposición le iba mejor.

* Foto tomada de la página web de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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