Archivo por meses: diciembre 2014

Space

De Bienales y homenajes: 2. ¿Homenajes?

El periódico El Tiempo publicó en la página 14 de su edición del miércoles 10 de diciembre de 2014 una crónica de su corresponsal en Medellín, Ana María García, con un gran titular: Por presión, constructor del Space no recibe homenaje. El subtítulo es no menos increíble: ingeniero Alvaro Villegas rechaza título de presidente honorario.

Ese rechazo, ¿fue obligado, por conveniencia o por estrategia política? ¿Es una equívoca “creación de imagen pública” o una sincera manifestación de intenciones compensatorias?

Semejante exabrupto no sería el primero ni el único. En semana anterior, el ingeniero Villegas fue objeto de una entrevista de página completa en el mismo diario por parte del conocido Yamid Amat, una versión escrita de uno de sus programas televisivos, con la actuación dramática del entrevistado, a base de las platitudes y medias verdades ya muy repetidas con las cuales trata de mitigar su obvia responsabilidad en la tragedia del edificio SPACE. De pronto, Amat le preguntó a su entrevistado si continúa teniendo comunicación con el ingeniero Aristizábal, el calculista del SPACE. Villegas contesta que no, que hace mucho tiempo no tienen ninguna comunicación (¡!) ni existe relación alguna entre ellos. Da la sensación de que escasamente lo conoce. Esto se explica: a estas alturas del drama, ¿qué le podría decir o reclamar Villegas a su calculista de cabecera? ¿O bien, qué puede decirle Aristizábal a nadie luego de su sucinta y sombría declaración judicial: Lo que se hizo (los cálculos estructurales en el SPACE) , ESTABA BIEN HECHO. ¿Y las más de 1.000 irregularidades, omisiones, errores y violaciones a códigos, márgenes de seguridad, nociones elementales de estabilidad y esfuerzos torsionales, ausencia de estimativos y refuerzos contra esfuerzos y presiones aerodinámicas, debilidad inherente de columnas, etc. etc. señalados en el informe de la Universidad de los Andes? ¿Quién es el charlatán en ese debate? El lema nacional sigue siendo: construir barato, vender caro, tener buenos abogados. Los usuarios no cuentan, excepto como fuente de dinero.

Pero el punto no es la terrible borrada con el codo del ingeniero Villegas, de toda una vida profesional y política hecha con la mano, ni su patética retirada defensiva hacia la oscuridad que rodea a los presuntos responsables. Desde el punto de vista de la relevancia de un homenaje a tan discutible personaje, la situación tan tonta e imprudentemente creada por una entidad gremial de su provincia, la Sociedad de Ingenieros Antioqueños, SAI, es hondamente agraviante para todos aquellos que entienden el significado ético de una distinción profesional. Esto es más que obvio al leer las últimas líneas de la crónica: EL TIEMPO intentó comunicarse con el presidente de la SAI, Diego Zapata, pero éste no pasó al teléfono. A falta de algo más surrealista, la SAI –de la cual era presidente el ingeniero Villegas desde el inicio de la obra hasta cuando se desplomó la torre 6 del SPACE– tuvo la ocurrencia inverosímil de otorgarle el título de presidente honorario, quizás como beligerante pero torpe reacción a la implosión que acabó con las peligrosas torres restantes del célebre conjunto residencial. Algo muy propio de Locombia.

Con razón anota una de las víctimas del SPACE, Carlos Ruiz: Lo raro es que a uno no le entregan un premio sin previo aviso. Parece cosa de un libreto, o algo muy estudiado, el cuidadoso rechazo del ingeniero Villegas al homenaje que le prepararon sus colegas antioqueños, haciendo caso omiso del impacto de este sobre la opinión nacional. El doctor Villegas sí vio el peligro de aceptar el homenaje y “desistió” de él. La débil justificación de que lo que se le premiaba al ingeniero Villegas eran sus “12 años de trabajo” (¿?) no convence a nadie, aunque no está claro si estos fueron al frente de su compañía, CDO, o en la SAI. O en ambas. Para la SAI, aparentemente, lo del SPACE nunca sucedió. O fue parte de un simple accidente en el largo y dedicado trabajo del ingeniero Villegas.

A los arquitectos nos concierne este párrafo de la crónica citada: la junta directiva de la SAI declaró que respeta la decisión del ingeniero Villegas de no aceptar nada… no sin antes reiterar su más profundo agradecimiento por la EXITOSA LABOR que han realizado los mencionados profesionales en beneficio del gremio. Añade Ana María García: Se refería tanto a Villegas como al arquitecto Laureano Forero Ochoa, quien (también) iba a ser condecorado. Vaya. Leer para creer. La pregunta es: ¿el arquitecto Forero renunció a su “diploma y aplausos” de la SAI, o los recibió de todos modos? También el arquitecto Forero arrojó sombras sobre su distinguida carrera profesional con el desastre del SPACE, quiera él esto o no. En décadas anteriores, Forero, un espíritu independiente, había decidido, como otros colegas suyos, defender y practicar la política de aceptar como nueva clase dirigente colombiana a los capos del narcotráfico y trabajar para ellos, invocando cierta libertad de escogencia de clientela. Bien visto el asunto, eso no sería peor que trabajar para políticos o entidades corruptas que son tan abundantes en el país. Ambas cosas, claro, eran a cual más ominosas e indeseables. Que entre el diablo y escoja no es una guía profesional recomendable.

La posición del arquitecto Forero en lo del SPACE es muy diferente de la de sus constructores y, ante todo, la de su silencioso calculista, el ingeniero Aristizábal, pero la sombra del SPACE acompañará desde ahora su existencia, con o sin responsabilidades profesionales de por medio. Esto es tanto más lamentable puesto que el arquitecto Forero ha sido un destacado diseñador, en su ciudad y fuera de ella. Pero, también se podría decir en su caso y bajo el baldón del SPACE: Dime con quién andas y te diré quién eres.

Unas palabras de elogio para la cronista García: ella destaca de modo generoso y prominente a las víctimas y desplazados del SPACE como seres humanos agobiados por una tragedia. En cambio, el ingeniero Villegas los ve, en su entrevista con Yamid Amat, como simples recipiendarios de un dinero suyo que ciertamente no pensó nunca en gastarlo a manera de compensación para abstractos e insignificantes compradores de las arquitecturas perpetradas por su compañía. Tremenda diferencia.

* Imagen del Space © CEET / Johan Lopez.

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Torres del Parque

De Bienales y homenajes: 1. Bienales

Según la pertinente nota de Willy Drews en Torre de Babel, las Bienales de arquitectura en versión colombiana sirven, paradójicamente, para todo, pero no sirven para nada. Serían tan originales, tan curiosas y tan inútiles como una rueda cuadrada o un dado esférico. Las buenas intenciones y sus presuntos efectos, benéficos o fatales, son todos ciertos, pero, del dicho al hecho… Willy Drews muestra cómo lo bueno y útil se pierde una y otra vez ante la dura realidad de las premiaciones deportivas en los eventos gremiales y la incapacidad (o algo peor) mostrada por muchos jurados cuya misión era la de materializar la benemérita misión de las Bienales, explicada en la cita del evangelio según Germán Samper: la divulgación mediática de lo que se hace en Colombia en materia de arquitectura excepcional o de chamboneo vanguardista, el show de formas construidas como de pasarela de moda en el vestir, la publicidad de lo construido en boca de todos (o al menos, de algunos), los inintelegibles e intensos debates, la hipotética contribución a la historia (¿o a los campeonatos?) de la arquitectura nacional, etc. Pero, a la historia de la arquitectura nuestra o de otras partes le sobran perfectamente las Bienales, las cuales logran alterar y artificializar un posible relato o inventario veraz de cómo ha venido ocurriendo esa difusa realidad de cómo destrozar el patrimonio, devastar el campo, inventar modas, copiar “estilos”, canonizar arquiestrellas, invitar profetas y adivinos extranjeros para que cada uno haga ostentación de los premios que ha ganado en su carrera, etc. etc.

Willy Drews habría requerido un extenso libro para hacer referencia a todos los episodios pintorescos, divertidos, indignantes o absurdos de las Bienales colombianas. Los hay de todos los colores y todos los calificativos éticos y morales. El jurado calificador de la II Bienal (1964) que aparentemente falló en no premiar el conjunto de apartamentos de “El Polo”, según W. Drews, acertó brillantemente al declarar el premio nacional desierto, según Juan Luis Rodríguez en su comentario al texto del primero en Torre de Babel. Ambas posturas son válidas puesto que vienen de dos orígenes conceptuales diversos y no tienen un campo de debate en común. La preferencia por lo estándar, lo práctico y lo funcional está a gran distancia de cualquier consideración formalista o estética. Lo uno no es “mejor” que lo otro. Es, simplemente, muy diferente. Willy Drews vivió la polémica desatada con ocasión de ese fallo como joven profesional. La postura dialéctica de J. L. Rodríguez es la de un observador crítico llegado al tema medio siglo más tarde. En ello hay una profunda diferencia.

Cabe recordar aquí la muy intensa discusión, en el ámbito del Congreso subsiguiente a la Bienal de marras, entre Eduardo Pombo –quien proponía impedir reglamentariamente que, en el futuro, se declarase desierto el Premio Nacional– y Hernán Vieco, quien leyó una sentida nota defendiendo el fallo “desértico”, que terminaba así : Depongamos nuestras actitudes beligerantes y con modestia aceptemos esta lección de arquitectura que el jurado de la Bienal nos ha dado…

No sorprende entonces la cita que hace el arquitecto Rodríguez de una entrevista de él con Francisco Pizano, miembro del jurado de la Bienal de 1964. Como el avezado político que es, Pizano declara no haber negado nada a nadie como jurado del Premio Nacional, incluyendo tácitamente en esto al dueto de autores del conjunto de “El Polo” (su exsocio en Domus, Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, recién graduado en la Universidad de los Andes) con el argumento de que es muy distinto negar algo a estar buscando algo diferente de lo que un proyecto como el del Polo podría haber representado. Esto, que suena más propio de abogados, tiene una explicación: Pizano, Gabriel Serrano o Serge Chermayeff firmaron como acta la decisión de declarar desierto un premio determinado, pero en ninguna parte de la misma dicen estar negando nada. Lo que sí afirman, explícitamente, es que estaban buscando –y no hallaron– algo esencialmente distinto del conjunto de “El Polo”: no un manifiesto estético sino, como dice J.L. Rodríguez, “otra cosa”, otro significado social y tecnológico de la arquitectura colombiana, otro sistema de valores críticos, otra significación del término “arquitectura”.

Esto recuerda inevitablemente el chiste del policía nocturno que encuentra un borracho que afirma una y otra vez estar buscando un llavero perdido, al lado de un farol de alumbrado público. A la pregunta de “¿Dónde se le perdió el llavero?” la respuesta fue “allá en ese otro farol que está apagado…”.“Y por qué lo busca aquí?”. La respuesta contundente: “…es que allá no hay luz…”.

En Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Inglaterra, China o Rusia, por ejemplo, no hay Bienales de Arquitectura, pero sí se hacen numerosas distinciones a diseñadores y soñadores destacados, se reconoce bien una labor de toda una vida y se cometen quizás menos errores e injusticias, pero se logra un nivel algo mejor en la selección de aciertos o errores respecto de lo que es o no es “buena, bonita y costosísima (o barata)” arquitectura y adecuado o corrupto urbanismo (a. gigantismo). Las Bienales son interesantes pero no son absolutamente necesarias. La arquitectura no se va a acabar si no hay Bienales en Colombia. La crítica internacional ha sido implacable con los Premios Pritzker, por ejemplo, que son lo más parecido que hay en el medio norteamericano al torneo nacional colombiano de arquitectura moderna. La única diferencia constatable entre las Bienales colombiana, ecuatoriana, brasileña o chilena es la de las tarifas hoteleras para los asistentes a estos eventos. De resto, se parecen como gotas de agua. El autor de estas líneas asistió a una de ellas como jurado en la categoría de conservación del patrimonio. En la primera reunión de juzgamiento, incluso antes de ver los proyectos competidores, el campeón suramericano de la restauración ya estaba escogido, por dos votos contra uno, incluyendo el del jurado que tenía la misma nacionalidad del proyecto premiado. El premio recayó en el trabajo de mayor área construida, aunque no necesariamente en el más meritorio. Vale decir, el tamaño físico como factor crítico, o como valor histórico y patrimonial, ni más ni menos.

Lo de la escogencia, polémica o diálogo de paz entre la estética y la técnica permite traer a cuento el aforismo del gran constructor de automóviles francés Ettore Bugatti: si algo se ve bien, trabajará bien. No habría que olvidar, eso sí, otra anécdota del mismo Bugatti: el propietario de uno de sus bellísimos autos se quejaba ante él de que su lujoso pero incómodo vehículo (¡como muchas obras maestras de arquitectura!) frenaba muy mal. Monsieur, repuso Bugatti, ¡mis autos no están hechos para detenerse con brusquedad sino para avanzar velozmente! ¡Ah! El tono de las arquiestrellas en boca de un fabricante de autos deportivos.

Tuve ocasión de presenciar una charla informal entre el jurado brasileño y uno de los colombianos de un Premio Nacional de Arquitectura a propósito del otorgamiento de tal distinción a un director de una oficina de planeación que “craneó”, como cabeza de un innumerable comité, la distribución general del nuevo campus de la Universidad del Valle (Zambrano, Cali), en vista de la dificultad para otorgarlo también a unas doce firmas y arquitectos independientes –es decir, la selección nacional de arquitectura moderna–, autores cada uno de un edificio de ese desigual y heteróclito conjunto educativo. Esto en sí no tendría nada de raro, si no fuese porque, en opinión de uno de los jurados colombianos, había que evitar a cualquier costo que la obra más destacada entre las presentadas fuese premiada: las Torres del Parque de Rogelio Salmona. Lo dicho entonces por otro de los jurados, el entonces presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y flamante comprador de dos apartamentos en tan célebre conjunto, fue : …es que lo de Salmona es arquitectura para ángeles… Lo de la educación superior, es decir, lo social, es más importante… En suma, el debate de siempre, el que invoca Juan Luis Rodríguez en su comentario al reclamo de Willy Drews. Y otra vez la voz de Hernán Vieco: …este fallo no es a favor de Peñalosa y UniValle sino en contra de Salmona…

El océano de construcciones de acción social en cualquier ciudad (un lado del debate) es, para ciertas sensibilidades, horrible y aterrador pero la “obra maestra” de arquitectura (el otro lado) seduce con su presencia las minorías sociales y culturales, aunque a veces su uso sea sospechoso, v.g. el Capitolio Nacional. ¿Cómo comparar lo uno con lo otro? ¿Cómo comparar un proyecto que soluciona una crítica situación social con otro diseñado para una hipotética inmortalidad cultural?

Una Bienal se presta para cometer injusticias, errores, descuidos y para disimular compadrazgos y amiguismos. La injusticia implícita o presente en todo proceso de selección, el error producido una y otra vez al designar lo inepto como ejemplar y desechar lo meritorio por no pertenecer a una “tendencia” determinada estarán siempre, por naturaleza, presentes.

Y algunas veces, pocas pero fascinantes, habrán motivos de festejo al enmendar flagrantes equivocaciones y distinguir con un premio nacional, disculpas vergonzantes de por medio, una obra maestra de arquitectura colombiana como son, digamos, las Torres del Parque.

* Imagen tomada de la revista Axxis.

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El Polo

El ejemplo del Acta 64

Celebro que se reviva el acta de la Bienal del 64 porque me parece ejemplar como declaración de un jurado serio. No es que los demás hayan sido irresponsables sino que, en muchos casos, así lo han parecido. Como ejemplo a seguir, creo que la parte más relevante de este documento del 64 está en el razonamiento mediante el cual se justifica no otorgar el premio, al aclarar que, en El Polo, “la marcada tendencia escultural y la complicación de plantas y fachadas le resta[n] significado como un modelo general de solución”. En esta sentencia se ve que quienes la firmaron sabían lo que andaban buscando –un modelo general de solución– y, como no lo encontraron, se abstuvieron de darle un supuesto primer lugar.

Hay una versión más tranquila de la historia. Le pregunté a Francisco Pizano al respecto y me dijo, sorprendido, que él no recordaba haber negado ningún premio, sino haber resaltado un problema sobre un conjunto de edificios que sin duda «era muy bueno». Me reiteró que tenían muy claro la búsqueda de un ejemplo a seguir -pensando en la profesión y en el desarrollo de la ciudad- y que El Polo simplemente no era ese ejemplo. Añadió, además, que lo de la “complicación de plantas y fachadas” no era por enredado y mucho menos por malo sino por complejo. Por eso, por su dificultad para replicarlo, era difícil proponerlo como modelo.

En Pecados Bienales se le olvidó a Willy mencionar que hubo un segundo cenizario premiado, el del Gimnasio Moderno, y que esta vez la sinvergüencería del jurado y de la SCA llegó al cielo, pues primero trataron de darle el premio a la Biblioteca España y, como al parecer no se pusieron de acuerdo, acordaron repartir el primer puesto entre siete. Pero varios meses después, alguien descubrió que por estatutos esto no se podía y cambiaron el premio, y el acta, y se lo dieron a ninguno de los siete de la discordia –todos de Medellín– sino a uno de Bogotá, para no pelear. Con tan mala suerte que uno de los jurados dijo que él no se prestaba para esto y escribió una carta que publicó Escala.

Para poner orden en el sistema, hay dos posibilidades: una, que los jurados cumplan lo que les corresponde, para lo cual la SCA tendría que decir con claridad qué es lo que quiere lograr en cada ocasión y exigirlo. Como esto es poco probable, la segunda opción sería darle completa libertad al jurado y exigirle tan solo que escriba con claridad qué es lo que juzgó –como lo hizo el grupo del 64– de modo que con cada evento se promueva una discusión y un eventual avance para la profesión y la enseñanza.

Por si acaso, en caso de que la SCA quisiera hacer algo por la arquitectura a través de las Bienales, le tengo tres sugerencias.1. Que promueva una Bienal que se llame la Ciudad sin rejas, y que solo acepte entradas de edificios que, habiendo podido hacer una reja, no lo hicieron. 2. Que promueva otra Bienal en la que solo acepte Vivienda de desarrollo progresivo en altura, a ver si algún día logramos separar esta modalidad de vivienda de su hermano siamés, el lote individual. 3. Una versión modificada de la sugerencia-1 que promueva una tercera Bienal, para promotores, en la que solo se acepten conjuntos de edificios que no pertenezcan a la categoría del conjunto cerrado –Conjuntos abiertos se podría llamar. A ver si los que están llenando la ciudad de «grandes proyectos», entienden que con su participación nos están dejando como herencia la ciudad que estamos viendo crecer como una gran llaga.

* Imagen del conjunto residencial El Polo, tomada de Ciudad Viva.

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50 años de bienales

Pecados bienales

La Bienal Colombiana de Arquitectura ha sido desde su aparición un tema obligado de conversación. Las decisiones de los jurados les parecen aciertos a ciertos y a ciertos desaciertos. El reglamento de la Bienal ha sido impreciso, errático y permisivo con los jurados. Durante 12 años no se adjudicó el Premio Nacional y se crearon categorías –tres al comienzo– que se convirtieron en ocho en la actualidad. La multiplicación de las categorías hizo metástasis en las Menciones de Honor que llegaron al récord de generosidad en la Bienal XXI con 25 ejemplares. Y a pesar de que ya cumplió medio siglo, la Bienal sigue dando sorpresas que estimulan la conversación, alimentan la discusión y producen indignación.

La primera sorpresa la dio el jurado de la segunda Bienal en 1964, compuesto por los arquitectos Serge Chermayeff, Gabriel Serrano, Francisco Pizano, Orlando Hurtado y Manuel Lago, al declarar desierto el Premio Nacional de Arquitectura. Vale la pena señalar que en esta oportunidad estaba participando el conjunto habitacional El Polo de Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, considerado como uno de los mejores proyectos de vivienda construidos en el país. Sobre esta obra el jurado dijo:

El trabajo No. 22 presentado por Rogelio Salmona y Guillermo Bermúdez ha logrado crear un ambiente externo de innegable interés por medio de la disposición de los bloques, el tratamiento de las fachadas, de los pisos y jardines. (…) La obra está tratada con imaginación, inventiva y gran esmero en el detalle. Sin embargo se nota una marcada tendencia escultural en plantas y fachadas, una innecesaria complicación que le resta significado como un modelo general de solución.

La opinión sobre la “marcada tendencia escultural” y la supuesta “innecesaria complicación” es definitivamente injusta. Doce años mas tarde, en la séptima Bienal, el jurado repitió el baldado de agua fría al declarar nuevamente desierto el Premio.

El jurado ha tenido la autonomía –o se la ha tomado– para crear sobre la marcha menciones de honor no previstas. La sexta Bienal, por ejemplo, trajo dos nuevas: la primera fue a la obra del arquitecto Rafael Obregón, recientemente fallecido, como justo reconocimiento a su brillante trayectoria. Esta mención nunca se volvió a otorgar. Reconocer la vida y obra de profesionales destacados es una obligación del gremio, que debería instituirse como uno de los premios.

La otra mención fue para la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional en reconocimiento a su labor de 40 años como primer centro docente para la enseñanza de la arquitectura en Colombia. Muy merecida en su momento, la mención sentaba un mal precedente de felicitaciones que afortunadamente no se repitió. Mea culpa. Yo hice parte de ese jurado.

Pero fue en la octava Bienal cuando la junta directiva de la Sociedad Colombiana de Arquitectos la sacó del estadio. En vez de nombrar un jurado, los miembros de la junta, por votación, premiaron los tres proyectos que obtuvieron el mayor número de votos.

Pasaron 11 años de relativa tranquilidad y entonces sucedió algo inesperado, como se lee en un aparte del acta del jurado de la Bienal XIII:

Convencido [el jurado] de su importancia para el desarrollo de esta [la arquitectura], sobre todo en la situación actual del país y del quehacer arquitectónico en general, ha considerado oportuno otorgar el Premio Nacional de Arquitectura a la Historia de la Arquitectura en Colombia de Silvia Arango.

Por primera vez en la historia de las Bienales, no se adjudicaba el premio a un edificio y la fuerte discusión dentro del gremio no fue la importancia y calidad del libro, sino si éste podía considerarse arquitectura. Nunca quedó claro cuál era “la situación actual del país y del quehacer arquitectónico” que hiciera tan importante, en ese momento, esta publicación para el desarrollo “de esta”. Aprovechando la informalidad del reglamento, y tratando de mitigar el efecto del sorpresivo premio al libro, el jurado se inventó un “Premio a la Excelencia” y se lo adjudicó al Archivo General de la Nación, obra de Rogelio Salmona, que no estaba ni inscrita ni terminada.

Contrastando con este insólito premio de la Bienal XIII, un jurado indeciso otorgó en la Bienal XV –para aplacar los ánimos y para satisfacción de los participantes– dos Premios Nacionales y 16 menciones. A partir de ese momento, se suspendió el Premio Nacional de Arquitectura hasta el año 2010, excepción hecha de la Bienal XVII en el año 2000. Y tamaña excepción.

El nuevo milenio se despertó con la adjudicación del Premio Nacional de Arquitectura al Plan de Parques para Bogotá del alcalde Enrique Peñalosa. Por primera vez –y esperamos por última– se entregó el galardón a un programa de origen político y gubernamental. No a un proyecto ni a un arquitecto, ni siquiera a un libro. Se trataba tal vez de reconocer, en cabeza de Peñalosa, la importancia de los programas de gran impacto social que algunos gobernantes venían adelantando, y que algunos arquitectos declaraban –sacando pecho– como mérito de sus diseños. Su mérito era haberse ganado el concurso, el impacto social era mérito del promotor. Y para acabar de completar, el premio a la categoría Proyecto Arquitectónico se le dio a un cenizario y crematorio, pasando por encima del favorito de la hinchada: el edificio de Postgrados de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, de Rogelio Salmona.

Y las sorpresas siguieron in crescendo. En la siguiente Bienal –en la cual no se adjudicó el Premio Nacional– el premio de la categoría Proyecto Arquitectónico fue para unas pequeñas graderías en un campo de fútbol. Me imagino que correctamente diseñadas –es muy difícil diseñar mal una gradería– pero simples graderías al fin y al cabo. En esta ocasión, los proyectos derrotados fueron la linda capilla de Daniel Bonilla en el colegio Los Nogales, y la Casa de la Queja de Benjamín Barney.

En los últimos años, varios jurados han valorado más el aspecto social que el arquitectónico. Es el caso de la Bienal XIX. El premio fue para una pequeña biblioteca del arquitecto Simón Hosie en Guanacas, un sitio perdido en la montaña, abandonado de la mano de Dios y la chequera de los hombres. Su arquitectura es correcta, pero solo eso: correcta. Su valor como portador de cultura a una comunidad desatendida es muy alto, y en este caso el mérito sí es del arquitecto. La gran perdedora en esta ocasión fue otra biblioteca, la de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Daniel Bermúdez.

Estos episodios dejan un mal sabor en la boca y una pregunta amarga que es necesario escupir: ¿para qué sirve la Bienal Colombiana de Arquitectura? Veamos dos posibilidades:

1-    Sirve para escribir la historia de la arquitectura en Colombia.

Yo creo que no. La historia de la arquitectura no la hace solamente la considerada mejor arquitectura. La hacen todos los edificios, buenos o malos, que representan las tendencias que en un momento dado conforman el paisaje urbano. La supuesta mejor arquitectura no es la típica de un corte en el tiempo y produce una imagen errada del desarrollo urbano y arquitectónico de una época.

2-    Sirve, entonces, para escribir la historia de la mejor arquitectura.

Tampoco. No se puede garantizar que los mejores proyectos se inscriban en la Bienal. Tampoco se puede garantizar que el jurado de selección –un puñado de arquitectos que representan a todo el gremio– escoja la mejor arquitectura dentro de los inscritos. Y el jurado de calificación –otro puñado que tiene que escoger entre el repertorio ya diezmado– tampoco es infalible, como ya se ha demostrado. Toca considerar además, como lo dije en otra oportunidad:

Por imposibilidad o por desinterés los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios”. Por esto yo propuse la Bienal de los Edificios Maduros, donde “solamente se recibieran proyectos con diez años de construidos, tiempo suficiente para que demuestren que sus calidades, como las del buen vino, se conservan.

Me atrevo a pensar que si las Bienales se hubieran hecho 10 años después, posiblemente no se habrían declarado desiertos los premios en la segunda y séptima, ni se habrían premiado los escogidos por la junta directiva en la octava, ni el libro de Silvia Arango, ni dos ganadores en la quince, ni el plan de parques de Peñalosa, ni el cenizario de Medellín, ni las graderías, ni la biblioteca de Guanacas, ni la piñata de menciones.

Nos enfrentamos entonces a la pregunta del millón: ¿sirven para algo las Bienales? La respuesta la da Germán Samper en el libro “50 años de bienales”:

Las bienales están cumpliendo su labor de divulgación, de confrontación. Sus publicaciones son un material muy valioso para conocer la evolución de nuestra arquitectura. Las distintas tendencias se manifiestan, surgen polémicas que ponen a pensar al gremio, los premios son divulgados por la prensa y la arquitectura forma parte de las discusiones públicas.

Si a estos logros agregamos que los jurados pueden comentar las virtudes y denunciar los vicios y fracasos de la arquitectura del momento –como puede leerse a continuación en el aparte de un acta–, la existencia de la Bienal Colombiana de Arquitectura está justificada.

Al analizar el material expuesto el jurado ha observado que en la actualidad existen dos tendencias muy marcadas en la arquitectura colombiana, de las cuales participan en mayor o menor grado todos los proyectos. En estas circunstancias el jurado ha considerado que su aporte debe ser el de fijar un criterio con respecto a estas tendencias y analizar algunos de los proyectos más significativos a la luz de ese criterio.

Más adelante aclara cuál es una de las tendencias:

Existe una tendencia a hacer un tipo de arquitectura basada primordialmente en producir valores estéticos, cuyas principales preocupaciones son de tipo plástico o escultórico o simplemente decorativo. Esta tendencia busca crear un campo propicio a su expresión estética en rechazo de lo racional, lo generalizable, lo eficiente, lo técnico, lo industrializado.

Este texto, de gran actualidad, es del acta de la segunda Bienal en 1964, y después de 50 años sigue más vigente que nunca.

* Imagen tomada del libro «50 años de bienales» de la SCA.

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