Archivo por meses: octubre 2014

Alfredo de Brigard

Los profesores

Los pensum de las numerosas facultades de arquitectura colombianas –y sospecho que de las extranjeras también– son parecidos. Básicamente se diferencian en el énfasis dado a cada disciplina. ¿Cómo se explica entonces que haya facultades buenas, regulares y malas? Son varias las respuestas: metodología docente, oferta académica, materias electivas, organización administrativa, instalaciones, biblioteca, equipos de computación y audiovisuales, conferencistas invitados, programas de intercambio, atención personalizada, seguimiento a su rendimiento, evaluación permanente, etc. Pero la gran diferencia la hace definitivamente el cuerpo de profesores. Buenos profesores hacen buenas escuelas. Y buenos o malos, pertenecen a una o varias de las siguientes categorías. Si usted es arquitecto o estudiante de arquitectura, seguramente podrá clasificar a sus profesores/as en alguno de estos estereotipos:

El Académico: escogido por sus títulos, está dedicado 100% a la docencia. Tiene mínimo una maestría, a veces dos, e inclusive un doctorado. Mira por encima del hombro a sus colegas dedicados a la práctica profesional, pues considera que lo único que han hecho es pegar ladrillos.

El Estrella: destacado por sus brillantes logros en la práctica de la profesión, desestima la labor de sus colegas académicos pues nunca han pegado un ladrillo.

El Madre: para él todos los alumnos son buenos, todos los proyectos son buenos y, por lo tanto, todos merecen una buena nota. Son muy apreciados por los estudiantes, por razones obvias.

El Cuchilla: considera que todos los alumnos son malos o perezosos, y todos los proyectos deberían ser mejores. Mide le calidad de su curso, y su prestigio, por la cantidad de estudiantes que lo pierden.

El Oligarca: usa ropa de marca y llega a clase con gafas oscuras en su automóvil de alta gama. Los proyectos buenos son “simpáticos”, y los malos “lobos”. Prefiere dictar la clase en la sala de juntas de su lujosa oficina.

El Mamerto: valora principalmente el aspecto social de la profesión. Sus proyectos son dirigidos a los grupos económicamente más desfavorecidos, frecuentemente vivienda de interés social desarrollada por ayuda mutua en barrios de invasión. Aprovecha la cátedra para atacar el capitalismo. Se reúne con sus alumnos en una cafetería del barrio Policarpa Salavarrieta.

El Alternativo: usa bluyines y camiseta desteñida, pelo largo, a veces un piercing en una oreja. Ama el verde y las energías renovables, y odia la contaminación y el desperdicio. Solo acepta proyectos sostenibles y bioclimáticos.

El Posesivo: considera que la única materia importante es la que él dicta y por lo tanto los alumnos deben dedicarle la totalidad de su tiempo.

El Preciosista: todo debe ser perfecto, incluyendo el dibujo de los planos, el aseo del salón, y el orden de las mesas.

El Resbaloso: le saca el cuerpo a las preguntas difíciles, no se deja concretar en las correcciones y termina recomendándole al alumno que le “de vueltas” al esquema.

El Soporífero: su tono de voz y su discurso producen sueño incontrolable en el auditorio, especialmente si su clase es inmediatamente después del almuerzo, con proyecciones en un salón oscuro.

El Ganador: quiere lucirse ante sus colegas el día de la corrección final y, con tal de que los proyectos de sus alumnos sean los mejores, está dispuesto a “echarles una manito”.

El Desechable: es el mediocre que nadie sabe por qué esta allí, y no pasa nada si lo cambian o se retira.

El Casanova: desde el primer día coquetea con las alumnas bonitas y les pone las mejores notas. En el peor de los casos, termina casado con una de ellas… y sigue coqueteando.

El Intelectual: les habla a sus alumnos de cine, literatura, filosofía, jazz, pero poco de arquitectura.

El Modisto: es el encargado de dictar las materias fáciles que los estudiantes llaman “costuras”.

El Actor: con grandes habilidades histriónicas, su clase es un show. Arma una fiesta con un buen trabajo y una tragedia con uno malo. Como todo buen actor, es exitoso.

El Tímido: habla pasito y no se atreve a hacer un comentario que pueda herir susceptibilidades. Desde el primer día, los estudiantes se la montan.

El Autobiográfico: la clase se basa en la descripción y el elogio de sus proyectos, sus experiencias académicas anteriores, anécdotas de su práctica profesional e historias de su época de estudiante.

El Tirano: exige más de lo que sus alumnos puedan dar. No acepta excusas y sus órdenes tienen que ser cumplidas al pie de la letra y en la fecha precisa.

El Negativo: no el gustan los proyectos de sus alumnos, ni sus colegas, ni el salón de clase, ni el decano, ni el sueldo.

El Destructor: cuando un proyecto no le gusta, rompe los planos y patea la maqueta.

El Turista: no pierde oportunidad de salir con sus alumnos a visitar los lotes, conocer proyectos, asistir a conferencias, congresos de estudiantes, foros y exposiciones.

El Internacional: varias veces durante el semestre tiene que viajar a un congreso, un foro en el exterior, a dictar una conferencia en una universidad extranjera o a la reunión de una asociación de la cual es presidente.

El Maestro: pero existe, por fortuna, el profesor entregado con cariño a la docencia, que sacrifica con frecuencia un trabajo menos exigente o más lucrativo. Conoce su materia y sabe cómo enseñarla y despertar el interés de sus alumnos. Se destaca por su buen criterio, su dedicación y el respeto por los estudiantes y su trabajo. Entiende que sus jóvenes pupilos vienen a aprender, a adquirir de su mano la experiencia que no poseen, y tienen el derecho a equivocarse como parte de su formación. Además del conocimiento transmitido y el buen juicio, deja en sus alumnos el cariño y el respeto que se ganó con su trabajo como docente. Todos llevamos en nuestros corazones ese profesor que, con su entrega y el interés que nos transmitió por la arquitectura, contribuyó en forma definitiva a ser lo que somos, y se ganó el título de Maestro. El verdadero Maestro que nunca olvidamos y a quien dedico, como un sentido homenaje y una sencilla expresión de gratitud, este pequeño y último párrafo. Gracias Maestro.

* Dibujo de Alfredo de  Brigard

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Carlos de Riaño

Premiando imágenes

La arquitectura de Medellín sigue mojando prensa. Esta vez es el parque biblioteca España que, según El Tiempo, requiere reparaciones que valen casi lo que costó el edificio. Agrega el periódico que “paradójicamente, ha ganado un sinnúmero de premios arquitectónicos”. Hay que reconocer que la biblioteca –tres rocas negras enormes casi en la cima del cerro– es impactante, y esos volúmenes cerrados que amenazan caer sobre la ciudad llaman –con razón– la atención de cualquier arquitecto, y lógicamente de cualquier jurado de bienales o concursos de arquitectura. Pero dejemos en paz la biblioteca, sobre la cual ya –bien y mal– se ha dicho mucho, y concentrémonos en las bienales y otros premios a obras arquitectónicas construidas.

Estos concursos premian –en teoría– los mejores edificios. Para mí los mejores edificios son no solo los que sobresalen por su arquitectura. Son los que mejor se adaptan a las condiciones del sitio, los que se implantan correctamente en el entorno, los que más aportan al bienestar de la comunidad, los que mejor funcionan para lo que fueron diseñados y los mejor construidos.

Pero: ¿se están teniendo en cuenta estas condiciones al adjudicar los premios? Por imposibilidad o por desinterés, los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios.

Alguna vez propusimos con el arquitecto Carlos Morales que para la Bienal Colombiana de Arquitectura solamente se recibieran proyectos con diez años de construidos, tiempo suficiente para que demuestren que sus calidades, como las del buen vino, se conservan. Pero como las barras del coliseo exigen carne nueva, la idea no prosperó y se siguen premiando imágenes de edificios con la pintura fresca, y con frecuencia exponentes de una moda, como siempre pasajera.

Sea esta la oportunidad de renovar nuestra propuesta de la Bienal de los Edificios Maduros. Mientras tanto, y desgraciadamente, seguiremos premiando imágenes.

* Foto tomada de Plataforma Arquitectura; imagen © de Carlos de Riaño.

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