Archivo por meses: abril 2014

andreaposada.com

Medellín y su foro

Lo repetían en los conversatorios, en las conferencias y en las mesas redondas a las que alcancé a entrar: no existen recetas ni métodos transferibles entre ciudades. Vivir bien es un problema de todos y, se quiera o no, el medio son las políticas y la política.

Sí es verdad que se oyeron más teorías que prácticas y que la gran cantidad de eventos simultáneos y stands intimidaban, pero los temas tratados fueron pertinentes en la ciudad de hoy y los asistentes al WUF7 fuimos conscientes de lo inabarcable del tema: las “ciudades para la vida”. Hay que probar estrategias incluso a sabiendas de que no saldrán bien desde el primer día, y de que no es lo mismo Melbourne que Boston ni Jartum que Mumbai. Por muchos textos que existan, a día de hoy, nada está escrito en el desarrollo de las urbes.

El luxemburgués León Krier no se mordió la lengua al decirle a los paisas que su ciudad es fea, y lanzaba al aire: ¿es esta modernidad el paraíso? El documental The Human Scale, con la oficina del danés Jan Gehl como protagonista, cuestionaba a las ciudades de países en desarrollo que están cometiendo los mismos errores de las ciudades consolidadas del mundo occidental. Hay que leerse los libros de Gehl para ver esos errores y echar un vistazo a las posibles soluciones; y repito: los modos de aplicar esas soluciones no son replicables entre ciudades, apenas es posible dilucidar maneras de hacer.

Brent Toderian, de Canadá, insistió en el cambio de paradigma: las ciudades diseñadas para el carro –todas las del continente americano– están fracasando porque no se ajustan a la realidad: si se crean más vías, el tráfico aumenta. Hay que empezar a diseñar para dar la posibilidad al ser humano de escoger en qué y cómo se moviliza por la ciudad. Y, conversando con Richard Florida, repetía lo que muchos piensan: ¿por qué caminar si se puede coger el carro? ¿Por qué vivir en un apartamento pequeño si se puede tener una casa grande?

En mitad de semana se llevó a cabo el encuentro de alcaldes. Ese día escogí ver las delicias y los desastres de Medellín pero, como también se vale comentar sobre lo que se lee y se cuenta, mis amigos mexicanos –urbanistas de Guadalajara y encantados con las ciudades colombianas– me explicaron que lo mejor de la reunión de los alcaldes fue la intervención del representante de una ciudad africana. Entre tanto funcionario que se luce con sus sistemas de transporte alternativo y sus mecanismos smart para gobernar, el alcalde africano agradecía la invitación al WUF7 y transmitía su preocupación: en su ciudad no necesitan más carriles para las bicicletas o un aumento significativo en los espacios públicos; lo que necesita son los medios para llevar agua potable a sus ciudadanos.

Altamente resaltable, a pesar de los enormes problemas de violencia que parece que aún tiene Medellín, es que los paisas han entendido que el cambio es un problema de todos y trabajan, a su manera, por convertirla en el mejor vividero de Colombia. Llama la atención que gentes de todas las ciudades del mundo se atrevan a ir a Medellín; es como si en unos 10 años se celebrara un congreso de este tipo en Kabul (con todo respeto) y fuéramos capaces de cruzar el mundo para asistir.

Y, para una urbanista más de “La arquitectura de la felicidad” que de “El urbanismo ecológico”, lo mejor del WUF7 es que el tema de las ciudades sale del circuito de los urbanistas: algunos ciudadanos de Medellín entraron a la discusión y se les vio pasear por los stands del foro. Aunque, por los comentarios en las redes sociales de algunos asistentes, es claro que falta mucho para que en Colombia haya ciudadanos educados, capaces de discutir y ser conscientes de que su ciudad también es su responsabilidad.

* Imágenes del WUF7 de Andrea Posada.

Comparte este artículo:

Foto de Carlos Drews

Gabo y la arquitectura

No solo los arquitectos diseñan casas y edificios y elaboran proyectos urbanos. Los novelistas se ven obligados a hacerlo para definir el escenario donde se desarrolla su narración y, como no saben, no quieren o no les permiten dibujar, deben reemplazar el plano por una descripción en prosa, no siempre con mucho éxito. A través de sus proyectos escritos podemos leer cómo los escritores entienden la arquitectura y cuáles son sus preferencias y debilidades en este campo. Muchos pasan por el diseño de los espacios y llegan hasta el diseño de los detalles; otros se conforman con describir el ambiente necesario para la correcta comprensión de la acción, en una arquitectura incompleta.

Muy elemental y no comprometido es el proyecto de García Márquez para la casa de José Arcadio Buendía en Cien años de soledad: Tenía una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado, y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas. Cuando la familia creció, Úrsula (…) emprendió la ampliación de la casa. Dispuso que se construyera una sala formal para las visitas, otra más cómoda y fresca para el uso diario, un comedor para una mesa de doce puestos donde se sentara la familia con todos sus invitados; nueve dormitorios con ventanas hacia el patio y un largo corredor protegido del resplandor del mediodía por un jardín de rosas, con un pasamanos para poner macetas de helechos y tiestos de begonias. Dispuso ensanchar la cocina para construir dos hornos, destruir el viejo granero donde Pilar Ternera le leyó el porvenir a José Arcadio, y construir otro dos veces más grande para que nunca faltaran los alimentos en la casa. Dispuso construir en el patio, a la sombra del castaño, un baño para las mujeres y otro para los hombres, y al fondo una caballeriza grande, un gallinero alambrado, un establo de ordeño y una pajarera abierta a los cuatro vientos para que se instalaran a su gusto los pájaros sin rumbo. La descripción de la ampliación es una lista minuciosa de las nuevas dependencias y sus características, pero Gabo no se compromete con la relación entre los espacios y deja la  arquitectura de la casa a la imaginación del lector.

En cambio, en la casa del doctor Juvenal Urbino en el barrio de Manga de Cartagena de Indias –en su novela El amor en los tiempos del cólera–, Gabo se lanza a un diseño completo que incluye acabados y proyecto de amueblamiento: Era grande y fresca, de una sola planta, y con un pórtico de columnas dóricas en la terraza exterior, desde la cual se dominaba el estanque de miasmas y escombros de naufragios de la bahía. El piso estaba cubierto de baldosas ajedrezadas, blancas y negras, desde la puerta de entrada hasta la cocina, y esto se había atribuido más de una vez a la pasión dominante del doctor Urbino, sin recordar que era una debilidad común de los maestros de obra catalanes que construyeron a principios de este siglo aquel barrio de ricos recientes. La sala era amplia, de cielos muy altos como toda la casa, con seis ventanas de cuerpo entero sobre la calle, y estaba separada del comedor por una puerta vidriera, enorme e historiada, con ramazones de vidrio y racimos y doncellas seducidas por caramillos de faunos en una floresta de bronce. Los muebles de recibo, hasta el reloj de péndulo de la sala que tenía la presencia de un centinela vivo, eran todos originales ingleses de fines del siglo XIX, y las lámparas colgadas eran de lágrimas de cristal de roca, y había por todas partes jarrones y floreros de Sévres y estatuillas de idilios paganos en alabastro. Pero aquella coherencia europea se acababa en el resto de la casa, donde las butacas de mimbre se confundían con mecedores vieneses y taburetes de cuero de artesanía local. En los dormitorios, además de las camas, había espléndidas hamacas de San Jacinto con el nombre del dueño bordado en letras góticas con hilos de seda y flecos de colores en las orillas. El espacio concebido en sus orígenes para las cenas de gala, a un lado del comedor, fue aprovechado para una pequeña sala de música donde se daban conciertos íntimos cuando venían intérpretes notables. Las baldosas habían sido cubiertas con las alfombras turcas compradas en la Exposición Universal de París para mejorar el silencio del ámbito, había una ortofónica de modelo reciente junto a un estanque con discos bien ordenados, y en un rincón, cubierto con un mantón de Manila, estaba el piano que el doctor Urbino no había vuelto a tocar en muchos años. En toda la casa se notaba el juicio y el recelo de una mujer con los pies bien plantados sobre la tierra.

Sin embargo, ningún otro lugar revelaba la solemnidad meticulosa de la biblioteca, que fue el santuario del doctor Urbino antes que se lo llevara la vejez. Allí, alrededor del escritorio de nogal de su padre, y de las poltronas de cuero capitonado, hizo cubrir los muros y hasta las ventanas con anaqueles vidriados, y colocó en un orden casi demente tres mil libros idénticos empastados en piel de becerro y con sus iniciales doradas en el lomo. Al contrario de las otras estancias, que estaban a merced de los estropicios y los malos alientos del puerto, la biblioteca tuvo siempre el sigilo y el olor de una abadía.

La descripción de la habitación de Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino –en El general en su laberintoes somera pero suficiente para tener una idea de la sobriedad del espacio y sus muebles. El dormitorio que le asignaron le causó otro extravío de la memoria, así que lo examinó con una atención meticulosa, como si cada objeto le pareciera una revelación. Además de la cama de marquesina había una cómoda de caoba, una mesa de noche también de caoba con una cubierta de mármol y una poltrona forrada de terciopelo rojo. En la pared junto a la ventana había un reloj octogonal de números romanos parado en la una y siete minutos.

La casa de los abuelos en Aracataca es descrita por García Márquez con lujo de detalles en Vivir para contarla, como puede apreciarse en estos apartes: Una casa lineal de ocho habitaciones sucesivas, a lo largo de un corredor con un pasamanos de begonias (…). Los cuartos eran simples y no se distinguían entre sí (…).La primera habitación servía como cuarto de visitas y oficina personal del abuelo. Tenía un escritorio de cortina, una poltrona giratoria de resortes, un ventilador eléctrico y un librero vacío con un solo libro enorme y descosido: el diccionario de la lengua. Enseguida estaba el taller de platería (…). El espacio común de la oficina y la platería estaba vedado a las mujeres (…). El comedor era apenas un tramo ensanchado del corredor (…). Después del corredor había una sala de recibo reservada para ocasiones especiales (…). Allí empezaba el mundo mítico de los dormitorios. Primero el de los abuelos con una puerta grande hacia el jardín, y un grabado de flores de madera con la fecha de la construcción: 1925 (…). Al fondo del corredor había dos cuartos que me estaban prohibidos (…). El último cuarto era un depósito de trastos y baúles jubilados(…). Frente a esos dos aposentos, en el mismo corredor, estaba la cocina grande, con anafes primitivos de piedras calcinadas, y el gran horno de obra de la abuela(…). El patio no parecía muy grande, pero tenía una gran cantidad de árboles, un baño general sin techo con una alberca de cemento para el agua de lluvia y una plataforma elevada a la cual se subía por una frágil escalera de unos tres metros de altura.

Las dos últimas descripciones son suficientes para recrear el ambiente que se requiere para el desarrollo de la narración. Pero no implicaron el esfuerzo del diseño, pues la casa familiar existió y la Quinta de San Pedro Alejandrino todavía existe. ¡Así no se vale, Gabo!

* Foto de Carlos Drews

Comparte este artículo:

WUF7 Medellín

WOOF! WOOF!

En inglés dialectal antiguo: trama o textura. Un “woofer” era un tejedor. En inglés moderno: onomatopeya del ladrido canino y por extensión verbal de los significados del mismo orden, apodo técnico –woofer– otorgado a los altoparlantes que emiten sonidos de tonos graves o bajos.

No deja de ser curioso que el Foro Mundial Urbano (WUF!, por su sigla en inglés, World Urban Forum) suene igual que la versión sajona # 1 de un ladrido: Woof! Wuf! La #2 es Wow!, o en español, guau! Durante una semana y también desde meses antes de esta,  la más intensa –y extensa– campaña publicitaria y propagandística en periódicos, revistas y televisión que se recuerde de algún evento urbanístico en la historia del país, superó por amplio margen aunque temporalmente a la del Mundial de Fútbol en Brasil. El tema del evento del WuF!, organizado, por supuesto, en Medellín, eran todos, vale decir, TODOS los temas urbanísticos posibles. Explico: un enorme porcentaje de habitantes del planeta tierra vive en ciudades y pueblos. Toda su existencia teórica o real, sus problemas, sus necesidades, su comportamiento social, gira en torno a su condición urbana y, consecuentemente, otro enorme porcentaje de su vida misma y actividades cotidianas está condicionado por su entorno físico. Se dirá entonces, en vano, que tratar de abarcar TODO lo que son los problemas o soluciones de los miles de ciudades en el mundo en un solo y breve evento “divulgatible y extensionable a todos los públicos” (novísimos vocablos periodísticos inventados al calor de las entrevistas) es presuntuoso y que los resultados “apretarán poco” o casi nada. Entonces, el WuF! de Medellín o de cualquiera otra ciudad, ¿sí habrá sido todo lo que dicen que fue su propaganda o sus “relaciones públicas”, o caben muchas dudas al respecto?

En 1924, el notable arquitecto francés Pol Abraham, contemporáneo de Le Corbusier, escribió en la revista L’Architecte :

Visiones sanas, ideas justas, verismos presentados como
revelaciones, diluvio de lugares comunes en estilo de
paneles publicitarios, mucha metafísica para llegar a
las nociones más elementales…

Imposible un resumen más sucinto de un evento de astronómico costo y resultados predecibles, preestablecidos, previamente divulgados y sin ninguna verdadera novedad, receta mágica ni esperanza salvadora para nadie, excepto, claro, para los organizadores del próximo evento WuF! ¿Qué observador en su sano juicio logra asistir, observar o analizar cientos de posibles y parciales triunfos o fracasos urbanísticos, además de tal cual “éxito” autocalificado como tal en el curso de unos 4 días? ¿Quién, que no esté mal de la cabeza, resiste 40 horas o más de peroratas sobre inequidad, medio ambiente, sostenibilidad (?), vialidad, barrios marginales, transporte masivo, servicios públicos o falta de ellos, planes teóricos más o  menos inaplicables para cuanta finalidad se le ocurra a planificadores, políticos, promotores o urbanizadores y de cuyo fracaso se ocupan otros ídem de diferentes intereses no siempre claros, o bien caen en manos de la delincuencia de cuello blanco y/o de cuello sucio?

Es bien sabido que la finalidad última de eventos como el del Wuf en la capital antioqueña es, en realidad, la de preparar el próximo Foro o congreso de dicha entidad, en una espiral ascendente de costos y beneficios para grupos relativamente limitados en número. El evento WuF! de Medellín se autocalificó, al igual que todos los anteriores a este, como “el mejor” de cuantos han ocurrido en otros países y ciudades casi tan dinámicas como Medellín. Con este otro campeonato a nombre de la capital antioqueña, esta avanza en el ranking mundial de no se sabe muy bien qué. Lo que resulta mucho menos claro es cómo se establece que un evento WuF! es mejor o peor que otro. ¿Que el de Medellín sea, a la fecha, “el mejor” significa que los anteriores son necesariamente peores que aquel? ¿Se aplica puntaje por costo, número de asistentes, número de conferencistas, número de “estrellas” de la planificación o del surrealismo urbanístico presentes, para recitar cualquier cantidad de sus acostumbradas platitudes, profundas elucubraciones o insoportables charlatanerías? No menos de 36 páginas completas, incluidas 4 separatas, en el diario El Tiempo de Bogotá dan fe de los interminables recursos económicos de los cuales disponen los organizadores de estos eventos, pero no mencionan en ningún momento cuantos millones le costó a Medellín y a Colombia ese insólito aquelarre de ciudades.

Faltó en el WuF! el valioso aporte de Kid Pambelé, el eminente boxeador colombiano, campeón mundial en su momento, al igual que Medellín, con su brillante y sucinta constatación socioeconómica: …Es mejor ser rico que ser pobre. En cambio, entre la plétora mundial de sabios presentes, vino a Medellín el Sr. Stiglitz, Premio Nobel por añadidura. Este vino en plan turístico que no excluía la visita ritual al engaño arquitectónico-cultural de la biblioteca de Drácula (España) y, al otro extremo de lo cultural, el logro muy elogiable de la excelente restauración que alberga el Museo Botero y, de paso, para repetir ante un público crédulo y expectante sus nociones catecísmicas sobre sostenibilidad, inequidad, desarrollo (?), pobreza, etc. que sonaron prácticamente iguales a las de otras varias docenas de conferencistas sobre los mismos temas  en este y otros muchos eventos del mismo género.

Tres notas al margen. Primera: de pronto, entre la miríada de voces pseudocientíficas o de verdad de panelistas, conferencistas o recitadores de chistes de urbanismo, un solitario disidente habló en las páginas de El Tiempo y en la televisión de un tema tabú en estos eventos. Dijo, en esperanto técnico, que había que ponerle estética al asunto de las ciudades. Que a las ciudades, especialmente las ciudades actuales, les faltaba la dimensión estética. Como si la estética urbana fuera una especie de ungüento aplicable a “las ciudades” como quien usa un bloqueador de rayos solares o un desodorante. Como se recordará, un ungüento no tiene una dimensión fija. Tan interesante aspecto urbano fue muy breve y confusamente tratado y se perdió entre la maraña de problemas de todo orden que debía tratar el conversatorio de esa avanzada hora. Es lamentable pues existen numerosas ciudades en el mundo entero a las cuales les vendría bien una buena capa o “mano” de estética de la buena. La otra, la antiestética, está por todas partes pero hemos aprendido a vivir y tratar con ella y no nos pasa nada.

Segunda nota: de pronto, surgió en el WUF! de Medellín, viniendo de las brumas del pasado, (años 70-80 del siglo XX) un discutido teorista del urbanismo y la arquitectura que ha venido descendiendo recientemente en la exigente escala de los prestigios publicitarios: León Krier, considerado un retrógrado por los progresistas y un progresista por los retrógrados, en razón de sus conatos de amalgamas de lo ecléctico tipo arquitectura nazi con lo futurista. La pregunta de qué podría aportar al WUF! de Medellín un personaje con visos de obsolescencia ideológica solo vino a tener respuesta cuando en una de las varias “separatas” periodísticas sobre el evento Krier concedió una entrevista. Trató, sin lograrlo en gran medida, de explicar sus rígidos intentos de conciliar el pasado y el futuro en las arquitecturas y las ciudades –ilustrados en sus libros con ominosos dibujos surrealistas a la manera de la primeras épocas de Giorgio de Chirico–, aunque sin el brillo elocuente, la claridad misionera ni la imposición dictatorial de Le Corbusier. El asunto era claro, Krier había venido a Medellín para ser entrevistado, pero no logró ser tan arbitrario ni tan confuso ni tan charlatán, por ejemplo, como el nefasto señor Eisenmann quien le anunció a su breve paso por Bogotá, a los indiecitos locales, cómo debía ser un verdadero edificio de oficinas, garantizadamente icónico. Las declaraciones y propuestas de Krier fueron del tono y validez de la famosa y acertada recomendación popular de que, para efectos de cazar leones, se debe comenzar por ir donde los haya.

La tercera nota se refiere a los interesados en el origen de la cita de Pol Abraham: es tomada de la devastadora crítica de éste a los textos del librito de Le Corbusier “Hacia una Arquitectura”, publicada en la recopilación de la obra de Abraham por el Centro Pompidou, París, Francia, 2008, pág. 98.

Woof! WuF!

* Foto © de Cámara Lúcida

Comparte este artículo:

Foto Laureano Forero Arquitectos

Colapso 3. Cuatro errores

Pregunta el Juez al marido:
– ¿Cómo murió su señora?
– Iba por la cocina con el cuchillo, se cayó y se lo clavó
– ¿Siete veces?

Ya hace medio año que se desplomó la torre 6 del conjunto Space en Medellín, y hasta este momento se desconoce el resultado del estudio contratado con la Universidad de los Andes para saber las causas del siniestro. Y probablemente nunca se conozca.

Según el periódico El Tiempo hubo deficiencias y errores en los cálculos realizados por los ingenieros”. Y como si la caída de la torre 6 y la demolición preventiva de la torre 5 no fuera bastante, la revista Semana informa que los proyectos Continental Towers, Asensi y Mantuá –este último en obra– construidos por la misma firma y calculados por el mismo Ingeniero no son habitables pues amenazan ruina. Una puñalada puede ser un accidente pero siete son un crimen. Un error lo comete cualquiera –errare humanum est– pero repetirlo cuatro veces es un delito. Y no lo digo yo. Según El Tiempo, “la Fiscalía está determinando si pide la medida de aseguramiento de (…)”.

La curiosidad ha sido el motor del desarrollo. Gran parte del avance de la humanidad se ha debido a la resolución de las cadenas de los por qué. Cuando se da la respuesta a un por qué, el hombre avanza un poco, aparece un nuevo por qué y se genera una cadena de conocimientos. En este caso la respuesta al primer por qué es una verdad de Perogrullo: ¿por qué se cayó la torre 6 del conjunto Space? Porque la estructura no pudo soportar el peso del edificio. El segundo por qué debería haber sido respondido por la Universidad de los Andes: ¿por qué falló la estructura? Basados en los informes de prensa, podemos responder: por las deficiencias y errores en los cálculos estructurales, que curiosamente todos fueron en defecto y ninguno en exceso. El último por qué de la cadena: ¿por qué si se sabía que los cálculos no cumplían con las normas –al menos el calculista lo sabía– se construyeron las estructuras de los cuatro proyectos? La respuesta es una, triste y miserable: por dinero.

Por un puñado de pesos se sacrificaron doce vidas y se puso en peligro de muerte a centenares de familias que perdieron su vivienda. Por un puñado de pesos otro centenar de familias ven cómo su sueño de un techo para sus hijos se desvanece al verse obligados a abandonar su hogar. Por un puñado de pesos los ingenieros y constructores antioqueños tienen que agachar la cabeza con vergüenza ajena. Por un puñado de pesos Medellín pasó por la vergüenza de exhibir ante los participantes del Foro Urbano Mundial las ruinas del mayor fracaso de la construcción en Colombia, triste homenaje a la ambición irresponsable: los escombros de las torres 5 y 6 del conjunto Space.

Para prevenir un nuevo fracaso, el gobierno está legislando asumiendo aparentemente que todos los ingenieros son delincuentes en potencia y los curadores sus cómplices. Son medidas bien intencionadas para proteger al comprador pero no evitan que la tragedia se repita. Lo único que puede garantizar que no haya un nuevo colapso es una palabra que algunos profesionales desconocen: ética.

*Foto de Laureano Forero Arquitectos (tomada de la página de Facebook)

Comparte este artículo:

¿Colapso periodístico?

En su nota Colapso 2 sobre la breve y fructífera vida (como negocio) del edificio SPACE, la perla para mostrar en la capital de la arquitectura y el urbanismo en Colombia ante el World Urban Forum reunido allí en estos días, Willy Drews señala con acierto el fallido intento de hacer populachero y de fácil comprensión por parte del vulgo lo que es de difícil captación, complejo y abstruso, aun para un especialista, como son las verdaderas causas del desastre propiciado por Lérida CDO, constructores y una plétora de arquitectos, ingenieros, directores de obra, interventores y hasta representantes legales en variados niveles de irresponsabilidad.  Sigue leyendo

Comparte este artículo: