Archivo por meses: enero 2014

Publirreportería cultural

Enero 30 de 2014

Colombia es uno de los países donde la línea entre publicidad y periodismo se ha borrado ya casi por completo; por lo visto, el que los ingresos por suscripciones de los lectores de medios impresos o digitales no representan lo suficiente, ha convertido la pauta publicitaria en su prioridad.

Al anunciante, como a todo buen cliente, no solo se elogia cada vez que se puede sino que también se le protege, ya sea de la información maledicente de otro medio o de sus propios yerros, y esto se logra básicamente por omisión de la información o por la elaboración de información falsa. Lo que antes se conocía como “publirreportaje” –etiqueta en extinción, así como la de “publicidad política pagada”–, se hace aparecer como periodismo puro, ocultando los beneficios que detrás existen y llegando, en algunos casos como los especiales de revistas y periódicos, a tener una tarifa establecida para este «servicio». El publirreportaje disfrazado tal vez se ha convertido en  la más importante fuente de ingreso para los medios y para los periodistas que participan en ellos.

¿Publicidad o periodismo? Da lo mismo. Resulta evidente que esta praxis se ha convertido en modelo porque muchos de quienes trabajan en los medios son profesores universitarios. Así que esta situación, lejos de mejorar, es un modus operandi que día a día se perfecciona.

El mayor anunciante de Arcadia es, de lejos, el Ministerio de Cultura. En la edición 98 de Noviembre del 2013 aparece un artículo titulado “El nuevo Colón”, sin firma, que evidentemente no es más que publicidad para el Ministerio de Cultura. El artículo distrae la atención de los temas de relevancia que han sido discusión pública: La información que se ha dado ha puesto el énfasis en el lugar equivocado: un revuelo vacuo y añejo por una pobre lamparita de muy poco pedigrí. Y así, de manera torpe, deja por fuera la discusión que le resulta inconveniente al Ministerio: el tamaño de la inversión en obras como la demolición de la caja escénica, cuya tramoya manual era la última sobreviviente en Latinoamérica; el uso institucional que se le pretende dar a una toda manzana, que será despojada su vida urbana para convertirse en fantasmal fortín burocrático; y, por último, la exagerada volumetría y ajena morfología de una ampliación localizada en un entorno patrimonial.

Se direcciona la atención al concurso de arquitectura para la ampliación del Colón, un proceso que ha sido denunciado como un mecanismo para lavar la imagen de la intervención arquitectónica. Eso sí, el texto da al concurso un toque de feminismo a lo Arcadia al destacar como lo importante del proyecto ganador que uno de sus autores es una mujer.

Ni periodismo ni cultura, simplemente vulgar mercadotecnia.

 

Guillermo Fischer

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Mosaico deconstruido

Enero 28 de 2014

Las ciudades y sus problemas también se globalizan. Entre corrientes filosóficas, platos típicos destruidos y arquitectura de autor, parece que no hay un oceáno entre esta historia de Vicente Blasco para El País de España y lo que sucede, hoy, en Colombia.

Publicado el 21 de Enero de 2014 en El País – Comunidad Valenciana
Autor:


Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida.

Antes de ponerse de moda la cocina de autor, en cualquier lugar de comidas tenían lo de siempre, huevos fritos con patatas, judías con chorizo o potaje de garbanzos. Ahora, hasta en la más simple tasca que se las quiera dar de postín utilizan términos raros y confusos para denominar una ensalada común de lechuga, tomate rancio y atún. Cuando se quiere dar aires de elegancia a algo que de otra manera parecería vulgar, se utilizan palabras que suenen a algo más. O que nadie las entienda, así cuela mejor. Siempre hay vocablos que generan confusión, pero si además coinciden con conceptos filosóficos o estéticos, ya no quiero ni contarles. Uno de ellos es deconstrucción.

En cierta ocasión, en uno de estos sitios que quieren aparentar, la carta ofrecía un menú de esos inspirados, estilo master chef. Entre las delicatessen, había una muy curiosa: “paella deconstruida”. Al preguntar en qué consistía aquello, la respuesta no aclaraba mucho pero sonaba a excelso. Se trataba de un platillo formado por arroz inflado con hojuelas de katsuobushi, bañado con caldo de pollo y coronado con una espuma de pimiento rojo. Qué cosas. Yo pensaba que la paella era lo que todo el mundo entiende que es. Pero claro, ésta tenía su aquél, estaba deconstruida. Es decir, destruida. Pero esto suena mal. Lo otro es palabra mayor.

Según su definición, deconstruir consiste en deshacer y descomponer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual para observar y comprender sus partes, y después volverla a recomponer. Un lío, como pueden suponer. No en vano hay toda una corriente filosófica al respecto que, impulsada por Jacques Derrida en los pasados años 60 en Francia, tuvo su apogeo en la década de los ochenta.

En arquitectura estuvo bastante de moda tras el período postmodernista. Como sus seguidores ya no sabían qué hacer para innovar, pusieron su empeño, entre otros asuntos, en la impredecibilidad y el supuesto caos controlado de la apariencia visual de los edificios, alterando intencionadamente la lógica constructiva tradicional y desmontando cualquier postulado formal establecido con anterioridad. Para entendernos, construyendo a lo loco. Sin ton ni son, como quien dice. En vez de “la forma sigue a la función”, “la pureza de la forma” o “la verdad de los materiales”, el nuevo aforismo era “la forma sigue a la fantasía”. Como se imaginarán, de todo menos barato. Todo un despilfarro, vaya.

Que un arquitecto se dedique a hacer el ganso con su dinero o con el de cualquier particular que lo avale no tiene nada de reprochable. Siempre hay manirrotos y mecenas que no saben qué hacer con sus ganancias apuntándose a lo que sea con tal de deslumbrar. Hacer lo mismo con dinero público ya no me parece tan decente. Cuando se manejan presupuestos que afectan a todos los que los pagamos, hacer ciertos experimentos ya es más cuestionable, máxime si de antemano ya se sabe que el resultado va a ser nefasto.

Cuando hace un año comenzaron a denunciarse las famosas arrugas del buque insignia de la Valencia de ciencia ficción, todos sabíamos ya desde antes lo que pasaba y lo que iba a suceder con los cerca de ocho mil metros cuadrados de revestimiento de su superficie. Sin embargo, y por lo visto, los responsables de tamaño desaguisado no lo querían reconocer. En su afán por enmascarar el error llegaron a decir que esas arrugas eran simples impresiones ópticas de los cordones de soldadura del soporte del trencadís. La broma nos está saliendo bastante cara. Y eso que, e insisto en ello, el problema más preocupante de este edificio no es éste sino el de su latente inundabilidad. Pero esto es otro asunto.

Con el mosaico roto y por los suelos, ahora parece sugerirse su sustitución por placas de aluminio que lo simulen. Puede ser una solución. Más cara todavía, pero remedio al fin y al cabo. No creo que fuera intención del arquitecto sumarse a la moda deconstructivista, pero con tanto construir haciendo y rehaciendo, gastando y volviendo a gastar hasta dar con algo fiable y duradero, acabará por sorprendernos con alguna cosa rara como esos chefs que elaboran incomestibles paellas vanguardistas. Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida. ¿No te gustaba la sopa?. Pues toma, dos platos.

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Giros lingüísticos para el Colón

Enero 22 de 2014

Justo en la última semana del 2013 tuvimos una novedad patrimonial importante: la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría convocó a una reunión con representantes del Ministerio de Cultura, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y la Universidad Nacional. La invitación tenía dos temas: el Teatro Colón y el Parque de la Independencia. El tiempo sólo alcanzó para uno, así que mientras se abre el espacio para el otro, resumo los intentos del Ministerio para ocultar los enredos del Teatro.

1. Ampliar el Colón. El Ministerio presenta con orgullo su proyecto de “ampliación” del Colón para lograr una sede para la Sinfónica de Colombia y un centro de producción teatral autosostenible. La “ampliación” no pasa de un nominalismo publicitario porque el edificio que se construirá es nuevo de punta a punta y porque espacialmente no tiene relación alguna con el teatro original. Una ampliación sería la extensión de uno o varios espacios como el vestíbulo, la platea o los palcos. O de los camerinos, la cafetería o los vestuarios. La obra proyectada, y que fue motivo de un concurso internacional, es simplemente un edificio anexo presentado incorrectamente como una ampliación.

2. Modernizar el escenario. Una modernización sería lo que ya se hizo con los palcos al quitarles el papel de colgadura o con la platea al redistribuir y cambiar la silletería. Pero con el escenario no vamos a ver ninguna modernización sino una demolición total de lo que había para hacer algo tan nuevo como el edificio motivo del concurso: un escenario y una tramoya nuevos desde los cimientos. Para matizar el hecho de haber destruido la caja escénica original y para demostrar que la novedad era indispensable, la argumentación se ampara en la supuesta voluntad del finado Pietro Cantini, quien “siempre consideró que el lote era demasiado pequeño”. Es probable que Cantini también se haya quejado porque no le dieron un lote en la Plaza de Bolívar o una manzana entera para hacer un edificio exento, como en Milán o Buenos Aires. Pero le dieron lo que le dieron y el teatro quedó como quedó. Según algunos expertos locales en música y teatro, la caja escénica podría haberse quedado como estaba por otros cien años. Y para los que vemos el teatro como una pieza arquitectónica, debió haberse quedado así por doscientos: intervenido y mejorado hasta donde lo permiten los principios de conservación patrimonial que buscan respetar la integralidad de ciertos edificios. El escenario bien pudo haberse «ampliado» y «modernizado», sin necesidad de haber evaporado la pieza original.

3. Respetar el Stella. La tercera de las inversiones de significado dice que el nuevo edificio le hará “la venia” al Edificio Stella, un edificio de la década de 1940 que también está protegido patrimonialmente. El truco está en aprovechar la condición “patrimonial” del Stella para desviar la atención que presenta la desmesura del edificio vecino al Stella, el de la Universidad Autónoma de Colombia –que no es patrimonial y que además tiene un añadido irreglamentario– para tomarlo como referencia de “empate”. Es curioso cómo para el Ministerio, algunas “casuchas” de la vecindad no merecen concesión alguna y demolerlas es un deber patriótico, mientras el edificio de la Autónoma merece todos sus respetos. Se trata de un edificio que bien podría desaparecer o por lo menos quedar rebajado en tres pisos de altura. Sin embargo, no se menciona la Autónoma sino el Stella porque el exbrupto de la Autónoma sirve para desviar la atención de otros dos exabruptos: la demolición secreta de la caja escénica y la acomodación a la fuerza de un programa de nuevos usos que sencillamente no cabe en el lote.

4. Un centro de producción teatral autosostenible. Dejando de lado la inaudita desaparición de los elementos patrimoniales producidos por la destrucción de la caja escénica, saltan a la vista la sostenibilidad económica de la obra y la supuesta planeación estratégica que fundamentó la audaz decisión de demoler el escenario tradicional para construir uno altamente sofisticado y varias veces más grande. A través de Arcadia nos han informado que la idea es hacer del Colón un gran teatro de producción propia y autosostenible, dotado con una nueva escena del tamaño y características del Teatro alla Scala de Milán (año 2002, arquitecto Mario Botta). Dicen los comunicados que el Colón pasará de ser un teatro que se alquila a diferentes empresarios que promueven sus propios eventos, a una empresa que autogenera sus propias producciones. En otras palabras, que la amortización entre los costos de producción de un evento y la venta de boletas correrán por cuenta del teatro. Si consideramos que el aforo del Colón es de 900 sillas, contra las 2.800 que tiene la Scala, habría que vender la boletería al triple del precio o triplicar el número de funciones. Pero quedémonos con un ejemplo local: el de la “La Octava Sinfonía de Mahler” interpretada por cerca de 400 músicos en escena en octubre de 2011 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Esta magnífica presentación ilustra la dificultad de emular un gran teatro: se trató de una súper producción en la que el equilibrio entre las 1.745 sillas de aforo y el costo del evento –con la ayuda del Estado y algunos patrocinios– se logró en una sola función. A esta limitación habría que añadir la dificultad de enfrentar los inconvenientes para ubicar toda la orquesta, proporcionados por la relativa estrechez de los 14 metros de la boca del Jorge Eliécer, comparados con los inalterables 10 metros de boca del Colón. Parecemos estar frente a una exacerbación parroquial cuyo fundamento descansa en los consejos de unos asesores dexcontextualizados, pero expertos en acústica.

5. Polémicas y grandes cambios. Hablando de desinformar y tergiversar las cosas, las “polémicas” no son como informa Arcadia por “sobrecosto y demoras en la entrega” sino por detrimento patrimonial cultural. Y “el gran cambio” tampoco es como lo minimiza Arcadia –»el reemplazo de la tradicional lámpara del Teatro”– sino la desaparición de la caja escénica.

Mientras siguen las pautas de opinión y mientras la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría se informa para decidir si se trata, o no, de la misma ligereza administrativa y del mismo tipo de maltrato patrimonial, el Ministerio no se detiene y nos informa en El Tiempo, una vez más, lo mismo que dice para cualquiera de sus intervenciones: que el proyecto es una maravilla y que todo lo que han hecho es como la Operación Jaque.

 

Juan Luis Rodríguez

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El cinco

Enero 20 de 2014

De niños nos enseñan a contar señalando con un dedo los cinco dedos de la otra mano (y si uno se devuelve se da la ilusión de que solo hay nueve dedos). El número cinco (cinco ángulos para los fenicios, que representaban los números con ángulos) es la suma del primer número par con el primer número impar, y el medio entre los nueve primeros números, los que con el cero y la coma permiten construir todos los demás números hasta el infinito. El cinco es el tercer número primo, después del uno y el tres y antes del siete, con los que forma la única terna en donde la diferencia entre ellos es de dos unidades, lo que es de gran significado en la arquitectura.

El cinco es el segundo número de Fermat, después del tres y antes del diecisiete. El quinto término de la sucesión de Fibonacci, después del tres y antes del ocho. El polígono de cinco lados, que recibe el nombre de pentágono, claro, que cuando es regular tiene algunas propiedades curiosas como que la razón entre la longitud de su diagonal y la longitud de su lado es 1,6180…: el número áureo Phi (en honor a Fidias). El dodecaedro es el único de los cinco poliedros regulares cuyas caras son todas pentágonos regulares, y la estrella de cinco puntas o pentángulo, por sus cinco ángulos agudos, un emblema de más de 5.000 años de antigüedad.

Es el pitagórico número “nupcial”, del centro, la unión, la armonía, el orden y el equilibrio (Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: Diccionario de los símbolos, 1969). Es el símbolo del hombre (brazos, cuerpo y piernas) y del universo, con dos ejes horizontales, cada uno con dos rumbos, y un eje vertical, pasando todos por el centro. Representa los cinco sentidos, que son las cinco formas sensibles de la materia, con los que se ve, oye, toca y huele la arquitectura, pues si bien los edificios no saben, en ellos se come, principalmente en las viviendas; es decir, que los edificios son la totalidad del mundo sensible, lo que no perciben tantos arquitectos.

El número cinco es un reconocido símbolo en China, India y Japón budista, y en otras culturas. En Mesoamérica, dios del maíz, es símbolo de la perfección para Mayas y Aztecas, representado por una mano abierta; también jugó un papel capital entre los Incas. Es una cifra fausta, feliz  y afortunada para el Islam (son cinco los dedos de la mano de Fátima) y su arquitectura se compone con  base a la geometría de los números 5, 6 y 8, y algo de eso debió heredar nuestra arquitectura colonial. Y todas estas culturas coinciden en ver en el número cinco el signo de la vida pues, por ser un número impar, expresa no un estado sino un acto y es manifestación del hombre.

Las pirámides egipcias tienen cinco caras contando el suelo. Hay cinco tipos básicos de templo en Grecia. La arquitectura romana cuenta con cinco órdenes. Las catedrales góticas tienen cinco naves. La arquitectura renacentista retoma los cinco órdenes. La arquitectura moderna tiene cinco grandes maestros, y son cinco los puntos de la nueva arquitectura según Le Corbusier: el edificio sobre “pilotis”, de plantas y fachadas libres, las ventanas apaisadas y jardín en la cubierta. Y la posmoderna (que no posmodernista) tiene cinco objetivos: ser sostenible, contextual, remodelable, reciclable y biodegradable, como solía ser la arquitectura colonial.

 

Benjamin Barney Caldas

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Notas de Medellín: “La ciudad más innovadora del mundo”

Enero 15 de 2014

No hace mucho, alguna entidad internacional proclamó a Medellín, Colombia, como la “ciudad más innovadora del mundo”. Es claro que semejante título tiene un carácter semi-deportivo y es un halago para las entidades administrativas y cívicas de la “capital de la arquitectura en Colombia”, otro de tantos títulos o campeonatos ostentados por lo que se llamó también la “Bella villa del valle del Aburrá”. Las innovaciones están por doquier en Medellín, especialmente en su infraestructura, sus espacios públicos y sus edificios culturales, y hasta en “Colombiamoda”, lo cual haría merecido el título mencionado. Pero también hay otras innovaciones, accidentales o hechas a conciencia, que son más discutibles o muy lamentables. Estas notas se refieren solamente a dos de ellas y no pretenden dar una idea panorámica del fenómeno presuntamente innovador en Medellín.

I

LA BIBLIOTECA DE DRÁCULA

Estamos totalmente equivocados quienes escribimos críticamente en contra de la arquitectura de la biblioteca pública, cuyo diseñador, el arquitecto Mazzanti, es una de las instant celebrities mediáticas en esa profesión en Colombia. No menos errados están quienes lo defienden de los ataques de aquellos que no aceptan como verdaderos los cuentos de hadas sobre la moda arquitectónica de revista y/o de aquelarre profesional (i.e. Bienales, etc.). Unos y otros hemos prestado a esa obra, desde hace unos 5 o 6 años, una injustificada atención y le hemos otorgado una importancia o validez profesional, política o social que ciertamente no tiene. Es otra obra más y punto. Lo que sus panegiristas aclamaron como un hecho histórico fundamental en la arquitectura colombiana no pasa, luego de una evaluación seria a los 6 años de edad de la obra, de ser otra anécdota más en el alud innovador, imitador, publicitario o como se quiera, característico de la época presente. Conviene, entonces, reducir a verdadera dimensión la muy galardonada (¿?) edificación pública, que no pasa ciertamente de ser un forzado intento de empacar una “bibliotequita” (según algún crítico extranjero) convencional y modesta, en un envoltorio sensacionalista que nada tiene que ver con el discreto contenido del mismo. Nada de estos malabares formalistas va más allá de una primera impresión sublime –y por lo tanto, imitable, i.e. copiable– o de latente engaño por factor sorpresa, según si el observador es un crédulo estudiante de arquitectura o un desprevenido ciudadano común.

Lo singular de este caso es un show limitado exclusivamente al exterior del edificio, planteado en términos de rudo contraste con el complejo y difícil contexto urbano de los barrios periféricos medellinenses. No hay que olvidar, además, que los jurados de bienales y otros eventos profesionales similares son muy dados a dejarse llevar por la corriente de la moda, de “lo último”, de la “innovación” intrascendente o la provocación audaz. ¿Acaso las bienales de arquitectura no son para consagrar el último desfile de modas? Y que, con razón o sin ella, abundaron las acusaciones de plagio o copia contra el arquitecto Mazzanti, cuando lo cierto es que esa vergonzosa e innecesaria discusión se refería exclusivamente al forro o revestimiento de su biblioteca, del cual se dijo, en serio y no como una broma de mal gusto, que simulaba, mal que bien, “rocas” gigantescas. La obra “original” de la cual tomó presuntamente su inspiración el autor de la biblioteca España en Medellín parece ser, también, un divorcio total entre contenido y contenedor, tema muy de “vanguardia” actualmente. Se supone que esto es una rebeldía ideológica contra la relación estrecha que, en el ideario racionalista debe tener la arquitectura, entre espacios interiores y fachadas. Es obvio que imitar, “recrear”, “evocar” o “reproducir” algo que no pasa de ser una máscara no tiene ni mayor gracia ni demasiado mérito. Es simplemente otra de actitudes formales posibles en ámbitos profesionales y académicos donde “todo vale” y el ego arquitectónico no tiene límites o se puede inflar a cualquier presión. En esto, curiosamente, las fantasías de moda bordean de cerca la total banalidad.

Bajo el sol brillante de fin de año en el valle del Aburrá o a través de la contaminación atmosférica que nimba las comunas de la capital de Antioquia, la presencia de los “empaques de regalo” de la biblioteca España se destacan como golpe en un ojo. Obtrusivas sí son esas engañosas formas huecas, pero ¿para  qué lo son? ¿Para gritar “aquí estoy yo” en términos constructivos? La monumentalidad pretenciosa es inherente a las obras sublimes de la humanidad, pero en obras del tercer renglón, más anecdóticas que otra cosa, resulta grotesca o inadmisible. Es bien posible que lo que busca hoy en día la vanguardia arquitectónica sea precisamente eso, dar golpes visuales y ambientales para seguir manteniendo presuntas ventajas profesionales y mediáticas. Para estar con “lo último”, o para continuar para ciertos arquitectos esa imagen de seres superiores y de artistas dotados de poderes misteriosos. Al fin y al cabo, detalles más o menos, esa es la historia de la profesión de arquitecto desde el siglo XVII en adelante y, aun antes, la de constructor. Para no traer a cuento la ingeniería.

Foto de Germán Téllez

El contexto urbano donde se localiza la Biblioteca España. Nótese el Metrocable y el efecto visual de “hematoma” del edificio cultural. Cada quien puede sacar de estas imágenes sus propias conclusiones.

En reciente visita a Medellín, el espectáculo era aun más sorprendente que de costumbre: la biblioteca estaba cubierta en gran parte con un tétrico sudario de malla plástica de tono fúnebre que se agitaba al viento como algún acento ominoso en una de las versiones televisivas o cinematográficas de Drácula. ¿Estaría quizás vestida de luto por la arquitectura moderna? Prosaicamente, no era una decoración para producir pavor o un gesto carnavalesco sino la protección tendida para evitar la caída de lajas de pizarra sobre techos y cabezas de vecinos en torno a la biblioteca. Esto en razón de un continuado proceso de deterioro tecnológico iniciado el día de la inauguración de la obra, pues según la revista SEMANA (23/12/13): […] a la obra le han llovido críticas por las deficiencias constructivas y de acabados [sic] que no han podido hacerles [sic] frente a las fuertes lluvias y vientos de la zona. Los desprendimientos […] del enchape han sido un problema recurrente desde el comienzo pero en abril y agosto de este año se agudizaron sin causa aparente y en áreas más grandes […]. En suma, a la biblioteca le llueven críticas y llueve dentro de ella. ¿Será que construir bonito ya no es lo mismo que construir (o diseñar) bien? ¿O que el desplante formal o innovador se viró cruelmente contra sus propios creadores por cuenta de sus flaquezas o ineptitudes tecnológicas?

Foto de Germán Téllez

Aspecto exterior de la biblioteca el 28 de diciembre de 2013, desde el barrio adyacente con los sudarios negros colocados, alterando increíblemente su apariencia.

Foto de Germán Téllez

No falta quien piensa seriamente que el sarán negro “favorece” a la Biblioteca España, dado que suaviza y le da movimiento (con el viento) a los duros contornos de las falsas “rocas”. Dice la sabiduría popular: dime cómo vistes y te diré quién eres.

Inevitablemente, el abigarrado e inquietante contexto urbano de las comunas ha venido adquiriendo a través del tiempo cierta inevitable consolidación, sorprendentemente homogénea. La biblioteca España hace caso omiso de esa homogeneidad o del barrio en torno suyo, al igual que el Metrocable, otro cuerpo extraño urbano, probablemente muy necesario, en su vecindad. La poderosa estética de los barrios periféricos de Medellín, resultante de la lucha social por la supervivencia pero inaceptable para un código de valores formales o ambientales altoburgués o académico, ha ido creando un nuevo mundo urbano donde las formas y las usanzas no son ciertamente aquellas de los racimos de edificios de apartamentos y centros comerciales que se apiñan y se obstruyen unos a otros en las laderas de El Poblado.

La verdadera vanguardia arquitectónica y social de Medellín está en estos laberínticos conglomerados, parientes lejanos en el tiempo y la distancia de las barriadas de ciudades asiáticas antiguas e innumerables y de los cinturones de miseria en torno a las urbes coloniales africanas o de los imperios lusitano o hispánico. Ese mundo urbano, construido sin la intervención del medio académico que produjo, entre muchos otros, al arquitecto Mazzanti, ha venido consolidándose, adquiriendo mal que bien su propio repertorio formal y ambiental, en una singular continuación de la historia urbana del mundo entero. La áspera propuesta de la biblioteca España hace figura desafiante, como una especie de “barra brava” arquitectónica en un medio hostil, a cualquier gesto formal “innovador”, populista o bien, faltaría decirlo, lleno de buenas pero impositivas intenciones de modernidad. ¿La biblioteca sería, por ventura “linda” y la barriada en torno suyo, “fea”? ¿O viceversa? No hay que olvidar que el sentir popular hace constantemente calificaciones así, con lúcido y tajante simplismo.

Foto de Germán Téllez

Las fotografías de la Biblioteca España publicadas en los medios extraen invariablemente el gesto arquitectónico de su contexto urbano, para que luzca como si fuera construida en un desierto y no en una precaria ladera de Medellín. Esa realidad urbana, claro, sigue ahí. Las modestas construcciones frente a la pretenciosa arquitectura de la biblioteca pública son la realidad socioeconómica y la vida mismas, y lo que hay al otro lado de la calle el relumbrón cultural.

De las lajas de pizarra escogidas por él, dice el propio autor del diseño en SEMANA: […] tal vez se trate de materiales de poca calidad o de defectos en la construcción y la instalación de los materiales [sic] […] los problemas no tienen que ver con ese material sino con empates de la cubierta que no quedaron bien construidos (¡!). Singular defensa de su labor de arquitecto, por decir lo menos. Las estructuras metálicas que soportan esas lajas dejan interiormente unos extraños abismos de separación de gran altura entre las dependencias de la biblioteca propiamente dicha y el caprichoso disfraz de aquellas. Esos impensables y profundos zanjones están poblados de riostras o amarres metálicos entre el edificio mismo y su apariencia exterior y pueden causar vértigo en quien se asome desprevenidamente a ellos. Pero lo que en el fondo es un vistoso y agresivo intento de “hacer presencia cultural”, resulta ser también un parcial pero notable éxito populista. Por supuesto, tener una biblioteca es mejor que no tenerla, leer libros es mejor que no leerlos, cultivar el espíritu es mejor que ir a fútbol…

Foto de Germán Téllez

Interior de la Biblioteca. Fotos de arriba hacia debajo de los vertiginosos abismos entre la estructura portante de los envoltorios del edificio y las dependencias de la biblioteca, la cual tiene estructura y muros propios, aparte del show formal exterior de su “vestido” arquitectónico.

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  II

EL EXCONJUNTO RESIDENCIAL “SPACE”

En la luz mañanera de El Poblado, los grumos desgarrados de concreto y los espaguetis de acero que supuestamente los “reforzaban”, colgando, torcidos y arrancados por la caída de la parte más elevada del “conjunto” residencial con el pretencioso apodo (¿de algún aventajado publicista?) de “Space”, hacen dolorosa figura en medio del placentero contexto urbano de El Poblado. Este es, en efecto, el polo geográfico y social radicalmente opuesto a las comunas periféricas de la ciudad. Turistas, trotadores, paseantes, se detienen ante la colina de escombros que segó vidas humanas y prestigios profesionales a granel y disparan una y otra vez sus cámaras digitales. Al fin tienen algo patético y horripilante qué contar, además de las platitudes familiares y las tonterías gráficas que inundan su mundo visual digitalizado. Esa escena como de ciudad europea en la II Guerra Mundial, o Beirut o Trípoli décadas más tarde, no es producto de un bombardeo o un combate sino, muy seguramente, de la inepcia y la irresponsabilidad de un grupo humano relativamente poco numeroso, a la sombra de una fracasada materialización de tecnologías quizás más obsoletas que innovadoras. Lo que tanta gente registra en sus cámaras (lo que las exime de observar cuidadosamente el ominoso espectáculo que tienen en frente y de reflexionar sobre este) es una estructura que, en su actual mutilación destructiva, sigue dando una inescapable impresión visual y sensación técnica de extrema fragilidad, sinónima en este caso de involuntaria o intencional  construcción deficiente.

Foto de Germán Téllez

Ruinas del exconjunto SPACE. El letrero blanco, abajo, advierte: Prohibido parquear y detenerse en esta zona. Este es un llamado a que todos se detengan o circulen por allí a paso de tortuga para ver y fotografiar el desastre con mórbido interés.

Es de suponer que las investigaciones en curso o ya realizadas puedan establecer explicaciones claras, exentas de medias verdades técnicas, de jerigonza tecnológica acusatoria o defensiva, para esta tragedia anunciada por alarmantes síntomas de fragilidad estructural, de grotescas deficiencias constructivas, de letal chambonada al diseñar, calcular, presupuestar, construir, supervisar, intervenir, promover y vender un edificio para vivienda de burguesía media-alta. Imposible olvidar el patético, tardío y letal intento de los contratistas de la construcción del “Space” de detener con remedios muy parciales el inevitable colapso total que en efecto ocurrió. ¿Cómo estaba hecho un edificio que requirió esas inútiles y desesperadas “reparaciones” a poco tiempo de ser terminado? ¿Era ése un intento de curar cáncer con analgésicos?

Foto de Germán Téllez

Detalle de los pisos intermedios en el punto de empate entre las torres 5 y 6. La continuidad (no había juntas de dilatación) entre estas era tan frágil que la torre 6 no logró en su caída arrastrar consigo a la 5, creando un efecto de dominó aún más catastrófico.

Foto de Germán Téllez

La “nueva” culata (medianería) occidental de la torre 5 del SPACE. Un curioso muñón estructural en primer plano.

Las preguntas se agolpan ante esas nubes de polvo de cemento que la brisa de El Poblado levanta de la pirámide de escombros y sacude de los pisos del tramo adyacente al que “presentó renuncia” fulminantemente: ¿cuál y cómo es la suma de errores, descuidos, trampas, engaños, falsedades, irresponsabilidades, ignorancias, inepcias, ambiciones, etc. para que se produzca tamaña autodestrucción? ¿Cómo es el cuento de la resistencia inherente a una forma curva en planta, tal como las hay a porrillo en la naturaleza? ¿La alarmante esbeltez de los pisos altos de la torre más encumbrada del “Space”, de veras fue producto de la intención de aligerar al máximo la carga muerta colocada al extremo del mayor brazo de palanca posible en el esqueleto portante del edificio? El “Space” perdió la batalla de la supervivencia, la estabilidad o la durabilidad, creando una nueva clase social de desplazados. Quien invade una colina en Medellín para sobrevivir no es quien va a adquirir un penthouse en el Poblado. ¿Cuáles fueron los criterios de cálculo para tan inestable engendro? ¿El de la máxima economía en estructura y cimentación? ¿El de la obtención de una extrema área rentable o vendible? ¿Qué se hizo en este caso el tan cacareado código (y tan lucrativo negocio) de la resistencia sísmica promovido por productores de cemento, calculistas interesados en obtener el mayor beneficio posible de su trabajo y curadores teóricamente dispuestos a engrosar presupuestos de construcción a la luz de disposiciones reglamentarias de muy discutible eficacia? ¿Sería lo mismo el contenido de los cálculos del edificio autodestruido que lo que aprobó algún curador, y esto, a su vez, lo que el constructor levantó en la obra? La historia no es, decía Bárbara Tuchman, lo que hubiéramos querido que ocurriera sino lo que ocurrió. Ojalá las investigaciones técnicas respondan nítidamente a estas cuestiones. Y que nadie torne a decir, como sádica justificación, que también en otros países se caen edificios, estadios, puentes, centros comerciales.

El “Space” (Espacio, en spanglish) es un tétrico recordatorio: parece que no todo está bien en los reinos de la arquitectura, la ingeniería y la construcción y mucho menos en el del negocio de construir y vender.

 

Textos y fotografías de Germán Téllez
Arquitecto AIA, SCA

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