Archivo por meses: noviembre 2013

Crucero para el Parque Bicentenario

Noviembre 26 de 2013

. . . Y todavía hay gente que piensa que el Parque Bicentenario es el producto de una mente genial que se ha ganado muchos premios; que los sobrecostos de la obra no tienen que ver con el cartel-carrusel de la 26 porque no la hicieron los Nule; que si el Ministerio de Cultura dice que todo bien todo bien es porque así es; y que Transmilenio está parado por cuenta de la necedad de unos habitantes de las Torres del Parque, empecinados en que la ciudad no progrese. . .  ¿Cómo no va a ser de este modo, si lo dicen El Tiempo, la W, Arcadia y todo el mundo?

Opiniones como estas lo único que prueban es que Charles Wright Mills le puso la cola al burro al diferenciar entre recitar opiniones y expresarlas, bien por escrito o por radio o en imágenes, con las que se impacta más y se ahorra tiempo. En este caso, la campaña publicitaria del “nuevo” diseño está basada en enganches de cajón como el del Maestro, tanto como en dibujos engañosos que demuestran lo que hubiera podido ser pero ya no puede ser, simplemente porque los niveles de las plataformas construidas no lo permiten; a menos, claro, que se demuelan, se hunda la vía y volvamos a empezar.

En las reuniones para ver cómo será la estrategia de medios para hacer públicas estas mentirillas, el problema se resuelve con un «tranquilos que’l papel aguanta todo». Entonces, como parte de la nueva estrategia para convencer al público a través de la prensa, viene la fastidiosa invocación al Salmona, el Maestro, como origen del proyecto. La falacia es muy simple: él tuvo la genialidad y nosotros, como sus discípulos, nos hemos limitado a desarrollarla.

Para los desinformados, lo primero que buscaba el poyecto de Salmona era “recuperar” la entrada principal de la Biblioteca Nacional sobre el Parque de la Independencia. Para logarlo había que modificar drásticamente los niveles de la 26 y las tuberías del acueducto. Si esto no se hizo –y ya es imposible hacerlo– por costos, por estética, por capricho o por el motivo que sea, ello no permite el abuso de reclamar una misma Idea. La nueva podría ser incluso mejor, pero no tiene nada que ver con la concepción original. Además, la plataforma propuesta por Salmona era una sola, continua e inclinada, y estaba localizada entre la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno. Cubrir una vía no fure nunca la “idea” de Salmona, sino hacerlo de un cierto modo, que por si los publirreporteros no lo saben, no tiene absolutamente nada que ver con la “idea” que se desarrolló.

Hablando de ideas, y de burros, con ayuda de la columna Andrés carne de burro en El Espectador, propongo una salida para el estancamiento del llamado Parque Bicentenario. Empecemos por verlo así: ¿en qué se parecen la insinuación de Andrés Jaramillo –que una estudiante en minifalda está buscando líos– y la afirmación de la Ministra de Cultura al firmar una resolución culpando a los residentes de las Torres del Parque por no haber cumplido con un “deber constitucional”? Dicho de otro modo: ¿qué relación hay entre una estudiante que es tratada públicamente como una casquifloja y unas personas que por pedir que se respete un patrimonio urbano reciben tratamiento de infractores?

Se debe, estoy casi seguro, a que uno y otra se rigen por unas máximas similares. Una social que se resume en la pregunta: “¿usted no sabe quién soy yo?”; y una jurídica: “la mejor defensa es convertir al agredido en bandido”. Cuesta trabajo aceptar que alguien en su sano juicio pueda ser tan burro pero ahí estamos. Jaramillo ha hecho lo posible por sacar la pata pero la Ministra cada vez la hunde más, aferrada a que todo lo que hace el Ministerio no es legalizado sino legal.

Si de modificar el proyecto se tratara, y asumiendo que la Biblioteca Nacional ya se quedó así, yo estaría parcialmente de acuerdo con lo propuesto por “un grupo de arquitectos independientes” para remediar el impasse: tumbar dos o tres de las plataformas actuales y terminar el resto, y así evitar la invasión del Parque de la Independencia con rampas y jardineras superfluas. Además, invitaría al Distrito a incorporar al proyecto los parqueaderos de Inravisión y del MAMBo, para hacer que el parque empiece en la calle 24. También dejaría de llamarlo Parque Bicentenario y buscaría la forma de recordar que este sitio fue un bosque sagrado para los Muiscas.

Desafortunadamente, para un nuevo proyecto con las anteriores características necesitaríamos que el Ministerio de Cultura actuara como protector del patrimonio, lo cual es una quimera en manos de la administración actual, empeñada en salir de lo que se le ha vuelto una minifalda a la que identifican públicamente como la comunidad, y en privado como unas señoras desocupadas. Por eso, antes de hablar de nuevos planes necesitaríamos un doble giro: un cambio de Ministra y permitirle a la nueva que con fondos del Ministerio le regale a su antecesora un crucero por algún mar lejano.

Desde luego, andemás de otra Ministra necesitaríamos otro contratista, otro arquitecto, otros abogados y otros medios de comunicación. Pero lo fundamental es otra cabeza para la cultura, en cuyo cerebro esté claro que una de sus labores es proteger el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad. Lo demás vendría por añadidura.

Mientras aparece esta nave del olvido providencial, asistiremos a más de lo mismo: abogados defendiendo el buen nombre de su cliente, eludiendo pruebas de inocencia y acusando al acusador; campañas publicitarias disfrazadas de información en la revista Arcadia; e inversiones del lenguaje como reclamar Detrimento patrimonial económico por haber invertido 17 mil millones en el Parque Bicentenario, en lugar de haber malgastado 17 mil millones en el Detrimento patrimonial cultural del Parque de la Independencia.

Juan Luis Rodríguez

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Facultad de Artes: el arte de estafarte

Noviembre 22 de 2013

El tema de la formación del arquitecto es apasionante, al menos para algunos de nosotros. Por eso esperábamos ansiosos la apertura del concurso del diseño del nuevo edificio para la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Y, finalmente, “llegó la hora dulce y bendecida”. El pasado 18 de noviembre aparecieron las bases del esperado concurso en la página web de la Facultad con su carga de golpes bajos. Sigue leyendo

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Dioses, clientes y arquitectos

Noviembre 14, 2013

 

Se ha dicho que Dios es el supremo arquitecto y para los masones es el Gran Arquitecto del Universo. Pero aparte de preguntar que vienen a ser entonces los demás cientos de dioses que en el mundo han sido, lo que sí es claro es que todos ellos fueron los supremos clientes. ¡Sus necesidades son apenas la gloria para trascender y disponen de todo el presupuesto del mundo! Han permitido que los arquitectos sueñen la más maravillosa arquitectura y levanten los más grandes edificios de la Tierra, al menos hasta hace un siglo.

Zigurats, templos, mezquitas, sinagogas, iglesias y catedrales han sido siempre los edificios más bellos, grandes, confortables, entrañables y humanos para todos, incluyendo a los ateos, que probablemente son los que más los disfrutan pues precisamente van a ellos con el propósito de sentir el cielo allí, vivos y no (quien sabe) después de muertos, pues el espacio interior es la arquitectura, como dice Bruno Zevi en Architectura in nuce (1964), igual que el espacio urbano que conforman los edificios son las ciudades, como en “De Babilonia a Brasilia”, que es como titularon la traducción al español del libro de Wolf Schneider (Überall ist Babylon, 1960).

Mas no interesa mucho que los dioses no existan pues su arquitectura sí que está presente en todas partes y en todas las épocas, y no es víctima de la actual obsolescencia programada. Otra cosa es la reconstrucción ritual de algunos templos cada cierto tiempo, como acostumbraban Mayas, Aztecas o monjes Budistas. Su emplazamiento siempre es el mejor de cada ciudad o esa arquitectura es una pequeña ciudad como en Monte Saint-Michel. Son los edificios más funcionales pues les basta sólo con su belleza, y su construcción ha hecho desarrollar las técnicas constructivas como ninguna otra edificación hasta el Crystal Palace de 1851 en Londres, diseñado y construido por Joseph Paxton, un experimentado constructor de invernaderos que se graduó de arquitecto y moderno con ese novedoso edificio.

Los arquitectos, del  griego antiguo ἀρχιτέκτων (arqui-tectón, primero-obra) que significa,  literalmente, el primero de la obra, es decir, su máximo responsable, solo existían para hacer templos, o palacios para reyes –que lo son precisamente por la gracia de Dios–, a quienes les sobraba dinero, ni más faltaba, pues para eso están las guerras. Como buenos clientes, sabían de arquitectura –ahora hay que enseñarles– y escogían al mejor arquitecto, no al más barato ni a la “estrella del momento”, y lograban de cuando en vez una nueva pero pertinente arquitectura –en lugar de copiar la penúltima moda–.

El primer zigurat, levantado hace 40 siglos, recuerda a Ur. Y los 147 metros de altura y 230 de lado de la gran pirámide en Ghizeh, con  47 siglos, recuerdan a Keops, y las suyas a Kefrén y Mikerinos. Y sabemos de Mumtaz Mahal por el magnífico mausoleo (1631 y 1654) que el emperador Sha Jahan levantó en Agra a su amor eterno. Hace 35 siglos en Karnak, el Gran Templo alcanzó 354 metros de recorrido en busca de Amón, y hace 33 que el zigurat en Tchoga-Zanbil subió 53 metros buscando a los dioses; y para ellos también son las Acrópolis griegas y el Panteón, las pirámides Mayas y Aztecas. Y la roja Alhambra de los reyes nazaríes, en árabe al-Ħamrā (اَلْحَمْرَاء), levantada principalmente durante el siglo XIV, de la que dijo Ibn Zamrak:

Jamás vimos alcázar más excelso,
de contornos más claros y espaciosos.
Jamás vimos jardín más floreciente,
de cosecha más dulce y más aroma.

También Machu Picchu (montaña vieja en quechua), una de las residencias de descanso de Pachacútec, primer Inca del Tahuantinsuyo (1438-1470), es para un hijo del Sol, un dios rey. Estupas indias, chedis o dagobas para guardar reliquias, y Pagodas que no son cuentos chinos, y templos hannya shinkyo Zen.

Y desde el siglo IV hasta el XX,  Santa Sofía, San Marcos, Espira, Santiago de Compostela, Saint-Denis, Notre Dame, Chartres, Reims, la Abadía de Westminster, la Mezquita de Córdoba, Santa María del Fiore, San Pedro, San Pablo, la Catedral de Sevilla, la de México, la Sagrada Familia ¡y sin terminar!, son para un solo Dios, pero grande como repiten los musulmanes. El Escorial (palacio, templo y tumba) fue concebido a la imagen (imaginada) del Templo de Salomón. Y muchísimos más, diría Sir Banister Fletcher en A History of Architecture on the Comparative Method (1896).

Como dice un poema áulico en la sala de las Dos Hermanas en la Alhambra: «[su] bella estructura ha pasado ya a proverbio, y [su] alabanza está en los labios de todos.» La arquitectura es, pues, la madre de las artes al servicio del poder. Pero ahora que cada vez hay más ateos, gracias a Dios, ya poco se hacen templos, como si los muchos que existen bastaran para su solaz.

Finalmente, desde hace casi un siglo el Movimiento Moderno, otro ideal del humanismo, trata de poner la gran arquitectura también al servicio del hombre común. ¿Pero dónde están los arquitectos? Como si fuera un castigo divino, creen que todo lo que hacen es como un templo o al menos un palacio y reclutan adeptos con publicaciones pagadas. En Colombia están acabando con las ciudades de la mano de alcaldes, concejales y promotores, ignorantes de que éstas son el escenario de la cultura, como las llamó Lewis Mumford en La cultura de las ciudades (1938).

Es el pecado de las carreras de arquitectura en el país, las que proliferan improvisadas pues se les exigió a las universidades algún programa en artes para ser consideradas como tales. Programas que buscan torpemente formar dioses del diseño y no arquitectos comunes para el cliente común, es decir, para la gran mayoría. Mas como se sabe desde la antigüedad, y lo repitió Ludwig Wittgenstein, el célebre filósofo y arquitecto aficionado, la gran arquitectura es para inmortalizar o glorificar alguna cosa (Félix  de Azúa, Diccionario de las artes, 2002). Pero cuando no hay nada que glorificar es la gran farsa: hay que decirlo.

Benjamin Barney Caldas

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Falso Colón

Noviembre 7 – 2013

Según El Espectador, al proyecto ganador del concurso para la «ampliación» del Teatro Colón, le «Recortamos volumen y perdimos dos pisos de altura». No sabe uno si estamos ante un lamento o ante el reconocimiento de una virtud pero el hecho es que le bajaron dos pisos al proyecto. Está por verse si el recorte se llevará hasta el final o si en la entrevista de celebración dentro de un año nos enteraremos que «Hicimos todo lo posible pero no se pudo». Por lo pronto, asumo que el cambio se debe a que entre el Ministerio de Cultura y la Sociedad Colombiana de Arquitectos -SCA- entendieron que la forma urbana anterior era desproporcionada y corrigieron el encargo. Esperemos que así sea y que el nuevo teatro y la nueva sede para la Sinfónica de Colombia sean lo que se merecen la orquesta y el centro histórico. Un aplauso por el destello de sensatez.

También tendremos, en palabras de la arquitecta ganadora, un edificio contemporáneo porque «pensamos que respetar el patrimonio no es tratar de imitarlo[…] Tiene unas fachadas muy neutras y unos materiales muy sobrios. Son materiales durables en el tiempo, concreto, vidrio, madera, que no intentan parecerse al teatro sino darle valor». Esto ya no es sensatez sino sentido común. Que el lenguaje sea “contemporáneo” es lo mínimo que se puede esperar para evitar el pastiche.

Lo más sorprendente de la entrevista es la celebración del Edificio Stella: «por la parte de atrás nos ensamblamos con la Universidad Gran Colombia, a la que se le va a respetar el edificio Estela, que también es patrimonial». Así la morfología haya mejorado, no deja de ser una barbaridad tomar este edificio como punto de referencia, considerando que para cualquier transeúnte de la carrera 6 es evidente que la parte de atrás de la Catedral ya es bastante desproporcionada y que los edificios Stella y Universidad Autónoma de Colombia, comparados con la muralla colonial, son un par de alienígenas. El hecho en este caso es que la pared de la Catedral es una parte esencial del edificio, fue hecha hace siglos y tomarla como referencia hubiera servido al menos para dignificar el nuevo conjunto. Pero el Ministerio necesitaba camuflar el enorme volumen de la nueva tramoya, de modo que la mejor estrategia era sacar a relucir el valor patrimonial del Stella, olvidarse de la carrera 6 y omitir la vulgaridad de la Autónoma.

Lo que ya pasa de barbaridad a mentira es que el nuevo proyecto sea una ampliación del Colón. El teatro no se puede ampliar, más allá de lo que ya se amplió en capacidad a través del aumento de algunas sillas en la platea y de lo que se está haciendo con el nuevo escenario y la nueva tramoya. La «ampliación» será un nuevo edificio, sin más relación con el viejo teatro que una o dos puertas internas de comunicación. Una construcción aparte que funciona como un distractor para esconder la demolición de la caja escénica original: una obra en construcción, probablemente magnífica en términos teatrales, pero altamente cuestionable desde un punto de vista patrimonial por cuanto desfigura una parte esencial del edificio. En realidad, desfigura otra parte esencial, que se suma al turupe llamado «atrio» que modificó la fachada por la calle 10, como si se tratara de construir una casita de muñecas para la hija en el jardín de la casa.

En resumen, al Colón primero le pusieron un atrio y le recortaron la fachada, luego le «modernizaron» la platea y los palcos y después vinieron la demolición de la caja escénica, el nuevo escenario y la nueva tramoya. Hasta acá la ampliación. Luego, para parecer legales y tranquilizar la conciencia de sus «protectores», le hicieron un Plan Especial de Manejo y Protección -PEMP- de emergencia, con el fin de seguir adelante con el sueño de convertir el lote de la calle 11 en una sede de la Sinfónica. Así, vía concurso público internacional, organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, lo que está en curso, además de la «ampliación», es la legitimación a posteriori de todo lo hecho hasta el momento, a través del concurso y de un PEMP extemporáneo. Una obsesión que obnubila al Ministerio, hasta el punto de no entender que una cosa es desfigurar un edificio patrimonial y otra cosa es construir un edificio contemporáneo al lado de un edificio patrimonial.

No se necesita alta matemática para comprender que una cosa sería hacer un diminuto edificio de seis pisos, en medio de torres de veinte pisos; y otra, hacer el mismo edificio en el pequeño centro histórico de Bogotá. En primer semestre de arquitectura se aprende que la proporción -no el lenguaje- es una cualidad de la arquitectura que se precia de ser respetuosa. También se aprende que hay arquitecturas para las que lo importante son la novedad y la singularidad, al costo que sea.

Por contraste, tratándose del Parque de la Independencia que sí merecía una «ampliación», al Ministerio en su afán de novedades le pareció legítimo autorizar la usurpación de un pedazo de éste para anexarlo al llamado Parque Bicentenario. Invasión que según el Ministerio, en su último intento por justificar lo injustificable, es culpa de los residentes de las Torres del Parque porque “no cumplieron con su deber constitucional de hacer un PEMP”.

En conclusión, con semejante Ministerio y con semejante gremio de arquitectos, todo indica que seguiremos en la era del pupitrazo patrimonial. Una vez más: con funcionarios así, para qué enemigos.

Juan Luis Rodríguez

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