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La dilación Parque de la Independencia se traslada al Concejo

Septiembre 27 – 2011

Ayer, 26 de septiembre, fue otro 1 de junio para el Parque de la Independencia. El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDPC, volvió a hacernos perder el tiempo, esta vez en el Concejo de Bogotá. La vez anterior había sido en el Planetario Distrital, para darle contentillo a «la comunidad». Esta segunda vez, en busca de hacerle creer al Concejo que el proyecto actual sí hace parte de un plan, y que este plan es nada menos que de Rogelio Salmona.

Ante la imposibilidad de responder por la falta de un Plan Piloto que respalde el proyecto de Giancarlo Mazzanti para el Parque del Bicentenario, el director del IDPC, Gabriel Pardo García-Peña, nos aburrió durante media hora mostrándonos, entre otras necedades, el Plan Piloto de Salmona y el posterior de Juan Camilo Santamaría. Durante la exposición de Pardo, el nombre Salmona fue mencionado diez o veinte veces, como un mantra, para insuflar en los Concejales la idea de que Salmona tiene algo que ver con un “nuestro” proyecto.

Proyecto sobre el cual ni se vio ni se oyó nada, aparte de que el proyecto inical tenía algunos errores que eran atribuibles a él, a Pardo, pero que el nuevo proyecto “ya los corrigió”.

Evidentemente, no se trataba de explicar ningún proyecto sino de cumplir con una citación rutinaria, mientras avanzan en el afán de conseguir una autorización -que no tienen- por parte del Ministerio de Cultura, y una licencia -que tampoco tienen- por parte de Planeación Distrital.

Plan no hay y por eso y para eso estaban citados al Concejo: para explicar porqué no lo hay. El arquitecto, como de costumbre no apareció, y el IDU mandó un funcionario que tampoco pudo responder nada acerca de las irregularidades con las que se ha intervenido el parque, porque “yo soy sólo un ejecutor”.

Para continuar con el tema sin preocuparnos por el arquitecto, propongo olvidarnos de Mazzanti -quien cada vez resulta más evidente que no es más que un intermediario sin importancia en manos del IDPC y de CONFASE- y pasar a tomarnos en serio el tono y el carácter posesivo del Director del IDPC cuando habla de “nuestro” proyecto.

Como dueño del proyecto, Pardo hubiera podido reconocer la ilegalidad en la que están y llamarla por ejemplo, “un pequeño problema”. También, hubiera podido aceptar que se encuentran en el proceso de “aclararlo todo”; y aprovechando la oportunidad, hubiera podido seguir de largo y explicarle a los Concejales que la incomprensión hacia el diseño del parque surge de la genialidad de un proyecto que, por su brillantez, podría tomar otros cien años en entenderse; pero que él, no obstante, como Director de Patrimonio de la ciudad y como experto en el tema, puede dar fe que la ciudad obtendrá lo que se merece para celebrar el Bicentenario, así sea con un par de años de retraso.

Además, Pardo perdió la oportunidad para hacerle ver al Concejo de la ciudad, que quienes insistimos que hay un atropello patrimonial estamos cortos de visión y perdidos en asuntos de historia y cultura. Falta de visión y de comprensión que es precisamente lo que muchos reclamamos al IDPC. Y desde luego, también al Ministerio de Cultura; así los dos posen de lo contrario.

Si uno cree en lo que hace y en lo que tiene, lo dice, lo muestra y trata de convencer a quien corresponda. Pero así no fue. Tal vez porque eso no se hace en administración pública, o tal vez porque el IDPC no tiene con qué, o tal vez porque como funcionarios públicos que son, estaban cumpliendo con la citación, y nada más. De ser así, para los registros burocráticos, cumplieron. Sin embargo, ante los que estamos enterados de qué se trata el asunto y esperando respuestas hace ya no sabemos cuánto, volvieron a hacer el ridículo.

Dentro de su exposición, el Director del IDPC soltó un par de falacias que no pueden pasar inadvertidas:

1. “A nosotros nos parece muy importante el eje norte-sur”.
Lo cual significa que para pasar de un lado al otro de la 26, en sentido norte-sur, no basta que el Parque del Bicentenario cubra la 26 y que su diseño resuelva los flujos peatonales correctamente, sino que tiene que ocupar una parte del Parque de la Independencia.
El nuevo parque, por definición, tiene que unir uno y otro lado de la 26, y esta unión es en sentido norte-sur. No hay más opción. Ello no implica que para hacerlo haya que tumbar más de un centenar de árboles, ni ocupar una parte del espacio de un parque existente, ni imponer una arquitectura para la cual cuando un árbol se atraviesa, se tumba el árbol.
Lógica torpe y equivocada, por decirlo caritativamente.

2. “Como la reserva vial para Transmilenio le quitó al Parque de la Independencia 1.200 metros2, nosotros le vamos a restituir a la ciudad más de 5.000 metros2”.
Un poco más de tiempo y el cinismo de Pardo lo lleva a decir que le salimos debiendo al Instituto por su magnanimidad.
Lo que significa este retorcimiento lógico es que la reserva vial de la 26 le quitó al parque mil doscientos metros y que el proyecto del IDPC le va a quitar cinco mil y pico metros adicionales. Tenían que cubrir la 26 y aunque no se sabe bien ni cuándo ni por qué, en algún momento y por algún motivo decidieron duplicar el área del proyecto y ocupar el «lote» vecino.
De modo que, atribuyéndose un derecho que no tienen, y porque se trata de un espacio que no entienden, decidieron, como quien invade un baldío, ocupar una parte del Parque de la Independencia.

Mientras tanto, el plan IDPC-CONFASE sigue su marcha,. Ya le presentaron el nuevo proyecto al Ministerio de Cultura y están a la espera que el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural lo “autorice” para pasar a buscar la “aprobación” por parte de Planeación. Aprobación después de la cual asumo que debemos esperar otra adición presupuestal, similar a la que ya pasó CONFASE, por $1.300.000.000 para «diseños arquitectónicos». 1.300 millones, no 130 millones. Y no para la obra civil sino para diseño arquitectónico.

Quien quiera que vea desde afuera esta cifra, se puede imaginar que en Bogotá se juega Monopolio en serio; o que en la ciudad se va a diseñar un nuevo parque Simón Bolívar; sin entender que en Bogotá, y en Colombia, ser contratista en los tiempos actuales, equivale a ser miembro de la Iglesia durante la Edad Media.

Con el oportunismo del caso, el IDPC sigue invocando a “la comunidad” para justificarse. Pero “la comunidad” lo único que ha dicho son dos cosas, producto de dos opiniones diferentes dentro de la misma “comunidad”.

Los más radicales piden que se cumpla la orden judicial que obliga a suspender las obras hasta que toda la cadena de irregularidades, ilegalidades, mentiras y dilaciones, esté resuelta.

Los menos radicales, pedimos que el nuevo diseño se limite al área que cubre el túnel de la 26, que dejen de tumbar árboles y que dejen de insistir en hacernos ver una gran arquitectura donde no hay más que un capricho formal.

En lo que sí estamos de acuerdo unos y otros es en reclamar que los funcionarios asuman su papel de protectores del patrimonio y dejen de engañar al público. Y ahora, además, concordamos que con esta última intervención del IDPC, a quienes pretenden engañar es a los Concejales de la ciudad.

Juan Luis Rodríguez

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Mataos los unos a los otros

Septiembre 26 – 2011

Mis mejores amigos son arquitectos, como le sucedía a la mayoría de mis colegas hasta el fatídico abril de 1993 cuando apareció la ley 80, Estatuto General de Contratación Pública, de forzosa aplicación en las obras del estado.

Uno de los artículos de la ley establecía que una vez acordada la calificación de los proyectos por parte de los jurados, ésta se daría a conocer a los concursantes para que en cinco días hábiles pudieran hacer observaciones, o inclusive demandar el fallo. A partir de ese día se instauró el imperio de los francotiradores.

Empezaron entonces a llover solicitudes de eliminación del proyecto ganador por motivos tan importantes como que un dibujo estaba corrido un poco a la derecha, ó que un fondo gris-verdoso era realmente verde-grisoso y los colores estaban prohibidos. Entretanto el agredido desconocía el ataque y no podía acudir al sagrado derecho de la defensa.

Salvo algunas observaciones sensatas, las acusaciones y reclamos tienen dos cosas en común: Nunca se ataca un proyecto que no tenga derecho o posibilidades de conseguir el contrato, y el ataque siempre proviene de quien ocupa el segundo o tercer lugar, y aspira por lo tanto a destruir al ganador para quedarse con el encargo. Este canibalismo ya institucionalizado en las licitaciones de obras de ingeniería, fue la herencia funesta que recibieron los concursos de arquitectura. Como resultado de este pernicioso comportamiento, algunos arquitectos concursantes empezaron a incluir dentro de su equipo un abogado habilidoso.

Ojalá los concursos arquitectónicos los ganen buenos edificios y no abogados inescrupulosos. Esta preocupación ha sido compartida por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, quien considera que los concursos es el sistema más adecuado para garantizar la escogencia de la mejor arquitectura, y brindarles la oportunidad a los arquitectos jóvenes de desarrollar proyectos de reconocida importancia. La bondad de los concursos puede demostrarse con la buena calidad de los edificios contratados bajo este esquema por las Cajas de Compensación. Menos uno.

Durante meses se vio en la carrera 30 con calle 53 de Bogotá una estructura metálica tubular sobredimensionada que semejaba una refinería. La estructura ya fue recubierta en vidrio con dibujos verde limón, y su aspecto cambió radicalmente. Ahora parece una refinería cubierta con vidrios verde limón y un aviso que dice Colsubsidio. El proyecto fue adjudicado por concurso. Si se mueren los médicos, también se equivocan los jurados.

WILLY DREWS

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El método Bonilla

Septiembre 21 – 2011

 

Arc en Ciel , Bordeaux, Bernard Bühler

 

EAN, Bogotá, Daniel Bonilla

 

 

 

EAN, Daniel Bonilla

Arc en Ciel, Bernard Bühler 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como es usual cuando se muestran imágenes de proyectos con las similitudes que podemos apreciar en el Arc en Ciel de Bernard Bühler del  año 2010 con  el edificio recién terminado  para la EAN de Daniel Bonilla, las palabras sobran.

Sin embargo, aunque mostrar esta coincidencia de apariencia pueda parecer superficial, tanto por el hecho en sí mismo, como por el hecho de denunciarlo, existen bajo la superficie hechos que para mí, son de gravedad para la salud de la práctica del diseño arquitectónico, no solamente en Colombia, sino en Latinoamérica.

Me atrevo entonces profundizar sobre lo que está bajo la superficie:

¿Coincidencia  o copia?

La  estrategia proyectual de Bonilla se ha convertido en lugar común de muchos arquitectos. Consiste en disponer de imágenes de  proyectos de la  vanguardia foránea, reutilizarlas  de manera casi directa y presentarlos como originales. Menciono algunos, comenzando por uno en el que Bonilla tuvo a Giancarlo Mazzanti como colaborador: el auditorio de Plaza Mayor en Medellín, que coincide formalmente con el Museo Universitario de Alicante, de Alfredo Maya. Otro es el edificio de oficinas actualmente en construcción de la calle 83 abajo de la 11, que coincide con el edificio de Sanaa para Dior en Tokio.

Otras veces, cuando el origen no es único, sino que proviene de varios proyectos, se recurre al maclaje, sin importar su diversa procedencia ideológica y formal. En la Capilla de la Milagrosa podemos ver brevemente cómo este procedimiento proyectual implica inevitablemente la ausencia de conceptos.

 

Capilla la Milagrosa

 

 

En la Milagrosa, mientras el volumen ligero coincide con el proyecto del estadio de Lassesarre de Eduardo Arroyo, el volumen sólido coincide con el proyecto de los baños de Peter Zumthor.

 

 

 

Daniel Bonilla

Eduardo Arroy 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Daniel Bonilla

Peter Zumthor

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es evidente que la capilla resulta un maclaje de dos proyectos diferentes, en  diferentes lugares, con usos diferentes, tomados de arquitectos con ideologías diferentes.

Para unir estas arquitecturas no se ha tenido en cuenta ninguno de los factores que pudieren haber motivado a Arroyo y a Zumthor.

Cualquiera puede inferir que una estrategia proyectual basada en la utilización no acreditada de arquitecturas de diversos autores, con ideologías de signo tan diferente como Zumthor y Arroyo, no puede producir sino la anulación de cualquier ideología propia.

El procedimiento similar al maclaje, que me viene a la cabeza, está inventado y definido en el campo de la plástica desde hace más de un siglo: el collage, técnica usada para dar nuevos significados a elementos que ya poseían uno anterior. Sin embargo, teniendo en cuenta que Bonilla no describe de esta manera su procedimiento proyectual,la hipótesis carece de validez.

En cambio, Bonilla ha presentado el diseño de la carpintería como una abstracción del paisaje, producto de una caminata con su familia…con la mala fortuna de que esta explicación también coincide con la manera en la que Arroyo explica el origen formal del la fachada de Lassesarre. ¡Demasiadas coincidencias!

Estos dos procedimientos proyectuales, la reproducción y el maclaje–reproducción son la forma de operación proyectual.

Por si la semejanza visual deja alguna duda acerca del procedimiento proyectual, sus ex colaboradores pueden dar testimonio.

Este procedimiento proyectual es lugar común  en el grupo mediático” conformado por Daniel Bonilla, Giancarlo Mazzanti, Lorenzo Castro, Miguel Mesa y Juan Manuel Peláez, el cual se ha tomado todos los “escenarios mediáticos”, ya sean revistas de arquitectura, bienales, congresos y conferencias, tanto de carácter comercial, como académico.

Uno podría pensar que este tipo de procedimiento le hace daño a nadie y que se trata de un tema que solo concierne a quienes lo practican. Pero tal modo de actuar nos afecta a todos y tiene en realidad consecuencias enormemente negativas para la comunidad de arquitectos, así como para quienes habitan esos espacios. Me explico:

La exclusión de la rosca

Este grupo utiliza como estrategia proyectual la reutilización no reconocida de formas e ideas de otros arquitectos, pertenecientes a lo que se entiende como la vanguardia arquitectónica foránea. También se caracteriza por su enorme capacidad excluyente de otras arquitecturas, otros procedimientos proyectuales, y, especialmente, por el desconocimiento y desprecio de las ideas propias de cualquier arquitecto local.

Lo que se conoce como “The Establishment” en el contexto internacional es lo que en el contexto latinoamericano equivale a “La Rosca”: una sociedad pactada para brindar beneficios exclusivamente a sus miembros.

Son características de esta rosca, la jerga oscura en conferencias y paginas web, intentando por medio de la ininteligibilidad pasar por intelectuales del diseño, cosa que no lo son en absoluto. Para quien quiera verificar esto o formarse una opinión propia sobre este asunto, invito a consultar sus autopresentaciones en las páginas web de sus oficinas

Anulación de debates argumentativos

A todos los miembros de este clan los he invitado a debatir públicamente varias veces sin obtener nada más allá de los manidos “esto es personal”, o “esto es envidia”, o “esto no es más que beligerancia conceptual”. Mi réplica a esta respuesta es la misma para todos a quienes he mencionado: no es personal, es ideológica. Dado que el escenario sería público, si están seguros de lo que hacen y de que lo que yo digo es falso, deberían estar agradecidos por tener la oportunidad de debatir sus ideas. La negativa a debatir su ideología me lleva a la interpretarla como una prueba de su inexistencia. Lamentablemente, tal ausencia ideológica genera pobreza en el ámbito de la discusión y la crítica de arquitectura en el país.

Apropiación de los concursos de la SCA

Los Concursos de la SCA son, entre otros, un mecanismo para que arquitectos con talento, pero sin reconocimiento, y a causa de esto, sin relaciones comerciales, puedan establecer una práctica profesional independiente.

Este grupo ha monopolizado los concursos de la SCA, con una práctica arquitectónica especializada en esta modalidad, con métodos cuestionables como el uso de talleres satélites mercenarios, o el empleo de trabajadores ¨a riesgo por un porcentaje menor del premio y sin derecho a créditos.

Ha sido también coyuntural la debilidad en la selección de jurados por parte de la politizada SCA Nacional, que suele recaer en la endogámica práctica de nombrarse jurados a sí mismos dentro del grupo. Esta vez vas tú, la próxima voy yo…

Al  monopolizar los concursos y convertirlos en su negocio, al tiempo que se propician prácticas carentes de ética profesional, le es negada la oportunidad de reconocimiento a los arquitectos jóvenes que merecen un espacio en la práctica de la arquitectura. Pero no sólo a ellos. Este tipo de práctica nos afecta a todos, al tiempo que el país se está perdiendo de la riqueza intelectual que debería surgir de una  mayor cantidad de arquitectos talentosos con práctica.

Presentación como la arquitectura colombiana

Bonilla es consultado a menudo por las revistas y universidades extranjeras acerca de quién en su opinión debe ser publicado o invitado como conferencista. Su parecer ejerce una curaduría sobre cuál es la arquitectura es la que nos debe representar. Obviamente, siempre ha escogido (dentro de la misma endogamia de los concursos) a su rosca mediática, favor que le ha sido devuelto varias veces. Para esto son las roscas y ésta, funciona como un relojito .

Ellos piensan –varios me lo han manifestado explícitamente y estoy seguro de que lo creen–, que ellos han “hecho figurar la arquitectura colombiana a nivel mundial”; en tanto los envidiosos como yo, lo que están haciendo es quedar a los arquitectos colombianos “como unos Cantinflas…”

En mi opinión, ellos en realidad hacen parte de quienes le han hecho creer al mundo que la arquitectura que hacemos los demás arquitectos en Colombia es banal y reaccionaria; a diferencia de la de ellos que es original y vanguardista.

Mal paradigma

Esta pseudovanguardia con sus imágenes de fácil digestión, se ha constituido en ejemplo a seguir para los arquitectos recién egresados, a quienes se les ofrece la oportunidad del camino expedito a la fama mediante una práctica facilista, desprovista de reflexión sobre el proyectar. Desgraciadamente, el éxito de este modelo conlleva la anulación de las otras corrientes arquitectónicas que trabajan de manera ardua en la construcción de procedimientos proyectuales propios.

Aquí cabe la pregunta a las instituciones de educación superior que han acogido a este grupo ¿acaso es  beneficioso para los estudiantes tener como profesores a quienes utilizan como práctica de diseño la copia aleatoria y no reconocida de formas e ideas? ¿es válido tener en su cuerpo académico a quienes rechazan la discusión argumentativa como elemento pedagógico? ¿considerando que en la academia se insiste tanto en el uso de “referentes” no será que se está olvidando el muy académico uso de la “referencia bibliográfica”?

En una entrevista del año pasado en la revista Casaviva, Bonilla posa de fenomenologista al considerar a Zumthor como su más admirado arquitecto;  a continuación declara que a la arquitectura nacional le hace falta “respeto y dignidad”

No podría estar mas de acuerdo con él, pero declararse admirador no es lo mismo que aceptar un uso no reconocido de las ideas de quien admira.

No es que no se pueda admirar o incluso copiar.

Lo que no se puede es engañar, haciendo pasar como propias, ideas y ideologías ajenas.

Guillermo Fischer

 

Créditos imágenes:
http://www.e-architect.co.uk/bordeaux/arc_en_ciel.htm
http://arkinetia.blogspot.com/2007/12/daniel-bonilla-atquitectos-porcincula.html
flick-r /yves kleindress
flickr./jabigarrido

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CARTA ABIERTA – Parque de la Independencia – Parque Bicentenario

Septiembre 14 – 2011

Como Presidente de la Fundación Rogelio Salmona, socia de Rogelio Salmona S.A durante 25 años y en nombre de la Fundación Rogelio Salmona, me permito dar a conocer nuestra opinión respecto al proyecto del Parque Bicentenario, del que tanto se ha escrito, comentado  y cuestionado. Lo hacemos porque consideramos que hay aspectos muy importantes que no se han tenido en cuenta en la realización de ese proyecto, en los que vale la pena  hacer énfasis y, de paso, dar a conocer nuestra visión frente a lo que está sucediendo.

Debemos  recordar que  a Rogelio Salmona se le debe el rescate de un  Parque que se había convertido en maloliente botadero e incineradero de basuras. Tuve la oportunidad de participar en una de las últimas etapas de remodelación del mismo. Como socia de Rogelio Salmona S.A., pude seguir de cerca la propuesta del Plan Maestro  del Parque de la Independencia y su intención de unir  los costados norte y sur  de la Avenida 26, pretendiendo cerrar esa «gran herida» -como la llamaba Rogelio-, que se le había infligido a la ciudad con la apertura de los que en su tiempo se llamaron «los huecos de la 26».

Salmona trabajó insistentemente, a lo largo de muchos años, proponiendo proyectos con los cuales buscaba recuperar lo perdido con ese corte artero que partió en dos esa importante zona de la ciudad, de gran valor histórico. Pensó que, con la propuesta del Plan Maestro para el Parque de la Independencia, lograría finalmente su cometido: unir sutilmente  ese trozo de Bogotá, y permitir así que se volviera a integrar el Parque de la Independencia al centro de la ciudad, como lo había sido históricamente desde 1910.

El llamado proyecto Parque Bicentenario, diseñado por Giancarlo Mazzanti, pretende intervenir un entorno emblemático de la ciudad que es el resultado de muy diversas confluencias históricas, lo cual de partida constituye una intervención urbana de gran trascendencia. Su punto de partida incuestionable, debería comprometer el respeto por ese entorno privilegiado que constituye un fragmento prodigioso de nuestros cerros tutelares, pero también del respeto a edificios emblemáticos que lo enriquecen, tales como el kiosco de la Luz, la Biblioteca Nacional, el edificio de apartamentos de Vicente  Nasi, el Museo de Arte Moderno, el edificio Embajador y las Torres del Parque. Pero, sobre todo, del respeto por el Parque de la Independencia que junto a todos ellos, es testimonio de  diferentes episodios de la historia de la ciudad y como tal, uno de los patrimonios públicos más valiosos.

Ese es el reto mayor de un proyecto urbano: aparte de mejorar su entorno, hacerlo reconociendo y respetando su historia y la escala de las edificaciones existentes, además de propiciar relaciones donde los elementos naturales y urbanos establezcan una relación muy delicada y sutil con la geografía. Sólo así se logra una integración sabia y respetuosa del proyecto con el lugar. De otra manera, lo nuevo o novedoso termina volviéndose arbitrario y ajeno, un agente que lejos de unir y articular, termina detonando ruptura, induciendo disgregación.

Eso, a nuestra manera de ver, es lo que está sucediendo con el actual proyecto del Parque Bicentenario: lejos de colmar una ilusión colectiva, un anhelo ciudadano por recomponer las fracturas, se convierte en un tremendo desacierto. Ello sucede porque se arroga el derecho de desatender los sedimentos que laten en el lugar. Un proyecto que desconoce la sutileza y se impone de manera irrespetuosa, que se concibe como un hecho aislado que desconoce los valores del entorno, apropiándose de un área importante del Parque de la Independencia y con ese gesto, desoye a la ciudadanía y se irrespeta la historia y la tradición.

Es así como esa posibilidad de construir con lo público, e integrar ese importante sector de la ciudad, terminará convirtiéndose en un referente de «lo que nunca ha debido ser» porque, como diría Rogelio Salmona:

En arquitectura la libertad necesita coherencia, y en todo proyecto de creación y de recuperación del espacio público es imprescindible  poner en evidencia  elementos  autónomos que desde su autonomía, han de relacionarse unos con otros  para llegar a una espacialidad deseada.

Solo así un proyecto público terminaría siendo un aporte a la ciudad, aceptado por la comunidad y apropiado por ella.

 

María Elvira Madriñán

Presidente

Fundación Rogelio Salmona

 

 

 

 

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